AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
Chloé Hohenzollern
2 participantes
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Chloé Hohenzollern
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Chloé Aileen Hohenzollern▲EDAD▲
30 años▲ESPECIE▲
Humana▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲
-▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase Alta▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Heterosexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Berlín▲HABILIDADES/PODERES▲
-Emocionalmente dependiente, Chloé no soporta la soledad. No ha nacido para estar sola, pues siempre le han dicho que carece de buenas herramientas para afrontar la vida. Es demasiado confiada, benigna y entregada. Cualquiera podría hacerle daño con facilidad…
Eso le han dicho sus padres, sus hermanas y su difunto esposo. Eso ha creído y se ha repetido cientos de veces, cada vez que estuvo a punto de hacer alguna cosa arriesgada, a punto de vivir alguna emoción inapropiada, para frenarse y volver a su eje.
Inconscientemente, ella vive buscando distintas formas de agradar. Anhela ser bien vista y considerada, admirada tal vez. Se esfuerza por ser la mejor a la vista de los demás, principalmente ante quienes ama. Quiere despegarse de la sensación de desilusión que la ronda, necesita saberse aceptada y especial y cuando no lo siente puede llegar a caer en episodios de estrés o cortos lapsos de depresión.
El mundo sobrenatural no le es desconocido, todo lo contrario, pero aunque le encantaría conocer más sobre el tema, también tiene temor. No necesita saber lo que en verdad no puede entender.
Tiene baja autoestima, lo sabe, sabe que a veces es demasiado dura con ella misma, pero cree que a su edad ya no puede hacer nada por cambiar eso.
Eso le han dicho sus padres, sus hermanas y su difunto esposo. Eso ha creído y se ha repetido cientos de veces, cada vez que estuvo a punto de hacer alguna cosa arriesgada, a punto de vivir alguna emoción inapropiada, para frenarse y volver a su eje.
Inconscientemente, ella vive buscando distintas formas de agradar. Anhela ser bien vista y considerada, admirada tal vez. Se esfuerza por ser la mejor a la vista de los demás, principalmente ante quienes ama. Quiere despegarse de la sensación de desilusión que la ronda, necesita saberse aceptada y especial y cuando no lo siente puede llegar a caer en episodios de estrés o cortos lapsos de depresión.
El mundo sobrenatural no le es desconocido, todo lo contrario, pero aunque le encantaría conocer más sobre el tema, también tiene temor. No necesita saber lo que en verdad no puede entender.
Tiene baja autoestima, lo sabe, sabe que a veces es demasiado dura con ella misma, pero cree que a su edad ya no puede hacer nada por cambiar eso.
Los Hohenzollern fueron y serán siempre una familia importante, una rama menor de la centenaria dinastía prusiana. El orgullo de la familia siempre fueron sus mujeres, todas ellas poderosas hechiceras, nacidas para grandes propósitos, para ser parte –junto con sus poderes- de grandes organizaciones y de sus misiones. El poder de las Hohenzollern es incalculable y algunos dicen que su fuerza crece conforme pasan las generaciones. Ellas son la base sobre la que se fundamentan planes de alcance global.
Todas las Hohenzollern pasan su infancia y adolescencia instruyéndose en la hechicería. Todas menos Chloé. Ella, la menor de su familia, no fue bendecida.
Lo intentaron, lo intentaron más allá del hartazgo, pero Chloé nunca mostró indicios de entender siquiera lo que de ella se esperaba. No tenía premoniciones, no controlaba el clima, no veía espíritus, no sanaba con sus manos… era una inútil hasta para aprender a leer y escribir –lo que le costó muchísimo dominar-, aquella niña solo quería pintar. Solo era feliz cuando le dejaban crear frente a un lienzo.
De igual modo, su madre no se dio por vencida y le enseñó lo único que se aprendía aunque no se heredara: herbolaria. Y ella aprendió, pues lo disfrutaba y si hay algo que su madre sabía de ella era que Chloé no podía hacer nada que no disfrutase.
Siempre consentida, siempre sobreprotegida, Chloé no tuvo oportunidad de tomar sus propias decisiones, siempre había quien las tomase por ella.
-¡Oh! ¿Qué será de esta pobre hija mía que no tiene como protegerse en la vida? –exclamaba su padre y ella se hacía a la idea de que era alguien inferior, alguien que pasaría las peores penurias en los años venideros, principalmente si se comparaba con sus hermanas mayores.
Así creció, cuidada en demasía por sus padres y sus hermanas, quienes eran mucho mayores que ella y no tardaron en armar sus propias vidas, en tener sus familias.
Ella no había sido una hija deseada, había llegado casi en la vejez de sus padres. La primogénita de los Hohenzollern –Agatha- tenía diecisiete años más que ella, a penas la había visto algunas veces en su vida pues ella ya estaba casada cuando Chloé nació.
No se casó a temprana edad como sus hermanas, tal vez porque sus padres se negaban a dejarla ir. Lo hizo con Andrew Hayes un inglés amigo de su padre –ya viudo y unos veinte años mayor que ella- cuando cumplió los veintidós años.
Andrew, empresario marítimo y portuario, era un buen hombre. Algo dado a los excesos, tal vez, pero ¿quien era ella para juzgarlo? Al menos le dejaba pintar todo lo que quería, y ella podía salir a gastar el dinero del hombre en vestidos, joyas y fragancias.
Londres le parecía la ciudad más hermosa del mundo, sus paisajes grisáceos la inspiraban a querer plasmarlos en sus pinturas.
Chloé no podía tener hijos. Andrew le decía que algo estaba mal en ella, que era todo su culpa, y ese era motivo de pelea siempre. A veces pensaba que tal vez quien no pudiera fuera él, ya que tampoco había tenido niños con su difunta esposa. Rápidamente desechaba esas ideas, seguro que era ella quien estaba mal… sus hermanas eran hechiceras poderosas, ella no. Sus hermanas eran madres, ella no. Eran felices, ella no. Concluía entonces en que Andrew tenía razón, como siempre.
La admiración que sentía por su esposo murió el mismo día que se enteró de su muerte. El poderoso Andrew Hayes había muerto en un prostíbulo de mala muerte, cercano al puerto donde tenía sus negocios.
Chloé no era tan tonta como para no saber que todos los hombres frecuentaban sitios como ese, no era eso lo que la ofendía. El escarnio público fue lo que la obligó a recluirse en su hogar durante meses… Hayes tenía muchos enemigos, quienes no dudaron en hacer saber a todos los detalles de la muerte de él. ¿Cómo podía Andrew avergonzarla así? ¿Qué pensaría la sociedad de ella? Era la viuda de un pervertido que había fallecido en brazos de una niña de trece años, una pobre prostituta.
Pero la vergüenza de Chloé Hohenzollern no acabó allí. Para mayor espanto, tuvo que enfrentarse sola a los notarios que le explicaron que había alguien más en el testamento de Hayes… Anne Jones. Con ella debía dividirse la mitad del dinero de Andrew.
-Oh, pero no se preocupe. Las dos propiedades y los negocios quedan a nombre de usted, si sabe como manejar las embarcaciones y la parte del puerto que Andrew tenía no tardará en recuperar lo que hoy se le ha dado a la amante…
-¿La amante? –preguntó porque, estúpidamente, era eso lo único que le importaba.
No, ella no sabía nada de barcos y puertos. Tal vez lo mejor sería pedirle ayuda a sus hermanas, necesitaba desesperadamente tener en quien confiar -pero la avergonzaba recurrir a sus padres pues eran muy mayores y no quería darles problemas-, necesitaba contar con quien la cuidase porque así había sido siempre su vida.
Por primera vez Chloé se sintió sola pero, lejos de aprovechar esa libertad que al fin tenía, estaba aterrada.
Todas las Hohenzollern pasan su infancia y adolescencia instruyéndose en la hechicería. Todas menos Chloé. Ella, la menor de su familia, no fue bendecida.
Lo intentaron, lo intentaron más allá del hartazgo, pero Chloé nunca mostró indicios de entender siquiera lo que de ella se esperaba. No tenía premoniciones, no controlaba el clima, no veía espíritus, no sanaba con sus manos… era una inútil hasta para aprender a leer y escribir –lo que le costó muchísimo dominar-, aquella niña solo quería pintar. Solo era feliz cuando le dejaban crear frente a un lienzo.
De igual modo, su madre no se dio por vencida y le enseñó lo único que se aprendía aunque no se heredara: herbolaria. Y ella aprendió, pues lo disfrutaba y si hay algo que su madre sabía de ella era que Chloé no podía hacer nada que no disfrutase.
Siempre consentida, siempre sobreprotegida, Chloé no tuvo oportunidad de tomar sus propias decisiones, siempre había quien las tomase por ella.
-¡Oh! ¿Qué será de esta pobre hija mía que no tiene como protegerse en la vida? –exclamaba su padre y ella se hacía a la idea de que era alguien inferior, alguien que pasaría las peores penurias en los años venideros, principalmente si se comparaba con sus hermanas mayores.
Así creció, cuidada en demasía por sus padres y sus hermanas, quienes eran mucho mayores que ella y no tardaron en armar sus propias vidas, en tener sus familias.
Ella no había sido una hija deseada, había llegado casi en la vejez de sus padres. La primogénita de los Hohenzollern –Agatha- tenía diecisiete años más que ella, a penas la había visto algunas veces en su vida pues ella ya estaba casada cuando Chloé nació.
No se casó a temprana edad como sus hermanas, tal vez porque sus padres se negaban a dejarla ir. Lo hizo con Andrew Hayes un inglés amigo de su padre –ya viudo y unos veinte años mayor que ella- cuando cumplió los veintidós años.
Andrew, empresario marítimo y portuario, era un buen hombre. Algo dado a los excesos, tal vez, pero ¿quien era ella para juzgarlo? Al menos le dejaba pintar todo lo que quería, y ella podía salir a gastar el dinero del hombre en vestidos, joyas y fragancias.
Londres le parecía la ciudad más hermosa del mundo, sus paisajes grisáceos la inspiraban a querer plasmarlos en sus pinturas.
Chloé no podía tener hijos. Andrew le decía que algo estaba mal en ella, que era todo su culpa, y ese era motivo de pelea siempre. A veces pensaba que tal vez quien no pudiera fuera él, ya que tampoco había tenido niños con su difunta esposa. Rápidamente desechaba esas ideas, seguro que era ella quien estaba mal… sus hermanas eran hechiceras poderosas, ella no. Sus hermanas eran madres, ella no. Eran felices, ella no. Concluía entonces en que Andrew tenía razón, como siempre.
La admiración que sentía por su esposo murió el mismo día que se enteró de su muerte. El poderoso Andrew Hayes había muerto en un prostíbulo de mala muerte, cercano al puerto donde tenía sus negocios.
Chloé no era tan tonta como para no saber que todos los hombres frecuentaban sitios como ese, no era eso lo que la ofendía. El escarnio público fue lo que la obligó a recluirse en su hogar durante meses… Hayes tenía muchos enemigos, quienes no dudaron en hacer saber a todos los detalles de la muerte de él. ¿Cómo podía Andrew avergonzarla así? ¿Qué pensaría la sociedad de ella? Era la viuda de un pervertido que había fallecido en brazos de una niña de trece años, una pobre prostituta.
Pero la vergüenza de Chloé Hohenzollern no acabó allí. Para mayor espanto, tuvo que enfrentarse sola a los notarios que le explicaron que había alguien más en el testamento de Hayes… Anne Jones. Con ella debía dividirse la mitad del dinero de Andrew.
-Oh, pero no se preocupe. Las dos propiedades y los negocios quedan a nombre de usted, si sabe como manejar las embarcaciones y la parte del puerto que Andrew tenía no tardará en recuperar lo que hoy se le ha dado a la amante…
-¿La amante? –preguntó porque, estúpidamente, era eso lo único que le importaba.
No, ella no sabía nada de barcos y puertos. Tal vez lo mejor sería pedirle ayuda a sus hermanas, necesitaba desesperadamente tener en quien confiar -pero la avergonzaba recurrir a sus padres pues eran muy mayores y no quería darles problemas-, necesitaba contar con quien la cuidase porque así había sido siempre su vida.
Por primera vez Chloé se sintió sola pero, lejos de aprovechar esa libertad que al fin tenía, estaba aterrada.
*Pese a creer que no habría más vida luego de Andrew y de la desilusión que él le causó, Chloé se ha enamorado –por primera vez- y en nadie confía más que en Riordan.
*Luego del duelo, ha retomado su relación con Agatha pues se siente identificada con su hermana mayor.
*Luego del duelo, ha retomado su relación con Agatha pues se siente identificada con su hermana mayor.
Chloé Hohenzollern- Humano Clase Alta
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 30/05/2017
Re: Chloé Hohenzollern
FICHA APROBADA
bienvenido/a a victorian vampires
¡ENHORABUENA! YA ERES PARTE DE VICTORIAN VAMPIRES Y TE DAMOS LA MÁS CORDIAL BIENVENIDA.
ANTES DE HACER CUALQUIER OTRA COSA, TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO/A DE CÓMO MANEJAMOS TODO EN ESTE SITIO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MALOS ENTENDIDOS. A CONTINUACIÓN TE DEJO LOS LINKS MÁS IMPORTANTES PARA QUE PUEDAS CONOCER LA INFORMACIÓN, Y SI DESPUÉS DE LEER SIGUES TENIENDO ALGUNA DUDA, PUEDES CONTACTARME A MÍ O A OTRO DE LOS ADMINISTRADORES; ESTAMOS PARA SERVIRTE.
¡QUE TE DIVIERTAS!
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