Enjaulados por nuestros vicios [Astoria/libre]

por **Dieter** Sáb Nov 16, 2013 11:09 am

Era la primera fiesta a la que asistía en ese país. Había visitado ya a la mansión pequeña de su hermano en el campo, pero no lo había visto a él, no había visto a Nathaniel, suspiraba los vientos por él, pero a pesar de que Nathaniel no la quería ver ni en pintura, que solo tenía ojos para su amada Anja, a pesar de haberla dado una poción donde le había borrado la memoria para así interponerse ella entre ambos, le había salido el plan demasiado tarde o simplemente se le había torcido. Supo que Nathaniel estaba en París y ya nada pudo hacer ya que seguramente la habría encontrado. Aquello le daba igual, ya…¿Era solamente una espera más en su soledad? Solamente cuando la abeja reina es destronada es hora de vengarse, su estrategia era esa y le había funcionado siempre sin ninguna interrupción.

Ahora estaba en la suite del hotel en donde se hospedaba. Su hermano la había echado ya que también se enteró de lo que paso con Anja, al parecer todos estaban de parte de la muchacha amnésica, eso lo odiaba, no le gustaba que sus planes hubieran salido tan mal. Estaba dándole brillo a una daga de oriente que había conseguido de contrabando en la frontera oriental mientras una de sus doncellas le peinaba para el evento que tenía dentro de unas horas. Tras cinco minutos después, cambio a organizar las pócimas que un amigo suyo y brujo le había preparado antes de su partida hacia Paris, le había preparado dos baúles enteros con pociones, pócimas que envenenan la sangre, serpientes para sacarle el veneno y ella poder hacer sus propias muestras, a lo que también se añadía un libro de un grosor predeterminado de unos 30cm con hechizo sencillos y otros no muy sencillos. No era bruja, es más, le gustaba el ocultismo y podría decirse que ella buscaba el poder ser bruja alguna vez aun sabiendo que nunca lo iba a ser.

-Señorita Buchanan…El té está listo… - Murmuro una de las doncellas que andaban preparando un té.
-Bien…-Astoria entonces sin mirarla, saco un frasco que se suponía que contenía un líquido carmesí, en el que estaba calificado como ambrosia. Lo vertió lentamente, tan solamente unas gotas cayeron sobre el té de manzana y pomelo – Bébetelo… - Ordeno mirando a la doncella que le sirvió el té. Astoria estaba mirando a la muchacha, esperaba hasta que finalmente vio a la doncella ingerirlo, pero no pasó nada…hasta que dos minutos después cayó como un peso plomo en el suelo, rompiendo la taza y manchando la alfombra de té de manzana y pomelo.

-Recogedlo…-murmura antes de levantarse de la silla en donde estaba, yendo a ponerse el vestido de encaje negro que había encargado a una tienda que le había recomendado el manager del hotel. Le sentaba como un guante y esperando se quedó hasta que le abrocharon el corsé finalmente, se puso los zapatos de tacón y una estola de visón de piel de pantera. Estaba arrebatadora, sencillamente todo el mundo la vería como el nuevo juguete a adquirir. Una poción que solía usar continuamente, era con la que atraía a sus víctimas. Se roció un poco del perfume caro que acostumbraba a llevar y después tres gotas bastaron de esa opción para que los hombres comenzaran a posar sus miradas en ella. Por lo menos, con los caballeros escoceses, irlandeses y de cualquier rincón del país británico, le había funcionado.

por **Loviise L. Karvel** Miér Dic 18, 2013 6:57 pm

El color anaranjado del atardecer se deshacía en un azul oscuro, profundo. Los árboles desnudos enmarcaban el paisaje sobre los tejados nevados y las constelaciones reaparecían como perlas en el cielo. Los alguaciles iban encendiendo una a una las velas de las farolas, con cierta dificultad debido al viento. Caía la noche y para los inmortales comenzaba el día.

A Loviise le gustaba observar todo aquel ritual desde la ventana de su alcoba. Acariciaba el frío cristal dibujando formas abstractas, inconscientes. Suspiró y el vaho le proporcionó un nuevo lienzo. Sobre la mesilla de noche aún reposaba la carta de invitación. Apenas la había leído de pasada nada más recibirla. "Al caer el sol... Palacio Royale". Una fiesta, algún tipo de aniversario o algo así, esas convenciones a las que la aristocracia adoraba asistir para recordarse unos a otros de dónde procedían, que su mayor mérito en la vida había sido nacer en una habitación dorada y no un establo lleno de vacas. Sólo de pensar en sus aires de grandeza, sus miradas altivas, las ganas de asistir se desvanecían por momentos. No estaba precisamente de buen humor. Y es que desde que su fábrica amaneció en llamas, apenas había tenido ocasión de ir de caza, pues pasaba las noches corriendo de un lado para otro, tratando de averiguar quién había sido el responsable de semejante destrozo, sin éxito. Todavía, se dijo. Sin embargo, era consciente de que a pesar de sus deseos más íntimos, debía actuar con profesionalidad y acudir al encuentro. Le convenía estrechar relaciones con ciertos individuos poderosos para que invirtieran en su empresa, de eso dependía el futuro de la misma. Quién sabe, quizás en un descuido encontraba un buen bocado que echarse a la boca. Por algo dirán que la sangre noble es la más rica.

El carruaje llegó a la puerta de la casa dejando tras de sí dos surcos de tierra oscura. Tan pronto como los dos majestuosos caballos blancos que tiraban de ella enterraron sus herraduras en la nieve, la sirvienta principal, ama de llaves y encargada del resto de criados, llamó a su puerta. Loviise torció el gesto y sin girarse, ordenó —Pasa. La muchacha hizo la reverencia de cortesía. — Su carruaje acaba de llegar. ¿Necesita algo más? La vampiresa negó con la cabeza. Entrecerró los ojos por un instante, pensativa, y de pronto se giró a la criada.
— Tú te vienes conmigo.
— ¿Cómo? Pero...
— Es una orden —cortó ella.— Así que coge tus mejores galas, vístete tan rápido como puedas, y vámonos. Tu subordinado se quedará al cargo de todo.

La joven, sin rechistar, se inclinó de nuevo ante su ama y salió corriendo a su habitación. Loviise aprovechó para coger un frasco de cristal vacío. Allí vertería parte de la sangre de su próxima presa: el traidor. Era una cuestión de brujería que llevaba cierto tiempo intrigándola. De esa noche no pasaría.

Bajó las escaleras con calma, dando espacio a la sirvienta para que se preparara. Tan pronto como cruzó el umbral del portón, apareció tras ella. La haría pasar por su prima, recién llegada de la lejana Estonia. Si su enemigo potencial estaba allí, eso, sin duda, acapararía su atención. Tenía que jugar muy bien sus cartas.

Llegaron al gran portal del palacio, cubierto por la más exquisita pedrería en un alarde de poder. Su supuesta prima le tendió una mano a la vampiresa para ayudarla a bajar las escaleras. — A partir de ahora te harás llamar Eeva, ¿entendido? —le susurró. Ambas, cogidas del brazo, se apresuraron a entrar. Un mayordomo las guió hasta el gran salón donde los invitados bailaban y charlaban entretenidos. Los más cercanos a la puerta se giraron al verla pasar. Muchos de ellos la reconocieron y se acercaron a mecerla en halagos, como siempre. Ella se enfundó su sonrisa carismática, seductora e infalible. Perfecta como una muñeca de porcelana, se mostraba encantadora frente a todos con una naturalidad que derretía hasta el más frío de los humanos. Pues ellos no eran más que eso, simples humanos, temporales, fugaces, ingenuos. Su vida sólo encontraba su sentido y propósito en la muerte y resultaba enternecedor cómo trataban de negarla, a veces incluso de enfrentarse a ella. La vampiresa escudriñó cada rincón del salón con avidez. Realmente esperaba que algo interesante ocurriera aquella noche.

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