Bajo nuestros pies. // LIBRE //

Catacumbas - Bajo las calles de París. 19:30.

La oscuridad me rodeaba, una impenetrable penumbra era la dueña del lugar. Puse mi mano delante de mi cara, buscando cerciorarme pero no pude ver nada. Un aire húmedo, mohoso, se me pegaba a los ropajes envolviéndome en un manto helado. Arrastrando las manos por la pared más cercana avancé lentamente por el túnel pero a penas conseguí avanzar unos metros antes de pararme, intranquila. No era por la oscuridad, me sentía cómoda entre tinieblas, la noche siempre había sido mi mejor compañera pero una extraña sensación me recorría la espalda y me urgía a salir de allí rápido.

- Vamos Cerise.- murmuré para mí misma, tratando de calmarme - Tienes que acabar el entrenamiento, sólo son unos metros más.

Tenía que centrarme en mi propósito, recordar porqué estaba allí. Hablando con la gente adecuada, inadecuada para la gran mayoría, había descubierto que París poseía un enorme laberinto subterráneo, recientemente usado como cementerio.  Los sombríos túneles se extendían cientos de kilómetros bajo la ciudad de la luz. Por supuesto, al enterarme, mi mente se había disparado pensando en las posibilidades que se abrían ante mi: podría entrar y salir sin ser vista de los lugares más exclusivos de París, podría esconder botines demasiado grandes temporalmente e incluso huir con facilidad de cualquier robo. Ahora mismo, me encontraba bajo una de las calles más frecuentadas de París, un lugar excelente para robos rápidos a personas de alta cuna. Si conseguía aprenderme esa zona de memoria, sin necesidad de luz, podría huir si algo se ponía feo en el trabajo y mis posibles perseguidores se perderían en la oscuridad.

Traté de recomponerme y olvidarme de aquella inquietante sensación. Seguí avanzando y la oscuridad era tal que no sabía decir si tenía los ojos abiertos o cerrados, las frías corrientes de aire me golpeaban la espalda, parecían silbar en mis oídos, riéndose de mí. Apretaba con los dedos con fuerza contra la pared, el tacto rugoso e irregular de la piedra me daba una sensación de realidad que el etéreo ambiente de la penumbra trataba de arrebatarme. El muro desapareció de mis manos, según mi memoria del rudimentario mapa consultado era el momento de girar a la derecha. Suspiré antes de girar y un fuerte olor a putrefacción inundó mis fosas nasales. No aguantaba más, aquello era suficiente para ser la primera vez. Con una torpeza inusual en mis finos dedos rebusqué entre mis ropas hasta encontrar una pequeña antorcha y una caja de cerillas. Rápidamente, prendí la cerilla y con ella la antorcha. Un estallido de luz cubrió el pasadizo con su tono anaranjado y miré a mi alrededor, ansiosa. Cientos de ojos huecos, me devolvían la mirada desde sus calaveras pero lo que me preocupaba no eran las calaveras, era aquel otro par de ojos que me devolvía la mirada.

Debía admitir que el lugar no era precisamente el más acogedor, tampoco el más agradable, ni mucho menos el más adecuado para una mujer sola (o para cualquier persona en general, ya fuese o no en compañía de nadie). Pero nadie podría llevarme la contraria al afirmar que era un lugar solitario y tranquilo. Justo lo que necesitaba con tanta premura.

Había salido a primera hora de la tarde del campamento, rumbo al centro de la ciudad para hacer unas compras para mi familia. Sabiendo que llamaría la atención de la gente por mis ropajes tan étnicos, había intentado disimular levemente mi procedencia gitana, dejando a un lado la bisuteria y los pañuelos y optando por una blusa blanca y una falda larga con un estampado poco llamativo.
Hace unos años, habría sido impensable la posibilidad de adentrarme en pleno centro de París en hora punta sin que mis emociones se descontrolasen por completo. Sin embargo, mi autocontrol había mejorado considerablemente. Aún así, era consciente de que esa dominación era sólo un espejismo, y que si me topaba con una emoción lo suficientemente intensa, todo se rompería en mil pedazos, cual espejo precipitándose sobre el suelo.

Casi había terminado todos mis recados cuando, en menos de un abrir y cerrar de ojos, una pelea entre varios mercaderes comenzó a pocos metro de donde me encontraba. Ahí tienes tu espejo roto, Rachel.
En cuanto la primera oleada de esos sentimientos tan fuertes de violencia y furia fue capaz de romper mi coraza, empecé a sentir las emociones de todas aquellas personas que se encontraban a mi alrededor. Temor, excitación, nerviosismo. Todo a la vez y sin control ninguno. Al sentirme tan saturada, empecé a proyectar todos esos sentimientos en los demás de manera involuntaria, avivando la hoguera que amenazaba con arrasarlo todo. Eché a correr, sin mirar siquiera hacia donde, ya que mi visión estaba borrosa y mis sentidos anulados después de la sobrecarga que estaba sufriendo. No sabía si había subido o bajado escaleras, si había atravesado algún callejón o si quizá me había adentrado ya en el bosque.

Cuando recuperé el control de mis sentidos, me di cuenta de que debía de haberme metido en alguna alcantarilla o algo así, ya que el olor era de lo más desagradable. Sin embargo, estando aquí de pie y en la más completa oscuridad, por fin encontré la calma que estaba buscando, siendo capaz de volver a poner mis emociones bajo control. Esperaba que el tiempo suficiente como para poder salir de aquí, volver a la ciudad, terminar mis encargos y volver al campamento.

- Puedes hacerlo... puedes hacerlo... - murmuré un par de veces, dándome ánimos a mí misma. A ciegas, metí la mano en el zurrón de piel que colgaba de mi hombro, sabiendo donde buscar exactamente lo que quería. Tras extraer un par de plantas pulverizadas, me agaché al suelo, tanteándolo en busca de alguna piedra o roca que pudiera servirme para producir alguna chispa. Debía ser mi día de suerte, ya que en menos de diez minutos, una pequeña llama se formó sobre la palma de mi mano. Sabía que no tenía demasiado tiempo, ya que el hechizo no tardaría en consumirse. Un pequeño gemido escapó de mis labios al observar por primera vez lo que había a mi alrededor - Sigue andando, Rachel. Por lo que más quieras sigue andando - murmuré de nuevo.

Sin embargo, a los pocos minutos, escuché el eco de unos pasos. Se me heló la sangre por completo al darme cuenta de que no estaba sola aquí abajo. Tomé un de respiraciones y traté de mantener la mente fría. Con un movimiento rápido de manos, hice desaparecer la llama que había alumbrado mi camino todo este tiempo, haciendo de la oscuridad mi principal aliada para esconderme de quién fuera que estuviese ahí fuera.
Abrí los ojos de manera exagerada en la oscuridad, cual gato en la noche, tratando de distinguir cualquier movimiento. Sabía que los pasos estaban muy cerca, extremadamente cerca. Casi podía sentir el corazón latiéndome en la garganta. Permanecí en silencio, sin siquiera parpadear. Hasta que finalmente, la luz volvió al pasadizo, dejando que mi mirada se cruzase por primera vez con la de la muchacha que tenía delante.

- Booh... - susurré, finalmente.

Instintivamente, retrocedí un par de pasos.  La antorcha titiló con lo brusco de mis movimientos pero la sujeté firmemente entre mis manos y fijé la mirada en mi recién descubierta acompañante, tratando de recuperar la calma. Era una mujer rubia, alrededor de la treintena, comprobé aliviada que su aura no era la de un ser peligroso, más propio de esos túneles, como un vampiro, de hecho lo único que delataba era un estado de nerviosismo similar al mio. Nadie que estuviera en esos túneles podría ser del todo decente pero no es que yo pudiera presumir de decencia. A mi me daba igual si era una del gremio,l e gustaba charlar con calaveras o se dedicaba a hacer rituales satánicos (lo más probable dado el olor a hierbajo chamuscado recién descubierto en el aire) lo mejor sería seguir cada una por su lado, después de todo, la salida debía estar a unos 150 metros en línea recta.

- Tranquila, no busco problemas.- proclamé. Sin embargo, remarqué la palabra "busco" en un tono algo amenazante, advirtiendo de que si los problemas me encontraban no iba a ser precisamente inofensiva.- Yo sigo mi camino. tú el tuyo y nosotras no nos hemos visto ¿de acuerdo?

Las calaveras nos observaban, risueñas como su eterna mueca fuera una sorna dedicada a nosotras. Decidí proseguir mi camino y  salir de ese espeluznante lugar, cuanto más tiempo pasaba en él más me parecía que una sombra había cruzado por detrás de la mujer o que una calavera había abierto aún más su descarnada boca. De hecho, ahora que mi atención se dividía entre la mujer y mi entorno... esa calavera antes tenía la boca cerrada ¿no? Las sombras cambiaban moldeadas por las llamas pero la sensación de desasosiego que me había acompañado hasta ahora no parecía ser causada por la mujer ¿estaba viendo una figura por el rabillo del ojo?

- ¡Eh, rubia! ¿Venías con compañía?

Nos observamos la una a la otra durante unos instantes, tratando de detectar cualquier pequeña señal que pudiera indicar amenaza. Sin embargo, su aura no parecía malvada ni las emociones que emanaba me parecían un peligro. Aún así, no bajé la guardia, ya que no sabía si esta misteriosa mujer estaba acompañada o si disponía de alguna habilidad para enmascarar sus intenciones.

Suspiré con alivio cuando ella misma se encargó de hacerme saber que no buscaba problemas. Desde luego, yo tampoco los buscaría. No había alcanzado a moverme ni a hacer amago de marcharme cuando ella volvió a hablar de nuevo.

- Estaba disfrutando del silencio, así que mi única compañía era esa - no tenía muy claro cuan raro podría haber sonado eso, ya que definitivamente, este lugar no era el más adecuado para dar un paseo, mucho menos para pasar un rato de tranquilidad - Aunque quizá ahora podrías serlo tú... Hasta que salgamos de este sitio, al menos - añadí, tanteando el terreno. A medida que pasaban los minutos, empezaba a psicotizarme más y más, hasta el punto de empezar a escuchar ruidos extraños, por lo que permanecer al lado de una perfecta desconocida me parecía bastante más apetecible que volverme a quedar aquí sola.

Por otro lado, no estaba segura de tener suficiente material como para poder elaborar un nuevo hechizo que me propocionara luz de manera duradera, por lo que la opción de formar equipo se volvía aún más tentadora.