AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Malá Strana | Flashback {Chloé Hohenzollern}
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Malá Strana | Flashback {Chloé Hohenzollern}
Nochevieja de 1792
Malá Strana, Praha
Malá Strana, Praha
De todas las ciudades que había visitado, aquella era, sin duda, su favorita. Las calles empedradas, los callejones que sorprendían de pronto, invitándole a uno a entrar, para terminar desembocando en una plaza donde los niños jugaban haciendo rodar aros de metal. La nieve pisoteada marcaba los caminos que sus habitantes seguían, facilitando la búsqueda de nuevas víctimas. Era fácil alimentarse en invierno, sus largas noches le permitían salir del letargo al que se veía sometida antes de que todo el mundo volviera a sus casas. Además, según Gyda, aquella ciudad tenía los hombres con la sangre más sabrosa, con lo que cualquiera que eligiera le sabría delicioso. Sí, la vida allí era sencilla.
Había llegado la navidad y todo el mundo sonreía a la espera de un nuevo año. La que para los humanos corrientes era una noche especial, llena de ilusiones y buenos deseos, para Gyda era una más. Una noche diferente, sí, pero una más. Había vivido tantas navidades y tantos años nuevos que, si las disfrutaba de una manera diferente, era sólo por los excesos que los demás tenían con ellos mismos. Todos querían celebrar su propio baile privado, cada cual más ostentoso que el de su vecino. Enviaban invitaciones por doquier a todas las casas con un mínimo nivel social, no necesariamente alto, pero sí lo suficiente para poder adquirir los ropajes que lucían en aquellas fiestas. Por eso daba igual si eras amigo íntimo del anfitrión o si, por el contrario, no recordabas su nombre; todas las familias que cumplían los requisitos recibían cientos de cartas entre las cuales elegir.
Gyda no tenía amigos en aquella ciudad, ni siquiera conocidos, pero la casa donde vivía cumplía con los criterios marcados por la sociedad. Es por eso que, días antes del año nuevo, ya tenía sobre la mesa una cantidad ingente de sobres por abrir. Sólo elegía aquellos que bien por su color, su olor o la letra del remitente, llamaban su atención. Los que no pasaban aquella criba eran lanzados con cierta maestría a la chimenea, donde alimentaban el fuego calentando la estancia. De entre todas las cartas que leyó, se quedó con una que no era ni la más elegante ni la que más prometía, pero que su instinto le decía que sería interesante. Se celebraría en una mansión no muy lejos del castillo, una casa que Gyda conocía bien.
Eligió el vestido, se arregló el cabello y salió sin ponerse el abrigo. El frío fuera era inhumano, por eso se convirtió en el blanco de todas las miradas. Ella no sentía nada, claro. Era la única a la que no le salía vaho al respirar. No cogió un coche para llegar hasta allí, sino que hizo el camino andando, parándose tan sólo un momento para alimentarse de un hombre despistado. A pesar de la larga caminata sobre la nieve sucia y apelmazada, su vestido llegó limpio y seco. Entregó la invitación y se adentró al gran salón, exquisitamente decorado para la ocasión: delicadas guirnaldas de abeto adornaban las paredes y candelabros de oro y bronce alumbraban el salón. Todos los invitados lucían una copa de cristal de bohemia en la mano, como no podía ser de otra manera.
La pelirroja fue el foco de numerosas miradas, algunas más discretas que otras. Ella devolvía algunas al azar mientras se encaminaba hacia el fondo de la sala. Unos ventanales dejaban a la vista el jardín, también alumbrado por pequeñas velas, pero poco visitado debido a la temperatura exterior. De manera disimulada cogió una copa y se la llevó a los labios, dando el primer sorbo de la noche. El reloj de pared seguía con su tic-tac, contando los minutos que faltaban para que llegara el próximo año. ¿Traería algo nuevo? Eso estaba todavía por ver.
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: Malá Strana | Flashback {Chloé Hohenzollern}
Para su esposo, la familia era lo más importante en la vida. Quizás tanto como para ella, pero claro que Chloé Hohenzollern no consideraba familia a la rama de su marido, pues nunca se había sentido aceptada y apoyada por ellos. Aún así, había seguido a Andrew Hayes, su esposo, hasta Praha para pasar los meses de gélido invierno junto a su primo favorito Michael Hayes.
Chloé se mostraba amistosa, cordial… falsa, en definitiva. Pues Michael le parecía un hombre fanfarrón, dado a los excesos, y con una peligrosa ascendencia sobre las decisiones de su marido. Por otro lado, Merlina –su esposa-, era una arrogante y descarada que no dejaba de coquetear con cuanto hombre se le cruzase y en las narices de Michael que todo se lo tomaba a risa. Una pareja desagradable, en opinión de Chloé que preferiría pasar ese tiempo junto a su propia familia. Rezaba para que el invierno acabase pronto.
-Invitar a gente que ni siquiera conocen, vaya costumbre. –Se quejaba mientras se entregaba a una de las damas que la misma Merlina había contratado para que peinase y maquillase en esa noche especial a las mujeres de la casa.
Se instó a relajarse, a intentar disfrutar de los cuidados. Envejecería antes de lo previsto si se hacía problema por todo, ya se lo tenía dicho su mejor amiga, la única que soportaba sus planteos y a quien Chloé extrañaba terriblemente. Se apuntó, en su agenda mental, enviarle una carta… En la tarjeta navideña no había podido detallarle nada de toda aquella problemática familiar que vivía.
Como si no fuera suficiente con su mala predisposición natural para todo lo que tuviese que ver con su familia política; Merlina desapareció desde el comienzo de la velada dejando a Chloé a cargo del recibimiento de los invitados, junto a las dos hijas del matrimonio Hayes y Chloé la aborreció más, si era eso posible. Se vio entonces ella llevando el papel de anfitriona en una fiesta que no había planificado. No duró demasiado en ese papel, pues tras una hora decidió que las jovencitas –Lena y Eileen Hayes- lo hacían muy bien, que podían presidir de su presencia, y se embarcó en la tarea de encontrar a su esposo.
-Michael, querido, ¿has visto a mi marido? –le preguntó al hombre tras buscarlo al menos unos quince minutos.
El hombre negó y a cambio le tendió una copa, pidiéndole que tratase de disfrutar de la noche, la última del año. Chloé entonces caviló en que no se estaba mostrando muy a gusto, si él le decía algo así. Terminó arrumbada en un rincón, sonriendo a quien la mirase pero sin molestarse en entablar relaciones sociales con nadie. Se sentía sola, abandonada.
-Su esposo está en la biblioteca, señora –le dijo una muchacha, a la que reconoció del servicio de la casa, mientras le ofrecía una nueva copa a cambio de llevarse la vacía-. Vaya con sigilo –le recomendó y Chloé no entendió a qué se debía ese inusual consejo.
Lo pensó durante unos minutos, mientras bebía, algo en la actitud de la joven le había dicho –sin palabras- que lo último que debía hacer era ir a la biblioteca. Ah… la curiosidad podía ser un arma y Chloé estaba siendo amenazada en esos momentos por ella. Recorrió el pasillo con cuidado –sigilo, como le habían aconsejado- y con cada paso que daba la música quedaba lejos, las voces también. Se plantó frente a la pesada puerta y alzó el puño con intención de golpear antes de entrar, pero se detuvo antes de hacerlo y, por el contrario, pensó que a Andrew no le molestaría que ella ingresara sin llamar. Estaban casados después de todo y aquella era la biblioteca del primo, ¿qué podía estar mal? Apoyó la mano izquierda en el frío picaporte y lo bajó despacio mientras entreabría la puerta.
Nada, ni quiera el misterio de la muchacha ni sus palabras de advertencia, la había preparado para aquella imagen. Andrew, quien le había jurado que no volvería a engañarla, besaba de manera ardiente a la estúpida de Merlina. Ella lo acariciaba con descaro, como si lo conociese bien. Lo tocaba como Chloé no lo había tocado jamás, porque era una forma demasiado vulgar.
Retrocedió hasta dar con el lado contrario del corredor. Arrojó con enojo la copa a la pared y decidió correr sin rumbo. ¿A dónde ir? ¿A su habitación? ¿Al jardín? ¿Volver a su país? Tenía que pensar. En medio de su corrida, Chloé chocó contra el cuerpo de una mujer y acabó en el suelo.
-Oh, lo siento. Por favor discúlpeme –le dijo mientras se ponía de pie. Las lágrimas comenzaron a saltar de sus ojos y ella se llevó una mano a la boca.
Se volteó y vio que, al fondo del largo pasillo que ya había recorrido, su esposo asomaba la cabeza por la puerta de la biblioteca y la observaba. ¿Sabría él que ella lo había visto? Esperaba que no.
-Por favor, ayúdeme –le pidió a la mujer, intentando componerse-. Solo finja que estábamos hablando animadamente, se lo ruego.
Chloé se mostraba amistosa, cordial… falsa, en definitiva. Pues Michael le parecía un hombre fanfarrón, dado a los excesos, y con una peligrosa ascendencia sobre las decisiones de su marido. Por otro lado, Merlina –su esposa-, era una arrogante y descarada que no dejaba de coquetear con cuanto hombre se le cruzase y en las narices de Michael que todo se lo tomaba a risa. Una pareja desagradable, en opinión de Chloé que preferiría pasar ese tiempo junto a su propia familia. Rezaba para que el invierno acabase pronto.
-Invitar a gente que ni siquiera conocen, vaya costumbre. –Se quejaba mientras se entregaba a una de las damas que la misma Merlina había contratado para que peinase y maquillase en esa noche especial a las mujeres de la casa.
Se instó a relajarse, a intentar disfrutar de los cuidados. Envejecería antes de lo previsto si se hacía problema por todo, ya se lo tenía dicho su mejor amiga, la única que soportaba sus planteos y a quien Chloé extrañaba terriblemente. Se apuntó, en su agenda mental, enviarle una carta… En la tarjeta navideña no había podido detallarle nada de toda aquella problemática familiar que vivía.
Como si no fuera suficiente con su mala predisposición natural para todo lo que tuviese que ver con su familia política; Merlina desapareció desde el comienzo de la velada dejando a Chloé a cargo del recibimiento de los invitados, junto a las dos hijas del matrimonio Hayes y Chloé la aborreció más, si era eso posible. Se vio entonces ella llevando el papel de anfitriona en una fiesta que no había planificado. No duró demasiado en ese papel, pues tras una hora decidió que las jovencitas –Lena y Eileen Hayes- lo hacían muy bien, que podían presidir de su presencia, y se embarcó en la tarea de encontrar a su esposo.
-Michael, querido, ¿has visto a mi marido? –le preguntó al hombre tras buscarlo al menos unos quince minutos.
El hombre negó y a cambio le tendió una copa, pidiéndole que tratase de disfrutar de la noche, la última del año. Chloé entonces caviló en que no se estaba mostrando muy a gusto, si él le decía algo así. Terminó arrumbada en un rincón, sonriendo a quien la mirase pero sin molestarse en entablar relaciones sociales con nadie. Se sentía sola, abandonada.
-Su esposo está en la biblioteca, señora –le dijo una muchacha, a la que reconoció del servicio de la casa, mientras le ofrecía una nueva copa a cambio de llevarse la vacía-. Vaya con sigilo –le recomendó y Chloé no entendió a qué se debía ese inusual consejo.
Lo pensó durante unos minutos, mientras bebía, algo en la actitud de la joven le había dicho –sin palabras- que lo último que debía hacer era ir a la biblioteca. Ah… la curiosidad podía ser un arma y Chloé estaba siendo amenazada en esos momentos por ella. Recorrió el pasillo con cuidado –sigilo, como le habían aconsejado- y con cada paso que daba la música quedaba lejos, las voces también. Se plantó frente a la pesada puerta y alzó el puño con intención de golpear antes de entrar, pero se detuvo antes de hacerlo y, por el contrario, pensó que a Andrew no le molestaría que ella ingresara sin llamar. Estaban casados después de todo y aquella era la biblioteca del primo, ¿qué podía estar mal? Apoyó la mano izquierda en el frío picaporte y lo bajó despacio mientras entreabría la puerta.
Nada, ni quiera el misterio de la muchacha ni sus palabras de advertencia, la había preparado para aquella imagen. Andrew, quien le había jurado que no volvería a engañarla, besaba de manera ardiente a la estúpida de Merlina. Ella lo acariciaba con descaro, como si lo conociese bien. Lo tocaba como Chloé no lo había tocado jamás, porque era una forma demasiado vulgar.
Retrocedió hasta dar con el lado contrario del corredor. Arrojó con enojo la copa a la pared y decidió correr sin rumbo. ¿A dónde ir? ¿A su habitación? ¿Al jardín? ¿Volver a su país? Tenía que pensar. En medio de su corrida, Chloé chocó contra el cuerpo de una mujer y acabó en el suelo.
-Oh, lo siento. Por favor discúlpeme –le dijo mientras se ponía de pie. Las lágrimas comenzaron a saltar de sus ojos y ella se llevó una mano a la boca.
Se volteó y vio que, al fondo del largo pasillo que ya había recorrido, su esposo asomaba la cabeza por la puerta de la biblioteca y la observaba. ¿Sabría él que ella lo había visto? Esperaba que no.
-Por favor, ayúdeme –le pidió a la mujer, intentando componerse-. Solo finja que estábamos hablando animadamente, se lo ruego.
Chloé Hohenzollern- Humano Clase Alta
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 30/05/2017
Re: Malá Strana | Flashback {Chloé Hohenzollern}
Gyda se mantuvo al fondo del salón con su copa sujeta con las yemas de los dedos. Observaba a los invitados con disimulo, buscando al primer hombre con el que se divertiría esa noche. Hombre, sí, porque, por aquel entonces, Gyda no estaba en absoluto interesada en las mujeres, en ninguno de los sentidos posibles de la palabra —aunque lo cierto era que en el futuro tampoco lo estaría demasiado—. Su mente tenía una capacidad asombrosa para ignorar a las féminas, siempre que no se inmiscuyeran en sus asuntos, por supuesto.
Se movió de su rincón y avanzó pegada al ventanal que daba al jardín. Su actitud, aparentemente distraída, era una mera herramienta para llamar la atención de algunos de los invitados que ya había seleccionado. Ya eran muchos años acudiendo a ese tipo de fiestas como para saber que a ciertos hombres les atraían las mujeres solitarias. Tal y como ella imaginó, el primero no tardó en acercársele; se presentó como Andrej, de la misma Praga donde se encontraban en ese momento. Nacido en una familia de alta cuna y heredero de unas tierras de las que Gyda no escuchó qué cultivaban, pero, debido a la calidad de sus prendas, debían de dar grandes beneficios. Ella se limitaba a sonreír y engatusarlo con burdas mentiras sobre su aspecto y sus posesiones. La vampira, en cambio, decidió que esa noche sería la hija mayor de un duque venido a menos que buscaba un buen partido para ella. Imitó el acento de tierras del sur, asegurando que su pelo rojizo y sus ojos azules eran herencia de su madre, una norteña que cayó presa del amor de su esposo. ¡Ah, cómo les gustaban ese tipo de historias y cómo disfrutaba ella contándolas!
Estaba llegando al punto más álgido de su historia, aquel en el que su primer matrimonio fracasaba, cuando una mujer se acercó a ellos.
—¡Andrej, querido! Te estaba buscando. —Tomó al hombre del brazo y tiró de él para sacarlo de allí—. Discúlpeme, debo presentarle a unos amigos.
Clavó en Gyda su mirada de superioridad mientras sonreía de la forma más boba que la pelirroja había visto en sus más de mil años de vida. No dijo nada, pero grabó la cara de la mujer a fuego en su memoria. Antes de que desaparecieran entre el resto de invitados, pudo escuchar como él la llamaba Merlina. «Merlina —repitió Gyda en su mente— no has debido hacer eso».
Apuró lo que quedaba de líquido en su copa y la dejó en una mesa al azar. Siguió vagando por el salón, haciendo tiempo para que Andrej quedara de nuevo libre. No es que tras hablar con él le hubiera parecido un hombre impresionante, pero la dichosa Merlina se lo había arrebatado antes incluso de probarlo, y Gyda estaba molesta. Aunque, más que molesta, estaba iracunda. Nadie se atrevía nunca a arrebatarle una presa. Nadie.
Andrej tardó un tiempo en volver a quedarse solo y, cuando lo hizo, la vampira vio que se escabullía en los pasillos de la casa. No sabía qué había sido de la mujer, pero ella no era su objetivo principal en ese momento. Seguiría al hombre y, cuando se hubiera saciado con él, iría en busca de esa malnacida. Caminaba a una distancia prudencial para no llamar demasiado la atención. Lo cierto era que a Gyda no le hacía falta tener a la vista aquel al que quisiera seguir; sus sentidos, en especial su oído y su olfato, le ayudaban a guiarse en los peores laberintos de las callejuelas de París. Los pasillos de una mansión no supondrían un reto mayor, suponiendo que nada se interpusiera entre ella y su presa. Esa vez, sin embargo, algo se interpuso; o más bien alguien.
Gyda fue a maldecir, pero se calló a tiempo. No tenía simpatía por las mujeres, pero la escena que presenció en ese momento —ayudada, claro estaba, por un pequeño sondeo a las débiles mentes humanas que la protagonizaron— hicieron que sintiera una especie de empatía por la mujer que ahora se levantaba del suelo.
—¿Fingir? —Sacudió el hombro de Chloé para quitar una mota de polvo inexistente—. No sé qué tenemos que fingir, querida. ¡Oh! Qué collar tan hermoso. ¿Es lapislázuli? Siempre me han parecido unas piedras maravillosas. Ese azul combina perfectamente con sus ojos, Chloé.
La llamó por su nombre, porque, total, ¿qué más daba? Se sabía los de todos los allí presentes, incluso el del tipo que se asomó algunas puertas más allá. Y ¡oh, qué casualidad! También conocía el de la mujer que se arreglaba el escote del vestido dentro de la habitación. Era su querida Merlina.
Se movió de su rincón y avanzó pegada al ventanal que daba al jardín. Su actitud, aparentemente distraída, era una mera herramienta para llamar la atención de algunos de los invitados que ya había seleccionado. Ya eran muchos años acudiendo a ese tipo de fiestas como para saber que a ciertos hombres les atraían las mujeres solitarias. Tal y como ella imaginó, el primero no tardó en acercársele; se presentó como Andrej, de la misma Praga donde se encontraban en ese momento. Nacido en una familia de alta cuna y heredero de unas tierras de las que Gyda no escuchó qué cultivaban, pero, debido a la calidad de sus prendas, debían de dar grandes beneficios. Ella se limitaba a sonreír y engatusarlo con burdas mentiras sobre su aspecto y sus posesiones. La vampira, en cambio, decidió que esa noche sería la hija mayor de un duque venido a menos que buscaba un buen partido para ella. Imitó el acento de tierras del sur, asegurando que su pelo rojizo y sus ojos azules eran herencia de su madre, una norteña que cayó presa del amor de su esposo. ¡Ah, cómo les gustaban ese tipo de historias y cómo disfrutaba ella contándolas!
Estaba llegando al punto más álgido de su historia, aquel en el que su primer matrimonio fracasaba, cuando una mujer se acercó a ellos.
—¡Andrej, querido! Te estaba buscando. —Tomó al hombre del brazo y tiró de él para sacarlo de allí—. Discúlpeme, debo presentarle a unos amigos.
Clavó en Gyda su mirada de superioridad mientras sonreía de la forma más boba que la pelirroja había visto en sus más de mil años de vida. No dijo nada, pero grabó la cara de la mujer a fuego en su memoria. Antes de que desaparecieran entre el resto de invitados, pudo escuchar como él la llamaba Merlina. «Merlina —repitió Gyda en su mente— no has debido hacer eso».
Apuró lo que quedaba de líquido en su copa y la dejó en una mesa al azar. Siguió vagando por el salón, haciendo tiempo para que Andrej quedara de nuevo libre. No es que tras hablar con él le hubiera parecido un hombre impresionante, pero la dichosa Merlina se lo había arrebatado antes incluso de probarlo, y Gyda estaba molesta. Aunque, más que molesta, estaba iracunda. Nadie se atrevía nunca a arrebatarle una presa. Nadie.
Andrej tardó un tiempo en volver a quedarse solo y, cuando lo hizo, la vampira vio que se escabullía en los pasillos de la casa. No sabía qué había sido de la mujer, pero ella no era su objetivo principal en ese momento. Seguiría al hombre y, cuando se hubiera saciado con él, iría en busca de esa malnacida. Caminaba a una distancia prudencial para no llamar demasiado la atención. Lo cierto era que a Gyda no le hacía falta tener a la vista aquel al que quisiera seguir; sus sentidos, en especial su oído y su olfato, le ayudaban a guiarse en los peores laberintos de las callejuelas de París. Los pasillos de una mansión no supondrían un reto mayor, suponiendo que nada se interpusiera entre ella y su presa. Esa vez, sin embargo, algo se interpuso; o más bien alguien.
Gyda fue a maldecir, pero se calló a tiempo. No tenía simpatía por las mujeres, pero la escena que presenció en ese momento —ayudada, claro estaba, por un pequeño sondeo a las débiles mentes humanas que la protagonizaron— hicieron que sintiera una especie de empatía por la mujer que ahora se levantaba del suelo.
—¿Fingir? —Sacudió el hombro de Chloé para quitar una mota de polvo inexistente—. No sé qué tenemos que fingir, querida. ¡Oh! Qué collar tan hermoso. ¿Es lapislázuli? Siempre me han parecido unas piedras maravillosas. Ese azul combina perfectamente con sus ojos, Chloé.
La llamó por su nombre, porque, total, ¿qué más daba? Se sabía los de todos los allí presentes, incluso el del tipo que se asomó algunas puertas más allá. Y ¡oh, qué casualidad! También conocía el de la mujer que se arreglaba el escote del vestido dentro de la habitación. Era su querida Merlina.
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: Malá Strana | Flashback {Chloé Hohenzollern}
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser cierto aquello? Chloé solo quería pensar que estaba viviendo un mal sueño. Intentó por unos segundos relajarse y consolarse diciéndose que no importaba, que ella no amaba a Andrew y que nunca lo había amado. Recordó que había padecido desde el día en el que le comunicaron que su compromiso ya era oficial, un hecho. ¿Por qué le importaba aquello ahora? Había llorado cuando se comprometió y también cuando se casó, no podía creer que ahora aquello -que no ocurría por primera vez- también la angustiara. ¿Por qué le dolía si lo que más quería ella era que su esposo se mantuviese lejos, que no la tocase ni desease?
-Esto está muy mal –le dijo a la mujer-. Esto… es terrible, moralmente terrible. Me humilla, todos lo saben y por eso me quedan viendo. –dijo y se llevó las manos a la boca, estaba avergonzada.
De seguro la interlocutora no entendiese lo que ella decía, no eran más que frases sueltas que seguían su hilo de pensamientos atormentados. Se tocó el colgante en cuanto ella lo mencionó sin saber si agradecer o no aquellos banales halagos en un momento en el que francamente necesitaba descomprimir sus pensamientos, pero algo más llamó su atención… ¿cómo sabía la dama su nombre?
-Oh, gracias… Sabe mi nombre. ¿Nos conocemos? –le preguntó, pero de inmediato percibió que su esposo se le acercaba, su perfume ahora estaba mezclado con el asqueroso que Merlina usaba y eso no hacía más que confirmarle que no era una ilusión lo que había visto.
-Aquí estás Chloé, mi vida, te estaba buscando –dijo él, queriendo tocarla, pero ella lo esquivó.
-Ahora no, querido. ¿No ves que tengo compañía? ¿Qué son esos modales? Déjame, déjame... -le destinó un gesto que mostraba su enojo, pero él parecía no comprender. ¡Qué cínico podía ser si se lo proponía!
Se alejó unos pasos, justo cuando alguien invitaba a todos los presentes a salir a los jardines pues solo faltaban unos minutos para la medianoche. Un camarero pasó junto a ellos con copas de champagne, Chloé tomó dos. Andrew le agradeció y quiso tomar una de ellas pero su esposa no se lo permitió, no la había agarrado para él sino para la mujer que la acompañaba:
-No es para ti, qué modales más penosos estás mostrando esta noche, esposo. Toma querida, salgamos… algo aquí huele mal, ¿lo sientes? Vamos, vamos a divertirnos. ¿Me acompañas?
Ni siquiera le destinó una mirada a su esposo. No tenía sentido porque tarde o temprano lo enfrentaría, ¿acaso pensaba que no dormirían en la misma recámara en unas horas? Pero Chloé no quería estar con él, no quería oírlo y tampoco olerlo. El nuevo año estaba por comenzar y merecía recibirlo sin ese traidor asqueroso cerca, aunque no podría librarse de él para siempre.
-Esto está muy mal –le dijo a la mujer-. Esto… es terrible, moralmente terrible. Me humilla, todos lo saben y por eso me quedan viendo. –dijo y se llevó las manos a la boca, estaba avergonzada.
De seguro la interlocutora no entendiese lo que ella decía, no eran más que frases sueltas que seguían su hilo de pensamientos atormentados. Se tocó el colgante en cuanto ella lo mencionó sin saber si agradecer o no aquellos banales halagos en un momento en el que francamente necesitaba descomprimir sus pensamientos, pero algo más llamó su atención… ¿cómo sabía la dama su nombre?
-Oh, gracias… Sabe mi nombre. ¿Nos conocemos? –le preguntó, pero de inmediato percibió que su esposo se le acercaba, su perfume ahora estaba mezclado con el asqueroso que Merlina usaba y eso no hacía más que confirmarle que no era una ilusión lo que había visto.
-Aquí estás Chloé, mi vida, te estaba buscando –dijo él, queriendo tocarla, pero ella lo esquivó.
-Ahora no, querido. ¿No ves que tengo compañía? ¿Qué son esos modales? Déjame, déjame... -le destinó un gesto que mostraba su enojo, pero él parecía no comprender. ¡Qué cínico podía ser si se lo proponía!
Se alejó unos pasos, justo cuando alguien invitaba a todos los presentes a salir a los jardines pues solo faltaban unos minutos para la medianoche. Un camarero pasó junto a ellos con copas de champagne, Chloé tomó dos. Andrew le agradeció y quiso tomar una de ellas pero su esposa no se lo permitió, no la había agarrado para él sino para la mujer que la acompañaba:
-No es para ti, qué modales más penosos estás mostrando esta noche, esposo. Toma querida, salgamos… algo aquí huele mal, ¿lo sientes? Vamos, vamos a divertirnos. ¿Me acompañas?
Ni siquiera le destinó una mirada a su esposo. No tenía sentido porque tarde o temprano lo enfrentaría, ¿acaso pensaba que no dormirían en la misma recámara en unas horas? Pero Chloé no quería estar con él, no quería oírlo y tampoco olerlo. El nuevo año estaba por comenzar y merecía recibirlo sin ese traidor asqueroso cerca, aunque no podría librarse de él para siempre.
Chloé Hohenzollern- Humano Clase Alta
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