Brother and Sister || Privado

La lección del día era escribir sobre lo que les gustaría cambiar en el mundo a corto plazo. Algunos niños ni siquiera eran capaces de comprender cómo ellos, ahí encerrados en el orfanato y no teniendo ni zapatos que usar, podrían ser capaces de hacer algo así. Otros en cambio sólo creían que el mundo es un lugar hostil y lleno de peligros que jamás les entregaría algún recuerdo feliz y que además les arrebató a sus padres o a toda su familia. Era comprensible entonces que quedara tan cansada al final del día, lidiar con todo eso conllevaba un gran peso que se mantenía sobre sus hombros, molestándola al llegar a casa y que también la hacía sentir culpable por tener tanto frente a ellos que con tan poco contaban. La diferencia radicaba tal vez en que los pequeños al menos se tenían los unos a los otros, podían compartir secretos, alegrías y penas siempre que quisieran; pero ella, ella llega a un hogar vacío donde no tiene con quien hablar y por lo mismo siente ahora a la soledad como parte principal de si misma.

Y al salir, su bolso se encontraba más cargado pese a que nada tenía distinto al día anterior. Después de escuchar las respuestas que sus alumnos habían dado comenzó a pensar en los eventos anteriores en su vida. En su fallido matrimonio, en su familia que sin querer había dejado atrás y que ahora más que nunca extrañaba. ¿Qué sería de ellos? ¿Dónde se encontrarían? Debió detenerse un momento porque la tristeza no le permitía seguir avanzando. Tenía en el centro del pecho un dolor intenso, producto de una pena profunda que le cortaba la respiración y que le formaba un nudo en la garganta tan molesto que incluso mantener los labios cerrados era todo un sacrificio. Usualmente no tomaba esa calle pero ahora necesitaba hacerlo porque en cualquier momento comenzaría a llorar y no quería que alguien conocido pudiera verla en ese estado. Se detuvo entonces lo que le parecieron horas y mientras las lágrimas caían intentó no pensar más, pero era inútil, siguió ahí hasta que la oscuridad cayó y ella pudo darse cuenta que necesitaba avanzar.

Athéna comenzó a caminar con el frío calándole los huesos, aún con las gruesas capas de ropa y las ventajas de su condición, de todos modos temblaba y a ratos se preguntaba si era realmente por la temperatura o por algo más. Avanzando en silencio pensaba si sería buena idea quedarse más tiempo en Paris, quizás lo que necesitaba era salir de ahí y alejarse de todo aquello que conocía, de su ex esposo al que aún amaba pese a ya no estar juntos, de sus alumnos que quizás no tendrían quien más le hiciera clases y por sobre todo de ese hogar que siempre creyó estaría lleno de niños pero que terminó vacío. — Bastien… — el nombre se escapó de sus labios apenas pudo ver a esa silueta a la distancia, podría reconocerlo donde fuera, pero es ilógico, su hermano no puede estar ahí, es imposible. A medida que se acercaba su corazón latía más rápido, estaba nerviosa. ¡Por supuesto que estaba nerviosa! No todos los días alguien se encuentra con la última persona que creyó ver — ¿Bastien Courcelle? ¿Es usted Bastien Courcelle? — su voz se quiebra al final y las lágrimas comienzan nuevamente a salir, — Bastian, soy yo, soy tu hermana Athéna… —

Mirarlo no es suficiente para comprender todo, tampoco para intentar descubrir en él qué hay de diferente además del hecho de que no parece haber envejecido más que un par de años. Athéna levanta sus manos y le cubre el rostro con los dedos, lo toca como si fuera una ciega intentando descifrar su rostro y cuando él le pregunta aquello todo vuelve a tener un sentido que hasta entonces no quería enfrentar. Su piel se siente caliente y no fría, por lo que la otra opción está descartada y la verdad es que desconoce la existencia de otras criaturas que puedan traspasar su condición de manera tal que la edad pareciera no avanzar en ellos. Por lo que sí, no hay más alternativas, Bastien comparte su maldición y es de cierto modo una noticia lamentable. —Yo… —no es capaz de terminar la frase y se vuelve a abrazar a él, tal como lo hacía antes cuando era apenas una niña.

Han pasado años pero para ella es como si el tiempo se hubiese detenido, tal como cuando eran más jóvenes y Bastien solía desaparecer algunas temporadas para volver y contarle historias que nunca supo si eran verdad o no. Sentirlo cerca es lo único que la calma un poco y la hace sonreír, se separa apenas para mirarlo al rostro y que le entienda cuando intenta volver a hablar nuevamente. —¿Tenemos que hablar de eso ahora? —suspira y mira a su alrededor. Aquel no es el mejor lugar para que tengan esa conversación, pero si no es ahora quizás más adelante siga siendo igual de cobarde y no se atreva a contarlo todo. Y de verdad necesita desahogarse, dejar salir las palabras que tiene atrapadas y que no ha podido compartir con alguien, porque no existe ese alguien.

—Necesito contarte muchas cosas para poder llegar al momento en que todo cambió y también lo que ha sucedido después de eso… ¿Tienes mucho tiempo para hablar? —finalmente bromea porque es el único método que conoce para cambiar el tema. Athéna toma las manos de su hermano y las frota como cuando era pequeña y sentía frío, ahora es más bien un gesto que revela su nerviosismo y que también le entrega algo de tiempo para poder pensar qué hacer. —¿Y tú cómo estás? ¿Te casaste o sigues libres? ¿Ya me hiciste tía? ¿Desde hace cuánto estás viviendo en Paris? —detrás de una sonrisa lo llena de preguntas e intenta lucir animada. Ya casi no caen lágrimas por su mejilla y aunque realmente desee estar totalmente feliz de verlo, sin esas respuesta no podrá estarlo por completo, todo porque primero debe saber si su hermano está tan bien como lo parece.