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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Daphne Landry Jue Oct 03, 2013 9:47 pm


El intenso y aturdidor sonido se repitió dos veces más. El repique de las campanas tenía como objeto anunciar la finalización del sagrado ritual pero ninguno de los presentes osó abandonar su lugar. Todos permanecieron justo donde estaban mientras cuatro hombres se dirigían en silencio y con aspecto afligido hasta el cajón que descansaba ante el altar. Era tan pequeño y ligero que no les costó ningún trabajo izarlo. El costo de sostener ese peso muerto era espiritual, no físico. Uno de ellos, sacó un pañuelito para secar con disimulo las lagrimas que corrían raudas por sus mejillas. Todos los asistentes iban impecablemente ataviados pero, por elegantes o costosas que fuesen sus vestiduras, no llegaba a apreciarse una diferencia significativa entre unos y otros. En realidad simulaban una enorme bandada de cuervos, susurrándose entre sí sobre el espectáculo mientras los verdaderos dolientes permanecían en un adusto silencio. La Madre observó en una extraña pasividad como se alejaba el ataúd por la nave central de la catedral. Ya nunca más podría sostener a su pequeña, no podría besarla ni arroparla en las noches. Su dolor era inmenso pero su mente, reacia a creer tal desgracia, no le permitía exteriorizar su dolor y sus ojos secos darían de que hablar a toda la clase alta de la ciudad por semanas.

La vampiresa se encontraba de pie, a la sombra de uno de los pilares de la nave lateral. Había ingresado en silencio por la puerta de Santa Ana, sin importunar el ritual ni atraer la atención sobre su persona. Su atuendo coincidía con el de todos los presente y le ayudaba a perderse entre las sombras generadas por la famélica luz de las velas que descansaban en una infinidad de candelabros. Aquella construcción era magnifica. La primera vez que ingresó en ella le quitó, literalmente, el aliento. Había esperado contar en su segunda visita con el tiempo necesario para poder aprecias las esculturas, las bóvedas, las pinturas y los tallados, sin embargo no previó que tal incursión coincidiera con tan triste acontecimiento. No le extrañaba que todos los presentes pertenecieran a la clase alta. Solo ellos podría costear un funeral de tamañas proporciones en la ostentosa Notre Dame.

Una de las pálidas manos se apoyó en el pilar más cercano. Era tan frío y duro como su propia extremidad. Era ese uno de los momentos en los cuales podría afirmar que, a pesar de todo, aún poseía sentimientos. Sus ojos siguieron el recorrido del féretro hasta que este fue expuesto al cielo nocturno por la puerta principal de la catedral. Un carruaje negro, halado por cuatro corceles blancos, esperaba en las afueras para llevar el tierno cuerpecillo hasta su morada final. La multitud se puso en movimiento y fue entonces cuando los ojos de la vampiresa se posaron en una figura femenina, arrugada y encorvada, que caminaba sostenida del brazo de una mujer joven. El paso del tiempo era muy evidente pero eso no impidió que Daphne reconociera a su vieja amiga. La pequeña difunta era la nieta de aquella mujer que había conocido tantos años atrás. Solo por eso estaba allí. Aunque no pudiese acercársele y apoyarla necesitaba estar presente, verla una vez más antes de que la muerte la reclamara como había hecho con su pequeña descendiente.

Los asistentes atravesaron lentamente las enormes puertas abiertas, dejando el recinto en medio de un silencio abrumador. No les seguiría, había decidido no alargar una pena ajena que sentía como propia. Además el deseo de hablar con aquella anciana era demasiado intenso como para permitirse un paso en falso. ¿Cómo podría explicarle que su aspecto siguiera siendo exactamente el mismo después de tanto tiempo? No, ya estaba demasiado vieja como para cometer semejante insensatez. En situaciones como aquella le encontraba sentido a las enseñanzas de su creador. Los acercamientos con los humanos solo podían traer desdichas pero ella, desde hacía algunos siglos, no podía evitar encariñarse, de tanto en tanto, con algún mortal osado e interesante que pudiese sobrepasar sus barreras. Además estaba lo que consideraba como su “familia”. Aquel linaje de brujas y humanas que le habían acompañado desde hacía doscientos años. Dos siglos de alegre compañía, pero también de un dolor inmenso cada vez que algún miembro fallecía.

Retiró el velo oscuro que cubría su cara, permitiendo que se escurriera con suavidad hasta el suelo del lugar, para encaminarse luego por la solitaria nave principal hasta quedar frente al altar. Sus ojos se posaron sobre la cruz que descansaba imponente y cargada de significado. Podía rememorar el miedo reverencial que sentía ante tales representaciones cuando era humana. Todas las personas que conocía, las cuales se limitaban al reducido número de habitantes de su aldea, vivían sometidas ante la amenaza de arder en el infierno... ante la ira de su benévolo Dios. Era una época tan diferente, ella era tan diferente. Ni siquiera se atrevía a albergar la esperanza de salir a aventurar a la ciudad más cercana, Exeter, y ahora se encontraba parada frente al altar de una de las catedrales más magnificas creadas por el hombre, a cientos de kilómetros de lo que recociera una vez como todo su mundo. Permaneció allí, de pie y en silencio, con los ojos fijos en el símbolo sagrado pero al mismo tiempo perdidos en un mar de recuerdos que había ascendido para engullirla momentáneamente.


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Mensaje por Antoinette Bellerose Vie Oct 11, 2013 8:30 pm

Dolor, una profunda tristeza y melancolía. Eso era lo que sentía en aquel ambiente tan abarrotado con todas aquellas emociones. Los sentidos desarrollados de Antoinette le permitían percibir cualquier emoción, cualquier sentimiento que poseyera cualquier persona que estuviera a su alrededor. Sin duda, era una habilidad que había resultado inmensamente útil en algunos casos, pero en aquel preciso momento hubiese deseado no tenerla.

Los que conocían a Boissieu podían dar fe de la melancolía que se evidenciaba en su rostro cuando la tenían cerca el tiempo suficiente. Tras aquella melancolía se escondía precisamente años de sufrimiento y amarguras, su vida mortal no había sido bendecida con muchas alegrías, pues todas le habían sido arrebatadas de maneras crueles, inesperadas. Quizás por eso aquella dama se sentía tan lejana a la muerte misma, lo cual era una ironía debido a que ahora ella era la que causaba la muerte, la destrucción.
A pesar de poseer lo que cualquier mortal ambicioso y ávido de poder habría llamado una bendición, la heredera se sentía maldita, y aquel sentimiento hacia si misma se incrementaba en situaciones como ésa, donde el olor a muerte, y el dolor, las lágrimas la rodeaban.

¿Cómo había llegado allí? La situación la había encontrado. ¿Por qué no había huído? Quizás porque se había quedado, con una curiosidad un tanto morbosa. Aún no se acostumbraba a la muerte. Aún su carácter no se había endurecido lo suficiente para que situaciones como ésa le fuesen indiferentes, y ahí estaba, en medio de un funeral, presenciando quizás una de las muchas escenas desgarradoras que había logrado presenciar a lo largo de su vida inmortal.

A pesar de haber llegado hace poco a París, había logrado establecerse lo suficiente como para hacerse conocer entre algunos miembros de la sociedad Parisina. Es así como había llegado a frecuentar a los Cecereu, un joven matrimonio lleno de esperanza, expectativas y ganas de vivir. La vida los bendijo con un par de hijos, y así como los bendijo, les quitó la felicidad con la prematura muerte de la pequeña Clèmentine, de tan solo 7 años. Antoinette no podía menos que acompañar a sus conocidos, como un acto de solidaridad con la familia. Aún así, se encontraba aturdida y sumamente agobiada, como si estuviera reviviendo uno de los muchos entierros de sus seres queridos. A pesar de los años, la morena seguía siendo sensible.

Vestida con un elegante conjunto, la falda larga de color negro, era simple pero elegante. El corsé, de igual manera, era tan negro como el carbón. Comparados con la palidez de sus rasgos, sin duda le daban un aspecto mucho más fantasmagórico del que le hubiese gustado. Sin embargo, nadie se fijaba en ella, y todos seguían con la vista el féretro que se alejaba en hombros de los familiares. Los llantos resonaban en la catedral, amplificando su magnitud, y Antoinette se refugiaba en una perfecta máscara de serenidad que parecía inquebrantable.

En un momento de dispersión visual, la heredera rodeó con la vista la totalidad de la majestuosa catedral, admirando sus detalles arquitectónicos, la delicia de su decoración y la riqueza de sus acabados. Fue en ese instante que se fijó en algo en lo que no había reparado con anterioridad. Medio escondida entre una de las grandes columnas, una fina figura era testigo de todo el acontecimiento, en una distancia fácil para ocultarse, pero con la accesibilidad suficiente para no perderse del suceso. La figura provocó en la inmortal una curiosidad tal, que sin apartarse el velo del rostro, observó con detenimiento para asegurarse de que no se trataba de una ilusión óptica. Tras asegurarse de que no lo estaba imaginando, se separó delicadamente de la multitud, dirigiéndose hacia la figura semi oculta. ¿De quién podría tratarse? Un familiar no se ocultaría, no a menos que tuviese motivos poderosos. De repente alerta, caminó aún con más determinación hacia la figura, esperando que no se ocultara. De repente sentía la necesidad de saber quien era.


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Mensaje por Daphne Landry Miér Oct 16, 2013 12:35 am

El coro fantasmal de voces infantiles resonaba en su cabeza mientras los ojos marrones continuaban posados sobre el altar. Sabía que no se trataba de un sonido real pero la ilusión resultaba tan apacible y conmovedora, que solo pudo abandonarse a la misma. Nada tan efímero y al mismo tiempo tan poderoso como un recuerdo. En ese instante se encontraba de nuevo en una pequeña y modesta capilla de un pueblo en las afueras de Londres, escuchando el poco entrenado pero aún así magnifico coro que habían conformado los niños con la guía del cura local. Sentía la sed propia de un vampiro joven pero ni eso le impidió entrar a deleitarse con las dulces notas. Parpadeando retornó a la realidad. Solo se trataba de una escena perdida en el laberinto de su memoria que revivía gracias a la catedral en la que se encontraba.

Tan pronto acalló el coro pudo volver a tomar conciencia de los sonidos reales que la envolvían. A sus espaldas la congregación se dispersaba, algunos siguiendo la carroza fúnebre, otros tantos en busca de los coches que los llevarían hasta su hogar, donde podrían, finalmente, resguardarse del frio del invierno que inundaba las calles parisinas. Los comentarios sobre la tragedia se alejaban poco a poco mientras el drama se evaporaba del interés colectivo. Volvió a pensar en el rostro arrugado y el cuerpo encorvado y débil de la que hace algunos años solía ser una joven rebosante de energía. Resultaba irónica la forma en cómo la bondad se consumía y desaparecía mientras la muerte se podía ufanar de popular eternamente. Abandonando la inmovilidad que había mantenido avanzó un par de pasos hacia el altar, estirando la mano con el deseo de tocar la cruz que sobre él reposaba.

El sonido de sus propios pasos asustó a un par de ratoncillos los cuales se escabulleron rápidamente por entre las filas de asientos. Nada extraño en realidad, excepto porque un sonido menos sutil opaco la huida de los roedores. Daphne bajó la mano con lentitud sin haber llegado a completar su propósito. Tal vez fuese mejor así, no porque sintiera algún tipo de temor reverencial, después de todo el sacrilegio contaba dentro de sus pecados desde hacía muchos siglos atrás, sino porque sus sentidos le alertaron sobre la naturaleza del ser que se aproximaba. Sabía que se trataba de otro inmortal, uno que se acercaba hasta su posición con pasos decididos. Su cuerpo se tensó involuntariamente, presto a responder ante un peligro aún no anunciado, sin embargo mantuvo los ojos puestos fijamente en los detalles de la escultura que reposaba sobre el altar. – ¿Cómo es posible que una roca exhiba una belleza superior, y menos perecedera, que la de una rosa? – preguntó en voz alta antes de girar la mirada hacia la figura que se aproximaba.

Se trataba de una vampiresa finamente ataviada quien, evidentemente, se encontraba entre los participantes del velorio. Un detalle curioso dado que pocos inmortales compartían ese tipo de sufrimientos humanos.  Daphne ignoraba por completo las motivaciones que tenia aquella mujer para acercársele pero no por eso evitaría el encuentro. Ella era, por definición, un ser relativamente sociable a pesar de que, de tanto en tanto, se le escaparan suficientes comentarios ácidos como para arruinar cualquier tipo de acercamiento. Indiferente de que esa noche deseara o no compañía, el perfil de la vampiresa llamó su atención. A pesar de estar semi oculto por un velo oscuro los rasgos poseían un aire que le resultaba sumamente familiar pero, al repasar sus conocidas sobrenaturales en Paris, no consiguió dar con ninguna que se asemejara a la que tenía en frente. Este hecho le resultó sumamente intrigante.

Olvidando las reglas de etiqueta y cortesía avanzó hasta detenerse frente a la mujer. El aroma que expedía le indicó que se trataba de solo una neófita. Casi tan suave como una humana común y, quizá, igual de apetitosa. Podría tomarla entre sus brazos, apretarla contra su pecho como una madre amorosa antes de perforar el joven envoltorio preternatural y probar el elixir que bajo él palpitaba. Pero no deseaba una lucha esa noche, no con las emociones arremolinándose tan a flor de piel. Además sentía una profunda curiosidad por conocer la razón por la cual se había aproximado. – Me resulta usted muy familiar, Madeimoselle, pero resulta un tanto desalentador no poder ubicarle debido a tan difuso perfil... ¿puedo? – se trataba de una pregunta retorica pues, antes de esperar una respuesta, la pálida mano de la morena haló del velo descubriendo las facciones que este ocultaba.  

– ¡MonDieu! – exclamó al ver un par de ojos que no esperaba volver a observar - ¿Antoinette, en verdad eres tú? – la sonsa pregunta fue guiada por la sorpresa que Daphne sentía pues no tenia duda alguna de quien era aquella joven. La última vez que se habían encontrado la otra era una humana, adinerada y hermosa, pero aun así solo una simple humana.


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Mensaje por Antoinette Bellerose Sáb Nov 02, 2013 9:29 pm

Las intenciones de Antoinette eran claras al haberse acercado a la dama. Sabía que era una inmortal, y que quizás no la había conocido nunca antes. Aún a pesar de eso, quiso aventurarse a investigar, y estuvo a punto de devolver sus pasos al notar que era una fuerte falta de respeto el invadir el espacio personal de alguien de esa manera, más aún tratándose de un inmortal.No hubo tiempo de fingir demencia y alejarse, puesto que su presencia fue igualmente notificada por la mujer, que sin volverse hizo una pregunta que era ligera y que a la vez venía cargada de un cuestionamiento que se había hecho muchas tantas veces. ¿Por qué?

La respuesta era tan compleja y a la vez tan simple: no había una razón. Así, de simple. El vampirismo era sin duda uno de los muchos enigmas humanos, quizás porque iba en contra de todos los principios conocidos. Vaciló.

No contestó, de repente se sentía como una intrusa, a pesar de que ella había sido la que había empezado con el acercamiento. La mujer tenía algo que le llamaba la atención, a pesar de estar oculta bajo el velo negro. Pareció surtir el mismo efecto en ella, puesto que tras apenas una sencilla pregunta, se acercó hasta ella y lentamente despojó el velo que cubría sus níveos rasgos. Profundamente sorprendida, el reconocimiento brilló en sus ojos, y la llamó por su nombre. La heredera parpadeó un par de veces, sorprendida, aturdida. ¿Quien era aquella dama que la conocía?

Disculpe usted mi indiscreción Madeimoselle, pero sigo sin saber  quien es usted. Si tan solo me permitiera... —Dejó la frase inconclusa. La dama seguía con el rostro oculto, y Boissieu decidió que lo mejor sería proceder de la misma manera. Se acercó a la dama, y descubrió de igual manera el rostro desconocido, para luego abrir los ojos de par en par, sorprendida por lo que estaba viendo.

Oh Dios, ¿Daphne?—Era ella, sin lugar a dudas. Le sorprendió porque no había visto aquel familiar rostro en sus cuarenta años de inmortalidad, y es más, jamás hubo pensado que aquella dama habría sido sobrehumana. Quizás a causa de su ceguera mortal, cuando era una simple humana y su vida giraba en torno a un mundo conocido y simple. Jamás hubiese pensado que Daphne, aquella dama que conoció en un baile de sociedad cuando estuvo quedándose en Lyon con su tío era un vampiro. Compartieron mucho, y luego simplemente, desapareció de Francia y con eso su vida pasada y sus antiguos conocidos. La analizó, la veía fuerte, imponente y segura como solo un espécimen longevo de su especie podía ser.

No puedo creerlo. Después de todos estos años... —Se encontraba aturdida, gratamente sorprendida y asombrada. ¿Qué hacía ella en un velorio?



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Mensaje por Daphne Landry Mar Nov 12, 2013 9:42 pm

Las emociones se entretejían en el interior de la morena. Crecía dentro de sí la alegría de volver a encontrarse con aquella joven, pero esta resultaba amarga al mismo tiempo por saber que había perdido su humanidad. ¿Cómo había ocurrido aquello? No debió pasar mucho tiempo desde su último encuentro y la trasformación pues las facciones de la otra no habían envejecido ni un poco. Viéndolo desde una óptica egoísta podía tratarse de una situación de la cual sacar ventaja, después de todo los conocidos abundaban entre los inmortales y otros seres sobrenaturales,  pero los amigos eran tan escasos como las conciencias limpias entre los humanos.

Había acudido a aquel lugar con el deseo de poder observar siquiera una parte de su pasado. Una amiga humana a la cual no podría volver a acercarse a menos que quisiera llevarla a la locura. Y sin planearlo su deseo se cumplía aunque bajo unas condiciones que jamás hubiese esperado. Esperó en inmóvil expectación hasta que la otra vampiresa alargó una mano y descubrió su propio rostro. Observó como la mirada de reconocimiento era rápidamente suplantada por una de sorpresa, tal vez tan grande como la que ella misma sentía. La morena se permitió finalmente una sonrisa de bienvenida a la par que extendía los brazos hacia su compañera – Si mi querida Antoinette, aquí me tienes, después de tantos años nos encontramos de la manera más inesperada – el abrazó, aunque físicamente frio, denotaba una calidez tal vez impropia para dos seres inmortales y sanguinarios por definición. Sostuvo entre sus brazos el cuerpo de la neófita apenas unos segundos antes de soltarle y mirarle nuevamente. Ahora eran iguales, podían mirarse de frente y decirse algunas cosas que en el pasado no habrían podido expresar.

– Aun no puedo creerlo… la ultima vez te deje en un cálido y palpitante cuerpo humano que danzaba alegremente entre lo más refinado de la sociedad – la sorpresa daba paso ahora a una implacable curiosidad - ¿Qué ocurrió? ¿Cómo terminaste caminando entre las sombras? Oh! ¡Tienes que contármelo todo! – seguramente la misma Antoinette tendría preguntas también. A estas alturas Daphne no podría ocultar su verdadera edad tras un rostro estancado en la treintena ¿verdad? Una risita baja escapó de sus labios – Debes perdonar mi entusiasmo, me comporto como un crio. Primero lo primero ¿te encuentras bien? – la pregunta era en realidad un poco más profunda de lo que aparentaba . No podía saber hasta qué punto había afectado la transformación a la chica que había conocido décadas atrás. El cambio solía ser dramático y desencadenar toda clase de conductas extremas. Ella misma era un ejemplo viviente de hasta donde se podía llegara a abrazar la locura en los primeros años de vida preternatural. Por eso debía, no, necesitaba, tratar de sondear el carácter de la vampiresa a su lado antes de asumir que hablaba con la misma Antoinette que recordaba tan claramente.

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Mensaje por Antoinette Bellerose Dom Nov 17, 2013 8:47 pm

Antoinette se dejó ir en ese abrazo que le produjo una inexplicable alegría. Si bien no estaba literalmente sola, con alguien conocido, sabiendo ahora que era alguien de su misma condición vampírica, la hacía sentirse menos desamparada. Sin embargo aún se encontraba aturdida, sorprendida, curiosa. ¿Desde cuando aquella mujer era un ser inmortal? Las mismas preguntas parecían estar cruzando por la mente de Daphne, que la observó con curiosidad, con asombro incluso. Que poco típica manera de reencontrarse.

La heredera escuchó las preguntas de la morena, sin poder evitar que un ligero atisbo de tristeza surcara sus facciones. Lo tenía todo muy presente, muy reciente... las inquietudes precedieron a una simple y muy profunda pregunta, en este caso. La heredera asintió, levemente y prosiguió.

Bien físicamente, me siento mucho más viva, más ágil, incluso puedo decirte que me siento indestructible, aunque muchas veces la sed... me turba un poco... —Se explicó, segura de que era un común denominador para todos los vampiros. Pero claro, la pregunta estaba enfocada a su otro bienestar, el bienestar espiritual y mental. Continuó.  

Sabes, estos años han sido bastante difíciles. Yo... yo no tuve a nadie que me explicara lo que estaba pasando. Literalmente pasé por todo esto yo sola, y me tomó mucho tiempo controlarme para no convertirme en una destripadora... Lo siento todo muy reciente, como si hubiese sido ayer; y sin embargo, he logrado dominarme de manera que ahora tengo el control sobre mi sed. —Se explicaba mientras jugueteaba con los pliegues de su falda. Era liberador saber que no era la única, ni sería la última.

Lo que se me ha hecho difícil es controlar todas aquellas nuevas habilidades. No tengo control sobre ellas, no sé como hacerlo. Son caprichosamente intermitentes, como si ellas tuvieran el control sobre mí... y los recuedos... los recuerdos son la peor parte.Había llegado a la parte delicada, a la parte que todavía la turbaba. No se lo calló, dejó que todo fluyera como la corriente de un río.

El cálido y palpitante cuerpo que conociste se fue consumiendo lentamente por la tristeza y el abandono. Fueron épocas muy duras... la muerte de mi tío, la muerte de Frederic... yo no supe como manejarlo, tenía toda la intención de dejarme morir, pero algo fue más rápido, y me convirtió en esto que soy ahora. —Seguramente la morena la recordaba con aquella mirada brillante y anhelante, cuando le había contado con suma ilusión su compromiso con el joven coronel, la oposición de su tío hacia ese romance, que no había logrado destruir aquel inocente y condenado amor juvenil. Si alguien le hubiese dicho, que en cuestión de 40 años, se vería a si misma con la misma juventud, maldita por una naturaleza que nunca pensó tener, sin la posibilidad de engendrar nueva vida, ni de envejecer al lado de la persona amada, seguramente ella habría pensado que se trataba de una locura.  Aún lo pensaba.

Y ya luego abandoné Francia, intentando dominarme y aprender de algo que literalmente no conocía. Adaptarme a esta nueva vida... acabo de volver, no llevo aquí más de tres meses. Me instalé en la misma mansión que me vio nacer, y ahí sigo... pero no quiero aburrirte, mi querida Daphne. No permitiré que lo amargo de mis recuerdos opaque la dicha que siento al haberte reencontrado de esta manera tan inesperada. Pero, cuéntame, ¿cómo has estado? Te encuentro tan bella y tan elegante como la primera vez que te vi. —Añadió Boissieu, relacionando lo visto en aquellas épocas con la belleza y el poder que solo un vampiro podría emanar. Sonrió, aún con tristeza; intentando no reflejar lo que sentía.


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Mensaje por Daphne Landry Sáb Nov 23, 2013 9:42 pm

Una arruga de preocupación se instaló sobre la frente de la morena al notar el aire de tristeza que surcaba el rostro de su acompañante pero permaneció en silencio, esperando a que su curiosidad fuese aplacada por la historia que la joven tenía para contar. Asintió cortésmente ante las primeras palabras. Prefería ni recordar el tormento de las primeras noches, cuando debía esperar para poder calmar su sed debido a su inexperiencia y desorientación. Incluso ahora, después de tantos años, continuaba siendo una esclava de la sangre y dudaba que tal necesidad finalizara alguna vez. El paso de los años solo había conseguido fortalecer su resistencia, su autocontrol para decidir cuándo y cómo beber. Esto para ella era más que suficiente y se sentía satisfecha de sus pequeños logros en el área.

– Te abandonaron a tu suerte… - pensó en voz alta mientras pensaba en lo difícil que debieron ser esos primeros años para Antoinette. Aprendiendo sola a cuidar un cuerpo que demandaba más de lo que daba, y presumía más de lo que en realidad tenía. Todo neófito se siente indestructible hasta que la dura realidad le hace estrellarse contra el suelo. Sin un guía las probabilidades de sobrevivir se reducían significativamente. Existían cientos de peligros escondidos en medio de la noche, incluso para aquellos que, como ellas, se encontraba en la cima de la cadena alimenticia. Cazadores, inquisidores otras criaturas e inmortales que les buscarían y asesinarían solo por la satisfacción de hacerlo. Era parte del ciclo de la vida, el fuerte como al débil y si el débil no cuenta con la audacia suficiente como para reconocer en qué momento pelear y en cual correr, su destino estaría sellado. Pensó en sí misma y la infinidad de veces que su creador le había salvado de las garras de su segunda muerte. Él le enseño todo lo que sabia y se lo agradecía de corazón, indiferentemente de que aquellas enseñanzas se encontraran ahora alineadas o no con su nuevo pensamiento y actuar.

No pudo ocultar su aflicción por lo que escuchaba. En realidad le había deseado felicidad a aquella joven. El entusiasmo que sentía por el anhelado futuro con su amor, aquel soldado a quien el hado había guiado hasta sus brazos. Era una completa estupidez que hubiesen lanzado por la borda toda la felicidad que se hubiesen podido procurar. – Nada bueno puede emerger de la guerra. Lamento mucho escuchar tu perdida. Lo de tu Tío era inevitable, sin embargo hubiese deseado que el joven Frederic actuase con más sensatez. Pero no puedes pedir mucho de la juventud, es difícil tomar la decisión adecuada cuando es el sentido del deber quien nos guía – asumió, sin temor a equivocarse, que el soldadito había perecido en la guerra. Tonto ingenuo, enlistarse en una pelea en la cual solo conseguiría dolor, muerte y horror por la promesa de una gloria que otro disfrutaría. No, el debió quedarse junto a su amada, nada más y nada menos que la joven heredera de una inmensa fortuna ¿Qué necesidad tenia de irse?

La morena río ligeramente ante lo que siguió – No podrías aburrirme ni aunque lo intentaras – bromeó sacudiéndose un poco la sensación de tragedia – Bueno, me considero una caminante errante, he estado en muchas partes y la lista es aún demasiado larga como pensar siquiera en detenerme… sin embargo, en aquella época en que nos conocimos tenía mi refugio central en España… en la hermosa Toledo. Supongo que es lo más cercano a un lugar especifico que puedo darte – sus ansias de aprender la instaban a estar desplazándose pero no abandonaba nunca a su “familia” durante mucho tiempo, por lo que procuraba moverse en las cercanías de donde se encontrara ésta instalada. Si la distancia que quisiera recorrer fuese más amplia todos tendrían que ir con ella y eso requería mucha energía y planeación. – Vamos, anímate. Esta noche festejamos un reencuentro y nada ni nadie debe tener el poder para arruinárnoslo, ni siquiera un recuerdo – recorrió la línea del rostro de Antoinette con la punta de su dedo antes de sonreírle alegremente. Las palabras de la joven habían bastado para que su imaginación completara el relato. Sabía que la otra debía sentirse abatida por la fuerza de tan oscuros recuerdos y deseaba poder espantarlos, como si de moscas molestas se tratase.

Apartó su mano mientras sus ojos recorrían la solitaria catedral y entonces se le ocurrió un idea – Ven conmigo querida – la instó con expresión juguetona antes de lanzarse a correr por la nave central. Ningún ojo humano hubiese podido ver la oscura y silenciosa figura que se desplazaba a velocidad sobrehumana entre la luz y las sombras generadas por los candelabros, sin embargo Daphne sabia que la otra inmortal podría verle con lujo de detalles. Luego, con apenas esfuerzo, dio un salto que la acercó a un palco de la segunda plaza. Un lugar que los feligreses verían solo en el momento de abandonar la iglesia, si es que su curiosidad les instaba a levantar la visión. Aterrizó con elegancia y dio un par de pasos más, hasta quedar parada junto al órgano de la catedral. Recordaba que Antoinette era una excelente pianista y deseaba escucharle tocar una vez más. Que las notas de aquel órgano desplazasen la tristeza de la joven y les brindara una vía de escape momentánea a su retorcida existencia.


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Mensaje por Antoinette Bellerose Dom Dic 22, 2013 3:21 pm

El relato de sus experiencias como neófita le había traído una mezcla de renovada soledad y melancolía. Venga, no había un solo día que no recordase al que había sido el amor de su vida, y el solo hecho de conversar sobre todas sus pérdidas con alguien que también había tenido el gusto de conocer a aquellas personas -o al menos saber de ellas- le producía un nuevo sentimiento de pérdida. Y no solo pérdida. Se sentía huérfana.

Insensatez... un tremendo amor hacia la patria y un deber para con el batallón. Yo no pude hacer menos que dejarle partir, ¿o es que acaso un fiel soldado escucharía las súplicas de su amada? —Sonrió tristemente, sin querer en realidad transmitirle todas sus penurias a aquella dama que encontraba literalmente luego de años y años de no verla.


¿Pero has estado bien? celebro el verte ahora y con vida. Espero que hayas tenido suficientes experiencias agradables en esta nueva vida inmortal que tan extravagante me ha resultado a mí. —Sonrió, recordando su paso por España. Nunca había pisado Toledo, sin embargo. —Quiero hacer un viaje, y esta vez me gustaría hacerlo con alguien que me comprenda. Sin embargo, aún es muy pronto para partir, debido a que no llevo ni tres meses en París. ¿Te gustaría pasado un tiempo, acompañarme en alguna travesía y conocer todo lo que aún no hemos conocido? —Propuso entonces, dominada por el impulso de recorrer el mundo, y no es que no los tuviera. Sin embargo, estaba consiente de que una parte de ella quería salir corriendo de allí, de aquel sitio que tantos recuerdos dolorosos le traía.  ¿Tanto miedo le tenía a la ciudad que la había visto perder tanto, incluso a si misma?

Se dejó llevar por el entusiasmo de Daphne, no quería opacarla con sus oscuras memorias. La vio correr a una velocidad increíble, y finalmente brincar con una fuerza sobrenatural que la posicionó delicadamente junto al órgano de la enorme catedral. Contagiada por la alegría de su acompañante, Antoinette realizó con casi igual elegancia los movimientos que realizó la inmortal, y se posicionó suavemente a su lado, con una sonrisa brillante que era quizás producto de la propia adrenalina.

Recorrió el gran órgano con la vista, repentinamente deseando desempolvar las amarillentas teclas de aquel grandioso órgano. ¿Que tan poderoso sería el sonido?


Caray, no quiero ser imprudente, pero... —La miró, sonriendo. —Venga, una sola pieza...

Con una sonrisa traviesa, como la de quien hace algo indebido, se sentó en el pequeño banquito, y dirigió los blanquecinos y temblorosos dedos hacia las teclas. No había tocado desde que había dejado de ser humana, y aunque recordaba como hacerlo perfectamente se sentía un poco extraña.

El meñique presionó con suavidad una tecla, que inundó con rapidez el ambiente en un sonido grave y oxidado. ¿Cuanto hace que nadie tocaba aquel instrumento? al meñique le siguió el índice, y pronto todos sus dedos recorrieron la extensión de las teclas en una melodía lenta, suave y un ápice nostálgica.


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Mensaje por Daphne Landry Vie Dic 27, 2013 11:05 pm


La vampiresa observaba aún el órgano frente a ella cuando escuchó los movimientos rápidos y ligeros de Antoinette, aproximándose, inicialmente por la nave central y aterrizando luego junto a ella. El viento generado meció ligeramente la tela de la falda de Daphne mientras ésta sonreía, encantada con la idea de que la otra le hubiese seguido el juego. – ¡Excelente! Después de todo por lo general la imprudencia antecede los mejores recuerdos – anotó aplaudiendo emocionada. El sonido emergió casi instantemente y fue amplificado y replicado por todas las estructuras que les rodeaban. La vibración podía sentirse hasta los huesos y el fino oído vampírico le indicó a la morena el momento exacto en que decenas de ratoncillos huían despavoridos ante tan inusual agitación. Una risotada escapó de sus labios antes de empezar a mecerse con suavidad al compas de la música. Adoraba el sonido del piano pero por supuesto aquello no era comparable de ninguna manera con la intensidad que podía alcanzar un órgano, más aún si hablaban del que reposaba en Notre Dame.

Sus pies cobraban vida propia y pronto el suave mecer se trasformó en giros lentos efectuados con la agilidad y fineza de una bailarina experimentada – Si los ángeles existen deben llorar ante el hecho de que tan hermosa melodía sea interpretada por una condenada – soltó una nueva risotada antes de detenerse detrás de Antoinette y apoyar una de sus manos sobre el hombro de la pianista – Él debería haber escuchado las suplicas del amor por encima de las de un absurdo sentido del deber, pero el purgatorio y el infierno deben están llenos de hombres y mujeres que “deberían” haber hecho algo diferente. Por otro lado, supongo que tampoco sirve de nada regodearse en la miseria de lo que pudo haber sido. Tienes ahora un futuro ante ti, uno con el cual jamás soñaste y las posibilidades bajo tus pies son prácticamente infinitas – alisó entonces con sus dedos el sedoso cabellos oscuro antes de lanzarse a girar otra vez.

Las enaguas de su falda se levantaban con cada giro, semejando una campaña, y lo que quedaba de adornos en su cabello y su capa fueron rápidamente despojados y abandonados en cualquier lugar en el suelo. Un salto corto alcanzó para que quedase de pie sobre el pequeño barandal que separaba el piso en el que se encontraban de la primera planta. Procedió entonces a recorrerle, un pie tras otro y con los brazos estirados como si de un equilibrista experimentado se tratase. Una puesta en escena un poco exagerada pero lo suficientemente a tono con su exaltado estado de ánimo. Así debían sentirse los niños pequeños que juegan a orillas de una quebrada, imaginando sortear un inmenso peligro solo con el equilibrio necesario para evitar que alguno de sus pies resbalase y callera entre el agua helada. Solo podía presumirlo pues de niña nunca tuvo ese placer, o eso creía ya que algunos recuerdos eran tan borrosos que solo le daban cabida a las suposiciones.

Estiró una de sus manos al toparse con la columna más próxima, a la cual después se abrazó -Mis experiencias en esta nueva vida inmortal repitió sonriendo y dispuesta a no olvidar las palabras de Antoinette antes del pequeño escape a la segunda planta – algunas agradables otras no tanto. En realidad la vida sigue siendo la misma, penas y angustias, alegrías y euforias todas juntas y divididas por líneas apenas perceptibles. Además no puedo decir que sea exactamente “nueva” para mí – una sonrisa ligeramente triste emergió de sus labios antes de continuar – ya son más de seis siglos los que llevo transitándola –

Un saltito la depositó de nuevo en el suelo y un par de pasos la dejaron junto al taburete en el cual tomó asiento – y la respuesta es un sí rotundo. Me encantaría que pudiésemos realizar un viaje juntas, sin embargo debo advertirte que no podrá ser muy largo pues mis obligaciones en París me impiden ausentarme en demasía. Espero que eso baste, inicialmente al menos, para calmar un poco tu sed aventurera… supongo que ya tendrás marcado en primer destino ¿verdad? – bromeó sintiendo de pronto un inmenso aprecio por aquella joven. Solo el que se hubiese tomado la molestia de invitarle le conmovía lo suficiente como para querer empacar y partir esa misma noche. Sin embargo tenía que darle su espacio y esperar a que estuviese lista. Algunos fantasmas debían ser exorcizados antes de que pudiese andar sin ataduras. Entonces una idea olvidada hacia poco regresó a su mente - ¿Qué hacías esta noche en la catedral Antoinette? ¿Por qué estabas en el funeral? – preguntó curiosa por conocer el hilo en común que las había terminado uniendo en aquella noche de invierno.


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Mensaje por Antoinette Bellerose Jue Ene 16, 2014 7:42 pm

Antoinette se sentía tan plena tocando el gran órgano, que apenas se dio cuenta de que sus rápidos dedos habían superado la sola pieza que había prometido. Ahora se aventuraban en una nueva tonada, más alegre que iba acorde con los suaves pasos con los que Daphne había empezado a danzar, con graciosa habilidad y delicadeza. Rió con suavidad cuando su acompañante mencionó a los ángeles. Era verdad, siendo una condenada había experimentado muy poco sobre su nueva vida, sin embargo estaba consiente del efecto que tenían los de su clase con los simples mortales. ¿Era justo que algo tan mortal fuera a la vez algo tan hermoso, quizás equiparable en belleza solamente con la de los ángeles? Negó el pensamiento con una imperceptible cabezada, centrándose únicamente en la armonía de las notas, y en el compás que se iba marcando cada vez que sus dedos de mármol oprimían las teclas.

Escuchó las palabras de su interlocutora, sabiendo perfectamente que ella tenía mucha más experiencia de la que la heredera podría poseer en mucho tiempo. Seiscientos años de inmortalidad podrían ser para algunos la oportunidad perfecta para viajar por el mundo, y experimentar todo lo que una vida mundana y mortal no podría permitirles. La gloria de la belleza imperecedera, de una juventud que además venía acompañada de una fuerza sobrenatural podía ser una idea sumamente tentadora, que sin embargo perdía un poco de su brillo al verse salpicada por la imposibilidad de ver la luz, o de sentir el cálido toque del sol en la piel. Convertirse, literalmente en monstruos de la noche podía ser aquello que decepcionaba y no llegaba a ser todo lo que un inmortal pudo haber deseado.


Me llevas 10 veces más tiempo de experiencia, y estoy segura de que habrás tenido experiencias con las que apenas un ser humano común podría soñar siquiera. Pero dime algo... como has podido lidiar con aquella terrible maldición... ¿no extrañas el calor del sol bañando tu rostro? poder dar un paseo a plena luz del día, disfrutando de un aire fresco, cálido, y vivo... —Lo decía literalmente como que fuera algo que le doliera, y es que así era. Antoinette se sentía terriblemente frustrada, y en su necedad se había visto a si misma alargando una pálida mano para experimentar la tibieza del amanecer, viéndose retirándola rápidamente aquejada por el terrible dolor de la quemadura. ¿Era eso vida? Sus dedos seguían impasibles expresando sentimientos a través de música en el teclado, como celebrando el poder hacerlo después de tantos años. Y así era.

Entiendo, yo también me he visto enfrascada en un sinnúmero de obligaciones aquí en París. Llevo mi vida como una joven comerciante de telas, y me ha ido maravillosamente. Ahora estoy buscando la manera de incursionar en el diseño de modas... Sin embargo intento darle tiempo al tiempo, y de todas maneras trato de llevar mi vida lo más normal posible, intentando ocultar de todo el mundo mi inmortalidad. Lo que me apena es que después de unos cuantos años tendré que marcharme de nuevo, pues nadie podría entender nunca el por qué conservo el mismo aspecto... y eso que apenas llevo sesenta años como vampiro.. —Rió, sabiendo que el entero número de su edad era tan solo un suspiro junto con toda ls experiencia vivida de Daphne.


Cuando ella le preguntó el porqué se encontraba en la catedral aquella noche, suspiró antes de darle una respuesta. Todavía se sentía apenada por ello.


Apenas llegué a París, tuve que arreglar varios encuentros con varias personas, intentando encajar lo mejor posible a la sociedad parisina sin que se notara del todo mi intrusión. En uno de estos bailes de sociedad tuve el placer de conocer a los Cecereu, que son un joven matrimonio feliz, y tenían la dicha de tener una hermosa niñita a la que tomé infinito cariño. Con el pasar de los meses mis lazos con ellos se expandieron bastante, y puedo decir que son quizás mis amigos mortales más cercanos. Es una lástima que la pequeña enfermara y muriera tan pronto. Sé que su partida destruyó a ambos padres... Yo vine a manifestarles mis condolencias en estos momentos tan duros... ¿y tú? pude notar que observabas oculta entre las penumbras... ¿los conoces? —Inquirió, con curiosidad.


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Mensaje por Daphne Landry Vie Ene 24, 2014 4:35 pm

– Lo extrañé durante algún tiempo, luego lo olvide y esporádicamente la nostalgia regresa. En un principio es difícil vivir en la oscuridad, acechar desde las sombras. Pero seguimos siendo guiados por la fuerza de la costumbre y te aseguro, querida Antoinette, que tarde o temprano te acostumbraras. No solo porque no tienes alternativa – en este punto le obsequió un guiño juguetón – sino porque aprenderás también a apreciar realmente la belleza de la noche – la vampiresa recordaba aquellas primera noche, cuando su creador le confesó la realidad de su nueva naturaleza ¿Cómo describir su angustia, su dolor por lo perdido? El sol achicharrando su piel, como si manifestara su descontento porque una criatura malvada caminase bajo su mirada. Era la forma en cómo ella lo veía entonces. En un segundo le habían privado de la sensación que describía su acompañante y no había artificio o hechicería que revertería aquel hecho. Pero aquello tenía algo bueno también pues, solo entonces, con su nueva capacidad de visión, pudo realmente “ver” la noche, su esplendor, su frescura. Ya no tenía que temer a fantásticas criaturas de la oscuridad que tanto la aterraban, era ella ahora quien amenazaba, quien buscaba y acechaba. El miedo terminó y con eso se abrieron una cantidad infinitas de posibilidades. Después vino la sangre, la tortura, el dolor. Abrazó la locura sin ningún tipo de remordimiento y se regodeo en la miseria hasta que se harto de ella. Era una época de la no cual no se jactaba pero le había servido para conocer sus propios límites y olvidar por unos años aquellos detalles que había hecho que la vida valiera la pena.

Sin embargo un anhelo siempre había permanecido cerca de su corazón, aunque este se hubiese convertido en hielo – Hay otras cosas que lamento mucho más, otras perdidas infinitamente más dolorosas que el no poder calentar mi piel bajo la luz del sol - Por su momento su expresión mudo a una tristeza y desesperanza absoluta pero se recuperó con rapidez y cubrió aquel desatino con una sonrisa forzada. Sin embargo la música continuaba y su alma, si es que aún la poseía, se exaltaba con cada una de las notas emitidas. Escuchó y se alegró de que aquella joven tuviese un objetivo marcado. Cualquier actividad que mantuviese ocupada su mente resultaba ser una tabla de salvación. - ¿Diseño de modas? Pero que interesante. ¡Espero ser tu primer cliente! - no hizo ningún comentario sobre el otro tema mencionado. Era verdad que no le quedaba mucho tiempo, dentro de poco la gente empezaría a sospechar y Antoinette tendría que marcharse y empezar una nueva vida en soledad.

Se encontraba ahora sentada junto a la joven vampiresa. Las manos reposaban tranquilamente sobre sus piernas cruzadas mientras escuchaba y observaba las teclas que se extendían frente a sí – Que pequeño es el mundo. Que entre todos los parisinos las dos tengamos lazos afectivos con la misma familia. Y además que haya tenido que ocurrir esta tragedia para que nos reencontráramos – sus ojos se mantenía sobre las teclas mientras su mente recordaba la cara arrugada y marchita – Si, observaba sin que me vieran, no podía permitirme ese lujo. No por los Padres ni por ningún otro de los presentes excepto por Yvette, la abuela de la dulce criatura que debe estar siendo entregada a las profundidades de la tierra en este momento – frunció el ceño en gesto de disgusto. Luego miró nuevamente a Antoinette y le sonrió tristemente – Lo siento, no debería afectarme tanto la muerte de un simple mortal, pero era tan pequeña e inocente que no puedo ignorar el peso de tamaña injusticia. Nada se podía hacer según oí, así que solo me queda dirigir mi enojo hacia Dios y el destino – se levantó entonces y, apoyándose en la barandilla sobre la que minutos antes caminase, observó fijamente el altar en el otro extremo de la catedral – Conocí a Yvette hace algunas décadas. Era entonces una joven alegre y llena de sueños. Un espíritu indomable que conquistó mi atención en tan solo una noche. La consideré… la considero mi amiga y nada me hubiese gustado más que poder apoyarla en este momento. Pero, como bien lo has dicho querida Antoinette, no hay manera de que comprendiese la razón por la cual mi piel no se marchitase como la de ella – suspiro sonoramente – Mi creador intentó inculcarme el desprecio por todos los seres humanos. “Debes mantener alejada” decía “el encariñarte con la comida solo te hará un ser miserable” – con una muy mal fingida voz masculina enfatizó las palabras de su mentor – Creo que después de todo no fui la alumna que él hubiese deseado – concluyó encogiéndose de hombros.


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