Poderoso caballero es Don Dinero. [Bleuenn]

Que aquella clase de veladas y eventos no eran plato de buen gusto para Eric Mowd era bien sabido por todos quienes le conocían, siquiera remotamente. No era un secreto que encontraba despreciables muchas de las actitudes de los aristócratas, especialmente con respecto a quienes ejercían su profesión. Y no obstante, viéndole aquella noche, nadie podría decir que tales afirmaciones fueran ni aproximadamente ciertas.

Allí plantado, moviéndose entre un círculo de conversación y otro, resultaba sencillo caer presa de su encanto natural. Dominaba un sinnúmero de temas de conversación, e incluso pudo charlar con algún que otro visitante del extranjero, cerrando más de una boca dada a malmeter. Tenía facilidad para el humor y la risa, y no parecía encontrar dificultades para ignorar las pullas de los más remilgados y venenosos, que le trataban de "payaso"  y enfatizaban sobre "el hecho de que vendiese su dignidad, cobrando por entretenerles como un vulgar bufón". Las damas, por su parte, no podrían aparentar estar más alejadas de esas opiniciones y se esmeraban en atraer su atención en coqueteos más o menos sutiles que con frecuencia no hacían sino divertirle, por mucho que le siguiera el juego en un tira y afloja constante.

Él era consciente de hasta qué punto su atractivo le favorecía en el trato con la mayoría de ellas y sabía perfectamente-para qué negarlo-cómo manejarse para arrancarles los suspiros, rubores y risillas nerviosas que tanto irritaban, al ser percibidos, a sus padres, hermanos y maridos. Sin embargo, ninguna de las presentes aquella noche había llamado su atención lo bastante como para poner una intención real en seducirla.

El acalorado ambiente y el ligero vaho de alcohol, perfumes, entusiasmo y excitación que lo salpicaban, entremezclándose con la música empezaban a resultarle cansinos y mareantes, tras un par de horas de caza de inversores para su amado teatro; su hogar. Había hecho algún que otro halago hipócrita, prometido un par de bailes y dedicado algún que otro halago a quienes los deseaban hasta hacerse con varios cuantiosos donativos; logro tras el cual se creyó merecedor de un poco de aire fresco. No sin ciertos impedimentos, logró escabullirse hasta el balcón, garantizando que representaría algún monólogo o escena antes de que acabase la fiesta.

Una vez allí, una sonrisa hasta entonces de cortesía se hizo sincera y sus ojos adquirieron un brillo de alivio. Respiró hondo y se apoyó sobre él, permitiéndose mirar el cielo por un rato mientras se preguntaba cómo en un salón tan lleno de gente no podía haber ni una sola persona que resultase interesante.
Bufó y se volvió para mirar hacia el enorme salón-el ver tanta gente allí reunida hizo que agradeciera que el director del teatro hubiese prestado su mansión al evento-sintiendo atraídas sus pupilas por una belleza magnética. Una joven rubia que le hizo plantearse la posibilidad de que aquella fuese a ser una fiesta digna del recuerdo.

Y como siempre desde que emprendiera su carrera en los escenarios, la fortuna pareció sonreírle; en este caso, ahorrándole sumirse de nuevo en tan ajetreado y angustioso ambiente. Y es que, quizá en un soplo favorable del destino, aquella joven que con tan pasmosa capacidad había atraído su atención había acabado plantándose justo a su lado.

-En absoluto-se apresuró a responderle, sonriente-pero sabiendo que, con seguridad, no ha nacido ni nacerá un hombre capaz de resistirse a estar tan bien acompañado, tampoco ha de extrañarle mi respuesta.

La recorrió en un rápido vistazo antes de volver a fijar sus pupilas en las contrarias, cuyo curioso cerco azul le recordó por un fugaz instante al de Isabelle, quien hace tiempo fuera su prometida y, de igual modo, quien se habría de convertir, pocos días después de la señalada proposición, en una de sus principales razones para considerar el amor una nefasta enfermedad.

No obstante-pensó durante un fugaz instante-los iris de aquella hermosa desconocida se antojaban mucho más atractivos que los de ella, al sumar a ese profundo azul el brillo cautivador de ingenio e inteligencia que siempre habían faltado a Isabelle. En un leve parpadeo,  descartó esa idea y devolvió su atención al presente.

-Soy Eric-se presento, buscando su mano derecha  con una de las propias antes de llevársela a  los labios, dejando un fugaz beso sobre sus nudillos-Eric Mowd-sonrió-y supongo que, si no he perdido definitivamente la cabeza y  no es usted una preciosa alucinación, también tendrá un nombre.

Más interesado en ella que en la fiesta, se aseguró de dar la espalda al salón, simulando no haber percibido ni por asomo las señales del directos y alguno de sus compañeros, ordenándole y rogándole, respectivamente, que volviese a "hacer dinero". Afortunadamente, ser Eric Mowd, de quien se decía que se transformaba sobre las tablas al punto de parecer creerse su propio embuste , viviendo cada escena como parte de su misma vida, le daba la autoridad de hacerse esas pequeñas concesiones. Podía darse el lujo de incumplir órdenes puesto que se sabía una pieza irreemplazable en el rompecabezas de la compañía teatral que tenía por sede oficial el teatro principal.