Heinrich von Hohenzollern, conde de Potsdam (en proceso)

Nombre Completo: Joachim Heinrich Adolf von Hohenzollern
Nacimiento: 07/06/1769 (31 años)
Especie: Humano
Cargo: Realeza - Conde de Potsdam
Orientación Sexual: Bisexual
Lugar de Nacimiento: Postsdam, Prusia (Sacro Imperio)

Aunque Heinrich sea un hombre con dos facetas, una que muestra de manera oficial y otra en ámbitos menos formales, lo cierto es que su forma de ser guarda siempre ciertos aspectos de base, como resulta lógico. Es alguien, por lo general, serio -o, más que serio, convendría indicar medido-, algo frívolo quizás y con un tinte de sarcasmo en sus oraciones que bien pueden hacer dudar de la veracidad de éstas a sus oyentes. Desde luego, es alguien que tiende a guardar parte de verdaderas emociones y pensamientos para sí, debido a que el entorno en el que ha crecido le ha acostumbrado a ello a través de la desconfianza.

También es ciertamente alguien con tendencias hedonistas encontrando en el placer uno de los fundamentos de la buena vida. Es por ello que desde joven le haya gustado tener amantes, habiendo sido más numerosas en el pasado las mujeres con las que compartiera cama que los varones, pero esto es debido a la mayor dificultad de encontrar hombres dispuesto a ello -tanto por número de ellos como por problemas de moralidad-. Así pues, podríamos derivar que no es alguien con tendencias religiosas o místicas, acudiendo sólo a misa por obligación.

Sin embargo hay algo que sí logra apartarle temporalmente de tal decadencia: siente una profunda lealtad para con Prusia. Seguramente esto se deba a considerar deber de su familia garantizar un buen futuro para el Reino, pero siempre asegurando que éste se halle dentro del dominio de los Hohenzollern. Por eso no es alguien más favorable al absolutismo que a las ideas revolucionarias. Debido a esto, sumado a su aversión a los preceptos derivados de la Biblia, nunca tuvo en buena consideración a su padre y, de alguna manera, detesta a su hermano. También a causa de querer el orden dentro de Prusia y de la buena vida de sus habitantes, no tiene en gran consideración a los sobrenaturales. Les respeta siempre y cuando no incumplan las leyes, dañen a otros de sus súbditos o se conviertan en una amenaza para el gobierno. Dado que los vampiros, por definición, siempre dañarán a alguien para sobrevivir, no les quiere ver en sus dominios, por mucho que les acepte sin problemas fuera de éstos. Y, curiosamente, aunque no le guste la religión, tiene en consideración a los inquisidores -junto a los cazadores- por considerarles beneficiosos para la sociedad. Su labor es la misma que la de la araña: deshacerse de los insectos y mosquitos.

En lo referente a sus conocimientos hay que mencionar su obvia educación, la cual fue de alta calidad debido a tratarse en el siguiente candidato al trono tras su hermano mayor. Como era normal en la dinastía prusiana, recibió entrenamiento en el ejército, por lo que es capaz de usar diferentes tipos de armas, tanto blancas como de fuego, de montar bien a caballo o de defenderse en la lucha cuerpo a cupero. Por otro lado, nunca terminó de interesarse por la estrategia militar, por lo que tiene serias lagunas en estos campos. Además, su padre no dejó que descuidara su intelecto, por lo que tiene dominio en cuatro idiomas: su alemán natal, francés, latín y castellano; además, entiende el polaco básico, gracias a lo poco que le enseñara un amigo cercano en su adolescencia. También sabe tocar el piano y le gusta disfrutar de contemplar estátuas, aunque nunca estuvo interesado realmente en otros tipos de arte como la pintura, la lírica o la narrativa.

• Margraviato de Brandeburgo
El margraviato de Brandeburgo fue un estado alemán cuyos orígenes hay que buscarles en la Marca del Norte del Sacro Imperio Romano tras la Cruzada Wenda, por la que los germánicos retomaban el control de la zona. Su nombre es el mismo que la ciudad que ostentó la capitalidad hasta 1417, cuando Berlín le tomaría el relevo. En la Bula de Oro de 1356 sería establecido como uno de los siete iniciales electorados del Imperio, los cuales eran los únicos con derecho a voto para designar heredero del mismo Sacro Imperio. Antes de que les llegara el turno a los Hohenzollern, la Casa Ascania, los Wittelsbach y la Dinastía de Luxemburgo gobernaron el margraviato.

• Ducado de Prusia
En sus inicios, el término Prusia designaba a una región en la costa del báltico meridional oriental (posteriormente Prusia Oriental) habitado por los borussi o prusos, pueblo autóctono que fue prácticamente exterminado en el siglo XIII con la llegada de la germánica Orden Teutónica. Dicha hermandad, en un principio religiosa, se secularizó en 1525, convirtiéndose el territorio en un ducado hereditario dentro del reino polaco. Su gobernante pertenecía a la dinastía de los Hohenzollern.

• Brandeburgo-Prusia
En 1618, Albrecht Friedrich de Prusia moriría sin descendencia de varones, por lo que el heredero legítimo era el marido de su hija mayor, John Sigismud, príncipe-elector de Brandeburgo. Sin embargo, el duque seguiría siendo vasallo de Polonia hasta 1660, cuando fue reconocida su total independencia en el Tratado de Oliva, ciudad cercana a Danzig. Así, el margrave de Brandeburgo pasaba a ser un príncipe del imperio con mayor independencia que la amplia mayoría de éstos debido a poseer amplios territorios fuera del Imperio y no dependientes de otro estado.

Durante el siglo XVII, Brandeburgo-Prusia también adquiriría otros territorios (Ducado de Cleves (1614), condados de Mark y Ravensberg (1614), los obispados de Minden, Magdeburgo y Halberstadt (1648) y Pomerania Oriental (1648).

• Reino de Prusia
El 18 de enero de 1701, Friedrich III de Brandeburgo se autoproclamó Rey en Prusia en la capital de dicho territorio, Königsberg (actual Kaliningrado), con el consentimiento del emperador Leopoldo I a cambio de una alianza en el marco de la Guerra de Sucesión Española, título que sería confirmado con el Tratado de Ultrecht.

Por aquel entonces, el estado pruso aun no se había recuperado de la Guerra de los Treinta años (en la cual perdió la mitad de su población) y su economía era pobre, por mucho que sus dominios abarcaran 1200km cuadrados. Para más inri, a principios del siglo XVIII un tercio de la población fue afectada por la peste bubónica, aunque ésta nunca alcanzara Berlín. Para solventar este de finanzas y poder mantener su nuevo y reformado ejército, Prusia vería reformada su administración, centralizándola, y, en respuesta a la revocación de Francia del Edicto de Nantes, se facilitó a los protestantes franceses a instalarse y ser considerados prusos legalmente, por lo que muchos hugonotes emigraron a este estado, mejorando considerablemente la economía. En parte, a causa de ello, durante esta centuria Prusia surgiría como una gran potencia, propiciado por el ocaso del Imperio sueco, en el cuál se recuperaría Stettin y parte de la Pomerania Occidental. Fue este el periodo en el que se gestó la Guerra de Sucesión Austríaca, en la que el electorado se hizo con la mayor parte de la próspera región de Silesia. Sin embargo, lo que llevaría a Prusia definitivamente a la gloria sería la Guerra de los Siete Años. No es que resultase una real victoria, ya que, tras haber ocupado Sajonia y Bohemia, los prusos fueron derrotados y el resto de la guerra se dedicó a defender su territorio de sus poderosos rivales (Austria, Rusia, Suecia y Francia) de manera brillante y efectiva, lo que ocasionó que el reino se ganase un merecido respeto.

También durante la segunda mitad del siglo XVIII se dieron lo que se conoce como las Particiones de Polonia, tres tratados firmados entre Prusia, Rusia y Austria en los que se fueron repartiendo el reino Polaco y por los que el electorado lograría al fin lograr conectar territorialmente Prusia Oriental con Brandeburgo, hasta entonces separados por la región polaca de Prusia Real. Además, desde la Primera Partición (1772), se usaría el título de Rey de Prusia en vez de Rey en Prusia.

La Casa de Hohenzollern es una familia procedente del castillo que lleva su nombre, cerca de Hechingen (Suabia). En el siglo XI eran condes de Zollern, cuyo territorio se dividió a principios del siglo XIII, formando dos ramas de la familia: la suaba y la franconiana, de las cuáles sólo describiré la segunda, dado que la primera no logró posiciones de importancia (salvo la de ser reyes de Rumanía 1866-1947).

Konrad I fue el fundador de dicha rama al heredar el Burgraviato de Núremberg de su hermano mayor en 1218. Al contrario que la suaba, que permaneció católica, éstos tomaron una política de expansión a través del matrimonio y de anexionar zonas aledañas. Para esto les sirvió el apoyo de los Hohenstaufen y luego de los Habsburgo, a quienes apoyaron como emperadores del Sacro Imperio. Irónicamente, los segundos se convertirían en el principal enemigo de los Hohenzollern franconianos después de que éstos se convirtieran al protestantismo a comienzos del siglo XVI. En un comienzo, consiguieron modestas adquisiciones en Franconia y Baviera, pero posteriormente alcanzarían el gobierno del Ducado de Jägerndorf (1523-1622) y, sobretodo, del Ducado de Prusia (desde de 1525) y Margraves de Brandemburgo (a partir de 1415).

La ciudad de Potsdam fue fundada alrededor del siglo VII, aunque su primera mención data del 993, nombrada como Poztupimi. En un principio territorio de la Abadía de Quedlinburg, ganó el rango de ciudad en 1345. Durante su primer milenio de existencia, su crecimiento fue moderado hasta sufrir el revés de la Guerra de los Treinta Años, en la cual perdió la mitad de su población. Sin embargo, un par de décadas después, Potsdam cobraría importancia al ser elegida como residencia de caza de los Hohenzollern (1660) y tras la proclamación del Edicto de Potsdam (1685) por el cual la ciudad se convirtió en uno de los centros de inmigración de protestantes, especialmente procedentes de Francia, Rusia, los Países Bajos y Bohemia. Poco después, la ciudad se convirtió en la residencia de la familia real, por la ciudad fue dotada de una serie de palacios e infraestructuras.

En 1786, el rey Friedrich Wilhelm II crearía el Condado de Potsdam como título para su segundo hijo, Heinrich, para lo que tomaría tierras circundantes a dicha ciudad al sur del río Havel. Por supuesto, dicho puesto era poco más que nominal ya que, aunque sí que otorgaba amplios beneficios económicos al príncipe, lo cierto es que la nobleza no era tan libre como lo hubiera sido en tiempos anteriores y dependía en una gran medida de las leyes y la centralizada administración prusa. El primer conde de Potsdam, además, solía tener otros asuntos que atender que atañían a todo el reino, por lo que designó un Abgeordnete (delegado) para que llevara los asuntos del Condado en sus no raras ausencias.

El barullo de las animadas conversaciones invadía varias salas del Palacio Real de Berlín. La ocasión era la celebración del trigésimo cuarto cumpleaños del rey de Prusia, Friedrich Wilhelm III, el cual se hallaba sentado -o en alguna postura similar a ésta- sobre un adaptado trono debidamente colocado en la sala de baile. A su izquierda se encontraba la consorte, Luise von Mecklenburg-Strelitz, que se ocupaba de mantener al monarca tan atendido como vigilado, sin llegar a apartar la mirada de él por más de cinco segundos. Tanto el uno como el otro, y por aquel entonces, eran conocidos como die traurige Könige, es decir, los reyes tristes, principalmente por dos razones. La primera de ellas era la falta de descendencia tras ocho años de matrimonio, lo cual había levantado ampollas entre la nobleza y en buena parte del populacho. La segunda, la grave y pésima salud de tal gobernante, debido a un accidente hacía ya cuatro años y el cual, si bien no le había arrebatado la vida, sí le había dejado inválido y con una capacidad muy mermada.

Sin embargo, por en medio de toda aquella gente avanzaba otro varón que radiaba todo el porte que le faltaba al rey. Si alguien se paraba a observar a ambos hombres, se daría cuenta de que los dos guardaban cierta similitud física, aun cuando la seriedad y la elegancia del que permanecía de pie hubiera desaparecido del que era dependiente de la caridad de sus allegados. Éste que se nos presenta ahora era el hermano del monarca, Heinrich, para el cual su difunto padre había creado el Condado de Potsdam, ciudad a apenas unos kilómetros de la capital. También era el primero en la línea de sucesión al trono y, dado la carencia de virilidad que se le achacaba ahora al soberano, todo el mundo asumía que tarde o temprano sería coronado. Y, como es obvio, tenía tanto aliados como detractores.

Heinrich detestaba a su hermano, tal como había tenido poco aprecio a su padre en el pasado, y su lealtad hacia ambos tan sólo había sido debida a la fidelidad que sentía para con el Reino. La razón de esto era que durante los pocos años que Friedrich Wilhelm III había gobernado, Prusia había perdido poder debido al poco o nulo interés de éste en los asuntos militares -y hay que recordar que Prusia sólo pudo llegar a ser una potencia gracias a su ejército-. Por lo tanto, los mayores apoyos del príncipe venían de ciertos coroneles y capitanes. Pero, además de eso, el antiguo rey había sido un defensor de la ortodoxía de las costumbres evangélicas y había dado gran importancia a los asuntos de religión en su gabinete. Su sucesor había aprendido bien esta lección, pero también había contemplado cómo su progenitor prefería la compañía de su amante a la de su propia madre, por lo cual su fanatismo se vio acrecentado. Por el contrario, Heinrich tan sólo había heredado de su padre esa parte rechazada por su hermano y, en cierto sentido, era considerado algo libertino, por mucho que él se guardase de que buena parte de sus malos hábitos no saliesen a la luz. Y, a causa de esto, los hombres de Dios no tenían en tanto aprecio al heredero.

Sus pasos eran lentos, mas seguros y firmes, no prestando demasiada atención a ninguno de los asistentes y casi aparentando más hallarse inmerso en la búsqueda de algún individuo en concreto que preocupándose por disfrutar de la velada. No era el caso, pero lo cierto es que nadie le resultaba lo suficientemente interesante como para entablar una verdadera conversación. Un cordial saludo y una medida sonrisa debía bastar para no ofender a nadie.

Al final, llegó al ya introducido salón de baile, en donde su mirada se encontró con la de su pariente. El conde hizo una reverencia y, a su parecer, con eso debía bastar. A continuación hizo lo propio con la reina. Hipocresía, sencillamente hipocresía. Para insistir en el desagrado que sentía por su hermano, además de inútil y fanático, también le consideraba ingenuo, si no, ¿de qué manera podría seguir confiando en él? Tras este pensamiento se ocultaba un secreto que apenas un puñado de personas en Europa conocían: Heinrich había sido quien había ordenado el ”accidente” que  había dejado al rey. Efectivamente él, en un intento de librar a Prusia de esa mala administración, había trazado un complot con varios colaboradores para quitar al soberano de en medio. Todo había salido en mayor medida según lo planeado, salvo, por supuesto, la reticencia de Friedrich a morir. ¡La terquedad con la que se agarraba a la vida! Pero había otra cuestión concerniente a este evento que lograba robarle el sueño en algunas noches. El sicario que llevó a cabo el trabajo debía de haber expelido su último aliento aquella misma noche y, sin embargo, nuevamente otro había eludido los brazos de Caronte. Se había desvanecido sin dejar rastro y, por mucho que Heinrich hubiera tratado de dar con su paradero, sus esfuerzos habían resultado estériles.

Volver a recordar tales infortunios y reveses hicieron mermar el ya no tan abundante buen humor del príncipe, lo cual pudo percatarse en la mueca que llegara a realizar. Sin embargo, se obligó a retomar la serena apariencia que debía mantener y, a continuación, aceleró el paso. De pronto, sintió la necesidad de beber un par de copas de vino.