You're my sister and i'm your brother |Kenna

Había llegado el momento de la verdad, el momento cumbre... durante semanas Cailen y yo nos habíamos estado preparando para esto. El robo perfecto. Aunque claro, a pequeña escala. Íbamos a comenzar con algo fácil, no era cuestión de volvernos ambiciosos y robar una pintura afamada del señor Da Vinci. Decían que sus pinturas eran muy bellas. A mi me hubiera gustado ver sus pinturas... pero bueno, por ahora debía concentrarme en algo más sencillo.

Un costillar. Si, podía con eso. Escuché las indicaciones de mi amigo y miré hacia el carnicero. -¿Ese es él?- Guau. Abrí los ojos como platos, si que era grande. Si me atrapaba... sentí temblar cada poro de mi piel. ¿Podíamos abortar no? Me encogí, pero mis ojos regresaron al costillar. ¡Si podíamos!

-Cailen, ¡si podemos!- le hablé mentalmente. Ahora podíamos echar mano de mi telepatía. Desde aquel día en el hostal había sucedido algo maravilloso, ahora podía adentrarme en su mente. Distendí mis labios en una sonrisa. -Vamos ¿dónde está tú ánimo? Confío en ti, juntos podemos.- Le decía la verdad, si fuera otro lo pensaría dos veces pero era precisamente Cai y no otro el que había abierto su mente para dejarme entrar y que pudiésemos comunicarnos entre ambos. -Recuerda, ya hemos logrado lo que parecía imposible.-

Procuré mostrarme animada y confiada frente a él. -Al mal paso darle prisa así que...- tragué saliva. -Una, dos...- salté para darle un lengüetazo en la cara y luego caí en el suelo sobre mis mullidas patas antes de echar a correr. Desaceleré al llegar cerca del puesto de carne y me hice la muy casual.

-Oh, mira. ¡Una mariposa!- Salté detrás de ella e intenté atraparla con mis patas delanteras. Ah... si, porque así era yo, todo me distraía. Gruñí extasiada. -¡A que la atrapo Cai!-

Esbocé una sonrisa al escuchar la voz femenina llena de energía dentro de mi cabeza, muy pocas veces la había escuchado hablar pues casi siempre se encontraba en su forma canina pero desde que ella (o ambos, no estoy muy seguro) hizo aquello en el hotel, no solo sentía sino que también lograba escuchar su voz. -Tienes razón Kenna, sí podemos. -Añadí con entusiasmo, esto sería estupendo. -Hemos practicado, todo estará bien.- Esas palabras de aliento eran más para apaciguarme a mí mismo que para ella, pues se le notaba confiada y decidida a hacerlo.

El lengüetazo me tomó por sorpresa y  nada pude hacer para evitarlo más que sonreír de lado y tratar de limpiarme con la manga, no que no me agradaran sus muestras de afecto, solo que… no sé.

La observé acercándose al puesto con un andar tranquilo y que no levantaba sospechas. Eso es Kenna, lo estás haciendo bien… Pensé sin saber muy bien si habría alcanzado a escucharme, si bien lograba hacer que funcionara aquello de comunicarnos por la mente, me faltaba práctica. ¡No, Kenna ¿qué estás haciendo! grité mentalmente  y por fuera me pellizcaba la nariz. La joven de cabellos rojos era adorable sin intención de serlo, eso siempre ocasionaba que la gente no pudiera resistir sus enormes ojos y su cara cuando ésta pedía comida, muy pocos resistían y eran personas de la peor calaña. Mucha de la ternura que tenía era por el hecho de que para mí era como una niña pequeña, tenía un periodo corto de atención, además de que era demasiado buena e inocente, también juguetona. Todo eso se había juntado en el peor momento y como resultado ahí estaba la cachorra persiguiendo a una mariposa. Kenna, la misión. Deja la mariposa....


Luego se me ocurrió una mejor idea, no era como lo habíamos planeado pero podría dar resultado, después de todo su deber era distraer a todos ¿no? ¡Kenna, sigue así, persigue la mariposa, que la gente vea. Luego muere!

El repentino grito de reprimenda de Cailen hizo que trastabillara cuando estaba a punto de pegar un nuevo salto sobre mis patas traseras. La mariposa era exquisita, sus alas tenían unos tonos púrpura muy hermosos y ella jugaba conmigo a que volaba más alto y yo no la atrapaba. Por mi parte reía caninamente, le hacía creer que no podía con ella aunque mi agilidad me permitía pegar grandes saltos en los cuales movía mis patas delanteras y fingía no alcanzarla.

Caí despatarrada sobre el pavimento cuando la voz masculina me apremió a que me olvidara del juego. Pero... Cailen, ¿por qué no te nos unes más bien? Reí y me levanté de un salto. La misión, me dijo. Aaahh si, por supuesto. Aquel costillar, el carnicero... Me dan mala espina los carniceros. Ten muchísimo cuidado. Aquel hombre regordete del puesto de carne, tenía una enorme cara de pocos amigos, me recordaba a un mal encarado bulldog, listo para lanzarse encima de cualquiera que le diera una excusa para hacerlo.

Gimoteé y lancé una mirada hacia Cailen. Al menos no creo que corra rápido, tendrás tiempo para hacerte de un gran botín. ¡La misión! Es cierto, ahora que podíamos comunicarnos éramos de temer, esto nos iba a salir super bien. Ibamos a ser el dúo dinámico del crimen organizado.

De repente mi amigo me dio permiso para proseguir mi juego. ¿En serio? ¡Genial! No lo pensé ni tres veces mientras reanudaba mi carrera. Mi pequeña amiga sobrevolaba entre puestos de comida por lo que me lancé tras ella y juntas emprendimos una pequeña y muy animada danza que mostraba mi agilidad canina. Modestia aparte era bastante buena para hacer piruetas y dar saltos, pocos caninos mostraban mi destreza.

La gente lo notaba y comenzaba a prestarme atención, felizmente dancé demostrándoles la agilidad que podía tener un border collie hasta que en medio salto fingí sufrir un calambre que puso rígida una de mis patas y tiesa como una estatua de mármol caí sobre el suelo. Saqué la lengua y la dejé colgar a un lado de mi hocico para darle más realismo a mi "muerte".

Ahora Cailen, ¡corre por el botín! Una pequeña niña había pegado un grito y se encontraba llorando señalándome mientras tiraba de las faldas de su madre. ¡Corre! Me estaba poniendo nerviosa que diversos vendedores y compradores comenzaran a acercarse, el espacio de tiempo con el que contábamos era extremadamente corto, ahora todo dependía de él.

En cuanto vi a Kenna caer al suelo y rodar un par de veces sentí un nudo de la garganta por la culpa. Podía cuidarse y seguramente el dolor no había sido nada gracias a sus atributos como cambiaformas, pero no por ello me agradaba el hecho de saber que la cachorra había caído en consecuencia de que le había gritado mentalmente y aquello la asustó. Perdona. Pensé con fuerza, esperando que mis emociones no se colaran o interrumpieran el mensaje, joder, eso de comunicarse con la mente era difícil. Conectarme con Kenna significaba desconectarme de mi alrededor por un instante, y bien sabíamos los dos que un instante podía hacer la diferencia entre la gloria o la cárcel. En su caso, la perrera.

A mi cabeza llegó la voz aguda de Kenna pero no le respondí, tenía la esperanza de que ella asumiera que había escuchado su mensaje y estaba esforzándome en finalizar nuestra misión de robar el costillar, no podía responderle, todos mis sentidos estaban enfocados al enorme trozo de carne que estaba resguardado por el corpulento hombre. No fue hasta que estuve cerca de él que me percaté de que en su cinturón, al igual que yo, tenía un cuchillo. Solo que el suyo asustaba con solo mirarlo, podría cortar un hueso de cordero con esa cosa. Tragué saliva, procurando moverme junto con el gentío que se arremolinaba para ver lo que había ocurrido. El sonido de un llanto de una pequeña dio paso a murmullos, otros gritos y demás sonidos.

-Pobre criatura. -Gimoteó una viejecilla que cargaba su bolsa llena de comida.
-¡¿Alguien aquí es veterinario?! -Cuestionó un hombre mientras giraba su cabeza y dirigía su mirada a la gente a su alrededor, en busca de que alguien diera un paso adelante.
-¡Madre, se ha muerto! -Siguió chillando la niña.

Fue poco tiempo el que se necesitó para que el carnicero bajara la guardia y se adelantara a ver qué había ocurrido. No perdí ni un segundo. Ágilmente saqué la daga que siempre cargaba en el gastado cinturón, y de un solo movimiento corté la soga que mantenía al costillar colgando del escaparate improvisado de madera.

Antes de que cualquiera pudiera darse cuenta de lo que había pasado huí de la escena, adentrándome en un callejón. ¡Kenna, sal de ahí! -Grité mentalmente y esperé tras unas cajas de madera a que la cachorra llegara, el lugar era nuestro punto de encuentro.

Comenzaba a acalambrarme en serio por mantener mi perfecta pinta de collie fallecida. Entre la incomodidad sonreía para mis adentros al percatarme de lo buena actriz que era, la gente lanzaba exclamaciones y al parecer mi danza anterior había servido para que mi caída fuese mucho más dramática. Los testigos estaban perturbados por la muerte de una collie ágil, simpática y acróbata.

Cailen algo de rapidez no me caería mal. Me quejé, se me estaba durmiendo la pata que mantenía estirada y mi lengua seguía rozando el suelo. Sabía feo el suelo, ni siquiera estaba apropiadamente cubierto, vetas de tierra le recubrían. El sabor a tierra no era el mejor del mundo, ya había intentado comer tierra cuando el hambre era muy voraz y no lograba abastecerme de alimento por ningún lado. Por eso es que este día era especial. Cailen y yo íbamos a conquistar el arte del hurto, aunque el hecho provocara que mi conciencia se sintiera culpable. Algo teníamos que comer.

¡Kenna, sal de ahí! El no había terminado aún la frase cuando yo ya saltaba por los aires como un resorte. Super Kenna cayó sobre el suelo meneando la cola con alegría y pasó entre los presentes como una locomotora mordiendo juguetonamente el dobladillo del pantalón del carnicero y pegando un salto para lengüetear el rostro de la niña que lloraba por mi.

-Madre mía!- la anciana estuvo a punto de sufrir una arritmia pero se recuperó al caer en los brazos de un hombre joven a quien le dedicó una brillante sonrisa con su dentadura postiza.

Yo por mi parte volaba entre las mesas y puestos de venta, esta vez no iba a permitir que nadie me atrapara. Había aprendido a no descuidarme.


Pronto llegué a nuestro punto de encuentro y de un solo impulso aterricé al otro lado de las cajas. ¡Cailen lo logramos! Observé su botín muerta del entusiasmo y la excitación. Ahora prosigamos el camino. Me lleve una pata al hocico para indicarle que lo hiciésemos muy silenciosamente. Nadie debía enterarse de donde estábamos. Me arrastré por el suelo mientras avanzábamos en las callejuelas silenciosas alejándonos de nuestro punto de asalto. Éramos un par de criminales profesionales a punto de celebrar la victoria. Solo un poco más.

Le toqué con una pata para que no hiciera ruido con los zapatos. Debía movilizarse como una pequeña culebra. Era fácil y divertido. Si seguíamos así pronto los periódicos comenzarían a narrar las proezas de los amos del crimen.

-¡Lo hiciste muy bien! –La alenté mentalmente puesto que no había que hacer ruido, el carnicero seguramente no sabía qué acababa de pasar; ni él ni ninguno de los que presenciaron el teatro de Kenna. Asentí cuando me percaté de sus gestos indicando que no hiciera ruido. Por suerte era escurridizo por naturaleza, y mi complexión delgada y velocidad al correr eran una buena ventaja.

Pronto logramos refugiarnos en una casa abandonada desde hacía más de tres años. Frente a ella estaba un letrero que según Kenna decía “En venta” luego me enteré que el hombre que la vendía quería un precio absurdamente elevado por un inmueble con múltiples inconvenientes, además de que se ubicaba cerca del mercado. Simplemente la gente rica se indignaba cuando se daban cuenta que estaban cerca de “la gente común” y de los defectos de los que padecía la vivienda. La gente que no tenía problemas con vivir en ese lugar no podía pagar el elevado precio. En alguno de mis paseos por la ciudad había encontrado dicha propiedad y no me pareció mala idea quedarme allí al menos un corto tiempo. Si alguien se enteraba podría llamar a la policía.

Abrí la puerta trasera (oculta debido a los árboles crecidos y la maleza descuidada) y dejé entrar a la collie. –Puedes volver a tu forma humana si lo deseas, te compré un pantalón y una camisa de color azul. Lamento no poder conseguirte un vestido, solo había ropa de hombre. –En una de las habitaciones le había dejado una caja con las prendas que había logrado conseguir en una tienda de segunda mano. Al parecer la camisa se había manchado de café y al no poder quitarse, su dueño decidió deshacerse de ella. El pantalón tenía múltiples parches en las rodillas, todos de telas diferentes, dándole un toque extrañamente colorido al pantalón gris. Quería comprarle un hermoso vestido, pero desafortunadamente no había logrado dar con ninguno, aunque parecía contenta con ropa de varón.  Sin perder un instante encendí la chimenea y, como pude, colgué el costillar para que empezara a asarse en el fuego.

La escena era parecida a la de aquella vez en la que cenábamos en el callejón antes de que nos sorprendiera la lluvia. Y casi me matara un rayo… Sacudí mi cabeza, no me gustaba pensar en ello y no lo habíamos hablado desde que aconteció. En una mesa cercana había un recipiente grande y hondo esperando. Las tuberías no funcionaban pero habíamos juntado un poco de agua limpia de un pozo en algunas cubetas. Vacié un poco en él y tomé un trapo limpio así como una barra de jabón, dejándolos a mi alcance. Con Kenna no me daba ansiedad al quitarme mi camisa; ella ya había visto mis cicatrices, aunque no recordaba cómo fue que las vio, había sido hacía ya mucho tiempo.  Me saqué la camisa sucia y con ayuda de un recipiente más pequeño vertí agua sobre mi cabeza. Llené mi pelo de jabón y volví a enjuagar.

Pasé la barra de jabón por mi abdomen y cara antes de echarme un poco de agua en el torso, por suerte el agua estaba tibia. Pasé el trapo por la zona descubierta de mi cuerpo para secarme y volví a ponerme la camisa. Aquello era lo más cercano a un baño que podía tener, hacía demasiado frío para bañarse en algún lago.

Aún me desplazaba cual serpiente por las callejuelas antes de detenerme a esperar que Cailen abriera la puerta de aquel lugar abandonado que por ahora hacía las veces de hogar y que era más agradable que dormir sobre cajas en un callejón o buscar sitio en el porche delantero de una casa. Los porches estaban bien para tumbarse en clima cálido pero cuando se trataba de noches de viento y lluvia a pesar de mi pelaje mi cuerpo podía resentirse y acabar con un severo resfriado que podría desplazarse peligrosamente hacia algo más que una gripe.

Troté alegremente alrededor de Cailen y me dirigí hacia aquel pequeño bulto que él me indicó como ropa. Lancé un ladrido de entusiasmo y moví entusiasta mi cola. ¡Ropa! Mis ojos brillaban al ver aquello. Ladeé la cabeza observándola, era algo pintoresca, pero eran pantalones que me resguardarían del frío.

Gimoteé un poco para llamarle la atención antes de acercarme a él para lengüetearle las manos. Era muy generoso de su parte preocuparse por mi con este tipo de detalles.

Mientras él se entretenía yendo a lavarse me dispuse a cambiar de forma. Me limpié un par de lágrimas de agradecimiento al volver a ver la ropa. Cailen se había convertido ciertamente en un hermano para mi, como si no solo compartiésemos el mismo país, si no la misma sangre. De repente esa idea me daba vueltas en la cabeza mientras me vestía.

Tan pronto me puse la ropa encima caminé hacia él para que viera mi nuevo atuendo. Sonreí de oreja a oreja. -¿Cómo se ve? ¿Qué tal presentarme así ante las damas refinadas de París en una reunión para tomar el té?- Bromeé de buen humor. -¿No sería genial que tuviésemos la misma sangre tú y yo Cai?- Lo miré unos segundos, bueno pelirrojo no era pero tenía mi tipo de ojos, emotivos y demasiado transparentes.

Aún sonriente caminé hacia el costillar que se asaba en la chimenea para agacharme y darle vuelta y así se cocinara también del otro lado. -Piénsalo… aunque se trate de una posibilidad en una millonésima, no ¿sería grandioso?-

Me enderecé. Athair había sido mi padre… y realmente aún al verme en el espejo buscaba entre mis pecas y mis rasgos algo que me asegurara que de verdad era su hija de sangre. -Aunque supongo que no es necesario compartir la misma… un parentesco para sentirte unido a alguien más como si realmente existiese. Me tratas como a una hermana… y tengo que agradecerte este detalle. No solo la ropa…-

Me acerqué a una silla algo desvencijada y me senté en ella. -Hoy tendremos un banquete. ¿Qué opinas de nuestra primera misión en común? Nos fue bien ¿no crees? A este paso no tardaremos en ser la envidia del bajo mundo.- Solté una risilla al decir eso, nos habíamos coordinado bien en equipo y el enlace mental que había surgido entre ambos de la forma más accidentada permanecía intacto.

Una vez listo y aseado (o al menos lo más aseado que podía) me dispuse a vigilar la carne que se asaba en el fuego, le di la cuelta y me dediqué a husmear en la alacena de la casa. Los dueños anteriores no se habían llevado todo y dejaron atrás cosas que no echarían mucho en falta, o que podrían reponer fácilmente; por eso mismo de repente encontrábamos velas a medio usar, mantas viejas, alfombras llenas de manchas y una que otra cosa en la cocina. Escudriñé cada rincón del lugar hasta que me di cuenta de que ya no había otra cosa más en aquél lugar.

En la cocina había encontrado un pequeño frasco con azúcar, otro más pequeño con sal, algunas frutas en conservas y mermeladas a medio comer, no era mucho pero para nosotros era todo un manjar. Tomé el pequeño frasco con sal y volví al fuego, añadí algunas pizcas del condimento por el costillar, así tendría más sabor. Estaba en esas cuando escuché a Kenna volver de cambiarse. Al escucharla no pude evitar soltar una risilla. –Seguramente quedarán infartadas ante tal espectáculo. Ninguna podría darse el lujo de comprar ropas tan finas como las que tiene usted, Mademioselle Carmichael. –Continué el juego, haciendo una exagerada reverencia ante la cambiante, luego la invité con un ademán a que se acercara a donde estábamos. La noche era agradable, pero al horizonte podía ver a través de la ventana que se avecinaba una buena tormenta para la noche, esperaba que el lugar no tuviese goteras. –Mon petit phosphore. –Comenté antes de darle un buen abrazo como lo haría un hermano mayor. –A mis ojos tú y yo somos familia, no necesitamos compartir sangre, te quiero como a una hermanita, y como tal, te protegeré. –Respondí con calma, soltándola antes de sentarme en el suelo, frente a la chimenea.

-Nuestra misión fue todo un éxito, apuesto a que para la siguiente podremos tener recompensas más grandes, aunque te lo recuerdo, cachorra. No debemos tentar la suerte, y solamente lo necesario para sobrevivir ¿vale? –Aclaré, Kenna sabía que no aprobaba ese estilo de vida y mi plan era dejarlo en cuanto tuviera la oportunidad, por mientras, haría lo necesario con tal de sobrevivir. La moral siempre pasa a segundo plano cuando uno tiene hambre.

Pasaron algunos minutos y pronto el costillar estuvo listo así que, con cuidado, saqué un trozo del fuego y se lo di a mi acompañante, a ella le daba la libertad de decidir si me acompañaba o no a los rezos, yo me estaba cuestionando si debía dejar de hacerlo pero me daba miedo, así que la costumbre prevalecía a pesar de ya no estar seguro de su utilidad, o de mis propias creencias. Cerré los ojos y junté mis manos, dando una muy breve oración, murmuré un Amén y me dediqué a comer.

Volví a reír por lo bajo cuando Cailen me siguió el juego y me hizo una reverencia como si yo pudiera ser considerada una dama. -¿Y usted monsieur? No nos olvidemos de su afamada presencia, y ¡ese atuendo! Lo hace ver tan elegante. Las damas de París seguro estarán encantadas de que nos acompañe a tomar una merienda y gozar de su exquisita conversación.- Moví mi mano y mis piernas para hacer una reverencia aguantándome la risa, completamente inmersa en mi papel.

Caminé para abrazarlo cuando extendió los brazos, las mangas le quedaban largas, lo cual le daba un aspecto gracioso al hacerlo. -Lo haces ya… protegerme.- Lo abracé cariñosamente, él se ocupaba de mi más de lo que mis palabras llegaban a expresar o del mérito que él mismo se confería.

Sonreí cuando me llamó mi pequeño fósforo, me hacía sentir como si de verdad fuera mi hermano. Tomé asiento a un lado suyo mientras los olores comenzaban a distraerme haciéndome lanzar miradas hacia la chimenea, completamente a la expectativa, deseosa de que el costillar terminase de rostizarse.

-Va a ser todo un manjar si combinamos la carne con la mermelada y las frutas. Es más de lo que podía esperarse, un postre en todas las de la ley. – Abrí un pequeño tarro mientras lo decía y tras hacerlo inhalé aquel aroma a fresas. -Podemos racionarla y hacerla durar al menos unos días.-

Alcé la mirada para contemplar a Cailen cuando habló de que no debíamos robar más de lo necesario. -Creo que hemos burlado a la suerte hoy…- A mi parecer nos desenvolvíamos muy bien como socios y una muy pequeña parte de mi se rebelaba pensando que podríamos hacer mucho más. Claro que Cai no dejaba de tener razón, él se convertía en la voz de mi conciencia por lo que me sentí algo avergonzada por el desvío que tomaban mis pensamientos. Aunque de inmediato me animé cuando hablo de la posibilidad de conseguir mayores tesoros.

-¡Lo suficiente para comprar dulces para toda la estación!- Sugerí riendo y metí mi dedo en la mermelada antes de llevarme algo de ella a la boca. -Está muy rica.- Prácticamente lloré al saborearla, hace un buen tiempo que no probaba algo dulce y extrañaba esa sensación, la forma en que se disolvía en el paladar.

Finalmente la carne tomó un exquisito tono dorado y las manos masculinas partieron dos trozos antes de entregarme uno que tomé con gran expectativa. A continuación me uní a él en sus rezos, agradeciendo la comida. Cuando terminamos vi el alimento de forma distraída, recordaba a athair y como el solía guiar las oraciones cuando madre y yo tomábamos alimento frente a la mesa.

-¿Crees en el cielo Cailen?- Lo miré unos segundos como si demasiado dependiera de lo que pudiera responderme, mientras sentía que el corazón se me estrujaba. A veces me pasaba eso cuando recordaba a mi padre.

Comencé a comer algo del costillar, masticando despacio para poder saborear mejor y que durara más. -A athair le habrías agradado, pienso que le hubiera gustado adoptarte en las comidas para que nos acompañaras. A ti te hubiera gustado su sentido del humor, ¡de verdad que si!- Mordí ahora un trozo más grande procurando sorber mis lágrimas.

-Tienes razón al decir que somos familia.- Me animé un poco más al decirlo, no le hablaba mucho de mi madre, de hecho me sentía avergonzada al hacerlo. Me costaba narrar como fue que fui a dar al barco en el que había naufragado… posiblemente porque tampoco era fácil aceptar lo que mi madre había hecho y mi mente lo mantenía en algo de negación.

-Una familia pequeña de dos pero familia al fin y al cabo.- Sonreí antes de levantarme para buscar unos vasos. -¿Qué tipo de vino deseas hoy?- bromeé antes de encaminarme hacia una pequeña bolsa que cargaba conmigo y sacar de ella un par de latas. Lancé una de ellas hacia él para que la atrapara con destreza. -Jugo de frutas.- Expandí la sonrisa. -Es decir, vino de buena cosecha.- añadí jugando a pretender que eso era exactamente.

Las palabras de Cailen provocaron que permaneciera boquiabierta de la sorpresa. -¿En serio?- No racionar era un concepto increíble. En primer lugar ya era bastante fuera de lo común que nos hiciésemos de un tarro de algo dulce, en este caso, de mermelada, pero que pudiésemos disfrutar de ella tanto como quisiésemos… por un momento no sabía si hablaba en serio.

-¿Se puede?- pregunté bajando el volumen de mi voz, casi como si fuera un susurro, como si de decirlo más alto se convertiera en irrealidad. Sin embargo sus ojos claros me miraron confirmando lo que decía.

-Oooh.- Miré el tarro en mi mano antes de colocar despacio la tapa. -Entonces que sea el postre, podremos disfrutar de varias cucharadas monsieur.- Nuevamente jugué a ser una dama formal, como si dejásemos de ser un par de pordioseros y nos encontrásemos en una mansión, disfrutando de la cena de forma elegante y cortés.

Luego de que mis pensamientos se desviaran a athair y el sentimiento de melancolía me embargase observé esperanzada a Cailen al preguntarle si creía en el cielo. Quería creer con todas mis fuerzas que podría verle de nuevo… -Es solo que a veces parece que falleció hace tanto tiempo…- Sentí que mis ojos se humedecían al escuchar su respuesta. Había sido imprudente, olvidándome de que ese tipo de tema le incomodaba.

-Sucedió antes del barco, antes del naufragio… athair siempre fue trabajador y fuerte… no entiendo como pudo pasar…- Se me quebró la voz, llevaba conmigo ese pesar embotellado y nunca lo compartí con nadie. En Escocia casi no tuve tiempo de llorarle antes de que madre me ordenara vestirme aquella noche…

Limpié mis lágrimas con el dorso de mi mano. -Lo siento, no quiero echar a perder la comida.- Alcé la mirada para observarle. -¿Huiste de casa Cai?-

Coloqué mi plato sobre mi regazo mientras le observaba, nunca hablábamos de estos temas, eran… delicados y además a él parecía no agradarle hacerlo. Lo comprendía, si no hubiera sido porque había visto su espalda un día por accidente no me hubiera imaginado lo terrible que había sido su vida. Incluso ahora me costaba comprender… mi padre había sido mi mundo entero, ¿cómo podía el de Cailen haberle castigado de esa manera?

Me limité a mirarlo sin seguir con las preguntas, no quería entrometerme demasiado y tal vez ya había soltado mucho la lengua. -Pienso que si.- Sonreí procurando animarnos cuando preguntó si podríamos habernos conocido en Escocia. -Hubiésemos cruzado caminos, intercambiado una charla casual y de inmediato habríamos hecho buenas migas.- Me costaba creer que aquí o en cualquier otra parte no hubiera sido así.

Coloqué el plato a un lado y alcé un dedo en el aire para detenerlo. -¡Espera!- Me puse de pie para acudir a las despensas colgantes que se encontraban empotradas en la pared de la vieja cocina, abrí las puertas dobles y saqué un par de copas.

Regresé adonde estaba él, tomé su lata y vertí el contenido en ella. -A un buen vino hay que hacerle todos los honores o de lo contrario sería una lástima.- expliqué antes de pasársela.

Dejé que Kenna se levantara a ir por aquellas latas que tenían jugo de frutas, sostuve la copa mientras ella servía, sonriendo con algo de nostalgia, mi familia nunca fue rica pero mi padre era frecuentemente invitado a eventos con gente que sí lo era, cuando estos eran muy metiches y preguntaban por “su pequeño hijo” me llevaba a esas fiestas, nadie ni siquiera sospechaba lo que de verdad ocurría cuando estábamos en casa, en esas reuniones aprendí, entre que me explicaban y yo veía el comportamiento de los asistentes, todo lo que son las reglas de etiqueta, en qué copa se vertía qué y, por supuesto, cómo había de sostenerse, el reflejo volvió a mí como algo natural, apoyando índice y pulgar en la postura adecuada.

Di un buen sorbo al jugo, regocijándome en lo dulce y un tanto ácido que sabía al paladar, hacía demasiado tiempo que no probaba algo dulce, y ese jugo me supo a gloria. –Este es el mejor jugo que he probado en años. –Murmuré mientras veía el fuego, volteé a ver a Kenna, mi pequeña hermana que había adoptado en silencio, jurando protegerla, luego acaricié su cabello para tranquilizarla, era obvio que  estaba muy alterada por todo, era normal, ella era mucho más joven que yo, incluso yo tenía mis momentos en los que todo parecía perdido, pero para esto nos cuidábamos el uno al otro, todo con tal de salir adelante. –Mon petit. –Murmuré con cariño y melancolía al verla. –No te disculpes, no has hecho nada malo.

Di otro sorbo al jugo, queriendo que durara, luego volví mi vista a la chimenea otra vez, afuera había comenzado a caer nieve, en ese momento me alegré mucho de tener un refugio con techo y fuego, al menos por un par de días. –Respondiendo a tu pregunta. –Dije, interrumpiendo el silencio. –Sí, huí de casa cuando era más joven que tú. Escuché a mi padre hablar sobre que iría a una especie de abadía, quería que yo fuera como él, a decir verdad tuve mucho miedo de lo que podría pasarme, sabía que lo haría. Así que fui a mi habitación, tomé ropa, comida y esto. –Dije mientras sacaba de mi cinturón la daga. Alguna vez le había contado a Kenna sobre mi familia y su relación con la Inquisición, sentí que era algo que ella tenía que saber, pues podía ser que de un momento a otro yo desapareciera de su rastro, y que era probable que fuera porque al fin me habían encontrado –Esta daga es de mi padre, Kenna. –Dije sosteniéndola contra la luz, aunque no iba a permitir que ella la tocara, el mango era de plata. Aquella pequeña arma había sido la primer cosa que había tenido que hurtar, y aquello marcó el inicio de lo que era mi nueva vida. –Luego corrí hasta el muelle y me subí de polizón a un barco que estaba por zarpar. Llegué a una costa francesa y comencé a caminar hasta llegar aquí a París. –Finalicé el relato y le dediqué una sonrisa triste a Kenna.

-Hay cosas que, supongo que simplemente pasan, Kenna. No es culpa de nadie, tal vez es el destino, creo. –Guardé de nuevo la daga a donde pertenecía. –Tu padre te amó mucho, cachorra, es normal que lo extrañes. –La rodeé con mis brazos para reconfortarla. –Yo te voy a cuidar, no dejaré que nada te pase.

Después de aquella plática, todo quedó en relativo silencio. Cenamos hasta quedar repletos y nos acurrucamos cerca del fuego, yo sobre un colchón viejo que puse en el piso, mientras que acomodé a Kenna en un sillón que acercamos a la chimenea, pasaron varias horas antes de que pudiera quedarme dormido.

Escuché con muchísima atención las palabras de Cailen, era la primera vez que me hablaba de lo que le había acontecido antes de llegar a París, así que bajé los cubiertos y presté atención a sus revelaciones.

Si había huído de su casa, como imaginé que debió de haberlo hecho. A medida que hablaba me entristecí más, imaginaba la escena recreándola en mi mente. Imaginé que tendría el alma en un hilo cuando empacó su ropa y se escabulló fuera de la que hasta ese entonces había sido su casa, pero lo que más me estremeció fue percatarme de que no tuvo otra salida más que huir del que debería de haber sido el lugar adonde más debería de haberse sentido protegido.

-A veces… no terminas de conocer a las personas con las que has vivido toda una vida.- Me levanté, caminé hacia él y me aferré a sus hombros al abrazarlo, sin poder impedir que las lágrimas apareciesen en mis ojos.

Lloraba por él, por las cicatrices que llevaba a cuestas, lloraba por mi, porque recordaba la razón por la que subí a ese barco, y por ese hogar que yo también perdí, por ese rostro que siempre consideré como el materno y que en el presente me generaba sentimientos encontrados, confusión y… tenía que admitirlo, también resentimiento.

Me aferré fuertemente con mis manos y me desahogué sobre su hombro. Hubiera querido tener todo claro, por eso me esforzaba por encontrar rastros de mi padre en mi rostro, alguna similitud que me hiciera creer que tenía su misma sangre. -¿Cómo terminamos de tener la seguridad con respecto a quienes somos? ¿Somos un par de criminales y se nos juzgará por ello?-

Me separé de él limpiando la humedad de mis ojos con el dorso de mi manga. -Sé que me cuidarás y que de ahora en adelante todo irá mejor.- Alcé las comisuras de mis labios intentando sonreir, después de todo, el pasado era pasado, lo mejor era mirar hacia adelante y pensar que habíamos pasado por tanto que ya no podríamos sufrir más en el futuro.

La noche avanzó y terminamos descansando sobre un par de petates viejos que echamos sobre el suelo, me enrollé de medio lado y dormí mejor de lo que lo había hecho en mucho tiempo, con un techo sobre mi cabeza.

Dormí tan profundamente que cuando desperté ya la mañana estaba avanzada, me desperecé y emití un bostezo buscando a mi hermano y aún tarde unos minutos en despertar del todo antes de percatarme de que no se encontraba en el lugar. -¿Cailen?-

Salí corriendo de la casa, siguiendo el rastro que aún podía percibir en el aire, con mi forma de border collie atravesé callejones y callejuelas miserables, aún podía olfatearle.

Corrí y corrí durante horas y fui aumentando en velocidad hasta llegar a un callejón adonde el olor de mi hermano alcanzaba mis fosas nasales con fuerza al igual que el de dos extraños más. Gruñí mostrando los dientes, me había percatado de que el olor no era humano.

Me detuve y el corazón me dio un salto cuando observé una mancha oscura sobre el suelo. No, no, no, no, ¡no!

El corazón se me fue al suelo y sin pensarlo dos veces corrí por las calles cercanas negándome a creer que lo peor pudiese haberle pasado.

Mis latidos se habían vuelto frenéticos, algo me decía que seguía con vida, pero… ya no podía olerle, era como si se hubiese esfumado en el aire sin que quedase vestigio de él.

Me detuve asustada, el frío de la tarde me congeló los huesos, el viento meció mi pelaje mientras mis ojos se humedecían y alzando mi hocico hacia el cielo un aullido largo y profundo que salió desde lo más hondo de mi ser liberó la tristeza de mi alma haciendo eco en las intrincadas y solitarias calles de Paris.