Agatha St. Pierre

A simple vista casi parece una chica normal, tal vez más delgada que la media pero en medio de la multitud podría pasar desapercibida. Una chica rubia, delgada y de ojos negros. Casi invisible en Paris. Y entonces sonríe y el hechizo de invisibilidad se rompe, porque con esa sonrisa que muestra todos los dientes y que podría desarmar al mas cruel de los vampiros, comienzas a darte cuenta de que algo no va bien. Cabello largo y resplandeciente bajo la luz del sol, que vuela despeinado al capricho del viento y desde que la sacaron de su casa no ha conocido ningún artículo que ayude a domarlo, pista número dos sobre el hecho de que no tiene muy recta la línea de pensamiento. ¿La ropa? Sin combinación, nada que ver con la moda parisina porque siempre parece que un vagabundo ha escogido su guardarropa, tal vez para el punto en que llegas a darte cuenta de lo que trae puesto, ya te vas haciendo una idea de lo que puedes esperarte de ella. Siempre descalza incluso en el peor de los fríos, tiene una epecie de aberración hacia los zapatos. Ojos muy negros enmarcados por tupidas pestañas y ojeras azuladas permanentes que no se empeña en disimular porque en realidad no le importan. Labios rosas que resaltan sobre la piel blanca, hombros encorvados aunque en realidad no es tan alta como para destacarse. Brazos y piernas como palillos que parece que se romperán en mil pedazos al menos esfuerzo, sonrisa permanente, mirada divagante, nariz continuamente arrugada y la mano derecha siempre en su boca porque morderse las uñas es algo que no puede dejar de hacer.

Como mapache es una cosa adorable, es regordete y bonachón, no va a blanco y negro como los mapaches normales sino que ostenta colores más bien rojizos. Los ojos negros tienen la misma profundidad que los de la humana y suele ser veloz como ninguno. Trepa como el mejor, es juguetón y rara vez muerde, probablemente se asuste más de los humanos de lo que ellos pueden asustarse de él.

Posee todos los elementos de una persona desequilibrada: se ríe sola en momentos en los que nadie debería reírse y entre las risas, los quejidos y los gritos no hay otro sonido que escuches salir de su boca. Tiene amigos imaginarios con los que habla en el lenguaje de señas y a quienes conoce por el nombre que ella misma les ha dado, juega, discute e incluso pretende darlos a conocer a la gente normal. Sabe hablar pero se niega rotundamente a emitir sonido coherente alguno. Para cualquier persona que se digne de ser de clase alta, sus diferencias serían razón suficiente para discriminarla porque no es una chica normal, no le interesa tener más dinero, ni más poder, ni ser arrogante, ni vivir mil años, ama escuchar y tocar música, no le importa aplaudir estruendosamente cuando algo le gusta aunque no sea correcto, su apellido no significa nada para ella, come galletas sin pensar en el nuevo vestido por el que cualquier muchacha moriría. Si le quitas todas las imperfecciones, te encuentras con una chica adorable, dulce e incomprendida pero terriblemente consciente de que no es bien vista en sociedad y de que el hecho de vivir en el hospital psiquiátrico es algo necesario. Sabe que se lo ganó a pulso por su comportamiento. Ama a su madre y entiende que estuvo obligada a mandarla fuera de casa, sabe que a ella le encantaría visitarla pero no puede porque no sería bien vista en sociedad. ¿Comenté también que es ingenua a más no poder? A veces la gente le da miedo porque habla mucho de cosas que no son importantes, se esconde de los niños porque son crueles y los locos nunca escuchan a nadie más que a si mismos, busca amigos en donde no puede encontrarlos, cuenta estrellas por las noches, podría ser feliz si pudiera quedarse para siempre como un mapache, y a veces, sólo a veces y si te fijas muy bien, puedes ver en sus ojos el interior de una persona que es más cuerda que los normales, una persona que se esconde en la locura para poder seguir sobreviviendo al mundo cruel e inhumano en el que le tocó vivir.

A veces a la gente “normal” se le olvida que uno no se vuelve loco por puro gusto, tal vez porque no estén preparados para saber que los locos existen gracias a los que no están locos y sus locuras tan normales, tal vez los locos sólo están locos porque prefieren esconderse en su propio mundo antes de vivir en la normalidad tan cruel y deprimente que los “normales” comparten día tras día.

Agatha nació una fría noche de invierno, hija de Evangeline St. Pierre y un marinero fue el fruto de un amorío fugaz pero su madre se encargó de endilgarle la hija a su esposo, al menos por un tiempo, un tiempo corto porque ser la única rubia de entre sus hermanos, la única con hábitos anormales, la única que parecía tener muchos problemas para adaptarse a una sociedad parisina exigente. El hombre era idiota pero no tanto, se dio cuenta rápidamente de que esos ojos negros no se parecían a los suyos azules, de que la forma de mirar no imitaba a la de sus ancestros, de que la niña ni siquiera se parecía a su madre. Evangeline le había puesto tres nombres y el apellido de la familia para ocultar un poco el hecho de que a la escasa edad de 5 años ya causaba más problemas que satisfacciones pero cuando todo fue descubierto tuvieron que arrancarle el apellido y tratarla como si fuera la basura de la casa. Terminó apellidándose St. Pierre y viviendo en el cuarto de la servidumbre donde ella era igual de feliz que siempre.

Siempre parecía no estar escuchando, aunque se mantenía callada cuando le hablaban siempre tendía a mirar a otra parte, a murmurar en balbuceos, a seguir la trayectoria de las pelusas que sólo eran visibles a contraluz. Nunca entendió porqué la gente se empeñaba en que hablara y porqué la enviaron a ver mil doctores antes de lo cinco para que todos les dijeran que la niña era perfectamente normal. "Perfectamente normal". Tal vez no tan perfectamente normal como para encajar en esa familia, por eso después la dejaban hacer su voluntad y sobrevivió sin saber geografía, sin saber historia, sin entender ni una sola palabra de ningún otro idioma que no fuera el de señas que aprendió a la perfección en poco tiempo y con el que se daba a entender porque aunque sus cuerdas vocales eran perfectamente normales, ella prefería guardar silencio y dejar que el mundo alrededor se derrumbara sin que la entendieran.

Aprendió a tocar el violoncello viendo a su "hermano" mayor tocarlo y pronto lo superó con creces en el manejo del instrumento. Otro punto malo. El violoncello no era un instrumento para damas pero ella distaba mucho de ser una dama, al menos una dama normal. Pasaba horas tirada sobre la hierba mirando la trayectoria de las nubes, se reía con gente que sólo ella veía y pronto comenzó a desarrollar una manera de quejarse de la gente que se empeñaba en cambiarla y repararla. Los gritos se escuchaban por toda la calle, probablemente la gente pensaba que la maltrataban, que la quemaban en aceite o que la torturaban diariamente. Por eso la enviaron lejos. Muy lejos. La encerraron en cuatro paredes desde las que no podían escucharla y desde entonces pudieron ser por fin una familia normal, una familia sin locas que gritaban y que no hablaban y que andaban descalzas por la casa y por la calle. Eso agregado a que a veces tenían por pariente a un mapache gordo que se comía la comida de la alacena hizo que enviarla al psiquiátrico fuera un gran alivio para todos.

En el psiquiátrico tampoco hizo muchos amigos, primero porque los locos no entendían su lenguaje y segundo porque ella se cansó de intentar, prefería pintar, tocar el violoncello, hablar con sus amigos imaginarios que ya la conocían, que no la juzgaban y que la querían por muy disfuncional que fuera. Se transformaba cuando quería, se escapaba cuando quería, tenía ya un hatillo de ropa en un tronco hueco de un bosque cercano para vestirse cuando estaba sana y salva y en libertad. No le importaba andar desnuda pero a la gente si y podía echar a perder sus viajes fuera del psiquiátrico si alguien se enteraba. Porque si, Agatha está loca y su cabeza no funciona igual que la de la gente normal pero no tiene un solo pelo de tonta.