Ilusiones efímeras [Libre]

Llevaba un tiempo merodeando por la ciudad, flotando entre la muchedumbre, observando y juzgando, al principio fue divertido, me ponía frente a ellos para sacarles la lengua o burlarme de sus ridículas pelucas empolvadas, al caer la noche ya hacia varias horas que miraba el cielo teñido de naranja estirado sobre la hierba.
En esos instantes recordaba todas las escenas mas felices de mi vida, en ellas siempre aparecían mis pequeños, abrí los ojos avergonzado por la humedad que comenzaba a crearse en ellos, cientos de años habían pasado desde esos tiempos, ellos descansaban ya en paz, a diferencia de un servidor.
Resople como un burro cabezón, debía volver al castillo Délvheen antes de que mi nieto despertase de su sueño diurno, como el engendro que es, para poder seguir mangoneando su terrible vida. Era la única manera de regresar a la tranquilidad del sueño eterno, arreglar el desastre que antes me enorgullecía de llamar familia.
Deslizándome con morriña entre los callejones de la ciudad en poco tiempo me desoriente por completo, no tenia costumbre de mirar por donde andaba, toda mi vida había trascurrido en un pequeño pueblo, la gran ciudad de París me daba quebraderos de cabeza ¡por eso odio a los franceses!
Cruce los brazos sobre el pecho con las mejillas hinchadas de rabia "Si el estúpido de Jerarld no fuera un estúpido vampiro..." pensé maldiciendo a mi nieto, un ruido me hizo parar en seco, había entrado en un barrio bajo, donde las casas eran pequeñas ruinosas y frías, las ventanas estaban cubiertas de nieve, el frío no me afectaba, ni tampoco tenia miedo... pero si mucha curiosidad.
Ahora ya sabía que París guardaba muchos secretos en su interior, criaturas infernales invadían sus calles sin ningún pudor, ver a esos monstruos en acción era espectacular y espeluznante al mismo tiempo.
En la siguiente esquina acababa la calle, allí el empedrado se convertía en fango, en el callejón una pequeña figura estaba parada al final del camino, sus hombros al descubierto estaban cubiertos de nieve, mi corazón dio un vuelco, era una joven, prácticamente una niña, a la intemperie tiritando y congelada, mi deber como caballero me obligaba a ofrecerle mi abrigo.
Cuando estaba a unos metros de la joven vi en el suelo unas extrañas manchas, brillaban bajo la luz de la luna, rojas y frescas... ¡sangre!
Me materialice inmediatamente, un escalofrío recorrió mi espalda no era una sensación agradable, con los pies sobre el suelo por primera vez en mucho tiempo y sin pensármelo dos veces agarre a la pequeña por la espalda apretándola contra mi cuerpo.
-Pequeña aléjate de aquí!
En dos largas zancadas nos habíamos alejado unos pasos de la escena de lo que parecía ser un crimen sin terminar, el rastro se alejaba lentamente por la tierra, mas allá de la civilización.
-¿Quien eres?
Le pregunté con una sonrisa al tiempo que me quitaba el abrigo y la arropaba con él, su piel estaba terriblemente fría, ella me miraba con unos grandes ojos llenos de ternura, era hermosa a pesar de estar un poco desaliñada, aparte un mecho que le caía sobre la frente.
-¿Estas bien?...¿Necesitas que te lleve a tu casa?
Quería distraerla, seguro que ver aquella sangre la había trastocado, siempre era impresionante sobretodo para la mente infantil.