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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yuna Rutledge* Miér Nov 13, 2013 1:16 am

10 de Diciembre. 9:00 pm.
París, Francia.


La presentación al inicio de la noche, un par de horas atrás, figuró entre uno de los momentos más exquisitos de mi vida. Las caras artificialmente pálidas de los invitados cercanos a la entrada principal eran de completo asombro por mi presencia. No en todas las fiestas de caridad se veía a la joven que protagonizaba diversos rumores en la sociedad parisina. El hombrecilló que recibió su invitación tuvo que aclararse la garganta para poder presentarme como era debido. "Yuna Chassier". No sonaba nada mal. Mi sangre y apellido delataba mi nacionalidad inglesa, y aunque podía ocultar esos dos detalles ante el mundo, el acento era algo mucho más difícil. Al hablar en francés, carecía por completo de la gracia y sensualidad que predominaba en dicho idioma; me era imposible desligarme del frío y cortés acento británico. Pero, como no podemos empezar este relato con qué tanta importancia tiene mi país de origen, tendremos que proseguir con los rumores.

No era de extrañar que un hombre de clase, atractivo y adinerado, tuviese una amante. Parecía una competición entre los aristócratas el número de amantes que poseyeran; incluso, ya que en Francia eran mucho más liberales, presumían las bellezas exclusivas que los esperaban pacientes en el burdel. Sin embargo, incluso si bajo la mesa todo eso fuese pan de todos los días, en eventos como esos estaba absolutamente prohibida cualquier cosa que manchara la buena moral. Yo era una de ellas, o al menos, desde su punto de vista. Es claro que no era la amante de Deiran, el hombre que me rescató de las calles y de la fría y solitaria eternidad. A mis ojos, aunque a veces perdía noción de ello, era como un hermano mayor. Un maestro.

Si de mi dependiera, ese hombre de ojos azules y rostro serio sería mi creador; aquel que hubiese bebido de mi hasta dejarme seca y, en el último momento, me hubiese obsequiado de su sangre y con ella la inmortalidad. Pero debía caer a la realidad por millonésima vez. Las cosas eran como eran. Y es que mi verdadero creador paseaba en alguna parte del mundo sin un atisbo de culpa por lo que me había hecho. Recordar esto enfrió todavía más mi expresión. "No hay perdón para él... y no hay piedad para los humanos. La simplicidad de sus vidas es solo una diversión para nosotros. ¿Qué más da como vivan? Lo único que me importa es su muerte". Y entré al salón con esa sonrisa inocente y un tanto ingenua que parecía apaciguar la hostilidad de la mayoría de las personas. ¿A quién no le simpatizaba una niña con ojos inocentes y una dulce sonrisa? Y ellos nunca sabrían de mis perversos pensamientos.



-Momentos más tarde-

Al menos una hora había transcurrido desde mi llegada al Palacio Royal. No dejaba de sorprenderme la belleza de ese lugar. Arañas gigantes y luminosas que colgaban del techo como un sol de oro. Tapices elegantes y finos que, debido a los colores claros, no rayaban en lo vulgar. Las mujeres más pomposas disfrutaban charlando sobre los últimos acontecimientos de la temporada; al parecer, habían estado aburriendose ya que ningún escándalo era de gran impacto. Por el momento. Reían y cuchicheaban sobre alguna posible embarazada. Me deslicé en torno a ellas para alcanzar un canapé que tenía buena pinta. No tenía sabor alguno para mi, pero disimular y jugar a la dama refinada, resultaba entretenido. A veces el confinamiento en la mansión de Deiran se volvía insoportable, especialmente cuando a éste se le ocurría una nueva estrategia de enseñanza.

Cuando estuve cerca del grupo femenino (no lo suficiente para que lo sospecharan), pude escuchar parte de su conversación. Les sorprendía mi presencia en la fiesta sin la compañía del apuesto joven Chassier, a quien todos alagaban por sus exquisitos vinos, pues suponían que si había una ventaja de tener una amante tan joven y bonita, era la de poder presumirla a su lado. La idea me hizo sonreír sin querer y me pregunté cómo reaccionaría mi "hermano" ante tales delirios. Tomé la primera oportunidad para alejarme de ellas y buscar algún otro entretenimiento, cuando unas lindas y jovenes gemelas me abordaron por ambos lados. Parecían tan excitadas por su primera fiesta de sociedad que no podían contener los deseos de hablar sobre algo que les había llamado la atención; soltaron todo sin que yo pudiese decir "Hola".

¿Ya la has visto? —preguntó una de ellas, haciendo saltar sus tirabuzones pelirrojos de arriba a abajo. "Primer error", suspiré mentalmente. No se podía ir por ahí tan facilmente hablando de "tú" a la gente y sin una caravina al lado. Le sonreí y ladee la cabeza, con ese gesto de las jovenes curiosas de todo aquello que ignoraban. Eso la animó a continuar.— Mademoiselle Montblanc ha asistio a la velada. ¡Y en nuestra...

...presentación a la sociedad! —concluyó la otra de pronto. Su sintonía y su belleza me convencieron de inmediato de mantenerlas en mi campo visual. Deseaba un momento a solas con ambas al finalizar la fiesta. "Estarás muy orgulloso de mi, hermanito". A pesar de los exquisitos y tentadores pensamientos que se agalopaban en mi cabeza, me recordé que debía prestar atención a su conversación o entonces las perdería.

Estaban hablando de una familia importante del mercado de "no sé qué" y de la hija de quienes ahora figuraban entre los más altos rangos de la sociedad y sus excentricidades. La importancia que le daban a esa muchacha, quien al parecer rondaba en mi edad, me hizo rodar los ojos. ¿Por qué divinizaban tanto a una chica ordinaria cuando ellas por si mismas eran una ricura de niñas? Bueno... tenía que aceptar que ni ellas ni los humanos ahí presentes podían verlo desde mi punto de vista. Un par de gemelas pelirrojas que no podían tener más de quince años... Sí, eran mi postre favorito.
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Mensaje por Lucielle Montblanc Jue Nov 14, 2013 10:07 pm

Residencia Montblanc
8:00 pm


Cualquiera quedaría embelesado con la elegante y abrumadora apariencia de aquella lujosa mansión, ubicada a las afueras de la ciudad y apartada de los ojos un tanto curiosos de la sociedad, con tan solo ver su espacioso jardín y echar un vistazo a la parte exterior de la misma. Sin embargo, esa noche como tal, nada de todo el glamur, clase, o belleza que poseía tal vivienda, parecía estar presente dentro de lo que ahora solo podía compararse al escándalo de un burdel o peor aún, de una de las excéntricas fiestas de la difunta delfina María Antonieta de Austria . Faldones se enredaban en aquella danza sin igual que ofrecían las criadas y servidumbre, corriendo sin descanso alguno, zapateando sin cesar de arriba abajo, por los largos y espaciosos corredores y a través de cada cuarto, vestíbulo u habitación. Alrededor de treinta mujeres vestidas de colores champanes con toques de blanco y encaje, circulaban apresuradas como si esa misma velada la muerte se ubicara tras ellas, asechando por sus almas para luego torturarlas hasta el fin de sus días, siendo la verdadera causa de sus preocupaciones, una criatura igual de siniestra pero menos irreal. La desesperación y agonía de cada una de ellas se encontraba perfectamente camuflada con aquellas sonrisas que debían deslumbrar a cada momento  a no ser que buscaran ser despedidas por su falta de educación y respeto, hacia su estimada y amada señora, la cual observaba con diversión la escena que le ofrecían sus lindos y tiernos corderos. En sus manos, todas llevaban objetos de valor de cantidades inimaginables para aquellas mujeres las cuales siquiera conocían el valor de un franco. Vestidos, collares, tiaras, armadores, cintas, zapatos, pendientes, anillos y demás artículos de vestir, pasaban de un lado a otro, una habitación tras otra, tratando de encontrar a su modelo, modelo que se encargaría de  portarlos de tal manera que estos cobrarían resplandor propio por solo complementar su belleza. Una de las sirvientas, la más anciana entre todas y la primera al mando del servicio, se acercó hasta el sofá donde su señora se encontraba recostada girando divertida el liquido rojizo dentro de su copa de vino, —  Mis disculpas Madame. Me han anunciado que el carruaje está listo. También, las criadas han terminado de arreglar y maquillar a la joven señorita. Sin embargo… —, bajó la mirada hacia la alfombra de color carmín y luego tragó un poco de saliva, —  ¿Sin embargo? —, preguntó con un toque de exasperación su señora, —  Sin embargo, la señorita aun se reúsa a salir de su habitación e insiste en que no asistirá al evento de esta noche, mi señora  —, escupió finalmente la anciana. Tomando de un solo trago el resto de su bebida, Claudia Montblanc se levantó en dirección al vestíbulo mientras se detenia bajo el umbral de la habitación, —  Yo me encargare del resto. Puedes retirarte  —, comentó sin mirarle a los ojos al tiempo en que le hacia un gesto con la mano para que abandonara la habitación.
 

~~~~~~
Royal Palace
9:30 pm



Su mirada solo reflejaba aburrimiento y desgano. Las luces ante sus ojos pasaban rápidamente al tiempo en que estas se volvían cada vez más intensas conforme a que se iban acercando al Royal Palace. Un sonoro suspiro y una terrible cara de irritación fueron su reacción inmediata al percatarse de que el carruaje finalmente se había detenido. Tomando un poco de aire, llenando sus pulmones antes de salir para ahogarse entre el mar de perfumes y risas actuadas, se quedó unos minutos pensando en si debía bajar de una buena vez o simplemente dejar inconsciente a su chofer para luego darse a la fuga, — No, aun no Lucielle. Estas a pie de tu juventud como para permitir que tu madre acabe contigo de la manera más cruel que su mente macabra pueda cosechar —, murmuró por lo bajo mientras le hacia una señal al sirviente para que esperase un poco más, y le permitiese hundirse en sus memorias. Una hora antes, había sido una magnifica idea saltar desde el balcón de su cuarto, para esconderse en el establo hasta que su progenitora se olvidara de ella, pero… Para su mala suerte, aquel azote a su puerta llego tan inesperadamente que siquiera le dio tiempo para reaccionar, “Debes agradecer el magnífico gusto que tiene tu madre. Te ves preciosa. —  comentó al tiempo en que se acercaba hacia ella, con aquel porte tan elegante que la caracterizaba  —  En definitiva, ese vestido te queda como anillo al dedo, por lo que sería una lástima el no lucirlo esta noche. Lucielle  —, dijo en un tono áspero con una voz cada vez más grave – Si tienes tiempo para hacer berrinches, entonces utiliza el mismo para hacerte notar entre la aristocracia  —  agregó  — No tienes alternativa más que asistir  —  sentenció finalmente antes de desaparecer en el corredor  —.  Vampiros, hombres lobo, criaturas metamórficas, a veces pensaba que su madre podría bien ser una de aquellas temibles criaturas y que durante todo ese tiempo simplemente lo había estado ocultando.




Bajaba de la carrosa mientras trataba de no tropezar con sus propios pies y aquel pomposo vestido. Sus tonalidades entre verde esmeralda y beige hacia resaltar sus bucles castaños, dándole un contraste bastante simple pero armonioso. Poco maquillaje era el que podía tolerar, asi que, opto por simplemente usar una capa transparente de polvo y algo de pintura roja en sus labios, no lo bastante fuerte como para atraer miradas indeseadas, pero si lo necesario para hacerla lucir. Finalmente, fue guiada por su estimado chofer hasta la puerta del palacio.  Haciendo una entrada grácil, y dando las respectivas reverencias a los ahí presentes, Lucielle se hizo notar entre la multitud. Observar tantos colores vivaces y resplandecientes de aquellos vestidos de gala, trajes a medida y vestuarios con un toque de excentricismo, le hacía pensar el que quizás nunca se acostumbraría a ese mundo de criaturas tan extrañas como lo eran los aristócratas. Desde su llegada, muchos no tardaron en comenzar a especular y parlotear a sus espaldas. La rica y codiciada heredera de una de las compañías más grandes del país, con más de 50 sucursales en toda Europa, hacía su aparición en tal gala. Pero sin prestar mucha atención de lo que pudieran o no decir de ella, con su sonrisa actuada y un paso apresurado, logró evitar a unos cuantos cuervos dispuestos a sacarle los ojos al solo voltearse. “ Deberas tener cuidado querida. Muchas de esas personas tienen igual o mayor poder que el nuestro, asi que te pido… Te suplico, que por favor te comportes. Una sonrisa inocente, unos cuantos comentarios halagadores y sobre todo, mantener la frente en alto es todo lo que necesitas para ganar el respeto de todos y hacer que el apellido corra por boca de cada uno de esos carroñeros” .


Alejándose a un lugar un tanto apartado de aquellos quienes su madre le sugirió evitar a toda costa, decidió caminar entre lo que parecían ser las “debutantes” de esa temporada, y refugiarse entre cuchicheos, chismes, risas de histeria y perfumes florales. La mayoría de las jóvenes debían comprender entre las edades de 14 y 18, justamente como ella unos meses antes. Durante la primavera, su progenitora decidió llevarla al baile real que se había propiciado en ese mismo palacio, obligándola a pasar la noche entera charlando con todo los comerciantes, empresarios, duques, condes, concubinas y demás, para solo dejar en claro el que pronto se volvería la cabeza de aquella familia… Y que nunca debían olvidar lo imponente que era el apellido Montblanc.  Volteando a mirar hacia todos lados, la castaña se encontraba tan concentrada en encontrar la mejor de escapar que no se percato de las infantiles risas y comentarios que soltaban dirigidos hacia ella, un par de canarios pelirrojos los cuales estaban más que extasiados de solo verla dirigirse hacia sí. Caminando sin prestar atención a lo que estaba en frente, terminó por chocar contra alguien. Unos cuantos bucles oscuros se esparcieron por el aire a causa del empujón, los cuales enmarcaban  a su vez un rostro pálido y no tan parisense, el cual le correspondía a una joven chica, — Pardón. Je suis desolé   —, respondió automáticamente mientras observaba con cuidado a la contraria. Aquel impacto no fue lo suficientemente fuerte como para que esta cayera al suelo, sin embargo y por órdenes de su santa madre, debía ser ella quien pidiera perdón antes que nadie. Una descarga eléctrica y una sensación de opresión en su pecho, la hizo sobresaltarse un poco, pero no lo suficiente como para demostrarlo o como tomarle la suficiente importancia a aquella sensación, —  Realmente me disculpo por mi atrevimiento… —, comentó al tiempo en que le otorgaba una reverencia y subía la mirada hacia esta y esperando que no se encontrara enojada con ella.


Última edición por Lucielle Montblanc el Miér Nov 27, 2013 9:47 am, editado 3 veces
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Mensaje por Yuna Rutledge* Vie Nov 15, 2013 10:31 am

Si volvía a escuchar algo más sobre la delicada belleza de la hija de los Montblanc, arrancaría la cabeza de esos dos bellos petirrojos a la primera oportunidad. No bromeaba. Por lo general me tomaba mi tiempo para tomar cada gramo de sangre dulce y joven, encandilando y lastimando de manera casi amable. Me gustaba infundir miedo y que ninguna gota derramara donde no debía. Sin embargo, y por mi humor actual, necesitaba sentir la carne desgarrandose y los huesos resquebrajandose. Estaba demasiado molesta con esas joyitas gemelas que la garganta me palpitaba con violencia y severidad. Pero claro, eso ellas no lo notarían, ni tampoco nadie de aquella fiesta. Mi rostro permanecía impasible y curioso, como cualquier chica de mi edad que fuera virgen e ingenua. ¿Quién tendría tan buenos sentidos para descubrir la ira volcánica dentro de la frágil cajita musical?

Demasiado aturdida para seguir fingiendo, me separé temporalmente de ellas con la excusa de buscar aire fresco. Con algunas miradas compasivas me dejaron marchar. Tenía el cuerpo rígido a causa de la sed y el enfado. Mi paso era velóz e incierto. De un momento a otro una persona a quien no había previsto antes se atravesó en mi caminó y choqué de lleno contra ella. "Ella". Era una mujer, y más acertadamente una joven. Sentí que el peinado se me iba un poco pero lo ignoré por completo.

Sorprendida por la fuerza de aquella señorita, la observé con atención. Tenía la más pura belleza parisina; nadie podía negar sus raíces y quizás algunos querrían resaltarla. Su disculpa estaba teñida de un ácento tan finamente marcado que bien podía pertenecer a la nobleza francesa. ¿Pero por qué se disculpaba? ¡Ah, cierto! Costumbres y modales. Años antes, cuando la inmortalidad no había llegado a mi, los detestaba con toda mi alma. Eran agotadores para la mente. Fingir que no tienes cerebro puede llevar a la locura. No me hubiese sorprendido cometer mi primer asesinato antes de convertirme en lo que era ahora. Ese pensamiento me hizo sonreír de forma ácida. ¿Y quién era esa francesita que insistía en disculparse? Lucía de mi edad y parecía ocultar algo.

Don't worry. — respondí casi de inmediato con una sonrisa encantadora en los labios. Bien podía estar haciendo gestos grotéscos y mi rostro seguiría pareciendo bello. Hice un ligero mohín al darme cuenta que hablé en inglés. Una mala costumbre que aun ahora me perseguía.— No se preocupe. Ha sido culpa mía. —añadí en francés. No me pasó por alto la pequeña vacilación de la castañita, aunque era tan insignificante que, sin poder leerle la mente, me veía tan ignorante como todos los demás. La curiosidad y la sospecha me hicieron seguir hablando.— Pero es una suerte que ninguna de las dos haya caído al suelo. Hay tanta gente que es casi imposible caminar.

Miré a los alrededores y, en efecto, esa era una zona muy transcitada. Tomé sin más reparos el brazo de la muchacha y la saqué de ahí, con un porte tan relajado que parecíamos un par de amigas de toda la vida. Cuando estuvimos más cerca de uno de los balcones, allá donde poca gente quería someterse al frío nocturno e invernal, la solté. El movimiento simuló ser amable y considerado, pero fue hecho con tanta frialdad que para un alma sensible debía causar desolación. No sabía por qué, pero esa joven no me causaba buen presentimiento. Aunque no les llevaba muchos años, no conservaba la ingenuidad y la inocencia de las gemelas pelirrojas. Percibí la dureza casi tan rápido como percibí que tenía ojos azules. Los míos, verdes y gélidos como el jade, se clavaron en ella con intriga.

Disculpe por mi franqueza, ¿señorita...? Oh, soy una maleducada. —hice una breve y ligera reverencia que rayaba en la perfección. Por algún motivo, la acción solo pudo ser sarcástica.— Mi nombre es Yuna Rutledge. —dije suavemente, y, recordando la forma en cómo fui presentada, fruncí ligeramente el ceño.— Oh, aunque... resulte más apropiado para algunos seguir llamándome Yuna Chassier.
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Mensaje por Lucielle Montblanc Jue Nov 21, 2013 12:43 am

Risas ensayadas, cotilleos incomprensibles, música engorrosa que solo daba placer y emoción a quienes poseyeran una falta evidente del sentido del gusto, y por supuesto, como no podía faltar ninguna de esas absurdas fiestas de hipocresía barata, se encontraban totalmente expuestas aquellas criaturas que tenían el infortunio de ser los beneficiarios en el glorioso evento de caridad, auspiciado por nada más y nada menos que por los políticos de mayor relevancia en el país y los empresarios más destacados de esos días. El único fin de mantenerlos a la vista de todos y cada uno de los ojos que se encontraran dentro del palacio, era para simplemente regocijarse dentro de su grandeza, menospreciando a aquellos que no poseían siquiera techo alguno en donde resguardarse de las noches frías de invierno y de quienes vivian mendigando y vendiendo algo más que sus cansados cuerpos para sobrevivir un día más. Tras las mascaras de sonrisas enmarcadas y comentarios amables, se ocultaban bestias aun más temibles que las que ella alguna vez hubiera tenido que enfrentar. Odiaba ese mundo. Finalmente, las donaciones y colaboraciones dadas para fines de acescencia social, terminarían siendo aportadas en su mayoría por aquellos que tenían intenciones más alarmantes que solo la búsqueda de prestigio y renombre. Dentro de esa ceremonia, no solo habían asistido quienes llevaban consigo un latido que aclamaba por riquezas y poder, sino también, quienes no poseían un latido como tal pero deseaban apoderarse de unos. Tendría que mentirse a sí misma si no supiera que, en aquella fiesta se encontraban por lo menos diez o veinte sanguijuelas, las cuales ocultaban perfectamente su naturaleza con un disfraz que los mostraba ante la sociedad como destacados aristócratas. Posiblemente la mayoría de ellos buscaba adentrarse en ese evento con el único fin de acabar con las miserables vidas de los niños y niñas que carecían de apellido alguno. Un banquete oculto tras dinero e hipocresía.
 
Al denotar que, la joven chica no parecía estar del todo exaltada por su repentina irrupción a su espacio personal, Lucielle relajó sus facciones y se irguió frente a ella con una sonrisa apacible en su rostro. Era una chica bastante hermosa con quien se había tropezado, la cual, denotaba facciones más parecidas a los nativos hacia el norte de Europa, posiblemente de aquella isla en donde había nacido su padre. Su mirada curiosa y sus gestos un tanto infantiles, lograron deslumbrar a la castaña, obligándola a permanecer observándola con total fascinación. La anatomía tan delicada y refinada de la pequeña chica le recordaba a las preciosas muñecas de porcelana las cuales, su madre, le había prohibido totalmente tocar, resguardando a estas en su recamara y manteniéndolas en un pedestal de cristal el cual hasta ese mismo día permanecían ahí. Sin embargo, para ser prácticamente transparente por el hecho de que su sonrisa y sus gestos lucían bastante inocentes, algo en ella le resultaba totalmente extraño y perturbador. Por un minuto le pareció percibir una energía que solo podían irradiar las bestias sedientas de sangre, pero por otro lado, esa impresión suya no parecía concordar del todo con aquella imagen que trasmitía la joven morena, — Por lo visto ninguna de las dos permitirá dejar que la otra se disculpe. ¿Verdad? Así que… Solo acordemos que ambas fuimos un tanto distraídas por tanta multitud a nuestro alrededor —, respondió gentilmente mientras le sonreía. Efectivamente como lo había sospechado, la joven demostró poseer aquella nacionalidad inglesa tan difícil de ocultar al momento de la plática, — Es un acento bastante fuerte el que posee, pero… Usted parece saber controlarlo perfectamente —, hizo referencia mientras llevaba a practica las clases de adulación y halagos que tanto su madre se esforzó en enseñarle antes de enviarle ahí. No tenía intenciones de continuar charlando aunque ganas le sobrase por conocer un poco más a la curiosa damita, pero, sus ganas de alejarse de ahí en ese instante por el hecho de sentirse acorralada eran lo suficientemente fuertes como para evitar cualquier interacción. Para su sorpresa, la chica de bucles oscuros pareció tener otra idea en mente pues, la había tomado del brazo para posteriormente arrastrarla hasta las afueras del lugar, llevándola a un espacioso y menos transitado balcón a los costados del palacio.
 
Respirar algo de aire fresco le sentía bien para calmar un poco su humor, — En definitiva logró ganar mi total aprecio, Mademoiselle —, comentó con honestidad para luego reclinarse solo un poco sobre el borde de mármol. Entre preguntas curiosas y bastante directas, la chica terminó por soltar información sobre ella misma que quizás no era del todo conveniente que la joven castaña debiera saber, pero debido a la gratitud que sentía por haberle salvado del cansancio mental que le ocasionaría estar a los adentros del lugar, decidió pasar aquel detalle por alto, — Es un placer conocerle señorita Chassier —, respondió mientras le otorgaba una reverencia, — Me presento como Lucielle Montblanc —, agregó para luego mirar sus orbes jades. Por supuesto que no podría omitir aquel detalle tan importante como lo era su apellido, sabiendo que este mismo solo ocasionaba que las personas a su alrededor la comenzaran a adularla y aclamarla, esperando recibir un beneficio a cambio por ello, — Puede que no esté muy consciente de ello pero, esos aretes que ahora mismo usted carga fueron fabricados en nuestra compañía —, mencionó al tiempo en que pasaba sutilmente su mano sobre el cuello de la contraria y luego palpaba con sus dedos aquellas joyas, — De seguro le fueron otorgadas a usted por parte de alguien muy especial —, sonrió. Tomando completa confianza y olvidándose de su posición, había cometido el error fatal de invadir el espacio personal de esa chica otra vez, y dándose cuenta de ello alejo rápidamente su mano de ella, rozando momentáneamente su piel. Una descarga aun mayor que la que había sentido minutos antes al tropezar con ella la hizo sentirse desconcertada nuevamente. Era un sentimiento que solo durante sus ratos de cacería lograba percibir, y por ello, no debía tratarse de nada bueno. Tomando una distancia prudente y sin demostrar algún signo de sorpresa, volvió a recostarse sobre el muro blanquecino, — Disculpe mi intromisión pero… ¿Qué motivos la traen esta noche aquí? —, preguntó sin apartar la mirada de aquella criatura la cual minutos antes había considerado inofensiva, dándose cuenta de que quizás aquello no fuera del todo cierto.


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The little English and French huntress [Priv. Lucielle] Empty Re: The little English and French huntress [Priv. Lucielle]

Mensaje por Yuna Rutledge* Jue Nov 21, 2013 9:43 pm

Amable, educada y con un gran sentido de la adulación. Era la perspectiva más evidente que la joven y encantadora francesita poseía. Su sonrisa era preciosa y sus razgos casi perfectos, pero eran sus ojos los que más llamaban mi atención y los que me revelaban que esa fachada de niña buena era solo una máscara para cubrir algo de mayor importancia. Me intrigaba lo suficiente para retrasar mi inevitable reencuentro con las gemelas. Esas pequeñas y dulces petirrojo comenzaban a parecerme menos y menos apetitosas en cuanto más estudiaba y evaluaba a la castaña que tenía frente a mi. Ya más cómodas en el balcón, y con la frescura de la noche, era imposible no resaltar su belleza. Humana por todos lados. La nariz se le enrojecía muy levemente por el frío y esas pequeñas acumulaciones de sangre me tentaban más y más. ¿Quién pensaría que una muchacha de su edad podría encandilar a mi exigente y selectivo apetito?

No puedo negar que me sorprendía el contraste entre su aspecto exterior y el brillo enigmático de sus ojos. Era como resguardar una barra de ácero al rojo vivo dentro de una muñeca fina de porcelana. Sentía curiosidad sobre el por qué los otros aristócratas ignoraban tal joya o, mejor dicho, la admiraban por motivos equivocados. Reí sin darme cuenta, con un sonido musical que se deslizaba hacia el suelo.

Tengo un don natural para ganar el aprecio de las personas, mi lady... —expliqué con sobriedad y uno de tantos mechones castaños rozando el dobladillo de mi escote. Ignoré las cosquillas que producía y en cambio me acerqué al borde del balcón.— Me temo que usted no podía ser la excepción. Y pues... —el intento de conversación con que pretendía engancharla se desvaneció suavemente en cuanto ella mencionó su nombre. Acabó con mi sonrisa pero no con mi interés. La observé unos segundos con los ojos entrecerrados y analicé a toda prisa que tipo de estrategia debía llevar a cabo con ese giro en los acontecimientos.— El placer es mío, señorita Montblanc. No creía que me toparía con alguien tan importante esta noche. Aunque claro, el apellido no puede sino decorar la importancia de una persona. Usted sería encantadora aunque llevara consigo el apellido de un campesino.

Si bien, estaba lejos de ser un halago que la sociedad considerara apropiado, era lo más sincero que podía decir respecto a ella. Nada más saber quién era, algo dentro de mi se activó como un instinto primario. Había escuchado aquel apellido en todos lados y era imposible negar su influencia en el mercado, pero lo que opinara yo con respecto a la mimada hija de esta familia, era cosa mía. Quizás no fuese tan mimada como yo creía. Mi cuerpo se puso en alerta cuando sus delicados dedos se acercaron a mi cuello. No sabía de donde provenían las joyas hasta ahora y mantendría una seria discusión con Deiran al volver a casa esa noche.

Ah, lamento decir que lo ignoraba por completo. —dije completamente honesta. La forma en cómo se apartó no hizo más que incitarme a seguir. Acaricié la superficie del mármol y la miré fijamente.— Debo agradecerle a mi hermano por tener tan buen gusto. Es un hombre muy serio así que quizás no le de mucha importancia, pero... una pieza hecha por los Montblanc debe ser apreciada como tal. ¿No es así? —murmuré con la inocencia cada vez menos convincente. Ella sospechaba algo, y yo no podría dejar de preguntarme... ¿qué y por qué? Avancé, acortando las distancias, y simulando a miradas indiscretas una divertida conversación entre amigas. Entre los tules castaños, susurré:— Mi motivo es una sed insoportable. Y aquellos petirrojos del salón serán mi primer aperitivo. Luego, tú... mi plato principal.

Era la voz de una asesina, de quien disfruta el dolor y lo reconoce. Eran las palabras de quien no tiene temor. Suaves, como de terciopelo, pronunciadas con una lentitud abrazadora.

Después de eso, me aparté. Le sonreí de oreja a oreja como si le hubiese contado el chiste más popular del momento. Como si quisiera que fuesemos mejores amigas. Reí e incluso saludé a un par de comerciantes del interior, siendo tan despreocupada que la conversación anterior parecía un sueño lejano. Esperando una reacción de su parte, sonreí mostrando una hilera de dientes blancos y perfectos... entre los cuales, un par de caninos ligeramente más largos de lo normal, brillaban amenazantes. Mordí la punta del íncide en uno de mis guantes y lo deslicé hasta que mi mano se vio libre de él. Hice lo mismo con el otro guante y, como si fuese un accidente, los dejé caer por el balcón al oscuro jardín.

¡Oh, que torpe soy! —me llevé una mano a la frente, realmente angustiada, y miré a la heredera Montblanc con pesar.— ¿Me acompañaría a recogerlos, mi lady? Son otro obsequio de mi hermano y no quisiera perderlos. Además, si vamos nosotras personalmente, tendremos tiempo de conocernos más, ¿no lo ve así? —reí y por segunda vez la tomé del brazo, sin esperar respuesta. Le dediqué una sonrisa breve y de gran inocencia.— Solo espero no haberla asustado con mi pequeña broma de antes. Estoy muy interesada en la literatura gótica y la actuación y a veces puede irse de las manos.
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Mensaje por Lucielle Montblanc Miér Nov 27, 2013 9:17 am

Las corrientes de aire impregnadas con el latente frió invernal se deslizaban entre sus bucles castaños sacudiéndolos de un lado a otro sin llegar siquiera a inmutar su delicado tocado. Por otro lado, la superficie de su rostro comenzaba tornarse de colores carmines debido a las bajas temperaturas, otorgándole una apariencia un tanto infantil pero igual de sugestiva como para seguir atrayendo perspicaces miradas de anhelo por parte de ilusos oportunistas y personal de servicio, de tal manera que no pasó mucho tiempo antes de que uno de ellos se acercara a ofrecerle algo de beber. Un tanto irritada por la interrupción, tomó sutilmente la copa de vino y haciendo un gesto como su mano despachó al sirviente para luego dirigir su mirada hacia su acompañante. Aquella fina pieza de arte la intrigaba más y más conforme a sus gestos y sus palabras la hacían denotar como una persona no tan excéntrica y superficial. Sin embargo, la sensación de amenaza que arremetía contra ella aun no cesaba, permanecí alerta con cada uno de sus movimientos. Sintió un alivio al saber que, podía dar por hecho que esta no se hallaba interesada en sus bienes o negocios pues era evidente que desconocía el valor genuino de sus joyas, dándole a mostrar que la joven no era más que otra debutante. Chassier ¿En donde había escuchado ese apellido antes?. Vagamente trató de hacer memoria dentro de sus conocimientos sobre las familias de prestigio, sin dejar de sonreírle a la presente para no parecer absorta en sus pensamientos. “Da igual. Luego puedo ocuparme de ello”. Un silencio repentino se hizo notar entre ellas,  comprendiendo que la chica había tardado en analizar la relevancia de su apellido y que por seguro había caído en cuenta, — ¿Qué es un nombre o un apellido si no más que una sencilla forma de identificar a alguien? —, respondió reclinándose a sus espaldas, — Sobrevalorar su significado solo complica entrelazar relaciones, ¿No es así? —, posó el liquido carmín sobre sus labios y bebió de este antes de continuar — Yo le propongo Mademoiselle, ignorar por completo el prestigio que se pueda ocultar tras esta humilde campesina —, agregó riendo para sí, contemplando la vista del jardín.
 
Instinto y presentimiento. Siendo un cazador, aquellas dos sensaciones era de lo único de lo que podía valerse en el área de caza. Por alguna razón esas mismas dos palabras habían surcado su mente en cuanto reconoció finalmente aquel apellido. Chassier. Inconscientemente apretó el cuello de la copa con una notoria fuerza que posiblemente terminaría por quebrar el objeto de cristal. La lista o cartas negras. Dentro de aquella subcultura, se propiciaba a cada mercenario una prominente lista de caza sin ningún fin de lucro. Esta hoja contenía los nombres (de quienes eran sabidos) pertenecientes a bestias que amenazaban a la ciudad y de cuales ya poseían un precio por su cabeza. También dentro de esta se tiene un registro de los lugares donde frecuentemente atacaban a sus víctimas y las últimas fechas en cuales se les había avistado. En definitiva, era un implemento de alto beneficio el poseer una de las famosas cartas negras. Sin embargo, aquello no era solo una guía que le indicaba quienes serian su próxima presa sino más bien, de quienes no lo serian. No era un secreto para nadie quien trabajara en aquel oficio el que entre las familias de la alta sociedad algunos vampiros y bien sabido otras criaturas, eran partidarios de grandes riquezas y poder sobre la ciudad, lo cual los hacía prácticamente intocables. Ahí fue donde reconoció por completo de quien se trataba. Una compañía mercante de vinos era la que se había encargado de entregar algunos de sus productos en aquel evento, y eran responsables de aquella exquisita sustancia que hora bebía. Cuya cabeza al mando de aquella compañia, no era más que otra sanguijuela la cual debían mantener al margen pero sin llegar a tocarle, — Agradable placer…— soltó en un murmullo dándose vuelta para quedar frente a la morena.
 
Sin llegar a moverse, aun manteniendo su posición a espaldas del balcón notó su aproximación cuando esta arremetió contra ella en una intromisión a su espacio. Sostenía su copa de vino tinto en mano bebiendo a su vez conforme escuchaba su opinión, — Como ya dije, su hermano ha de apreciarle mucho… Y el aprecio solo se le otorga a personas con un inmenso valor como usted —, afirmó con sinceridad mientras sonreía de lado. Discretamente bajó su mano libre hacia un extremo de su faldón, palpando y previniendo el uso del afilado objeto que se ocultaba tras el pomposo armazón, sin llegar a sacarlo. Por un instante, la baja temperatura que se había hecho presente le pareció descender aun más al tiempo en que las intensiones asesinas de aquella joven salían a flote junto a sus comentarios amenazantes. Le observó de reojo mientras alzaba una ceja con escepticismo, luego fijó sus orbes hacia el fondo del salón, siguiendo con ellos las figuras de dos pequeñas chiquillas de cabellos flamantes y enroscados, cayendo en cuenta de a quienes se referia. Fugazmente volvió su atención a la dama, percatándose de que, de tener otra de sus distracciones su carne terminaría por ser rasgada en ese mismo instante bajo los blanquecinos colmillos de la vampiresa. En su rostro una sonrisa de diversión surco sus labios los cuales posó al tiempo sobre la oreja de su acompañante imitando su juego — Tanta espera debe ser tortuosa…. ¿Por qué no pasas directamente al postre y pruebas una mis estacas penetrando tus entrañas hasta llegar a tu putrefacto corazón? — , rió a carcajadas como su nueva amiga lo hacía, simulando sentir la misma felicidad de aquella broma, aunque en realidad disfrutara de esta.
 
Hizo una señal a un empleado solo para remplazar su copa vacia por una nueva. Cuando volvió en sí, la Yuna se hallaba retirando con sutileza sus guantes de seda, dejando un tanto extrañada a la castaña. “¿Y ahora qué?”. Al dejar caer una de ambas prendas Lucielle no tardó en comprender de lo que se trataba. “¿Es que todos los vampiros son tan predecibles?”, se preguntaba a si misma mientras hacia una mueca de sorpresa por lo ocurrido, — ¡Oh!, Que lamentable —, escupió dándose vuelta para observar en donde había caído el objeto. Permitiéndose un minuto, aquello le bastó para tomar la daga de plata que se hallaba a un lado de su muslo, guardándola entre su naciente pecho, — Ha de haber caído entre los arbustos —, se giró sobre si para contemplar su fingida preocupación, — Por supuesto que no tengo ningún problema siempre y cuando me encuentre en su compañía señorita Chassier. Además, no me gustaría saber que su hermano se enterara de lo torpe que puede llegar a ser usted cuando no se encuentra junto a él —, afirmó mientras se dejaba llevar por la contraria, dando una pequeña pausa antes de retirarse por lo escalones, se plantó frente a ella, — Es bastante curioso, pues su actuación fue magnífica. De hecho, me sentí tan sumergida en sus palabras que me ha incitado usted a seguirle la corriente —, declaró sonriente mientras jalaba de su brazo para continuar con su recorrido por los jardines.


Si crees que apartándonos de todos me tendrás a tu merced… No sabes que tan equivocada estas querida Rutledge”
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Mensaje por Yuna Rutledge* Miér Dic 04, 2013 1:48 pm

La joven tenía un encanto que Yuna no podía ignorar. Con el paso del tiempo, aprendiendo rápido bajo el yugo de Deiran, formó un instinto peculiar para detectar presas interesantes y otras no tanto. Por lo regular prefería jugar con niños a los cuales se les podía engañar facilmente, no porque quisiera hacer de su cena algo rápido y privado, sino porque era entretenido comprobar hasta donde podía llegar la ingenuidad de un infante. El momento en el que descubrían que no era un juego, sino una lucha entre la vida y la muerte, era el favorito de la vampiresa para desangrarlos al fin. Una rutina de la que jamás se aburría. Sin embargo, algo en la joven Montblanc hacía de la velada mucho más interesante. No era tan joven para caer en la ingenuidad pero tampoco tan adulta para perder del todo su inocencia; tenía una pisca de miedo escondida en alguna parte, pero la forma en como la ocultaba con fiereza solo podía encandilar más a la vampiresa. Se relamió los labios al decidir que ya no la llamaría por su apellido.

Si en algo tenía razón la francesita era que seguir con la cortesía del apellido solo complicaría la "reunión". Meditó entre sus movimientos lo que haría con ella una vez que estuviesen a solas. Por la fuerza que sentía bajo el brazo de la castaña, suponía que podía esperar de ella un poco de diversión, y ni qué decir de su fuerza de voluntad. Pero, ¿eso sería suficiente? Seguía siendo una simple humana. Lo único que necesitaba era no dejarle gritar. Al oír sus palabras, por otro lado, llegó a la conclusión de que no era el tipo de persona que gritaría pidiendo clemencia. Quería jugar su juego. Y la muy tonta parecía creer que tenía una posibilidad, por mínima que fuera, de ganar.

No te anticipes tanto, querida. Me temo que mi hermano es el último en tener conocimiento de las torprezas que sufro en eventos como este. Es muy estricto y procuro tener la situación bajo control antes de que la noticia llegue a sus oídos. —le explicó muy despacio, como si se tratara de una informaicón crucial. A pesar de esto, el tono jobial con el que se dirigía a su acompañante nunca reflejaba desagrado o amenaza, quizás porque realmente disfrutaba su compañía y su lengua viperina, o porque prefería no llamar la atención entre la pomposa gente en el salón.

Fueran cuales fueran sus intenciones, ni por las palabras más inquietantes de la francesita se detuvo. La arrastró por el salón hasta encontrar un pasillo aislado. Ni siquiera en el refugio de la semi-oscuridad se detuvo. Cualquier salón, pasillo o habitación del palacio sería un mal escenario para lo que tenía pensado. Su sed aumentaba y tarde o temprano tendría que ir a buscar el dulce elixir que cargaban consigo las gemelas.

He recibido halagos por mi buena actuación. —rompió el silencio en un susurro encantador. Aunque ahora estaban solas, conocía el dicho de "las paredes tienen oídos", y no podía volverse tan excesivamente confiada al tratar con una chica tan audaz como aquella. La miró con una advertencia en los ojos y un desafío en la sonrisa.— A decir verdad, no oculto tanto mis verdaderas intenciones en palabras corteses. Me agrada que un enfrentamiento comience con una plática amena. ¿A ti no, Lucy? —pronunció el abrebiativo del nombre con una risueña gentileza.— Ese par de petirrojos no dejaban de hablar de ti. Parecían curiosas sobre los modales que tendrías, el cómo llevarías tal fortuna sobre tus hombros y, como era de esperar, qué tipo de caballero desearías como esposo. —suspiró al finalizar y sin poderlo evitar, hizo una mueca de disgusto. Aquellos temas de conversación le parecían tan horrorosamente aburridos, que si la castaña tocara alguno de ellos decidiría matarla en el momento justo.

Por fin, luego del largo recorrido, encontró una salida al patio. Estaban un poco lejos de los arbustos sobre los cuales cayeron los guantes, pero la brisa fresca de la noche hacía que todo fuese más gratificante. Ella apenas y podía sentir algo en el cambio de temperatura, pero suponía que la humana que caminaba a su lado debía pasarlo no muy bien. Era Invierno y la noche acariciaba una temperatura tan mínima que ya algunos esperaban nevadas. De reojo, aunque sin la intención de ocultar la mirada verde brillante, observó a la muchacha.

No luces como una señorita de sociedad. —soltó con suavidad, en contraste con el fuerte agarre que tenía en su brazo. Los tacones de sus zapatos amenazaban con hundirse en la tierra mojada.— ¿Qué tal si hacemos de este encuentro algo más interesante y dejamos las indirectas allá arriba? —le sonrió, de nuevo mostrando los colmillos. Bajo la luz de la luna podía notarse el detalle de estos, como que eran más largos que los de un humano pero más cortos y pequeños que los de un vampiro antiguo.
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Mensaje por Lucielle Montblanc Sáb Dic 14, 2013 1:49 pm

Era una completa intriga saber lo que ocurriría luego de que el momento de acabar con las apariencias finalmente llegará. El frío invernal podría bien ser el culpable de los leves temblores de la joven castaña, sin embargo y muy lejos de serlo, era la ansiedad y a la vez excitación lo que realmente comenzaba a afectar sus sentidos. Nunca había sido partidaria de jugar con sus presas antes de darle una muerte segura, ya que a su parecer aquel era un método bastante desagradable y a la vez ofensivo para los de su propio clan. Ridículas pero necesarias reglas regían su vida tanto pública como privada, dejando en claro que socializar o sostener argumentos con criaturas como lo era la mordaz chica no era para nada profesional, y es que... ¿De qué le servía razonar con bestias?. La lógica perdía su significado si se denigraba a si misma a llevar esa situación a un escenario fuera de lo pautado en su reglamento. Sin embargo, ahí radicaba su testarudez y temperamento. Lucielle no se dejaría intimidar por nadie y simplemente no detendría sus pasos hasta llegar al jardín para dejarle en claro ciertos puntos a la insolente vampiresa.  Los pasillos estaban repletos de cotilleos, risas, miradas curiosas y personajes indeseables, mostrando a su vez un ambiente un tanto insoportable para su gusto.


Dejando guiar sus pisadas por la contraria, su mente divagaba recitando las últimas palabras pronunciadas por esta. Ciertamente no dudaba que los próximos aperitivos de la señorita Chassier fueran aquel dúo de cabellos rojizos, ni tampoco el que ella fuera capaz de extinguir las llamas de sus almas durante esa misma noche sin que nadie se percatase de ello. Temía por sus vidas. No se trataba de sentimentalismos ni mucho menos simpatía su razón para prevenir que ocurriese tal incidente, de hecho, la idea de interrumpir su hora de aperitivos le era más que suficiente a la castaña como para involucrarse en todo ello. “Espero que hayas disfrutado de tu ultimo aperitivo antes de venir aquí...".

Inconscientemente, se detuvo con un leve respingo al escucharla dirigirse hacia ella pues bien, Lucielle había perdido la noción del tiempo sumergida en si misma. Solo unos minutos bastaron para darle a comprender el significado de sus palabras, dándose cuenta de que quizás aquella mocosa poseía más libertades de las que podía llegar a tener un simple "familiar" como solía llamar a los de su clase, — Entonces debo decir que Monsieur Chassier necesita aplicarle un poco más de disciplina a su hermosa hermana, si ha de desear que esta no cometa una que otra travesura a sus espaldas. ¿No es verdad? —, agregó a su comentario mientras ocultaba su sonrisa tras su mano libre sin dejar de observar los orbes verdes de la joven. Los oscuros escenarios por donde ambas surcaban le otorgaban una diminuta idea de lo que buscaba llegar la morena. Era un hecho decir que, Lucielle se adentraba a la boca del lobo y ni señal alguna de oposición daba ella. Tan pronto en cuanto ambas se alejaran completamente de los alrededores, comenzaría a disfrutar amenamente de la velada.


Faltaban solo unos cuantos pasos más para llegar a la entrada del jardín, por ello, una sensación de temor recorrió su columna vertebral. Rompiendo con el silencio, Yuna deseaba demostrarle lo atrevida y directa que podía llegar a ser sin mostrar una pizca de descortesía en su voz o palabras, — Una buena actuación es precedida por una buena puesta en practica... Lo que me hace preguntarme, ¿Cual acostumbrada está usted a fingir frente a otros? —, dijo con una voz serena y a la vez altanera, dándole a demostrar que ya nada podía ocultar de ella, — Es bueno saber que a diferencia de las índoles que se hallan dentro de aquel salón, hay quienes aun saben hablar sin maquillar sus palabras tanto como su rostro. Así eres tú querida Yuna —, comentó con sinceridad dejando atrás sus modales, pues realmente le desagradaba la idea de tener que mantener aquel parafraseo ensayado por más tiempo. Haciendo una mueca de disgusto, soltó un leve suspiro en señal de cansancio al escuchar mencionar lo poco indiscretas que podían llegar a ser ciertas personas, — He de admitir que me parece innecesario traer tales temas de conversación a un evento de caridad —, sosegó al tiempo en que pasaba su mano por su cabellera, evitando que las corrientes de aire causaran estragos a el peinado que tantos dolores de cabeza le hicieron pasar para dejarles montarlo.


El frío que antes sentía se intensificó al bajar hasta los rosales que adornaban el palacio en aquel jardín magistral. Una fugaz mirada de reojo fue lo primero que le propició a su acompañante seguido de un bufido burlón. Aquella chica que prefería vivir encerrada entre cuatro paredes estaba deseosa de darle un cálido saludo a aquella sanguijuela, — Tú tampoco pareces encajar con este tipo de ambiente —, recalcó sus palabras para luego, con suma delicadeza y a la vez un deje de arrogancia, apartar el brazo de la contraría con su mano libre, para luego soltarlo al aire en gesto de desagrado y asco, — Concuerdo contigo —, respondió mientras se cruzaba de brazos y la observaba expectante, — Y bien. ¿Qué pretendes hacer además de darme a entender que no tienes escrúpulos al mostrar tus caninos frente otros? —, escupió intrigada. La luz de la luna de otorgaba un auge un tanto amenazante y aterrador a su vez a la vampiresa la cual esbozaba una sonrisa que permitía apreciar su verdadero ser. Sin duda sus posibilidades de encarar a la joven no eran más que las de un ratón frente a un felino, aun así, arrepentirse de sus decisiones no era para nada de su agrado, — Comienza a hablar petite orchidée —.
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Mensaje por Yuna Rutledge* Sáb Ene 18, 2014 1:24 am

Orgullo, tal vez algo de competitividad y empatía. La joven vampiresa no tenía la certeza de qué la motivaba a jugar con Lucielle, a quien no consideraba el tipo de chica a subestimar. Reconocía la inteligencia cuando la tenía enfrente, y los ojos azules de la francesita eran astutos como los de un zorro en medio del bosque. En su vida humana, hacía menos de tres años, vio en incontables ocasiones el juego entre los zorros y sus presas; durante las cacerías antes de invierno, sin embargo, los zorros eran cazados por los perros y los altaneros "caballeros" que admiraban dicho deporte. La muerte y sus componentes no le eran ajenos; de hecho, se atrevería a decir que incluso antes de su conversión, ya era una experta en reconocer los signos del miedo, la adrenalina y la demencia.

En el transcurso de la noche, la tranquila monotonía cambió a un juego completo y radical de tira y afloja, en el que no podía estar del todo segura sobre quién ganaría. ¿Qué ocultaba la humana que la hacía poseer tal fuerza de actitud? Conocía su naturaleza sobrenatural, o sino, hubiese gritado o caído inconsciente en el momento justo que apreció sus colmillos. Sabía sobre su raza. No, era algo más. Y pensarlo, sólo consiguió volver la afilada mirada de la neófita mucho más austera.

Mi hermano es un hombre muy considerado. —le explicó con frialdad, perdiendo de pronto todo rastro de burla o divertida competición. No le gustaba hablar sobre el tipo de relación que tenía con Deiran; aunque nunca lo admitiría de este modo, sentía por él una intensa ración de celos. Por sí mismo, ya debía compartirlo con infinidad de personas, y quería mantener su relación en absoluta intimidad.— Sin embargo, esto no le incumbe a él, ¿verdad?

Su tono de voz era mortífero, como la delicada y suave caricia de una cuchilla a punto de lanzar su golpe mortal. Y por fin llegaron al escenario que presenciaría el encuentro fortuito de dos jóvenes con lealtades contrarias; ante los ojos de cualquier despistado, serían sólo dos amigas apreciando las hermosas flores bajo la luz de la luna, pero alguien realmente observador podría darse cuenta del peligro y la amenaza que emanaban. Ellas eran tan delicadas... y como las espinas de una rosa, guardaban dentro de sí una personalidad fuera de lo común. Yuna advirtió el primer movimiento de la ojiazul, y escuchó sus palabras con la misma atención que un músico ante la orquesta del siglo. Cada desnivel de su voz, cada curva en sus labios, el contorno de sus ojos, los pliegues de sus parpados al hablar. Se encargó de prestar atención y hacer de aquello una declaración honesta. Y lo era.

Interesante. —susurró apenas. Su mirada se clavó en la ajena como cientos de cuchillos en la mantequilla. Parecía implacable, como si a la primera oportunidad, decidiera que había jugado lo suficiente y veía buen tiempo para degollar a la inteligente pero molesta Lucielle Montblanc. Sonrió, no con alegría o emoción, sino con la pura felicidad que podía provocar la idea de la sangre corriendo y la carne siendo desgarrada. Jum, Deiran tendría sus quejas al respecto, pero ya se ocuparía de él después. Además, Lucy, como le llamaría ahora a su pequeña compañera, era mucho más entretenida de lo que había supuesto. Y era hora de darle fin.— La interpretación suele ser parte de la diversión. No me malentiendas, es mucho más cómodo mostrarme tal como soy. Así, como ahora. Pero, ¿no crees que eso volvería mi cena mucho más monótona? Ah, lo siento. No debe ser justo preguntarte eso, porque, ¿qué serías tú si pudieras responderme? ¡Una humana, sí! Pero una muy sádica, una capaz de entender a una asesina como yo. Y eso no está permitido, ¿verdad? Debes ser la justicia encarnada. —soltó una carcajada burlona y aceptó con gusto la distancia que ahora la joven Montblanc creaba entre ambas.

Había llegado el momento de hallarse la una a la otra en medio del jardín. De rebuscar en la penumbra y entrever los puntos débiles. La vampiresa tenía una breve idea de por donde podría comenzar. La francesa, aunque delicada, poseía una fuerza considerable en los brazos; lo sabía por el agarre de antes. Además, sus reflejos eran casi perfectos y sospechaba que su velocidad no tenía mucho que envidiarle. Pero, dando uno y dos pasos sobre el césped húmedo y disfrutando el aroma de las rosas, se inspiró para buscar un punto menos predecible.

¿Tendría que decírtelo? —siguió jugando, encantada de provocar incertidumbre. Hasta el momento, se había alejado lo suficiente para creer que había perdido el interés. Sin embargo, en un sólo pestañeo, estaba detrás de la otra joven, sujetando con fuerza brutal las líneas del corsé. La presión no era suficiente para provocar una fractura, pero estaba a un paso de serlo. Sus labios recorrieron, juguetones, la curva del cuello femenino y llegaron hasta la endidura bajo el oído.— ¿Qué te puedo decir, my little girl? ¿Que planeo desgarrar tira a tira tu piel? ¿Que después te desmembraré y sacaré tus entrañas? ¿Y que, teniendo cuidado de mantenerte con vida, beberé tu sangre hasta que ves llegar la muerte?— volvió a reír, acariciando la sedosa piel con la punta de los colmillos, y ascendiendo por su cintura sin aflojar en ningún momento el agarre.— Ah, eso suena exquisito.
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Mensaje por Lucielle Montblanc Vie Feb 21, 2014 4:17 pm

La tan acostumbrada frialdad con la que actuaba la apática aristocracia le era en ocasiones, de suma utilidad. Para su suerte, o quizás desgracia, no muchos curiosos se vieron en la necesidad de seguirles la pista en su recorrido por la magnificencia de jardín que poseía el palacio. Era un hecho que, dentro de las siguientes horas, uno que otro rumor se esparciera sobre su tan peculiar encuentro nocturno con la joven Chassier, ya que después de todo, la heredera Montblanc no era muy bien conocida por ser alguien quien apreciara los beneficios de socializar y se viera dispuesta a considerarlos. Sin embargo, la polémica y chismes  que se pudieran iniciar acerca de su inusual comportamiento dentro de la velada, no eran asuntos de vital importancia  de los cuales necesitara encargarse. Por lo contrario, su querida madre preferiría centenares de veces el sonido de mil voces  haciendo tumultos de críticas sobre su amada fille, al silencio sepultar de labios que no vanagloriaran su apellido o su persona. 
 
No pasó mucho tiempo para que su mente, de manera mecánica y predeterminada, comenzara a formular sus propias  conclusiones y teorías en relación a su nuevo sujeto de interés, o más bien, su nueva compañera de juego. Estudiar su perfil psicológico fue  primordialmente su punto de enfoque. Retorcida, directa, impulsiva, con una actitud un tanto infantil que perfectamente complementaba su apariencia juvenil. No había mostrado tener escrúpulo alguno al admitir que, minutos antes, su único objetivo había sido devorar a las precoces gemelas que se pavoneaban entre la multitud. Lucielle sospechaba que al afirmar sus intenciones con tanta facilidad, esta solo intentaba perturbarla. Arrogante. Aquella arrogancia que se denotaba cuando al hablar y tratar de intimar con la oji azul, buscaba al mismo tiempo, intimidarla y menospreciarla. Sin embargo,  aquella actitud  solo daba amplitud de indicios que demostraban la poca experiencia e ignorancia que poseía a quien consideraba ahora como, una simple cría. Un vampiro con mayor conocimiento ya hubiera caído en cuenta a quien se enfrentaba.
 
Mirando directamente al pozo de sus ojos jades, dedujo el que quizás la diferencia entre sus años de vida en comparación con los de su acompañante no debían abarcar más que unas cuantas décadas de diferencia, o posiblemente menos.  Tomando cada una de sus acusaciones concretamente como hechos, sus labios se permitieron curvarse para esbozar una sonrisa en respuesta a su satisfacción. Yuna, no buscaba nada más que atraer su atención. ¿Y para que esforzarse tanto cuando ya había logrado su cometido?. La única pieza que aun no encaba dentro de su bizarra personalidad era la suma intensidad con la que la morena trataba de dejarle en claro que, entre juego de damas, no había caballeros que debieran interponerse en ello. Deiran Chassier no participaría en su primera partida.
 
Sin llegar a ser muy consciente de ello, la temperatura de su cuerpo había estado elevándose hasta el punto que, sus sedosos labios y sus tersas mejillas poseían nuevamente aquel color carmín que tanto les correspondían. Quizás se tratase de la adrenalina  fluyendo por sus venas, o  el latente sentimiento que despertaba  la intriga de saber que tan lejos lograría mantener su autocontrol !Y ojala su oponente pudiera decir lo mismo¡. Entre penumbra y perfumes florales, ambas jóvenes parecían mantener una batalla visual con más significado de lo que sus palabras lograban expresar. Sus brazos se hallaban cruzados bajo sus pechos y su rostro no mostraba expresión alguna que reflejara su verdadero pensar. Cortantes acusaciones, elocuentes debía admitir, se escaparon de la mordaz boca de su compañera. Ni por un segundo trato de ocultar y desmentir lo que ya de por si era obvio, y aun así, parecía buscar lograr algo más con su discurso. ¿Enfurecerla, hacerla perder los escrúpulos?, ¿Qué tan inocente era aquella criatura?. Con sincera gracia, Lucielle no pudo evitar soltar una corta pero sonora risa al verse atrapada entre el dilema de no saber si sentirse ofendida u apiadarse por ella,  — ¿Sabes?, se considera poco atractivo a favor a una dama, hablar por demás sin hacer pausas —, afirmó sonriendo ladinamente y contemplando su rostro, — No comprendo tu necesidad de soltar tantos comentarios hirientes. ¿Qué tan mala actitud he mostrado ante ti como para que trates de compararme contigo?. ¿Sadismo?, yo preferiría utilizar la palabra empatía —, sentenció burlona, llevando una de sus manos hasta su corazón, como si se sintiera ofendida, — Justicia… Nada más alejado de la realidad mi amada Yuna. No se puede llamar a alguien cuyo oficio se asemeja al de una prostituta barata, justiciero de nada —, reafirmó otorgándole peso a sus palabras, — Después de todo, yo solo puedo ofrecer satisfacción y complacencia al deshacerme de los malestares de otros, sin realmente esperar ser retribuida por ello. Esa es mi verdadera naturaleza, puramente humana —, finalizó fijando sus orbes sobre el brillante astro sobre la estela.
 
No le fue difícil imaginarse que, después de sus juegos previos, la insaciable vampiresa buscaría manera alguna darle riendas sueltas a la agresión física. Como otras tantas veces, las velocidad y agilidad de aquellos parásitos no dejaba de asombrarla y por supuesto, tomarla de sorpresa. Al sentir la opresión que ejercían las cuerdas de la maldita prenda femenina sobre sus costillas, un gruñido abandonó sus adentros para hacerse presente junto a su expresión de molestia. Sería estúpido negar que aquella cercanía entre ambos cuerpos, no lograba impacientarla hasta el punto de querer volar los sesos de la noble con una bayoneta. Sin embargo y tras mucho pensar, decidió por lo menos seguir su uso de razón y desafiarla con su indiferencia, — Con que al fin nos dejamos de rodeos… —, pronunció, examinándola por el rabillo del ojo mientras sentía como la mano ajena recorría el resto de su piel y como los fríos labios de su opresora que merodeaban por su cuello, comenzaban a deshacerse del poco autocontrol que poseía. La descripción mórbida de la peculiar escena de carnicería en la cual sería participe, o más bien víctima, solo logró sacarle un suspiro de incredibilidad a la joven francesa, — ¿Y luego qué?, ¿Te limpiaras entre tus colmillos con los cimientos de mis huesos?, ¿Prenderas fuego a mi ya inerte cuerpo y bailaras hasta el amanecer regocijándote entre mis cenizas? —, expresó sardónica finalizando el discurso, para luego llevar una de sus manos hasta el cimiento de su pecho, introducirla en su escote y tomar en ella la daga platinada. Sabía que estaba arriesgándose demasiado, sobre todo cuando los punzantes caninos de su adversaria comenzaban a lastimar su piel, — No soy de las que lloran y suplican por clemencia, Yuna. Y tus pobres amenazas… —, giró su rostro hasta tocar con la punta de su nariz la de su contraria, permitiéndose observarla íntimamente a los ojos para luego acercar su mano libre hasta su mejilla, — … no son más que pura basura que, solo confirman… —, sonrió burlona, — Lo inmadura que eres —, exclamó finalmente antes de clavar la cuchilla de plata sobre la mano que la aprisionaba por detrás de su espalda, cortando a su paso las molestas cuerdas que surcaban el corsé.  Sintiendo un poco más de libertad de movimiento, giró sobre sí misma y dio unos cuantos pasos hacia atrás, manteniendo la distancia que por ahora, le convenía tener.
 

Sin dudarlo por más de un minuto, dejó que Loan se encargara de la situación, — Ahora bien, querida.  Aunque francamente no representas una amenaza para la organización ni para mí, ya que, siquiera de tu nombre he oído hablar, no puedo evitar hacer mi trabajo y dejarte unos cuantos puntos en claro antes de que por tu obvia, falta de experiencia te veas en más problemas de los que tu boca puede masticar—, expresó con suma tranquilidad, como si el hecho de haber sido sometida ante un ser tan monstruoso no le importunara para nada, — Así que, ¿Podemos tener una amena charla como criaturas civilizadas o simplemente te comportaras como una mascota a la cual, su adorado amo parece no haber amaestrado? —, amenazó desafiante, cruzándose nuevamente de brazos, apartando la sangrante arma de sus ropajes mientras la observaba expectante. Aquella joven había dado su primer movimiento y desafortunadamente, no había logrado su cometido, ahora bien, Lucielle ya no se dejaría tomar con la guardia baja. 
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Mensaje por Yuna Rutledge* Lun Mar 03, 2014 1:23 am

Algunas historias dicen que los vampiros son asexuales, pero quizás Yuna no las hubiese escuchado jamás. No es como si ella creyera, siendo humana, que al cabo de unos años un hombre misterioso la convertiría en una criatura inmortal, ¿comprenden? Ah, pero eso no es demasiado relevante. Ella, con el cuerpo y rostro de un ángel de porcelana, luciendo los huesos bajo una piel demasiado fina y pálida, no era una mujer (o joven) que pensara realmente en aquello que los adultos más descarados llamaban "sexualidad" o erotismo. No le interesaba y no consideraba la posibilidad de verse consumida por tales instintos. Su única pasión, además del afecto que sentía y crecía en su interior por Deiran, era la extraña belleza de la muerte y todos sus componentes. El último gemido de dolor de un moribundo; las gotitas de sangre que salpicaban sobre la ropa blanca, el sabor de las mismas; el brillo opacandose en una mirada. Todo esto era, por utilizar un término humano, un ritual del que no se cansaría jamás.

O al menos, eso creía por aquellas noches de Diciembre.

Ya que hemos discutido su mentalidad sobre lo que tantas personas consideraban erótico o excitante, no les sorprenda saber que disfrutó la calidez humana que desprendía Lucielle. Quizás se trató de esa breve satisfacción lo que la hizo demorar en su ataque decisivo; por lo general no lo pensaba dos veces antes de clavar los prominentes incisivos en el frágil cuello de sus victimas, especialmente si éstas se encontraban tan a su merced. Pero matarla tan de prisa habría acabado con ese calor, con la acumulación de sangre en sus mejillas desprovistas de maquillaje y las mordaces respuestas que ahora, como cubos de agua fría, la devolvían a la realidad.

... Ah... —fue un suspiro, tal vez una pregunta. Fue un sonido de desconcierto, lo único además de su mirada que revelaba lo mucho que las palabras de la cazadora la habían desequilibrado. Una presa no se devolvía a mirarla con aquellos penetrantes ojos azules, ni la desafiaba con la fuerza de un igual. Exactamente, entendió a la mala que Lucielle Montblanc no era su presa, sino su rival. Que podía herir su orgullo tanto como ella misma podía herir su carne, que resultaba casi tan devastador.— No sabes nada de mi. —dijo en un hilo de voz, pero incluso a esa minúscula distancia resultaba difícil entenderla. Era la súplica de una niña, de quien está aprendiendo y tiene miedo de fracasar. En primer lugar, tenía miedo de admitir que podía ser vulnerable; que ciertamente su edad física y mental no difería de la ajena, aunque quisiera mostrarse más madura. ¿Sádica? Sí, lo era. Pero incluso un infante podía sentir amor a la sangre.

Pero un infante no conocía el sabor de la locura. Estaba enojada, lo suficiente para soltar un bufido de aspecto felino. Tal vez se tratara de la incredulidad, la cual era tan ajena para ella, que la recibía sin estar preparada. El dolor en su mano resultó tan sorprendente que, por fin, soltó un grito angustiado. Era un sonido perturbador, como el de un niño al que se ha lastimado de manera injustificada. Y ella estaba herida. Había pasado tanto tiempo sin reconocer el dolor físico (sin contar el de la garganta, que todo vampiro asume alguna vez), que éste llegó con la fuerza de un ciclón.

¡Ay! —gimoteó con los ojos empañados, para su entera vergüenza. No estaba dispuesta a llorar, pedir perdón o salir huyendo, pero algo había en ella, quizás fragilidad, que la hicieron proteger su mano. Pronto se regeneraría, claro. Por el momento, levantó la mirada iracunda al rostro perfecto de la dama francesa, y vio con repulsión su propia sangre. ¡Maldita fuera su estampa! Las primeras gotas escarlatas, y no eran de Lucielle. Por cada palabra que esta intrépida cazadora pronunciaba, la rabia de nuestra vampiresa se incrementaba más y más, y su mirada, en algún momento fría y encantadora, parecía arder como veneno líquido.— Tal vez no sepa mucho de esto. Sí, soy casi tan joven como lo aparento, sweety. Pero aún con tu daga en mi pecho, te mataré. —y la mirada que le lanzó lo prometía con solemnidad. Con velocidad, con una furia reprimida, sin perder del todo la elegancia, se lanzó sobre la cazadora. No, no pensaba discutir con ella como persona civilizada. Porque los vampiros no debían ser domesticados, se decía a sí misma.

No admitiría guardar cierto alivio de sentir de nuevo ese calor humano a su lado, ni esperar con impaciencia un grito de dolor de su boca, tal vez alguna exclamación. La tierra por esas fechas no era tan dura, pues aún no nevaba; sin embargo, debía estar helada. Sus colmillos buscaron a tientas la sedosa piel de la chica, y cuando la encontraron en su antebrazo izquierdo, se hundieron en él con desesperación.
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Mensaje por Lucielle Montblanc Dom Mar 23, 2014 5:58 pm

Al igual que sus hermanas, su madre, las antecesoras de esta y demás integrantes de aquella rama familiar, Lucielle se había iniciado en aquel oscuro y sombrío pasaje a una corta edad. Se dice que una dama abandona su niñez al tiempo en que su tierno cuerpo de retoño, derrama las primeras gotas de savia para dar paso al más alto y hermoso de los robles. Fue en la víspera de su nacimiento número catorce cuando, por razonamiento lógico, la pequeña rubia corrió a los brazos de su madre completamente aterrada con el descubrimiento de la extraña herida sangrante que se hallaba localizada en un lugar, donde una dama nunca debía permitir que alguien más que su señor, pudiera observar. La apática mujer un tanto sorprendida por la ingenuidad de su hija, le dio una profunda explicación del significado de aquel suceso, aclarándole que todo era simplemente un hecho natural. Sin embargo, para las mujeres Montblanc, llegar a la cúspide de su desarrollo significaba algo más que “simples hechos”. Su infancia acabó tan pronto como su iniciación como cazadora la obligó a convertirse en un miembro más, de aquella secreta sociedad.  Entrenamientos físicos, clases de actuación y refinamiento, estudios incesantes sobre todos los aspectos históricos que se relacionaran completamente con criaturas sobrenaturales y ocultismo, y por supuesto el aprendizaje y manejo de armas, eran mayoritariamiente los aspectos básicos que la joven debía aprender antes de llegar a sus dieciocho.

Su camino hacia la aceptación de su clan nunca fue sencillo. Dado a su peculiar pero firme personalidad, Lucielle no dejaba manejarse por deseos y peticiones de sus superiores y mucho menos aceptaba recibir órdenes. Sin embargo, su etapa de “rebeldía” acabó el día en que finalmente debía ser partícipe de su primera cacería. Se trataba de un grupo de vampiros abandonados por sus amos, quizás recién convertidos, los cuales se habían juntado para poder solventar sus fallas individuales y lograr manejarse con mayor poder juntos. Ese día, había acudido al bosque con dos veteranos, los cuales de manera calculada, habían encontrado una forma de atrapar a los críos de vampiros dentro de su propia guarida. Loan, como la habían apodado, debía ser la última en entrar a escena, por protección dado a que se trataba de la más joven, ambos hombres debían cuidar su espalda. El momento llegó, ambos cazadores entraron a la cabaña escondida, acorralando al grupo de sanguijuelas. Acto seguido, miles de disparos y sonidos de flechas clavándose sobre los maderos y cortando algo más que el aire, resonaron por todo el lugar. Dada la señal para que entrara, la joven rubia se hizo presente en la bizarra escena, que hasta esa misma noche… Habría deseado poder olvidar.

A un lado de los ya inertes cuerpos de los muertos en vida, se hallaban los restos mutilados de lo que parecían ser, simples niños. Más de una docena pudo contar, todos presuntamente chicos abandonados o perdidos. Jóvenes, puros, inocentes, de su misma edad, ahora manchados de una putrefacta sustancia rojiza, con sus extremidades destrozadas por todos lados de sus ya, profanados cuerpos. Uno de los hombres se aproximó hasta la chica, para posteriormente tapar sus cristalinos orbes con su mano. De alguna manera pudo percibir el dolor y temor de la joven con solo leer su semblante. Nada en su vida la había preparado para ver tan espantosa escena. Esa fue la primera vez que Lucielle se dijo a si misma que, nunca más, rechazaría alguna orden de salir a matar a esas bestias.

Para tratarse de una fría noche de la época invernal, la luna brillaba a todo su esplendor pareciéndole importarle muy poco vislumbrar con su exorbitante belleza a aquellas mundanas e indecorosas criaturas que tenían la osadía de resguardarse bajo su luz. Ahí, bajo el manto de la estela nocturna, acompañadas solo con los sonidos de la serenata natural y ocasionalmente las escandalosas risas a los adentros del palacio, se hallaban dos hermosas ninfas desafiándose la una a la otra con sus malditas naturalezas. Calculadora y frívola. “La mujer de hielo”. Aquellos apodos no eran para nada favorables para una dama de alta clase, sin embargo, debía admitir que le iban perfectamente al mostrar su verdadera naturaleza en aquel escenario. Lucielle había tomado la distancia suficiente como para poder observar a lujo de detalle el daño que le había ocasionado a la mano de la joven vampiresa. Nada grave, quizás un movimiento precipitado e inútil pues bien, aquella herida no surtiría efecto mortal sobre ella. Sin embargo su único objetivo había sido librarse de su agarre, los métodos para lograrlo habían sido totalmente improvisados. Por otro lado, una corta pero grata curvatura de sus labios se formó al escuchar a la bestia gemir de dolor. Lucielle sabía que Yuna no estaba entrenada para enfrentarse a ese tipo de situaciones, esta solo dependía de su fuerza bruta y su agilidad para responder ante ella. Pero, aunque fueran habilidades manejables, podrían ser bastante letales para la mortal.

Sus reacciones fueron inesperadas, incluso para Loan, que se había jactado minutos antes al descubrir la poca “inocencia” que aún conservaba la contraria bajo esos tormentosos colmillos. Era como una niña que pedía a gritos ser respetada y a su vez, recibir algo de merito por encontrarse en la posición en la que estaba. Si bien, Lucielle lejos de sentir piedad por Yuna, deseaba ponerla en su lugar, sus instintos y razonamientos no la llevarían a acabar con ella esa noche. No aun.

Por otro lado, la ahora iracunda vampiresa parecía tener otros planes en mente, como bien, continuar con su pequeño enfrentamiento al ritmo del vals. La música de los violines resonaba por todos lados, acompasada con la melodía del viento que resoplaba entre las copas de los arboles del jardín. Las palabras de su compañera venían cargadas de ira que pronto demostraría con acciones, de ello estaba segura, — Entonces,  me temo que tendré que cumplir tus deseos en contra de mi voluntad, mon amour —, respondió con una sonrisa impregnada en su rostro. No era burla, ni sarcasmo oculto tras ironía, se trataba más bien del deseo de la rubia por mantener a la joven vampiresa bajo su compañía.

El ataque no se hizo esperar, pero a diferencia de su primer arrebato, esta vez madame Montblac, fue la que permitió su movida. El brusco agarre sobre su antebrazo no fue más doloroso que sentir la presión que ejercían los colmillos de la sedienta bestia sobre ella, — Ah!...  —, un agudo pero corto gemido se escapó de sus labios, seguido por un gruñido que anunciaba el dolor que le causaba las latentes punzadas sobre su piel. Su primer pensamiento fue el de tirar el cabello de la morena, en un intento por zafarse de esta, sin embargo, quizás eso solo produciría mas hostilidad en la contraria obligándola a aferrarse con más firmeza sobre su brazo, rasgando la piel y clavando sus caninos con horrible crueldad sobre sus huesos. Tomando su protectora daga y mordiéndose los labios como para no permitirse gritar una vez más, pasó su mano por debajo del fino cuello de la mujer, comenzando a penetrar de manera tortuosa la primera capa de piel, — Tienes solo un minuto para tomar la decisión correcta, Yuna. En caso de errar, me temo que tendré que darle mi pésame a Monsieur Chassier por la inesperada desaparición de su mascota —, escupió con todo el veneno que aun podía utilizar incluso cuando ya poco podía soportar aquel martirio, — No seas imbécil querida. ¿Te crees capaz de acabar conmigo sin que nadie lo note? Incluso si lograses matarme… —, hizo una pausa al tiempo en que comenzaba a profundizar con el filo del cuchillo dentro de su cuello, — …sería una batalla perdida. Una criatura como tú no tendría oportunidad alguna de esconderse de la mira de los cazadores, mucho menos luego de asesinar a la heredera Montblanc, y por dios, ¡Dígame los inquisidores! Esos idiotas adorarían tener tu cabeza colgada sobre los muros de sus sacramentadas y sobrevaloradas iglesias, solo por tratarse de alguien con tal apellido —, agregó con tono mortal, inclinándose hasta llegar a su oído para susurrarle a borde de este, — Lo peor del caso es que, si fuera yo quien tomara tu vida en vez de tú la mía. Dime, ¿A quién demonios le importaría tu muerte?, si ya de por si, estas muerta —, sentenció finalmente, observándola de manera desafiante, — Responde… ¿¡A quien demonios le importaria!?  —, le ordenó con rabia impregnada en sus palabras. Finalmente, Loan había perdido la paciencia.


Última edición por Lucielle Montblanc el Dom Mayo 04, 2014 12:14 pm, editado 4 veces
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Mensaje por Yuna Rutledge* Jue Abr 03, 2014 12:10 pm

¿En qué momento se invirtieron los papeles? Lucielle no tenía ni idea de la clase de ventaja que acompañaba a Yuna. Esa capacidad de regenerarse sumada al hecho de que podía tolerar casi cualquier dolor, incluso el de una daga degollando su garganta. Sin embargo, no se trataba del filo imperioso contra su piel lo que la paralizó. La renovada cercanía alteraba sus sentidos; había ido con sed a esa fiesta y instinto vampírico la empujaba a beber sangre con dolorosa presura. La mención de su compañero de caza, mentor y así mismo hermano adoptivo, la hizo encabritar. ¡Esa maldita cazadora no tenía ningún derecho de pronunciar su nombre! Se removió con brusquedad en el agarre de la rubia pero no consiguió gran ventaja. No era la fuerza bruta la que la sometía en esa posición, sino la fuerza de voluntades.

Ella tenía razón. Si cometía un error, por minúsculo que fuera, ya podía irse despidiendo de Deiran. Desde el momento que pisó el elegante vestíbulo del Palacio, estaba sentenciando su destino. Un error tras otro, quizás por culpa de su ego o la sed que le impedía pensar con claridad. Nunca debió llevarla ahí, pero sus ojos azul como el zafiro la habían cautivado y molestado de un modo tan devastador, que soñó con asesinarla desde el momento que supo su nombre. Estaba sintiendo un dolor tan agudo y veloz como el que debía provocar el peor de los venenos. Serpenteaba y se retorcía en sus venas y golpeaba con crueldad su mente.

Deiran... —Susurró muy bajito, como si rezara. No, no tenía miedo. No se trataba del miedo de una pequeña a su ejecutor. Estaba triste, frustrada de que todo saliera de ese modo. Ya podía sentir la sangre muerta que derramaba desde su cuello hasta su vestido de un claro esplendor perlado. La advertencia que cayó sobre su renuente consciencia la hizo estremecer. Escuchó a la cazadora a regañadientes y en el fondo supo que tenía razón. Su presa la había cazado, o al menos, la había puesto entre la espada y la pared. ¿Qué sería más fuerte? ¿Su sed de sangre caliente o su instinto de supervivencia? Si la asesinaba ahí, probablemente su nombre y el de Deiran quedaría registrado en alguna lista de la Inquisición. ¡No podía permitirlo!— ¡Basta! —Exigió en un gruñido de furia, pero lo bastante bajo para que nadie adentro pudiera escucharla. No le interesaba ser el centro de atención en esa velada.— ¡No tienes ningún motivo para dejarme ir! ¡Si vas a matarme, hazlo de una vez! —Le reclamó, forzando tanto la voz que junto a la falta de sangre comenzó a desgarrarse.

Las últimas palabras de la cazadora la dominaron completamente. El pecho de la vampiresa subía y bajaba con violencia. Sentía un mareo tan atroz que tuvo que hacer acopio de toda su fuerza para mantenerse consciente. Desmayarse sería estar completamente a merced de la rubia, y no estaba dispuesta a ello. La miró de reojo, bajo los opacos mechones castaños, y se encogió al ver su expresión. Lucielle había perdido esa fría cordialidad que en un principio ambas habían adaptado para discutir. La pelea se había vuelto física, cruel, realmente dolorosa. Su última "pregunta" se clavó tan dentro de su pecho que fue peor que cualquier puñetazo.

Cállate... —Siseó.— Cállate de una vez. ¿Entiendes lo que haces? Eres tan cruel como yo... —La miró, frustrada al saber que sus ojos verdes estaban mostrando una honesta consternación. La rabia se elevó cuando pudo empujar con fuerza a la heredera Montblanc, justo hacia la húmeda hierba. Se llevó una mano al cuello, donde de una profunda herida brotaba la sangre que tanto le hacía falta. Chilló de frustración, dio dos fuertes patadas al suelo, tan brutales, que hizo una grieta en el pavimento. ¡No iba a llorar! Se lo juró con ardiente decisión. Arreglaría su error y volvería al lado del único hombre que la recordaría de no hacerlo.— He vivido mucho tiempo sola, sabiendo que a nadie le importaría si yo desapareciera. —Confesó mientras se dirigía a la cazadora, atrapándola con velocidad contra el suelo, sentándose justo encima de sus caderas. Los vestidos se entremezclaban y sus colores se confundía en la penumbra.— En otro tiempo, jamás habría podido defenderme de ti. Tal vez ni siquiera lo hubiese intentado. Pero ahora hay alguien que me importa mucho, y quiero pasar más tiempo con él. Haré lo que sea con tal de regresar a su lado. —Se inclinó hacia adelante y la sujetó de las muñecas, apresándola contra la tierra, tan cerca que casi podía rozar su aliento. Su mirada era digna pero suplicante. Sus labios temblaron antes de pronunciar lo último.— Me iré de aquí inmediatamente sin matar a nadie, con una condición. —Bajó los ojos a su cuello.— Déjame beber tu sangre...
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Mensaje por Lucielle Montblanc Dom Mayo 04, 2014 7:56 pm

Y pensar que solo unas cuantas horas atrás había mantenido una fuerte discusión con su madre debido a sus discrepancias. Ella solo deseaba permanecer un corto periodo de tiempo dentro de aquella velada antes de regresar a las dimensiones de su mansión y sin embargo, la mayor no parecía estar de acuerdo con eso. Ahora bien, su progenitora ya no poseía motivo alguno para quejarse ya que gracias a los extraños azares del destino, Lucielle había terminado por ceder ante sus caprichos. Por otro lado, involucrarse en un letal encuentro con una sanguinaria vampiresa a tan solo unos pocos minutos de su llegada, no era precisamente su plan ideal para atesorar el resto de la noche.

El evento de caridad perduraría hasta tempranas horas por debajo del amanecer, por ello, debía ocuparse de regresar lo antes posible al palacio si quería llevar a cabo el verdadero motivo que la había obligado a asistir. Su próximo compañero de asalto la estaba esperando, y ya que ambos habían quedado en reunirse al pasar las diez, sería bastante grosero e indecoroso de su parte dejarlo plantado a las orillas del lago escondido entre el jardín. Sin embargo, Loan nunca había logrado simpatizar con aquel temperamental sujeto de tosca personalidad, aunque apreciándose a sí misma en un espejo, ella no era quien para criticar los humores de otros. La verdadera complicación no se hallaba en faltar a dicho encuentro, sino más bien, en ser sorprendida en tal situación. De tener la infortuna de toparse con aquel cazador, la vida de ambas jóvenes se vería comprometida por igual. Primero, una acechadora incapaz de asesinar a su presa en el acto no es considerada más que como un estorbo por tan estricta sociedad, por lo tanto estaba de más decir que, a no ser de utilidad, cualquier otro cazador podría disponer de su vida en caso de verse en necesidad de ello. En segunda estancia, ahí se ubicaba la mordaz vampiresa que, valiendo menos que nada, sería asesinada sin consideración alguna por el simple hecho de haber arremetido contra la vida de uno de sus peones. En otras palabras, ninguna de las dos saldría victoriosa de continuar con aquella partida infructuosa.

Estaba ansiosa, ansiosa al escuchar nuevamente los reclamos de su compañera, de oír el llanto de aquella caprichosa niña que rogaba ser respetada y suplicaba en silencio el acabar con las tortuosas palabras que amenazaban con romper su ya fragmentada alma. Tenía razón, la crueldad con la que empezaba a tratarla era sin duda desmedida, incalculable y por supuesto, descontrolada. Y es que, ¿Desde cuándo su perfecto autocontrol se había hecho a un lado para abrirle paso a su sagaz lengua?, ¿Tanto disfrutaba regocijarse bajo los suplicios de la oji jade como para seguir arremetiendo contra su orgullo, tocando y sumergiendo sus delgados dedos en las pulsantes heridas de su contrincante? Era una sádica y lo más extraño de todo es que no le resultaba para nada molesto admitirlo. Quizás a fin de cuentas aquellos eran sus verdaderos colores, colores que finalmente habían salido a la luz, o por el contrario, a la oscuridad de esa noche, — Sin embargo… matarte no me causaría ninguna satisfacción —, mencionó en un susurro poco audible, comentando más hacía sí misma y deteniendo completamente el movimiento del cuchillo sobre su cuello.

Lo que ocurrió a continuación fue un acto que dejó totalmente anonadada a la joven heredera. Yuna, logrando zafarse de su agarre, hizo uso de su fuerza para someter y empujar a su captora contra el verdusco pasto, seguidamente la tomó por las muñecas y acorraló por completo contra el suelo y contra su propio cuerpo. Lucielle estaba consternada. Entre su asombro y escepticismo no tuvo tiempo de cambiar su gesto por uno menos evidente. Sus orbes azules sostenían la mirada de su opresora. Atenta a cualquier movimiento pero indiferente a sus palabras, la rubia no pudo reaccionar en el acto y es que, tras percibir aquel dolor y agonía que emanaba de sus carmines labios, Loan quedó cautiva ante ella. ¿Qué tan indefensa podría lucir tan feroz bestia? No fue sino hasta unos segundos luego de percibir sus últimas palabras, cuando una vez más , logró volver en sí. Una riesgosa propuesta había sido servida ante ella en bandeja de plata. Riesgosa porque, de cooperar con semejante criatura no solo comprometería el significado de su profesión, sino también, el orgullo de su familia. Aun podía oponerse, aun conservaba las fuerzas suficientes como para ir tras un segundo asalto y enfrentarse en una lucha a muerte con aquella mujer pero… Lamentablemente, no lo haría. Aquellos ojos jades que minutos antes habían amenazado con vislumbrar como su vida abandonaba su cuerpo, comenzaban a parecerle aun más hermosos de lo que creía, dificultándole plenamente el negarse a cualquier petición que proviniera de su petulante dueña.

Un suspiró en señal de resignación fue lo primero que llegó a expresar antes de esbozar una maliciosa sonrisa a su captora. Eran pocos los centímetros que separaban ambos rostros, sin mencionar que sus finos cuerpos ya entrelazados empezaban a confundirse entre los mantos de sus sedosos vestidos. Cualquier curioso que presenciara aquella escena se levaría la impresión equivocada de ambas damiselas, comprometiendo seriamente el honor de las jóvenes. Lucielle por su parte, solo rezaba para que ese curioso, no fuese alguien de su mismo oficio. Tomando un poco de aire antes de responder a sus palabras, la chica de cabellos claros hizo a un lado su rostro, presentando y dejando a su merced, su fino cuello ante la sedienta vampiresa, — No creía que llegaría el día en el que accediera alimentar a una sanguijuela… —, masculló entre dientes, para posteriormente entrecerrar un poco sus ojos y fijarlos en dirección al palacio, — Solo asegúrate de acabar antes de que la última campanada que anuncia las diez resuene en los alrededores. Sino… —, la observó por el rabillo del ojo con un deje de amenaza en sus orbes, y sin completar la oración, prefirio permanecer callada para finalmente entregarse a ella.
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Mensaje por Yuna Rutledge* Jue Jun 05, 2014 6:49 pm

La rabia se desvanecía lentamente, dejando atrás sólo duda y miedo. Nunca nadie la había llevado hasta aquellos límites, ni siquiera Deiran. Lucielle tenía un talento particular para irritarla y, en cierto modo, iluminarla. Tenerla dominada durante algunos minutos le confería a la vampiresa un poco de paz; era justo poder someterla un momento, huyendo de sus palabras y de la realidad que se alzaba sobre ella. No podía pensar en otra cosa que no fuera la sangre, su sabor, el placer que se sentía degustarla con el paladar. Sus ojos estaban tan dilatados que parecían negros como el azabache, y su cabello largo creaba una cortina de bucles alrededor de la cazadora. Podía oler su perfume, las sales de baño que sus criadas debieron usar en su cuerpo, y, por debajo de todo eso... la dulce y exquisita sangre.

Y ella aceptó. Fue arrollador el alivio que la joven neófita llegó a sentir, como lo era para un humano recibir un poco de luz luego de la noche más larga. Respiró con dificultad, acercando sus labios al cuello de la otra muchacha. En cuanto sus labios tocaron la piel, descubrieron la suavidad y un temblor imperceptible. Quizás debió morderla con rapidez y sin tanto tiento, pero el ritual de beber sangre (especialmente si ésta era dada por voluntad propia) era algo sagrado para ciertos vampiros como ella. Probó el sabor de su cuello, lo lamió antes de encontrar el pulso más llamativo para hincar los colmillos, y justo antes de hacerlo, le susurró:

No te muevas.

La mordida fue limpia y certera. Encontró una fuente de vida tan deliciosa que no pudo evitar gemir con admiración. Jamás había bebido de aquella manera; fue delicada y constante, apretando las muñecas ajenas con los pulgares como instinto primario. Duró, en efecto, diez campanadas. En la novena ya había perdido toda noción de la realidad, y no fue sino por una voz en su cabeza que pudo recordar el trato con la cazadora. "Detente", decía la voz, pero ella sólo podía responder: "¿Por qué? Esto está delicioso". "No debes romper tus promesas", insistía la voz, que no era ni femenina ni masculina. Y con un gruñido de frustración, se echó para atrás. Sus finos y blanquecinos dedos delineaban sus ahora enrojecidos labios, que temblaban como los de una virgen al haber experimentado su primer beso. En su rostro había confusión, preocupación y desasosiego, pero la fatiga se había desvanecido.

No morirá nadie esta noche... —Murmuró, evitando mirar a la cazadora fijamente.— No por mí, al menos. —Hizo una mueca y una pausa que duró varios minutos interminables. No sabía como asumir lo que había pasado, ni mucho menos lo que había sentido. Se arregló algunos mechones castaños y alisó lo poco que quedaba limpio de su vestido. Tendría que quemarlo o las criadas de Deiran se echarían a llorar de nuevo. Entonces le echó un vistazo a la otra joven, y se sonrojó al darse cuenta que se había comportado como una bruta insensible. Una mordida de vampiro debía doler mucho, y puesto que ninguna de sus victimas había podido confirmarselo, supuso que debió ser más considerada. Después de todo, la cazadora le había dado un acto de buena fe.— Yo... g-gracias... —Desvió la mirada con rapidez. Aunque agradecía la conclusión con la cazadora, su orgullo le impedía ser del todo amable.— Gracias por aceptar. —Se crispó de inmediato, como si hubiese dicho algo malo.— ¡Es decir! Sé que no había mucha más opción, pero supongo que siempre pudiste haberte negado. Sé que otros lo harían. Lo que intento decir es.... eh.... gracias. —Se encogió, hasta que al cabo de un momento no pudo soportar más esa bochornosa situación.

Se hubiese retirado sin decir nada más hasta que notó la sangre que seguía fluyendo por el cuello de la cazadora. En su mente despiadada apareció la idea de dejarla así, para que contrajera alguna enfermedad o decayera por sí misma, pero al instante comprendió que no podía hacerlo. Se acercó nuevamente sin permitirse vacilar, sujetando a Lucielle por los hombros e inclinandose para lamer, otra vez, su cuello. Ahora su lengua pretendía sellar los orificios y permitir que la sangre coagulara. La miró, ceñuda.

Espero que no nos volvamos a ver. —Le reprochó, pero no estaba muy segura por qué, cuando se retiraba sin mirar atrás, sentía que estaba mintiendo.
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