AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Siniestra Caperucita... | Erika Knight
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Siniestra Caperucita... | Erika Knight
La oscuridad se fragmentó en un millar de rayos luminosos que, tras adornar de luz la más intensa negrura, acabaron siendo engullidos sin remedio por la misma. Las velas cayeron desparramadas por el suelo sin ningún orden concreto. Todas se apagaron a la vez. El estruendo fue tal, que los sirvientes acudieron a toda prisa hacia la sala para encontrarse con el sanguinario espectáculo que en ella se estaba desarrollando. Ophelia, ataviada con un simple camisón que en algún momento llegó a ser blanco, lucía empapada con la sangre del ama de llaves, de la que poca cosa quedaba unida al cuerpo. Su hija, que trabajaba en la cocina, se desmayó al instante, mientras que su hijo, el jardinero, se abalanzó sobre la asesina repentinamente. Craso error. La vampiresa lo rechazó con un simple manotazo, haciendo que saliese despedido por la sala e impactase contra una de las gruesas columnas de mármol que adornaban la estancia. Su corazón dejó de latir en pocos segundos. Volteándose, agazapada como si se tratase de un animal salvaje, encaró al resto de sirvientes con una sonrisa terrible. El terror de los humanos -y los inmortales- se hizo palpable súbitamente. Muchos pensarían que su ama había enloquecido sin remedio, otros opinarían que se había levantado con hambre. La verdad quedaría encerrada tras aquellos muros. Nadie diría una palabra. No se arriesgarían. - ¡¿Alguno más tiene intención de atacarme?! La noche es larga y yo no me canso. Si no quieren acabar como esta... ladrona y su familia, márchense ahora mismo a sus habitaciones sin decir ni una palabra. Como oiga un simple balbuceo, os despedazaré a todos, vivos y muertos. En el jardín hay sitio de sobra. -La respuesta no se hizo esperar por más de unos instantes. Todos se marcharon sin decir nada y el sonido de las puertas al cerrarse fue lo único que rompió aquel sepulcral silencio en que se sumió el castillo al completo. Observó los restos de una de las mujeres que había tenido como consejera, con una mezcla de rabia contenida y cierta apatía. De haber sido otra persona, se hubiera sentido triste, vacía... Pero esos sentimientos estaban muy lejos de formar parte del carácter de la antigua. Y menos, estando tan alterada.
Se deshizo del camisón, manchado de sangre en casi su totalidad, plantándose frente a la Luna llena desnuda en su totalidad. Observó su cuerpo, blanco, frío, pétreo, muerto hace mucho y un sentimiento desconocido para ella se hizo presa de su marchito ¿corazón?, de su cabeza, de su ser al completo. Vacío. El más eterno y perfecto vacío, que parecía ocuparlo todo sin dejar espacio a ningún otro pensamiento. No había cabida para nada más que silencio, frío, eterno. Oscuro. La herida que ocupaba buena parte de su pecho, cerca del corazón pero no lo suficiente para dañarlo, se fue cerrando lentamente, dolorosamente, recordándole lo que era el sufrimiento. Se la habían jugado bien jugada. Y ella había caído como una estúpida. Ella, la que nunca confió en nadie, recibió nuevamente la lección de que nadie, era absolutamente nadie. No hay opción para escoger. Que hubiese sido ella le había molestado más que la traición misma, porque de otro se lo hubiera esperado. Había convertido a aquella mujer, por su propia petición, hacía menos de un año, y desde entonces se había convertido en una agradable compañía para muchas noches solitarias. Que tonta había sido. Una sonrisa irónica se instaló en su semblante, en el que aún lucía una mueca enteramente salvaje. Aquella... mujer, había pedido su transformación a fin de lograr la fuerza necesaria para lograr dañarla. Ahora lo comprendía. Ophelia se había quedado dormida en la biblioteca principal. Y ella clavó la estaca sobre su esternón, fracturando parcialmente el hueso, aprovechando que hubo bajado la guardia. Trató de huir, tras robarle una buena suma de dinero y joyas de sus aposentos, evidentemente, dándola por muerta. Tendría que haberla rematado... Y ahora estaba muerta. Y su hijo, su impulsivo e incompetente hijo. Pero él se lo merecía desde antes.
Se sumergió en el agua de la bañera con el ceño fruncido y la sensación de que había perdido algo importante. Por un instante, deseó ser un simple humano y poder emborracharse para olvidar todo al día siguiente. Estaba enfadada, molesta. Y la sed hizo acto de aparición, como una invitada no deseada, ante aquellos pensamientos. La abofeteó con suficiente fuerza para hacer que se levantase de un salto, saliendo de la confortable calidez de las aguas, y se desplazase cual espectro hacia su habitación. Se atavió de gala. La noche lo merecía. No todos los días acaba una con una familia al completo, traicionan tu confianza e intentan matarte. Si normalmente era un tanto irascible, aquella noche un simple estornudo podía provocar que estallase cual bomba de destrucción masiva. Un hermoso vestido negro, de la seda más cara que había podido encontrar, fue el aperitivo, para luego colocar sobre los hombros una capa roja, tan larga como ella misma, que anudó al cuello en un perfecto lazo. Tacones altos, de aguja, que acentuaban de sobremanera su aspecto de mujer de clase alta. Como si pudiese ser de otra forma... Salió del castillo pasada la medianoche, dejando los cadáveres tal y como estuvieron desde el principio. Ya se había manchado suficiente las manos. Y la capa era nueva.
El cielo, oculto tras un grueso manto de nubes que opacaba la luz de las estrellas, anunciaba una tormenta que no tardaría en avecinarse para atosigar a los parisinos que, rezagados, seguían caminando por las calles a aquellas horas. Podía percibirse en el ambiente, en el aire gélido que soplaba con fuerza, elevando las hojas caídas de los árboles desnudos, e incluso algunos lo harían en los huesos. No es que hubiera muchas opciones entre las que elegir, podían marcharse a la tranquilidad y calidez de sus hogares, o arriesgarse a quedar totalmente empapados bajo la fuerza de la tormenta. Y sólo disponían del tiempo suficiente para refugiarse en algún sitio donde el agua no pudiera alcanzarlos. La agitación de los humanos le vino de perlas. Tenía que vencer su implacable sed, y estando todos tan presurosos, era sencillo que alguno cometiese un error que ella pudiese aprovechar. La oportunidad llegó pronto, a manos de un joven de corta edad que corría persiguiendo un cachorro que parecía no tener demasiada intención de marcharse con él. Su sangre era dulce, joven, llena de fuerza. Dejó el cadáver en el suelo sin cuidado, apenas unos minutos después de haberlo atrapado. Se puso la capucha y se cubrió bajo la capa, como si realmente aquella prenda pudiese acabar con la eterna frialdad que caracterizaba a su especie.
Una vez calmada su implacable sed, y con la tormenta descargando su ira sobre la desierta ciudad de París, sus pasos la llevaron a la zona más alejada que se le ocurrió. El bosque, con su aroma a madera vieja y frescura, resultó ser un compañero agradable. El silencio era eterno, inquebrantable. Podía sentir el frío con sólo observar los troncos que lucían repletos de perlas de hielo solidificado. Sus pies se hundían en el barro. Pero no dejó de avanzar en ningún momento. Sus labios se separaron levemente, y de su garganta comenzó a salir una hermosa y dulce melodía, sin nombre, en un idioma que ya nadie comprendía... Una canción sin dueño, dirigida a la soledad, compartida con un bosque aparentemente vacío. Una melodía que parecía querer seducir a los espíritus que daban vida a tan grandiosa manifestación de la naturaleza. Se mezcló con las sombras, sin dejar de cantar, mientras la lluvia se llevaba consigo los recuerdos y la sensación de vacío... al menos, parcialmente. Una canción de amor irónicamente escrita y entonada por alguien que ni amaba, ni sentía. Pero eso no lo sabían. La gente solo sabe lo que ve, y verían a una joven bonita, con una voz delicada y la expresión contraída en una mueca de indiferencia perfectamente confeccionada. Lo que nadie sospechaba, es que bajo aquella apariencia de infinita inocencia mezclada con la sensualidad propias de un ente sobrenatural, se ocultaba un lobo con piel de cordero. Un lobo con un apetito voraz, y una crueldad infinita.
Se deshizo del camisón, manchado de sangre en casi su totalidad, plantándose frente a la Luna llena desnuda en su totalidad. Observó su cuerpo, blanco, frío, pétreo, muerto hace mucho y un sentimiento desconocido para ella se hizo presa de su marchito ¿corazón?, de su cabeza, de su ser al completo. Vacío. El más eterno y perfecto vacío, que parecía ocuparlo todo sin dejar espacio a ningún otro pensamiento. No había cabida para nada más que silencio, frío, eterno. Oscuro. La herida que ocupaba buena parte de su pecho, cerca del corazón pero no lo suficiente para dañarlo, se fue cerrando lentamente, dolorosamente, recordándole lo que era el sufrimiento. Se la habían jugado bien jugada. Y ella había caído como una estúpida. Ella, la que nunca confió en nadie, recibió nuevamente la lección de que nadie, era absolutamente nadie. No hay opción para escoger. Que hubiese sido ella le había molestado más que la traición misma, porque de otro se lo hubiera esperado. Había convertido a aquella mujer, por su propia petición, hacía menos de un año, y desde entonces se había convertido en una agradable compañía para muchas noches solitarias. Que tonta había sido. Una sonrisa irónica se instaló en su semblante, en el que aún lucía una mueca enteramente salvaje. Aquella... mujer, había pedido su transformación a fin de lograr la fuerza necesaria para lograr dañarla. Ahora lo comprendía. Ophelia se había quedado dormida en la biblioteca principal. Y ella clavó la estaca sobre su esternón, fracturando parcialmente el hueso, aprovechando que hubo bajado la guardia. Trató de huir, tras robarle una buena suma de dinero y joyas de sus aposentos, evidentemente, dándola por muerta. Tendría que haberla rematado... Y ahora estaba muerta. Y su hijo, su impulsivo e incompetente hijo. Pero él se lo merecía desde antes.
Se sumergió en el agua de la bañera con el ceño fruncido y la sensación de que había perdido algo importante. Por un instante, deseó ser un simple humano y poder emborracharse para olvidar todo al día siguiente. Estaba enfadada, molesta. Y la sed hizo acto de aparición, como una invitada no deseada, ante aquellos pensamientos. La abofeteó con suficiente fuerza para hacer que se levantase de un salto, saliendo de la confortable calidez de las aguas, y se desplazase cual espectro hacia su habitación. Se atavió de gala. La noche lo merecía. No todos los días acaba una con una familia al completo, traicionan tu confianza e intentan matarte. Si normalmente era un tanto irascible, aquella noche un simple estornudo podía provocar que estallase cual bomba de destrucción masiva. Un hermoso vestido negro, de la seda más cara que había podido encontrar, fue el aperitivo, para luego colocar sobre los hombros una capa roja, tan larga como ella misma, que anudó al cuello en un perfecto lazo. Tacones altos, de aguja, que acentuaban de sobremanera su aspecto de mujer de clase alta. Como si pudiese ser de otra forma... Salió del castillo pasada la medianoche, dejando los cadáveres tal y como estuvieron desde el principio. Ya se había manchado suficiente las manos. Y la capa era nueva.
El cielo, oculto tras un grueso manto de nubes que opacaba la luz de las estrellas, anunciaba una tormenta que no tardaría en avecinarse para atosigar a los parisinos que, rezagados, seguían caminando por las calles a aquellas horas. Podía percibirse en el ambiente, en el aire gélido que soplaba con fuerza, elevando las hojas caídas de los árboles desnudos, e incluso algunos lo harían en los huesos. No es que hubiera muchas opciones entre las que elegir, podían marcharse a la tranquilidad y calidez de sus hogares, o arriesgarse a quedar totalmente empapados bajo la fuerza de la tormenta. Y sólo disponían del tiempo suficiente para refugiarse en algún sitio donde el agua no pudiera alcanzarlos. La agitación de los humanos le vino de perlas. Tenía que vencer su implacable sed, y estando todos tan presurosos, era sencillo que alguno cometiese un error que ella pudiese aprovechar. La oportunidad llegó pronto, a manos de un joven de corta edad que corría persiguiendo un cachorro que parecía no tener demasiada intención de marcharse con él. Su sangre era dulce, joven, llena de fuerza. Dejó el cadáver en el suelo sin cuidado, apenas unos minutos después de haberlo atrapado. Se puso la capucha y se cubrió bajo la capa, como si realmente aquella prenda pudiese acabar con la eterna frialdad que caracterizaba a su especie.
Una vez calmada su implacable sed, y con la tormenta descargando su ira sobre la desierta ciudad de París, sus pasos la llevaron a la zona más alejada que se le ocurrió. El bosque, con su aroma a madera vieja y frescura, resultó ser un compañero agradable. El silencio era eterno, inquebrantable. Podía sentir el frío con sólo observar los troncos que lucían repletos de perlas de hielo solidificado. Sus pies se hundían en el barro. Pero no dejó de avanzar en ningún momento. Sus labios se separaron levemente, y de su garganta comenzó a salir una hermosa y dulce melodía, sin nombre, en un idioma que ya nadie comprendía... Una canción sin dueño, dirigida a la soledad, compartida con un bosque aparentemente vacío. Una melodía que parecía querer seducir a los espíritus que daban vida a tan grandiosa manifestación de la naturaleza. Se mezcló con las sombras, sin dejar de cantar, mientras la lluvia se llevaba consigo los recuerdos y la sensación de vacío... al menos, parcialmente. Una canción de amor irónicamente escrita y entonada por alguien que ni amaba, ni sentía. Pero eso no lo sabían. La gente solo sabe lo que ve, y verían a una joven bonita, con una voz delicada y la expresión contraída en una mueca de indiferencia perfectamente confeccionada. Lo que nadie sospechaba, es que bajo aquella apariencia de infinita inocencia mezclada con la sensualidad propias de un ente sobrenatural, se ocultaba un lobo con piel de cordero. Un lobo con un apetito voraz, y una crueldad infinita.
- Canción:
Última edición por Ophelia M. Haborym el Mar Nov 19, 2013 12:33 am, editado 1 vez
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Siniestra Caperucita... | Erika Knight
"El mal es el rostro detrás de mil máscaras.".
Podía notar como le quemaban los músculos en su loca carrera a través del bosque. Y el infeliz aún creía que tenía alguna esperanza de escapar de ella. Como si no conocier suficientmente bien los bosques. Como si no supiera como rastrear al maldito.
A pesar del ardor no se detuvo. Pensó que posiblemente los años de entrenamientos la hubieran vuelto masoquista por que le gustaba sentir aquella quemazón subiendo por sus piernas. O puede que fuera simplemente ese dolor el que le recordaba que era lo que la separaba de lo que cazaba. Cualquiera que fuera la razón, ella no la sabía pero le gustaba.
Lo tenía acorralado. Pobre tigre sin esperanzas. Una sonrisa irónica y sanguinaria decoró sus labios sin pintar y sus ojos adquirieron el brillo del acero. Aquel era el mejor momento de la cacería, el momento en que veía la desesperación de su presa, sabedora de que no podía escapar y que aún así intentaba dialogar con ella.
Monstruos. Eso era lo que eran para ella, simples monstruos. No pensaba permitirle huir, no pensaba permitir que otra niña viera como lo único que tenía en este mundo le era brutalmente arrebatado. Aunque aquel no fuera el ser que le había arrebatado. Aunque ni siquiera se correspondiera con la especie.
A pesar de su cargo, y de todo lo que ello representaba, no era una devota de Dios, pues había recibido su castigo suficientes veces como para serle realmente una amante fiel. Sin embargo si que creía que él no podía desear que aquellas cosas existieran, ya fueran vampiros o cambiaformas. Todos ellos eran hijos del diablo, hijos ilegítimos en el mundo de los humanos. Y debían ser erradicados a cualquier precio. Más aún cuando algunos de esos mismos hijos de Satanás y sus acólitos luchaban junto a ella. ¿Qué mejor prueba de su desmerecimiento de vida –o no vida, para el caso- que la traición a sus semejantes?
Si, aquel tigre debía morir, ya fuera por sus manos o por las de cualquier otro, pero por Dios que deseaba que fueran las suyas las que sintieran fluir su sangre.
Lo alcanzó en un claro del bosque, apenas iluminado por una luna cubierta de nubes. La contrariedad de la situación excitó aún más su deseo de victoria. Mientras se debatía con el animal notaba la adrenalina fluir como un río por sus venas.
Si recibía golpes, no los notaba. Si tenía golpes, no sentía fluir la sangre. Solo notaba la emoción de la pelea. Ese había sido siempre el refugio de su alma perdida, el único hogar que había conocido su duelo. Y la hacía sentirse libre, poderosa.
Todo acabó casi antes de comenzar. Ambos estaban cansados, pero él mas que ella. Y no tenía oportunidad de ganar una vez se había vuelto a convertir en humano. Un error estúpido y letal, que le había dado la victoria que tanto ansiaba a Erika.
Se echó hacia atrás sonriente, aun sentada sobre el cuerpo inerme. Esta vez ni siquiera necesitaría encontrar a alguien que se deshiciera del cadáver. Podía dejarlo allí por los restos y nadie echaría de menos al malnacido. Finalmente había cumplido la venganza por aquella pequeña que jamás debió morir.
Se levantó y guardó sus armas en sus fundas. A pesar de la fiera pelea apenas si había sufrido algún corte o desperfectos en las ropas. Todo lo que tenía en ese momento eran dolores superficiales que empezaban a aparecer, tan desacostumbrada que estaba a cacerías tan intensas. Pero aquellas cacerías eran la sal de su vida, habitualmente tan monótona.
Abandonó el cuerpo a su suerte y se encaminó hacia la ciudad. Había terminado antes de lo que esperaba pero estaba cansada y, por muy joven que fuera la noche, no le apetecía coger un nuevo trabajo, ni siquiera uno fácil.
Se limpió la sangre del rostro mientras caminaba. No se había dado cuenta de las salpicaduras en su rostro y su ropa hasta que se había llevado la mano a la boca para sofocar un bostezo. Se frotó intensamente con la manga de las raídas ropas que llevaba. Agradecía tener aún aquel tipo de atuendos cuando necesitaba fingir. Ninguna mentira era lo suficientemente creible sin el envoltorio adecuado.
A medio camino de su hogar oyó un canto elevándose por el bosque. Se detuvo, alerta. El viento llevaba un lamento triste en alguna lengua extraña que no llegaba a identificar pero que evocaba un sentimiento ligeramente doloroso que le llegaba a su oscura alma de asesina.
Siguió las notas que flotaban entre los árboles, tan silenciosa como los animales que poblaban el bosque, buscando a la dueña de la canción. Dudaba que un humano cualquiera se hubiera adentrado en el bosque a esas horas pero nunca se podía dar nada por sentado y, si tal era la situación, corría peligro en aquel lugar. Si no lo era…
No podía engañarse a si misma. No podría encargarse de lo que quiera que fuera, así que tendría que limitarse a observar y marcar, para saber que buscar el próximo día que se aburriera.
El dolor comenzaba a intensificarse en su cuerpo pero avanzó hacia la voz. Sin embargo no se dio cuenta de que el viento había cambiado y que el viento llevaría su olor hasta aquel ser hasta que fue demasiado tarde y lo único que se le ocurrió fue esconderse tras un árbol. Tal vez la pelea la había dañado más de lo que estaba dispuesta a admitir…
- Spoiler:
- Hola!! Espero que no te importe que tome el tema
Erika Knight- Inquisidor/Realeza
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Re: Siniestra Caperucita... | Erika Knight
Noche siniestra, hermosa, guarida de inmortales y colcha de mortales, que en su manto dormitaban tranquilos, sin que nada pudiera molestarlos. Las nubes impedían que el brillo de las estrellas llegase a ser visto por los ojos que aún escrutaban la eterna oscuridad del cielo, negándose a rendirse al abrazo de Morfeo. Claro que, había otras criaturas, como ella, a quien el Dios nunca se dignaba a abrazar. Sus pies, ataviados con hermosos tacones tapizados de seda, se hundían en el barro, pero a ella, siempre ajena a las banalidades propias del mundo humano, no le importaba. Se sentía siniestramente conectada con el entorno en que se encontraba, mimetizada de una forma sobrenatural con él. De una forma difícil de explicar, pero la sensación era parecida a la plenitud mística que cualquier creyente pudiese sentir ante un indicio mínimo de que su Creador existe. Aquel bosque era el entorno perfecto para que la maldad, siempre presente cuando ella aparecía, proliferara libremente y sin control. Pero, a la vez, estaba tan sumido en la tranquilidad que pareciese que nada podría romper su quietud. Ni siquiera alguien como ella. Aquel sepulcral silencio sólo se veía desintegrado parcialmente por el intermitente sonido del viento, que silbaba entre las ramas de los árboles con suavidad. Aquel paisaje era un magnífico espectáculo de luces y sombras, mejor que cualquier obra o representación humana de guión absurdo y marcadas intenciones. Aunque fuese cierto que en su mayoría, las cosas que a ella le resultaban interesantes distaban mucho de ser normales, nadie podría encontrar desagradable aquella belleza espectral que emanaba el bosque a aquellas horas. Ni aunque quisiera.
De pronto, el latido desbocado de un corazón, seguido de una respiración pesada, la sacó de su ensimismamiento, haciendo que se detuviese en medio de la oscuridad de un bosque tal espeso que ocultaba su presencia. Sonrió en la penumbra de forma peligrosa, feroz, como si aquel descubrimiento hubiese conseguido apartar por completo de su mente el incidente que acababa de tener lugar. Se giró bruscamente, de forma casi automática, en la dirección en que sentía aquella presencia netamente humana. Distinguiría el aroma de su sangre a kilómetros de distancia, independientemente de lo mucho que quisieran ocultársela. Era su labor, ¿no? Y era endiabladamente buena. Y además de su sangre, fresca y escondida en los perfectos conductos formados por sus arterias y venas, adivinó en aquella misma presencia, el intenso olor de la sangre reseca de otro ser. Interesante descubrimiento para tratarse de un encuentro inesperado en medio de la nada. Su imaginación se disparó en el instante mismo en que la brisa trajo consigo con más fuerza el aroma de la mujer. ¿Qué se encontraría escondido tras los árboles? ¿Una humana peculiar, o una grata sorpresa? ¿Se revolvería cuando intentara matarla, o gritaría de dolor? ¿Sería fácil o difícil de despedazar? ¡Oh, tantas posibilidades, y a cada cual más interesante! No podría aguantarlo mucho más. Ni tenía interés alguno en hacerlo.
¿Qué haría una mujer a solas en aquel lugar, y a esas horas de la noche? ¿Sería una suicida en busca de un final definitivo a su patética existencia? ¿O tal vez su melodía, mortal y atrayente al mismo tiempo, había provocado que cayese en su trampa sin darse cuenta? ¿La habría seguido durante mucho tiempo? No, de ser así, se habría dado cuenta antes. Los humanos no eran demasiado buenos escondiendo su presencia a los inmortales. Podía notar su respiración, pesada, rápida, fruto del cansancio. Parecía alterada, aunque dudaba mucho que fuese su presencia la causante de aquel despliegue de reacciones fisiológicas. Al fin y al cabo, y a esa distancia, para ella sólo sería una loca que había salido a pasear por el bosque. Sólo ella sabía la verdad. Y eso le daba una considerable ventaja. Ophelia se relamió de forma instintiva, imaginando el sabor de su sangre al recorrer su garganta, repentinamente seca por el deseo que comenzaba a aflorar. El apetito le sobrevino de forma brusca, despertando aún más sus sentidos. La furia se había disipado por el momento... Ahora quería jugar.
Se acercó con paso firme hacia la dirección en que sabía que estaba, con una sonrisa que no invitaba a acercarse, precisamente. Sus colmillos, blancos y afilados, no tardaron ni dos segundos en asomar. Fuera quien fuese, dejaría claras desde el principio sus intenciones. Así era todo más divertido. Se colocó justo en la parte opuesta del árbol que sabía que la humana ocupada, elevando el tono de su canción adrede, tratando de intimidarla. La tenía tan cerca que el simple esfuerzo por contenerse y no aferrarla contra el tronco le dolía. - Mala noche escogisteis para aparecer en mi camino... -Susurró, deteniendo su canto en el mismo momento en que asomaba la mitad de su cuerpo al otro lado del árbol.
De pronto, el latido desbocado de un corazón, seguido de una respiración pesada, la sacó de su ensimismamiento, haciendo que se detuviese en medio de la oscuridad de un bosque tal espeso que ocultaba su presencia. Sonrió en la penumbra de forma peligrosa, feroz, como si aquel descubrimiento hubiese conseguido apartar por completo de su mente el incidente que acababa de tener lugar. Se giró bruscamente, de forma casi automática, en la dirección en que sentía aquella presencia netamente humana. Distinguiría el aroma de su sangre a kilómetros de distancia, independientemente de lo mucho que quisieran ocultársela. Era su labor, ¿no? Y era endiabladamente buena. Y además de su sangre, fresca y escondida en los perfectos conductos formados por sus arterias y venas, adivinó en aquella misma presencia, el intenso olor de la sangre reseca de otro ser. Interesante descubrimiento para tratarse de un encuentro inesperado en medio de la nada. Su imaginación se disparó en el instante mismo en que la brisa trajo consigo con más fuerza el aroma de la mujer. ¿Qué se encontraría escondido tras los árboles? ¿Una humana peculiar, o una grata sorpresa? ¿Se revolvería cuando intentara matarla, o gritaría de dolor? ¿Sería fácil o difícil de despedazar? ¡Oh, tantas posibilidades, y a cada cual más interesante! No podría aguantarlo mucho más. Ni tenía interés alguno en hacerlo.
¿Qué haría una mujer a solas en aquel lugar, y a esas horas de la noche? ¿Sería una suicida en busca de un final definitivo a su patética existencia? ¿O tal vez su melodía, mortal y atrayente al mismo tiempo, había provocado que cayese en su trampa sin darse cuenta? ¿La habría seguido durante mucho tiempo? No, de ser así, se habría dado cuenta antes. Los humanos no eran demasiado buenos escondiendo su presencia a los inmortales. Podía notar su respiración, pesada, rápida, fruto del cansancio. Parecía alterada, aunque dudaba mucho que fuese su presencia la causante de aquel despliegue de reacciones fisiológicas. Al fin y al cabo, y a esa distancia, para ella sólo sería una loca que había salido a pasear por el bosque. Sólo ella sabía la verdad. Y eso le daba una considerable ventaja. Ophelia se relamió de forma instintiva, imaginando el sabor de su sangre al recorrer su garganta, repentinamente seca por el deseo que comenzaba a aflorar. El apetito le sobrevino de forma brusca, despertando aún más sus sentidos. La furia se había disipado por el momento... Ahora quería jugar.
Se acercó con paso firme hacia la dirección en que sabía que estaba, con una sonrisa que no invitaba a acercarse, precisamente. Sus colmillos, blancos y afilados, no tardaron ni dos segundos en asomar. Fuera quien fuese, dejaría claras desde el principio sus intenciones. Así era todo más divertido. Se colocó justo en la parte opuesta del árbol que sabía que la humana ocupada, elevando el tono de su canción adrede, tratando de intimidarla. La tenía tan cerca que el simple esfuerzo por contenerse y no aferrarla contra el tronco le dolía. - Mala noche escogisteis para aparecer en mi camino... -Susurró, deteniendo su canto en el mismo momento en que asomaba la mitad de su cuerpo al otro lado del árbol.
- PD:
- Todo tuyo, señorita, si aún lo quieres ; ) Me ausentaré en los próximos días, así que no te preocupes por la respuesta, demórate cuanto gustes -eso si quieres seguir, claro xD-. Si es así... juguemos
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Siniestra Caperucita... | Erika Knight
En cuanto se dio cuenta de su error, la adrenalina volvió a correr por sus venas, mas rápido y más intensamente, mientras el instinto de supervivencia le gritaba que corriera, que corriera tanto como sus piernas le permitieran y se alejara de ese ser y su canción tramposa.
Y por un momento estuvo tentada a hacerle caso. No por miedo, eso ya no era algo que existiera en ella. Había aceptado la muerte tiempo atrás, es más, vivía una muerte en vida ya desde hacía tiempo pero esa no era razón para huir. No, sus motivos eran mucho más altos. La iglesia, el mismísimo papa, la había convocado en unos días en la catedral. Y algo organizadopor aquel papa siempre era interesante.
Por eso mismo no estaba dispuesta a permitirle a aquella… Cosa, interrumpir sus planes. Si bien era una muerta en vida, tenía derecho a que se le permitiera un poco de diversión ¿no? Y si intentaba escapar, solo estaría condenando sus propios planes. Además, si huyes una vez, sientas un precedente. Y no podría dar la cara a su padre cuando se encontraran en el infierno si permitía que una vampira se impusiera a ella por “miedo”
Una sonrisa fiera se dibujó en su rostro mientras la oía acercarse. Masoquista. Sin duda esa era la respuesta que buscaba pues no había otra definición para alguien como ella, tan ansiosa por enfrentar de nuevo a un no muerto, cuando acababa de darse un festín con otro pocos kilómetros más allá. Y sin embargo su cuerpo reclamaba aquello. Si, posiblemente en otra vida hubiera sido uno de aquellos seres que ahora cazaba pero sin duda era mucho más divertido cuando se jugaba con desventaja.
A pesar de que sus músculos volvían a vibrar de la tensión, vació su mente de todo pensamiento de violencia o venganza. Suprimió la vocecilla que reclamaba sangre y solo dejó la fría lógica de un asesino. La fría lógica que guiaría su mano, que guiaría su cuerpo. Ya no se trataba de un triste cambiaformas, herido y asustado. No. Esta vez era una vampira cuya voz destilaba la misma locura que la propia Erika sentía correr en su interior. Esa noche se enfrentarían dos monstruos y ambas sabían que solo una podría salir viva de aquel bosque.
Silenciosamente, pegó la espalda al árbol y esperó mientras el canto ascendía. La melodía se tornaba inquietante, justo lo que se necesita para asustar a alguien con menos espíritu. Pero ya no quedaba nada de espíritu en ella que la vampira pudiera tratar de quebrar. Ya no había una humana dentro de aquella carcasa que era la castaña, vestida en sus ropas de batalla.
Aprovechando el momento en que la canción sonaba más alta, deslizó la estaca de donde la había guardado y la tomó en la mano derecha mientras la izquierda sostenía un puñal especialmente diseñado para decapitar. Suerte que fuera ambidiestra.
Esperó unos segundo más y su cuerpo se puso alerta en cuanto la oyó pronunciar las palabras que iban directamente para ella. Un crugido, unos pasos y sabría donde tenía que apuntar. Claro que no esperaba que fuera tan fácil.
-Eso habrá que verlo- contestó la parte rebelde de ella.
En cuanto asomó el cuerpo de su enemiga por un lado del árbol lanzó el cuchillo contra su yugular mientras alzaba al rodilla hasta golpearla en el estómago con la fuerza suficiente para hacer que se doblara. Si, esa rodilla ahora dolía un poco, pero merecía la pena.
Y por un momento estuvo tentada a hacerle caso. No por miedo, eso ya no era algo que existiera en ella. Había aceptado la muerte tiempo atrás, es más, vivía una muerte en vida ya desde hacía tiempo pero esa no era razón para huir. No, sus motivos eran mucho más altos. La iglesia, el mismísimo papa, la había convocado en unos días en la catedral. Y algo organizadopor aquel papa siempre era interesante.
Por eso mismo no estaba dispuesta a permitirle a aquella… Cosa, interrumpir sus planes. Si bien era una muerta en vida, tenía derecho a que se le permitiera un poco de diversión ¿no? Y si intentaba escapar, solo estaría condenando sus propios planes. Además, si huyes una vez, sientas un precedente. Y no podría dar la cara a su padre cuando se encontraran en el infierno si permitía que una vampira se impusiera a ella por “miedo”
Una sonrisa fiera se dibujó en su rostro mientras la oía acercarse. Masoquista. Sin duda esa era la respuesta que buscaba pues no había otra definición para alguien como ella, tan ansiosa por enfrentar de nuevo a un no muerto, cuando acababa de darse un festín con otro pocos kilómetros más allá. Y sin embargo su cuerpo reclamaba aquello. Si, posiblemente en otra vida hubiera sido uno de aquellos seres que ahora cazaba pero sin duda era mucho más divertido cuando se jugaba con desventaja.
A pesar de que sus músculos volvían a vibrar de la tensión, vació su mente de todo pensamiento de violencia o venganza. Suprimió la vocecilla que reclamaba sangre y solo dejó la fría lógica de un asesino. La fría lógica que guiaría su mano, que guiaría su cuerpo. Ya no se trataba de un triste cambiaformas, herido y asustado. No. Esta vez era una vampira cuya voz destilaba la misma locura que la propia Erika sentía correr en su interior. Esa noche se enfrentarían dos monstruos y ambas sabían que solo una podría salir viva de aquel bosque.
Silenciosamente, pegó la espalda al árbol y esperó mientras el canto ascendía. La melodía se tornaba inquietante, justo lo que se necesita para asustar a alguien con menos espíritu. Pero ya no quedaba nada de espíritu en ella que la vampira pudiera tratar de quebrar. Ya no había una humana dentro de aquella carcasa que era la castaña, vestida en sus ropas de batalla.
Aprovechando el momento en que la canción sonaba más alta, deslizó la estaca de donde la había guardado y la tomó en la mano derecha mientras la izquierda sostenía un puñal especialmente diseñado para decapitar. Suerte que fuera ambidiestra.
Esperó unos segundo más y su cuerpo se puso alerta en cuanto la oyó pronunciar las palabras que iban directamente para ella. Un crugido, unos pasos y sabría donde tenía que apuntar. Claro que no esperaba que fuera tan fácil.
-Eso habrá que verlo- contestó la parte rebelde de ella.
En cuanto asomó el cuerpo de su enemiga por un lado del árbol lanzó el cuchillo contra su yugular mientras alzaba al rodilla hasta golpearla en el estómago con la fuerza suficiente para hacer que se doblara. Si, esa rodilla ahora dolía un poco, pero merecía la pena.
Erika Knight- Inquisidor/Realeza
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Re: Siniestra Caperucita... | Erika Knight
Humanos. Malditos humanos... No era la primera vez que le pasaba algo como aquello, y aunque sabía perfectamente que tampoco sería la última, realmente agradecería que esas... patéticas criaturillas dejasen de comportarse de esa forma tan absurda en su presencia. Si había algo de lo que carecía la milenaria vampiresa era, sobre todo, de paciencia. Era simplemente incapaz de soportar la estupidez por más de unos cuantos segundos, y los humanos con sus comportamientos burdos y erráticos superaban su cupo con creces. Simplemente no lo soportaba. Era intolerante a la idiotez. Y la humanidad, por más que se empeñara en creerse los superiores de la cadena trófica, merecían un premio en todas las categorías en que este rasgo salía a reducir. Tenían maestría en cometer errores garrafales hasta con las tareas más sencillas y, sobre todo, de pensar que todo cuanto tenían a su alrededor estaba a su merced. Que equivocados estaban. Su vida, para alguien como ella, no era más que un suspiro. Un patético y efímero suspiro que ellos se empecinaban en rellenar de significados varios a fin de buscarle un sentido a la vida, aun a sabiendas que no tiene ninguno.
Obviamente, la humana que tenía delante -o detrás, según se mirase-, no era una excepción a aquella regla... Y es que eran todos tan absurdamente predecibles que casi le hacía gracia. Casi, porque pese a ser menos que hormigas para un ser superior como ella era, no podía negar que sabían perfectamente cómo ser molestos en todo momento. Eran profesionales en molestar a seres que, como ella, se dedicaban a fastidiar a todo aquel que se le cruzase por delante. ¿Cómo se atrevían siquiera a tratar de compararse con ella? No eran iguales en absoluto. Su capacidad para anticipar los movimientos ajenos siempre le concedería una ventaja insalvable. Malditos humanos... Ellos y su hostilidad. ¿No se daban cuenta de que no podían hacer nada contra los seres sobrenaturales? La inquisición y sus patéticos intentos de armar soldados siempre le había resultado de lo más irónico. Como si un simple humano, por muy entrenado que estuviese, pudiera ser capaz de rozarle un simple cabello sin pagar las consecuencias. Evidentemente, la acción llevada a cabo por la joven le dejó bastante claro que, o pertenecía a esa organización de hipócritas armados, o se dedicaba a cazar a los de su especie.
Notó cómo el cuchillo apenas si la rozaba, alzando una ceja por toda respuesta a la agresión. Tras soltar una siniestra carcajada y empujar la pierna de la humana con todas sus fuerzas, propinó una patada al árbol lo suficientemente fuerte para hacerlo crujir. Las ramas cayeron entre ambas de forma desordenada. ¿Qué había creído? ¿Que aquel improvisado intento de golpearla iba a causarle algún daño? El fino corte en su cuello se cerró en apenas unos segundos, y estaba bastante segura de que la "niña" se había hecho más daño que el que pretendía haberle hecho a ella. Finalmente, y aprovechando la renovada distancia entre ambas, salió de detrás del árbol con los brazos sobre las caderas, en jarras, mirándola de forma despectiva, como una maestra a punto de darle la lección de su vida a uno de sus alumnos.
- ¿Eso es lo que os enseñan? ¿A atacar de frente? ¿A un vampiro? Por favor, querida, no me hagáis reír... Como si una... cría de humano pudiera causarme a mi algún daño. Sois patéticos. - Su voz sonó hueca, sin vida ni expresión, aunque su sonrisa burlona y su ceño fruncido le conferían un aspecto sarcástico sumamente molesto. Se crujió el cuello bruscamente, causando un ruido bastante desagradable. La vampiresa se agazapó, mostrando los colmillos en todo su esplendor, y dibujando una sonrisa felina feroz, peligrosa. El juego había empezado. El león estaba a punto de devorar a su presa... Aunque jugaría antes con ella. No le fastidiaría la diversión.
Obviamente, la humana que tenía delante -o detrás, según se mirase-, no era una excepción a aquella regla... Y es que eran todos tan absurdamente predecibles que casi le hacía gracia. Casi, porque pese a ser menos que hormigas para un ser superior como ella era, no podía negar que sabían perfectamente cómo ser molestos en todo momento. Eran profesionales en molestar a seres que, como ella, se dedicaban a fastidiar a todo aquel que se le cruzase por delante. ¿Cómo se atrevían siquiera a tratar de compararse con ella? No eran iguales en absoluto. Su capacidad para anticipar los movimientos ajenos siempre le concedería una ventaja insalvable. Malditos humanos... Ellos y su hostilidad. ¿No se daban cuenta de que no podían hacer nada contra los seres sobrenaturales? La inquisición y sus patéticos intentos de armar soldados siempre le había resultado de lo más irónico. Como si un simple humano, por muy entrenado que estuviese, pudiera ser capaz de rozarle un simple cabello sin pagar las consecuencias. Evidentemente, la acción llevada a cabo por la joven le dejó bastante claro que, o pertenecía a esa organización de hipócritas armados, o se dedicaba a cazar a los de su especie.
Notó cómo el cuchillo apenas si la rozaba, alzando una ceja por toda respuesta a la agresión. Tras soltar una siniestra carcajada y empujar la pierna de la humana con todas sus fuerzas, propinó una patada al árbol lo suficientemente fuerte para hacerlo crujir. Las ramas cayeron entre ambas de forma desordenada. ¿Qué había creído? ¿Que aquel improvisado intento de golpearla iba a causarle algún daño? El fino corte en su cuello se cerró en apenas unos segundos, y estaba bastante segura de que la "niña" se había hecho más daño que el que pretendía haberle hecho a ella. Finalmente, y aprovechando la renovada distancia entre ambas, salió de detrás del árbol con los brazos sobre las caderas, en jarras, mirándola de forma despectiva, como una maestra a punto de darle la lección de su vida a uno de sus alumnos.
- ¿Eso es lo que os enseñan? ¿A atacar de frente? ¿A un vampiro? Por favor, querida, no me hagáis reír... Como si una... cría de humano pudiera causarme a mi algún daño. Sois patéticos. - Su voz sonó hueca, sin vida ni expresión, aunque su sonrisa burlona y su ceño fruncido le conferían un aspecto sarcástico sumamente molesto. Se crujió el cuello bruscamente, causando un ruido bastante desagradable. La vampiresa se agazapó, mostrando los colmillos en todo su esplendor, y dibujando una sonrisa felina feroz, peligrosa. El juego había empezado. El león estaba a punto de devorar a su presa... Aunque jugaría antes con ella. No le fastidiaría la diversión.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Siniestra Caperucita... | Erika Knight
Se alejó rápidamente de la vampiresa y la observó prepararse para atacar. Desde el principio había sabido que sus golpes, a ciegas y desde una posición desaventajada harían poco más que enfadarla pero era la única opción que había tenido y lo sabía.
-No creas, eso solo lo hacemos los más locos. Aunque a mi me gusta pensar que soy más justa si ataco directamente- dijo sin embargo, negandose a admitir ante ella ni ante nadie que era una verdadera estupidez tratar de igualar a un vampiro, por muy preparada que estuviera-Eso de atacar por la espalda es rastrero e indigno. Prefiero que lo último que recuerden mis víctimas sea mi cara antes de morir.
Sus palabras estaban teñidas de altivez y arrogancia, aunque sabía bien que no era eso ni mucho menos lo que la había llevado a actuar. Si no hubiera sido por las circunstancias, si no hubiera cambiado el viento, tal vez se hubiera librado de tener que enfrentarla.
Pero Erika no rehuía la pelea nunca. Había crecido con aquel único objetivo, con la esperanza de vengar algun día la muerte de su padre, y la de miles de padres a lo largo del mundo que habían muerto desangrados por aquellas alimañas con dos patas.
Recordar su odio hacia aquellos seres reavivó la llama en ella que amenazaba con apagarse en las sombras del agotamiento. Sin embargo su misión, que no era impuesta or la iglesia sino por si misma, le recordó para que existía ella. Había sangre en sus manos, más de las que debería haber en manos de nadie, pero mejor celebrar la muerte de aquellos monstruos impíos que la de sus semejantes.
Adoptó una postura de defensa y esperó a recibir el ataque de la mujer. Tal vez no podía igualar su fuerza y velocidad pero no era eso lo único que había aprendido todos aquellos años. Había pasado pruebas que habían destrozados a hombres más grandes, que habían hecho suplicar a adultos como si fueran niños.
Y que la condenaran si pensaba permitir que un vampiro la amedrantara antes de haber hecho nada. Si se llegara el caso ella misma entregaría su puñal al ser que lograra someterla a sus temores y le permitiría que le cortara la cabeza sin luchar. Pues una vida, sin objetivo, no es una vida sino una sombría condena.
-Claro que tampoco todos somos iguales a la hora de pelear. Y si quieres comprobar cómo lo hago yo tendrás que venir aquí a descubrirlo- la incitó.
"Venga guapa" pensó "muéstrame que el lo que tienes". Y al contrario de lo que le indicaban todos sus instintos, plantó los pies en el suelo y se negó a huir con el rabo entre las piernas. Comenzaba la partida y, en ese juego particular, la apuesta era la vida.
-No creas, eso solo lo hacemos los más locos. Aunque a mi me gusta pensar que soy más justa si ataco directamente- dijo sin embargo, negandose a admitir ante ella ni ante nadie que era una verdadera estupidez tratar de igualar a un vampiro, por muy preparada que estuviera-Eso de atacar por la espalda es rastrero e indigno. Prefiero que lo último que recuerden mis víctimas sea mi cara antes de morir.
Sus palabras estaban teñidas de altivez y arrogancia, aunque sabía bien que no era eso ni mucho menos lo que la había llevado a actuar. Si no hubiera sido por las circunstancias, si no hubiera cambiado el viento, tal vez se hubiera librado de tener que enfrentarla.
Pero Erika no rehuía la pelea nunca. Había crecido con aquel único objetivo, con la esperanza de vengar algun día la muerte de su padre, y la de miles de padres a lo largo del mundo que habían muerto desangrados por aquellas alimañas con dos patas.
Recordar su odio hacia aquellos seres reavivó la llama en ella que amenazaba con apagarse en las sombras del agotamiento. Sin embargo su misión, que no era impuesta or la iglesia sino por si misma, le recordó para que existía ella. Había sangre en sus manos, más de las que debería haber en manos de nadie, pero mejor celebrar la muerte de aquellos monstruos impíos que la de sus semejantes.
Adoptó una postura de defensa y esperó a recibir el ataque de la mujer. Tal vez no podía igualar su fuerza y velocidad pero no era eso lo único que había aprendido todos aquellos años. Había pasado pruebas que habían destrozados a hombres más grandes, que habían hecho suplicar a adultos como si fueran niños.
Y que la condenaran si pensaba permitir que un vampiro la amedrantara antes de haber hecho nada. Si se llegara el caso ella misma entregaría su puñal al ser que lograra someterla a sus temores y le permitiría que le cortara la cabeza sin luchar. Pues una vida, sin objetivo, no es una vida sino una sombría condena.
-Claro que tampoco todos somos iguales a la hora de pelear. Y si quieres comprobar cómo lo hago yo tendrás que venir aquí a descubrirlo- la incitó.
"Venga guapa" pensó "muéstrame que el lo que tienes". Y al contrario de lo que le indicaban todos sus instintos, plantó los pies en el suelo y se negó a huir con el rabo entre las piernas. Comenzaba la partida y, en ese juego particular, la apuesta era la vida.
Erika Knight- Inquisidor/Realeza
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Re: Siniestra Caperucita... | Erika Knight
Patética. La primera palabra que cruzó su mente en cuanto la distancia entre su "agresora" y ella fue lo bastante corta para percibir sus facciones con todo lujo de detalles. Y esa característica, precisamente, también ayudó a conformar la que sería su primera impresión acerca de ella. Patética, como aquellas otras criaturas semejantes a ella que se dedicaban a jugar con fuego, sin temor a quemarse. Que la inquisición mandara a sus sabuesos tras los de su especie era algo a lo que estaba acostumbrada, pero que también engañaran a chicas bonitas como aquella era algo que nunca entendería. Siempre pensó, tonta de ella, que las mujeres solían ser más inteligentes y analíticas, gracias a que en una sociedad tan machista como aquella, tenían tiempo suficiente para medir sus pasos antes de avanzar. Se equivocaba, obviamente, y aquella muchacha que había intentado golpearla tan torpemente no hacía más que dejárselo claro. Que decepción. Se sacudió unas cuantas hojas que se quedaron incrustadas en sus cabellos, suaves y sedosos, tras haberle dado el golpe al árbol que ahora quedaba a su espalda, una vez hubo avanzado varios pasos en dirección a la humana. La escrutó con una mezcla de curiosidad y escepticismo, midiendo las facultades de las que quizá pensara que hacía gala con su absurda muestra de orgullo, con una media sonrisa de suficiencia.
¿Qué pensaba conseguir con aquellas palabras? ¿Enfadarla? Una ronca carcajada salió de su garganta de forma abrupta, interrumpiendo su discurso. ¿Le estaba intentando dar lecciones de justicia precisamente uno de los sicarios de una organización que dejó hacía mucho tiempo de serlo? Fascinante. Para ella, tirar a matar nunca había sido precisamente justo. Se limitaba a jugar con sus víctimas, a ganarles territorio poco a poco, de frente o a su espalda era indiferente. El arte de la caza era así. No era tan buena cazadora, después de todo. ¿Qué se podía esperar de una humana, simple, aburrida, y arrogante sin tener motivos? Desde luego, nada demasiado inteligente. Se recostó sobre el árbol, notando cómo la corteza seca se clavaba en su piel pétrea, sin dejar de mirarla. ¿Qué debía hacer con ella? ¿Jugar o tomarla como alimento? Sin duda su actitud guerrera podría resultarle sumamente divertida. Aunque un tanto problemático si se propusiera, por ejemplo, llevársela a aquel acogedor sótano que le servía como "habitación del dolor". Los gritos siempre llamaban demasiado la atención.
- Bueno, eso no contradice mis palabras, señorita yo-soy-más-justa-que-nadie. Sólo me convence aún más de lo estúpidos que son los de vuestra especie. Sí, estáis loca. Y no, no tiene nada de indigno atacar por la espalda, si tu intención no es matar. Yo lo llamaría... táctica distractoria, y evidencia mi superior inteligencia, por supuesto. Ya que, a diferencia de vos, yo me limito a provocar el menor daño a mis víctimas. Al menos, al principio. Pero claro. A los perros de la Iglesia eso no les va. ¿No? Ellos prefieren maquillar de "justo" aberraciones, como si por cambiarles el nombre dejaran de ser tan terribles como realmente son. Es terrible lo mal que os entrenan. Atacar de frente... por favor. Ni justicia ni nada, es simplemente una estupidez. La próxima vez, clavad el puñal en otra zona más visible, como un brazo, o una pierna. Si pretendéis cortar el cuello a un inmortal... Sólo podéis convertiros en uno para conseguirlo. Seríais una buena muerta. ¿Os apuntáis? -Ignoró deliberadamente su tono arrogante, llevándolo a un nuevo nivel. Simplemente, intentaba medir el convencimiento que poseía por la causa que su "organización" defendía. Si fuera excesivo, la mataría como a un perro. Si no... podría ser el inicio de una noche divertida.
A diferencia de lo que era evidente que la otra esperaba, Ophelia no atacó, limitándose a mirarla con aires de superioridad. ¿No era tan defensora de la justicia? Debía entender que lo justo en esa contienda era dejar atacar primero al más débil. Y estaba bastante claro quién era en aquel baile. - Vamos, reina, dejad de rezar y comencemos con vuestras lecciones. Si sois buena os dejaré vivir un día más en vuestra patética vida... Y aprenderéis algo nuevo acerca de lo que fardar ante otros. ¿U os limitáis a acatar órdenes? Si fuera el caso, no me molesto, por eso pregunto... No me gusta perder mi tiempo, porque pese a ser ilimitado, tengo mejores cosas con las que ocuparlo. Y entre las cosas que no tolero, el aburrimiento es la que menos... -Quería enfadarla, quería sacarla de sus casillas, de su ensimismamiento. Quería que diera todo de sí. Porque la ira era lo único que sacaba lo que verdaderamente tenían dentro las personas: lo más primitivo, lo más característico. Lo menos contaminados por las reglas. La noche... La noche no tenía reglas. Y con ella, todo era noche.
¿Qué pensaba conseguir con aquellas palabras? ¿Enfadarla? Una ronca carcajada salió de su garganta de forma abrupta, interrumpiendo su discurso. ¿Le estaba intentando dar lecciones de justicia precisamente uno de los sicarios de una organización que dejó hacía mucho tiempo de serlo? Fascinante. Para ella, tirar a matar nunca había sido precisamente justo. Se limitaba a jugar con sus víctimas, a ganarles territorio poco a poco, de frente o a su espalda era indiferente. El arte de la caza era así. No era tan buena cazadora, después de todo. ¿Qué se podía esperar de una humana, simple, aburrida, y arrogante sin tener motivos? Desde luego, nada demasiado inteligente. Se recostó sobre el árbol, notando cómo la corteza seca se clavaba en su piel pétrea, sin dejar de mirarla. ¿Qué debía hacer con ella? ¿Jugar o tomarla como alimento? Sin duda su actitud guerrera podría resultarle sumamente divertida. Aunque un tanto problemático si se propusiera, por ejemplo, llevársela a aquel acogedor sótano que le servía como "habitación del dolor". Los gritos siempre llamaban demasiado la atención.
- Bueno, eso no contradice mis palabras, señorita yo-soy-más-justa-que-nadie. Sólo me convence aún más de lo estúpidos que son los de vuestra especie. Sí, estáis loca. Y no, no tiene nada de indigno atacar por la espalda, si tu intención no es matar. Yo lo llamaría... táctica distractoria, y evidencia mi superior inteligencia, por supuesto. Ya que, a diferencia de vos, yo me limito a provocar el menor daño a mis víctimas. Al menos, al principio. Pero claro. A los perros de la Iglesia eso no les va. ¿No? Ellos prefieren maquillar de "justo" aberraciones, como si por cambiarles el nombre dejaran de ser tan terribles como realmente son. Es terrible lo mal que os entrenan. Atacar de frente... por favor. Ni justicia ni nada, es simplemente una estupidez. La próxima vez, clavad el puñal en otra zona más visible, como un brazo, o una pierna. Si pretendéis cortar el cuello a un inmortal... Sólo podéis convertiros en uno para conseguirlo. Seríais una buena muerta. ¿Os apuntáis? -Ignoró deliberadamente su tono arrogante, llevándolo a un nuevo nivel. Simplemente, intentaba medir el convencimiento que poseía por la causa que su "organización" defendía. Si fuera excesivo, la mataría como a un perro. Si no... podría ser el inicio de una noche divertida.
A diferencia de lo que era evidente que la otra esperaba, Ophelia no atacó, limitándose a mirarla con aires de superioridad. ¿No era tan defensora de la justicia? Debía entender que lo justo en esa contienda era dejar atacar primero al más débil. Y estaba bastante claro quién era en aquel baile. - Vamos, reina, dejad de rezar y comencemos con vuestras lecciones. Si sois buena os dejaré vivir un día más en vuestra patética vida... Y aprenderéis algo nuevo acerca de lo que fardar ante otros. ¿U os limitáis a acatar órdenes? Si fuera el caso, no me molesto, por eso pregunto... No me gusta perder mi tiempo, porque pese a ser ilimitado, tengo mejores cosas con las que ocuparlo. Y entre las cosas que no tolero, el aburrimiento es la que menos... -Quería enfadarla, quería sacarla de sus casillas, de su ensimismamiento. Quería que diera todo de sí. Porque la ira era lo único que sacaba lo que verdaderamente tenían dentro las personas: lo más primitivo, lo más característico. Lo menos contaminados por las reglas. La noche... La noche no tenía reglas. Y con ella, todo era noche.
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