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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Marco dei Wittelsbach Lun Sep 30, 2013 10:28 am

Marcvs I Mediolanenses Comes


Markus Leon von Wittelsbach

Nacimiento:
26 de Febrero, 1762
Edad:
38 años
Especie:
Humano
Estamento:
Nobleza italiana
Títulos:
Conde de Milán y de Mantua
Origen Múnich, Baviera, S.I.R.G.
Sexualidad Bisexual

Apariencia


Psicología


Los Wittelsbach
Los Wittelsbach es una familia que desciende de Otón I de Scheyern, cuyo hijo, Otón II, adquirió el castillo, hoy destruido, que da nombre a la dinastía. Ostentaron el cargo de condes palatinos de Baviera hasta que el título fue elevado al rango de ducado. A finales del siglo XII también serían gobernantes del Condado Palatino del Rin, dando lugar a las dos ramas de la familia: la bávara y la palatinata. A lo largo de los siglos sus soberanía se extendió temporalmente a otros territorios: por el Margraviato de Brandemburgo, el Condado de Holanda, Henao y Zelanda, el Arzobispado de Colonia (1583-1761), los Ducados de Jülich y Berg y de Bremen-Verden y los Reinos de Suecia, Hungría y Dinamarca y Noruega, amén de conseguir dos emperadores del Sacro Imperio, un Rey de Romanos y dos anti-reyes de Bohemia (también gobernarían en Grecia en años posteriores a los del foro). Con todos estos títulos en su historial es fácil imaginar que se trata de una de las familias más importantes de la nobleza germana.

La historia de la familia en el foro comienza a ser diferente en la primera mitad del siglo XVIII. Carlos IV gobernaría tanto el Ducado de Baviera como el Condado Palatino aunque, a su muerte, el territorio sería dividido entre Friedrich I de Baviera y Ludwig VII del Palatinado. Tras la Conjura de Simmering, el conde sería elegido emperador del Sacro Imperio como Ludwig IV, el cual emprendería serias reformas en la administración y el funcionamiento del mismo. En ese momento, los Wittelsbach se hallaban emparentados con la familia real francesa, los Fontaine, y la familia real Griega, los Ginalkopoulus. Sin embargo, Ludwig sería asesinado por su primo Wilhelm, el cual había sido criado en Estambul y, por lo tanto, actuaba en favor de los intereses otomanos. La inestabilidad política que siguió a este evento, ya que la estructura administrativa no estaba aún capacitada para actuar sin la dirección del emperador, imposibilitó al Imperio reaccionar en contra de la revolución que acabó con la dinastía francesa o la participación en la guerra por la que el Imperio Otomano anexionó Grecia.

Actualmente gobiernan cuatro territorios: el Ducado de Baviera (Friedrich II), el Condado Palatino del Rin (Alaric I), el Condado de Milán y Mantua (Marco I) y el Ducado de Jülich-Berg (Wilhelm VI).

El Milanesado
Milán ha sido un importante enclave desde antes de la conquista romana y llegó incluso a ser capital del Imperio Romano de Occidente entre el 286 y el 402, año en el que los visigodos asediaron la ciudad. Fue destruida y conquistada varias veces durante los siguientes siglos por los hunos, los ostrogodos y los lombrados. Carlomagno la tomaría en el 774, proclamándose Rey de los Lombardos, por lo que Milán pasaría a formar parte del Sacro Imperio Romano.

La Baja Edad Media fue un periodo de recuperación económica y prosperidad gracias a establecerse como un nudo comercial desde el resto de Italia hacia las rutas de los Alpes. Sin embargo, el comienzo de la Baja Edad Media traería consigo el conflicto entre güelfos y gibelinos, el cual se extendió hasta las ciudades del norte de Italia, que reivindicaban los privilegios que varios emperadores querían revocar. A pesar de buena parte de la ciudad fuese destruida por Federico I Barbarroja, la Liga Lombarda ganaría la guerra y Milán adquiriría el rango de ducado por primera vez. A finales del siglo XIII los Visconti dieron fin al periodo de gobierno democrático, proclamándose Señores de Milán, y en 1395 el emperador otorgaría a Gian Galeazzo Visconti el rango de duque, lo cual sería visto como un desmembramiento del Imperio. Su gobierno duraría hasta 1447, cuando el duque Filippo Maria moría sin heredero varón. La primera consecuencia de este evento sería el establecimiento de la República Ambrosiana, que duró hasta que Francesco Sforza tomó la ciudad en 1450, y también fue el origen de una disputa dinástica con el rey de Francia. Los primeros mandatos de los Sforza estuvieron caracterizados por conspiraciones y una usurpación del trono que dio comienzo a las Guerras italianas. Éstas fueron una serie de conflictos por el control del Ducado de Milán y del Reino de Nápoles, el título lombardo fue alternado entre Luis XII de Francia y varios Sforza, ayudados primero por los suizos y luego por las tropas hispánicas. El último de ellos, Francesco II Sforza, volvió a dejar el ducado sin herederos en 1535, dando lugar a otra guerra, pero ésta vez entre Francia y España, ganándola estos segundos y cuyos reyes ostentaron el título hasta principios del siglo XVIII.

Durante el gobierno español Milán viviría un periodo de decadencia a causa, principalmente, de los altos impuestos de los que sólo ciertos territorios privilegiados de la Monarquía hispánica estaban exentos. Por si no fuera poco, también vivió nuevas oleadas de peste que se cebaron con la población y dejaron al campo y las industrias sin mano de obra. A raíz de todo esto, Milán se vería sumido en una crisis económica de la que tardó décadas en recuperarse. Sin embargo, este declive no era exclusivo del Ducado, sino que fue la norma en toda la región itálica. La Guerra de Sucesión Española hizo que el Milanesado fuera a pasar de los Habsburgo españoles a los Hasburgo de Austria. A pesar de la inclusión de Mantua, el territorio del Ducado se redujo aún más durante el siglo XVIII y sería dividido administrativamente en ocho provincias (LINK). Pero, por otro lado, los nuevos gobernantes hicieron serias reformas en la administración, basados en el despotismo ilustrado, medidas que serían la base para la posterior recuperación económica y que permitirían que la región se llegase a convertir en el principal motor de la economía italiana.

A mediados de siglo Francisco II de Habsburgo, apodado el Aqueronte, se convertiría en el nuevo Archiduque de Austria y sería designado como el nuevo emperador. Su modelo de política absolutista revivió el tiempo de los altos impuestos, pero esta vez destinados a favorecer a otras regiones en vez de sufragar guerras. El desarrollo de Milán volvió a verse amenazado por lo que se originó una revuelta popular, la cual fue suprimida y, como una de las represalias, el Ducado fue degradado a Condado. Pero esta forma de gobernar también afectó a los estados imperiales, por lo que el emperador terminó por ser derrocado en la Conjura de Simmering, en el año 1765. Su sucesor, Ludwig IV, repartiría los territorios austriacos, crearía dos nuevos estados casi soberanos y dejaría las tierras padanas bajo la potestad del Rey de Italia. Milán pasaría a un miembro de la familia del emperador, los Wittelsbach, dentro del reino italiano, pero con bastantes privilegios. El nuevo conde, Massimiliano II, emprendió una política de austeridad, rebajando los impuestos sobre el comercio para insistir en el papel de nudo comercial de Milán, especialmente en las exportaciones, pues su proyecto era convertir sus territorios en una potencia económica y fomentar la industria local y su competitividad en el extranjero. Los gastos de la corte se redujeron durante alrededor de una década, por lo cual comenzó a ser conocido como el conde pobre, derivando la mayor parte de los presupuestos a incentivos a emprendedores. En 1679, fecha de su muerte, sus esfuerzos habían comenzado a dar sus frutos. Su hijo y sucesor, Marco I, continuó su labor, pero introduciendo el uso de la máquina de vapor de la mano de ingenieros británicos. A parte de propiciar la apertura de empresas privadas, también abrió otras tres que fabricaban bienes de lujo y que dependían directamente de la administración del condado: de seda en Milán, insistiendo en la afamada industria preexistente, de cristal en Pavía y de porcelanas en Cremona.
Biografía
El mandato del emperador del Sacro Imperio Francisco II von Habsburg sería recordado por su mano dura en contra de la nobleza y sus intentos por recortar los privilegios que éstos habían ostentado durante siglos. Sus pretensiones serían el motivo del complot que, en 1765, lograría derrocarle, dando fin a la hegemonía que su dinastía había ostentado en Centroeuropa. Los príncipes electores elegirían a Ludwig IV, conde-elector del Palatinado y miembro de los Wittelsbach, como su sucesor, el cual, irónicamente, volvería a insistir en la centralización del poder imperial, aunque haciendo que éste recayese en la Dieta de la nueva capital, Colonia, y no en su persona. Sus intentos de crear un estado germánico dejaban de lado a buena parte del patrimonio austriaco que, entonces, se vio repartido entre las familias de los conspiradores. Los territorios de la Corona de San Esteban se dividieron entre los nuevos Principados de Iliria y Hungría, ambos asociados al Imperio, mientras que un convenio con el entonces rey de Italia colocaba bajo su gobierno los que se hallaban al sur de los Alpes. Entre ellos se hallaba el Milanesado, el cual había sido reservado para uno de los tíos del emperador, debido a su importancia. El Condado de Milán se traspasaba al nuevo reino con un estatus especial por el que adquiría un carácter semiautónomo y ciertas ventajas fiscales y jurídicas. El afortunado nuevo Conde de Milán, Massimiliano II, se mudaría con su esposa, su hijo de tres años y su hija de catorce meses al Palazzo del Broletto Vecchio. Y es ese joven varón en el que vamos a centrarnos.

Su nombre era Markus Leon von Wittelsbach, posteriormente se italianizaría, y había nacido en Múnich, desde donde su primo Friedrich I gobernaba el Ducado de Baviera. Era un pequeño delgaducho, de cabello oscuro, pero con una bonita mirada azulada y con una tímida sonrisa siempre dispuesta a aflorar en sus labios. Era afable y bondadoso, incluso demasiado feliz para la opinión de su padre, el cual temía que terminase por adquirir un carácter risueño, ya que ésta no era una cualidad beneficiosa para un gobernante. Pasó su infancia sin salir de la capital condal, inmerso en una corte donde se entremezclaban el francés y el alemán con el lombardo, por lo que adquiriría amplia versatilidad en dichas lenguas; el italiano no era usado más que para los llegados de otras partes de Italia, ya que, aunque fuera el idioma del reino, no era el usado en la región. Como heredero del conde, su educación comenzó a temprana edad, siendo instruido en diversas materias, principalmente humanísticas, conocimientos que también ampliaría fuera del condado: historia, filosofía, política, matemáticas, latín, griego, etc. La educación de sus hijos sería uno de los pocos gastos mayores que se permitiría Massimiliano, pues desde el comienzo de su reinado implantó un modus operandi de clara austeridad. Esto se debía, principalmente, a que los ingresos que recibía la administración disminuyeron a razón de la disminución de los aranceles comerciales, especialmente en las exportaciones. Con estos beneficios se buscaba incentivar el comercio, la actividad industrial y las inversiones, a lo que hay que añadir la menor carga impositiva derivada del carácter especial del condado.

En abril de 1770 los Wittelsbach vivirían la mayor tragedia familiar de su historia cuando Ludwig IV, cinco años después del inicio de su reinado, fuese asesinado por su primo Wilhelm, que operaba acorde a los intereses de los otomanos, ya que había sido criado en Estambul y sentía a aquella como su patria. A raíz de ese evento el Sacro Imperio vivió una crisis temporal que hizo imposible que pudiera participar en la Guerra de Grecia (junio a diciembre del 1770) por el cual el país heleno era anexionado por los turcos. Así, los Wittelsbach perdían uno de sus aliados, la familia real griega, a lo que deberían añadir la caída de los Fontaine en Francia, estado que comenzaba su etapa republicana. A pesar de que el siguiente emperador no sería de su dinastía, la familia logró mantener los cuatro territorios que gobernaba, sucediendo a Ludwig en el trono del Palatinado su hermano mejor, Alaric.

Ludwig IV no sólo había hecho una profunda reforma en la administración el imperio, sino que había levantado en Mannheim, la capital del Palatinado, un nuevo distrito al que llamaría Tugenstadt, es decir Ciudad de las Virtudes, engrandeciendo la idealizada concepción que él tenía sobre su propia ética, basada en la Justicia, la Igualdad y la Libertad. Además, había modernizado la centenaria Universidad de Heidelberg, la antigua capital del condado, a veinte kilómetros al sureste de la nueva. Con motivo de ampliar sus estudios, así como su conocimiento del mundo, Marco sería enviado a los dominios de su primo Alaric, estableciéndose en la ciudad del Neckar cuando tenía once años (1773).

En la universidad se entremezclaban nobles, la amplia mayoría de las regiones aledañas, con hijos de ricos burgueses que buscaban ser instruidos para dirigir los negocios de sus padres, si eran afortunados, o para poder ganarse el sustento de otra forma en un futuro. Fuera de las paredes de la institución, los jóvenes se relacionaban con los habitantes de la urbe; y, de entre todos esos pobladores, destacaba uno, o una, mejor dicho. Leonore Schuster era una muchacha poseedora de una singular belleza con unos finos labios, una nariz respingona, un cabello del color del trigo y una tez que sólo abandonaba su palidísima tonalidad en sus mejillas y tan sólo en ocasiones. Descendía de hugonotes franceses que habían llegado a la región hacía décadas, linaje que había recaído en la única hija de su abuelo, la cual se había casado con un aprendiz de éste, es decir, con su padre. Cándida y virtuosa, Leonore era el objeto de las atenciones de casi todos los varones de entre doce y veintitrés años, rango en el que entraba Marco y, por lo tanto, él también ejecutó dicha práctica. Él se sentía prendido de ella, incluso llegó a creer que se había enamorado, pero descubriría que aquello era una mentira un par de años después, cuando se topase por primera vez con otro joven.

Johann, ¡oh, Johann! De cabello azabache cayendo lacio y rebelde a cubrir una mirada verdosa, de suaves aunque sucias facciones definiendo su rostro y de piel maltratada tanto por el sol como por el duro trabajo de los de su clase. ¿Quién era él sino un don nadie? ¿Quién era él sino uno de los tantos hijos sin nombre que sustentaban aquella sociedad pero cuya identidad se perdía en el fango en el que habían nacido y en el que se irían hundiendo hasta perecer? Su importancia quedaba relegada en el olvido y su utilidad resultaba tan insignificante como reemplazable. Y, sin embargo, fue él el que hizo que su corazón se parase la primera y fortuita vez que cruzaron las miradas, el que hizo que se frenase en seco y el que logró que perdiese el control de sí mismo, no siendo capaz más que de quedar atrapado en aquellas pupilas, tan brillantes como profundas. Cualquier pensamiento sobre Leonore quedó eclipsado desde dicha aparición, cualquier interés que él sintiese hacia la señorita se transformó en obsesión por Johann. ¡Oh, Johann! ¡Miserable Johann! Marco sentía tanta devoción por él como lo pudiera maldecir. Fue él el que abrió de golpe las puertas a la duda, el que permitió que se diese cuenta de una realidad en él, innegable e irrechazable ahora. El trabajador podía ser un pobretón, pero, ¿él, qué era él sino un pecador, un hombre que atentaba contra las leyes de Dios con el mero hecho de idolatrar a aquel muchacho? Pero no podía no hacerlo, no podía expulsarle de su mente, no podía evitar intentar cruzarse con él, no podía, sencillamente no era capaz. Fue en esas semanas en las que la angustia de descubrir esa parte de su ser se fue convirtiendo lentamente en la aceptación que se afianzaría en años posteriores, esos días y esas largas noches en las que él le robaba el sueño. Y, sin embargo, tardó más de un año en lograr hablar con él, no encontrando nunca o la excusa o el valor para hacerlo.

Todas sus expectativas amorosas se vieron truncadas en abril de 1979, cuando recibió la misiva que le comunicaba una fatal noticia: su padre, Massimiliano II de Milán y Mantua, había muerto. Como primogénito del difunto, él era el primero en la línea de sucesión al trono y, como heredero, tuvo que volver a cruzar los Alpes. Fue coronado el 19 de Junio, día de los patrones de Milán, en el Duomo, en una ceremonia relativamente sencilla, pero ligeramente más fastuosa de lo que hubiera marcado el anterior rey, para indicar cierta continuidad con la política de éste, pero también un cierto cambio en concordancia con la prosperidad que estaba viviendo el condado gracias a la austeridad anterior.

Marco I comenzaría su gobierno rodeado de los consejeros de su padre y sin un conocimiento real de las circunstancias concretas que condicionaban a la región. La estructura administrativa daba cierta importancia a las consideraciones de los representantes de las industrias locales y de los portavoces de los comerciantes y, aunque en última instancia era el conde quien tomaba las decisiones, al ser un novato en el ejercicio del mando, sus decisiones se hallaban sumamente condicionadas. A esta situación no ayudó la llegada meses después de su tío Alaric con un acompañante inesperado: Wilhelm. Marco se alarmó por la presencia del traidor, pero entre los dos se encargaron de tranquilizarle y le metieron en la cabeza una historia diferente a la real, justificando el asesinato de su otro tío, Ludwig. Según ellos, el emperador, aunque había hecho cosas favorables para la familia, estaba obrando en contra de los intereses de los Wittelsbach a la vez que destruía las bases del Imperio debido a ciertos problemas mentales que le habían alejado de la realidad y le acercaban a la megalomanía y que, por lo tanto, era vital quitarle de en medio. Marco aún era joven y no fue difícil influenciarle. A los pocos días el conde palatino dejó Italia, pero el turco decidió quedarse en Milán con la aprobación de su sobrino. Wilhelm, que en realidad venía de París de sufrir una seria decepción amorosa -algo que ni comentó ni contaría-, decidió que, para reponerse, lo ideal sería volver a una moral ambigua y unas costumbres más bien basadas en el disfrute, por lo que fue convirtiendo poco a poco la corte en un lugar destinado al ocio. Los gastos aumentaron, pero prácticamente ningún comerciante ni ningún empresario se quejó al respecto, ya que de esta forma el conde estaba distraído y no se entrometía en sus asuntos, y los costes que suponía eran asequibles. Fue él el culpable de que se entregara al disfrute de la vida, especialmente al gozo carnal con profesionales, aunque lo hicieran con discreción para guardar las apariencias, y también fue él el responsable de abrirle los ojos al mundo sobrenatural. Wilhelm, o Bilge como le llamaban en Estambul, era brujo y enseñó al joven acerca de esos temas ocultos. Aprendió y practicó las artes mágicas de su mano.

Sin embargo, fue en ese primer año pasado con su tío cuando sucedió un cambio sustancial en su vida. Él y su maestro estaban practicando para aumentar la cantidad de energía que él podía emplear en los conjuros cuando, de pronto, Marco cayó al suelo en medio de serias convulsiones; a los pocos segundos, quedó estático. Wilhelm supo identificar aquello como lo que era, es decir, como la posesión de un fantasma e intentó expulsar al espíritu del cuerpo de su sobrino. Sin embargo, éste era demasiado fuerte y se asió a la carne del muchacho, de forma que resultaba imposible arrastrarle fuera de él. Lo que sí logró es devolverle a Marco el control, aunque a un precio demasiado alto pues, al hacerlo, cerró las puertas al espíritu para escapar de él. Desde entonces, ambos quedarían atados el uno al otro.

Para prolongar la reclusión a la que habían sometido al espíritu, Marco comenzó a utilizar magia. Fue efectivo para lo que se quería conseguir, pero, sin embargo, ninguno de los Wittelsbach pudo encontrar explicación a los eventos que comenzaron a darse a continuación. Al principio nadie se dio cuenta de los síntomas, de esos sutiles cambios de humor y de los repentinos cambios de opinión que presentaba el muchacho, pero, más tarde, estas variaciones se volvieron más pronunciadas y evidentes. La causa de esto era dicha convivencia entre las dos almas que, aunque fuera en régimen de dueño y subordinado, exigía un cierto roce entre ellas y, al estar ambas hechas de la misma sustancia, el límite de ambas se fue difuminando hasta el punto de comenzar a unificarse. Esto llevó a un periodo de extrema inestabilidad en el joven conde, a lo cual había que sumarle su conocimiento para emplear poderes sobrenaturales, convirtiéndole, así, en un peligro totalmente impredecible. Wilhelm fue consciente de dicho riesgo y, por lo tanto, encerró a Marco en una cámara de los sótanos del palazzo para evitar una catástrofe. Pero el ser humano es fácilmente corruptible y Wilhelm había pasado toda su vida a la sombra de sus primos, luchando por conseguir uno de los numerosos títulos de su familia, por lo que el turco tomó la regencia.

Tres largos años estuvo el conde recluido, sumido en el caos que estaba viviendo en su interior; tres largos años en los que a nadie salvo al regente se le permitía visitarle; y tres largos años en los que Wilhlem vivió a costa de los súbditos de su sobrino. Pero llegó un momento, pasado ese tiempo, en el que Marco logró estabilizarse lo suficiente, en el que su interior se halló en un estado de relativo reposo como para volver a retomar su trono. Pero el Marco que surgió de esos muros no fue el mismo que había entrado. Aparte de los evidentes signos físicos de tan larga reclusión, su personalidad ahora se había vuelto ambigua, como si el contenido de las dos almas se hubiese vertido en un mismo recipiente y de él fuesen saliendo periódicamente y a él fuesen regresando eventualmente las partes que configurasen su variable carácter. Y, sin embargo, había características que resultarían comunes a ambas fuentes. Marco nunca perdonaría a su tío la reclusión, el cual huiría de Milán, y tampoco olvidaría el uso de la magia para reprimir la mitad de lo que ya era él, por lo que jamás volvería a hacer uso de ella.

El Marco anterior era el que más peso tenía dentro del nuevo y, por lo tanto, ciertas características que había adquirido en su primera década y media de vida, especialmente en lo relacionado al gobierno, perduraron. Por lo tanto, en esos primeros años tras su encarcelamiento volvió a adquirir el poder que había perdido por su dejadez y volvió a insistir en el modelo de crecimiento e inversión que había fomentado su padre. Era un trabajo que requería de continua supervisión y de constante actualización, buscando permanentemente contratos comerciales y de importación de materiales y de lograr ciertos beneficios a las exportaciones milanesas. Los siguientes años pasaron demasiado rápido para Marco que, sin haberse percatado de ello, entró en la segunda mitad de la veintena de edad sin heredero y sin haberse casado siquiera. Ya había comenzado a despertar rumores, rumores que, obviamente, no eran buenos ni para su figura ni para la reputación de Milán, pero, más allá de eso, suponía el no acatar su deber de engendrar un sucesor legítimo, directo e incuestionable. Por lo tanto, comenzó la búsqueda de la candidata.

Por su condición de noble, debía casarse con alguien de su mismo rango, o sus vástagos no tendrían derecho a heredar y el casamiento no cumpliría su objetivo. Se barajaron diversas posibilidades y los diplomáticos comenzaron a tantear a las familias de las jóvenes casaderas.

Personajes Secundarios


♦ Enrico Alessandro

♦ Amedeo

♦ Carlotta

♦ Maria (Mimi)




Última edición por Marco dei Wittelsbach el Vie Oct 11, 2013 2:08 pm, editado 8 veces
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Mensaje por Tarik Pattakie Mar Oct 01, 2013 2:34 am

FICHA EN PROCESO

POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
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