AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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He Ain't Heavy, He's My Brother — Privado
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He Ain't Heavy, He's My Brother — Privado
El camino que se le dibujaba al frente, terminaba perdiéndose varias calles más adelante, entre casas de varios pisos, con fachadas ya enmohecidas por el tiempo. A veces podía escuchar el gemido del viento cuando arrastraba las pocas hojas secas que quedaban dispersas por ahí, bajo la sombra del invierno que se aproximaba cada vez más. Otras veces crujían cuando las pisaba de manera accidental. Había elegido transitar por una calle solitaria, aún cuando el frío le calaba los huesos, y a pesar de estar resguardado por un pesado abrigo que le llegaba hasta las rodillas, no podía ignorar esa brisa gélida que llegó a helarle la nariz.
Por alguna extraña razón, aquel paisaje desolado, con el otoño casi desvaneciéndose en el horizonte, le recordaba un poco a Austria, a su padre, a todo lo que había dejado atrás hacía un par de meses. Le recordaba a Angela, su dulce esposa, que terminó consumiéndose por esa enfermedad que atacó sus pulmones. El recuerdo aún le entristecía demasiado, era difícil de borrar de su mente, y creyó que, marchándose a otra ciudad, conseguiría superar la funesta situación con mejor ánimo. Quizá en un principio lo había tomado de ese modo, pero a medida que pasaban los días, y tras hallarse completamente solo, la cosa no fue mejorando en lo más mínimo.
Continuó avanzando, distraído, con la cabeza gacha, sin pensar en muchas cosas, e intentando, de forma inútil, alejar las cosas que lo ataban al pasado. Sin embargo, más allá de su padre y de Angela, se acordó de que había estado varios años dentro de una abadía. Ahí creció y aprendió muchas cosas, incluso parte de su conocimiento actual se lo debía a haber estado largas horas en la ostentosa biblioteca de Melk. El abad lo tomó bajo su ala desde que era un bebé, cuando su madre lo abandonó en ese lugar...
¿Por qué lo hizo? ¿Qué condujo a su madre a hacer algo así? A veces quería entender, y lo hacía. Sacaba teorías, intentaba comprender el motivo que la orilló a hacerlo, pero en otras ocasiones terminaba ofuscado, haciendo crecer un rencor desde lo más profundo de su corazón. Él nunca había sido un muchacho de malos sentimientos, tal y como siempre lo repetía el abad de Melk a otros: Bajnok es un buen chico, pese a su naturaleza voluble, él alberga sentimientos de oro. Jamás odiará a nadie, ni siquiera a la mujer que lo abandonó. Sin embargo, ahora que era un hombre, ¿qué tan cierto era eso?
Estaba siendo infantil, llegó a pensar, y siguió adelante, sin prestar atención a lo que lo rodeaba en ese instante. Bajnok no estaba al tanto de que seguían sus pasos; que lo habían espiado durante días, que sabían que solía tomar esa ruta a esa misma hora desde hacía una semana exactamente. Era ingenuo, porque, ¿a quién le interesaba un profesor como él, que apenas y tenía amigos? Pateó una piedrita, y luego se escucharon pisadas fuertes, junto con el rumor de los cascos de caballo y las ruedas de un coche escarbando el suelo; se escucharon cerca, muy cerca de él. Y finalmente llegó la oscuridad.
¿Cuánto tiempo lo habían tenido amordazado e inconsciente? No recordaba mucho desde que había pateado una piedra que se le atravesó en el camino. No recordaba demasiado luego del escándalo que lo atacó hasta dejarlo en ese estado. Los que lo abordaron estaban al tanto de su naturaleza de cambiante, por eso habían empleado algo más de fuerza al atarlo que lo usual. Tenía sentido, pensó. Pero lo que no entendía era el listón rojo que llevaba, como si se tratara de un algún paquete para alguien. ¡Nada de eso era lógico! No para Bajnok, quien ni siquiera obtuvo respuestas, menos cuando lo obligaron a ingresar a un lugar de mal aspecto, en donde el hedor a opio era nauseabundo.
Prefirió mantenerse callado, para evitar que le fueran a hacer algo, aunque lo dudaba. Los hombres que lo escoltaban lo llevaban hacia alguien más, y no alcanzaba a tener una idea de quién podía ser. ¡Ni siquiera recordaba al sujeto ese! Con quien lo dejaron cuando llegó el momento.
Bajnok observó la pequeña estancia, colmada de envases de cristal y pipas, y ya había obtenido una respuesta clara de qué se trataba. Intentaba acomodarse en el sillón, al que fue arrojado sin delicadeza alguna, y a pesar de las ataduras, lo consiguió. Aun así no pudo ignorar lo que decían aquellos sujetos.
—Un presente de Isolde Schubert. En la nota está la aclaratoria... Ya ustedes se entenderán. Adiós —replicó uno de los tipos, luego se marchó junto con su compañero.
Bajnok quedó consternado, y miró a quien se hallaba frente a él con más dudas que respuestas. No obstante, encontrarse con esa mirada hizo que prefiriera centrar la vista en otro lugar.
—Disculpe, ¿podría explicarme qué es todo esto? Yo no conozco a una Isolde Schubert. Creo que esos hombres están confundidos, de verdad. Mi apellido es von Ferstel, no Schubert —explicó, dejando entrever un ligero titubeo en sus palabras—. ¿Me ha escuchado?
Por alguna extraña razón, aquel paisaje desolado, con el otoño casi desvaneciéndose en el horizonte, le recordaba un poco a Austria, a su padre, a todo lo que había dejado atrás hacía un par de meses. Le recordaba a Angela, su dulce esposa, que terminó consumiéndose por esa enfermedad que atacó sus pulmones. El recuerdo aún le entristecía demasiado, era difícil de borrar de su mente, y creyó que, marchándose a otra ciudad, conseguiría superar la funesta situación con mejor ánimo. Quizá en un principio lo había tomado de ese modo, pero a medida que pasaban los días, y tras hallarse completamente solo, la cosa no fue mejorando en lo más mínimo.
Continuó avanzando, distraído, con la cabeza gacha, sin pensar en muchas cosas, e intentando, de forma inútil, alejar las cosas que lo ataban al pasado. Sin embargo, más allá de su padre y de Angela, se acordó de que había estado varios años dentro de una abadía. Ahí creció y aprendió muchas cosas, incluso parte de su conocimiento actual se lo debía a haber estado largas horas en la ostentosa biblioteca de Melk. El abad lo tomó bajo su ala desde que era un bebé, cuando su madre lo abandonó en ese lugar...
¿Por qué lo hizo? ¿Qué condujo a su madre a hacer algo así? A veces quería entender, y lo hacía. Sacaba teorías, intentaba comprender el motivo que la orilló a hacerlo, pero en otras ocasiones terminaba ofuscado, haciendo crecer un rencor desde lo más profundo de su corazón. Él nunca había sido un muchacho de malos sentimientos, tal y como siempre lo repetía el abad de Melk a otros: Bajnok es un buen chico, pese a su naturaleza voluble, él alberga sentimientos de oro. Jamás odiará a nadie, ni siquiera a la mujer que lo abandonó. Sin embargo, ahora que era un hombre, ¿qué tan cierto era eso?
Estaba siendo infantil, llegó a pensar, y siguió adelante, sin prestar atención a lo que lo rodeaba en ese instante. Bajnok no estaba al tanto de que seguían sus pasos; que lo habían espiado durante días, que sabían que solía tomar esa ruta a esa misma hora desde hacía una semana exactamente. Era ingenuo, porque, ¿a quién le interesaba un profesor como él, que apenas y tenía amigos? Pateó una piedrita, y luego se escucharon pisadas fuertes, junto con el rumor de los cascos de caballo y las ruedas de un coche escarbando el suelo; se escucharon cerca, muy cerca de él. Y finalmente llegó la oscuridad.
***
¿Cuánto tiempo lo habían tenido amordazado e inconsciente? No recordaba mucho desde que había pateado una piedra que se le atravesó en el camino. No recordaba demasiado luego del escándalo que lo atacó hasta dejarlo en ese estado. Los que lo abordaron estaban al tanto de su naturaleza de cambiante, por eso habían empleado algo más de fuerza al atarlo que lo usual. Tenía sentido, pensó. Pero lo que no entendía era el listón rojo que llevaba, como si se tratara de un algún paquete para alguien. ¡Nada de eso era lógico! No para Bajnok, quien ni siquiera obtuvo respuestas, menos cuando lo obligaron a ingresar a un lugar de mal aspecto, en donde el hedor a opio era nauseabundo.
Prefirió mantenerse callado, para evitar que le fueran a hacer algo, aunque lo dudaba. Los hombres que lo escoltaban lo llevaban hacia alguien más, y no alcanzaba a tener una idea de quién podía ser. ¡Ni siquiera recordaba al sujeto ese! Con quien lo dejaron cuando llegó el momento.
Bajnok observó la pequeña estancia, colmada de envases de cristal y pipas, y ya había obtenido una respuesta clara de qué se trataba. Intentaba acomodarse en el sillón, al que fue arrojado sin delicadeza alguna, y a pesar de las ataduras, lo consiguió. Aun así no pudo ignorar lo que decían aquellos sujetos.
—Un presente de Isolde Schubert. En la nota está la aclaratoria... Ya ustedes se entenderán. Adiós —replicó uno de los tipos, luego se marchó junto con su compañero.
Bajnok quedó consternado, y miró a quien se hallaba frente a él con más dudas que respuestas. No obstante, encontrarse con esa mirada hizo que prefiriera centrar la vista en otro lugar.
—Disculpe, ¿podría explicarme qué es todo esto? Yo no conozco a una Isolde Schubert. Creo que esos hombres están confundidos, de verdad. Mi apellido es von Ferstel, no Schubert —explicó, dejando entrever un ligero titubeo en sus palabras—. ¿Me ha escuchado?
Bajnok von Ferstel- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2017
Re: He Ain't Heavy, He's My Brother — Privado
En sus fantasías opiáceas, aquellas a las que se abandonaba ante una realidad que seguía doliéndole demasiado, más aún cuando la había admitido en voz alta pese a no estar en absoluto preparado para hacerlo (¿lo estaría alguna vez? Francamente lo dudaba), aparecían algunos elementos comunes que siempre se repetían, sin importar el momento. Uno de ellos era el bello rostro de Imara, la joven que él había criado y que había perdido por igual; otro era la pantera, cuyo pelaje veía brillar al alejarse de él, cruel y burdo recordatorio de su incapacidad para ser Laborc, la pantera y el hombre. Sin embargo, uno que estaba apareciendo últimamente con inusitada frecuencia pertenecía a una mujer pelirroja: veía hebras de cabellos rojizos alejarse, una sonrisa zorruna y las palabras hirientes chocándole contra los ojos, en colores, y contra los oídos, un ruido que le sonaba casi melodioso. Así fue en todas las visitas que el magyar hizo al fumadero de opio desde su encuentro con ella, de la primera a la última; así fue aunque él pensaba que se le pasaría rápido, porque siempre lo hacía, ¿no? Es decir, ella no era la primera mujer fascinante con la que se había topado, y menos en los últimos tiempos, pero todas acababan por esfumarse de sus pensamientos al cabo de no demasiados días... Todas menos, claro, aquellas con las que Miklós hacía tratos. Todas menos las zorras astutas que se le metían a uno bajo la piel con el único objetivo de irritársela y provocar en él una reacción que no quería repetir, ¡ese era el maldito objetivo del opio que consumía a diario! Así que, justo por eso, el magyar hizo lo que más estaba en su mano dadas las circunstancias: aumentar la cantidad que consumía, casi engullía, en cada una de sus visitas al sucio fumadero donde daba rienda suelta a algunos de sus vicios, a sabiendas de que nadie lo necesitaba por el momento y podía permitírselo justamente por eso.
Precisamente hacia allí se dirigía el magyar en aquel momento del día. Lo único que había consumido había sido alcohol, una botella a medias de aguardiente que había encontrado al despertarse en el tugurio donde se había visto arrojado la noche anterior y que no fue suficiente para su naturaleza cambiante. Era irónico, se dijo: podía no ser capaz de transformarse en su forma más propia, a veces hasta le costaba esfuerzo ser el león que siempre era su comodín en tiempos de dificultad, pero su cuerpo seguía poniéndole los inconvenientes de siempre a la hora de resistirse a los efectos de las bebidas destiladas y de las sustancias estupefacientes. ¡Maldita fuera su suerte, demonios! No es que hubiera pensado que ésta fuera a mejorar, pero ¿acaso era mucho pedir que lo hiciera, un poco, y más después de que el encuentro con Isolde le había otorgado un cierto margen para tener esperanzas sólidas en su venganza? Al parecer, sí, siempre estaba exigiendo demasiado; de morros, aunque no tan irritado como se habría sentido de poder sentir como una persona normal, Miklós se bañó y se puso ropas limpias, algo contraproducente cuando se dirigía a un fumadero de opio, sucio por naturaleza. Sin embargo, había habido alguna intuición en ese cerebro extraño suyo que le había dicho que debía prestarse cierta atención aquella noche, y Miklós seguía siendo medio gitano pese a que su naturaleza cambiante dominara más que la otra: siempre solía hacer caso a sus (habitualmente certeras) intuiciones. Aquella noche no iba a ser una excepción, pero aún era pronto para saberlo; de hecho, todo parecía bastante normal para él mientras se dirigía, siguiendo el mismo camino que otras mil veces, hacia el fumadero, donde entró y, sin mediar palabra, pidió su ración habitual y aún un poco más, en la forma de una pequeña botella de láudano que no llegó a consumir, para su desgracia.
Ante sus ojos, cuando apenas se hubo acomodado, depositaron lo que solamente Isolde Schubert podía considerar un regalo, a juzgar por el lacito: ese sentido del humor de la zorra le era tan propio como el fuego de sus cabellos, y aunque Miklós no entendía a qué venía el chaval que tenía delante, entrecerró los ojos y, con la mano libre, tomó la nota que lo explicaba todo. Y vaya si lo hacía; de haber sido otro, Miklós habría abierto los ojos y su rostro se habría convertido en un rictus de sorpresa, pero seguía siendo el insensible magyar de siempre, y apenas le dedicó una mirada con los párpados caídos, no cerrados por completo pero sí lo suficiente para mostrar interés. – Von Ferstel, sí, sí, he oído. Y es evidente que no eres un Schubert, no eres pelirrojo ni un maldito zorro. – espetó, incorporándose después con una gracia que sólo podía describirse como felina, para, a continuación, estudiarlo mientras lo rodeaba, las manos firmemente aferradas al láudano. Había leído la nota, vaya que sí, pero no tenía claro si terminaba de creérselo o no, pues le parecía demasiada casualidad que, poco después de haber hablado con Isolde de la posibilidad de que existieran más medio hermanos suyos por el mundo, apareciera uno tan... tan regalado para él. Por otro lado, la zorra no tenía el menor motivo para mentirle, no cuando habían llegado a un mutuo entendimiento práctico para los dos, así que Miklós decidió darle una oportunidad e interrogar al chico, apenas un crío ante sus ojos. Desde luego, el parecido era innegable, pero eso bien podía ser casualidad porque con Imara no se había producido y... No. Borró de inmediato esos pensamientos y sólo lo miró. – Tu apellido debería ser otro si hubieras tomado el de tu madre. Rákóczi, ¿te suena? Imagino que sí, pero Bajnok Rákóczi no suena igual que Von Ferstel, aunque te criaras en el Sacro Imperio y provenir de una zona o de otra no sea un cambio muy grande. – reflexionó, y a continuación se sentó y lo tiró a su lado, sobre unos cojines. – Si la nota es cierta, eres Bajnok Rákóczi, hijo de Eszter Rákóczi, y eso te convierte en mi hermano de madre. Si no... No tengo ni idea ni me importa, francamente. – sentenció.
En otras circunstancias, si hubiera querido conseguir algo, habría sido mucho más sutil y habría dulcificado sus palabras antes de ir al grano, pero esas no eran otras circunstancias, y no quería conseguir nada del otro, sólo una verdad que no estaba seguro de querer escuchar o no, francamente. Maldita fuera Isolde Schubert...
Precisamente hacia allí se dirigía el magyar en aquel momento del día. Lo único que había consumido había sido alcohol, una botella a medias de aguardiente que había encontrado al despertarse en el tugurio donde se había visto arrojado la noche anterior y que no fue suficiente para su naturaleza cambiante. Era irónico, se dijo: podía no ser capaz de transformarse en su forma más propia, a veces hasta le costaba esfuerzo ser el león que siempre era su comodín en tiempos de dificultad, pero su cuerpo seguía poniéndole los inconvenientes de siempre a la hora de resistirse a los efectos de las bebidas destiladas y de las sustancias estupefacientes. ¡Maldita fuera su suerte, demonios! No es que hubiera pensado que ésta fuera a mejorar, pero ¿acaso era mucho pedir que lo hiciera, un poco, y más después de que el encuentro con Isolde le había otorgado un cierto margen para tener esperanzas sólidas en su venganza? Al parecer, sí, siempre estaba exigiendo demasiado; de morros, aunque no tan irritado como se habría sentido de poder sentir como una persona normal, Miklós se bañó y se puso ropas limpias, algo contraproducente cuando se dirigía a un fumadero de opio, sucio por naturaleza. Sin embargo, había habido alguna intuición en ese cerebro extraño suyo que le había dicho que debía prestarse cierta atención aquella noche, y Miklós seguía siendo medio gitano pese a que su naturaleza cambiante dominara más que la otra: siempre solía hacer caso a sus (habitualmente certeras) intuiciones. Aquella noche no iba a ser una excepción, pero aún era pronto para saberlo; de hecho, todo parecía bastante normal para él mientras se dirigía, siguiendo el mismo camino que otras mil veces, hacia el fumadero, donde entró y, sin mediar palabra, pidió su ración habitual y aún un poco más, en la forma de una pequeña botella de láudano que no llegó a consumir, para su desgracia.
Ante sus ojos, cuando apenas se hubo acomodado, depositaron lo que solamente Isolde Schubert podía considerar un regalo, a juzgar por el lacito: ese sentido del humor de la zorra le era tan propio como el fuego de sus cabellos, y aunque Miklós no entendía a qué venía el chaval que tenía delante, entrecerró los ojos y, con la mano libre, tomó la nota que lo explicaba todo. Y vaya si lo hacía; de haber sido otro, Miklós habría abierto los ojos y su rostro se habría convertido en un rictus de sorpresa, pero seguía siendo el insensible magyar de siempre, y apenas le dedicó una mirada con los párpados caídos, no cerrados por completo pero sí lo suficiente para mostrar interés. – Von Ferstel, sí, sí, he oído. Y es evidente que no eres un Schubert, no eres pelirrojo ni un maldito zorro. – espetó, incorporándose después con una gracia que sólo podía describirse como felina, para, a continuación, estudiarlo mientras lo rodeaba, las manos firmemente aferradas al láudano. Había leído la nota, vaya que sí, pero no tenía claro si terminaba de creérselo o no, pues le parecía demasiada casualidad que, poco después de haber hablado con Isolde de la posibilidad de que existieran más medio hermanos suyos por el mundo, apareciera uno tan... tan regalado para él. Por otro lado, la zorra no tenía el menor motivo para mentirle, no cuando habían llegado a un mutuo entendimiento práctico para los dos, así que Miklós decidió darle una oportunidad e interrogar al chico, apenas un crío ante sus ojos. Desde luego, el parecido era innegable, pero eso bien podía ser casualidad porque con Imara no se había producido y... No. Borró de inmediato esos pensamientos y sólo lo miró. – Tu apellido debería ser otro si hubieras tomado el de tu madre. Rákóczi, ¿te suena? Imagino que sí, pero Bajnok Rákóczi no suena igual que Von Ferstel, aunque te criaras en el Sacro Imperio y provenir de una zona o de otra no sea un cambio muy grande. – reflexionó, y a continuación se sentó y lo tiró a su lado, sobre unos cojines. – Si la nota es cierta, eres Bajnok Rákóczi, hijo de Eszter Rákóczi, y eso te convierte en mi hermano de madre. Si no... No tengo ni idea ni me importa, francamente. – sentenció.
En otras circunstancias, si hubiera querido conseguir algo, habría sido mucho más sutil y habría dulcificado sus palabras antes de ir al grano, pero esas no eran otras circunstancias, y no quería conseguir nada del otro, sólo una verdad que no estaba seguro de querer escuchar o no, francamente. Maldita fuera Isolde Schubert...
Invitado- Invitado
Re: He Ain't Heavy, He's My Brother — Privado
Por un momento, que no alcanzó siquiera a considerar, sintió como la cabeza le pesaba sobre el cuello, como si de repente, el golpe que le propinaron hasta dejarlo en la inconsciencia, empezara a hacerle estragos ahorita que ya se encontraba lúcido. También podría ser una mala jugada del hedor que se concentraba en ese lugar, al cual nunca había estado acostumbrado. Si su padre, o el abad de Melk, supieran su actual paradero, de seguro le reprenderían severamente, aún siendo un adulto. Pero tampoco dudarían de él, pues Bajnok jamás acudía a esos vicios, ni siquiera para ahogar las penas por la pérdida de Angela. Él parecía correcto hasta con el pensamiento, o simplemente alguien que no había tenido demasiados problemas en la vida, salvo haber sido abandonado por su propia madre.
El recuerdo acudió de nuevo a su mente y agudizó el dolor de cabeza que empezaba martirizarlo, tanto como el desorden que lo rodeaba. Tenía la necesidad de levantarse de ahí y empezar a dejar todo en su lugar, como si con aquello pudiera aliviar la tensión que se hacía cada vez mayor entre ese sujeto que tenía en frente y él, que luchaba de manera inútil por desatarse las manos. Incluso llegó a bufar. Los infelices que lo habían dejado ahí sabían sobre su naturaleza y... ¿Por qué diablos tendrían esa información de él? ¿Por qué tuvieron que llevarlo con ese hombre? Hombre que, además, compartía su misma naturaleza. Sólo eso. Imposible que comparta algo más... Imposible.
De repente se volvió genuinamente incrédulo, pero algo, desde el fondo de su ser, una voz aguda y molesta, le llevaba la contraria; le refutaba. Le quería hacer ver cosas que, en su situación, parecían irreales, como sacadas de una historia de fantasía. Entonces lo escuchó con atención, y sintió que al tragar, algo se le atascaba en la garganta. Observándolo mejor, pudo darse cuenta que tenía un ligero parecido con alguien que... ¡Que era él mismo! No, Bajnok. El opio te está haciendo creer cosas. Pero no, yo no he consumido esa cosa. Ah, ¿y el tufo qué?
Se humedeció los labios y asintió, sin saber a qué, pero lo hizo.
—Von Ferstel, sí. Es un ex general, familiar del abad de la abadía de Melk, en Austria. Y no, no soy un zorro, soy un, un... —¿Un felino? ¿Un gato, una pantera? Le faltó valor decir aquello. Simplemente se relajó entre los cojines, cerrando los ojos—. Pero es sólo mi apellido de adopción. Wilhem von Ferstel me adoptó, pero fui criado en la abadía, porque fui abandonado en la entrada...
Quiso continuar la explicación, mas no lo consiguió. Volver a hablar de ese tema era doloroso, lo reconocía. Le inundaba un rencor inexplicable, y a falta de lógica por la hilarante situación, Bajnok prefirió guardar silencio. ¿Acaso ese tipo era su hermano? Alguna vez escuchó sobre la familia Rákóczi, porque eran importantes y reconocidos en el imperio, pero tampoco llamaron su atención por completo. Sin embargo, ahora que el otro los mencionaba, tal vez sí que hubo una pizca de interés.
—Mi madre me abandonó cuando yo era un recién nacido, así que no tengo mucha idea del origen de mi familia real. Estoy igual que tú, no tengo ni la más parca idea de cómo vine a parar aquí, y quién sea esa Isolde, no sé por qué motivo piensa que tú y yo somos hermanos —replicó, sincero, sin molestarse en ocultar aquello que le taladró el pensamiento—. No sé si fue esa Eszter quién me dejó a un lado siendo yo un bebé que ni sabía defenderse.
Y nuevamente su voz se matizó de ese rencor que aún pululaba en su interior, anidándose en su pecho cuán serpiente venenosa. Tuvo que esforzarse en abandonar ese sentimiento. Ninguno de los dos tenía la culpa, claro estaba. Él siempre fue un chiquillo débil, a pesar de su naturaleza sobrenatural; quizá ese era el motivo principal tras su abandono. Claro, aquello ahora podría tener más sentido, si es que existía algún vínculo entre ambos. Tal vez, pero la idea seguía ahí fastidiándolo más de lo que le gustaba.
El recuerdo acudió de nuevo a su mente y agudizó el dolor de cabeza que empezaba martirizarlo, tanto como el desorden que lo rodeaba. Tenía la necesidad de levantarse de ahí y empezar a dejar todo en su lugar, como si con aquello pudiera aliviar la tensión que se hacía cada vez mayor entre ese sujeto que tenía en frente y él, que luchaba de manera inútil por desatarse las manos. Incluso llegó a bufar. Los infelices que lo habían dejado ahí sabían sobre su naturaleza y... ¿Por qué diablos tendrían esa información de él? ¿Por qué tuvieron que llevarlo con ese hombre? Hombre que, además, compartía su misma naturaleza. Sólo eso. Imposible que comparta algo más... Imposible.
De repente se volvió genuinamente incrédulo, pero algo, desde el fondo de su ser, una voz aguda y molesta, le llevaba la contraria; le refutaba. Le quería hacer ver cosas que, en su situación, parecían irreales, como sacadas de una historia de fantasía. Entonces lo escuchó con atención, y sintió que al tragar, algo se le atascaba en la garganta. Observándolo mejor, pudo darse cuenta que tenía un ligero parecido con alguien que... ¡Que era él mismo! No, Bajnok. El opio te está haciendo creer cosas. Pero no, yo no he consumido esa cosa. Ah, ¿y el tufo qué?
Se humedeció los labios y asintió, sin saber a qué, pero lo hizo.
—Von Ferstel, sí. Es un ex general, familiar del abad de la abadía de Melk, en Austria. Y no, no soy un zorro, soy un, un... —¿Un felino? ¿Un gato, una pantera? Le faltó valor decir aquello. Simplemente se relajó entre los cojines, cerrando los ojos—. Pero es sólo mi apellido de adopción. Wilhem von Ferstel me adoptó, pero fui criado en la abadía, porque fui abandonado en la entrada...
Quiso continuar la explicación, mas no lo consiguió. Volver a hablar de ese tema era doloroso, lo reconocía. Le inundaba un rencor inexplicable, y a falta de lógica por la hilarante situación, Bajnok prefirió guardar silencio. ¿Acaso ese tipo era su hermano? Alguna vez escuchó sobre la familia Rákóczi, porque eran importantes y reconocidos en el imperio, pero tampoco llamaron su atención por completo. Sin embargo, ahora que el otro los mencionaba, tal vez sí que hubo una pizca de interés.
—Mi madre me abandonó cuando yo era un recién nacido, así que no tengo mucha idea del origen de mi familia real. Estoy igual que tú, no tengo ni la más parca idea de cómo vine a parar aquí, y quién sea esa Isolde, no sé por qué motivo piensa que tú y yo somos hermanos —replicó, sincero, sin molestarse en ocultar aquello que le taladró el pensamiento—. No sé si fue esa Eszter quién me dejó a un lado siendo yo un bebé que ni sabía defenderse.
Y nuevamente su voz se matizó de ese rencor que aún pululaba en su interior, anidándose en su pecho cuán serpiente venenosa. Tuvo que esforzarse en abandonar ese sentimiento. Ninguno de los dos tenía la culpa, claro estaba. Él siempre fue un chiquillo débil, a pesar de su naturaleza sobrenatural; quizá ese era el motivo principal tras su abandono. Claro, aquello ahora podría tener más sentido, si es que existía algún vínculo entre ambos. Tal vez, pero la idea seguía ahí fastidiándolo más de lo que le gustaba.
Bajnok von Ferstel- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2017
Re: He Ain't Heavy, He's My Brother — Privado
Para ser un tipo tan poco apegado a su familia, sobre todo desde la muerte de la persona a la que más había querido en el mundo, resultaba curioso que no dejaran de salirle miembros nuevos a su árbol genealógico, ¿no?, y más que pareciera que él, siendo el mayor, tenía que ocuparse de todos. Primero había sido Erzsébet, su maldita prima que le recordaba demasiado a Isolde para lo que les convenía a ambos, y después... ¿qué? ¿Otro medio hermano? Era demasiado. No sabía si despreciar más a su madre por ser incapaz de dejar de traer criaturas a un mundo demasiado cruel para muchas de ellas o a Isolde, la maldita zorra que le había traído a aquel hombre ante él. Lo de odiarse a sí mismo, que era la tercera opción, ya lo hacía, o lo haría de ser capaz de sentir algo más que apatía ante el mundo... Pero eso no era del todo cierto, ¿no? Había sentido cosas. Ramalazos, apenas un poco del recuerdo de una emoción más sincera, pero tanto Erzsébet como Isolde le habían arrancado algo, y en cuanto a Bajnok... ¿La lástima contaba como emoción? Porque eso sentía, nada más y nada menos. Veía en el rostro del otro una imagen parecida a la suya propia, en ese sentido el parentesco era innegable, pero en lo demás no estaba dando muestra alguna de familiaridad, y estuvo a punto de hacérselo saber hasta que él mentó a la madre que los había parido a los dos y Miklós, poco ducho en emociones propias pero mucho más intuitivo con las ajenas, notó malestar al respecto. Oh, eso era algo en lo que los dos podían estar de acuerdo, ¡vaya que sí! No sabía la de veces, el magyar, que había sentido rabia hacia Eszter por haber sido la peor madre posible con él, y aunque había terminado por sentir indiferencia al respecto, como hacia todo, sus recuerdos de su progenitora seguían siendo, cuando menos, complicados, así que podía entender a Bajnok... Y eso era un gran paso, en opinión de cualquiera con dos dedos de frente.
– Abandonado como si no valieras nada. Sin nada salvo la manta en la que estabas envuelto, en un lugar sagrado donde se sabía que se iba a ocupar alguien de ti, aunque sólo fuera por piedad cristiana y por la virtud de la caridad. – narró Miklós. Había cerrado los ojos, aún envuelto en la nube de opio que rodeaba sus pensamientos y le impedía sentir el dolor que él trataba de rehuir con todas sus fuerzas, de todas las maneras posibles, salvo callándose la maldita boca cuando era necesario que lo hiciera. Algunas cosas nunca cambiarían... – Me suena familiar la historia. Pero si has llegado hasta aquí sin ella, ¿realmente crees que la necesitabas? Todo lo que hizo fue gestarte y parirte, dejando que otros la preñaran, es la misma historia de siempre. Tómame como ejemplo de que si hubiera estado ahí, tampoco habría habido mucha diferencia: era una mala madre, y ya está. Siente lo que te apetezca por ella, rencor o rabia, me es indiferente. Pero todo lo que hizo fue traerte al mundo, no es responsable de nada más. Tú sí. – razonó Miklós. Esas eran unas palabras particularmente sabias para provenir de un adicto al opio como lo era él, y además eran las palabras que él habría deseado que le dijeran en algún momento de su infancia, en lugar de tener que descubrirlas él a la fuerza y con los años. Todo habría sido más fácil de haber sabido su valía desde el primer momento, pero para él las cosas jamás habían sido sencillas, ya se había acostumbrado, así que no esperaba que fuera a cambiar pronto. – Ya sé que no eres un zorro, eres un maldito gato. Me da igual el tamaño, eres un gato y ya está. Pero quien te trajo aquí es una zorra que cree que encontrar un nuevo hermano es un regalo para mí. No voy a obligarte a que te quedes, haz lo que te venga en gana, pero imagino que tendrás preguntas, y estoy de humor de responderlas. – sentenció Miklós, decidiendo con esa facilidad el destino del hermano que, lo sabía, no se iría tan fácil de allí. Y, probablemente, tampoco de su lado, aunque de eso no tenía tantas certezas como de lo otro.
¿Cómo podía no saber que Bajnok se iba a quedar si de pronto se había encontrado con alguien que clamaba ser su familia y que, además, sabía mucho de su madre y de todas esas cosas de su pasado que el otro desconocía? Era una estupidez marcharse cuando se tenía acceso a respuestas a todas las dudas que había sentido nunca, y los dos lo sabían... Miklós sobre todo, pero tal vez la inteligencia fuera un rasgo común en ambos. Poco tardaría en descubrir si así era.
– Abandonado como si no valieras nada. Sin nada salvo la manta en la que estabas envuelto, en un lugar sagrado donde se sabía que se iba a ocupar alguien de ti, aunque sólo fuera por piedad cristiana y por la virtud de la caridad. – narró Miklós. Había cerrado los ojos, aún envuelto en la nube de opio que rodeaba sus pensamientos y le impedía sentir el dolor que él trataba de rehuir con todas sus fuerzas, de todas las maneras posibles, salvo callándose la maldita boca cuando era necesario que lo hiciera. Algunas cosas nunca cambiarían... – Me suena familiar la historia. Pero si has llegado hasta aquí sin ella, ¿realmente crees que la necesitabas? Todo lo que hizo fue gestarte y parirte, dejando que otros la preñaran, es la misma historia de siempre. Tómame como ejemplo de que si hubiera estado ahí, tampoco habría habido mucha diferencia: era una mala madre, y ya está. Siente lo que te apetezca por ella, rencor o rabia, me es indiferente. Pero todo lo que hizo fue traerte al mundo, no es responsable de nada más. Tú sí. – razonó Miklós. Esas eran unas palabras particularmente sabias para provenir de un adicto al opio como lo era él, y además eran las palabras que él habría deseado que le dijeran en algún momento de su infancia, en lugar de tener que descubrirlas él a la fuerza y con los años. Todo habría sido más fácil de haber sabido su valía desde el primer momento, pero para él las cosas jamás habían sido sencillas, ya se había acostumbrado, así que no esperaba que fuera a cambiar pronto. – Ya sé que no eres un zorro, eres un maldito gato. Me da igual el tamaño, eres un gato y ya está. Pero quien te trajo aquí es una zorra que cree que encontrar un nuevo hermano es un regalo para mí. No voy a obligarte a que te quedes, haz lo que te venga en gana, pero imagino que tendrás preguntas, y estoy de humor de responderlas. – sentenció Miklós, decidiendo con esa facilidad el destino del hermano que, lo sabía, no se iría tan fácil de allí. Y, probablemente, tampoco de su lado, aunque de eso no tenía tantas certezas como de lo otro.
¿Cómo podía no saber que Bajnok se iba a quedar si de pronto se había encontrado con alguien que clamaba ser su familia y que, además, sabía mucho de su madre y de todas esas cosas de su pasado que el otro desconocía? Era una estupidez marcharse cuando se tenía acceso a respuestas a todas las dudas que había sentido nunca, y los dos lo sabían... Miklós sobre todo, pero tal vez la inteligencia fuera un rasgo común en ambos. Poco tardaría en descubrir si así era.
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Re: He Ain't Heavy, He's My Brother — Privado
La más parte más racional de Bajnok, esa de la que se regodeaba por ser un ñoño hecho y derecho, le recriminaba lo absurdo de la situación, que no existía ni la más mínima lógica en que ese otro hombre fuera algo así como su medio hermano. Era una idea demasiado hilarante y con muchos vacíos; sin embargo, su otra parte, aquella que empezaba a despertar un odio hacia su progenitora, esa misma que lo había abandonado, quería pretender que podría confiar un poco en que, la mujer que lo mandó a secuestrar de tal modo, hubiera hecho muy bien sus averiguaciones y estuviera en lo correcto. Entonces cabía la posibilidad de que tuviera una familia de verdad, pese a que aún seguían sus dudas con respecto a su padre adoptivo.
Bajnok incluso llegó a percibir cierta familiaridad, en lo que analizaba visualmente al otro individuo. Quizá Miklós y él compartían posiciones sociales diferentes; gustos y demás cosas distintas, pero, ¿y si por sus venas corría la misma sangre? Ambos eran cambiantes, felinos, hasta existía una ligera similitud física. No obstante, se tuvo que obligar a desviar la mirada y conseguir centrarse en otra cosa, mientras analizaba sus palabras.
La historia de Miklós parecía ser la propia, aunque él, a diferencia del otro, había corrido con mejor suerte. ¿Quizá su madre tuvo un poco de remordimiento y por eso prefirió mil veces dejarlo en las puertas de un monasterio? Bajnok no supo si sentirse afortunado o no. Para él, el fin no justificaba los hechos, en lo más mínimo. Pero aún peor tuvo que haberla pasado Miklós, si se ponía a pensarlo detenidamente. También estaba el hecho de que no había pedido llegar hasta ahí; no había pedido buscar a su madre, aunque quisiera saber, muy en el fondo, sobre la existencia de su familia real. Haber llegado hasta ese punto no era culpa suya, así que tampoco tomó tan bien esa parte. Lo que sí asimiló, y su cabeza decidió recordar de inmediato, fue algo relacionado con su propio padre, el general von Ferstel.
—Una mujer que abandona a sus hijos de ese modo, nunca puede considerarse una buena madre, lo sé. Pero, no podía evitar tener dudas con respecto a mi origen, ¿sabes? Desde chico veía a otros niños con sus padres reales y no podía evitar preguntarme sobre el origen de los míos, si que existían —habló finalmente. El tufo del lugar seguía causándole resquemor, y mucho más si tenía que respirarlo, incluso dejar que se le colara por la boca cuando hablaba—. Sólo fueron dudas, aunque... estoy aquí por culpa de alguien más, que tuvo que averiguar bien las cosas, supongo. Lo digo por considerar que entre nosotros exista esa familiaridad... De acuerdo, no sé si fiarme o no, pero las dudas siguen ahí, y mi testarudez no me permitirá rendirme tan fácilmente.
Estaba en una posición algo molesta por las ataduras, aun así, consiguió ignorarla por completo, centrando sus pensamientos en una detalle que le incordiaba un poco, y si Miklós estaba dispuesto a responderle algunas cosas, ¿iba a pasar por alto la oportunidad?
—Aunque hay algo que he ido sospechando desde hace un tiempo. Tengo la ligera sospecha de que no fui abandonado en esa abadía por casualidad. ¿Y si ella conocía a alguien en Melk? Incluso me ha llegado a parecer muy conveniente de que, a cierta edad, von Ferstel me adoptara —razonó, con los ojos cerrados, intentando conectar los hilos de las posibilidades—. ¿Algunas vez la escuchaste mencionar el apellido? O al menos el nombre Wilhem. Su hermano es el abad. No lo sé, creo que algo tiene que ver, no quiero pensar que sea algo al azar.
Bajnok incluso llegó a percibir cierta familiaridad, en lo que analizaba visualmente al otro individuo. Quizá Miklós y él compartían posiciones sociales diferentes; gustos y demás cosas distintas, pero, ¿y si por sus venas corría la misma sangre? Ambos eran cambiantes, felinos, hasta existía una ligera similitud física. No obstante, se tuvo que obligar a desviar la mirada y conseguir centrarse en otra cosa, mientras analizaba sus palabras.
La historia de Miklós parecía ser la propia, aunque él, a diferencia del otro, había corrido con mejor suerte. ¿Quizá su madre tuvo un poco de remordimiento y por eso prefirió mil veces dejarlo en las puertas de un monasterio? Bajnok no supo si sentirse afortunado o no. Para él, el fin no justificaba los hechos, en lo más mínimo. Pero aún peor tuvo que haberla pasado Miklós, si se ponía a pensarlo detenidamente. También estaba el hecho de que no había pedido llegar hasta ahí; no había pedido buscar a su madre, aunque quisiera saber, muy en el fondo, sobre la existencia de su familia real. Haber llegado hasta ese punto no era culpa suya, así que tampoco tomó tan bien esa parte. Lo que sí asimiló, y su cabeza decidió recordar de inmediato, fue algo relacionado con su propio padre, el general von Ferstel.
—Una mujer que abandona a sus hijos de ese modo, nunca puede considerarse una buena madre, lo sé. Pero, no podía evitar tener dudas con respecto a mi origen, ¿sabes? Desde chico veía a otros niños con sus padres reales y no podía evitar preguntarme sobre el origen de los míos, si que existían —habló finalmente. El tufo del lugar seguía causándole resquemor, y mucho más si tenía que respirarlo, incluso dejar que se le colara por la boca cuando hablaba—. Sólo fueron dudas, aunque... estoy aquí por culpa de alguien más, que tuvo que averiguar bien las cosas, supongo. Lo digo por considerar que entre nosotros exista esa familiaridad... De acuerdo, no sé si fiarme o no, pero las dudas siguen ahí, y mi testarudez no me permitirá rendirme tan fácilmente.
Estaba en una posición algo molesta por las ataduras, aun así, consiguió ignorarla por completo, centrando sus pensamientos en una detalle que le incordiaba un poco, y si Miklós estaba dispuesto a responderle algunas cosas, ¿iba a pasar por alto la oportunidad?
—Aunque hay algo que he ido sospechando desde hace un tiempo. Tengo la ligera sospecha de que no fui abandonado en esa abadía por casualidad. ¿Y si ella conocía a alguien en Melk? Incluso me ha llegado a parecer muy conveniente de que, a cierta edad, von Ferstel me adoptara —razonó, con los ojos cerrados, intentando conectar los hilos de las posibilidades—. ¿Algunas vez la escuchaste mencionar el apellido? O al menos el nombre Wilhem. Su hermano es el abad. No lo sé, creo que algo tiene que ver, no quiero pensar que sea algo al azar.
Bajnok von Ferstel- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2017
Re: He Ain't Heavy, He's My Brother — Privado
¿Quién mejor que el magyar para entender los dilemas de Bajnok con respecto a su familia y a quiénes habían sido los responsables de engendrarlos? Él se había criado, si es que podía llamarse así a lo suyo, con Eszter y con su miríada de amantes, cada cual más peculiar que el anterior; había, pues, adoptado rasgos de todos ellos, desde los ocasionales hombres que habían ejercido de progenitores con él hasta la propia gitana. Ella le había enseñado lecciones tan interesantes como la mejor forma de valerse de la seducción para timar a alguien y sacarse lo que se deseara de ese alguien, o utilizar a las personas como si fueran trapos, lo cual suponía deshacerse de ellas una vez cumplieran su objetivo. Y, pese a ello, o quizá precisamente gracias a ello, Miklós siempre había sentido curiosidad por quién demonios habría sido su padre natural, el que se había encargado de plantar la semilla en la cambiante de la que había salido él nueve meses después; esa curiosidad la había saciado, sí, con creces incluso, pero la había sentido, así que no podía juzgar. Ni siquiera si estaba atrapado y atado de manos metafóricamente por su apatía existencial, a diferencia de las ataduras bien reales y tangibles de Bajnok, podía dejar de sentir cierta comprensión, que era más una consecuencia de un proceso psicológico que un sentimiento real. Tiempo al tiempo, se dijo, consciente de que había empezado, gracias a Isolde y a Erzsébet en gran medida, el lento y tortuoso camino de recuperar lo que un día había sido, no una persona particularmente sensible (demonios, si a veces ni siquiera podía considerársele siquiera persona) pero sí alguien que, al menos, un poco sí que era capaz de sentir y padecer. Intentar ocuparse de Bajnok parecía un buen comienzo, porque el otro parecía incapaz de cuidarse a sí mismo, así que por mucha pereza que le diera, Miklós decidió responder.
– Eszter, tu madre, nuestra madre, siempre ha seguido el mismo comportamiento. Elegía un hombre, por los motivos que fueran, lo seducía, a veces hasta el final, y cuando sentía que se hartaba, se deshacía de todo lo que la ataba a él. Yo tuve la relativa suerte, otros no. – admitió. Estaba dispuesto a reconciliarse con la idea de que su madre, aunque hubiera sido irregular tirando a mala en sus tareas maternales, había sido mucho peor para otros; no por nada, sino porque era un hecho, y su apatía le permitía tener la claridad suficiente para verlo como era, sin artificios de ningún tipo. – Sedujo a tu padre, pero le salió mal la cosa y se quedó embarazada de ti. No mencionó nunca Melk, pero estuvimos alguna vez, cuando yo era muy pequeño, porque a veces nos daban comida y refugio durante sus exploraciones por todo el Sacro Imperio. Es probable que conociera a alguien. – razonó, forzando su buena memoria de cambiante para poder recordar con claridad hechos que se le escapaban entre los dedos, como granos de arena, al no haberles dado nada de importancia en su momento. Ni siquiera siendo sobrehumano, como lo era, podía Miklós gozar de una memoria absolutamente fotográfica, así que debía hacer cierto esfuerzo; no mucho, porque sencillamente no le apetecía lo más mínimo, pero algo sí, y era en lo que estaba en ese momento. – Si te dejó allí, de todas maneras, fue seguramente porque le pesó la conciencia. Era una pecadora confesa, igual que yo, pero creía firme y devotamente en Dios, y sabía que pese a que algunas cosas podían perdonarse, dejar tirado a un hijo sin un mínimo de ayuda le granjearía un pase inmediato al Infierno, así que eligió dejarte donde fuera el propio Dios quien te ayudara. No lo sé seguro, pero la conocía y es lo que yo imagino que pensó para tomar esa decisión. – concluyó.
No había estado allí y, de haber estado, tampoco podría haber hecho nada por impedir que Eszter se deshiciera de un hermano; con los años pasados, era difícil saber si, siquiera, Miklós se habría esforzado en discutir, pero de lo que no cabía duda era de que lo habría querido, llegado el momento, como había llegado a querer a Imara en su día.
– Eszter, tu madre, nuestra madre, siempre ha seguido el mismo comportamiento. Elegía un hombre, por los motivos que fueran, lo seducía, a veces hasta el final, y cuando sentía que se hartaba, se deshacía de todo lo que la ataba a él. Yo tuve la relativa suerte, otros no. – admitió. Estaba dispuesto a reconciliarse con la idea de que su madre, aunque hubiera sido irregular tirando a mala en sus tareas maternales, había sido mucho peor para otros; no por nada, sino porque era un hecho, y su apatía le permitía tener la claridad suficiente para verlo como era, sin artificios de ningún tipo. – Sedujo a tu padre, pero le salió mal la cosa y se quedó embarazada de ti. No mencionó nunca Melk, pero estuvimos alguna vez, cuando yo era muy pequeño, porque a veces nos daban comida y refugio durante sus exploraciones por todo el Sacro Imperio. Es probable que conociera a alguien. – razonó, forzando su buena memoria de cambiante para poder recordar con claridad hechos que se le escapaban entre los dedos, como granos de arena, al no haberles dado nada de importancia en su momento. Ni siquiera siendo sobrehumano, como lo era, podía Miklós gozar de una memoria absolutamente fotográfica, así que debía hacer cierto esfuerzo; no mucho, porque sencillamente no le apetecía lo más mínimo, pero algo sí, y era en lo que estaba en ese momento. – Si te dejó allí, de todas maneras, fue seguramente porque le pesó la conciencia. Era una pecadora confesa, igual que yo, pero creía firme y devotamente en Dios, y sabía que pese a que algunas cosas podían perdonarse, dejar tirado a un hijo sin un mínimo de ayuda le granjearía un pase inmediato al Infierno, así que eligió dejarte donde fuera el propio Dios quien te ayudara. No lo sé seguro, pero la conocía y es lo que yo imagino que pensó para tomar esa decisión. – concluyó.
No había estado allí y, de haber estado, tampoco podría haber hecho nada por impedir que Eszter se deshiciera de un hermano; con los años pasados, era difícil saber si, siquiera, Miklós se habría esforzado en discutir, pero de lo que no cabía duda era de que lo habría querido, llegado el momento, como había llegado a querer a Imara en su día.
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