¿De nuevo tu? Ya veo que los años no te cambian... || Owen

Oh, la nuit! La fría y oscura noche parisina se abría ante mi como muchas otras que ya habían quedado atrás; no me había costado mucho decidir el lugar al que dirigirme para saciar la sed con la que había despertado: los bosques. No eran pocos los que se cobijaban en estos lugares, huyendo de a ciudad, tratando quizá de olvidar un pasado que les atormentaba, otros mucho viajando de un lugar a otro y que se cobijaban en sus carruajes en pos de pasar la noche resguardados del frío invernal, ¿qué sería esta noche? Poco me importaba, pues tenía mejores cosas que hacer en la ciudad que andar entreteniéndome con cualquier pueblerino que encontrase esa noche, después de todo sólo quería saciar la sed abrasadora de mi garganta y no entretenerme con ningún tipo de juego macabro aquella noche. No, me controlaría y no me permitiría perder la coherencia en lo que hacía.

No me resultaba difícil avanzar silenciosamente por el bosque, evitando ramas y el chasquido de las hojas secas y húmedas bajo mis pies, podía escuchar animales nocturnos aquí y allá, aves de presa, el chillido agonizante de un ratón antes de perder su último aliento entre las garras de una lechuza... y algo más. Una respiración, la respiración tranquila y profunda de alguien que duerme a la luz de las estrellas; no tardé en reconocer el bulto en el suelo: tapado bajo la piel de a saber qué animal y ocultando su rostro bajo una boina de loneta se encontraba un hombre que dormía plácidamente, reposando su cabeza sobre el tronco de un grueso árbol. El olor que emanaba llenó mis fosas nasales e hizo que mis garganta rugiese pidiendo su sangre, aunque este también dejaba claro que hacía días que ese hombre no tocaba el agua. Me encogí de hombros, me conformaría con eso, pues había tomado la determinación de alimentarme y salir de allí para volver a la ciudad.

Fue rápido, intentó gritar inútilmente cuando mis colmillos se abrieron paso en su piel, dejando pasar la sangre que en ese momento necesitaba. Sucio pero sano, tenía un sabor agradable y saciante; coloqué las manos en la posición adecuada y cuando me hube saciado de él, las moví con fuerza: un sólo crack y él ya yacía en el suelo con un extraño ángulo y sin rastro de vida en su cuerpo. Rápido y limpio, las fieras del bosque se encargarían de hacerlo desaparecer. Me agaché y retiré la piel que aún cubría su cuerpo con la intención de dejarle completamente descubierto para los depredadores y ¡oh, sorpresa! ¿Estaría a caso custodiando ese fabuloso colgante de zafiros negros? No me costó arrancárselo de su lacia mano para colocármelo en el cuello, combinaba perfectamente con el corsé negro que llevaba esa noche - Gracias por el regalo - le dije al inerte hombre ates de levantarme y girarme sobre mis propios pies para recorrer el camino en dirección contraria.

Pasé el dorso de mi mano izquierda por mis labios, retirando el poco rastro de sangre que hubiese quedado sobre ellos, coloqué mi ropa de forma que pareciese que apenas me había movido esa noche. A penas veinte pasos alejándome de allí y un sonido y olor nuevos aparecieron de la nada; entorné mis ojos, buscando quien quiera que fuese que estuviese allí y pudiese haber visto lo que había hecho, pero no escuchaba nada, no había latido de corazón alguno... mas el olor era extrañamente familiar. Demasiado familiar; rodé mis ojos con hastío, segura de reconocer ese olor y casi podía sentir el dolor de cabeza que se avecinaba - Sal de donde quiera que estés, Owen. No me gusta jugar al gato y al ratón si no voy a acabar con nadie - pronuncié, mirando a la oscuridad de la noche; estaba segura de que era él quien estaba allí, en alguna parte; ¿cuánto hacía que no lo veía? Cinco, tal vez siete años... desde luego no los suficientes si ese período había llegado a su fin.