Un violín y un vampiro (w/ Antoinette Boissieu)

La heredera jugueteaba con un mechón que le caía del cabello suelto, sobre los hombros. Sentada cómodamente en un  canapé de madera de fresno, tapizado con una exquisita tela de terciopelo color borgoña, se encontraba inmersa en una mezcla de sueños y deseos, entre los cuales vagaba su mente de manera distraída. En la diestra, sujetaba una copa de cristal, medio llena con un líquido opaco, espeso. Tan distraída estaba que no notó cuando volcó sin querer la copa, vertiendo accidentalmente un poco de su contenido en la tapicería del mobiliario. Gruñó, frustrada, regañándose por tener tan poco cuidado, agradeciendo la fortuna de que la tela de tapicería fuera tan afín al líquido que se había derramado sobre ella, teniendo la certeza de que no se notaría en absoluto.  Recientemente había adquirido los muebles, reemplazando las reliquias familiares para darle un toque más moderno a la mansión, que por cierto había necesitado muchos retoques en su remodelación. No disfrutaba precisamente de las estadías en dicho lugar, puesto que además de muchos recuerdos tormentosos, la sola visión de los antiguos muebles le llevaban a sus tiempos felices de niñez, y a los no tan felices tiempos de la adolescencia. Había perdido todo, o casi todo en el transcurso de la tierna niñez a la juventud, y el solo hecho de estar en aquella casa le daban la sensación de encontrarse en un gigantesco mausoleo, tan sombrío como las noches a las que aquella maldición la había confinado.

Se llevó uno de los dedos manchados con la sangre a los labios, en un gesto distraído. Se levantó entonces del canapé alertada por el sonido de una de las sirvientas. Ellas como era de esperarse, trabajaban en el día hasta bien entrada la noche, y ninguna de ellas dormía en aquella mansión, de acuerdo al compromiso de confidencialidad que les llevaba también a callar cualquier cosa que vieran, oyeran, o presenciaran de aquella casona.

Dejó reposar la copa en una de las mesas servilleta, junto a la que también se encontraba la gran licorera de cristal repleta del  líquido rojo. Mathilde entró entonces a la estancia, y sin decirle una palabra a su señora, le tendió una pequeña bandeja de plata en la que reposaba un sobre. Antoinette agradeció el gesto de la mujer, y con un delicado gesto con la mano le indicó que podía retirarse. La amplia falda de muselina susurró a medida que la morena se desplazaba hacia una de las ventanas para abrir el sobre en privacidad, sorprendiéndose al reconocer en él la caligrafía de su buen amigo Àgustine Piccot, director de orquesta. En la misiva se le invitaba a presenciar las audiciones que se harían para formar la orquesta musical de una de las obras teatrales más exitosas de Londres, y que tendrían la dicha de poder observar en París.  La dama sonrió, divertida por el hecho de que monsieur Piccot recordara que era bastante apasionada por la música, y  sin pensarlo dos veces trazó una rápida y asertiva respuesta en el reverso de la nota, que depositó con suavidad en la bandeja de plata, sabiendo que apenas abandonara el salón sería recogida por Mathilde y enviada a su destinatario.

Se dirigió hacia sus aposentos, de repente bastante animada. Habían dos doncellas que la ayudaron a vestirse con prontitud, enfundándola en aquel vestido  color zafiro de brillante satén. Con un corte vistoso, el vestido dejaba sus hombros al descubierto, al igual que parte de su escote. Una vez colocado el corsé y ajustado en aquel cuerpo que no podía jadear a causa de la falta de aire, un cálido abrigo de piel se deslizó sobre ella ocultando la desnudez de sus hombros. Sin pensarlo dos veces salió de la mansión y abordó el carruaje que la llevaría al teatro.



El carruaje se detuvo con suavidad en el exterior del elegante teatro de París. Antoinette descendió del carruaje con la ayuda del cochero, y entró sin muchos preámbulos al recinto. Atravesó los pasillos que ya conocía bastante bien, y se tomó un camino diferente al de los palcos, que era el que acostumbraba. Àgustine Piccot, la aguardaba en la primera fila de asientos, justo frente al escenario envuelto en un serio traje gris oscuro.

—¡Mademosielle Boissieu! —Exclamó sonriente tan pronto la tuvo a su alcance. Tomó su mano y depositó un suave beso en el dorso de la misma, sin notar el frío glacial que acompañaba al cuerpo de la dama gracias a los mitones de seda que cubrían sus manos. La excusa era siempre el frío de invierno que hacía allí fuera, lo que  no generaba muchas sospechas respecto a su temperatura corporal. —Que bueno que haya podido venir, estamos justo por comenzar.. —Manifestó el hombre escoltándola hacia uno de los mullidos asientos de la primera fila.

—Muchas gracias por su invitación, Monsieur Piccot. Celebro que usted recuerde con gran certeza mis gustos por la música clásica. No puedo esperar a ver qué obtendrá esta noche... —Alabó la morena, mientras tomaba asiento y se acomodaba en su lugar. El director tomó asiento a su lado, con un pequeño cuaderno de notas en donde -ella supuso- se encontraban los nombres de los audicionantes. Se relajó entonces, y esperó a que la función diera comienzo.

Antoinette escuchaba bastante complacida las notas de los diferentes intérpretes. Por el escenario desfilaron por igual pianistas, flautistas, guitaristas y un sin fin de músicos que deleitaron a los asistentes con sus piezas. Todos eran magníficos, aunque de cuando en vez los nervios surtían efecto en alguno u otro y un desafino tenía lugar en medio de tanta armonía. Monsieur Piccot se encontraba de lo más concentrado frente a los audicionantes. La libreta que tenía en la mano estaba ya un tanto maltratada a causa de las anotaciones que el caballero había hecho, rasgando las páginas con la tinta y volteándolas sin ningún cuidado para no perder detalle. Anotinette sin embargo, se limittaba a aplaudir suavemente cuando encontraba algún acto particularmente bueno, aunque aún no encontraba nada que llamara su atención de una manera más remarcada. Desde pequeña había tenido un gran oído musical, y desde entonces se había permitido el lujo de asistir a conciertos soberbios, conocer a músicos magníficos y siendo su propio don el piano, se dejaba llevar muchas veces en la soledad de su mansión, entregándose por completo a la música. Era sabido que no era una dama muy fácil de complacer, y que en cuestiones musicales al menos era un poco más exigente que en otras áreas.

—Debo preguntar, mademoiselle. ¿Cómo está pasando usted esta velada? —Inquirió el caballero, dejando por un momento su cuadernillo para hacerle un par de atenciones a su invitada. Se veía bastante cansado, y traía el ceño un poco fruncido a causa de mantener la mirada fija y analítica por tanto tiempo.

—Estoy disfrutando mucho, monsieur. Tiene usted varios músicos de altura con la gran obra que va a interpretar... —Aseguró la heredera, a sabiendas que el director de orquesta estaba empezando a tomar decisiones. Según sus anotaciones una última participante quedaba por audicionar, y Antoinette se revolvió en su asiento un tanto ansiosa.

La joven avanzó con  timidez en el escenario, quizás algo nerviosa por estar audicionando para un público tan selecto y selectivo, a su vez. La postura de Antoinette se puso un poco rígida, al analizar a la joven pelirroja cuando finalmente se colocó en posición para empezar. No era humana, no una simple y corriente humana. Su aura era bastante sólida, fuerte y tenía un color especial. Boissieu supo entonces que se trataba de una bruja, una hechicera que además tenía dotes para el violín. La miró expectante mientras empezaba a tocar su melodía. Los orbes azules de la morena no pudieron evitar seguirla a medida que caminaba por el escenario, entregándose totalmente a un público que se veía bastante embelesado con su música.

Antoinette no podía estar menos conforme con algo: la chica tenía talento. Disfrutaba de la música que estaba creando, y ese talento se evidenciaba con cada uno de los presentes viéndose envueltos en un mágico hechizo, transportándose cada uno a su mundo perfecto, quizás. Cuando la chica terminó la tonada, los aplausos vinieron atronadores, y la heredera no pudo menos que aplaudir también. Estaba segura de que monsieur Piccot había encontrado a su violinista, y también estaba segura de que la muchacha le había intrigado a un punto... Ella se marchó del escenario escoltada por los aplausos del público, y monsieur Piccot agradeció a todos por su atención. El show había terminado.

Antoinette se levantó de su asiento, agradeciendo a su amigo la cortesía de haberle invitado. Él pronto anunció que los resultados saldrían mañana por la mañana, así que seguramente ella se enteraría del asunto entrada la noche. Recordó mientras salía del lugar su experiencia por la romántica España, ya hace veinte años. Solo había conocido a un joven con tal prodigio musical, y le ofreció protección además de apoyo para que siguiera desarrollando su música. Sin embargo el joven huyó despavorido al notar que la chica que le ofrecía tantas ventajas no era humana, y se perdió de la que pudo haber sido una de las mejores experiencias de su corta vida mortal. Suspiró.

Si bien sus pasos se dirigían hacia los pasillos, Antoinette sabía muy bien a dónde se dirigía. Iba a probar suerte con la chica, y esperaba que no saliera huyendo despavorida como su antecesor.  Su velocidad vampírica la llevó pronto hacia la salida de camerinos, donde supuso saldrían todos los músicos, y aguardó con serenidad.

No aguardó mucho, pues efectivamente los músicos salieron del lugar sin mucha tardanza. Antoinette buscaba con la mirada a la chica del violín, y la vio venir mucho antes de que ella la notara. Supo de inmediato que la muchacha notó que la morena no era una simple mortal, y aplaudió internamente la valentía de ella para acercársele a sabiendas de que podía estar yendo hacia su propia muerte. Como era natural, Antoinette no iba a hacerle nada, y trató de transmitírselo en la mirada, aunque las palabras no hicieron falta, pues la chica se acercó sin miramientos aunque quizás con un poco de miedo. Apreció la educación de la muchacha, y una sonrisa tenue iluminó su rostro. La observó con amabilidad.

—Puedes dejar de temer, que no te haré daño. Aprecio de verdad que no hayas gritado, y pronto notarás que mi presencia aquí es más una bendición que un peligro.

Su voz era tranquila, aterciopelada. Sin embargo no tenía ápices de peligro en ella, sino más bien estaba relajada, aportando el hecho de que no tenía ganas de merendarse a la muchacha. Sonrió, dejando ver aquella sonrisa blanca, y prosiguió.

—No he podido evitar notar que tienes un gran don para la música clásica. Tocas el violín de una manera muy prodigiosa, y puedes estar segura de que soy una mujer difícil de complacer. Mi presencia aquí se debe a que quiero hacerte una propuesta, que solo repetiré una vez....

La miró con curiosidad, sin revelarle todavía sus intenciones. Quería conocerla primero, y mientras la miraba intentó rebuscar un poco por su mente, intentando encontrar algo que pudiera usar, de ser el caso.

—A pesar de ser una hija de la noche, soy poco comparable a los demás de mi especie. No disfruto matando inocentes, y no es lo que he venido a hacer contigo. Dime, Janna ¿Me temes?

La pregunta salió de sus labios, casi como involuntaria. La heredera odiaba su naturaleza, y eso era algo que pocos conocían de ella. El hecho de que la gente le tuviera miedo le repelía, y sin embargo nada podía hacer para revelarse contra aquello que era. Sin embargo, y lo supo al instante, Jenna no tendría tanto miedo de ella al ser un ente sobrenatural, puesto que ella misma siendo una bruja ya habría conocido quizás muchos más de los de su especie . Entonces para ella el vampirismo no era nada nuevo, aunque quizás seguía temiéndola por su naturaleza asesina. Aguardó a que la chica contestara, mirándola y analizándola.

Antoinette escuchó las palabras de la bruja que salieron con firmeza y resolución de sus labios. No le temía, cosa que le tenía más tranquila, siendo consiente de que ya había tenido experiencias no tan positivas anteriormente. Se relajó casi al instante, al escuchar lo que siguió de la contestación de la muchacha. Ya tenía varias cualidades que sin duda le parecían interesantes: era valiente, tenía un don con la música y estaba segura de que había bondad en su persona. Quizás estaría muy apegada a su familia por lo que no le resultaría fácil convencerla de abandonarlos para mudarse con ella, aunque claro, nada se perdía intentando.


Las níveas facciones compusieron un atisbo de sonrisa que casi no se veía al pronunciar su propio nombre —Antoinette. Antoinette Boissieu si somos más exactos. —Cambió un poco su peso apoyándose en la pierna diestra, y miró a la muchacha con curiosidad antes de proseguir.


—Tal y como tú lo has dicho, me he tomado el tiempo de escucharte interpretar aquella pieza de violín. Por eso estoy aquí, Janna. No puedo negar que tienes talento, tampoco puedo negar que admiro tu valentía esta noche. Por lo mismo me gustaría hacerte el ofrecimiento que hice a uno como tú hace muchos años, y que ingenuamente rechazó. Te ofrezco mi protección, Jenna. Quiero ser tu mecenas—.


Lo dijo de una sin mencionar la segunda parte del trato. La miraba analíticamente, descifrando de apoco sus pensamientos, y sabia que quizás iba a costar convencerla. De igual manera ella estaba segura de que la hechicera no se había esperado esa proposición, por lo que la miró inquisitivamente, a la espera de que le diera una respuesta.