Agatha Hohenzollern

Agatha Hohenzollern

Poderes

Descripción psicológica

Ante todo, Agatha es una dama. No importan los infortunios, ni las circunstancias, ni su causa, ni su caos: Agatha siempre, absolutamente siempre, mantendrá las formas. Educada en la corte de los Hohenzollern, recibió la más rígida de las instrucciones, enseñándole a ser una mujer de bien, de buenos modos, de comentarios inteligentes y de un humor muy sutil. Es una observadora innata, que gusta de embeberse de los públicos más variados. Es curiosa y meticulosa, jamás pierde detalle alguno. Sumamente minuciosa, quiere abarcarlo todo y a todos.

Es, también, muy dominante, algo que fue adquiriendo con la madurez, a medida que abandonó la ingenuidad que la caracterizó en su juventud primera. La soledad la forjó, aprendiendo a ser autosuficiente y a no depender de nadie más que de ella misma. No le teme al peligro, así como tampoco a la muerte.

Extrovertida y creativa, su cabeza está en constante movimiento. Le gusta ser el centro de atención, le gusta la mirada ajena, le gusta sentirse venerada y querida. Una líder innata, jamás entendió cómo cayó en su poder gran parte de las decisiones que se toman en la sociedad secreta que integra. Pero acepta sus responsabilidades, tiene una mente clara, que la ayuda a ser una excelente guía.

Es leal, confiable, sincera y desconfiada. Ganarse la confianza de Agatha debe ser una de las empresas más difíciles en las cuales alguien puede embarcarse; pero una vez conseguida, esa persona puede asegurarse que jamás será traicionada. Pero si alguien tiene la osadía de serle desleal, esa Agatha vengativa que sólo ella conoce, no dudará en encenderse.

Es valiente, segura y ambiciosa. No conoce lo que es conformarse. Siempre quiere más, y eso se lo debe a su difunto esposo. La tristeza se hizo parte de su alma, atravesada por el dolor. Si bien muestra una sonrisa, Agatha sabe que algo se apagó dentro de su corazón, sabe que está rota y que lo estará para siempre. Pero también sabe cómo rearmarse, y es poseedora de una fuerza leonina, que la convierte en una aplanadora. Agatha no reniega de los obstáculos, todo lo contrario; sabe que de ellos aprenderá algo y saldrá airosa.

Agatha es una mujer magnética, que provoca que las personas siempre quieran estar cerca. Le gusta hacer sentir bien a los demás, y sabe que eso forma parte de su egocentrismo. Sí, puede llegar a ser sumamente competitiva si alguien quiere quitarle su lugar de reina, y si bien es dueña de una gran nobleza, sabe cómo conseguir el beneplácito y la atención.

Logra ser en extremo manipuladora y exasperante, porque así como es de alegre, es capaz de alcanzar de límites insospechados de negatividad y pesimismo, sus mayores defectos.

Historia

El 16 de Agosto de 1753, nació Agatha Dorothea Ulrike Hohenzollern, de una rama menor de la centenaria dinastía prusiana, prima del soberano. Criada en la corte real, pasó su primera infancia instruyéndose en lo que a las mujeres de su especie les tocaba: la hechicería. Uno de los secretos –a voces- mejor guardado de los Hohenzollern, era ese sector de la familia, que había heredado aquellos poderes sobrenaturales, que obligaba a ciertas damas a recluirse hasta aprender a dominarlos y, de esa forma, servir a la Casa Real. Agatha, para bien o para mal, no fue la excepción, y puede decirse que su infancia no fue feliz. Los juegos y el amor fueron casi inexistentes, y todo giró en torno a los aprendizajes que debía absorber como si se tratase de una esponja.

No supo en qué momento llegó a la adolescencia y, por consiguiente, al anuncio de su compromiso con uno de los herederos de Wittelsbach, en una alianza entre familias que beneficiaría a ambos. Sin embargo, tuvieron que pasar varios años para que el enlace se concretara. De esa forma, Agatha tuvo la posibilidad de conocer un poco al hombre con el que compartiría sus días. Ulrich era encantador, a su manera. Un verdadero caballero, con talante imperturbable, cabello rubio, la piel siempre bronceada –pues su carrera militar lo obligaba a permanecer a la intemperie- y los ojos tan verdes como el césped. Su belleza era arrebatadora, pues conservaba cierto aire aniñado, que combinaba perfectamente con sus rasgos notoriamente masculinos. Pero Agatha tenía pavor a las responsabilidades futuras como una mujer casada, especialmente, con un hombre al que no podía descifrar bajo ningún punto de vista.

A los catorce años, finalmente, tras tres largos años de compromiso, contrajo nupcias con Ulrich, y se trasladaron de Berlín a Baviera, donde terminaría instalándose hasta la adultez. Allí se encontró con un mundo completamente nuevo: un palacio lúgubre y carente de lujos, pocos empleados para tamaña construcción y, especialmente, con mucha soledad. No imaginó jamás, bajo ningún punto de vista, que dejar la Corte, donde estaba rodeada de gente y de opulencia, le sería tan difícil. Ulrich se mostraba distante, cumplía sus deberes maritales como un autómata, hablaban poco y nada, y al primer embarazo lo vivió sin nadie a su lado. Demasiado orgullosa para pedir que la visitasen, e intuyendo que a su esposo no le gustaría recibir visitas, en las cartas describía una realidad inexistente y una felicidad que no poseía. La llegada de Franz fue un paliativo inexorable a su ausente alegría; el primogénito los unió, especialmente, por tratarse de un varón. Fue la primera vez que Agatha recibió un gesto afectuoso por parte de su marido, que la felicitó y le agradeció por haberle dado un hombrecito.

A medida que Franz fue creciendo, Agatha y Ulrich aprendieron juntos a ser padres. A ella, le sorprendió lo presente que él estaba, cómo resignaba viajes y decidía pasar temporadas más largas junto a ellos. Agatha presentía que algo los separaba, pero aún no entendía qué. La diferencia de edad no era tanta, sólo cinco años. ¿Él sabría que era una bruja y por eso le rehuía? Era una posibilidad, quizá se había casado sólo por lo importante que resultaba el enlace de ambos, y la detestaba por tratarse de una criatura sin Dios, por más católica que Agatha fuese. Sin embargo, fue descartando esa posibilidad, pues Ulrich fue mostrándose cada vez más cariñoso, y hasta terminó proponiéndole compartir el lecho todas las noches. Ya no la visitaba sólo para una cópula semanal, sino que la volvió una adicta a él. El segundo embarazo no se hizo esperar, y al día siguiente del cuarto natalicio de Franz, llegó al mundo Luitpold, un pequeño sumamente tranquilo.

Para desgracia de Agatha, su marido debió irse al campo de batalla cuando Luitpold tenía sólo dos meses de vida. Regresó un año y medio después, y le abrió su corazón a Agatha. Le explicó que él perseguía una causa que los convertía en traidores, que si alguien llegase a enterarse, los matarían, no sólo a él sino también a ella y a sus hijos. Ulrich era un rebelde antimonárquico, que integraba una sociedad secreta, recientemente fundada, denominada los Iluminados de Baviera, la cual manifestaba oponerse a la superstición, los prejuicios, la influencia religiosa sobre la vida pública, los abusos de poder del Estado y apoyaba la educación de la mujer y la igualdad entre los sexos. Él no sólo era un patrocinador generoso, sino un activista reconocido dentro del minúsculo grupo. La información resultó un cachetazo para Agatha, pues ese hombre con el que se había casado, era capaz de matar a sus padres, hermanos y demás familiares con tal de llevar adelante sus ideas. Decidió regresar al cuarto solitario que la había hospedado durante sus primeros años allí, y durante un mes, habló lo justo y necesario con el mortificado Ulrich. El corazón de Agatha se ablandó cuando notó que esperaba a su tercer hijo.

Franziska ejerció ese poder que tenían los hijos en su matrimonio, volver a unirlos; especialmente, porque sus primeros meses de vida fueron difíciles, debido a las dificultades para respirar que tenía la pequeña. Agatha se vio obligada, por primera vez, a hacer uso de sus poderes y de develar su secreto. Ulrich lo aceptó sin demasiados miramientos, y ella sintió gran culpa por haberse enojado tanto cuando él le contó su verdad. Franziska mejoró notablemente, y Ulrich pudo irse durante otro año de campañas e intrigas. Cuando regresó, se encontró con una bebé llamada Amalie, de la cual no sabía su existencia al partir. De haberlo hecho, se habría quedado junto a su familia.

No fue hasta el primer cumpleaños de Amalie que Ulrich le pidió a Agatha que se uniese a su causa. Ella dudó, pero dejó que él, cada día, le enseñase cosas nuevas sobre la doctrina que seguía. La pasión con la que buscaba conquistar su mente, la enamoraba aún más, y a medida que escuchaba sus convicciones, iba haciéndolas carne. Al cabo de un tiempo, ya se sentía parte de los Iluminados de Baviera, y el lúgubre castillo, que se encontraba rodeado de niños y con un aire alegre, se convirtió en una nueva sede de reunión. Los caballeros y pocas damas que integraban la sociedad secreta, se agrupaban en las mazmorras subterráneas, donde debatían los pasos a seguir. Agatha, al principio, se sintió intimidada, especialmente porque le parecía que estaba exponiendo a sus hijos a un riesgo innecesario al tener a esa gente allí, pero fue tranquilizándose con el correr de los meses.

Los hijos fueron creciendo, y tanto Franz como Luitpold se unieron a la causa que sus padres defendían celosamente. Tanto ellos como las dos hermanas, eligieron a sus parejas por amor, y se casaron, dándole nietos en muy poco tiempo. Agatha, hacía uso de sus poderes para colaborar con la sociedad secreta, y ayudaba a Franz con los suyos, el único de los cuatro hijos que había heredado tal condición. Entre los dos, aportaban ciertos instrumentos que antes no habían tenido, y se sintió muy unida al mayor de sus hijos. Hicieron varios viajes por el mundo, para juntar adeptos y para reunir fondos. Pero la salud de Ulrich fue deteriorándose, debido a la intensidad de vida que llevaban.

Batalló con su cuerpo durante diez años, y el 31 de Diciembre de 1799, abandonado el mundo terrenal y dejando a Agatha sumida en la mayor de las soledades.

Datos Extra

• Forma parte de una sociedad secreta, conocida como los “Iluminados de Baviera” o “Iluminati”.
• Le cuesta dormir por las noches, pues la ausencia de Ulrich la atormenta. Está en un momento de gran desmoralización, en el que sabe que está condenada a morir sola.
• Ha llegado a Francia para reunir aliados en contra de la monarquía.
• Ha puesto sus poderes al servicio de la causa; causa a la que se aferró aún más tras la muerte de su esposo, pues es lo único que le queda de él.
• Sus nietos son su gran debilidad, y sabe dedicarles largas temporadas.
• Se refugió en la viudez para cortar el contacto con su familia.

Creado por Frozen •