Rios de sangre a nuestros pies [Privado]

por **Jacques Roman** Sáb Feb 28, 2015 6:26 pm

"Si quieres paz, prepárate para la guerra."
-Anónimo.

La niebla espesa bañaba el bosque en una misteriosa luz. La misma luz de la luna que bañaba a los jinetes que en silencio recorrían el bosque. Los oscuros caballos contagiados por los rostros serios de sus jinetes, lucían alarmados, atentos a cualquier ruido, a cualquier grito que surcara la noche en un auxilio que de no ser por ellos, no sería escuchado. El caballo de Jacques, Bryan se movía con elegancia y seguridad pasando entre los árboles, mientras se oían a los lados como los demás avanzaban en un sepulcral silencio. Apenas se oían las pisadas de los corceles al pisar las hojas, sin embargo Jacques les sentía a todos, a cada guerrero que había acudido aquella noche junto a él. Tras la aparición de la informante, habían descubierto uno de los cuarteles secretos de la inquisición. Y allí se dirigían, al corazón del enemigo. No había plan, estrategia, ni plano sobre el que organizar el ataque. Solo el poder y la fuerza del odio, de la firme venganza contra aquellos que no contentos con solo renegar sus dones, los usaban para asesinar a los suyos sin más compasión de quien ve morir a un cordero y ríe al verlo boquear. Rastreros, basura, condenados y traidores. Esas eran las palabras que acudían a la mente del vampiro cuando pensaba en ellos. Viles máquinas de matar que se hincaban ante los dioses que permitían tal barbarie y de los que estaba más que hastiado. Ningún Dios podía querer toda aquella matanza de inocentes.

El ambiente húmedo y la noche silenciosa los envolvía como un haz de luz hasta donde debían de ir. Los músculos del vampiro se encontraban tensos, a pesar de que lucía despreocupado y por completo seguro, por dentro la sed de sangre y de venganza cobraba mayor fuerza a medida de que más cerca se encontraba de los inquisidores. Todo en él rugía por la lucha, y pensaba bañarse en la de sus enemigos como antaño en las edades romanas, lo había permitido. Tras unos minutos su caballo se detuvo con las orejas alerta, alertando a todos los demás. Ya se encontraban ante quienes aquellas noches serían sus presas. Una sonrisa macabra, surgió de sus labios y esperó a que todos los demás se detuvieran junto a él para hablarles.—Es la hora. — Y con aquellas palabras bastó. La sangre pronto ensuciaría las paredes maltrechas de aquella prisión.