Un fragmento de eternidad

Si soy un adivino, lleno de ese espíritu adivinatorio que camina por una alta cúspide entre dos mares, entre el pasado y el porvenir, como una densa nube, enemiga de todas las sofocantes hondonadas, de todo lo que está cansado y no puede morir ni vivir, preparada para que el relámpago desgarre su oscuro seno, preparada para fulminar el rayo de claridad redentora henchida de relámpagos afirmadores que se ríen de su afirmación, pronta para fulminar rayos adivinadores. (* ¡y dichoso el que así está henchido, pues en verdad ¡es preciso que se cierna largo tiempo sobre la cumbre, como pesada tormenta el que un día debe encender la luz del porvenir!)

¿Cómo no he de arder en la pasión o la eternidad, por el nupcial anillo de los anillos, por el anillo del retorno de las cosas? No he encontrado aún a la mujer de quien quisiera tener hijos, sino es esta mujer a quien amo. ¡Por que yo te amo! Eternidad.

Si mi cólera ha profanado a veces las tumbas, echado abajo las lindes y arrojado viejas tablas rotas a profundidades escarpadas.
Si mi burla ha barrido alguna vez las palabras caducas; si ha venido a ser como escoba para las arañas y como viento purificador para las cavernas sepulcrales, viejas y enmohecidas.

Si estuve sentado alguna vez, lleno de alegría en el sitio donde yacen los dioses antiguos, bendiciendo y amando al mundo al lado de los monumentos de sus antiguos calumniadores. De aquellos que decían – este cuerpo no tiene ningún valor, este mundo es nada - Porque yo amo hasta las iglesias y las tumbas de los Dioses, con tal de que el cielo mire serenamente a través de sus rotas bóvedas y gozo con reposar sobre las iglesias destruidas, como la hierba y las amapolas.
¿Cómo no he de arder en la pasión o la eternidad, por el nupcial anillo de los anillos, por el anillo del retorno de las cosas? No he encontrado aún a la mujer de quien quisiera tener hijos, sino es esta mujer a quien amo. ¡Por que yo te amo! Eternidad.

Si alguna vez llego hasta mi un soplo del soplo creador y de esa necesidad divina que obliga a los mismos azares a bailar la danza de la estrellas, si me reí alguna vez con la risa del relámpago creador, al cual sigue murmurando, pero obediente, el prolongado trueno de la acción.

Si jugué alguna vez a los dados con los dioses en la divina mesa de la tierra, haciendo que la tierra temblase y se quebrara, lanzando al aire ríos de llamas- por que la tierra es una mesa divina que tiembla con nuevas palabras creadoras, con un sonido de dados divinos - ¿Cómo no he de arder en la pasión o la eternidad, por el nupcial anillo de los anillos, por el anillo del retorno de las cosas? No he encontrado aún a la mujer de quien quisiera tener hijos, sino es esta mujer a quien amo.  ¡Por que yo te amo! Eternidad.

Si alguna vez he bebido un largo trago de ese cántaro espumoso de especias y mixturas donde todas las cosas están bien mezcladas.
Si mi mano ha mezclado alguna vez lo más remoto con lo más próximo, el fuego con el espíritu, la alegría con la pena y las peores cosas con las mejores.

Si yo misma son un grano de sal redentora que hace que todas las cosas se mezclen bien en el cántaro – porque existe una sal que liga el bien con el mal y hasta el mal es digno de servir de espcia y de hace que se desborde la espuma del cántaro- ¿Cómo no he de arder en la pasión o la eternidad, por el nupcial anillo de los anillos, por el anillo del eterno retorno? ¡Por que yo te amo! Eternidad.

Si yo amo el mar y todo lo que se parece al mar, y más todavía cuando colérico me contradice, si existe en mí la pasión de quien indaga y que impulsa la vela hacia lo desconocido, si hay en mi pasión algo de la pasión del navegante, si alguna vez mi alegría ha exclamado: ¡han desaparecido las costas! Ahora ha caído mi última cadena! Bulle en torno mío la inmensidad sin límites; lejos de mí, centellan el tiempo y el espacio; ¡vamos en marcha, viejo corazón!

¿Cómo no he de arder en la pasión o la eternidad, por el nupcial anillo de los anillos, por el anillo del retorno de las cosas? No encontrarás mujer de quién tener hijos, a menos que sea esta mujer a quien amamos. ¡Porque yo te amo! Eternidad.

Si mi virtud es una virtud de bailarín; si con frecuencia he saltado en medio de arrobamientos de oro y esmeraldas, si mi maldad es una maldad risueña que se encuentra en su centro entre enramadas de rosas y setos de azucenas –porque en la risa todo lo que es malo se encuentra junto pero santificado y liberado por su propia beatitud – y si es mi alfa y mi omega que todo lo pasado se haga ligero, todo cuerpo de danzarín, todo espíritu de ave. (* ¡y ciertamente tal es mi Alfa y mi Omega!)

¿Cómo no he de arder en la pasión o la eternidad, por el nupcial anillo de los anillos, por el anillo del retorno de las cosas? No he encontrado aún a la mujer de quien quisiera tener hijos, sino es esta mujer a quien amo. ¡Por que yo te amo! Eternidad.

Si alguna vez he desplegado cielos tranquilos sobre mí, volando con mis propias alas en mi propio cielo, si he nadado, jugando, en profundas lontananzas de luz; si la sabiduría alada de mi libertad ha venido a decirme ¡Mira! ¡No hay arriba ni abajo! ¡Lánzate hacia aquí y hacia allá! ¡Hacia adelante y hacia atrás, tú que eres ligera! ¡Canta!¡No hables más!

¿No están hechas todas las palabras para los que son pesados? ¿No mienten todas las palabras al que es ligero? Canta.

¡No hables más!

¿Cómo no has de arder en la pasión o la eternidad, por el nupcial anillo de los anillos, por el anillo del retorno de las cosas? ¡Canta!

¡Por que yo te amo! Eternidad

El tiempo parecía marchar más rápido que todos los malditos años de mi existencia, se adelantaba y se plantaba frente a mi rostro, se mofaba de mí, se atrevía a restregarme en la cara su triunfo sobre mí, esa desgraciada victoria que me mantenía respirando cada vez más profundo, de manera más reflexiva, intentando reiterarme en repetidas ocasiones que si estaba en este mundo del cual aborrecía todo era por la razón más poderosa que mi lógica pudo hallar, el enmascarado estaba solo... abandonado por las dudas mal dirigidas de sus soldados y ahora en mi probablemente recaí la responsabilidad de llevar nuevos guerreros al campo de batalla.
No, en definitiva no era un salvador o un elegido, tampoco me iba a comportar como un mártir, por mucho que las heridas que se cicatrizaban lentamente me recordaban lo sucedido, por mucho que la mente dibujara los rostros afligidos de extraños y conocidos que solo Dios sabe cuál fue su destino... yo solo era otro más de los caídos que en esta etapa de crisis que emprendíamos se buscaba así mismo y tenía que enfrentar con la cabeza en alto todo el pasado que con cadenas escandalosas nos había hecho perder la fe en nosotros, logrando en nosotros los miedos más profundos y el odio bien cimentado en la humanidad y en los nuestros... en nuestra propia existencia.
Allí en medio de todos estos pensamientos caminaba por las calles de París custodiado al parecer por Epoch ese extraño cambiaformas y sus amigos, esos a los que después de tanto pensar los odiaba porque ellos al parecer si habían conseguido amar su naturaleza con sus beneficios y sus defectos ninguno decía nada, seguían presos por el silencio que nos había sorprendido desde que dejamos el teatro atrás, muy probablemente querían saber que misterios traía guardados, que significaba toda esa ceniza navegando por los aires y el aroma impregnando cada esquina de París, pero aún no era el momento, hasta no llegar donde ellos me querían instalar no hablaría sobre el asunto y debía hacerlo con tacto, dejar de lado mi aire arisco, debía considerar que ellos eran los únicos que podían ayudarme.
Desconocía las calles por las que caminaba, cumplía bien con mi papel de un miserable perro, les seguía fielmente, aunque adolorido y con esfuerzos físicos y espirituales, deseaba tener en ese momento mi violín y tocar hasta morir, hasta desconocerme a mí mismo y disipar el dolor interior.
Pensar con la dulce sonata que salieran de las cuerdas acariciadas por el arco que la vida es frágil, sin embargo en el afán del humano por sentirse invencible y poderoso, no valoramos el verdadero sentido de la vida, ni de lo que esta significa, creemos que aquí estaremos al día siguiente dejando todo para el mañana y sin embargo ignoramos si dentro de minutos por un motivo cualquiera ese mañana nunca llegará o si algún desdichado te dará una eternidad que no necesitas y cuyo costo es quizás demasiado alto, algo que ni siquiera estabas dispuesto a pagar.
De pronto el frio dejo de sentirse, estábamos en lugar más cálido ¿En qué momento me quede soñando con los ojos abiertos?, estábamos en la zona comercial, aquella que nunca frecuentaba, habíamos irrumpido en una taberna o creo que eso era, en una de las tantas mesas que allí estaban colocadas se encontraban esos hombres que recordaba claramente, sus rostros y su profundo sentimiento por vivir estaban reflejados latentemente como el día que nos vimos una de tantas noches, en algo parecido a este lugar... estaban con la mirada perdida aferrándose a sus filosóficas reflexiones y como todo bohemio con sus copas a un lado.
Cansado y adolorido los observe por leves instantes sin decir palabra alguna, recordé que tenía los ropajes rotos y con manchas de sangre en distintos puntos de las telas, algunas heridas casi habían sanado, provocando el movimiento de mis parpados que cubrían por un breve instante a mis pupilas -Buenas... noches caballeros- dije titubeantemente -Necesito de ustedes- casi dicho en forma de suplica esto último -París necesita de nosotros... de todos- cerré los puños producto de los recuerdos, de todo lo dejado allá atrás -Pero primero necesito explicarles todo cuanto está sucediendo entre las sombras de París... ¿Estarían dispuestos a escucharme?- finalmente se asomo un poco de firmeza y asentí con la cabeza viendo directamente a Epoch quién me había exigido respuestas momentos atrás.
Quede postrado frente a su mesa, esperando si aceptarían escucharme, dispuestos a interrumpir sus pensamientos por leves instantes, si algo me diferenciaba de ellos y quizás podía ser motivo de rechazo es que yo... yo odiaba todo o un minúsculo fragmento de la eternidad.