AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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And it was like slow motion [Evelyn Wright]
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And it was like slow motion [Evelyn Wright]
Largas fueron las noches desde que recibió esa misiva sin remitente anunciándole una noticia que, de alguna forma, le devolvía a la vida. Su fuero interno pareció incendiarse con esa posibilidad, aun cuando había podido vislumbrar con sus propios ojos el cuerpo sin vida de la que tan fugazmente había sido “su amada”.
Esa misma noche había partido de Londres en solitario, sin la compañía de su inseparable melliza que se hallaba al otro lado del globo por el mismo motivo que guiaba sus acciones en esa repentina decisión: Liv no soportaba que se centrara únicamente en la obsesión que parecía tener por esa mujer, no entendía que pareciera haber perdido el deseo de seguir disfrutando de la eternidad. En París le esperaba la respuesta a esa carta que bien podía ser cierta o un mero engaño, ¿podría tratarse de algún enemigo? No podía saberlo hasta llegar al mismo lugar hacia donde se le indicaba que podría estar aquello que más podía desear.
Los asuntos en la gris ciudad habían sido solucionados, una vendetta personal que había concluido en solitario…y la ausencia pesaba más que otras veces, que Liv se hubiera marchado en ese momento lo hacía aún más duro pero no por ello cejaría en su empeño. La misma noche de su partida una carta fue enviada a la pelirroja, una carta que solicitaba su regreso y la necesidad que tenía de su compañía en tal momento de incertidumbre.
…
La suave decadencia del manto de hojas otoñal acogió su llegada a la capital francesa, lugar en el que se instaló sin previo aviso, la mansión de los Lindberg debía estar preparada en cualquier instante y así fue, el fiel mayordomo recogió su equipaje tras dedicarle una solemne reverencia.
-Prepáreme el baño, James. – comentó seriamente adentrándose en la residencia familiar. Puede que el mayordomo se llamase así, o puede que no, no importaba. Todos eran y serían siempre “James”.
Sin tiempo para nada más que no fuese averiguar la veracidad o no de la carta que había recibido se engalanó, vistiendo un elegante traje y portando, como no, la banda negra en señal de luto sobre su brazo.
El destino estaba claro, ni más ni menos que el burdel de París, un lugar que conocía años atrás…al igual que muchos otros lugares cercanos que había visitado con su melliza. Cualquiera diría que fue ayer mismo cuando marchó de la ciudad por como se movía entre sus calles, puede que fuera eso o simplemente puede que tuviera tan claro su objetivo que era imposible que sus pasos errasen en la dirección que debían tomar.
Tal y como recordaba, quizás algo más recargado pero el mismo lugar al fin y al cabo, el burdel se encontraba lleno de personas dispuestas a disfrutar de todo tipo de placeres. Música y risas componían el ambiente, uno dibujado en base a las monedas que los clientes se dispusieran a gastar. Era de locos pensar que la vería, que podría encontrarla entre todas aquellas mujeres…pero ¿qué era él sino un loco que buscaba su cordura? En silencio caminó observando y analizando, intentando reconocer un aroma familiar, cualquier cosa, cualquier pista. Sin embargo, nada de ello parecía hallarse en ese lugar cargado de pecado y en esa ocasión no estaba de humor para festejo alguno. Y se hubiera marchado, de hecho, ya estaba de camino hacia la puerta, aunque interrumpido por alguna mujer que intentaba engatusarle para que le acompañara a alguna de las alcobas. La última que lo intentó fue apartada con suavidad, sin dedicarle siquiera una mirada porque ya estaba fija en la única mujer que deseaba hallar.
Sentimientos encontrados le invadieron, una mezcla de rabia y desasosiego bañada en el más puro desconcierto y alivio. Habría reconocido ese rostro a kilómetros, lo tenía grabado a fuego en su mente. Sin embargo, tuvo que serenar a su bestia interior, tuvo que calmarse para dirigirse a uno de los reservados donde se hizo con una copa del más caro vino del que dispusiesen. Esa noche merecía todos y cada uno de los francos que costara.
No le costó hacerse con la atención de la dueña del local, a la que se dirigió expresamente para darle unas indicaciones que, sin duda, seguiría a rajatabla.
-La señorita Wright no va a estar disponible el resto de la noche – comentó aún con la mirada fija en la ahora llamada “Evelyn”. Unas monedas fueron depositadas en la mano de la encargada del local. – ni el resto de la semana.
Órdenes claras y precisas fueron dadas: Evelyn Wright había acabado con su “caza” por esa noche y tan solo debía saber que debía permanecer en el bar del burdel sin relacionarse con otros clientes. Una petición que le sería familiar y que, en cierta forma, delatarían su presencia en el lugar. Tampoco es que quisiera ocultarla pero esta vez harían las cosas a su modo. Una nota con una petición expresa de respuesta sería entregada a Evelyn, además de un dibujo: el que plasmaba a una “Evelyn” sin vida y que se hallaba decorado por un fino reguero carmesí.
Esa misma noche había partido de Londres en solitario, sin la compañía de su inseparable melliza que se hallaba al otro lado del globo por el mismo motivo que guiaba sus acciones en esa repentina decisión: Liv no soportaba que se centrara únicamente en la obsesión que parecía tener por esa mujer, no entendía que pareciera haber perdido el deseo de seguir disfrutando de la eternidad. En París le esperaba la respuesta a esa carta que bien podía ser cierta o un mero engaño, ¿podría tratarse de algún enemigo? No podía saberlo hasta llegar al mismo lugar hacia donde se le indicaba que podría estar aquello que más podía desear.
Los asuntos en la gris ciudad habían sido solucionados, una vendetta personal que había concluido en solitario…y la ausencia pesaba más que otras veces, que Liv se hubiera marchado en ese momento lo hacía aún más duro pero no por ello cejaría en su empeño. La misma noche de su partida una carta fue enviada a la pelirroja, una carta que solicitaba su regreso y la necesidad que tenía de su compañía en tal momento de incertidumbre.
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La suave decadencia del manto de hojas otoñal acogió su llegada a la capital francesa, lugar en el que se instaló sin previo aviso, la mansión de los Lindberg debía estar preparada en cualquier instante y así fue, el fiel mayordomo recogió su equipaje tras dedicarle una solemne reverencia.
-Prepáreme el baño, James. – comentó seriamente adentrándose en la residencia familiar. Puede que el mayordomo se llamase así, o puede que no, no importaba. Todos eran y serían siempre “James”.
Sin tiempo para nada más que no fuese averiguar la veracidad o no de la carta que había recibido se engalanó, vistiendo un elegante traje y portando, como no, la banda negra en señal de luto sobre su brazo.
El destino estaba claro, ni más ni menos que el burdel de París, un lugar que conocía años atrás…al igual que muchos otros lugares cercanos que había visitado con su melliza. Cualquiera diría que fue ayer mismo cuando marchó de la ciudad por como se movía entre sus calles, puede que fuera eso o simplemente puede que tuviera tan claro su objetivo que era imposible que sus pasos errasen en la dirección que debían tomar.
Tal y como recordaba, quizás algo más recargado pero el mismo lugar al fin y al cabo, el burdel se encontraba lleno de personas dispuestas a disfrutar de todo tipo de placeres. Música y risas componían el ambiente, uno dibujado en base a las monedas que los clientes se dispusieran a gastar. Era de locos pensar que la vería, que podría encontrarla entre todas aquellas mujeres…pero ¿qué era él sino un loco que buscaba su cordura? En silencio caminó observando y analizando, intentando reconocer un aroma familiar, cualquier cosa, cualquier pista. Sin embargo, nada de ello parecía hallarse en ese lugar cargado de pecado y en esa ocasión no estaba de humor para festejo alguno. Y se hubiera marchado, de hecho, ya estaba de camino hacia la puerta, aunque interrumpido por alguna mujer que intentaba engatusarle para que le acompañara a alguna de las alcobas. La última que lo intentó fue apartada con suavidad, sin dedicarle siquiera una mirada porque ya estaba fija en la única mujer que deseaba hallar.
Sentimientos encontrados le invadieron, una mezcla de rabia y desasosiego bañada en el más puro desconcierto y alivio. Habría reconocido ese rostro a kilómetros, lo tenía grabado a fuego en su mente. Sin embargo, tuvo que serenar a su bestia interior, tuvo que calmarse para dirigirse a uno de los reservados donde se hizo con una copa del más caro vino del que dispusiesen. Esa noche merecía todos y cada uno de los francos que costara.
No le costó hacerse con la atención de la dueña del local, a la que se dirigió expresamente para darle unas indicaciones que, sin duda, seguiría a rajatabla.
-La señorita Wright no va a estar disponible el resto de la noche – comentó aún con la mirada fija en la ahora llamada “Evelyn”. Unas monedas fueron depositadas en la mano de la encargada del local. – ni el resto de la semana.
Órdenes claras y precisas fueron dadas: Evelyn Wright había acabado con su “caza” por esa noche y tan solo debía saber que debía permanecer en el bar del burdel sin relacionarse con otros clientes. Una petición que le sería familiar y que, en cierta forma, delatarían su presencia en el lugar. Tampoco es que quisiera ocultarla pero esta vez harían las cosas a su modo. Una nota con una petición expresa de respuesta sería entregada a Evelyn, además de un dibujo: el que plasmaba a una “Evelyn” sin vida y que se hallaba decorado por un fino reguero carmesí.
Necesitaba saber que era real, que no era el fruto del delirio de su alma atormentada.Largas noches han pasado, largas noches en las que tanto añoré lo que tan prontamente me fue arrebatado. Perderla fue como volver a morir, de manera dolorosa, dando lugar a cicatrices imposibles de borrar y ahora…no encuentro explicación a lo que se sucede. Me pregunto cuál es la razón de este reclamo, ¿por qué aquí? ¿Por qué ahora?
Haakon Lindberg- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/07/2013
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Re: And it was like slow motion [Evelyn Wright]
Una sonrisa seductora. Una mirada atrayente. El suave tacto de unos dedos que acarician aquella mejilla propia y cálida en pos de un ademán coqueto y risueño. Apartar con cuidado el cabello que oculta la esbeltez de un cuello que incita a probarlo sin resistencia posible. El sutil movimiento de unos labios levemente excitados, ansiosos por la espera de sentir la energía contraria sobre ellos. Un divertido y discreto cruce de piernas, acompañado de la inclinación del resto del cuerpo que juega con provocar traviesamente la mirada del ajeno sobre el ajustado escote que reserva en su interior ciertos secretos lujuriosos. Un clamado suspiro ante las palabras del fiel cliente que te observa con ojos devoradores y prueba a rozar con manos de fiera la sumisa piel que tiene cerca, y todo ello falseado para continuar reteniendo su atención, su interés, su deseo. Tácticas obsequiadas con monedas. Mentiras apremiadas. No era un trabajo sencillo, pero después de todo era efectivo y lo suficientemente remunerado como para aguantar el descaro y la tiranía de extraños, de señores que olvidaban su título y formas a la entrada del burdel, y abusaban de su posición primitiva, motivados por sus más bajas pasiones. Tan repugnante a veces como necesario. Ya se conocía el maldito dicho entre aquellos lares: “la que nace puta, muere puta”. Por mal que suene…
Y aquella noche, tan fantástica como las demás, y válgase la ironía de turno, el afortunado con el que podía tontear a ciegas no era otro que el Señor Wilton, un vástago usurero, poco agraciado, arrogante y de manos escurridizas. Si no fuera porque siempre llevaba el bolsillo repleto de monedas, jamás me habría acercado a él. Pero, claro, aquel hombre de negocios tenía una particularidad envidiable que le diferencia de otros. Y es que se decía que si se sentía contento con el servicio prestado, sus propinas eran la mar de suculentas. Y yo, bueno, podía confirmarlo. Tanto como sus raras manías sexuales… De ahí, que esa misma noche vistiese aquel sugerente vestido de corté francés que tan bien se adaptaba a mi cintura. El delicado bordado, puntual a lo largo del patrón de dicha prenda, parecía realzar un poco más de lo habitual su poderío. Lo cual no entraba en contraste con aquel color lapislázuli que teñía cada centímetro de la tela que me cubría y que se acoplaba a la perfección con el tocado que prendía de un lateral de mi cabellera suelta. Como en otras ocasiones, el maquillaje se reducía al mínimo. Tampoco era necesario engatusar con tanta desvergüenza al cliente, ¿no creen? Así como la coherente ausencia de abalorios excesivos. Había que portar una imagen real de lo que se era, pero en este caso, y lo más importante, había que llevar la que él exigía. Sí, sí. El que paga, manda.
Y de su abrazo iba camino de disfrutar de un par de copas para entrar en calor y proceder a los preámbulos acostumbrados cuando la figura de la Madam se interpuso entre nosotros con su altiva, pero dulce, expresión. Unas risas le dedicó casi en confidencia al bueno de Wilton, mientras me apartaba en un segundo plano para susurrarme: “Ya tienes cliente asignado por hoy.” No supe entenderla en un primer momento. Quizás era porque durante mi corto trayecto de las escaleras al propio salón del recinto me había concienciado de que mi cliente era el bochornoso Clive Wilton. Pero no, se ve que en algún punto me confundí. Un punto incomprensible que reflejó una clara expresión de sorpresa en mi rostro cuando observé como otra de mis compañeras se hacía con el trofeo del día.
-¿De qué cliente estáis hablando…? Porque…
Interrumpió mis palabras y sin más depositó entre mis manos lo que parecía ser una nota y un… ¿Dibujo? Sí, un dibujo, y no uno cualquiera. Era un dibujo de trazados familiares cuya ilustración me personificaba a mí, anunciando el fin de mi vida pasada y, asimismo, el comienzo de mi vida futura. Pudo darme un vuelco el corazón al verlo y casi pude sentir como la respiración no se regulaba con la calma anterior. Debía ser una broma. Una broma muy pesada. No podía ser que él estuviese allí, que me hubiese encontrado. Era técnicamente imposible. ¿Cómo podría? Mi misiva no era un reclamo que pudiera usar en mi contra por más inteligente que fuese… Un momento… ¿Y si no era él? ¿Y si había enviado a otro en su lugar? ¡Oh, no! No tenía sentido. No lo tenía. Mis pupilas se anclaron en las de la respetada mujer que negaba contunde la cabeza en señal de que me tocaba cumplir con el trato y del que no podría escaquearme. Sus siguientes indicaciones, susurradas como todo lo demás, fueron rápidas: debía acudir al bar, permanecer allí, y responder. Esperar y proceder... Sus métodos. Sus hazañas. ¿Era o no era?
Pasos lentos, con la mirada agachada, finalizaron nada más llegar a mi destino. Todavía con la nota y el dibujo entre mis nerviosas manos, tomé un asiento al azar, cerca del extremo más remoto de la barra donde el joven John servía copa tras copa, según se le dictaba. No tardó en acercarse, llamado por mi propia intranquilidad. No estaba preparada para sentir tal conflicto de emociones al creer que él podía estar allí, en el mismo espacio que yo. ¿Habría despertado su fatalidad? ¿Debía estar asustada, ilusionada, o ambas? Era demasiado pronto. No había consigo nada y él podía… Respira hondo, Señorita Wright, respira muy hondo… Cálmate. Y lo hice hasta que la voz del camarero me abordó.
-¿Lo de siempre, Evelyn?
-Sí, lo de siempre…
No había que dar más detalles. Mi profesionalidad podía compararse a la suya, era lo que tenía tratarse tan diaramente. Al darse la vuelta, y mientras preparaba mi encargo personal, abrí la nota y la leí en completo silencio… Era su letra, su esencia escrita y no ocultaba la exigencia de sus palabras. Otro vuelco, otro escalofrío sin poder ser descrito... ¿Y tenía que responderle? ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Y si era una trampa? ¿Y si el verdugo había descubierto la verdad y me había encontrado? Pero era su letra… Lo que no me aseguraba su rostro, ni su presencia en sí. ¿Dónde estaba? Por más que levantase la mirada e inspeccionara el lugar, desde mi posición, no podía hallarle. ¿Y si nada de aquello era real…? Bien, había que averiguarlo, tarde o temprano, de un modo u otro… Dejando a un lado el dibujo al que le podía dedicar más de una mirada recelosa, me apoyé sobre la barra, dispuesta a devolverle la contestación que había implorado. Difícil era. No por el cómo, sino por el qué…
¿Dureza? ¿Y qué podía hacer? No podía sucumbir a su efecto, tenía que alejarle, o…
-Señorita.
Posó la copa delante de mí y mi mirada sobresaltada se perdió en su rubí contenido. Extendió la mano y reclamó la nota que había terminado para él. Dudosa, finalmente se la cedí. Se la harían llegar y bien que estaría pendiente, visualmente hablando, de la persona encargada. Así, al menos, descubriría en qué punto ciego se “escondía”. Pero mientras, tomaría la copa, y al acecho, ante la angustiosa espera, un primer sorbo me tranquilizaría. O no. Seguramente no.
Y aquella noche, tan fantástica como las demás, y válgase la ironía de turno, el afortunado con el que podía tontear a ciegas no era otro que el Señor Wilton, un vástago usurero, poco agraciado, arrogante y de manos escurridizas. Si no fuera porque siempre llevaba el bolsillo repleto de monedas, jamás me habría acercado a él. Pero, claro, aquel hombre de negocios tenía una particularidad envidiable que le diferencia de otros. Y es que se decía que si se sentía contento con el servicio prestado, sus propinas eran la mar de suculentas. Y yo, bueno, podía confirmarlo. Tanto como sus raras manías sexuales… De ahí, que esa misma noche vistiese aquel sugerente vestido de corté francés que tan bien se adaptaba a mi cintura. El delicado bordado, puntual a lo largo del patrón de dicha prenda, parecía realzar un poco más de lo habitual su poderío. Lo cual no entraba en contraste con aquel color lapislázuli que teñía cada centímetro de la tela que me cubría y que se acoplaba a la perfección con el tocado que prendía de un lateral de mi cabellera suelta. Como en otras ocasiones, el maquillaje se reducía al mínimo. Tampoco era necesario engatusar con tanta desvergüenza al cliente, ¿no creen? Así como la coherente ausencia de abalorios excesivos. Había que portar una imagen real de lo que se era, pero en este caso, y lo más importante, había que llevar la que él exigía. Sí, sí. El que paga, manda.
Y de su abrazo iba camino de disfrutar de un par de copas para entrar en calor y proceder a los preámbulos acostumbrados cuando la figura de la Madam se interpuso entre nosotros con su altiva, pero dulce, expresión. Unas risas le dedicó casi en confidencia al bueno de Wilton, mientras me apartaba en un segundo plano para susurrarme: “Ya tienes cliente asignado por hoy.” No supe entenderla en un primer momento. Quizás era porque durante mi corto trayecto de las escaleras al propio salón del recinto me había concienciado de que mi cliente era el bochornoso Clive Wilton. Pero no, se ve que en algún punto me confundí. Un punto incomprensible que reflejó una clara expresión de sorpresa en mi rostro cuando observé como otra de mis compañeras se hacía con el trofeo del día.
-¿De qué cliente estáis hablando…? Porque…
Interrumpió mis palabras y sin más depositó entre mis manos lo que parecía ser una nota y un… ¿Dibujo? Sí, un dibujo, y no uno cualquiera. Era un dibujo de trazados familiares cuya ilustración me personificaba a mí, anunciando el fin de mi vida pasada y, asimismo, el comienzo de mi vida futura. Pudo darme un vuelco el corazón al verlo y casi pude sentir como la respiración no se regulaba con la calma anterior. Debía ser una broma. Una broma muy pesada. No podía ser que él estuviese allí, que me hubiese encontrado. Era técnicamente imposible. ¿Cómo podría? Mi misiva no era un reclamo que pudiera usar en mi contra por más inteligente que fuese… Un momento… ¿Y si no era él? ¿Y si había enviado a otro en su lugar? ¡Oh, no! No tenía sentido. No lo tenía. Mis pupilas se anclaron en las de la respetada mujer que negaba contunde la cabeza en señal de que me tocaba cumplir con el trato y del que no podría escaquearme. Sus siguientes indicaciones, susurradas como todo lo demás, fueron rápidas: debía acudir al bar, permanecer allí, y responder. Esperar y proceder... Sus métodos. Sus hazañas. ¿Era o no era?
Pasos lentos, con la mirada agachada, finalizaron nada más llegar a mi destino. Todavía con la nota y el dibujo entre mis nerviosas manos, tomé un asiento al azar, cerca del extremo más remoto de la barra donde el joven John servía copa tras copa, según se le dictaba. No tardó en acercarse, llamado por mi propia intranquilidad. No estaba preparada para sentir tal conflicto de emociones al creer que él podía estar allí, en el mismo espacio que yo. ¿Habría despertado su fatalidad? ¿Debía estar asustada, ilusionada, o ambas? Era demasiado pronto. No había consigo nada y él podía… Respira hondo, Señorita Wright, respira muy hondo… Cálmate. Y lo hice hasta que la voz del camarero me abordó.
-¿Lo de siempre, Evelyn?
-Sí, lo de siempre…
No había que dar más detalles. Mi profesionalidad podía compararse a la suya, era lo que tenía tratarse tan diaramente. Al darse la vuelta, y mientras preparaba mi encargo personal, abrí la nota y la leí en completo silencio… Era su letra, su esencia escrita y no ocultaba la exigencia de sus palabras. Otro vuelco, otro escalofrío sin poder ser descrito... ¿Y tenía que responderle? ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Y si era una trampa? ¿Y si el verdugo había descubierto la verdad y me había encontrado? Pero era su letra… Lo que no me aseguraba su rostro, ni su presencia en sí. ¿Dónde estaba? Por más que levantase la mirada e inspeccionara el lugar, desde mi posición, no podía hallarle. ¿Y si nada de aquello era real…? Bien, había que averiguarlo, tarde o temprano, de un modo u otro… Dejando a un lado el dibujo al que le podía dedicar más de una mirada recelosa, me apoyé sobre la barra, dispuesta a devolverle la contestación que había implorado. Difícil era. No por el cómo, sino por el qué…
“¿Desde cuándo el tiempo resulta tan importante? ¿Y cómo sabéis que no os estáis confundiendo de persona al pedir explicaciones y respuestas de un “por qué” que desconozco, mi lord? Debería ser yo la que os preguntase por qué estáis aquí sin estarlo. Porque lo estáis, ¿verdad? ¿O sois un fraude? Decidme, caballero… ¿A qué habéis venido? ¿A intentar borrar vuestras cicatrices? Considero que no deberíais estar aquí. Éste no es vuestro lugar. No podéis encontrar lo que ya no existe.”
¿Dureza? ¿Y qué podía hacer? No podía sucumbir a su efecto, tenía que alejarle, o…
-Señorita.
Posó la copa delante de mí y mi mirada sobresaltada se perdió en su rubí contenido. Extendió la mano y reclamó la nota que había terminado para él. Dudosa, finalmente se la cedí. Se la harían llegar y bien que estaría pendiente, visualmente hablando, de la persona encargada. Así, al menos, descubriría en qué punto ciego se “escondía”. Pero mientras, tomaría la copa, y al acecho, ante la angustiosa espera, un primer sorbo me tranquilizaría. O no. Seguramente no.
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: And it was like slow motion [Evelyn Wright]
Los movimientos hipnóticos de la mujer conseguían mantener su completa atención. El ambiente que les envolvía quedaba silenciado, apagado, como si un tupido manto lo cubriese y un foco de luz se posase sobre la piel de la morena, una piel que casi podía sentir en las yemas de sus dedos. La actitud sugerente ya conocida tenía un propósito nada aceptable a opinión del vikingo, que dedicó una gélida mirada al mequetrefe que contaba con la atención de su amada, o lo que quedase de ella.
Piernas y cuello quedaron a merced de su mirada que obtenía lo que gustaba, sin piedad, sin miramientos, porque mucho tiempo había pasado desde que había podido tomarse esa libertad, demasiado. Bajo la firmeza de su mano el cristal de la copa se hizo añicos, simulando de manera calmada lo que gustaría de hacer con aquel que osaba ponerle las manos encima. Tampoco es que necesitase mucho tiempo, unos segundos habrían bastado para llegar hasta la posición de ese hombre y separar la cabeza de sus hombros, también podría simplemente romperle cada uno de los huesos sin molestarse en tocarle siquiera, no merecía la pena. Su bestia más primitiva reclamaba algo que no debía estar expuesto a otros. Dejar escapar la rabia en aquel instante hubiera sido una carnicería que distaba de ser necesaria puesto que ya tenía lo que necesitaba: Clive Wilton no volvería a ser un problema, ni él ni la lista de aprovechados que obtendría de la dueña del local. Hay crímenes que no pueden quedar sin castigo, pensó esbozando una ligera y aterradora sonrisa. No tenía prisa alguna y por eso dejó que el seboso se separara de Evelyn para entretenerse con alguien más. Podría decirse que verla le había reblandecido, le daría un último deseo a ese hombre, que no se dijera que Haakon Lindberg no estaba siendo generoso. Todo lo generoso que podía ser tras seis amargos meses. La imagen de su querida pelirroja apareció en su mente, como si fuera la voz de una conciencia olvidada por esos celos que su melliza calificaría de irracionales. Liv recurriría a otro tipo de venganza que no culminase en el fin de los infractores. Faltaba saber si acudiría con presteza para evitar la masacre a pequeña escala que se avecinaba.
La reacción de la mujer no pasó desapercibida a los ojos de Haakon, que poco a poco se disponía a extraer los cristales que habían quedado clavados sobre la palma de su mano. Los sacaba sin miramientos, sin dedicarles más atención de la necesaria y sin observar el resultado, pues sus ojos se mantenían fijos desde que había descubierto su presencia. Se permitió estudiarla de arriba abajo, recorriéndola con serenidad y dando buena cuenta de ese sedoso vestido que poco dejaba a la imaginación. Volvería a su anterior proceder si así era necesario: Evelyn Wright sería mujer de un solo “cliente”, una palabra que no le representaba más que por las monedas que había depositado sobre la mano de la madame.
Una negativa de su cabeza acompañó a la lectura de la nota que no solo le desafiaba sino que daba instrucciones acerca de lo que podía o no hacer. Propio de ella mostrar esa actitud. ¿Desconfianza? ¿Temor? Quien podía saberlo.
Piernas y cuello quedaron a merced de su mirada que obtenía lo que gustaba, sin piedad, sin miramientos, porque mucho tiempo había pasado desde que había podido tomarse esa libertad, demasiado. Bajo la firmeza de su mano el cristal de la copa se hizo añicos, simulando de manera calmada lo que gustaría de hacer con aquel que osaba ponerle las manos encima. Tampoco es que necesitase mucho tiempo, unos segundos habrían bastado para llegar hasta la posición de ese hombre y separar la cabeza de sus hombros, también podría simplemente romperle cada uno de los huesos sin molestarse en tocarle siquiera, no merecía la pena. Su bestia más primitiva reclamaba algo que no debía estar expuesto a otros. Dejar escapar la rabia en aquel instante hubiera sido una carnicería que distaba de ser necesaria puesto que ya tenía lo que necesitaba: Clive Wilton no volvería a ser un problema, ni él ni la lista de aprovechados que obtendría de la dueña del local. Hay crímenes que no pueden quedar sin castigo, pensó esbozando una ligera y aterradora sonrisa. No tenía prisa alguna y por eso dejó que el seboso se separara de Evelyn para entretenerse con alguien más. Podría decirse que verla le había reblandecido, le daría un último deseo a ese hombre, que no se dijera que Haakon Lindberg no estaba siendo generoso. Todo lo generoso que podía ser tras seis amargos meses. La imagen de su querida pelirroja apareció en su mente, como si fuera la voz de una conciencia olvidada por esos celos que su melliza calificaría de irracionales. Liv recurriría a otro tipo de venganza que no culminase en el fin de los infractores. Faltaba saber si acudiría con presteza para evitar la masacre a pequeña escala que se avecinaba.
La reacción de la mujer no pasó desapercibida a los ojos de Haakon, que poco a poco se disponía a extraer los cristales que habían quedado clavados sobre la palma de su mano. Los sacaba sin miramientos, sin dedicarles más atención de la necesaria y sin observar el resultado, pues sus ojos se mantenían fijos desde que había descubierto su presencia. Se permitió estudiarla de arriba abajo, recorriéndola con serenidad y dando buena cuenta de ese sedoso vestido que poco dejaba a la imaginación. Volvería a su anterior proceder si así era necesario: Evelyn Wright sería mujer de un solo “cliente”, una palabra que no le representaba más que por las monedas que había depositado sobre la mano de la madame.
Una negativa de su cabeza acompañó a la lectura de la nota que no solo le desafiaba sino que daba instrucciones acerca de lo que podía o no hacer. Propio de ella mostrar esa actitud. ¿Desconfianza? ¿Temor? Quien podía saberlo.
Evidentemente sabría donde se encontraba, bastaba con dirigir la mirada a la persona encargada de entregar la nota. Y por si no fuera suficiente, dejó su imagen al descubierto un instante, como un flash, en el que hizo desaparecer la ilusión que había trazado con su mente justo delante de su persona, oscureciendo el lugar y haciéndole de alguna forma invisible a ojos ajenos. Dejó que se produjera un cruce de miradas, corto pero intenso y volvió a sumergirse en la oscuridad. Esta vez no tenía por qué guardar las distancias, eso había quedado en el pasado y no volvería a repetirse por ningún motivo razonable o no. Solo restaba esperar, con algo de impaciencia cabría decir, a que los pasos de ella la guiasen al reservado, quizá fuera conveniente que diera buena cuenta de la copa que aún permanecía en la barra.Jamás podría confundirla con alguien más, señorita “Wright”. En efecto es la persona que busco, se haga llamar D.S. o Evelyn Wright, mismo ente distintas denominaciones. El tiempo importa, así como la presencia o ausencia que lo acompaña.
No necesita más explicaciones puesto que el dibujo entregado es más que claro. Cierto es, puede que este no sea mi lugar, ni tampoco el suyo.
Traiga consigo dos copas, me temo que la que tenía ha sufrido un pequeño percance.
Haakon Lindberg- Vampiro Clase Alta
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Re: And it was like slow motion [Evelyn Wright]
Lo que deseaba descubrir se mostró al instante. La nota entregada acabó en otras manos que la depositaron finalmente en las suyas. No había perdido detalle alguno del recorrido que había realizado aquella persona desde la barra hasta uno de los reservados del fondo donde aquel hombre, la razón de mis continuados desvelos y locuras transitorias, se había instalado para “observar”. Para observarme. Abandonando la copa en un sutil y breve lapsus de tiempo sobre la barra en la que continuaba apoyada, la espera de su nueva respuesta consiguió lo que otros no habían, ni podrían, conseguir nunca: apoderarse de la viveza de mi maltrecha alma, de la inestabilidad de no querer controlar ningún impulso que me mantuviese en ese discreto segundo plano por más tiempo. Pero debía aguardar un poco más, lo suficiente para leerle otra vez y asegurarme que no era un truco macabro de mi retorcida mente o una simple broma de la Muerte, empeñada en reclamar su parte del “trato”. Sólo un poco más, sólo eso…
Y entonces ocurrió… Con demasiada rapidez… Pero ocurrió. Se produjo ese cruce de miradas imprevisto en mitad de toda distancia, arrasándome con su imponente fuerza, como si se tratase de una compleja ilusión, o de uno de mis codiciados sueños; y ocurrió casi al mismo tiempo en el que poseía sus intenciones entre mis azoradas manos, siéndome entregada la confirmación por la que rezaba en silencio como una señal de aprobación para correr a su lado. Iba a ser imposible que, tras verle, un nuevo sorbo fuese capaz de volver a tranquilizarme. Ni siquiera habiendo tomado la copa con urgencia y bebiéndome todo su contenido de un solo trago, antes de volver a soltarla, pude encontrar un mínimo de paz. No, en aquel bar no habría la cantidad previa y merecida de vicios que pudieran adormecer mi desbocado corazón. Y su nota no ayudó, más bien aceleró el proceso una vez fue leída y comprendida, alertando a esa parte altiva que decidía salir cuando las “órdenes” le eran dadas.
Intentando recomponerme de la situación, le pedí a John que trajese una botella sin descorchar de ese vino especial al que determinados clientes podían optar como delicia extra de la casa. Mientras, doblé nuevamente la última nota entregada y enrollé con cuidado la preciosa lámina que me había sido “regalada”. El joven “barman” no tardó demasiado en cumplir su cometido, trayendo consigo un sacacorchos, una herramienta de gran utilidad según el uso que se le otorgue. Me levanté de mi asiento, agarrando la botella por su distinguido cuello y cargando en la otra mano el resto de enceres. Evelyn, ¿y las copas? ¿Las copas? Bueno, hasta donde tengo entendido mi trabajo en este sitio no se caracteriza por ser precisamente la camarera del recinto. Ya estoy haciéndole un grato “favor” al llevarle este estupendo y dulzón frasco, ¿verdad? Además, si recién ha sufrido un percance con una de esas “diabólicas” copas, no creo que sea prudente llevar dos más. Imagina la de cosas que podrían pasarle... Oh, ¿estás teniendo un acto de generosidad y preocupación? Por supuesto. Fijo que con la gran imaginación que tiene ese hombre, encuentra el modo ideal para degustar la excelente bebida de la que le haré entrega. ¿En serio? Tranquila, sé que “recipientes” no le van a faltar…
No le haría esperar más. Empujada por esa falsa seguridad que me invadía sin razón, me encaminé y me adentré en su “territorio”. Nada más acceder a su reservado, la opacidad chafó todas mis garantías. Haakon. Creí que sería lo primero que verían mis ojos y no. ¿Me lo estaría imaginando todo? De ser así... Mis huesos terminarían en una mohosa celda en alguna institución mental de mala reputación dentro de poco... Y es que los achaques pasados comenzaban a superarme. Pero... Quería continuar creyéndome que era verdad lo que estaba sucediendo y lo que me hacía experimentar su mera visita. Debía. A la duda le encantaba asesinar a la esperanza y yo no quería dudar de él. No podía estar tan loca como para fantasear tanto... ¿No? Entonces, ¿dónde estaba?
Rodeada de tinieblas, poco podía ver a mi alrededor más que una recatada mesita sobre la que se alzaba una tenue fuente de luz y a su lado, en el suelo, no muy lejos, un tímido rastro de cristales. ¿Dónde, dónde? Estar estaba allí. Podía sentirle, sugestionadamente o no, pero sentía que estaba. ¿Y qué había pasado? Se me escapaba, pero pobre copa, quizás había sido víctima de su ira personal. Con calma y los ojos bien abiertos, me aproximé a la mesa y coloqué botella, herramienta y papel, retrocediendo unos pasos al haber liberado mis manos. En algún rincón, en la ancha negrura espesa que conformaba ese mismo escenario, su persona parecía “ocultarse”. ¿Por qué? ¿Qué tramaba? ¿Hacerme llegar a mi límite para que sucumbiese? Pues, podía estar tranquilo, porque casi lo estaba consiguiendo…
-¿Para esto exigís mi presencia, Señor Lindberg? Podría coincidir con vos en que hace una noche espléndida para jugar, pero… No creo que el escondite sea el más indicado para nosotros en esta seductora nocturnidad. – seguía sin localizarle dentro de aquella oscuridad que me arropaba. Era extraño, pero no podía evitar sentirme “desnuda” e “indefensa” frente a sus propósitos y, pese a ello, no podía hablarse de disgusto. Mi voz me delataba… La propia morbosidad y tensión puntual suponía todo un reclamo para mi excitación que necesitaba desfogarse emocionalmente entre sus brazos, unos que no terminaban de presentarse ante mí. - Se me ocurren muchos otros juegos más prácticos, provechos y… Entretenidos, ¿sabéis? Ahora que si no estáis interesado, tal vez deberían devolveros vuestro dinero y permitir que retome a mi anterior cliente. - agitada, e impaciente, examinando las inexistentes sombras que la luz de la mesita podía proyectar con la mayor de las dificultades, unos dedos nerviosos acabaron por enredarse entre aquellos cabellos que volvían a caer por encima de mis hombros. – Podéis conformaros con el vino que os he traído. Que no es poco y que puede compensar vuestros "modestos" pagos por mis servicios.
¿Provocación? Sí. Deseaba verle, entrar en contacto directo con él y lanzarme a su perdición tras tanta desgracia y debiéndonos esas explicaciones de turno. Y provocarle era el modo perfecto para atraerle sin que perdiésemos más tiempo del que ya habríamos perdido… Aunque no era el único motivo. Quizás, pretendía imaginarme sus primeras reacciones anteponiéndome a su propia “bestia” interior y comprobar si estaba para ser "encerrada" o había "esperanza".
Y entonces ocurrió… Con demasiada rapidez… Pero ocurrió. Se produjo ese cruce de miradas imprevisto en mitad de toda distancia, arrasándome con su imponente fuerza, como si se tratase de una compleja ilusión, o de uno de mis codiciados sueños; y ocurrió casi al mismo tiempo en el que poseía sus intenciones entre mis azoradas manos, siéndome entregada la confirmación por la que rezaba en silencio como una señal de aprobación para correr a su lado. Iba a ser imposible que, tras verle, un nuevo sorbo fuese capaz de volver a tranquilizarme. Ni siquiera habiendo tomado la copa con urgencia y bebiéndome todo su contenido de un solo trago, antes de volver a soltarla, pude encontrar un mínimo de paz. No, en aquel bar no habría la cantidad previa y merecida de vicios que pudieran adormecer mi desbocado corazón. Y su nota no ayudó, más bien aceleró el proceso una vez fue leída y comprendida, alertando a esa parte altiva que decidía salir cuando las “órdenes” le eran dadas.
Intentando recomponerme de la situación, le pedí a John que trajese una botella sin descorchar de ese vino especial al que determinados clientes podían optar como delicia extra de la casa. Mientras, doblé nuevamente la última nota entregada y enrollé con cuidado la preciosa lámina que me había sido “regalada”. El joven “barman” no tardó demasiado en cumplir su cometido, trayendo consigo un sacacorchos, una herramienta de gran utilidad según el uso que se le otorgue. Me levanté de mi asiento, agarrando la botella por su distinguido cuello y cargando en la otra mano el resto de enceres. Evelyn, ¿y las copas? ¿Las copas? Bueno, hasta donde tengo entendido mi trabajo en este sitio no se caracteriza por ser precisamente la camarera del recinto. Ya estoy haciéndole un grato “favor” al llevarle este estupendo y dulzón frasco, ¿verdad? Además, si recién ha sufrido un percance con una de esas “diabólicas” copas, no creo que sea prudente llevar dos más. Imagina la de cosas que podrían pasarle... Oh, ¿estás teniendo un acto de generosidad y preocupación? Por supuesto. Fijo que con la gran imaginación que tiene ese hombre, encuentra el modo ideal para degustar la excelente bebida de la que le haré entrega. ¿En serio? Tranquila, sé que “recipientes” no le van a faltar…
No le haría esperar más. Empujada por esa falsa seguridad que me invadía sin razón, me encaminé y me adentré en su “territorio”. Nada más acceder a su reservado, la opacidad chafó todas mis garantías. Haakon. Creí que sería lo primero que verían mis ojos y no. ¿Me lo estaría imaginando todo? De ser así... Mis huesos terminarían en una mohosa celda en alguna institución mental de mala reputación dentro de poco... Y es que los achaques pasados comenzaban a superarme. Pero... Quería continuar creyéndome que era verdad lo que estaba sucediendo y lo que me hacía experimentar su mera visita. Debía. A la duda le encantaba asesinar a la esperanza y yo no quería dudar de él. No podía estar tan loca como para fantasear tanto... ¿No? Entonces, ¿dónde estaba?
Rodeada de tinieblas, poco podía ver a mi alrededor más que una recatada mesita sobre la que se alzaba una tenue fuente de luz y a su lado, en el suelo, no muy lejos, un tímido rastro de cristales. ¿Dónde, dónde? Estar estaba allí. Podía sentirle, sugestionadamente o no, pero sentía que estaba. ¿Y qué había pasado? Se me escapaba, pero pobre copa, quizás había sido víctima de su ira personal. Con calma y los ojos bien abiertos, me aproximé a la mesa y coloqué botella, herramienta y papel, retrocediendo unos pasos al haber liberado mis manos. En algún rincón, en la ancha negrura espesa que conformaba ese mismo escenario, su persona parecía “ocultarse”. ¿Por qué? ¿Qué tramaba? ¿Hacerme llegar a mi límite para que sucumbiese? Pues, podía estar tranquilo, porque casi lo estaba consiguiendo…
-¿Para esto exigís mi presencia, Señor Lindberg? Podría coincidir con vos en que hace una noche espléndida para jugar, pero… No creo que el escondite sea el más indicado para nosotros en esta seductora nocturnidad. – seguía sin localizarle dentro de aquella oscuridad que me arropaba. Era extraño, pero no podía evitar sentirme “desnuda” e “indefensa” frente a sus propósitos y, pese a ello, no podía hablarse de disgusto. Mi voz me delataba… La propia morbosidad y tensión puntual suponía todo un reclamo para mi excitación que necesitaba desfogarse emocionalmente entre sus brazos, unos que no terminaban de presentarse ante mí. - Se me ocurren muchos otros juegos más prácticos, provechos y… Entretenidos, ¿sabéis? Ahora que si no estáis interesado, tal vez deberían devolveros vuestro dinero y permitir que retome a mi anterior cliente. - agitada, e impaciente, examinando las inexistentes sombras que la luz de la mesita podía proyectar con la mayor de las dificultades, unos dedos nerviosos acabaron por enredarse entre aquellos cabellos que volvían a caer por encima de mis hombros. – Podéis conformaros con el vino que os he traído. Que no es poco y que puede compensar vuestros "modestos" pagos por mis servicios.
¿Provocación? Sí. Deseaba verle, entrar en contacto directo con él y lanzarme a su perdición tras tanta desgracia y debiéndonos esas explicaciones de turno. Y provocarle era el modo perfecto para atraerle sin que perdiésemos más tiempo del que ya habríamos perdido… Aunque no era el único motivo. Quizás, pretendía imaginarme sus primeras reacciones anteponiéndome a su propia “bestia” interior y comprobar si estaba para ser "encerrada" o había "esperanza".
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: And it was like slow motion [Evelyn Wright]
Exige aire con furia aquel que languidece ante lo inevitable del ahogo, rodeado del transparente elemento que le envuelve, aparentemente insignificante mas las apariencias como bien debería saber el lector, no son más que un engaño a los sentidos, a la mente que gobierna ese barco camino del naufragio.
Senderos opuestos se presentan esperando la pronta elección del que no posee más tiempo que el estipulado: minutos que, de tan rápidos, no llegan ni a segundos, ni a centésimas, se cuenta por milésimas. Un pestañeo es suficiente y la elección determinante. ¿No es eso “la vida”? Elección tras elección, decisiones que labran un camino sin retorno.
Volviendo al asunto en cuestión, pudo el náufrago elegir entre dos resplandores: aquel que le devolvería el preciado elemento a sus pulmones y ese otro que, a pesar de negarle el control sobre su existencia resultaba sumamente atrayente, tanto que era imposible de evitar.
La elección realizada era más que evidente.
Esa mujer se había convertido en su mayor debilidad, de nada valía negarlo, su presencia en el burdel era la prueba inequívoca. Seguía los movimientos femeninos sin inmutarse por el gentío que le rodeaba, para él solo estaban ambos. Prácticamente podría decirse que ni siquiera su presencia era patente, que tan solo la de ella era motivo más que suficiente como para que la noche siguiera su curso. Una fina prenda envolvía el objeto de su deseo, el motivo por el que permanecía en ese sillón escondido tras un manto de sombras, anhelante, desconcertado, buscando algún resquicio de su cordura, exigiendo a su autocontrol que hiciera acto de presencia de inmediato. Sentía celos de la tela que acariciaba cada una de sus curvas con descaro, que disfrutaba de la suavidad de esa piel que casi podía sentir en sus manos si cerraba los ojos y se anclaba en sus recuerdos.
El gesto fue imitado, el de vaciar el contenido del vaso, en su caso botella…algo que en realidad no le afectaba en lo más mínimo y, aún con todo, dio buena cuenta del vino que le había sido entregado y que no le sabía a nada, hacía demasiado tiempo que su paladar se había vuelto especialmente exigente.
Y no solo el paladar, pensó para sí mismo sin darse cuenta de que su perdición se acercaba botella en mano hacia el reservado. ¿Tanto lo alteraba? No era necesario responder. En una situación cualquiera hubiera permanecido atento a su alrededor, a las idas y venidas de aquellos que estaban cerca…cualquier cosa que pudiera afectarle y sin embargo, allí estaba ella, dándole tiempo únicamente a apretar el reposabrazos con su mano haciéndolo crujir. No podía extrañarse de que estuviera allí, él mismo la había convocado. Con presteza se deshizo de la chaqueta y se levantó del sillón al que, sin saberlo, se había acercado “Evelyn” para depositar la botella y el sacacorchos.
-No soy yo quien se esconde. – inquirió con una voz rasgada al tiempo que se levantaba. Aún no se descubriría totalmente. - ¿A qué desea jugar entonces, señorita Wright? – rodeó a la mujer quedando a su espalda, tomando sin previo aviso sus hombros, acercándose lo suficiente para que pudiera sentir su cuerpo y su leve susurro sobre su lóbulo, el mismo que atrapó sutilmente entre sus dientes. – Nunca he sido ni seré un simple cliente. Si no ceja en su empeño de denominarme así, sepa que tendrá un buen motivo para recordarlo. – las yemas de sus dedos acariciaron los desnudos brazos hasta alcanzar las níveas manos, tomándolas y cruzándolas sobre su abdomen. Podría decirse que la mantenía encerrada entre sus brazos. – Considéreme su último cliente. – afirmó con contundencia, dejando claro que para él los juegos se habían acabado. - ¿Le resultaría divertido? Bien…porque en estos momentos soy el dueño de su tiempo.
Las manos de Evelyn fueron recogidas bajo la propia, aprisionándolas contra su abdomen y dejando libre otra, aquella que se introdujo bajo la tela del corpiño buscando la piel que no se hallaba expuesta. - ¿Realmente cree que soy de los que se conforman? – una ronca risa emanó de sus labios, breve, tanto como lo fue su acercamiento al cuello de la mujer. Recordaba su aroma, como si hubiera sido el día anterior mismamente cuando hubiera estado junto a ella de esa forma. Emanaba seguridad, autocontrol y una fortaleza encomiable. De algún modo conseguía serenarse lo suficiente como para no sucumbir a la locura que le embargaba. – Sabe de sobra que mis gustos tienen nombre y apellido propios, justamente aquellos con los que considere denominarse. – mordió el hombro femenino sin sacar sus colmillos, siguiendo el camino hacia su cuello con pequeños mordiscos hasta dejar emerger los estiletes. La fina piel fue rozada por estos, anticipándose a lo que realmente buscaba. Pudo controlarse, dejar eso para después y pedir explicaciones por lo sucedido, claro que también podía invertir el orden de sus acciones. La suave piel del cuello fue atravesada por sus colmillos, ávidos por penetrar de nuevo lo que antaño les estaba prohibido. Un sonido placentero acompañó a la invasión y posterior succión. Las provocaciones sin duda habían dado fruto y no, no era únicamente el néctar carmesí lo que anhelaba de esa mujer, había algo más, más terrenal y no por ello menos atrayente. Buscaba sus labios, su suave roce, lo que significaba todo aquello y la única forma de encontrarlo era girándola, dejándolos frente a frente esta vez dejándose ver en parte, iluminado por una ténue luz. Con la herida sellada y la mujer aprisionada entre su cuerpo y la pared aguardó, sólo un instante para mirarla de cerca, con sus labios prácticamente rozando los ajenos, de repente petrificado. ¿Por qué no continuaba con lo que realmente deseaba?
Senderos opuestos se presentan esperando la pronta elección del que no posee más tiempo que el estipulado: minutos que, de tan rápidos, no llegan ni a segundos, ni a centésimas, se cuenta por milésimas. Un pestañeo es suficiente y la elección determinante. ¿No es eso “la vida”? Elección tras elección, decisiones que labran un camino sin retorno.
Volviendo al asunto en cuestión, pudo el náufrago elegir entre dos resplandores: aquel que le devolvería el preciado elemento a sus pulmones y ese otro que, a pesar de negarle el control sobre su existencia resultaba sumamente atrayente, tanto que era imposible de evitar.
La elección realizada era más que evidente.
Esa mujer se había convertido en su mayor debilidad, de nada valía negarlo, su presencia en el burdel era la prueba inequívoca. Seguía los movimientos femeninos sin inmutarse por el gentío que le rodeaba, para él solo estaban ambos. Prácticamente podría decirse que ni siquiera su presencia era patente, que tan solo la de ella era motivo más que suficiente como para que la noche siguiera su curso. Una fina prenda envolvía el objeto de su deseo, el motivo por el que permanecía en ese sillón escondido tras un manto de sombras, anhelante, desconcertado, buscando algún resquicio de su cordura, exigiendo a su autocontrol que hiciera acto de presencia de inmediato. Sentía celos de la tela que acariciaba cada una de sus curvas con descaro, que disfrutaba de la suavidad de esa piel que casi podía sentir en sus manos si cerraba los ojos y se anclaba en sus recuerdos.
El gesto fue imitado, el de vaciar el contenido del vaso, en su caso botella…algo que en realidad no le afectaba en lo más mínimo y, aún con todo, dio buena cuenta del vino que le había sido entregado y que no le sabía a nada, hacía demasiado tiempo que su paladar se había vuelto especialmente exigente.
Y no solo el paladar, pensó para sí mismo sin darse cuenta de que su perdición se acercaba botella en mano hacia el reservado. ¿Tanto lo alteraba? No era necesario responder. En una situación cualquiera hubiera permanecido atento a su alrededor, a las idas y venidas de aquellos que estaban cerca…cualquier cosa que pudiera afectarle y sin embargo, allí estaba ella, dándole tiempo únicamente a apretar el reposabrazos con su mano haciéndolo crujir. No podía extrañarse de que estuviera allí, él mismo la había convocado. Con presteza se deshizo de la chaqueta y se levantó del sillón al que, sin saberlo, se había acercado “Evelyn” para depositar la botella y el sacacorchos.
-No soy yo quien se esconde. – inquirió con una voz rasgada al tiempo que se levantaba. Aún no se descubriría totalmente. - ¿A qué desea jugar entonces, señorita Wright? – rodeó a la mujer quedando a su espalda, tomando sin previo aviso sus hombros, acercándose lo suficiente para que pudiera sentir su cuerpo y su leve susurro sobre su lóbulo, el mismo que atrapó sutilmente entre sus dientes. – Nunca he sido ni seré un simple cliente. Si no ceja en su empeño de denominarme así, sepa que tendrá un buen motivo para recordarlo. – las yemas de sus dedos acariciaron los desnudos brazos hasta alcanzar las níveas manos, tomándolas y cruzándolas sobre su abdomen. Podría decirse que la mantenía encerrada entre sus brazos. – Considéreme su último cliente. – afirmó con contundencia, dejando claro que para él los juegos se habían acabado. - ¿Le resultaría divertido? Bien…porque en estos momentos soy el dueño de su tiempo.
Las manos de Evelyn fueron recogidas bajo la propia, aprisionándolas contra su abdomen y dejando libre otra, aquella que se introdujo bajo la tela del corpiño buscando la piel que no se hallaba expuesta. - ¿Realmente cree que soy de los que se conforman? – una ronca risa emanó de sus labios, breve, tanto como lo fue su acercamiento al cuello de la mujer. Recordaba su aroma, como si hubiera sido el día anterior mismamente cuando hubiera estado junto a ella de esa forma. Emanaba seguridad, autocontrol y una fortaleza encomiable. De algún modo conseguía serenarse lo suficiente como para no sucumbir a la locura que le embargaba. – Sabe de sobra que mis gustos tienen nombre y apellido propios, justamente aquellos con los que considere denominarse. – mordió el hombro femenino sin sacar sus colmillos, siguiendo el camino hacia su cuello con pequeños mordiscos hasta dejar emerger los estiletes. La fina piel fue rozada por estos, anticipándose a lo que realmente buscaba. Pudo controlarse, dejar eso para después y pedir explicaciones por lo sucedido, claro que también podía invertir el orden de sus acciones. La suave piel del cuello fue atravesada por sus colmillos, ávidos por penetrar de nuevo lo que antaño les estaba prohibido. Un sonido placentero acompañó a la invasión y posterior succión. Las provocaciones sin duda habían dado fruto y no, no era únicamente el néctar carmesí lo que anhelaba de esa mujer, había algo más, más terrenal y no por ello menos atrayente. Buscaba sus labios, su suave roce, lo que significaba todo aquello y la única forma de encontrarlo era girándola, dejándolos frente a frente esta vez dejándose ver en parte, iluminado por una ténue luz. Con la herida sellada y la mujer aprisionada entre su cuerpo y la pared aguardó, sólo un instante para mirarla de cerca, con sus labios prácticamente rozando los ajenos, de repente petrificado. ¿Por qué no continuaba con lo que realmente deseaba?
Haakon Lindberg- Vampiro Clase Alta
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