AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Te estaba buscando (Evelyn Wright)
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Te estaba buscando (Evelyn Wright)
B.S.O.
¿Cuánto había pasado ya? ¿Un mes? ¿Seis? ¿Un año? Y en verdad, ¿qué importaba? El fin era el mismo. Daba igual el tiempo si no habían resultados.
Grey maldecía su suerte mirando a través del hueco fondo de una jarra, demasiado vacía para considerarse una jarra. A través del cristal traslúcido y manchado con finas gotas de ruda cerveza, disfrutaba de aquel momento de relajación. Un momento de paz. Un momento de silencio absoluto entre el bullicio típico de una taberna, más si ya pasaba la medianoche. Los pordioseros buscaban un lugar donde esconderse de la insistente lluvia que mecía París en una noche nublada y sin luz. Los maridos desdichados se alejaban de sus mujeres mandonas y tiranas, pidiendo otra jarra más a cuenta de un nombre que jamás existió ni existiría.
Todo a su alrededor iba a cámara lenta.
Grey giró la testa hacia un lado y pudo ver con claridad las gotas de cerveza y saliva que salían dispersadas con la carcajada de un barbudo cincuentón, de cabello cenizo y tez de cobre. Pudo ver la seda al doblarse con el primer vuelto de la falda de una mujer demasiado guapa para estar allí, y demasiado lista como para no sacar tajada, disfrutando de la mirada de dos parroquianos los cuales la invitarían a cerveza y licores, con el fin de emborracharla y poder aprovecharse de ella. Pero, como ya se había dicho, era demasiado lista.
"Un mes. Un mes entero y ni rastro."
Lo había hecho a propósito, de eso estaba seguro. Cambiar de nombre era fácil, ¿pero cambiar de aroma? Eso ya era otro cantar. Diana lo conocía bien; bastante bien como para saber de su naturaleza maldita. "En buen momento le dije que, allá donde fuera, la encontraría". No le hizo falta contar dos y dos para saber a qué se refería: un can es un can, da igual la familia de donde procedía ni su legado. Un can es un can.
Tras los acontecimientos en Londres, Grey se pasó todo un mes buscando por París la presencia de aquella mujer cuyo paradero, al parecer era la misma tumba, según la migas de pan que fue dejando tras de si. Una muerte falsa, ¿a quién pretendía engañar? "Estamos juntos en esta vida por dos factores, y uno mata al otro". Con la jarra llena de nuevo y la cerveza bajando poco a poco por el gaznate, Grey repasó todos los lugares por donde podría estar. Esa taberna era, muy a su pesar, un momento de descanso...
Y entonces, en la parte más alejada del local, alguien empezó a tocar un violín. Un instrumento bien afinado, que hizo mover las orejas al extranjero y sus ojos dispares. Al ver el instrumento se relajó: no estaba a punto de sufrir otro de sus ataques. No estaba a punto de perder el control. Apretó la mano derecha sobre la mesa y la zurda alrededor del ansa de la jarra. Se levantó dejando sobre la mesa los francos para pagar sus bebidas y se dirigió a la salida, tambaleándose de un lado a otro, con una sonrisa adornada con el aroma y los efectos del alcohol.
"Una cerveza más, un descanso más. Y de vuelta al trabajo" se dijo... ¿pero qué trabajo? ¿El suyo propio o el otro por el cual estaba refunfuñando en voz tan baja tan baja que tan solo se escuchaba en su cabeza?
Alguien chocó con él. Se giraron ambos, uno con el puño en alza y cara hastiada y el otro con una sonrisa y una disculpa. Estaba demasiado borracho para ponerse a pelear, y no porque podría perder, sino porque podría llegar a destrozar el local. Necesitaba un descanso, y no lo encontraría entre puños y dientes saltando por el suelo...
La puerta le quedaba cerca. Tan solo necesitaba unos pasos más y alargar el brazo.
Grey maldecía su suerte mirando a través del hueco fondo de una jarra, demasiado vacía para considerarse una jarra. A través del cristal traslúcido y manchado con finas gotas de ruda cerveza, disfrutaba de aquel momento de relajación. Un momento de paz. Un momento de silencio absoluto entre el bullicio típico de una taberna, más si ya pasaba la medianoche. Los pordioseros buscaban un lugar donde esconderse de la insistente lluvia que mecía París en una noche nublada y sin luz. Los maridos desdichados se alejaban de sus mujeres mandonas y tiranas, pidiendo otra jarra más a cuenta de un nombre que jamás existió ni existiría.
Todo a su alrededor iba a cámara lenta.
Grey giró la testa hacia un lado y pudo ver con claridad las gotas de cerveza y saliva que salían dispersadas con la carcajada de un barbudo cincuentón, de cabello cenizo y tez de cobre. Pudo ver la seda al doblarse con el primer vuelto de la falda de una mujer demasiado guapa para estar allí, y demasiado lista como para no sacar tajada, disfrutando de la mirada de dos parroquianos los cuales la invitarían a cerveza y licores, con el fin de emborracharla y poder aprovecharse de ella. Pero, como ya se había dicho, era demasiado lista.
"Un mes. Un mes entero y ni rastro."
Lo había hecho a propósito, de eso estaba seguro. Cambiar de nombre era fácil, ¿pero cambiar de aroma? Eso ya era otro cantar. Diana lo conocía bien; bastante bien como para saber de su naturaleza maldita. "En buen momento le dije que, allá donde fuera, la encontraría". No le hizo falta contar dos y dos para saber a qué se refería: un can es un can, da igual la familia de donde procedía ni su legado. Un can es un can.
Tras los acontecimientos en Londres, Grey se pasó todo un mes buscando por París la presencia de aquella mujer cuyo paradero, al parecer era la misma tumba, según la migas de pan que fue dejando tras de si. Una muerte falsa, ¿a quién pretendía engañar? "Estamos juntos en esta vida por dos factores, y uno mata al otro". Con la jarra llena de nuevo y la cerveza bajando poco a poco por el gaznate, Grey repasó todos los lugares por donde podría estar. Esa taberna era, muy a su pesar, un momento de descanso...
Y entonces, en la parte más alejada del local, alguien empezó a tocar un violín. Un instrumento bien afinado, que hizo mover las orejas al extranjero y sus ojos dispares. Al ver el instrumento se relajó: no estaba a punto de sufrir otro de sus ataques. No estaba a punto de perder el control. Apretó la mano derecha sobre la mesa y la zurda alrededor del ansa de la jarra. Se levantó dejando sobre la mesa los francos para pagar sus bebidas y se dirigió a la salida, tambaleándose de un lado a otro, con una sonrisa adornada con el aroma y los efectos del alcohol.
"Una cerveza más, un descanso más. Y de vuelta al trabajo" se dijo... ¿pero qué trabajo? ¿El suyo propio o el otro por el cual estaba refunfuñando en voz tan baja tan baja que tan solo se escuchaba en su cabeza?
Alguien chocó con él. Se giraron ambos, uno con el puño en alza y cara hastiada y el otro con una sonrisa y una disculpa. Estaba demasiado borracho para ponerse a pelear, y no porque podría perder, sino porque podría llegar a destrozar el local. Necesitaba un descanso, y no lo encontraría entre puños y dientes saltando por el suelo...
La puerta le quedaba cerca. Tan solo necesitaba unos pasos más y alargar el brazo.
Sloan Cromwell- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 09/07/2013
Edad : 37
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Te estaba buscando (Evelyn Wright)
Que el ser humano sea inverosímil es un hecho. Y que la casualidad no existe, otro. Siendo lo segundo más certero que lo primero y lo más sencillo de demostrar. Algunos pueden centrarse en la relatividad del tiempo, el espacio y el conjunto de acciones que pueden desarrollarse entre ambas variables, pero pocos, muy pocos, son los atrevidos que no temen enfrentarse a la “casualidad”. Ilusos todos aquellos que huyen del azar, pues, cuando el Destino decide que los encuentros deben producirse a su merced, es el propio azar quien busca y captura a las víctimas de turno, reuniéndolas en escenarios confusos, sorprendentes e inesperados. Y como todo… El principio se origina con aquel pequeño detalle que no podemos controlar, que no depende de nuestra razón, o fuerza. Y ese detalle, con nombre y apellidos reconocidos, era justamente lo que había fallado en aquella noche en la que debía hallarse un rayo de luz que debía iluminar uno de los rincones oscuros de la más ardua cuestión que podía atarme a las entrañas de una París indomable, porque, todo sea dicho, la esperanza parecía permanecer en un estado catatónico desde hacía décadas desconocidas.
Sí, los imprevistos también forman parte del juego del Destino. Y, viendo lo que podían ver mis agitados ojos, la partida no se estaba dando a mi favor, ni mucho menos. Lo que no quería anunciar una derrota, pues, como bien he mencionado antes, estaba en el principio. Y ya sabe que todo principio exige un final, y por suerte, o por desgracia, mi final quedaba algo lejos y la más mínima oportunidad podía brindarme una ventaja con respeto a mi contrincante. O eso quería pensar… Bien podrían denominarlo… ¿Resignación? ¿Y qué menos? ¿Saben lo difícil que puede ser intentar encontrar a alguien sin mapa, ni indicaciones fijas que ayuden en la labor? Rumores, rumores y más rumores… Me llevaban y me traían, pero ninguno decía nada de lo que necesitaba oír. ¿Cómo iba a desfogarme si no era capaz de encontrarle entre la multitud que se desplegaba ante mí? Pero no podía rendirme. Había pagado un precio muy alto como para rechazar la realidad sin más.
Bueno, podía aceptar que mi compañera de fatigas me dejase plantada en mi importante cita nocturna. Podía tolerar que los participantes de dicha cita propusieran tratos poco ortodoxos para regalarme sus “valiosas” palabras… Y, por supuesto, podía venderme al mejor postor si con ello conseguía prolongar el rastro de ese maldito nombre: Czes. Por poder podía hacer tantísimas cosas… Y un claro ejemplo era mi presencia frente a la puerta de la taberna donde tendría lugar aquel encuentro pactado entre “caballeros” y cortesanas. ¿Las diferencias? De ser cuatro, habíamos pasado a ser tres por sorpresas de la vida. Mucho trabajo, ¿no creen? No es que no pudiese con ellos, es que era muy descarado (hasta para mí) extraer información dentro de un trío tan excéntrico como el que se me planteaba. Y de momento, de momento… No podía llamar demasiado la atención así que… No. Me urgía dar con una colaboración voluntaria, entendiéndose el concepto “voluntaria” por “bien pagada”.
-Perfecto. Allá vamos, Evelyn.
Respiré hondo. Muy hondo. Demasiado hondo. Aparté la oscura capucha que ocultaba aquel rostro preparado para la mejor de sus actuaciones y sonreí. Bajo el discreto techo que asomaba por encima de la robusta puerta de la taberna, me resguardé unos segundos, los suficientes para librarme de alguna que otra gota de agua, procedente de la lluvia indecente que azotaba a la ciudad. Me había adelantado los minutos precisos para preparar el terreno antes de que los acompañantes aparecieran con sus enérgicas ganas de “fiesta” y todo se convirtiera en un desastre, y, por ende, en una pérdida absurda de un posible y fructífero avance. El asunto era simple: contratar a una ayudante que distrajese a uno de los hombres en cuestión, mientras yo me ocupaba de lo verdaderamente importante. ¿Qué podía salir mal? El lugar estaría repleto de mujeres dispuestas a ganarse alguna que otra moneda. Sería entrar, coser y cantar. O, llegar y besar el santo. Según se apreciara. Pero... Sí, sí. Fácil, fácil y fácil. Un suspiro susurrado, un brazo alargado para tomar la puerta, una entrada serena…
-Todo está controlado… - y… ¿Choque? – Disculpad. – cabeza levantada y… Visión. ¿Grey? Esperen… Oh, no… Oh, no… ¡Terrible visión! ¡Horrible visión! No, no, no, no… En su defecto, nada estaba controlado, nada, pero nada de nada. Abrir la puerta y tropezarte con quien nunca debes tropezar es un error… ¡Una señal de mal agüero! ¿Cómo iba a estar eso dentro de mi control? Me pregunto si es necesario aclarar que me quedé totalmente paralizada bajo el umbral de la mismísima entrada, haciendo desaparecer la sonrisa de mis labios y abriendo los ojos de par en par como si no hubiese límite para observarle. – Diavole…
¡Diavole! Y tanto. ¿Qué estaba haciendo allí? ¡Señores y Señoras! ¿Por qué estaba allí? Era imposible. ¿Sería mi imaginación? No. Otro imposible. No había bebido licor alguno, ni degustado placer antiguo. No podía ser eso. ¿Y entonces? ¿Qué más daba? No sé por qué, ni cuándo, pero la reacción fue casi infantil. Las manos acudieron a la capucha nuevamente para volver a ocultar lo que debía mostrar. Obvio era: si no le veía, no me vería. Y ahora podía empujarle e ignorarle y continuar, o voltearme y correr hasta el callejón más próximo. De acuerdo, la sorpresa me había cohibido y eso no ayudaba a decidirse. Así que nada, a taponar la entrada con la mirada desviada…
¿Casualidad? No, eso no existe... No existe. ¿Por qué estaba allí?
Sí, los imprevistos también forman parte del juego del Destino. Y, viendo lo que podían ver mis agitados ojos, la partida no se estaba dando a mi favor, ni mucho menos. Lo que no quería anunciar una derrota, pues, como bien he mencionado antes, estaba en el principio. Y ya sabe que todo principio exige un final, y por suerte, o por desgracia, mi final quedaba algo lejos y la más mínima oportunidad podía brindarme una ventaja con respeto a mi contrincante. O eso quería pensar… Bien podrían denominarlo… ¿Resignación? ¿Y qué menos? ¿Saben lo difícil que puede ser intentar encontrar a alguien sin mapa, ni indicaciones fijas que ayuden en la labor? Rumores, rumores y más rumores… Me llevaban y me traían, pero ninguno decía nada de lo que necesitaba oír. ¿Cómo iba a desfogarme si no era capaz de encontrarle entre la multitud que se desplegaba ante mí? Pero no podía rendirme. Había pagado un precio muy alto como para rechazar la realidad sin más.
Bueno, podía aceptar que mi compañera de fatigas me dejase plantada en mi importante cita nocturna. Podía tolerar que los participantes de dicha cita propusieran tratos poco ortodoxos para regalarme sus “valiosas” palabras… Y, por supuesto, podía venderme al mejor postor si con ello conseguía prolongar el rastro de ese maldito nombre: Czes. Por poder podía hacer tantísimas cosas… Y un claro ejemplo era mi presencia frente a la puerta de la taberna donde tendría lugar aquel encuentro pactado entre “caballeros” y cortesanas. ¿Las diferencias? De ser cuatro, habíamos pasado a ser tres por sorpresas de la vida. Mucho trabajo, ¿no creen? No es que no pudiese con ellos, es que era muy descarado (hasta para mí) extraer información dentro de un trío tan excéntrico como el que se me planteaba. Y de momento, de momento… No podía llamar demasiado la atención así que… No. Me urgía dar con una colaboración voluntaria, entendiéndose el concepto “voluntaria” por “bien pagada”.
-Perfecto. Allá vamos, Evelyn.
Respiré hondo. Muy hondo. Demasiado hondo. Aparté la oscura capucha que ocultaba aquel rostro preparado para la mejor de sus actuaciones y sonreí. Bajo el discreto techo que asomaba por encima de la robusta puerta de la taberna, me resguardé unos segundos, los suficientes para librarme de alguna que otra gota de agua, procedente de la lluvia indecente que azotaba a la ciudad. Me había adelantado los minutos precisos para preparar el terreno antes de que los acompañantes aparecieran con sus enérgicas ganas de “fiesta” y todo se convirtiera en un desastre, y, por ende, en una pérdida absurda de un posible y fructífero avance. El asunto era simple: contratar a una ayudante que distrajese a uno de los hombres en cuestión, mientras yo me ocupaba de lo verdaderamente importante. ¿Qué podía salir mal? El lugar estaría repleto de mujeres dispuestas a ganarse alguna que otra moneda. Sería entrar, coser y cantar. O, llegar y besar el santo. Según se apreciara. Pero... Sí, sí. Fácil, fácil y fácil. Un suspiro susurrado, un brazo alargado para tomar la puerta, una entrada serena…
-Todo está controlado… - y… ¿Choque? – Disculpad. – cabeza levantada y… Visión. ¿Grey? Esperen… Oh, no… Oh, no… ¡Terrible visión! ¡Horrible visión! No, no, no, no… En su defecto, nada estaba controlado, nada, pero nada de nada. Abrir la puerta y tropezarte con quien nunca debes tropezar es un error… ¡Una señal de mal agüero! ¿Cómo iba a estar eso dentro de mi control? Me pregunto si es necesario aclarar que me quedé totalmente paralizada bajo el umbral de la mismísima entrada, haciendo desaparecer la sonrisa de mis labios y abriendo los ojos de par en par como si no hubiese límite para observarle. – Diavole…
¡Diavole! Y tanto. ¿Qué estaba haciendo allí? ¡Señores y Señoras! ¿Por qué estaba allí? Era imposible. ¿Sería mi imaginación? No. Otro imposible. No había bebido licor alguno, ni degustado placer antiguo. No podía ser eso. ¿Y entonces? ¿Qué más daba? No sé por qué, ni cuándo, pero la reacción fue casi infantil. Las manos acudieron a la capucha nuevamente para volver a ocultar lo que debía mostrar. Obvio era: si no le veía, no me vería. Y ahora podía empujarle e ignorarle y continuar, o voltearme y correr hasta el callejón más próximo. De acuerdo, la sorpresa me había cohibido y eso no ayudaba a decidirse. Así que nada, a taponar la entrada con la mirada desviada…
¿Casualidad? No, eso no existe... No existe. ¿Por qué estaba allí?
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: Te estaba buscando (Evelyn Wright)
Los pasos eran erráticos y su presencia tambaleante.
Que el mundo girara a una velocidad inferior no significaba que se estuviera ralentizando el tiempo; más bien sus sentidos se estaban embotando; su cabeza estaba embotada; su sombra era difusa y no tenía proyección... o al menos él no la veía. Cada paso que daba hacia la salida era un esfuerzo inhumano por no besar el suelo. Y allí, sobre un barril vacío pero decorativo, estaba el perro de pelaje blanco y esmoquin negro, observándolo y sonriendo altivo con un vaso de... ¿eso era leche? No, no lo era: la había sustituido por un licor de arroz, blanco también pero infinitamente más fuerte que la leche. Lo estaba mirando con los ojos huidizos y meciéndose de un lado a otro.
"Claro. Está borracho. Estoy borracho". Fue el único raciocinio decente que tendría en toda la noche mientras se acercaba al barril, apoyándose en él con el codo izquierdo y sonriendo al can.
Que no se diga que usted no sabe qué beber, señor Cromwell.
- Que no se diga que tienes poco aguante, Roderick.
¿Cómo? Discúlpeme. ¡Dissssscúlpeme usted, señor Cromwell! Pero eh aquí que vuestra merced es el único... ÚNICO culpable de que esté así. ¿Cómo puedo aconsejarle, si me deja congestionado de bebercio?
- No me culpes a mí: culpa al barman por no dejar de servirme.
Claaaaro claro... oiga, y ya que está usted aquí, en mi presencia... ¿No iba usted a marcharse?
- ¿Qué prisa hay?
Bueno, digamos que los demás parroquianos se están preguntando si está usted en sus cabales, hablándole a un barril vacío y sonriendo como un tonto.
Se giró el hombre hacia los demás, con las manos apoyadas en el tonel y levantando una costosamente a modo de saludo y llamando la atención.
- ¡Estoy borracho! He dicho...
Una salva de risas y aplausos ante la declaración del encapuchado fue salida suficiente como para abandonar definitivamente la taberna. La puerta estaba a tan solo unos centímetros de distancia. Alargar el brazo, coger el pomo, girarlo y ya estaría fuera. Ya estaría de vuelta a las calles y bajo la lluvia tempestiva.
- Disculpad.
El choque lo cogió de improviso. Se tambaleó dos pasos hacia un lado, levantando las manos y los brazos para darse equilibrio y no caerse sobre el empedrado mojado de la calle. Cerró los ojos y parpadeó, con su sonrisa ebria pidiendo disculpas. Estando sobrio jamás se habría disculpado, ¿pero borracho? Eso era otro cantar. Si estando apartado de la bebida su cabeza era ya de por si un mar caótico lleno de personalidades, estando borracho era un batido sacudido in eternis. A saber qué te salía y con qué te salía.
Apretó con fuerza los párpados para poder enfocar con más precisión la mancha humana y borrosa que tenía ante sus narices. Era una cabellera oscura... y le sonaba mucho. Eran unos ojos luminosos de jade... le sonaban mucho. Eran unos labios... no, los labios no alcanzó al verlos. Y el aroma... el aroma le era desconocido, pero también le era difícil distinguirlo de un meado de burra: como hemos dicho en anterioridad, tenía los sentidos embotados, y el del olfato aun más. Así pues la dejó pasar-
- Diavole...
Fue como un torrente de imágenes y recuerdos. Sensaciones y sentimientos desconocidos una vez más. Fue como si lo arrollara un tren, o le pasara por encima un barco de pesca. La imagen de su querida Diana Stevenson acudió rauda a su encuentro. Su tacto, su pelo oscuro. Sus ojos de jade y sus labios... sus labios siempre tan apetitosos. Sus manos finas y su tacto suave y sedoso. Su sonrisa mordaz y su ingenio explosivo. Todo ello vino acompañado de un sin fin de encuentros. Recuerdos y más recuerdos. Los ojos se le abrieron de par en par y se quedó boquiabierto.
-Di... - susurró. Se giró al instante, agarró de los hombros a la fémina y la puso contra la pared. Apartó la capucha y la miró muy, muy de cerca. Tan cerca que podía distinguir lo único que no podía haber cambiado en todo este tiempo: el aroma de su boca. Su aliento. Sonrió cuando la reconoció y dejó escapar una respiración apagada y forzosa. - Di... Di... - no dejaba de repetir mientras su mano acariciaba la mejilla de la joven. - Tanto tiempo que te he buscado... Di... Di... - estaba medio ido, fruto de la borrachera y del reencuentro. - Tanto tanto tiempo... que no me creo que seas tú... No me creo... Tal vez no seas tú, y en realidad eres otra... Tal vez no eres tú y eres tú... ¿pero sabes? Te he buscado... si, si si, te he buscado todo este tiempo porque no podías estar muerta... no podías. No no no, era imposible. ¿Sabes? Lo sabes... sabes que haría cualquier cosa por ti, mi Di... lo sabes y lo se... que soy tuyo y siempre lo seré... y que por ti... ¡cualquier cosa! Cualquier cosa... por ti...
Sonreía como sonreían los borrachos pero, al menos, este era un borracho tremendamente feliz.
Que el mundo girara a una velocidad inferior no significaba que se estuviera ralentizando el tiempo; más bien sus sentidos se estaban embotando; su cabeza estaba embotada; su sombra era difusa y no tenía proyección... o al menos él no la veía. Cada paso que daba hacia la salida era un esfuerzo inhumano por no besar el suelo. Y allí, sobre un barril vacío pero decorativo, estaba el perro de pelaje blanco y esmoquin negro, observándolo y sonriendo altivo con un vaso de... ¿eso era leche? No, no lo era: la había sustituido por un licor de arroz, blanco también pero infinitamente más fuerte que la leche. Lo estaba mirando con los ojos huidizos y meciéndose de un lado a otro.
"Claro. Está borracho. Estoy borracho". Fue el único raciocinio decente que tendría en toda la noche mientras se acercaba al barril, apoyándose en él con el codo izquierdo y sonriendo al can.
Que no se diga que usted no sabe qué beber, señor Cromwell.
- Que no se diga que tienes poco aguante, Roderick.
¿Cómo? Discúlpeme. ¡Dissssscúlpeme usted, señor Cromwell! Pero eh aquí que vuestra merced es el único... ÚNICO culpable de que esté así. ¿Cómo puedo aconsejarle, si me deja congestionado de bebercio?
- No me culpes a mí: culpa al barman por no dejar de servirme.
Claaaaro claro... oiga, y ya que está usted aquí, en mi presencia... ¿No iba usted a marcharse?
- ¿Qué prisa hay?
Bueno, digamos que los demás parroquianos se están preguntando si está usted en sus cabales, hablándole a un barril vacío y sonriendo como un tonto.
Se giró el hombre hacia los demás, con las manos apoyadas en el tonel y levantando una costosamente a modo de saludo y llamando la atención.
- ¡Estoy borracho! He dicho...
Una salva de risas y aplausos ante la declaración del encapuchado fue salida suficiente como para abandonar definitivamente la taberna. La puerta estaba a tan solo unos centímetros de distancia. Alargar el brazo, coger el pomo, girarlo y ya estaría fuera. Ya estaría de vuelta a las calles y bajo la lluvia tempestiva.
- Disculpad.
El choque lo cogió de improviso. Se tambaleó dos pasos hacia un lado, levantando las manos y los brazos para darse equilibrio y no caerse sobre el empedrado mojado de la calle. Cerró los ojos y parpadeó, con su sonrisa ebria pidiendo disculpas. Estando sobrio jamás se habría disculpado, ¿pero borracho? Eso era otro cantar. Si estando apartado de la bebida su cabeza era ya de por si un mar caótico lleno de personalidades, estando borracho era un batido sacudido in eternis. A saber qué te salía y con qué te salía.
Apretó con fuerza los párpados para poder enfocar con más precisión la mancha humana y borrosa que tenía ante sus narices. Era una cabellera oscura... y le sonaba mucho. Eran unos ojos luminosos de jade... le sonaban mucho. Eran unos labios... no, los labios no alcanzó al verlos. Y el aroma... el aroma le era desconocido, pero también le era difícil distinguirlo de un meado de burra: como hemos dicho en anterioridad, tenía los sentidos embotados, y el del olfato aun más. Así pues la dejó pasar-
- Diavole...
Fue como un torrente de imágenes y recuerdos. Sensaciones y sentimientos desconocidos una vez más. Fue como si lo arrollara un tren, o le pasara por encima un barco de pesca. La imagen de su querida Diana Stevenson acudió rauda a su encuentro. Su tacto, su pelo oscuro. Sus ojos de jade y sus labios... sus labios siempre tan apetitosos. Sus manos finas y su tacto suave y sedoso. Su sonrisa mordaz y su ingenio explosivo. Todo ello vino acompañado de un sin fin de encuentros. Recuerdos y más recuerdos. Los ojos se le abrieron de par en par y se quedó boquiabierto.
-Di... - susurró. Se giró al instante, agarró de los hombros a la fémina y la puso contra la pared. Apartó la capucha y la miró muy, muy de cerca. Tan cerca que podía distinguir lo único que no podía haber cambiado en todo este tiempo: el aroma de su boca. Su aliento. Sonrió cuando la reconoció y dejó escapar una respiración apagada y forzosa. - Di... Di... - no dejaba de repetir mientras su mano acariciaba la mejilla de la joven. - Tanto tiempo que te he buscado... Di... Di... - estaba medio ido, fruto de la borrachera y del reencuentro. - Tanto tanto tiempo... que no me creo que seas tú... No me creo... Tal vez no seas tú, y en realidad eres otra... Tal vez no eres tú y eres tú... ¿pero sabes? Te he buscado... si, si si, te he buscado todo este tiempo porque no podías estar muerta... no podías. No no no, era imposible. ¿Sabes? Lo sabes... sabes que haría cualquier cosa por ti, mi Di... lo sabes y lo se... que soy tuyo y siempre lo seré... y que por ti... ¡cualquier cosa! Cualquier cosa... por ti...
Sonreía como sonreían los borrachos pero, al menos, este era un borracho tremendamente feliz.
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Re: Te estaba buscando (Evelyn Wright)
Evelyn, querida… ¿Por qué estás esperando la disculpa de un hombre al que no deberías prestar atención? Mmm… No, disculpen, no debería ser así el interrogante planteado frente a la situación recién adoptada… A ver, mi joven pupila perdida… ¿Por qué estás esperando la disculpa de un hombre estúpido, engreído y lunático, al que no deberías prestar atención y el cual está a punto de echar a perder todo lo que has construido en su ausencia? Porque… ¿Porque…? Porque yo… ¿Porque tú…? A lo mejor… ¿A lo mejor…? Chica, nos irá mejor a ambas si te decides por terminar las frases, ¿sabes? Es mi consejo del día. Veamos… ¿Por qué? Porque soy igual de estúpida, engreída y lunática que él… ¿Quieres mi segundo consejo del día? Di. Date la vuelta, no esperes ni un segundo más y regresa cuando no esté. No puedes flaquear por volver a ver a esta… Maldita aparición. ¡Reacciona!
Y tenía razón. Me gustase o no, la tenía. Aquel subconsciente, el mío, había aflorado para avisarme y cederme la motivación adecuada como para decidir cómo hacer frente a la sorpresa que el Destino se había empeñado en regalarme. Sí, bien aburrido debía de estar para molestar con tanta precisión al resto de personas que sobrevivían de poco a mucho, o de poco a nada. Así que a ello procedí… Juro que estaba a medias de voltearme y fingir no haber estado nunca delante suya, habiéndole incitado a un contacto fortuito con el que no había contado dentro de mis planes nocturnos. Podía jurar, y perjurar, ¿y para qué? Para que todo quedase en balde, en saco roto, en la desesperación de ver mi huida truncada por la obligada prisión que aquella “bestia” ejercía sobre mí, arrinconándome contra la pared y su propio cuerpo, con el único objetivo de corresponder a una curiosidad que parecía ahogarle, desenmascarándome con urgencia y poca elegancia. Presto, demasiado presto...
Me miraba mientras yo intentaba evitar la profundidad de sus ojos. Me examinaba pese exteriorizar mi rechazo revolviéndome en el reducido espacio delimitado. Sonrió y su sonrisa me estremeció confusamente, alterando cada sentido, instigando a las defensas que oraban a la razón por mantenerse en pie para salir victoriosas del siguiente ataque. Porque sus actos, sus movimientos, el tono de su voz, incluso ese olor a borracho corriente que desprendía, suponían ataques certeros, mortíferos, que hacían que toda mi fortaleza se tambaleara y los pilares comenzaran a crujir por el temor de no poder soportar el peso de la culpa, el remordimiento y la ira aguardada en un corazón que se había detenido hacia más de seis meses… Por favor… ¿Cuánto tiempo pude haber añorado su recuerdo? ¿Cuánto? Pudiera ser que no el suficiente, pues, sus dos errores posteriores, le costarían caro, haciendo que la romántica nostalgia dedicada se sacrificara y se esfumara para dejar que entrase en acción a la distancia más sentida y la arrogancia más gélida.
No debió propiciar caricia alguna que recuperase recuerdos que nunca debían de haber regresado para golpear mi noción actual como lo hacían. No debió pronunciar, y recalcar, ese diminutivo que había dejado de existir. Di, no era nadie. Un cadáver, polvo que había regresado al polvo. No podía buscarla, ni encontrarla, ni ayudarla. Simplemente no podía porque no había nada que hacer por alguien que ya no tenía lugar entre los vivos. Daba igual cuánto dijese hacia ella, o por ella, o qué palabras, promesas y calumnias, utilizase. No quería escucharle. No quería que nadie de la taberna sospechase de las “confesiones” de un colgado que no tenía sitio oficial en una ciudad tan desconocida como aquella.
Fue rápido e intenso, como todo solía funcionar con él. Una mano, la izquierda, o la derecha, no podía recordar con exactitud cuál fue, pero una de las dos apartó con brusquedad la suya del tacto de mi rostro, bajo una mirada llena de odio y tristeza encendida. Una inclinación sobre su oído se sucedió para aclararle un par de aspectos en una hilera susurrante que bien podía conocer y esperaba, dada su embriaguez, que retuviese en su desquiciada mente.
-¿Otra vez viendo fantasmas donde no los hay, Diavole? Seguís tan borracho como de costumbre, ¿eh? Pobre ignorante... – fue provocadora la expresión de un rostro a merced de un cuerpo que temblaba tras su apariencia fuerte y segura, la que encaró al suyo para permanecer a unos escasos centímetros de sus labios. – Si volvéis a pronunciar ese nombre, os juro que os arrancaré la lengua. Si no sabéis usarla, ¿para qué la necesitáis? Y si volvéis a tocarme… Lo siguiente que os cortaré no serán solamente vuestras estrepitosas manos… No tentéis a vuestra suerte, mi Señor… - retomando la lejanía, ambas manos se colocaron sobre su pecho para aprisionar con fuerza su camisa y… Ups… Un poco de impulso y, gracias a su supuesta falta de reflejos que ya había comprobado segundos antes (porque de otro modo no se hubiese producido), el rodillazo en su entrepierna fue el elemento discordante y final para que me soltase, y pudiera separarme de él al tiempo que se centraba en su inoportuno “dolor”.
Me eché a un lado, sacudiéndome e intentando recuperar nerviosamente la compostura. No fue un acto discreto. Para nada. Lo sé. Quizás, el jaleo propio que efectué alteró el buen ambiente de la taberna. En especial, se apoderó de la atención del dueño de la misma, personaje grato que ya conocía a esta “inocente” meretriz.
-Tocar y mirar no se pagan por igual. Y vos, un vagabundo más, no disfrutáis del suficiente dinero, y portento, como para ganaros ni un solo minuto de mis servicios. Buscaros a otra mujer que desee ser vuestra distracción y cumpla esas fantasías que gritáis con nombre ajeno. Conmigo no tenéis nada que hacer. Me confundís de persona. De ilusión. Beber no os sienta del todo bien...
Mentira, mentira y mentira. Pero era lo que había. Una sonrisa soberbia en exclusiva para su inestimable persona y los primeros pasos rumbo a la barra. ¿No tenía que encontrar a una muchacha? Sí, pero lo primero era esconderse de él, de la Sombra Gris… Por nuestro bien.
Y tenía razón. Me gustase o no, la tenía. Aquel subconsciente, el mío, había aflorado para avisarme y cederme la motivación adecuada como para decidir cómo hacer frente a la sorpresa que el Destino se había empeñado en regalarme. Sí, bien aburrido debía de estar para molestar con tanta precisión al resto de personas que sobrevivían de poco a mucho, o de poco a nada. Así que a ello procedí… Juro que estaba a medias de voltearme y fingir no haber estado nunca delante suya, habiéndole incitado a un contacto fortuito con el que no había contado dentro de mis planes nocturnos. Podía jurar, y perjurar, ¿y para qué? Para que todo quedase en balde, en saco roto, en la desesperación de ver mi huida truncada por la obligada prisión que aquella “bestia” ejercía sobre mí, arrinconándome contra la pared y su propio cuerpo, con el único objetivo de corresponder a una curiosidad que parecía ahogarle, desenmascarándome con urgencia y poca elegancia. Presto, demasiado presto...
Me miraba mientras yo intentaba evitar la profundidad de sus ojos. Me examinaba pese exteriorizar mi rechazo revolviéndome en el reducido espacio delimitado. Sonrió y su sonrisa me estremeció confusamente, alterando cada sentido, instigando a las defensas que oraban a la razón por mantenerse en pie para salir victoriosas del siguiente ataque. Porque sus actos, sus movimientos, el tono de su voz, incluso ese olor a borracho corriente que desprendía, suponían ataques certeros, mortíferos, que hacían que toda mi fortaleza se tambaleara y los pilares comenzaran a crujir por el temor de no poder soportar el peso de la culpa, el remordimiento y la ira aguardada en un corazón que se había detenido hacia más de seis meses… Por favor… ¿Cuánto tiempo pude haber añorado su recuerdo? ¿Cuánto? Pudiera ser que no el suficiente, pues, sus dos errores posteriores, le costarían caro, haciendo que la romántica nostalgia dedicada se sacrificara y se esfumara para dejar que entrase en acción a la distancia más sentida y la arrogancia más gélida.
No debió propiciar caricia alguna que recuperase recuerdos que nunca debían de haber regresado para golpear mi noción actual como lo hacían. No debió pronunciar, y recalcar, ese diminutivo que había dejado de existir. Di, no era nadie. Un cadáver, polvo que había regresado al polvo. No podía buscarla, ni encontrarla, ni ayudarla. Simplemente no podía porque no había nada que hacer por alguien que ya no tenía lugar entre los vivos. Daba igual cuánto dijese hacia ella, o por ella, o qué palabras, promesas y calumnias, utilizase. No quería escucharle. No quería que nadie de la taberna sospechase de las “confesiones” de un colgado que no tenía sitio oficial en una ciudad tan desconocida como aquella.
Fue rápido e intenso, como todo solía funcionar con él. Una mano, la izquierda, o la derecha, no podía recordar con exactitud cuál fue, pero una de las dos apartó con brusquedad la suya del tacto de mi rostro, bajo una mirada llena de odio y tristeza encendida. Una inclinación sobre su oído se sucedió para aclararle un par de aspectos en una hilera susurrante que bien podía conocer y esperaba, dada su embriaguez, que retuviese en su desquiciada mente.
-¿Otra vez viendo fantasmas donde no los hay, Diavole? Seguís tan borracho como de costumbre, ¿eh? Pobre ignorante... – fue provocadora la expresión de un rostro a merced de un cuerpo que temblaba tras su apariencia fuerte y segura, la que encaró al suyo para permanecer a unos escasos centímetros de sus labios. – Si volvéis a pronunciar ese nombre, os juro que os arrancaré la lengua. Si no sabéis usarla, ¿para qué la necesitáis? Y si volvéis a tocarme… Lo siguiente que os cortaré no serán solamente vuestras estrepitosas manos… No tentéis a vuestra suerte, mi Señor… - retomando la lejanía, ambas manos se colocaron sobre su pecho para aprisionar con fuerza su camisa y… Ups… Un poco de impulso y, gracias a su supuesta falta de reflejos que ya había comprobado segundos antes (porque de otro modo no se hubiese producido), el rodillazo en su entrepierna fue el elemento discordante y final para que me soltase, y pudiera separarme de él al tiempo que se centraba en su inoportuno “dolor”.
Me eché a un lado, sacudiéndome e intentando recuperar nerviosamente la compostura. No fue un acto discreto. Para nada. Lo sé. Quizás, el jaleo propio que efectué alteró el buen ambiente de la taberna. En especial, se apoderó de la atención del dueño de la misma, personaje grato que ya conocía a esta “inocente” meretriz.
-Tocar y mirar no se pagan por igual. Y vos, un vagabundo más, no disfrutáis del suficiente dinero, y portento, como para ganaros ni un solo minuto de mis servicios. Buscaros a otra mujer que desee ser vuestra distracción y cumpla esas fantasías que gritáis con nombre ajeno. Conmigo no tenéis nada que hacer. Me confundís de persona. De ilusión. Beber no os sienta del todo bien...
Mentira, mentira y mentira. Pero era lo que había. Una sonrisa soberbia en exclusiva para su inestimable persona y los primeros pasos rumbo a la barra. ¿No tenía que encontrar a una muchacha? Sí, pero lo primero era esconderse de él, de la Sombra Gris… Por nuestro bien.
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: Te estaba buscando (Evelyn Wright)
Por un momento lo pensó. Por un segundo sopesó la posibilidad de que en verdad fuera un fantasma. Un demonio interior que había anidado en su cabeza durante demasiado tiempo y que, al fin, floreció.
Lo pensó... hasta que llegó el rodillazo e hizo que viera las estrellas. Por mucha musculatura, resistencia o en su caso, su extraordinaria capacidad para soportar el dolor... un rodillazo en la entrepierna era un rodillazo de la entrepierna. Por ello exhaló. Dejó que se le escapara todo el aire de sus pulmones en un doloroso y sonoro ahogamiento mientras intentaba recuperarlo a la vez. Intentó aferrarse a alguna parte de su perfecto cuerpo, de sus ropas... pero lo máximo que pudo alcanzar fue su aroma desprendida, quedando así tumbado en el suelo con una mano en la entrepierna y la mejilla contra el suelo. Pudo escuchar la burla de alguna pareja que pasara cerca de la taberna y viera aquella escena. Sin embargo Grey no se enfadó. ¿Cómo hacerlo? No veía motivos para enfadarse con esa pareja ni siquiera borracho como iba. Apoyó una mano contra el suelo y se giró... solo para quedar boca arriba y ver que su Di ya no estaba.
"Ya no está - se dijo - Di ya no está. Murió entonces. Ya no es Di - se repetía una y otra vez, las palabras de la mujer. Sonrió tras pensarlo detenidamente - pero es Di". Acarició el suelo con la zurda para saber si seguía perdido en alguna ilusión montada por su cabeza o de verdad estaba donde estaba y había visto a quien había visto. Podría cambiar de aroma, de nombre, de vida... pero seguía siendo aquella mujer que conseguía hacer latir su corazón. Sonrió más cuando a su cabeza, ebria de alcohol llegaron flashes de cuando se conocieron y de su posterior "enfrentamiento". El cambio de rumbo que tomó su vida y como poco a poco... ¿Cómo podía olvidarlo todo? ¿Cómo podría siquiera alejarse por miedo de perder manos, lengua o cualquier otra cosa? "Cualquier pago es razonable por estar tan solo un segundo a su lado".
No sabía si eran los muslos o los pies lo que le pesaba. No sabía si era su cabeza que empezaba a sentir los efectos nocivos de emborracharse. Pero fuera lo que fuera, no le importaba: la zurda besó el suelo y su brazo hizo fuerza para levantar su pesado cuerpo. Una rodilla hincada y la otra imitándola. El cabello le caía en cascada por delante de su rostro y casi no le dejaba ver. Terminó por levantarse, tambaleante y pesado, con la obligación de apoyarse contra la primera pared que encontró. "Si saco un pitillo... seguro que me lo como..." Podría estar borracho pero, aun así era capaz de razonar con cierta lógica.
"¿Para qué? - se decía - Todo este viaje, este cambio... ¿para abandonar por un simple rodillazo? - se le ensanchó la sonrisa. - Cambiemos de historia entonces." Si era verdad que Diana Stevenson ya no existía, que había muerto allá en Londres, entonces no le quedaba otra que conocer a la nueva. Pese a lo que le dijera Grey sabía lo que había visto en sus ojos. Conocía demasiado bien ese sentimiento como para pasarlo por alto. Con una mano agarró el mango de la puerta y con la otra se apoyó en el marco, aun algo mermado de motricidad por el rodillazo. Le latían con demasiada insistencia, con demasiado dolor como para no hacerles caso.
Una pierna delante y luego la otra, entró dentro de la taberna, de nuevo, pero esta vez con el objetivo fijado. Se acercó con sigilo como siempre lo hacía, ondeando la capa que le cubría el cuerpo y algo tambaleante hasta que al fin consiguió apoyar ambos codos sobre la barra. Levantó la mirada y el barman lo observó con ojos discretos pero insistentes: no le gustaba mucho que hubiera vuelto. Por alguna razón, a aquel barman no le caía bien Grey.
- Permite que este... "vagabundo" te invite entonces - ladeó la cabeza lo suficiente para mirarla de reojo. Era tan hermosa... tan... perfecta... Sus ojos de jade y sus cabellos oscuros, contrastados por la nívea piel de su cuerpo. Cuanto añoraba el tacto de aquella piel, el sonido de su voz acaramelada que tanto lo estremecía. Sus labios... Tuvo que hacer uso de toda la fuerza de su voluntad para no arrojarse allí y en ese instante sobre ella y decirle cuánto la había echado de menos. Tuvo que hacerlo. Tuvo que retenerse: Roderick lo sostenía agarrando su espalda como a un niño pequeño. - Es lo mínimo que puedo hacer, ¿no? - Su sonrisa se intensificó, mostrando para aquellos ojos expertos que se estaba conteniendo, que estaba jugando con sus reglas. Ella siempre había mantenido el domino sobre él. Y bajo un techo íntimo y unas sábanas deshechas era el momento en que soltaba sus riendas y perdía las propias. En aquellos arrebatos era cuando de verdad se dejaban mostrar tal y como querían mostrarse, sin los tirones de las ligaduras y las malditas riendas. En el fondo, quería que volviera a ser así... pero lo dudaba. Lo dudaba por el momento. - Lo que quiera la señorita lo pagaré yo. Y para mí... más de lo mismo.
Esperó en silencio, con los ojos pegados en sus dedos a que la mujer que tenía a su lado pidiera cuanto quisiera y les fuera servido. Mantenía los ojos quietos para no perderse en su rostro de nuevo. Su sonrisa sin embargo era, como de costumbre, un libro abierto para la morena. Y cuando el barman volvió con sus pedidos, la ocultó bajo la jarra de cerveza que se estaba tomando.
Lo necesitaba. Joder si lo necesitaba.
- Estaba pensando... - prosiguió Grey - que tal vez lo estemos enfocando mal. ¿Y si yo te presto mis servicios? Ya sabes... como compensación, señorita... - si jugaba con sus reglas, necesitaba conocer a la creadora de las reglas. Y para ello necesitaba un nombre.
Lo pensó... hasta que llegó el rodillazo e hizo que viera las estrellas. Por mucha musculatura, resistencia o en su caso, su extraordinaria capacidad para soportar el dolor... un rodillazo en la entrepierna era un rodillazo de la entrepierna. Por ello exhaló. Dejó que se le escapara todo el aire de sus pulmones en un doloroso y sonoro ahogamiento mientras intentaba recuperarlo a la vez. Intentó aferrarse a alguna parte de su perfecto cuerpo, de sus ropas... pero lo máximo que pudo alcanzar fue su aroma desprendida, quedando así tumbado en el suelo con una mano en la entrepierna y la mejilla contra el suelo. Pudo escuchar la burla de alguna pareja que pasara cerca de la taberna y viera aquella escena. Sin embargo Grey no se enfadó. ¿Cómo hacerlo? No veía motivos para enfadarse con esa pareja ni siquiera borracho como iba. Apoyó una mano contra el suelo y se giró... solo para quedar boca arriba y ver que su Di ya no estaba.
"Ya no está - se dijo - Di ya no está. Murió entonces. Ya no es Di - se repetía una y otra vez, las palabras de la mujer. Sonrió tras pensarlo detenidamente - pero es Di". Acarició el suelo con la zurda para saber si seguía perdido en alguna ilusión montada por su cabeza o de verdad estaba donde estaba y había visto a quien había visto. Podría cambiar de aroma, de nombre, de vida... pero seguía siendo aquella mujer que conseguía hacer latir su corazón. Sonrió más cuando a su cabeza, ebria de alcohol llegaron flashes de cuando se conocieron y de su posterior "enfrentamiento". El cambio de rumbo que tomó su vida y como poco a poco... ¿Cómo podía olvidarlo todo? ¿Cómo podría siquiera alejarse por miedo de perder manos, lengua o cualquier otra cosa? "Cualquier pago es razonable por estar tan solo un segundo a su lado".
No sabía si eran los muslos o los pies lo que le pesaba. No sabía si era su cabeza que empezaba a sentir los efectos nocivos de emborracharse. Pero fuera lo que fuera, no le importaba: la zurda besó el suelo y su brazo hizo fuerza para levantar su pesado cuerpo. Una rodilla hincada y la otra imitándola. El cabello le caía en cascada por delante de su rostro y casi no le dejaba ver. Terminó por levantarse, tambaleante y pesado, con la obligación de apoyarse contra la primera pared que encontró. "Si saco un pitillo... seguro que me lo como..." Podría estar borracho pero, aun así era capaz de razonar con cierta lógica.
"¿Para qué? - se decía - Todo este viaje, este cambio... ¿para abandonar por un simple rodillazo? - se le ensanchó la sonrisa. - Cambiemos de historia entonces." Si era verdad que Diana Stevenson ya no existía, que había muerto allá en Londres, entonces no le quedaba otra que conocer a la nueva. Pese a lo que le dijera Grey sabía lo que había visto en sus ojos. Conocía demasiado bien ese sentimiento como para pasarlo por alto. Con una mano agarró el mango de la puerta y con la otra se apoyó en el marco, aun algo mermado de motricidad por el rodillazo. Le latían con demasiada insistencia, con demasiado dolor como para no hacerles caso.
Una pierna delante y luego la otra, entró dentro de la taberna, de nuevo, pero esta vez con el objetivo fijado. Se acercó con sigilo como siempre lo hacía, ondeando la capa que le cubría el cuerpo y algo tambaleante hasta que al fin consiguió apoyar ambos codos sobre la barra. Levantó la mirada y el barman lo observó con ojos discretos pero insistentes: no le gustaba mucho que hubiera vuelto. Por alguna razón, a aquel barman no le caía bien Grey.
- Permite que este... "vagabundo" te invite entonces - ladeó la cabeza lo suficiente para mirarla de reojo. Era tan hermosa... tan... perfecta... Sus ojos de jade y sus cabellos oscuros, contrastados por la nívea piel de su cuerpo. Cuanto añoraba el tacto de aquella piel, el sonido de su voz acaramelada que tanto lo estremecía. Sus labios... Tuvo que hacer uso de toda la fuerza de su voluntad para no arrojarse allí y en ese instante sobre ella y decirle cuánto la había echado de menos. Tuvo que hacerlo. Tuvo que retenerse: Roderick lo sostenía agarrando su espalda como a un niño pequeño. - Es lo mínimo que puedo hacer, ¿no? - Su sonrisa se intensificó, mostrando para aquellos ojos expertos que se estaba conteniendo, que estaba jugando con sus reglas. Ella siempre había mantenido el domino sobre él. Y bajo un techo íntimo y unas sábanas deshechas era el momento en que soltaba sus riendas y perdía las propias. En aquellos arrebatos era cuando de verdad se dejaban mostrar tal y como querían mostrarse, sin los tirones de las ligaduras y las malditas riendas. En el fondo, quería que volviera a ser así... pero lo dudaba. Lo dudaba por el momento. - Lo que quiera la señorita lo pagaré yo. Y para mí... más de lo mismo.
Esperó en silencio, con los ojos pegados en sus dedos a que la mujer que tenía a su lado pidiera cuanto quisiera y les fuera servido. Mantenía los ojos quietos para no perderse en su rostro de nuevo. Su sonrisa sin embargo era, como de costumbre, un libro abierto para la morena. Y cuando el barman volvió con sus pedidos, la ocultó bajo la jarra de cerveza que se estaba tomando.
Lo necesitaba. Joder si lo necesitaba.
- Estaba pensando... - prosiguió Grey - que tal vez lo estemos enfocando mal. ¿Y si yo te presto mis servicios? Ya sabes... como compensación, señorita... - si jugaba con sus reglas, necesitaba conocer a la creadora de las reglas. Y para ello necesitaba un nombre.
Sloan Cromwell- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 09/07/2013
Edad : 37
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Te estaba buscando (Evelyn Wright)
¿Cómo era posible…? ¿Por qué seguía en el mismo espacio que yo? ¿Estaba intentando desafiarme? ¿A mí? Já. Iba a tenerlo muy complicado… Mucho, ¿verdad? Muchísimo, querida… Veamos, veamos…
El juego del escondite es un juego muy sencillo, basado en unas normas muy simples. La primera consiste en designar a la persona que debe buscar, o encontrar, al resto de participantes. La segunda explica la misión que tienen aquellos jugadores que no deben buscar y que se fundamenta en el hecho de ocultarse de los ojos del “buscador” para no convertirse en prisioneros de aquel. A veces, no siempre, se añade una tercera regla que da la posibilidad de que durante el juego algún jugador pueda salvar a los prisioneros, si consigue burlar la vigilancia del “buscador”, es obvio. Sin embargo, si nadie consigue salvar al equipo significa que todos han perdido y que el buscador acaba convirtiéndose en una persona libre que debe elegir previamente a su sustituto. Y el juego vuelve a empezar… Pero… ¿Qué ocurre cuando el “buscador” es el mismísimo “hombre del saco” y, en vez de varios, solamente existe un jugador para esconderse? Que las anteriores normas no sirven para nada… Tal y como la advertencia que le había dedicado con “amor” y “esmero” al Señor Cromwell. ¿No le había quedado bien claro que tocar y mirar no se pagaban por igual? Se veía que no, que su adicción al riesgo era lo suficientemente poderosa como para provocarme volviendo sobre sus pasos y esperando mi respuesta en aquella barra con su característico desdén picaresco. ¿Se merecía otro rodillazo? Sí, pero por favor… No hay nada más divertido que sentirse deseada y sacar provecho de ello. Aun tratándose de él, del hombre que había marcado mi vida más de lo que era consciente. Del que por más que huía, más cerca de su presencia terminaba. Sonreí nerviosa al recordarlo. Quisiera o no, era una gran verdad. Y sospechaba que todo esto él lo sabía tan bien como yo… Perfecto. Era la hora de inventarse nuevas normas. Por ejemplo... Primera norma: deja que el “buscador” crea que te ha encontrado.
-¿Una copa es lo mínimo? – el nudo de aquel lazo que caía por mi cuello, acariciando la piel descubierta del cuidado escote del vestido que esa noche tocaba llevar, cedió bajo la agilidad de unas manos que lo deshicieron en una milésima de segundo. - ¿Intentáis emborracharme? Porque eso también tiene otro tipo de tarifa. Y, en mi caso, no es la mínima. – la ironía precedió a ese gesto donde la capa fue retirada de mi cuerpo para ser soltada sobre la propia barra. Me atusé un poco el cabello y le observé apoyándome de lado sobre el desgastado mostrador. – Willy, para mí, si no os importa, que sea algo fuerte, lo mejor de vuestra cosecha privada. Lo más caro a ser posible, ya que invita el Señor… Me portaré bien. Hasta puede que repita… Si me gusta. – no hizo falta recalcar mentalmente la última frase, ya lo hicieron mis labios, los cuales entonaron cada palabra con un tono sentenciador y casi seductor que al borrachín de mi lado no le costaría entender.
Mientras tanto, Willy, fiel a su clientela, tardó lo que se podía tardar en soltar un descarado suspiro y cuando quisimos darnos cuenta, cerveza y licor, ya se encontraban delante nuestra. Desconfiado, y no era para menos, quiso mantenerse cerca de nosotros, pero un leve movimiento de cabeza por cortesía de la dama, bastó para hacerle comprender que todo estaba en orden y no debía preocuparse, por el momento. Puesto que nunca se sabía qué podía hacer ese hombre y que líos podía desatar, o desatarme. Aunque hablando de líos… Durante la breve ausencia de dicho barman, llegué a preguntarme si debía preocuparme por el estado de Grey. Se le veía tan… Bueno, tan… Perdido. ¿Estaría bien o…? Deseché tales preguntas de inmediato. Grey era “problema” de Diana, no de Evelyn. El pasado de una no debía mezclarse con el pasado de otra. Ah, ¿no? No, ¿a qué viene eso? A que empieza a parecerlo. ¡Claro que no! ¿Seguro? Mmm… Vaya, vaya… Pues como que todo se va complicando más, ¿no? Y tanto, querida…
-Os daría las gracias pero no os son merecidas… - tomé la copa y bebí, lo justo, que me durase un poco, mientras le prestaba atención. Y… Oí lo que tuve que oír. Ahora sí que me había sorprendido. No me esperaba ese giro suyo de “profesión”… De ahí, que me diese por reír. La copa fue devuelta a su lugar de origen y, en contraste, en cuanto pude controlar aquella divertida manifestación, mi cuerpo se acercó al suyo, a su rostro más concretamente, buscando sus ojos y regalándole el cálido aire que mi boca dejaba escapar distraídamente al hablar. – Evelyn Wright. Os diría que es un placer pero no lo es… - me mantuve dentro de la misma distancia. – Y sí, lo estáis enfocando mal, muy mal… Es curioso, pero no tenéis aspecto de ser… Cortesano, mi Señor. Y de serlo… ¿Tan desesperada creéis que estoy como para aceptar vuestros “servicios”? Me temo que volvéis a perder vuestro tiempo conmigo. No necesito nada de vos. Ni siquiera vuestros "servicios". – mentía, sí que necesitaba algo con urgencia si quería proseguir con mi actuación teniéndole tan cerca, con el esfuerzo que suponía aislar cada cuestión pasada para avanzar y no retroceder. – Oh, esperad… Puede que sí haya algo que podáis ofrecerme para contentarme unos minutos…
Segunda norma: que él no pueda tocarte no implica que no puedas hacerlo tú. Estupenda norma. Sí que sí. ¿Y qué necesita con tanta urgencia? Un cigarrillo. El bálsamo ideal que podía nublar mis sentidos y relajarme lo bastante como para aguantar estoicamente su aparición. ¿Y dónde solía ocultar mi “medicina”? En uno de sus bolsillos… Pero, ¿en cuál de ellos? ¿En el izquierdo, en el derecho? Habría que investigar… Total que me vi en la obligación de acercarme un poco más a su fisonomía y colar una de mis manos por debajo de aquella gruesa capa que portaba. Tuve que tantear por encima de su abdomen para descender lentamente hasta su pantalón y, de ahí, hasta encontrar la primera hendidura del bolsillo más cercano. Así, se introdujo la mano, lenta, coqueta y cuidadosa, buscando lo que debía encontrar…
Tercera norma: si se salta la prohibición, rómpele la jarra de cerveza en la cabeza.
El juego del escondite es un juego muy sencillo, basado en unas normas muy simples. La primera consiste en designar a la persona que debe buscar, o encontrar, al resto de participantes. La segunda explica la misión que tienen aquellos jugadores que no deben buscar y que se fundamenta en el hecho de ocultarse de los ojos del “buscador” para no convertirse en prisioneros de aquel. A veces, no siempre, se añade una tercera regla que da la posibilidad de que durante el juego algún jugador pueda salvar a los prisioneros, si consigue burlar la vigilancia del “buscador”, es obvio. Sin embargo, si nadie consigue salvar al equipo significa que todos han perdido y que el buscador acaba convirtiéndose en una persona libre que debe elegir previamente a su sustituto. Y el juego vuelve a empezar… Pero… ¿Qué ocurre cuando el “buscador” es el mismísimo “hombre del saco” y, en vez de varios, solamente existe un jugador para esconderse? Que las anteriores normas no sirven para nada… Tal y como la advertencia que le había dedicado con “amor” y “esmero” al Señor Cromwell. ¿No le había quedado bien claro que tocar y mirar no se pagaban por igual? Se veía que no, que su adicción al riesgo era lo suficientemente poderosa como para provocarme volviendo sobre sus pasos y esperando mi respuesta en aquella barra con su característico desdén picaresco. ¿Se merecía otro rodillazo? Sí, pero por favor… No hay nada más divertido que sentirse deseada y sacar provecho de ello. Aun tratándose de él, del hombre que había marcado mi vida más de lo que era consciente. Del que por más que huía, más cerca de su presencia terminaba. Sonreí nerviosa al recordarlo. Quisiera o no, era una gran verdad. Y sospechaba que todo esto él lo sabía tan bien como yo… Perfecto. Era la hora de inventarse nuevas normas. Por ejemplo... Primera norma: deja que el “buscador” crea que te ha encontrado.
-¿Una copa es lo mínimo? – el nudo de aquel lazo que caía por mi cuello, acariciando la piel descubierta del cuidado escote del vestido que esa noche tocaba llevar, cedió bajo la agilidad de unas manos que lo deshicieron en una milésima de segundo. - ¿Intentáis emborracharme? Porque eso también tiene otro tipo de tarifa. Y, en mi caso, no es la mínima. – la ironía precedió a ese gesto donde la capa fue retirada de mi cuerpo para ser soltada sobre la propia barra. Me atusé un poco el cabello y le observé apoyándome de lado sobre el desgastado mostrador. – Willy, para mí, si no os importa, que sea algo fuerte, lo mejor de vuestra cosecha privada. Lo más caro a ser posible, ya que invita el Señor… Me portaré bien. Hasta puede que repita… Si me gusta. – no hizo falta recalcar mentalmente la última frase, ya lo hicieron mis labios, los cuales entonaron cada palabra con un tono sentenciador y casi seductor que al borrachín de mi lado no le costaría entender.
Mientras tanto, Willy, fiel a su clientela, tardó lo que se podía tardar en soltar un descarado suspiro y cuando quisimos darnos cuenta, cerveza y licor, ya se encontraban delante nuestra. Desconfiado, y no era para menos, quiso mantenerse cerca de nosotros, pero un leve movimiento de cabeza por cortesía de la dama, bastó para hacerle comprender que todo estaba en orden y no debía preocuparse, por el momento. Puesto que nunca se sabía qué podía hacer ese hombre y que líos podía desatar, o desatarme. Aunque hablando de líos… Durante la breve ausencia de dicho barman, llegué a preguntarme si debía preocuparme por el estado de Grey. Se le veía tan… Bueno, tan… Perdido. ¿Estaría bien o…? Deseché tales preguntas de inmediato. Grey era “problema” de Diana, no de Evelyn. El pasado de una no debía mezclarse con el pasado de otra. Ah, ¿no? No, ¿a qué viene eso? A que empieza a parecerlo. ¡Claro que no! ¿Seguro? Mmm… Vaya, vaya… Pues como que todo se va complicando más, ¿no? Y tanto, querida…
-Os daría las gracias pero no os son merecidas… - tomé la copa y bebí, lo justo, que me durase un poco, mientras le prestaba atención. Y… Oí lo que tuve que oír. Ahora sí que me había sorprendido. No me esperaba ese giro suyo de “profesión”… De ahí, que me diese por reír. La copa fue devuelta a su lugar de origen y, en contraste, en cuanto pude controlar aquella divertida manifestación, mi cuerpo se acercó al suyo, a su rostro más concretamente, buscando sus ojos y regalándole el cálido aire que mi boca dejaba escapar distraídamente al hablar. – Evelyn Wright. Os diría que es un placer pero no lo es… - me mantuve dentro de la misma distancia. – Y sí, lo estáis enfocando mal, muy mal… Es curioso, pero no tenéis aspecto de ser… Cortesano, mi Señor. Y de serlo… ¿Tan desesperada creéis que estoy como para aceptar vuestros “servicios”? Me temo que volvéis a perder vuestro tiempo conmigo. No necesito nada de vos. Ni siquiera vuestros "servicios". – mentía, sí que necesitaba algo con urgencia si quería proseguir con mi actuación teniéndole tan cerca, con el esfuerzo que suponía aislar cada cuestión pasada para avanzar y no retroceder. – Oh, esperad… Puede que sí haya algo que podáis ofrecerme para contentarme unos minutos…
Segunda norma: que él no pueda tocarte no implica que no puedas hacerlo tú. Estupenda norma. Sí que sí. ¿Y qué necesita con tanta urgencia? Un cigarrillo. El bálsamo ideal que podía nublar mis sentidos y relajarme lo bastante como para aguantar estoicamente su aparición. ¿Y dónde solía ocultar mi “medicina”? En uno de sus bolsillos… Pero, ¿en cuál de ellos? ¿En el izquierdo, en el derecho? Habría que investigar… Total que me vi en la obligación de acercarme un poco más a su fisonomía y colar una de mis manos por debajo de aquella gruesa capa que portaba. Tuve que tantear por encima de su abdomen para descender lentamente hasta su pantalón y, de ahí, hasta encontrar la primera hendidura del bolsillo más cercano. Así, se introdujo la mano, lenta, coqueta y cuidadosa, buscando lo que debía encontrar…
Tercera norma: si se salta la prohibición, rómpele la jarra de cerveza en la cabeza.
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: Te estaba buscando (Evelyn Wright)
La agilidad con la que su capa cayó al suelo eran tan solo comparada con la velocidad de los ojos de Grey cuando quedó al descubierto ciertas partes de la "dama" que tanto echaba de menos y que con gusto estaría contento de recordar su sabor y su textura.
"Diana Stevenson o la mujer que tengo delante... sea quien sea, jamás deja de agitarme". Su corazón se disparó como un tamborilero en pleno frenesí. Su forma de "arreglarse" el cabello, su forma de mirar, la agilidad de sus manos y la pasión de sus fríos y cristalinos ojos... El tono de su voz y el aroma de su cuerpo... "Si esto es una tortura, por favor, que no pare". Deseaba ser esa capa para dejar de añorar el tacto de sus manos, y deseaba ser aquel licor para volver a sentir la calidez del interior de su cuerpo. Pese a todo se mantenía firme, sopesando su voluntad contra su instinto primario. De buen grado la agarraría por la cintura y la pondría sobre la barra. De buen grado no callaría hasta que todas las palabras que jamás pudo decir las dejara sueltas mientras sus labios buscarían de nuevo el sabor de su piel, el aroma de su pelo y la humedad de sus labios.
De buen grado si, pero no estaban en Londres: allí no sabía de la vida de la morena, y de hacer algo como eso llegara a perjudicarla de algún modo... si se estaba conteniendo era por ella... pero por ella no podría aguantar mucho más.
Dio buena cuenta de su jarra de cerveza. El alcohol empezaba a hacer estragos en su cuerpo: la vista empezaba a ensoñecerse y, por contrapartida su oído se afilaba cual cuchillo. Mantenía una mano sobre la barra para no tambalearse mientras con la otra se servía copiosos tragos. Al menos eso hacía hasta que Evelyn - pues así es como se hacía llamar - se le acercó sin pudor alguno. Grey no tembló ni dudó: dejó que se acercara tanto cuanto quería. Si hubiera querido robarle cincuenta besos y dejarle la boca ensangrentada Dios sabe que la dejaría. Incluso usaría la jarra que tenía en su mano para arrancarse su corazón de piedra y dárselo para que con el tacto de sus manos lo hiciera latir con suma fuerza.
¿Cortesano? Ahora era él el que había estallado en carcajadas. Se llevó la mano de la jarra al rostro, aguantándose-lo mientras convulsionaba de tanto reír. Ni uno ni el otro atinaba, así que Grey dejó la jarra de lado, se giró hacia la morena y acortó aun más la distancia que los separaba. Tan solo quedaba un escaso centímetro entre sus labios y los ajenos, entre ambas sonrisas. Podía sentir el cálido aliento de su boca cuando la abría y el cosquilleo que le provocaba la respiración de su nariz sobre sus labios.
- ¿Tan desesperado me ves como para hacerme cortesano? Si no recuerdo mal, y no suelo hacerlo, la última vez que estuve con cierta mujer cuyos ojos me recuerdas me prometí a mí mismo que jamás me acostaría con otra. ¿Y sabes por qué? - Bien que lo sabía: durante aquel arrebato de pasión donde afloraron todos los sentimientos que azotaban las sábanas de aquella mullida cama se lo dijo todo. Le dijo que ninguna otra mujer hacía que su corazón latiera con tanta fuerza. Cuando se acostaba por las noches siempre pensaba en ella y con nadie más. Le dijo que había encontrado en la morena no una presa, no una amante: había encontrado un semejante. Había encontrado su razón para no terminar con su maldición de una vez por todas. Tenía claro que la quería y que en ella encontró el único sentimiento que jamás fue capaz de entender y que de bien pequeño se le había negado. Pero aun sabiéndolo... - Porque me quitó la vida, y desde entonces le pertenece.
Cuando Evelyn metió la mano en su bolsillo mantuvo sus ojos sobre los suyos. Dejó que buscara lo que ya sabía que encontraría: ningún rincón del cuerpo de Grey era un secreto para Diana, y tampoco lo sería para Evelyn. Notaba su mano, palpando, buscando... sonrió cuando notó como con la yema de sus dedos rozó algo más que su muslo. Enarcó las cejas cuando volvió a hacerlo. Si lo estaba provocando intencionadamente lo estaba consiguiendo... pero ese era su juego, y aun habían demasiadas casillas como para cruzar la meta final. Alzó la mirada tan solo unos segundos cuando sintió que su "vecino" de la barra los estaba mirando con demasiado descaro. Entrecerró sus ojos a modo de aviso y el hombre hizo caso omiso al fin de los actos de la mujer.
- Un poco a la derecha... abajo... abajo... ahí, agarra... - sonrió devolviendo la mirada a la morena. - Bingo: ya puedes retirar tu premio. - "No voy a poder aguantar toda la noche si sigue así". Metió su diestra en el otro bolsillo y retiró el cartón con las cerillas. Encendió una y se la acercó a la morena, esperando que esta encendiera su pitillo. - Pues algo me dice, llámalo instinto si te apetece, que estás en esta taberna buscando algo o... alguien. Lo supongo porque aquí solo vienen los borrachos y los que han perdido algo... y por ahora no te veo borracha. - Sacó otro cilindro blanco para si mismo y, lentamente, levantó la zurda para ponerla justo en la mejilla de Evelyn sin tocarla. Podría sentir su piel cercana así como él sentía la suya. Podría notar el calor que desprendía tanto su mano como sus ojos al mirarla. Podría sentir su respiración sobre sus labios cuando Grey acercó el cilindro al de la mujer, repitiendo cierto momento de sus vidas en cierto campanario de cierto convento. De nuevo sus miradas se cruzaron y las pequeñas llamas crepitaron, pasando de un cigarrillo al otro en un beso tan directo como distante. Luego se retiró escasos milímetros, agarrándose con la otra mano en la barra mientras parpadeaba con dificultad. Pese a sus gestos, el alcohol le hacía mella. - Los servicios que te prestaba no eran esos... esos que has dicho, ya sabes... sino mis servicios. Hmmm... no se si me explico. - Dio una calada para intentar serenarse y recobrar la compostura; no era solo la bebida la que le estaba ganando terreno, sino también la presencia de la morena. - Quiero ayudarte.
"Diana Stevenson o la mujer que tengo delante... sea quien sea, jamás deja de agitarme". Su corazón se disparó como un tamborilero en pleno frenesí. Su forma de "arreglarse" el cabello, su forma de mirar, la agilidad de sus manos y la pasión de sus fríos y cristalinos ojos... El tono de su voz y el aroma de su cuerpo... "Si esto es una tortura, por favor, que no pare". Deseaba ser esa capa para dejar de añorar el tacto de sus manos, y deseaba ser aquel licor para volver a sentir la calidez del interior de su cuerpo. Pese a todo se mantenía firme, sopesando su voluntad contra su instinto primario. De buen grado la agarraría por la cintura y la pondría sobre la barra. De buen grado no callaría hasta que todas las palabras que jamás pudo decir las dejara sueltas mientras sus labios buscarían de nuevo el sabor de su piel, el aroma de su pelo y la humedad de sus labios.
De buen grado si, pero no estaban en Londres: allí no sabía de la vida de la morena, y de hacer algo como eso llegara a perjudicarla de algún modo... si se estaba conteniendo era por ella... pero por ella no podría aguantar mucho más.
Dio buena cuenta de su jarra de cerveza. El alcohol empezaba a hacer estragos en su cuerpo: la vista empezaba a ensoñecerse y, por contrapartida su oído se afilaba cual cuchillo. Mantenía una mano sobre la barra para no tambalearse mientras con la otra se servía copiosos tragos. Al menos eso hacía hasta que Evelyn - pues así es como se hacía llamar - se le acercó sin pudor alguno. Grey no tembló ni dudó: dejó que se acercara tanto cuanto quería. Si hubiera querido robarle cincuenta besos y dejarle la boca ensangrentada Dios sabe que la dejaría. Incluso usaría la jarra que tenía en su mano para arrancarse su corazón de piedra y dárselo para que con el tacto de sus manos lo hiciera latir con suma fuerza.
¿Cortesano? Ahora era él el que había estallado en carcajadas. Se llevó la mano de la jarra al rostro, aguantándose-lo mientras convulsionaba de tanto reír. Ni uno ni el otro atinaba, así que Grey dejó la jarra de lado, se giró hacia la morena y acortó aun más la distancia que los separaba. Tan solo quedaba un escaso centímetro entre sus labios y los ajenos, entre ambas sonrisas. Podía sentir el cálido aliento de su boca cuando la abría y el cosquilleo que le provocaba la respiración de su nariz sobre sus labios.
- ¿Tan desesperado me ves como para hacerme cortesano? Si no recuerdo mal, y no suelo hacerlo, la última vez que estuve con cierta mujer cuyos ojos me recuerdas me prometí a mí mismo que jamás me acostaría con otra. ¿Y sabes por qué? - Bien que lo sabía: durante aquel arrebato de pasión donde afloraron todos los sentimientos que azotaban las sábanas de aquella mullida cama se lo dijo todo. Le dijo que ninguna otra mujer hacía que su corazón latiera con tanta fuerza. Cuando se acostaba por las noches siempre pensaba en ella y con nadie más. Le dijo que había encontrado en la morena no una presa, no una amante: había encontrado un semejante. Había encontrado su razón para no terminar con su maldición de una vez por todas. Tenía claro que la quería y que en ella encontró el único sentimiento que jamás fue capaz de entender y que de bien pequeño se le había negado. Pero aun sabiéndolo... - Porque me quitó la vida, y desde entonces le pertenece.
Cuando Evelyn metió la mano en su bolsillo mantuvo sus ojos sobre los suyos. Dejó que buscara lo que ya sabía que encontraría: ningún rincón del cuerpo de Grey era un secreto para Diana, y tampoco lo sería para Evelyn. Notaba su mano, palpando, buscando... sonrió cuando notó como con la yema de sus dedos rozó algo más que su muslo. Enarcó las cejas cuando volvió a hacerlo. Si lo estaba provocando intencionadamente lo estaba consiguiendo... pero ese era su juego, y aun habían demasiadas casillas como para cruzar la meta final. Alzó la mirada tan solo unos segundos cuando sintió que su "vecino" de la barra los estaba mirando con demasiado descaro. Entrecerró sus ojos a modo de aviso y el hombre hizo caso omiso al fin de los actos de la mujer.
- Un poco a la derecha... abajo... abajo... ahí, agarra... - sonrió devolviendo la mirada a la morena. - Bingo: ya puedes retirar tu premio. - "No voy a poder aguantar toda la noche si sigue así". Metió su diestra en el otro bolsillo y retiró el cartón con las cerillas. Encendió una y se la acercó a la morena, esperando que esta encendiera su pitillo. - Pues algo me dice, llámalo instinto si te apetece, que estás en esta taberna buscando algo o... alguien. Lo supongo porque aquí solo vienen los borrachos y los que han perdido algo... y por ahora no te veo borracha. - Sacó otro cilindro blanco para si mismo y, lentamente, levantó la zurda para ponerla justo en la mejilla de Evelyn sin tocarla. Podría sentir su piel cercana así como él sentía la suya. Podría notar el calor que desprendía tanto su mano como sus ojos al mirarla. Podría sentir su respiración sobre sus labios cuando Grey acercó el cilindro al de la mujer, repitiendo cierto momento de sus vidas en cierto campanario de cierto convento. De nuevo sus miradas se cruzaron y las pequeñas llamas crepitaron, pasando de un cigarrillo al otro en un beso tan directo como distante. Luego se retiró escasos milímetros, agarrándose con la otra mano en la barra mientras parpadeaba con dificultad. Pese a sus gestos, el alcohol le hacía mella. - Los servicios que te prestaba no eran esos... esos que has dicho, ya sabes... sino mis servicios. Hmmm... no se si me explico. - Dio una calada para intentar serenarse y recobrar la compostura; no era solo la bebida la que le estaba ganando terreno, sino también la presencia de la morena. - Quiero ayudarte.
Sloan Cromwell- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/07/2013
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DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Te estaba buscando (Evelyn Wright)
Palabras, miradas y gestos “indecentes”. ¿Fin del juego?
“Evelyn, querida mía, puedes proceder con la ejecución de la tercera norma de inmediato”. Mentira. Otra más. Él y yo… Éramos dos constantes a expensas de una despiadada variable cuyo resultado final imposibilitaba cualquier ejecución de cualquier orden previamente establecida. Mucho, poco, o nada, podía importar la fuerza de la razón que empujaba a ese planteamiento psíquico de actuación que exigía la obligación de responder a su naturaleza tan provocativa, como protectora, de la forma en la que mis impulsos me dictaban. Sí, era cierto que aquel hombre no había cruzado el límite “carnal” que yo misma le había impuesto, evitándole establecer contacto alguno mediante su enigmática presencia, aunque no perdía el tiempo… Me sublevaba, segundo a segundo, a través del familiar descubrimiento de sus intenciones más tentadoras y sugerentes. Pero, cuidado, pues también era cierto que por mucho que su cuerpo y el mío se mantuviesen al borde del abismo, casi preparados para caer con la brevedad que nos caracterizaba, ese mismo hombre había conseguido tocar algo mucho más profundo, personal y escondido, otorgándome razones más que suficientes como para cumplir la tercera norma de nuestro particular “escondite”. Entonces… ¿Sería capaz la joven de arremeter y utilizar la jarra de cerveza contra la cabeza del propio Sloan para limitarse a observar una reacción más que pública?
De primeras… La joven esperó, tomándose su espacio. Esperó mientras sus labios sostenían con orgullo fingido el cigarrillo encendido entre sus labios, mirando con inocente desconcierto al ebrio fantasma que tenía a su lado. Esperó y esperó, mientras su mente se nublaba confusamente por todas las escenas pasadas que la añoranza le arrojaba sin contemplación, al tiempo que las artimañas picarescas descansaban en un segundo plano. Aguardó, temblando tras las prendas que vestía por culpa de su “confesión”, ocultando, sin que fuese posible para su contrario, la fuerza con la que ahora latía su corazón al revivir de primera mano cierto beso “llameante”. Pudo hacerle sentir como de un momento a otro se había trasladado y el muro que alzaba como su defensa se había derrumbado en parte. Aguantó, estoicamente, liberando una calada de aquel pitillo que ya representaba un antes y un después en su vida. Buscaba serenarse para responder, le urgía responder, responder de esa manera que…
No se produjo. Evelyn no respondió y no ejecutó la orden que su “sabio” subconsciente le había mandado con ese tono persuasivo que solía emplear cuando quería obtener, sí o sí, el control pleno del organismo que bien ocupaba como buen usurpador que representaba. Fui incapaz, lo reconozco. La debilidad ganaba terreno y no tenía muy claro si él se estaba dando cuenta, pero yo hacia rato que caminaba perdida y que “danzaba” a su alrededor como una mujer que no admitía ser niña, su pequeña niña… ¿Estaría demasiado borracho para notarlo? Debería de estarlo, al menos para que no recordarse los actos que se iban a suceder después de una segunda calada que disfruté como si hubiese sido la primera…
-No, Grey… - se escapó su nombre junto al resto del humo.
Mi mano libre acudió en busca de apoyo, o refugio, allá donde él tenía colocada la suya, terminando la mía por agarrarse a la suya de igual modo que aquella se agarraba a la barra. Mis dedos aprisionaban el tacto de su dorso, pero no con violencia, más bien con desesperación, con anhelo. Un mensaje más que evidente y que mostraba la motivación de cubrir la carencia que mi tormento me hacia experimentar por su ausencia y la mía.
-¿Sabéis…? – una tercera calada rápida se dio antes de que el cigarro acabase sumergido en mi copa, liberándose así la otra mano que sujetó su barbilla para que sus ojos volviesen a encontrarse con los míos. – Sospecho que esa mujer os quitó más de lo que podríais imaginar. Vuestra vida… – la sonrisa era delatadora. Una lástima que sus sentidos estuviesen aletargados… Porque lo estaban, ¿verdad? – No ha podido ser la única… Esa mujer, a la cual no “conozco”, dudo que pudiera haceros feliz. Lo dudo… Pero, está claro que si ella estuviese aquí, sé que os diría que sí, que seguís siendo suyo porque así lo marcó en su momento y que… - ¿era preciso acentuar otro nuevo acercamiento entre ambos? Sí, era preciso que nuevamente su boca y la mía fueran víctimas de una separación escasa. - …que os ha echado tantísimo de menos que… - se desvió la mirada para que me fijase en sus labios. Hipnotizada por su calor... Sé que me llamaban, me imploraban una ardua presentación… - …que os he echado tantísimo de menos… - tarde, muy tarde. No hubo aviso, pero sí un dulce sello. Sin cigarros de por medio, el beso se convirtió en un auténtico beso. Un armonizado choque suave que pudo subir su pasión en cuanto su esencia fue saboreada hasta que... ¡Evelyn! La separación fue brusca y repentina, subrayaba por un suspiro nervioso y un precoz alejamiento. ¿Qué había hecho? ¿Cómo se me había ocurrido ese desliz?
-Maldito seáis… Vos y la estirpe que haya de seguiros. – negué ofuscada y me volví para recoger la capa en pos de abandonar la taberna. – Oídme bien porque no lo repetiré. No necesito la ayuda de un bastardo como vos que malvive entre alcohol y miserias. No tengo por qué explicaros mis asuntos en este lugar, ni en ningún otro. Sois un extraño para mí, un extranjero que ha dejado atrás sus dominios y sus pecados. Ni un triste cliente a tener en cuenta… ¿Por qué debería aceptar vuestra ayuda? ¿Pensáis que no puedo resolver mis propios problemas? ¿Qué creéis que llevo haciendo todo este tiempo, eh? – y no, que no atinaba con el entrelazado del nudo, lo que no impidió que le encarase agitadamente, furiosa más conmigo que con él, y con ese amargo regusto de licor que le había “robado”. - ¿Ayudarme? ¿A mí? Contemplaos, ¿qué podéis hacer en ese estado? ¿Estáis seguro de que disponéis de la suficiente autonomía para hacer algo? Lo que busco no es un juego, ¿entendéis? Es valioso e importante, y no puede haber fallos y no os veo precisamente preparado. No aparentáis mucha feminidad que digamos… – a la mierda el nudo. Venga, otro suspiro. – Y de aceptar, ¿qué? ¿Dónde está el truco, Señor? ¿Qué provecho sacáis? Lo gratis es un engaño del farsante. ¿Lo sois?
Sí, desde luego el control se me había escapado y la inseguridad me hacía hablar y hablar, contradecirme, divagar, adueñarme de un ligero trago de su cerveza y perderme todavía más…
-Vamos, dadme una razón convincente, una solo para convencerme de que debo explicaros mi problema, y confiaros mi voluntad.
Un minuto. No tendría más. Ni yo tampoco, no había mucha bebida para relajar el ánimo.
“Evelyn, querida mía, puedes proceder con la ejecución de la tercera norma de inmediato”. Mentira. Otra más. Él y yo… Éramos dos constantes a expensas de una despiadada variable cuyo resultado final imposibilitaba cualquier ejecución de cualquier orden previamente establecida. Mucho, poco, o nada, podía importar la fuerza de la razón que empujaba a ese planteamiento psíquico de actuación que exigía la obligación de responder a su naturaleza tan provocativa, como protectora, de la forma en la que mis impulsos me dictaban. Sí, era cierto que aquel hombre no había cruzado el límite “carnal” que yo misma le había impuesto, evitándole establecer contacto alguno mediante su enigmática presencia, aunque no perdía el tiempo… Me sublevaba, segundo a segundo, a través del familiar descubrimiento de sus intenciones más tentadoras y sugerentes. Pero, cuidado, pues también era cierto que por mucho que su cuerpo y el mío se mantuviesen al borde del abismo, casi preparados para caer con la brevedad que nos caracterizaba, ese mismo hombre había conseguido tocar algo mucho más profundo, personal y escondido, otorgándome razones más que suficientes como para cumplir la tercera norma de nuestro particular “escondite”. Entonces… ¿Sería capaz la joven de arremeter y utilizar la jarra de cerveza contra la cabeza del propio Sloan para limitarse a observar una reacción más que pública?
De primeras… La joven esperó, tomándose su espacio. Esperó mientras sus labios sostenían con orgullo fingido el cigarrillo encendido entre sus labios, mirando con inocente desconcierto al ebrio fantasma que tenía a su lado. Esperó y esperó, mientras su mente se nublaba confusamente por todas las escenas pasadas que la añoranza le arrojaba sin contemplación, al tiempo que las artimañas picarescas descansaban en un segundo plano. Aguardó, temblando tras las prendas que vestía por culpa de su “confesión”, ocultando, sin que fuese posible para su contrario, la fuerza con la que ahora latía su corazón al revivir de primera mano cierto beso “llameante”. Pudo hacerle sentir como de un momento a otro se había trasladado y el muro que alzaba como su defensa se había derrumbado en parte. Aguantó, estoicamente, liberando una calada de aquel pitillo que ya representaba un antes y un después en su vida. Buscaba serenarse para responder, le urgía responder, responder de esa manera que…
No se produjo. Evelyn no respondió y no ejecutó la orden que su “sabio” subconsciente le había mandado con ese tono persuasivo que solía emplear cuando quería obtener, sí o sí, el control pleno del organismo que bien ocupaba como buen usurpador que representaba. Fui incapaz, lo reconozco. La debilidad ganaba terreno y no tenía muy claro si él se estaba dando cuenta, pero yo hacia rato que caminaba perdida y que “danzaba” a su alrededor como una mujer que no admitía ser niña, su pequeña niña… ¿Estaría demasiado borracho para notarlo? Debería de estarlo, al menos para que no recordarse los actos que se iban a suceder después de una segunda calada que disfruté como si hubiese sido la primera…
-No, Grey… - se escapó su nombre junto al resto del humo.
Mi mano libre acudió en busca de apoyo, o refugio, allá donde él tenía colocada la suya, terminando la mía por agarrarse a la suya de igual modo que aquella se agarraba a la barra. Mis dedos aprisionaban el tacto de su dorso, pero no con violencia, más bien con desesperación, con anhelo. Un mensaje más que evidente y que mostraba la motivación de cubrir la carencia que mi tormento me hacia experimentar por su ausencia y la mía.
-¿Sabéis…? – una tercera calada rápida se dio antes de que el cigarro acabase sumergido en mi copa, liberándose así la otra mano que sujetó su barbilla para que sus ojos volviesen a encontrarse con los míos. – Sospecho que esa mujer os quitó más de lo que podríais imaginar. Vuestra vida… – la sonrisa era delatadora. Una lástima que sus sentidos estuviesen aletargados… Porque lo estaban, ¿verdad? – No ha podido ser la única… Esa mujer, a la cual no “conozco”, dudo que pudiera haceros feliz. Lo dudo… Pero, está claro que si ella estuviese aquí, sé que os diría que sí, que seguís siendo suyo porque así lo marcó en su momento y que… - ¿era preciso acentuar otro nuevo acercamiento entre ambos? Sí, era preciso que nuevamente su boca y la mía fueran víctimas de una separación escasa. - …que os ha echado tantísimo de menos que… - se desvió la mirada para que me fijase en sus labios. Hipnotizada por su calor... Sé que me llamaban, me imploraban una ardua presentación… - …que os he echado tantísimo de menos… - tarde, muy tarde. No hubo aviso, pero sí un dulce sello. Sin cigarros de por medio, el beso se convirtió en un auténtico beso. Un armonizado choque suave que pudo subir su pasión en cuanto su esencia fue saboreada hasta que... ¡Evelyn! La separación fue brusca y repentina, subrayaba por un suspiro nervioso y un precoz alejamiento. ¿Qué había hecho? ¿Cómo se me había ocurrido ese desliz?
-Maldito seáis… Vos y la estirpe que haya de seguiros. – negué ofuscada y me volví para recoger la capa en pos de abandonar la taberna. – Oídme bien porque no lo repetiré. No necesito la ayuda de un bastardo como vos que malvive entre alcohol y miserias. No tengo por qué explicaros mis asuntos en este lugar, ni en ningún otro. Sois un extraño para mí, un extranjero que ha dejado atrás sus dominios y sus pecados. Ni un triste cliente a tener en cuenta… ¿Por qué debería aceptar vuestra ayuda? ¿Pensáis que no puedo resolver mis propios problemas? ¿Qué creéis que llevo haciendo todo este tiempo, eh? – y no, que no atinaba con el entrelazado del nudo, lo que no impidió que le encarase agitadamente, furiosa más conmigo que con él, y con ese amargo regusto de licor que le había “robado”. - ¿Ayudarme? ¿A mí? Contemplaos, ¿qué podéis hacer en ese estado? ¿Estáis seguro de que disponéis de la suficiente autonomía para hacer algo? Lo que busco no es un juego, ¿entendéis? Es valioso e importante, y no puede haber fallos y no os veo precisamente preparado. No aparentáis mucha feminidad que digamos… – a la mierda el nudo. Venga, otro suspiro. – Y de aceptar, ¿qué? ¿Dónde está el truco, Señor? ¿Qué provecho sacáis? Lo gratis es un engaño del farsante. ¿Lo sois?
Sí, desde luego el control se me había escapado y la inseguridad me hacía hablar y hablar, contradecirme, divagar, adueñarme de un ligero trago de su cerveza y perderme todavía más…
-Vamos, dadme una razón convincente, una solo para convencerme de que debo explicaros mi problema, y confiaros mi voluntad.
Un minuto. No tendría más. Ni yo tampoco, no había mucha bebida para relajar el ánimo.
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
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