AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
La voz del traidor
2 participantes
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La voz del traidor
Mi cara, era un poema de cordialidad, un verdadero …sencillo y simple poema…
De cordialidad.
Y obviamente lo estoy diciendo con ironia. Mi cara era un reflejo de odio perpetuo y continuo, en esta ocasión hacia Ambrose y hacia el tedioso trabajo del que acababa de llegar. Y es que, ¿como mantener una mirada relajada y tranquila después de venir ataviado con semejante y ostentosas ropas de “señorito afrancesado”?
Estire un poco el pañuelo de bordados de mi cuello, intentando relajar los hombros pese a que la armadura me dificultara un tanto moverme. Habia tenido que empolvar mi cara, y colocarme incluso una peluca para la ocasión.
Resople sonoramente, apurando mi caminata por el pasillo.
Dos guardias de Ambrose venían conmigo y se mantenian por detras de mi, ellos eran a su vez escoltas y siervos predispuestos a mi disposición. Y es que, había ganado puestos desde que trabajara con él, debidos a mis trabajos bien hechos, pese a que no me gustaba ser bueno en mi trabajo para ese inmortal. Pero me convenía ir ganándome de a poco su simpatía aunque me pesara.
En esta ocasión, habia tenido que “suplir” a un conde francés, y cuando digo suplir, entiéndase por matar al verdadero conde y hacerme pasar por el para hacerme cargo del trato que tenia dicho conde con un importante noble del norte.
En aquella reunión había logrado hacerme con las escrituras de diversos terrenos, asi como de extorsionar al noble, para poder recibir sus servicios cuando a Ambrose le hiciera falta.Los dos guardias tras de mi seguían mis pasos mientras todos caminábamos por el amplio, lúgubre y elegante pasillo de la "cueva-residencia".
Acomode mis bordadas mangas.
¿Donde andaría mi padre? Lo cierto es que ya hacía bastante que no sabía nada de él y eso siempre me preocupaba.
Seguí a paso rápido, tenía que ir a ver a Ambrose para comentarle que sus planes seguían como debían, pero mientras caminaba, algunas de las puertas llamaron mi atención.
Aminoré mis pasos hasta detenerme.
Dejadme
Indique severo y seco a los hombres que me escoltaban. Quienes tras una leve reverencia de cabeza, se dieron media vuelta y se devolvieron por donde veníamos a un paso casi militar.
Comencé a caminar hacia algunas de las puertas. Algunas las conocía, algunas de ellas conducían a celdas, otras a aposentos, otras a despachos, algunas a bibliotecas, algunas a grandes tesoros, e incluso estaba por ahi la “suit” como la habia bautizado yo, donde hacía poco tiempo Ambrose había mantenido a su juguete predilecto prisionero y bajo la tutela de los brujos. Pero algunas habitaciones aun no estaban disponibles para mí, aun no eran accesibles.
Junto a Fenrir, habíamos determinado que eran precisamente esas puertas las que nos ocultarían parte de los secretos de Ambrose, así como algunos documentos y textos antiguos que se decían habían sido destruidos y que sabíamos que Ambrose tenía bajo su control.
Eso, era un delicioso botín del que tenía que hacerme cargo como fuera.
Me acerque a una de esas puertas con disimulo caminando hacia ella, acentuando todos mis sentidos para ir hacia ella como si realmente no caminara hacia allí, pero a tan solo dos metros de la misma, la puerta se abrió saliendo mi padre. Cerro rápidamente y camino en la misma dirección que yo, ambos en silencio, como si yo le hubiera encontrado de paso, y el, casualmente se hubiera encontrado conmigo y ambos nos hubiéramos puesto a caminar juntos por el pasillo.
Torcí el gesto aun sin mirarle.
"Pensando" del rey de roma…¿Que tienen allí?
...
Tarde o temprano lo sabré y lo sabes. ¿por qué no saberlo directamente de una fuente de fiar.?
Pregunte mentalmente. Mi padre no respondió, así que tendría que ingeniármelas para inmiscuirme cuando el no estuviera cerca. Sin embargo tenía que tener cuidado, pues que Ambrose se fiara de mi padre, eso no significaba que se fiara de mi, pese a que fuera uno de sus mejores perros guardianes. Si no fuera porque poseía bloqueo mental como don, jamás me habría podido situar tan cerca.
Cruce los dedos a mi espalda y me sumí en mis pensamientos por un instante, sin determinar que mi padre había cesado el paso, abriendo una de las puertas del pasillo. Mi brazo fue arrastrado metiendome en aquella estancia, mi padre cerró la puerta. Solo entonces, con un poco mas de luz y concentración, percibí el aroma y las gotas sanguinolentas que aun ensuciaban la ropa y las manos de mi padre.
¿Qué ocurre? Mire a todos lados, descubriendo que estábamos solos. Me acerque para susurrarle a mi padre, acercándome a su rostro. Pero ¿qué demonios estás haciendo?-… oh viejo, no me digas que ahora eres un maldito carnicero para ese…La puerta se volvió a abrir. Mientras que yo retrocedía y miraba a mi padre, curioso por saber quien se adentraba. ¿Que demonios se estaba cociendo allí? Fuera lo que fuera, esperaba que aquellos asuntos no enturbiasen demasiado las “ingenuas” manos de mi padre…
De cordialidad.
Y obviamente lo estoy diciendo con ironia. Mi cara era un reflejo de odio perpetuo y continuo, en esta ocasión hacia Ambrose y hacia el tedioso trabajo del que acababa de llegar. Y es que, ¿como mantener una mirada relajada y tranquila después de venir ataviado con semejante y ostentosas ropas de “señorito afrancesado”?
Estire un poco el pañuelo de bordados de mi cuello, intentando relajar los hombros pese a que la armadura me dificultara un tanto moverme. Habia tenido que empolvar mi cara, y colocarme incluso una peluca para la ocasión.
Resople sonoramente, apurando mi caminata por el pasillo.
Dos guardias de Ambrose venían conmigo y se mantenian por detras de mi, ellos eran a su vez escoltas y siervos predispuestos a mi disposición. Y es que, había ganado puestos desde que trabajara con él, debidos a mis trabajos bien hechos, pese a que no me gustaba ser bueno en mi trabajo para ese inmortal. Pero me convenía ir ganándome de a poco su simpatía aunque me pesara.
En esta ocasión, habia tenido que “suplir” a un conde francés, y cuando digo suplir, entiéndase por matar al verdadero conde y hacerme pasar por el para hacerme cargo del trato que tenia dicho conde con un importante noble del norte.
En aquella reunión había logrado hacerme con las escrituras de diversos terrenos, asi como de extorsionar al noble, para poder recibir sus servicios cuando a Ambrose le hiciera falta.Los dos guardias tras de mi seguían mis pasos mientras todos caminábamos por el amplio, lúgubre y elegante pasillo de la "cueva-residencia".
Acomode mis bordadas mangas.
¿Donde andaría mi padre? Lo cierto es que ya hacía bastante que no sabía nada de él y eso siempre me preocupaba.
Seguí a paso rápido, tenía que ir a ver a Ambrose para comentarle que sus planes seguían como debían, pero mientras caminaba, algunas de las puertas llamaron mi atención.
Aminoré mis pasos hasta detenerme.
Dejadme
Indique severo y seco a los hombres que me escoltaban. Quienes tras una leve reverencia de cabeza, se dieron media vuelta y se devolvieron por donde veníamos a un paso casi militar.
Comencé a caminar hacia algunas de las puertas. Algunas las conocía, algunas de ellas conducían a celdas, otras a aposentos, otras a despachos, algunas a bibliotecas, algunas a grandes tesoros, e incluso estaba por ahi la “suit” como la habia bautizado yo, donde hacía poco tiempo Ambrose había mantenido a su juguete predilecto prisionero y bajo la tutela de los brujos. Pero algunas habitaciones aun no estaban disponibles para mí, aun no eran accesibles.
Junto a Fenrir, habíamos determinado que eran precisamente esas puertas las que nos ocultarían parte de los secretos de Ambrose, así como algunos documentos y textos antiguos que se decían habían sido destruidos y que sabíamos que Ambrose tenía bajo su control.
Eso, era un delicioso botín del que tenía que hacerme cargo como fuera.
Me acerque a una de esas puertas con disimulo caminando hacia ella, acentuando todos mis sentidos para ir hacia ella como si realmente no caminara hacia allí, pero a tan solo dos metros de la misma, la puerta se abrió saliendo mi padre. Cerro rápidamente y camino en la misma dirección que yo, ambos en silencio, como si yo le hubiera encontrado de paso, y el, casualmente se hubiera encontrado conmigo y ambos nos hubiéramos puesto a caminar juntos por el pasillo.
Torcí el gesto aun sin mirarle.
"Pensando" del rey de roma…¿Que tienen allí?
...
Tarde o temprano lo sabré y lo sabes. ¿por qué no saberlo directamente de una fuente de fiar.?
Pregunte mentalmente. Mi padre no respondió, así que tendría que ingeniármelas para inmiscuirme cuando el no estuviera cerca. Sin embargo tenía que tener cuidado, pues que Ambrose se fiara de mi padre, eso no significaba que se fiara de mi, pese a que fuera uno de sus mejores perros guardianes. Si no fuera porque poseía bloqueo mental como don, jamás me habría podido situar tan cerca.
Cruce los dedos a mi espalda y me sumí en mis pensamientos por un instante, sin determinar que mi padre había cesado el paso, abriendo una de las puertas del pasillo. Mi brazo fue arrastrado metiendome en aquella estancia, mi padre cerró la puerta. Solo entonces, con un poco mas de luz y concentración, percibí el aroma y las gotas sanguinolentas que aun ensuciaban la ropa y las manos de mi padre.
¿Qué ocurre? Mire a todos lados, descubriendo que estábamos solos. Me acerque para susurrarle a mi padre, acercándome a su rostro. Pero ¿qué demonios estás haciendo?-… oh viejo, no me digas que ahora eres un maldito carnicero para ese…La puerta se volvió a abrir. Mientras que yo retrocedía y miraba a mi padre, curioso por saber quien se adentraba. ¿Que demonios se estaba cociendo allí? Fuera lo que fuera, esperaba que aquellos asuntos no enturbiasen demasiado las “ingenuas” manos de mi padre…
Última edición por William Von Kraft el Dom Dic 29, 2013 3:59 pm, editado 1 vez
William Von Kraft- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 23/06/2013
Re: La voz del traidor
La curiosidad, dicen, mató al gato.
Y ahí estaba yo, muriéndome de a poco.
No había luz que alumbrara el mugriento rincón dónde aquellos a los que había buscado me habían encerrado tras ser encontrada. Me sentí como un gato prisionero de su propia presa, una escurridiza y malévola rata que cada noche me visitaba para carcomer mis escasas vestiduras, revolcándose en mi miseria, recordándome lo perdida que me encontraba entre sus garras, alimentándose de aquella esperanza que día a día se consumía como una vela sin su oxígeno.
Me moría.
Recogí del pedregoso suelo un trozo de roca rasgada, buscando a tientas su punta para luego dirigirla hacia el muro que delimitaba aquella estancia de no más de cuatro pies. Allí clavé la punzada y la deslicé con cierta fuerza por la piedra, rasgándola, dibujando formas lineales y muy toscas. La mano me tembló, otra vez. La piedra cayó y se hizo añicos, quizás por la fuerza con la que la había usado. Me había quedado sin estilete.
De pronto, sentí el interior de mis muslos húmedos, muy húmedos. Solía sudar a menudo, pues las temperaturas que alcanzaba aquella celda podían sobrepasar los cuarenta grados, muy probablemente. Pero aquello era distinto, pues pronto empecé a sentirme mareada y más débil de lo habitual. De pronto, una gran punzada en mi bajo vientre me hizo soltar un gran alarido de dolor e instintivamente, me llevé la mano hacia aquella zona de forma muy protectora, como si quisiera mantener a salvo a aquél que anidaba en mis entrañas.
- No, pequeño, aun no. Aguanta un poquito más. Sólo un poquito más. Pronto saldremos de aquí. Te lo prometo. Mamá te lo promete.- Balbuceaba con ciertas dificultades respiratorias, pues pese a querer mantener un ritmo de inspiraciones profundas acompasado, me costaba horrores poder concentrarme y desviar mi mente del intenso dolor.
Otra punzada de dolor volvió a hacerme gritar, encorbándome hacia adelante y comprobando que realmente, me sentía muy húmeda. ¿Y si…? ¿Era posible? ¿Me hallaría de parto?
- ¡Klaus! ¡KLAUS!- grité exasperada, aporreando el muro con mi puño derecho como si esperara que me escuchara mi carcelero pese al grueso muro pétreo que me separaba del resto de sus estancias.
Pero olvidaba su condición, por supuesto. ¿Cómo no iba a escucharme? Lo podía hacer incluso a un kilómetro de distancia.
La pesada puerta de hierro se abrió despacio, apreciando una figura negra y alargada que se acomodaba en el umbral de la puerta, cruzándose de brazos a la altura del pecho y mirándome probablemente, aunque no sabía qué veía en mí. Pero entonces, su máscara pareció temblar ante algo que olisqueó, pues tras inspirar un par de veces de forma insistente y profunda, dejó caer sus brazos y se abalanzó sobre mí, tomándome entre sus brazos y sacándome de ahí en volandas.
Las tartamudeantes luces de las velas que alumbraban los pasillos fueron la primera fuente de iluminación que mis ojos veían tras cuatro largos meses de cautiverio en aquella celda. Aquella fue la única y primera vez en la que salía de ahí, aunque no fue como lo imaginé. ¡Tantas veces había esperado el momento de escapar! Pero no caminaba por mi propio pie ni almacenaba esperanza alguna de poder huir de él.
- ¿A dónde me llevas?- logré decir al fin, sintiéndome cada vez más mareada y frágil, empapada de sudor y sangre. Mucha sangre. Ríos de sangre nacían de mi entrepierna y descendían por mis muslos, dejando tras de nosotros un visible camino carmín. Nunca antes había sido madre. Nunca nadie me aleccionó sobre ello. Y sin embargo, en aquél instante supe que algo no iba bien. También Klaus lo supo, pues ni siquiera alzó la vista del punto lejano al que me llevaba.
- Abre.- dijo él, a uno de los guardias que custodiaban una puerta de hierro forjado.
El hombre no titubeó, cerrándola tras nuestro paso. No me fijé en aquella sala, ciertamente. Lo único que quería era saber que mi hijo se encontraba bien, sano y salvo. No podía concebir la idea de que no fuera así. Simplemente, no pude.
- Sobretodo, no grites.- pidió Klaus con severidad, acostándome en lo que parecía una mesa de hierro, al menos, eso pensé debido a la frialdad de su tacto. En cierto modo, agradecí esa sensación, pues casi pude decir que me aliviaba el dolor. Era como si en un mismo instante, me rompieran todos los huesos de mi anatomía. Insoportable.
Klaus me indicó que flexionara las piernas lo más que pudiera y las abriera, costándome lágrimas por ello. Él no dijo nada, solamente me levanto la tela sucia de mi camisón, tan apegada a mi piel por el mismo sudor que desprendía. El hombre se inmiscuyó en mis intimidades, palpando por dentro y por alrededor, chasqueando la lengua después de retroceder un paso. No quise mirarle por temor a ver en sus ojos las respuestas que no quería hallar, así que ladeé la cabeza y fijé mi mirada en un punto imaginario de aquella sala.
- Tu hijo se muere, Elle. La placenta se ha desprendido del útero y es cuestión de minutos que el feto se ahogue.
Callé. Apreté fuertemente mis labios y sentí cómo una lágrima escapaba de mis ojos, deslizándose por mi rostro hasta caer sobre el gélido metal que la recibió, estancándose en él, creándose una pequeña burbuja en la que quise refugiarme en aquél momento.
La puerta se abrió y antes de cerrarse, pude escuchar una segunda voz. Era más jovial, aunque parecida a la de Klaus. Nunca antes la había escuchado. Pronto, sus pasos se alejaron y otra puerta se cerró a unos metros. Quizás había un canal de ventilación que comunicaba la sala dónde yo agonizaba y la estancia dónde ellos se encontraban, puesto que pude escuchar perfectamente aquella conversación.
- ¿Qué ocurre?- preguntó aquella segunda voz varonil, tomándose unos instantes antes de ser Klaus quién le respondiera tajantemente.
- No preguntes. Sígueme. Hoy te toca ejercer de comadrona.
Y ahí estaba yo, muriéndome de a poco.
No había luz que alumbrara el mugriento rincón dónde aquellos a los que había buscado me habían encerrado tras ser encontrada. Me sentí como un gato prisionero de su propia presa, una escurridiza y malévola rata que cada noche me visitaba para carcomer mis escasas vestiduras, revolcándose en mi miseria, recordándome lo perdida que me encontraba entre sus garras, alimentándose de aquella esperanza que día a día se consumía como una vela sin su oxígeno.
Me moría.
Recogí del pedregoso suelo un trozo de roca rasgada, buscando a tientas su punta para luego dirigirla hacia el muro que delimitaba aquella estancia de no más de cuatro pies. Allí clavé la punzada y la deslicé con cierta fuerza por la piedra, rasgándola, dibujando formas lineales y muy toscas. La mano me tembló, otra vez. La piedra cayó y se hizo añicos, quizás por la fuerza con la que la había usado. Me había quedado sin estilete.
De pronto, sentí el interior de mis muslos húmedos, muy húmedos. Solía sudar a menudo, pues las temperaturas que alcanzaba aquella celda podían sobrepasar los cuarenta grados, muy probablemente. Pero aquello era distinto, pues pronto empecé a sentirme mareada y más débil de lo habitual. De pronto, una gran punzada en mi bajo vientre me hizo soltar un gran alarido de dolor e instintivamente, me llevé la mano hacia aquella zona de forma muy protectora, como si quisiera mantener a salvo a aquél que anidaba en mis entrañas.
- No, pequeño, aun no. Aguanta un poquito más. Sólo un poquito más. Pronto saldremos de aquí. Te lo prometo. Mamá te lo promete.- Balbuceaba con ciertas dificultades respiratorias, pues pese a querer mantener un ritmo de inspiraciones profundas acompasado, me costaba horrores poder concentrarme y desviar mi mente del intenso dolor.
Otra punzada de dolor volvió a hacerme gritar, encorbándome hacia adelante y comprobando que realmente, me sentía muy húmeda. ¿Y si…? ¿Era posible? ¿Me hallaría de parto?
- ¡Klaus! ¡KLAUS!- grité exasperada, aporreando el muro con mi puño derecho como si esperara que me escuchara mi carcelero pese al grueso muro pétreo que me separaba del resto de sus estancias.
Pero olvidaba su condición, por supuesto. ¿Cómo no iba a escucharme? Lo podía hacer incluso a un kilómetro de distancia.
La pesada puerta de hierro se abrió despacio, apreciando una figura negra y alargada que se acomodaba en el umbral de la puerta, cruzándose de brazos a la altura del pecho y mirándome probablemente, aunque no sabía qué veía en mí. Pero entonces, su máscara pareció temblar ante algo que olisqueó, pues tras inspirar un par de veces de forma insistente y profunda, dejó caer sus brazos y se abalanzó sobre mí, tomándome entre sus brazos y sacándome de ahí en volandas.
Las tartamudeantes luces de las velas que alumbraban los pasillos fueron la primera fuente de iluminación que mis ojos veían tras cuatro largos meses de cautiverio en aquella celda. Aquella fue la única y primera vez en la que salía de ahí, aunque no fue como lo imaginé. ¡Tantas veces había esperado el momento de escapar! Pero no caminaba por mi propio pie ni almacenaba esperanza alguna de poder huir de él.
- ¿A dónde me llevas?- logré decir al fin, sintiéndome cada vez más mareada y frágil, empapada de sudor y sangre. Mucha sangre. Ríos de sangre nacían de mi entrepierna y descendían por mis muslos, dejando tras de nosotros un visible camino carmín. Nunca antes había sido madre. Nunca nadie me aleccionó sobre ello. Y sin embargo, en aquél instante supe que algo no iba bien. También Klaus lo supo, pues ni siquiera alzó la vista del punto lejano al que me llevaba.
- Abre.- dijo él, a uno de los guardias que custodiaban una puerta de hierro forjado.
El hombre no titubeó, cerrándola tras nuestro paso. No me fijé en aquella sala, ciertamente. Lo único que quería era saber que mi hijo se encontraba bien, sano y salvo. No podía concebir la idea de que no fuera así. Simplemente, no pude.
- Sobretodo, no grites.- pidió Klaus con severidad, acostándome en lo que parecía una mesa de hierro, al menos, eso pensé debido a la frialdad de su tacto. En cierto modo, agradecí esa sensación, pues casi pude decir que me aliviaba el dolor. Era como si en un mismo instante, me rompieran todos los huesos de mi anatomía. Insoportable.
Klaus me indicó que flexionara las piernas lo más que pudiera y las abriera, costándome lágrimas por ello. Él no dijo nada, solamente me levanto la tela sucia de mi camisón, tan apegada a mi piel por el mismo sudor que desprendía. El hombre se inmiscuyó en mis intimidades, palpando por dentro y por alrededor, chasqueando la lengua después de retroceder un paso. No quise mirarle por temor a ver en sus ojos las respuestas que no quería hallar, así que ladeé la cabeza y fijé mi mirada en un punto imaginario de aquella sala.
- Tu hijo se muere, Elle. La placenta se ha desprendido del útero y es cuestión de minutos que el feto se ahogue.
Callé. Apreté fuertemente mis labios y sentí cómo una lágrima escapaba de mis ojos, deslizándose por mi rostro hasta caer sobre el gélido metal que la recibió, estancándose en él, creándose una pequeña burbuja en la que quise refugiarme en aquél momento.
La puerta se abrió y antes de cerrarse, pude escuchar una segunda voz. Era más jovial, aunque parecida a la de Klaus. Nunca antes la había escuchado. Pronto, sus pasos se alejaron y otra puerta se cerró a unos metros. Quizás había un canal de ventilación que comunicaba la sala dónde yo agonizaba y la estancia dónde ellos se encontraban, puesto que pude escuchar perfectamente aquella conversación.
- ¿Qué ocurre?- preguntó aquella segunda voz varonil, tomándose unos instantes antes de ser Klaus quién le respondiera tajantemente.
- No preguntes. Sígueme. Hoy te toca ejercer de comadrona.
Elle A. Délvheen- Humano Clase Alta
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 04/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: La voz del traidor
Me detuve en seco. Tensando mi mandíbula al instante mientras miraba a mi padre con los ojos entrecerrados.
¿Perdona? Oye si esto es una broma no tiene ni pizca de grac…Pero entonces cuando me dejo pasar y vi la figura de Elle que se retorcía mientras ella gemia en un claro estado de parto mis palabras no hicieron falta.
No era una broma.
Corri hacia ella acercándome a su torso. Contemple los ojos de Elle con horror, y agarre su mano, mientras ella me miraba con los ojos muy abiertos apretando mi mano como si yo fuera el socorro que estaba esperando, reseguí su cuerpo con la mirada, notando que el aire no entraba en los pulmones ante mi asombro. Su piel estaba pálida y amarillenta, sus músculos delgados asi como su contextura ahora extremadamente enfermiza. Mientras que sus labios entrecortados y las profundas ojeras que marcaban su semblante terminaron echando mi alma a mis pies. Llenándome la angustia al ver a mi camarada en aquella forma. ¿Cuantos meses llevaba desaparecida y dada casi por muerta por Fenrir?
Gire el rostro, iracundo ante el secreto que mi padre me habia ocultado sobre mi compañera. Pero cuando lo hice contemple que él se mantenía erguido en la puerta con una mano puesta en ella.
Tienes una hora hasta que llegue Ambrose. Utiliza y recuerda todo lo que te enseñé.
Y cerró la puerta, ¡como si yo, tuviera ahora mismo la cabeza en mis casillas para recordar las innumerables lecciones de medicina que me habia dado mi padre a lo largo de mi vida!
El largo y angustioso grito de Elle me hizo volver a mirarla sin tener tiempo de enfadarme con mi padre.
Uff...Dios mio...
Elle, me ocuparé de ti. Confia en mi, todo ira bien. Indique manteniendo mi nerviosismo bajo el control, teniendo la sangre fria como mi padre me habia querido inculcar.
Me acerque a sus piernas abiertas y palpe lo mas suavemente que pude el sexo de Elle, viendo la dilatación y la hemorragia. Por lo que no dudé en adentrar mis dedos con extremo cuidado para percibir parte de la placenta, descubriendo que aquello requería bastante prisa…
Maldije la hora en la que me interese por la profesión de mi padre, queriendo que me enseñara lo que el sabia. Pues de no saber nada, de no haber querido aprender. No sabria ahora que Elle disponía de minutos y no de una hora para tener a su hijo.
Eche un vistazo a la habitación que parecía ser una habitación con herramientas de tortura mas que una sala normal. Lo bueno es que también habían algunas telas que no dude en ir a recoger. Rajando lo que parecían ser sabanas viejas para atar las muñecas de Elle a la mesa de hierro.
Ella me miro con angustia, gimiendo y gritando, mas no explique el porque de mis actos, simplemente deje las sabanas cerca mío, me quite la armadura que llevaba asi como parte de la estúpida indumentaria y arremangué mis mangas sin dilación alguna.
El olor a la sangre me golpeaba y distraía por lo que deje de respirar. Volviendo a mirar por la habitación en busca de algo liquido, pero no habia nada. Hasta que mirando debajo de la misma mesa de hierro encontré unas botellas de vodka. Resople y abrí una de ellas, rociando y derramando el liquido sobre mis manos, quedando impregnado con el fuerte alcohol. Pues no tenía nada más que me dejara lavar mis manos o desinfectarlas mínimamente.
Dispuse algunas de las viejas sabanas que habia allí entre las piernas de Elle y mientras ella me miraba le ordene...
toma una gran bocanada de aire, lo que mas puedas y puja con todas tus fuerzas.
Elle estaba agonizante, mas hizo un esfuerzo alzando su cabeza, cerrando los ojos y gruñendo con fiereza mientras empujaba con todas sus fuerzas.
La piel de la placenta asomo primero como me temía, por lo que indicándole que respirase, sosegándose lo que más pudiera, respire hondo e introduje mis dedos por debajo de la placenta, posando mi otra mano sobre su abultado vientre. Elle gemia de dolor, mientras que yo a la vez que ella pujaba, presionaba su abdomen ayudando suavemente con ese impulso a que el parto se agilizara y la salida del bebe también.
Mi antebrazo empezaba a estar repleto de sangre y yo sabía que Elle necesitaría que le atendieran con urgencia después del parto. Pero no quise pensar en ello, no cuando sus vidas aun dependían de lo que sucedía en este momento.
Vamos Elle.
Lo estás haciendo bien. ¡Esto acabara pronto ya lo veras…!
Empuja.
Y asi…En una fria, sucia y asquerosa sala, mis sentidos se volcaban en aquella cuya vida parecía pender en mis manos. Mientras que el dueño y señor de aquel recinto volvía a su morada antes de que lo esperabamos.
¿Perdona? Oye si esto es una broma no tiene ni pizca de grac…Pero entonces cuando me dejo pasar y vi la figura de Elle que se retorcía mientras ella gemia en un claro estado de parto mis palabras no hicieron falta.
No era una broma.
Corri hacia ella acercándome a su torso. Contemple los ojos de Elle con horror, y agarre su mano, mientras ella me miraba con los ojos muy abiertos apretando mi mano como si yo fuera el socorro que estaba esperando, reseguí su cuerpo con la mirada, notando que el aire no entraba en los pulmones ante mi asombro. Su piel estaba pálida y amarillenta, sus músculos delgados asi como su contextura ahora extremadamente enfermiza. Mientras que sus labios entrecortados y las profundas ojeras que marcaban su semblante terminaron echando mi alma a mis pies. Llenándome la angustia al ver a mi camarada en aquella forma. ¿Cuantos meses llevaba desaparecida y dada casi por muerta por Fenrir?
Gire el rostro, iracundo ante el secreto que mi padre me habia ocultado sobre mi compañera. Pero cuando lo hice contemple que él se mantenía erguido en la puerta con una mano puesta en ella.
Tienes una hora hasta que llegue Ambrose. Utiliza y recuerda todo lo que te enseñé.
Y cerró la puerta, ¡como si yo, tuviera ahora mismo la cabeza en mis casillas para recordar las innumerables lecciones de medicina que me habia dado mi padre a lo largo de mi vida!
El largo y angustioso grito de Elle me hizo volver a mirarla sin tener tiempo de enfadarme con mi padre.
Uff...Dios mio...
Elle, me ocuparé de ti. Confia en mi, todo ira bien. Indique manteniendo mi nerviosismo bajo el control, teniendo la sangre fria como mi padre me habia querido inculcar.
Me acerque a sus piernas abiertas y palpe lo mas suavemente que pude el sexo de Elle, viendo la dilatación y la hemorragia. Por lo que no dudé en adentrar mis dedos con extremo cuidado para percibir parte de la placenta, descubriendo que aquello requería bastante prisa…
Maldije la hora en la que me interese por la profesión de mi padre, queriendo que me enseñara lo que el sabia. Pues de no saber nada, de no haber querido aprender. No sabria ahora que Elle disponía de minutos y no de una hora para tener a su hijo.
Eche un vistazo a la habitación que parecía ser una habitación con herramientas de tortura mas que una sala normal. Lo bueno es que también habían algunas telas que no dude en ir a recoger. Rajando lo que parecían ser sabanas viejas para atar las muñecas de Elle a la mesa de hierro.
Ella me miro con angustia, gimiendo y gritando, mas no explique el porque de mis actos, simplemente deje las sabanas cerca mío, me quite la armadura que llevaba asi como parte de la estúpida indumentaria y arremangué mis mangas sin dilación alguna.
El olor a la sangre me golpeaba y distraía por lo que deje de respirar. Volviendo a mirar por la habitación en busca de algo liquido, pero no habia nada. Hasta que mirando debajo de la misma mesa de hierro encontré unas botellas de vodka. Resople y abrí una de ellas, rociando y derramando el liquido sobre mis manos, quedando impregnado con el fuerte alcohol. Pues no tenía nada más que me dejara lavar mis manos o desinfectarlas mínimamente.
Dispuse algunas de las viejas sabanas que habia allí entre las piernas de Elle y mientras ella me miraba le ordene...
toma una gran bocanada de aire, lo que mas puedas y puja con todas tus fuerzas.
Elle estaba agonizante, mas hizo un esfuerzo alzando su cabeza, cerrando los ojos y gruñendo con fiereza mientras empujaba con todas sus fuerzas.
La piel de la placenta asomo primero como me temía, por lo que indicándole que respirase, sosegándose lo que más pudiera, respire hondo e introduje mis dedos por debajo de la placenta, posando mi otra mano sobre su abultado vientre. Elle gemia de dolor, mientras que yo a la vez que ella pujaba, presionaba su abdomen ayudando suavemente con ese impulso a que el parto se agilizara y la salida del bebe también.
Mi antebrazo empezaba a estar repleto de sangre y yo sabía que Elle necesitaría que le atendieran con urgencia después del parto. Pero no quise pensar en ello, no cuando sus vidas aun dependían de lo que sucedía en este momento.
Vamos Elle.
Lo estás haciendo bien. ¡Esto acabara pronto ya lo veras…!
Empuja.
Y asi…En una fria, sucia y asquerosa sala, mis sentidos se volcaban en aquella cuya vida parecía pender en mis manos. Mientras que el dueño y señor de aquel recinto volvía a su morada antes de que lo esperabamos.
William Von Kraft- Vampiro Clase Alta
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