Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Evelyn Wright Dom Jul 21, 2013 7:03 pm




DATOS BÁSICOS
-Nombre del Personaje: Evelyn Wright.
-Edad: 26 años.
-Especie: Humana.
-Tipo, Clase Social o Cargo: Cortesana.
-Orientación Sexual: Bisexual, dada su profesión.
-Lugar de Origen: Londres.

DESCRIPCIÓN FÍSICA
Spoiler:

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
“Lo más poderoso que puede conservar el ser humano es su identidad. No lo olvides.”  Y ella no lo hará.

Ya sea como Diana Stevenson, o como Evelyn Wright, tanto una como la otra, disfrutan de una peculiar personalidad que podría resumirse en un único concepto: bipolaridad. Su mente, compuesta de los diversos pensamientos de una joven de su edad, anclados en la privación más extensa de libertad, se han visto contaminados por las vivencias y experiencias que el paso de los años les ha regalado, convirtiéndola en una mujer fuera y dentro de lo común, que se deja llevar por las emociones más puras y la curiosidad más sensual. La más dulce locura y la más agria cordura se mezclan en su interior en un equilibrio casi perfecto que poco, o nada, tendría que envidiarle al más sabidillo. Eso sí, en cuanto su razón se escapa traspasando el delicado límite impuesto así misma, el control desaparece y el equilibrio huye lejos, abandonándola a su suerte y a su merced, sucumbiendo cuerpo y mente en el caos más absoluto para acabar allí donde su debilidad se crece, pasando a ser víctima de la sumisión del deseo contrario, o por ende, de la rebeldía de la influencia más cercana.

No existe motivo para negar la obviedad que representa, pues Evelyn, consciente de ese concepto, a penas realiza esfuerzo por controlarse, actuando y desenvolviéndose según lo dictan sus impulsos, utilizando como base de apoyo la sinceridad y la creencia de quién es o quién fue. Porque a día de hoy, las dudas del cambio asolan su espíritu tras haber experimentado el egoísmo y la fuerza masculina sobre su piel, siendo el aliento de aquel agresor el azote de su cuerpo, y la cruz de su alma.

Y es que esta joven no siempre fue una esquizofrénica excéntrica y encantadora, seguidora del peligro y la ambición humana. Incluso ejerciendo la profesión más divina y antigua del mundo, resignándose a su cometido, la inocencia se hacía eco de su persona, pudiendo disfrutar a ratos de la belleza oculta en aquellos detalles que la nueva sociedad le brindaba a modo de casualidad entre la miseria y el terror rutinario. Creía en el hombre, en el Dios que se alza por encima de su cabeza, en las normas, y quería comprender que todo lo que ocurría a su alrededor tenía un motivo de peso que movía el propio engranaje de la vida conocido como destino. Una estupidez, pues la “suerte” le hizo ver lo equivocada que estaba en más de una ocasión.

Y es que a lo largo de su juventud, cuando el color de sus mejillas resaltaba sin pudor y las ajustadas prendas encontraban su relleno sin problemas, Evelyn sufrió la peor humillación de todas para una mujer. La mano que podía presumir de darle de comer se jactó de su derecho de superioridad y se aprovechó del desconcierto, usando la sorpresa más soez, para cobrarse en carne, sin proceder, un pago que no le correspondía, mancillando su integridad por encima de su piel para satisfacer su vana esperanza. Con lo cual, dichos recuerdos se han grabado duramente en su mente, cambiando su percepción con respecto a todo aquello que antes contemplaba con bondad. La muerte la ha acechado en más de una ocasión, pero como el fénix, ha resurgido para caminar sin olvidar, para avanzar frente al rencor, siendo la mujer que ahora es: inconformista y caprichosa, sin frenos y astuta. En ocasiones orgullosa, posesiva y pasional, mientras que en otras resulta ser esquiva, distante y fría. Todo depende del momento en que la pilles y las formas, claro está. Pero la verdad es la verdad: Evelyn es una mediocre superviviente que ha aprendido a mitigar el dolor que supone entregarse a cada nuevo cliente y cuyo sentido del sacrificio, si la causa acompaña, es considerable, como la fidelidad de quién se la gana… Y todo se lo debe a la persona que en aquel trágico día la ayudó. La rescató de la oscuridad para evitar que su fe se evaporase por completo.

Y aunque no está orgullosa de la debilidad extrema que puede representar su bipolaridad y, exceptuando un par de personas, nunca la verás llorar cara a cara, pese a los miedos solitarios que la persiguen en la oscuridad silenciosa. Finge ser fuerte, porque fingir se le da extremadamente bien. Toda una artista del engaño, que no ha encontrado hombre o mujer capaz de desenmascararla en su totalidad., ni cuestionar su “habilidad”. Puesto que sus secretos, todos y cada uno de ellos, suyos son y de nadie más.

HISTORIA
"“Ser mujer no es un derecho, ni una obligación, pero sí una herramienta.” Así se lo confesó.

Dicen que nació en una fría y húmeda noche de un veintiocho de diciembre de 1774 de la mano de la irónica intención del destino, en alguna habitación desconocida situada en alguno de los oscuros recovecos londinenses. Que su llanto, el primero de muchos, resultó ser tan vivaz como la tormenta que lo acompañaba. Y que sus primeros sueños se perdieron en aquella vieja cuna inglesa, que muy pocos tuvieron el derecho de contemplar bajo la atenta sonrisa de su madre, arropada por el cálido manto de la ignorancia.

Comentan que aquella niña, engendrada en la tortuosa cadena del desamor más profesional, evidenciaba la más clara imagen del pecado, siendo el fruto apático de una desgracia más que el de una alegría, o deseo mutuo. Y fue, ante esa broma pesada de la vida, el momento exacto en el que recibió la bendición personal de su progenitora, siéndole otorgada su identidad, su seña, el principio de su personalidad. Diana Stevenson la coronaron, habiendo nacido sin trono, ni linaje respetable al que suceder, para ser mecida y acurrucada por los brazos del rechazo social. Diana Stevenson, un nombre que nunca cruzaría el límite del recuerdo, que perecería durante su plena juventud para adoptar otra corona de otro “reino” que “gobernar”.

Fue así como aquella pequeña cría creció en un entorno de pobreza, donde las monedas iban y venían, seguidas de la figura de aquella mujer que la vio nacer. Su infancia, común y comparable con la de cualquier otro niño similar, le enseñó a valorar lo que no se tenía y a no despreciar aquello que sí se poseía. Desde su edad más temprana, la muchacha ya daba señales de mostrar un espíritu contradictorio  que se veía impulsado por esas vanas ansias de libertad y rebeldía, que alguien de su “clase”  podría aprender de su ejemplo más cercano sin mayores problemas. Convivía, día tras día, con su desgastada madre, sin que pudiese contemplar la posibilidad de tener algún que otro hermano, o familiar acertado. Ni siquiera llegó a conocer la identidad de su padre. Tampoco ocurrió que la joven tuviese interés por saber de él. De ahí, que de sus labios nunca surgiese la pregunta que la incitase a cualquier tipo de acercamiento sobre la verdad de su origen. Para ella, no había más familia que su madre, una prostituta desdichada cuyo mejor culto le era otorgado entre las paredes de un famoso burdel, allá, en la natal Londres.

Entre travesuras y risas carentes de maldad, los años pasaron en una felicidad muy particular que solo ella era capaz de aceptar. Al llegar a su más tierna adolescencia, aquel remanso de alegría se vería teñido por la inesperada desaparición de su madre, quedando a expensas de una soledad desconcertante que la empujaría a continuar con el linaje profesional que había heredado sin tomarlo, ni quererlo. Pues, quizás, su madre no había sido la madre perfecta, pero sus continuados esfuerzos avalaban la preocupación que sentía por su chiquilla y su futuro. No quería que terminase convirtiéndose en el juguete de hombres, o mujeres, caprichosos, no admitía la idea de tener que observar como su hija podría verse en la obligación de entregarse al deseo de otros por un poco de parné. Y, justamente, aquello que no quería, sucedió. Sin medios, ni opciones recurrentes, Diana no tuvo más remedio que internarse y adoptar su nuevo papel de inexperta cortesana. Un papel que no tardó en perfeccionar y que pudo costarle uno de sus mayores sacrificios, perpetrando tal hecho en el cambio que determinaría su posterior actitud y personalidad.

Se acostumbró a su nueva servidumbre sin llegar a reprimir el desprecio que le suponía tolerar el propósito ajeno. Asimiló los cambios entre la suavidad de las sábanas que adornaban su lecho y la presión de las prendas que resaltaban la sensualidad de su cuerpo. Pero jamás olvidó lo que en su día fue: una niña con la pasión suficiente para querer volar y descubrir lo que otros no eran capaces de enfrentar. Sin embargo, durante su trayectoria, su fe quedó dañada y la inocencia de sus actos desapareció. ¿Y cómo no iba a suceder? Aquel ambiente decadente y lujurioso, ¿qué podía ofrecerle? ¿Una jaula de oro? ¿Una jaula a secas? Atrapada por la dureza de sus barrotes, la rutina de las horas, minutos y segundos, le hizo entender que siendo lo que era no habría oportunidad para variar su rumbo, que alguien había decidido por ella, alguien divino, y que su maldición quedaba explícita en su propio ser, que su alma no disfrutaría del perdón, ni de la eternidad del buen creyente. Ardería por sus pecados y por el de sus semejantes.

No era de extrañar que la joven entrara en conflicto con su razón y ésta sufriera los constantes desequilibrios de una demente más. Y al parecer no sería la única en sufrirlo, en ser víctima de sí misma… Casi recién cumplidos los quince años, cierto encuentro sexual con cierto caballero apodado “Grey”, volvió del revés su vida. Le bastaron un par de palabras, un par de gestos y la justa violencia para iniciar una profunda y tortuosa relación, la cual se vería influenciada por la incoherencia psicológica de cada uno. Una extraña noche que se alargaría durante once años. Una secuencia simbiótica donde la joven, en silencio, no permitiría que sus sentimientos y admiración sobrepasaran el límite de lo que consideraba “amistad”, anulando la escapatoria del aquel “misterioso” hombre. Una ardua emoción común que acabaría por impregnarse en los últimos tiempos con el dulce perfume del rencor de la muchacha tras uno de esos sucesos traumáticos que le tocaría protagonizar y donde la ausencia de la mano protectora de Grey se anunciaría. ¿Qué ocurrió? Bueno…

Bien era conocida la manía de la fémina de traficar más allá de la carnalidad. Adquirir información y utilizarla en su propio beneficio en base al interés contrario era su segunda baza. Una labor que le ofrecía obtener una fuente extra de financiación. ¿Pudiera ser que sus continuos problemas viniesen directamente de sus dobles juegos de “espía”? Pudiera ser no, lo era. Para Diana, el sexo no era el único reclamo capaz de “excitar” a cualquier persona interesada. Lástima que un nimio despiste la colocara al borde de la muerte a sus veintiséis años... Aquel día, resguardada en la tranquilidad de su alcoba, la desgracia llamó a su puerta de forma brusca y sin miramientos. Aquel guarda con el que había coqueteado noches atrás irrumpió en su habitación para cobrarse la voluntad de haber participado en las confesiones que la mujer mantenía con otro cliente a su costa. Los planes de aquel joven y prometedor soldado raso, rudo y agresivo, se habían visto truncados y la expulsión de su cargo se le avecinaba encima y todo… Por su culpa, por la desfachatez de una vulgar mujer. Repudiado por sus allegados y compañeros, comprendió que no sería el único en perder y así decidió tomar por la fuerza a la citada prostituta en cuestión. Por supuesto que aquella intentó defenderse de las sádicas manos que pretendían forzarla antes de condenarla a la propia muerte. ¿Y qué logró? Empeorar su situación y que su abdomen quedase marcado para el resto. No hizo más que enfurecer a la bestia que lograba su empeño, que insistía en terminar lo iniciado hasta que… Su “ángel” apareció. Un desconocido, sin ton, ni son, muy distinto a su protector habitual, acudiría a su rescate y la salvaría, sin mediar palabra, de su agresor. Encargándose del mismo en un crimen que se ocultaría en un sepultado secretismo para evitar manchar la reputación del codiciado burdel.

Y ese "ángel"... Era conocido como Haakon, todo un ilustre caballero del que las malas lenguas proclamaban rumores de dudosa veracidad sobre su persona. Pero, he aquí que a la Señorita Stevenson no le importaban esos rumores y que desde su salvamento, su agradecimiento quedó como una cuenta a ser saldada por su parte. Y así, mientras él desde las sombras parecía observarla noche tras noche, reservando sus servicios sin llegar a utilizarlos, ella caía en su juego, uno del que nacerían sentimientos enfrentados y no comunicados. Además… ¿Cómo iba a juzgarle cuando ella misma era una fuente peligrosa de rumores propios? Rumores que tras aquel intento de violación se verían potenciados en cuanto se revolcase en un declive compuesto por el flirteo de sustancias nocivas y derroches descabellados. Sí, la joven se expuso a las malas costumbres y a numerosas decisiones erróneas que le trajeron enfrentamientos directos con la déspota dueña del negocio que regentaba entre piernas y piernas, con el fin de olvidar el dolor y la vergüenza de lo sufrido. ¿Cuántas discusiones se oyeron? ¿Cuántas se resolvieron? Pocas, por no decir ninguna. ¿Y cuántas dificultades exteriores se brindaron en su honor? Demasiadas…

En una de ellas, volviendo a ocultarse bajo la capa de la nocturnidad más efectiva, la perdición de sus actos desencadenó la frustración de lo existencial. Una nueva noche, un viejo escenario y dos pérfidos actores consumidos por cierto “encargo”… Grey y Diana, a escasos segundos “de caer de la cuerda floja sobre la que la joven quiso hacer equilibrismo sin seguridad” y de la cual consiguieron “escapar”, tuvieron que recibir a unas desavenencias que regresaron sin ser invitadas. Otra discusión, siendo palpable la gravedad de una pasión desmedida, escribiría la existencia de un nuevo ser… Sí, efectivamente, porque durante aquel arrebatado se engendró lo que un mes después ella recibiría como una noticia fulminante: estaba embarazada, lo que suponía un nuevo miedo a debatir. Asustada y no viéndose preparada para ser madre, encubrió la venida de tan polémico bebé a la espera de asegurarse la posibilidad de tenerlo o rechazarlo. Ni siquiera el padre pudo ser consciente de que lo era. El orgullo, el rencor y la confusión, hicieron que su voz acallara y le negaran el derecho de saber que en el vientre de aquella mujer un hijo se formaba. Un hijo suyo y de nadie más. Pero el tiempo que es muy sabio y todo lo coloca en su espacio, propiciando habladurías y blasfemias, consiguió que su “superiora” se enterase del enigma y acertara la solución al segundo mes de gestación. Descubrió la historia y no le faltó tiempo para echarla y excluirla del burdel a cambio de no delatarla públicamente, o dicho de otro modo: no contarle la verdad al principal afectado. Un problemas menos. O eso debía parecer.

Sin haber terminado de empaquetar sus cosas, la joven marchó en busca del consuelo de Haakon para sorpresa de ella misma y guiada por el enamoramiento que le procesaba a él en contraposición al de Grey. El encuentro fugaz e intenso entre ambos, compuso una nueva melodía marcada por confesiones, aceptaciones y promesas, cuyas consecuencias empezaban desde un destino en común. Ella partiría a su residencia, adoptándolo como su nuevo hogar. Entonces…  ¿Huía Diana de la realidad para perderse en la fantasía de una felicidad que no merecía? Sí, huía de la realidad y de Grey, siendo la tierna mano tendida de ese otro caballero la que le hacía convencerse de que debía abandonar lo que sentía por el otro para permanecer a su lado. Pero… No debió buscarle, ni hallarle… Pues a su vuelta al burdel para recoger sus maletas, la joven desapareció para nunca volver.

Un hombre, alguien que se presentó como su auténtico padre y el verdugo de su madre, la acusó de ser el error de su vida, evitó que la mujer pudiera alcanzar cualquier tipo de auxilio y la escondió. Paralizándose el espacio-tiempo, la mujer presenciaría la “locura” transitoria de ese hombre sobre su cuerpo, cuya misión residía en purificar su alma a través del asesinato. Y para ello, el castigo impuesto era la fe y el fuego para realizar su mísero acto de purificación. Quiso la suerte que sobreviviese a la primeriza violencia ejercida, mas que no lo hiciese su bebé, porque sin soportar la "presión", lo perdió. Quiso también la suerte que encontrase el modo de huir de la vera y guarida de aquel psicópata antes de arder en la llama del Edén, en un desfallecimiento que por poco pudo costarle nuevamente la vida. Y en su marcha, siendo producto del azar o no, se llevó consigo la quemadura de la fe sobre su espalda y el hallazgo de conocer la existencia de un hermano francés que le había sido negado y prohibido.

Desorientada, entre las sombras, pasaron los días precisos sin que nadie la encontrase, días donde la mente de la joven casi enloqueció. Agotada por el dolor y desesperada por la rabia y la ira, su sed de venganza se despertó. No quiso alargar su recuperación, simplemente, se obligó a levantarse y a devolver el daño provocado. El plan inicial fue sencillo y eficaz. Para que nadie pudiera localizarla e intervenir haciéndola fracasar, fingió su propia muerte tras la desaparición. La Diana Stevenson que todos conocían había muerto, había dejado de existir, no había necesidad de pruebas mayores siendo una triste prostituta más. Y mientras algunos lloraban su pena y desconsuelo, ella se inventaba una nueva identidad, sería una nueva “reina” sin “reino”: Evelyn Wright, una muchacha sin pasado, ni futuro. ¿Podía alguien sospechar? No, ni siquiera su homicida. Y menos, si durante el luto que se le podía aplicar, Evelyn cruzaba el charco y partía a la hermosa Francia, alejándose de todo lo que “odiaba” y de todo lo que “amaba”, empezando una nueva vida sin ataduras, ni memoria. ¿Y para qué…?

Bueno, le habían quitado todo lo que tenía, incluso lo que no tenía. Era su turno, ¿verdad? Por ello, estableciéndose como una nueva prostituta en un burdel significativo, para nada casual, en su nueva ciudad, haría todo lo posible por averiguar el paradero de Czes, un sencillo apodo a utilizar como referencia hacia su hermano. Una vez diese con la “estimada” sangre de su sangre, acabaría con su vida, culminando el primer nivel de su vendetta, procediendo a continuar con el atentado por sorpresa de su propio “padre”. Total… ¿Quién podría impedirle o averiguar su “realidad”? Nadie conoce sus secretos, nadie sabe que una vez ya existió… Nadie puede hacer nada.   

“Como las cartas, la vida es un juego, uno de azar. Presta atención y ganarás.” Y ella no perderá.

DATOS EXTRA
*Virtudes:


  1. El noble arte de “actuar”: fingir, mentir sólo para eludir la verdad, es su modo de vida principal. Para sobrevivir, tal y como lo hace cada día, se ha visto “obligada” a dotarse así misma de las mejores técnicas de actuación para convertirse en la mejor de las actrices cuando la causa lo requiere.
  2. La “gata” sobre el tejado: su agilidad, desarrollada por el menester más rutinario, la ha convertido en una joven muy escurridiza que, a falta de fuerza, bien podría valerse de su facilidad y rapidez de movimiento para escapar airosa de numerosos percances.
  3. El “puñal” blanco: alguien, algún desaprensivo, tuvo en su día la “brillante” idea de enseñarle a esta recatada dama la maestría y facilidad de empuñar ciertas armas de mano. Pocos pueden presumir de haberla visto utilizarlas en directo y sin motivo, pero aquellos que lo han hecho no quieren repetir.
  4. Se cree el “ladrón”…: No en su caso, no todos son de su condición. Y como no lo son, no se compara con nadie. Puedes intentar recuperar lo que ya no es tuyo pero suyo sí es. Puedes, mas no debes. Sus delicadas manos no sólo se han educado para proporcionar la lujuria más pasional. A veces, muchas, hacerse con lo ajeno le resulta tan satisfactorio como cualquier arrebato pasional.
  5. ¿A quién le “crece la nariz”?: Una mente que continuamente piensa y repiensa mal, peor, y hasta fatal, al final, se puede considerar un brillante detector de mentiras contrarias. Ella y su afán por tener la verdad más absoluta, la harán esclarecer cualquier duda. Y… Ojito. Puedes jugársela una vez. Dos no.


*Defectos:


  1. Lo suyo es suyo y lo “vuestro”…: también. Defecto o no, en cuanto ella considera que algo le pertenece, le pertenece y punto. No necesita confirmación, ni aceptación, ni ninguna muestra que pueda hacerla cambiar de parecer. Algunos poseen información, otros riquezas. Ella… El resto. De ahí, que se cuide de dejar bien su marca, le cueste lo que le cueste, y le pese a quien le pese.
  2. ¿Rojo? ¿Azul? Rojo. No, mejor azul: no puede negarse. Si el sol sale cada día por el mismo punto, sin variarse ni un ápice, ¿por qué no admitir que la muchacha es “algo” (por no decir bastante, y más) caprichosa? No es que vaya agenciándose todo lo que ve y quiere, que podría ser perfectamente, es que tiende a tener cerca lo que le interesa y lo que no, o deja de hacerlo, pues… A la basura mismamente.
  3. El que se la "hace", se la "paga": Con creces y muchos intereses. No hay más. Si alguien la traiciona, o si ella llega a sentirse traicionada, que se pare el mundo que el cataclismo universal está por llegar. No importa la situación, el motivo o la persona, si se pierde la lealtad, se cegará y se vengará. Y nadie podrá interponerse entre su sed y lo que desee beber. O la cosa acabara mal, realmente mal.
  4. Oro parece, “plata no es”. Entonces, ¿qué es?: Eso sí que no importa. A su parecer es un don, para todo aquel que la conoce, una perdición. Retorcida a más no poder, su mente interpreta lo que quiere entender, tanto para mal como para bien. Paciencia. Mucha paciencia para que pueda comprender lo que en realidad “sí es”.
  5. Donde caben dos problemas, caben tres…: y cuatro, y cinco, y seis, y no pare usted de contar. ¿Y de qué se van a extrañar? Evelyn es puro instinto, impulsividad al máximo, descontrol humano. Su sombra no es la oscuridad que proyecta una luz, es un largo manto de dificultades que ella misma teje y provoca. Sí, de la mano van la chiquita y los malos tratos. De la mano, saltando. Saltando y saltando hasta caer cuesta abajo.


*Enfermedades:

Obviando su caótica personalidad y las consecuencias físicas que puede ocasionarle, podría considerarse como una severa enfermedad su adicción a determinados componentes adictivos que trastornan su cuerpo y mente peligrosamente. Posee una discreta marca sobre su abdomen de aspecto singular y la cicatriz final de una quemadura en forma de cruz en la parte más baja de su espalda, rozando la zona lumbar.


*Manías:

Alejándonos de su estrecha relación con el placer de fumar y beber… Hay quién comenta que la joven tiene la extraña curiosidad de “jugar con fuego”, siendo algo muy literal y que gusta de compartir. A lo que otras voces se unen para añadir que su pasatiempo favorito es tergiversar todo lo que oye, ve y demás. Por si acaso… Guarden las cerillas y callen más que hablar.  

*Miedos:

El primero de ellos sería… Despertar sola. Le aterra profundamente y odia a hacerlo, pero pocas veces consigue remediarlo. Y aunque la soledad en sí es su mayor pánico, el abandono es una causa que no puede tolerar. Verse expuesta a él, la hace sentirse tan vulnerable que su lucha por superarlo termina transformándose en una ira que arrasa con todo lo que le rodea. Lo segundo que más puede asustarla es hacer daño a su círculo más próximo e íntimo, o llegar a destruirlo por su escaso autocontrol. Y lo tercero… Volver a experimentar cualquiera de los traumas ya vividos y no olvidados.

gracias a αgusτınα• de sourcecode
Evelyn Wright
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Fecha de inscripción : 08/07/2013

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Mensaje por Invitado Mar Jul 23, 2013 5:17 pm

FICHA ACEPTADA
Bienvenida a Victorian Vampires
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