AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
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Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
-Dos semanas – se dijo mientras acomodaba unos libros en su biblioteca. Miró con extrañeza uno de ellos, - por favor, este no es mio – se quedó observando la cubierta, - pero si es de la Biblioteca, debo llevarlo, es una buena escusa para ver como están mis compañeros , ademas no tengo nada que hacer hasta que no llegue alguna invitación a un baile o algo asi – refunfuño, pensando en que esas reuniones sociales la aburrían, y que prefería mil veces caminar por los senderos de los bosques o la orilla del lago.
Tomó su abrigo, el libro y un pequeño bolso y salio a la calle que comenzaba a teñirse de aquel tinte naranja tan particular al atardecer. - Debo apresurarme porque sino cerrarán y será un viaje en vano – caviló, mientras se detenía en el borde de la acera, un coche de alquiler se acercó despacio con la intención de ofrecer sus servicios, a lo que Emilia aceptó gustosa, aunque tuviera que colocarse su pañuelo en la nariz embebido en algún perfume de los que le regalaba su amiga Saskia, - ¿es que la gente en Paris, no se baña? - dijo mientras acomodaba su bolso y el libro en su regazo.
Unos diez minutos después, que para Emilia fueron una tortura, ya para la gallega no había ningún aroma mas exquisito que el de los bosques de su terruño o el viento salobre de sus costas, - como puede ser que extrañe tanto Finisterre – caviló, observando un paisaje de costas y espumas blancas rompiendo en las escolleras, un lugar que no condecía con la ruidosa ciudad que la había acogido en el exilio. El coche se detuvo con un pequeño movimiento de vaivén que sacó a la bruja de sus ensueños y la trajo de vuelta a la realidad. El cochero descendió para abrir la portezuela y ayudarla en apearse del vehículo.
Cuando Emilia se encontraba en la escalinata de la Biblioteca una fugaz visión llegó a ella, eran unos profundos ojos negros, de mirada misteriosa, - ¿donde he visto esos ojos? – susurró como si lo tuviera enfrente y pudiera escucharla. Un segundo después se habían esfumado de su mente, - que me quieres decir, engañoso destino – meditó, mientras comenzaba a subir por las escaleras y abría la puerta.
Apenas entras, se dirigió al sector donde antes trabajaba, se alegró de encontrarse con sus viejos compañeros. Rió, bromeó del jefe gruñón a quién nunca había podido conocer del todo, ya que era un ser sumamente misterioso. Cuando los temas se fueron terminando y ya había contado de su viaje de retorno a Vigo, su experiencia en Finisterre y la decisión de comenzar de nuevo, además de sorprender a todos con el hecho de pasar de ser una joven a la que apenas le alcanzaba el sueldo para sobrevivir, a esa elegante mujer de clase alta, que a pesar de todo no dejaba de tener la sencillez de corazón y el don de gentes que los había conquistado. Se quedó hablando con su antigua compañera, a la que ofreció ayudar, ya que había quedado en la calle, - no te preocupes, la pequeña casita, está desocupada, y estoy segura que el casero no tendrá objeción en alquilártela – le sonrió, pero la mujer seguía preocupada, - pero yo no puedo pagar esa suma – dijo algo frustrada – yo me encargaré de convencerlo, solo dime cuanto puedes pagar – la bibliotecaria le informó y ella asintió. En verdad no existía ningún casero ya que ahora esa vivienda le pertenecía, pero para no humillarla ya que conocía la forma de ser de su amiga, se la alquilaría a mitad de precio del ofrecido, de esa manera no lo tomaría como una limosna, cosa que Emilia misma detestaba cuando la necesidad la había hostigaba.
Se despidió de todos y se internó entre los libro para hurgar en búsca de un texto que le interesara. Caminó entre las diferentes bibliotecas, observando los estantes, se quedó prendada por un viejo tomo de magia celta, abrió sus paginas con cuidado y las acarició como si de un rostro se tratase, allí se quedó inmersa en la misma visión de las escalinatas, acariciando esos ojos negros de mirada misteriosa.
Tomó su abrigo, el libro y un pequeño bolso y salio a la calle que comenzaba a teñirse de aquel tinte naranja tan particular al atardecer. - Debo apresurarme porque sino cerrarán y será un viaje en vano – caviló, mientras se detenía en el borde de la acera, un coche de alquiler se acercó despacio con la intención de ofrecer sus servicios, a lo que Emilia aceptó gustosa, aunque tuviera que colocarse su pañuelo en la nariz embebido en algún perfume de los que le regalaba su amiga Saskia, - ¿es que la gente en Paris, no se baña? - dijo mientras acomodaba su bolso y el libro en su regazo.
Unos diez minutos después, que para Emilia fueron una tortura, ya para la gallega no había ningún aroma mas exquisito que el de los bosques de su terruño o el viento salobre de sus costas, - como puede ser que extrañe tanto Finisterre – caviló, observando un paisaje de costas y espumas blancas rompiendo en las escolleras, un lugar que no condecía con la ruidosa ciudad que la había acogido en el exilio. El coche se detuvo con un pequeño movimiento de vaivén que sacó a la bruja de sus ensueños y la trajo de vuelta a la realidad. El cochero descendió para abrir la portezuela y ayudarla en apearse del vehículo.
Cuando Emilia se encontraba en la escalinata de la Biblioteca una fugaz visión llegó a ella, eran unos profundos ojos negros, de mirada misteriosa, - ¿donde he visto esos ojos? – susurró como si lo tuviera enfrente y pudiera escucharla. Un segundo después se habían esfumado de su mente, - que me quieres decir, engañoso destino – meditó, mientras comenzaba a subir por las escaleras y abría la puerta.
Apenas entras, se dirigió al sector donde antes trabajaba, se alegró de encontrarse con sus viejos compañeros. Rió, bromeó del jefe gruñón a quién nunca había podido conocer del todo, ya que era un ser sumamente misterioso. Cuando los temas se fueron terminando y ya había contado de su viaje de retorno a Vigo, su experiencia en Finisterre y la decisión de comenzar de nuevo, además de sorprender a todos con el hecho de pasar de ser una joven a la que apenas le alcanzaba el sueldo para sobrevivir, a esa elegante mujer de clase alta, que a pesar de todo no dejaba de tener la sencillez de corazón y el don de gentes que los había conquistado. Se quedó hablando con su antigua compañera, a la que ofreció ayudar, ya que había quedado en la calle, - no te preocupes, la pequeña casita, está desocupada, y estoy segura que el casero no tendrá objeción en alquilártela – le sonrió, pero la mujer seguía preocupada, - pero yo no puedo pagar esa suma – dijo algo frustrada – yo me encargaré de convencerlo, solo dime cuanto puedes pagar – la bibliotecaria le informó y ella asintió. En verdad no existía ningún casero ya que ahora esa vivienda le pertenecía, pero para no humillarla ya que conocía la forma de ser de su amiga, se la alquilaría a mitad de precio del ofrecido, de esa manera no lo tomaría como una limosna, cosa que Emilia misma detestaba cuando la necesidad la había hostigaba.
Se despidió de todos y se internó entre los libro para hurgar en búsca de un texto que le interesara. Caminó entre las diferentes bibliotecas, observando los estantes, se quedó prendada por un viejo tomo de magia celta, abrió sus paginas con cuidado y las acarició como si de un rostro se tratase, allí se quedó inmersa en la misma visión de las escalinatas, acariciando esos ojos negros de mirada misteriosa.
Última edición por Emilia Borromeo el Lun Jun 15, 2015 6:54 pm, editado 1 vez
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 27/01/2013
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Ignoraba cuánto tiempo llevaba despierto. Sus ojos habían permanecido atrapados entre las sombras del techo mientras dejaba que las ideas se acomodasen en su mente para ser transformadas y consumidas de forma natural. Estaba habituado al insomnio, desde hacía tiempo su descanso constaba de frecuentes alternancias entre el sueño y la vigilia, motivo por el cual, al despertar, se encontraba tan cansado como al principio. Se levantó desganado, dirigiéndose a la cocina sin saber muy bien por qué. La escena con que se topó le sugirió que había sido aquel enorme y rechoncho gato que ahora rebuscaba en su despensa lo que hizo que se internase en aquel lugar que, de otra forma, nunca hubiese pisado. Lo había adoptado tras aguantar sus maullidos lastimeros día sí y día también tras su ventana. Y es que el invierno era cruento hasta para los animales. Compró suficiente comida como para mantener a cinco gatos, y le había durado apenas unas semanas. Probablemente el pobre Zséc -el nombre que le puso- llevaba tanto sin comer que necesitaba muchísimo más de lo normal para darse por satisfecho. No sería él quién se lo impediría.
Tras vestirse con una larga chaqueta de color negro, y un traje bastante gastado por el uso, salió al exterior sin tener un lugar en mente al que dirigirse. Estaba tan cansado que no le importaba. Sus pasos creaban pequeños ecos entre los callejones, aderezados con el rápido caminar de las ratas, que inmersas en las sombras se dedicaban a devorar todos los desperdicios acumulados en las calles durante el día, y las sonrisas los niños jugando tardíamente a perseguirse unos a otros antes de ir a casa a dormir. Caminó durante horas, sin ningún rumbo prefijado, con el mentón alzado en dirección al cielo. Le gustaban las tardes así, frescas pero tranquilas, en las que antes incluso de anochecer y cuando el naranja del cielo era más hermoso, la Luna se dejaba ver tímidamente. Ayudaban considerablemente a que su siempre activa mente se deshiciera de pensamientos y preocupaciones tan lejanas como innecesarias.
Siempre le había resultado fascinante caminar por las calles de París y ver la gran variedad de gente que poblaba la ciudad. Una increíble contraposición de corsés, sombreros de copa y joyas frente a harapos, pies descalzos y estómagos hambrientos. No hacía falta ir de una punta de la ciudad a otra para poder ser partícipe de aquello, casi era una partida de ajedrez: Negras contra blancas, Ricos contra pobres.... ¿quién haría el jaque mate final?. Era evidente que aquella calma, aparente únicamente, no iba a durar toda la eternidad y que la chispa de la revolución terminaría por encenderse. Y él, como siempre, estaría de parte de los más desfavorecidos. Protector de la inocencia, como se consideraba, no podría actuar en contra de sus principios. Sentía el corazón en un puño al contemplar aquellos rostros contraídos por el miedo y la necesidad. Pese a su edad. Pese a su estatus. Pese a todo. Y esperaba que, cambiase lo que cambiase, siempre fuese así. No esperaba una redención: esperaba servir a una humanidad a la que siempre amaría.
Se adentró en los suburbios con naturalidad, conociendo a la perfección cada una de las callejuelas como si de propio hogar se tratara. No eran pocas las veces que se había dejado ver por allí, siempre trayendo consigo grandes cantidades de dinero o comida a repartir entre sus habitantes. Una sola bocanada del aire contenido en aquella zona de la ciudad, y el mundo parecía haber cambiado drásticamente. No quedaba rastro de los perfumes costosos o polvos de maquillaje... allí predominaban los aromas fuertes y las voces más graves y poco cuidadas. Deambuló con calma hasta dirigirse más al centro, pasando por la Biblioteca. Al ver que salía luz del interior, no lo dudó ni un instante y subió la escalinata... Aunque hubo de detenerse a contemplar antes la bella cabellera rojiza de aquella muchacha que algunos días antes había visto a lo lejos. Dejó que la muchacha se adentrase en el edificio para hacer lo propio, deslizándose rápidamente hasta las estanterías más lejanas, desde donde pudo observar todo con más calma. Parecía que todos la conociesen en aquel lugar y, sin saber por qué, una sonrisa se instaló en su rostro, siempre rígido. Cuando finalmente la muchacha se alejó del resto, tomó un viejo libro de historia Egipcia y se acercó "casualmente" hasta su mesa. - Perdonad, Mademoiselle, ¿os incomodaría si me sentara junto a vos? Todo está vacío y no es demasiado agradable leer a solas. -Dijo con voz firme aunque afable, apartando suavemente la silla que estaba frente a ella, haciendo un ademán de sentarse.
Tras vestirse con una larga chaqueta de color negro, y un traje bastante gastado por el uso, salió al exterior sin tener un lugar en mente al que dirigirse. Estaba tan cansado que no le importaba. Sus pasos creaban pequeños ecos entre los callejones, aderezados con el rápido caminar de las ratas, que inmersas en las sombras se dedicaban a devorar todos los desperdicios acumulados en las calles durante el día, y las sonrisas los niños jugando tardíamente a perseguirse unos a otros antes de ir a casa a dormir. Caminó durante horas, sin ningún rumbo prefijado, con el mentón alzado en dirección al cielo. Le gustaban las tardes así, frescas pero tranquilas, en las que antes incluso de anochecer y cuando el naranja del cielo era más hermoso, la Luna se dejaba ver tímidamente. Ayudaban considerablemente a que su siempre activa mente se deshiciera de pensamientos y preocupaciones tan lejanas como innecesarias.
Siempre le había resultado fascinante caminar por las calles de París y ver la gran variedad de gente que poblaba la ciudad. Una increíble contraposición de corsés, sombreros de copa y joyas frente a harapos, pies descalzos y estómagos hambrientos. No hacía falta ir de una punta de la ciudad a otra para poder ser partícipe de aquello, casi era una partida de ajedrez: Negras contra blancas, Ricos contra pobres.... ¿quién haría el jaque mate final?. Era evidente que aquella calma, aparente únicamente, no iba a durar toda la eternidad y que la chispa de la revolución terminaría por encenderse. Y él, como siempre, estaría de parte de los más desfavorecidos. Protector de la inocencia, como se consideraba, no podría actuar en contra de sus principios. Sentía el corazón en un puño al contemplar aquellos rostros contraídos por el miedo y la necesidad. Pese a su edad. Pese a su estatus. Pese a todo. Y esperaba que, cambiase lo que cambiase, siempre fuese así. No esperaba una redención: esperaba servir a una humanidad a la que siempre amaría.
Se adentró en los suburbios con naturalidad, conociendo a la perfección cada una de las callejuelas como si de propio hogar se tratara. No eran pocas las veces que se había dejado ver por allí, siempre trayendo consigo grandes cantidades de dinero o comida a repartir entre sus habitantes. Una sola bocanada del aire contenido en aquella zona de la ciudad, y el mundo parecía haber cambiado drásticamente. No quedaba rastro de los perfumes costosos o polvos de maquillaje... allí predominaban los aromas fuertes y las voces más graves y poco cuidadas. Deambuló con calma hasta dirigirse más al centro, pasando por la Biblioteca. Al ver que salía luz del interior, no lo dudó ni un instante y subió la escalinata... Aunque hubo de detenerse a contemplar antes la bella cabellera rojiza de aquella muchacha que algunos días antes había visto a lo lejos. Dejó que la muchacha se adentrase en el edificio para hacer lo propio, deslizándose rápidamente hasta las estanterías más lejanas, desde donde pudo observar todo con más calma. Parecía que todos la conociesen en aquel lugar y, sin saber por qué, una sonrisa se instaló en su rostro, siempre rígido. Cuando finalmente la muchacha se alejó del resto, tomó un viejo libro de historia Egipcia y se acercó "casualmente" hasta su mesa. - Perdonad, Mademoiselle, ¿os incomodaría si me sentara junto a vos? Todo está vacío y no es demasiado agradable leer a solas. -Dijo con voz firme aunque afable, apartando suavemente la silla que estaba frente a ella, haciendo un ademán de sentarse.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 130
Fecha de inscripción : 23/07/2013
Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Se sentó en una de las mesas, colocó con delicadeza el tomo, preguntándose mil veces porqué lo había tomado, era cierto la cultura de su terruño se fundía con las antiguas tradiciones celtas, pero no lo había tomado por eso. La imagen de su amiga Galia llegó a ella, aquella bruja irlandesa, de rubios cabellos y carácter explosivo. Sonrió recordando algunas discusiones tontas y a la vez divertidas, era en verdad un ser muy particular y a la que amaba como esas hermanas que la vida no le había dado. - Hace tanto que no sé nada de ti – se reprochó por ser tan poco cuidadosa con sus amistades - los días se pasan uno tras otro sin que pueda hacerme aun, tiempo para ir a visitaros – pensó en las integrantes de esa Sociedad Secreta que tanto le habían ayudando al llegar a París, aquellos días cuando no era mas que una gris bibliotecaria.
Un sentimiento de desasosiego le recorrió el alma, sentía una gran perdida, como si le hubieran arrebatado algo, sonrió tristemente, - ¿algo más? Como si tener que olvidar al que creías que sería el hombre de tu vida no fuera suficiente – caviló mientras pasaba las hojas del libro una tras la otra. Se retrepó en la silla, su cabeza seguía divagando, - ¿o acaso no fue verdadero amor el que sentí por Ichabod? - negó con la cabeza, al recordar las afirmaciones de una gitana, que la había detenído en la plaza Tertre aquella mañana - no señorita, ese hombre al que cree amar no es su verdadero amor, ese que llega una sola vez en la vida, no... no... aquí esta escrito, mire, mire... esa linea dice que será un amor que trascenderá los años, los siglos y milenios antiguo, el hombre que logre conquistar su corazón, no dudará en luchar por usted aunque se le vaya la vida en eso o el tiempo se consuma como las brazas en la hoguera – volvió a sonreír, - si. si.. por supuesto y de seguro será el dueño de esos ojos negros – volvió a pasar sus dedos por el papel, nuevamente aquella mirada intensa la contemplaba desde esa pagina.
Frustrada por sentir de pronto nuevamente esa sensación de vacío en la mitad de su pecho, cerró el libro con fuerzo. El sonido se extendió por la habitación. Emilia miró hacia todos lados, pero para su alivio solo se encontraba ella en ese sector de la Biblioteca. Suspiró y tomó entre sus manos un pequeño libro que había tomado al asar, era sobre poesías de amor, - ¿de amor? - dijo en un susurro, nuevamente contrariada – lo que menos necesito ahora es enamorarme, ¿o acaso he desterrado del todo el sentimiento que tengo hacia ese brujo? - se reprendió, pero luego suspiró dejando salir su frustración en una interminable exhalación.
Tomó el libro, abrió en cualquier parte y leyó, - Amor, que en una noche cualquiera llegas a mí, cubriendo la soledad del alma, como la luz de la ultima luna de la existencia, que abrigas mi final con tu manto de plata – se quedó pensativa, definitivamente, no era un tema literario que le interesara, - ademas, de meloso y poco realista... já... ya... claro ahora que viene el hombre de mi vida y me habla – se burló, - la luna de plata que cuidará de mis noches – sonrió con malicia. Estaba a punto de cerrar el libro, cuando una voz profunda, masculina, llegó hasta sus oídos, le pedía permiso para ocupar el lugar enfrente de ella, levantó la mirada totalmente cohibida, - he dicho tantas sandeces en voz alta – pensó en una milésima de segundo. Tragó saliva ante de asentir, - por favor, siéntese, no me molesta en lo mas mínimo – contestó sin levantar la mirada, hasta cerrar el libro y llevar sus vista hacia donde se ubicaría el caballero.
Sus ojos recorrieron al hombre con disimulo, contemplando primero la mano fuerte que corría con delicadeza la silla, el torso fornido, bien formado que se distinguía a pesar de estar cubierto por una chaqueta. Parecía un caballero bastante alto, - muy alto diría yo – caviló. Su mirada trepó al rostro, una mandíbula bien marcada, unos labios seductores, cabello negro largo, prolijamente peinado. Llevó su mirada a lo que más le importaba contemplar, - la mirada, en ella se distinguirás el alma – , ¿quien se lo había dicho? no lograba recordar pero ella lo creía a pie juntillas. Entonces, Emilia simplemente palideció,- no puede ser – susurró. Allí estaban, mirándola desde el otro lado de la mesa, eran aquellos ojos negros que la habían acompañado toda la tarde, que le provocaban una sensación de vació y añoranza de algo que no había experimentado nunca. Pero eran reales, estaban allí, mirándola - ¿tu? - susurró en voz algo audible, - esto debe ser un sueño... - dijo mientras cerraba sus ojos y daba un suave masaje a sus parpados, - debo estar muy cansada – dirigió nuevamente su mirada al hombre que tenía al frente y supo que no era un sueño, ni una alucinación y mucho menos una premonición. El dueño de aquella mirada se encontraba frente a ella, contemplándola, - y seguro pensando que eres una loca sin remedio – se reprendió, sin saber si todo lo que decía solo lo pensaba o lo expresaba en voz alta.
En su rostro floreció una insegura sonrisa tras la cual toda su piel se volvió roja como la rosa más encarnada de un jardín – lo siento, no suelo ser tan... - bajó tímidamente la mirada – no soy de comportarme así... – volvió a levantar su mirada, - es solo que por un instante, pensé que ya nos conocíamos – Cerró con sumo cuidado el libro de poesías y acarició su tapa sin dejar de contemplar esos ojos - que abrigas mi final con tu manto de plata – susurró.
Un sentimiento de desasosiego le recorrió el alma, sentía una gran perdida, como si le hubieran arrebatado algo, sonrió tristemente, - ¿algo más? Como si tener que olvidar al que creías que sería el hombre de tu vida no fuera suficiente – caviló mientras pasaba las hojas del libro una tras la otra. Se retrepó en la silla, su cabeza seguía divagando, - ¿o acaso no fue verdadero amor el que sentí por Ichabod? - negó con la cabeza, al recordar las afirmaciones de una gitana, que la había detenído en la plaza Tertre aquella mañana - no señorita, ese hombre al que cree amar no es su verdadero amor, ese que llega una sola vez en la vida, no... no... aquí esta escrito, mire, mire... esa linea dice que será un amor que trascenderá los años, los siglos y milenios antiguo, el hombre que logre conquistar su corazón, no dudará en luchar por usted aunque se le vaya la vida en eso o el tiempo se consuma como las brazas en la hoguera – volvió a sonreír, - si. si.. por supuesto y de seguro será el dueño de esos ojos negros – volvió a pasar sus dedos por el papel, nuevamente aquella mirada intensa la contemplaba desde esa pagina.
Frustrada por sentir de pronto nuevamente esa sensación de vacío en la mitad de su pecho, cerró el libro con fuerzo. El sonido se extendió por la habitación. Emilia miró hacia todos lados, pero para su alivio solo se encontraba ella en ese sector de la Biblioteca. Suspiró y tomó entre sus manos un pequeño libro que había tomado al asar, era sobre poesías de amor, - ¿de amor? - dijo en un susurro, nuevamente contrariada – lo que menos necesito ahora es enamorarme, ¿o acaso he desterrado del todo el sentimiento que tengo hacia ese brujo? - se reprendió, pero luego suspiró dejando salir su frustración en una interminable exhalación.
Tomó el libro, abrió en cualquier parte y leyó, - Amor, que en una noche cualquiera llegas a mí, cubriendo la soledad del alma, como la luz de la ultima luna de la existencia, que abrigas mi final con tu manto de plata – se quedó pensativa, definitivamente, no era un tema literario que le interesara, - ademas, de meloso y poco realista... já... ya... claro ahora que viene el hombre de mi vida y me habla – se burló, - la luna de plata que cuidará de mis noches – sonrió con malicia. Estaba a punto de cerrar el libro, cuando una voz profunda, masculina, llegó hasta sus oídos, le pedía permiso para ocupar el lugar enfrente de ella, levantó la mirada totalmente cohibida, - he dicho tantas sandeces en voz alta – pensó en una milésima de segundo. Tragó saliva ante de asentir, - por favor, siéntese, no me molesta en lo mas mínimo – contestó sin levantar la mirada, hasta cerrar el libro y llevar sus vista hacia donde se ubicaría el caballero.
Sus ojos recorrieron al hombre con disimulo, contemplando primero la mano fuerte que corría con delicadeza la silla, el torso fornido, bien formado que se distinguía a pesar de estar cubierto por una chaqueta. Parecía un caballero bastante alto, - muy alto diría yo – caviló. Su mirada trepó al rostro, una mandíbula bien marcada, unos labios seductores, cabello negro largo, prolijamente peinado. Llevó su mirada a lo que más le importaba contemplar, - la mirada, en ella se distinguirás el alma – , ¿quien se lo había dicho? no lograba recordar pero ella lo creía a pie juntillas. Entonces, Emilia simplemente palideció,- no puede ser – susurró. Allí estaban, mirándola desde el otro lado de la mesa, eran aquellos ojos negros que la habían acompañado toda la tarde, que le provocaban una sensación de vació y añoranza de algo que no había experimentado nunca. Pero eran reales, estaban allí, mirándola - ¿tu? - susurró en voz algo audible, - esto debe ser un sueño... - dijo mientras cerraba sus ojos y daba un suave masaje a sus parpados, - debo estar muy cansada – dirigió nuevamente su mirada al hombre que tenía al frente y supo que no era un sueño, ni una alucinación y mucho menos una premonición. El dueño de aquella mirada se encontraba frente a ella, contemplándola, - y seguro pensando que eres una loca sin remedio – se reprendió, sin saber si todo lo que decía solo lo pensaba o lo expresaba en voz alta.
En su rostro floreció una insegura sonrisa tras la cual toda su piel se volvió roja como la rosa más encarnada de un jardín – lo siento, no suelo ser tan... - bajó tímidamente la mirada – no soy de comportarme así... – volvió a levantar su mirada, - es solo que por un instante, pensé que ya nos conocíamos – Cerró con sumo cuidado el libro de poesías y acarició su tapa sin dejar de contemplar esos ojos - que abrigas mi final con tu manto de plata – susurró.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Desesperanza. Trágica emoción que embota todos los sentidos, que te lleva a asumir que tus fuerzas no son necesarias para lograr recomponerte a los embistes que la vida te va regalando sin ninguna delicadeza. Algo que había sentido en más de una -y de mil ocasiones-. Algo que nunca era bienvenido. Algo que no podía evitar. La desesperanza se cuela por los trozos desprendidos de tu alma en cada uno de los baches que has de superar, y te destroza desde dentro. Lo más curioso de todo era que, pese a tratarse de una emoción netamente humana, estaba más extendida entre los de su especie de lo que cualquiera pudiera imaginar. Tal vez porque el hecho de haber vivido miles de años sin percibir cambio alguno en el mundo te hace pensar que quizá nunca jamás llegue a cambiar. Y no podía imaginar nada peor que eso. Porque que su mundo no cambiara le hacía recordar continuamente que él tampoco lo haría. Ni sus emociones. Ni sus recuerdos. Ni su nostalgia. Si la vida posee algún significado, algo que la haga especial, es precisamente el continuo cambio en que se vive. Estar estancado no simboliza nada bueno. Los cambios son necesarios y útiles. Los cambios te moldean, te ayudan a adaptarte de forma más efectiva al mundo que te rodea. Pero él no podía cambiar. Su envejecimiento mental no iría acompañado de un desgaste fisiológico, y por muy beneficioso que ello pudiera parecer, para alguien cuyas aspiraciones siempre habían sido simples y basadas en la obtención de una familia, un hogar mejor, y la capacidad de envejecer mientras sus seres queridos lo superaban en todo, no podía haber nada peor.
No había cumplido casi ninguna de sus aspiraciones. Y de la única de la que se sentía orgulloso se había apartado bruscamente a fin de no dañarla. Y era entonces cuando se daba cuenta de que los sueños no están para cumplirse: sino para ayudarte a avanzar. Claro que esa certeza no hacía que se sintiese mucho mejor, y menos cuando el motivo de su angustia y mayor dolor, Leire, su Leire, paseaba a diario por delante de la mansión sin darse cuenta nunca de que él estaba allí. De que había vuelto, pese a todo, a casa. ¿Cómo no iba a resultarle desesperanzador el hecho de no tener nada más por lo que existir, que una hija que tal vez ya no le recordara? Y sin embargo, allí estaba. De pie, frente a la más viva imagen de la perfección. ¿Acaso aquellos cabellos rojos podrían derretir la gruesa capa de hielo que recubría su marchito corazón? El fuego simboliza el renacimiento, después de todo. Y aunque no creía posible que algo así pudiera pasarle a él, estaba claro que cuando observaba aquella piel blanquecina, aquel rubor inesperado y aquellos labios suaves y rosados, el olvido, auxiliador, acudía disipando toda duda, tristeza y rencor. No había nada más. Era extraño que un ser humano fuese capaz de otorgar vida a algo que ya estaba muerto. Siendo tan destructores consigo mismos, ¿cómo podían ejercer ese efecto sobre un ente que había vivido más siglos que su propia civilización?
Porque veía pureza en aquellos gestos. Amabilidad en su corazón. A él no podían mentirle. No podían decirle algo diferente a lo que estaba percibiendo. Y la muchacha que recitaba poemas de amor diciendo odiarlo en voz alta, era la mejor medicina de todas contra la desesperanza. En su rostro no se reflejaron ninguna de estas emociones encontradas. Todo cuanto la muchacha podría ver en su semblante, normalmente duro e inexpresivo, sería una majestuosa sonrisa. Sincera. Eterna. Diferente. La observó en todo momento con dulzura, con cuidado. Como si pensara que con solo mirarla podría fracturarla, tal era la fragilidad que desprendía. Sopesó los versos que había ido recitando, otorgándoles un sentido que trascendía todo sentimiento humano. Porque las emociones humanas, pese a ser las más intensas, eran sumamente limitadas. ¿Cómo podrían saber más de amor que cualquiera, cuando sus vidas resultaban tan efímeras? Un compromiso "para toda la vida", siendo un humano, no significaba más de unas décadas. Para él, el amor eterno significaba "para siempre", de forma literal. Y sin embargo, los envidiaba. Los envidiaba porque en su conciencia nunca pesaría el enterrar a ninguno de sus seres queridos. No todo iban a ser ventajas, ¿no? Una punzada de melancolía le hizo estremecerse levemente, ante la frase final del discurso de la joven. Fue como un chasquido. Como un pinchazo, que le recorrió de arriba abajo sin demasiada delicadeza. Se sentó con el semblante un tanto compungido, y volvió a sonreír, aunque con más pesar que gloria.
- Yer jalan atthirari anni... -Murmuró, abriendo el libro que llevaba entre las manos ante ambos. - "Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos... Pero la noche llega y comienza a cantarme. La Luna hace girar su rodaje de sueño." -Recitó en un murmullo hipnótico, perdido en la mirada clara que tenía frente a sí. - "Me miran con tus ojos las estrellas más grandes... Y como yo te amo, los pinos en el viento, quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre." -Susurró, abandonándose un instante al recuerdo, y siendo atrapado sin remedio por las garras de la melancolía... Una melancolía de la que únicamente pudo escapar concentrándose en el fuego de los cabellos de aquella joven desconocida... que en realidad no lo era tanto. - Hermosas palabras, mademoiselle... Aunque lo cierto es que ya nos conocíamos... Pese a que vos no lo recordéis. - Y quizá así fuese mejor. Sus ojos negros escrutaron la claridad de la mirada ajena, intentando adivinar qué se escondía bajo aquel sonrojo. Quería saber más de ella. Quería saber todo de ella... Aunque no tenía la menor idea de cuáles eran sus motivos. ¿Obedecían, quizá, a un egoísmo implícito en su personalidad? Necesitaba conocer, necesitaba saber, necesitaba averiguar... Deseaba saber de ella. Tenerla cerca. Que sus llamas lo ayudasen a renacer, si es que eso era posible.
Porque un corazón oscuro necesita ver la luz. Y ella era un Sol. Una estrella. Justo cuando necesitaba. Una razón de ser, de existir, volviendo, de nuevo, a la luz. ¿Por qué ella? Ni él mismo lo sabía. Tal vez porque desde que la vio, supo que era diferente. Supo que era mucho más de lo que aparentaba, y de lo que otros apreciaban desde fuera. Ella era la chispa necesaria para que el cóctel de la vida surtiera efecto. Para que lo terrible y detestable del mundo dejase de tener importancia. ¿Pero podía pensar que era para él sin caer en un error? No lo merecía. No podía merecerlo. Ninguna luz sobrevive a la oscuridad eterna. Y ella era tan pura, y estaba tan lejos, que dolía. Sin darse cuenta de ello, su sonrisa se fue difuminando a medida que sus pensamientos se iban haciendo más graves y profundos. ¿En qué estaba pensando? Pasó las páginas del libro de forma apresurada, casi violenta, sintiéndose fuera de lugar. El frío de su alma se extendió a la totalidad de su cuerpo, aislándolo de todo lo demás. Y con un último esfuerzo, antes de darse por vencido ante la insistencia de su conciencia, siempre pendiente de que no hiciera tonterías, dijo su nombre.
No había cumplido casi ninguna de sus aspiraciones. Y de la única de la que se sentía orgulloso se había apartado bruscamente a fin de no dañarla. Y era entonces cuando se daba cuenta de que los sueños no están para cumplirse: sino para ayudarte a avanzar. Claro que esa certeza no hacía que se sintiese mucho mejor, y menos cuando el motivo de su angustia y mayor dolor, Leire, su Leire, paseaba a diario por delante de la mansión sin darse cuenta nunca de que él estaba allí. De que había vuelto, pese a todo, a casa. ¿Cómo no iba a resultarle desesperanzador el hecho de no tener nada más por lo que existir, que una hija que tal vez ya no le recordara? Y sin embargo, allí estaba. De pie, frente a la más viva imagen de la perfección. ¿Acaso aquellos cabellos rojos podrían derretir la gruesa capa de hielo que recubría su marchito corazón? El fuego simboliza el renacimiento, después de todo. Y aunque no creía posible que algo así pudiera pasarle a él, estaba claro que cuando observaba aquella piel blanquecina, aquel rubor inesperado y aquellos labios suaves y rosados, el olvido, auxiliador, acudía disipando toda duda, tristeza y rencor. No había nada más. Era extraño que un ser humano fuese capaz de otorgar vida a algo que ya estaba muerto. Siendo tan destructores consigo mismos, ¿cómo podían ejercer ese efecto sobre un ente que había vivido más siglos que su propia civilización?
Porque veía pureza en aquellos gestos. Amabilidad en su corazón. A él no podían mentirle. No podían decirle algo diferente a lo que estaba percibiendo. Y la muchacha que recitaba poemas de amor diciendo odiarlo en voz alta, era la mejor medicina de todas contra la desesperanza. En su rostro no se reflejaron ninguna de estas emociones encontradas. Todo cuanto la muchacha podría ver en su semblante, normalmente duro e inexpresivo, sería una majestuosa sonrisa. Sincera. Eterna. Diferente. La observó en todo momento con dulzura, con cuidado. Como si pensara que con solo mirarla podría fracturarla, tal era la fragilidad que desprendía. Sopesó los versos que había ido recitando, otorgándoles un sentido que trascendía todo sentimiento humano. Porque las emociones humanas, pese a ser las más intensas, eran sumamente limitadas. ¿Cómo podrían saber más de amor que cualquiera, cuando sus vidas resultaban tan efímeras? Un compromiso "para toda la vida", siendo un humano, no significaba más de unas décadas. Para él, el amor eterno significaba "para siempre", de forma literal. Y sin embargo, los envidiaba. Los envidiaba porque en su conciencia nunca pesaría el enterrar a ninguno de sus seres queridos. No todo iban a ser ventajas, ¿no? Una punzada de melancolía le hizo estremecerse levemente, ante la frase final del discurso de la joven. Fue como un chasquido. Como un pinchazo, que le recorrió de arriba abajo sin demasiada delicadeza. Se sentó con el semblante un tanto compungido, y volvió a sonreír, aunque con más pesar que gloria.
- Yer jalan atthirari anni... -Murmuró, abriendo el libro que llevaba entre las manos ante ambos. - "Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos... Pero la noche llega y comienza a cantarme. La Luna hace girar su rodaje de sueño." -Recitó en un murmullo hipnótico, perdido en la mirada clara que tenía frente a sí. - "Me miran con tus ojos las estrellas más grandes... Y como yo te amo, los pinos en el viento, quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre." -Susurró, abandonándose un instante al recuerdo, y siendo atrapado sin remedio por las garras de la melancolía... Una melancolía de la que únicamente pudo escapar concentrándose en el fuego de los cabellos de aquella joven desconocida... que en realidad no lo era tanto. - Hermosas palabras, mademoiselle... Aunque lo cierto es que ya nos conocíamos... Pese a que vos no lo recordéis. - Y quizá así fuese mejor. Sus ojos negros escrutaron la claridad de la mirada ajena, intentando adivinar qué se escondía bajo aquel sonrojo. Quería saber más de ella. Quería saber todo de ella... Aunque no tenía la menor idea de cuáles eran sus motivos. ¿Obedecían, quizá, a un egoísmo implícito en su personalidad? Necesitaba conocer, necesitaba saber, necesitaba averiguar... Deseaba saber de ella. Tenerla cerca. Que sus llamas lo ayudasen a renacer, si es que eso era posible.
Porque un corazón oscuro necesita ver la luz. Y ella era un Sol. Una estrella. Justo cuando necesitaba. Una razón de ser, de existir, volviendo, de nuevo, a la luz. ¿Por qué ella? Ni él mismo lo sabía. Tal vez porque desde que la vio, supo que era diferente. Supo que era mucho más de lo que aparentaba, y de lo que otros apreciaban desde fuera. Ella era la chispa necesaria para que el cóctel de la vida surtiera efecto. Para que lo terrible y detestable del mundo dejase de tener importancia. ¿Pero podía pensar que era para él sin caer en un error? No lo merecía. No podía merecerlo. Ninguna luz sobrevive a la oscuridad eterna. Y ella era tan pura, y estaba tan lejos, que dolía. Sin darse cuenta de ello, su sonrisa se fue difuminando a medida que sus pensamientos se iban haciendo más graves y profundos. ¿En qué estaba pensando? Pasó las páginas del libro de forma apresurada, casi violenta, sintiéndose fuera de lugar. El frío de su alma se extendió a la totalidad de su cuerpo, aislándolo de todo lo demás. Y con un último esfuerzo, antes de darse por vencido ante la insistencia de su conciencia, siempre pendiente de que no hiciera tonterías, dijo su nombre.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Escuchó absorta aquella voz grave que recitaba tan majestuosos versos y tuvo que contener las lagrimas al sentir en su interior, como la melancolía inundaba los poemas que llegaban a sus oídos como dulce susurro de un amor perdido. Pensó en que su vida había estado cubierta de sueños que no se cumplieron jamás, que el amor había sido esquivo con ella, atrayendo a su vida a un hombre que por cobardía o por defenderla había terminado abandonándola. Deslizó su mirada por un segundo, al libro que él mantenía en sus manos, observó cada una de ellas, su tamaño, el color de su tez, las imperceptibles marcas y arrugas que demostraban que su dueño era un hombre que las había utilizado para defender ideales, en una vida de lucha. Levantó nuevamente su mirada y se perdió en aquellos ojos oscuros.
Emilia sabía que él era un vampiro, su condición de bruja le había permitido darse cuenta, por el aura pálida, por la intensidad de la soledad y la melancolía. Pero eso para ella no significaba nada, no juzgaba a las personas por su naturaleza ¿o acaso no la habían juzgado infinidad de veces a ella por esa misma razón? ¿no había sido su propio padre quien había estado a punto de entregarla a la inquisición, tan solo por no hacer su voluntad y por sentir que ella había fracasado en su deber como hija?. Siguió contemplando al sobrenatural, recordando que él en verdad tenía derecho de sentir esa melancolía y esa inmensa tristeza, ¿acaso no sufrían de la misma forma que cualquier mortal? - o tal vez más – caviló – porque en el Seol olvidamos los tormentos de una vida, las tristezas de lo perdido y el descanso viene al alma, como el amanecer a la noche que se esfuma cual perfume en el aire – su mirada se entristeció aun más al ver como la sonrisa se esfumaba en el rostro del vampiro. Quiso estirar su mano hasta rosar las ajenas, deseaba hacerlo sentir mejor, no quería verlo triste, era extraño pero en verdad sentía que lo conocía hacía muchísimo tiempo, - ¿de otra vida? - caviló recordando algunas historias y leyendas que hablaban de renacimientos y reencarnaciones.
Al final no se animó a estirar su mano y acariciar las de aquel hombre que parecía sufrir intensamente por la melancolía que lo embargaba – ¿o acaso era algo más? - las preguntas que surgían en su cabeza se acallaron cuando él, comenzó nervioso a pasar las hojas del libro y posteriormente cerrarlo. Por un segundo temió que se marchase, pero entonces de esos labios surgió su nombre, - Rasmus – pronunció con delicadeza, como acariciando cada una de las silabas, como si con ello pudiera dar consuelo a ese ser que, frente a ella se mantenía en silencio. Sonrió con suma dulzura, - es un hermoso nombre – acotó, - el mio es Emilia – extendió su mano, por primera vez para recibir el contacto con la ajena. Lo miró a los ojos, en ellos pudo ver la delicadeza de un ave, la dulzura de un niño y comprendió que él era como ella, un alma herida, que solo deseaba poder volver a comenzar, darse la oportunidad de creer que a más allá de las tragedias de la vida, se podía creer en la felicidad. La mirada de Emilia se iluminó, había pasado tanto tiempo ahogada en su tristeza, en su soledad, que encontrar a un igual era como poder ver el amanecer de un nuevo día.
Emilia sabía que él era un vampiro, su condición de bruja le había permitido darse cuenta, por el aura pálida, por la intensidad de la soledad y la melancolía. Pero eso para ella no significaba nada, no juzgaba a las personas por su naturaleza ¿o acaso no la habían juzgado infinidad de veces a ella por esa misma razón? ¿no había sido su propio padre quien había estado a punto de entregarla a la inquisición, tan solo por no hacer su voluntad y por sentir que ella había fracasado en su deber como hija?. Siguió contemplando al sobrenatural, recordando que él en verdad tenía derecho de sentir esa melancolía y esa inmensa tristeza, ¿acaso no sufrían de la misma forma que cualquier mortal? - o tal vez más – caviló – porque en el Seol olvidamos los tormentos de una vida, las tristezas de lo perdido y el descanso viene al alma, como el amanecer a la noche que se esfuma cual perfume en el aire – su mirada se entristeció aun más al ver como la sonrisa se esfumaba en el rostro del vampiro. Quiso estirar su mano hasta rosar las ajenas, deseaba hacerlo sentir mejor, no quería verlo triste, era extraño pero en verdad sentía que lo conocía hacía muchísimo tiempo, - ¿de otra vida? - caviló recordando algunas historias y leyendas que hablaban de renacimientos y reencarnaciones.
Al final no se animó a estirar su mano y acariciar las de aquel hombre que parecía sufrir intensamente por la melancolía que lo embargaba – ¿o acaso era algo más? - las preguntas que surgían en su cabeza se acallaron cuando él, comenzó nervioso a pasar las hojas del libro y posteriormente cerrarlo. Por un segundo temió que se marchase, pero entonces de esos labios surgió su nombre, - Rasmus – pronunció con delicadeza, como acariciando cada una de las silabas, como si con ello pudiera dar consuelo a ese ser que, frente a ella se mantenía en silencio. Sonrió con suma dulzura, - es un hermoso nombre – acotó, - el mio es Emilia – extendió su mano, por primera vez para recibir el contacto con la ajena. Lo miró a los ojos, en ellos pudo ver la delicadeza de un ave, la dulzura de un niño y comprendió que él era como ella, un alma herida, que solo deseaba poder volver a comenzar, darse la oportunidad de creer que a más allá de las tragedias de la vida, se podía creer en la felicidad. La mirada de Emilia se iluminó, había pasado tanto tiempo ahogada en su tristeza, en su soledad, que encontrar a un igual era como poder ver el amanecer de un nuevo día.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Una sonrisa fugaz. Una mirada intensa. Un par de palabras cargadas de timidez... Y el antiguo vampiro ya se sentía perdido en los ojos brillantes de aquella muchacha. Era extraño, pero junto a ella se sentía terriblemente humano. De haber sido posible, su corazón estaría latiendo de forma descontrolada en aquellos momentos. Pero él no era humano, por más que sus actos y su forma de pensar hicieran pensar lo contrario. La observó con atención. Sus movimientos, sus gestos, la pequeña gota de sudor que le caía por la frente tan despacio que nadie hubiese podido apreciarlo. Sus cabellos, del color del fuego, lo transportaron a otra época de su vida. Una época feliz, llena de alegrías y emociones que llevaba milenios sin sentir. Le recordaron a su Leire. A la única persona de aquel mundo oscuro y hostil que conseguía desperar sentimientos en él todavía. Apenas conocía a la mujer que estaba frente a él en aquellos momentos, pero el hecho de que le hiciera reaccionar de aquella forma tan desproporcionada tenía que significar algo. Sabía que significaba algo. Lo supo desde el primer momento en que la vio, meses atrás, en aquella misma librería. Ella no le prestó apenas atención, y él se limitó a sonreír pacientemente ante su aparentemente innato nerviosismo. Era... ¿adorable? Algo parecido. Parecía tan terriblemente dolida internamente que no podía, simplemente, dejar de sentir que debía protegerla. ¡Pero, demonios, si no la conocía! Cierto. Pero el no conocer a la gente no le impedía hacer lo correcto, ¿no? No la conocía y precisamente por eso, sabía que sus sentimientos eran ciertos.
¿Quién podría haberla dañado de esa forma? ¿Quién había podido romper su corazón tanto como para conseguir que aquellos versos la afectaran tanto? Lo había notado. Él notaba todas aquellas cosas, independientemente de los sentidos "superiores" que le otorgaban en hecho de ser vampiro. La empatía siempre había sido su fuerte. Quiso rodear la mesa y darle un fuerte abrazo. Sincero, sin motivo, un abrazo aislado que tal vez podría romper aquel ciclo. Pero se limitó a quedarse estático, tratando de no parecer demasiado descortés, y desviando la mirada de su silueta de vez en cuando. ¿La estaría incomodando? ¿No sería mejor que se levantara en aquel preciso instante y saliera de su vida, antes de obsesionarse con ella lo suficiente para no querer perderla jamás? Estaba claro que la suerte, en cuanto a relaciones con humanos, nunca había estado de su lado. Todo cuanto tocaba, lo rompía. Ponía en peligro a todos aquellos que estaban a su alrededor con su simple presencia. Y eso lo hacía sentir terriblemente miserable. No quería hacer daño a la gente. Odiaba que por su culpa, les sucedieran cosas malas. Pero no podía evitar querer inmiscuirse en su mundo, reflejo de la vida que él mismo tuvo una vez. La piel de esa muchacha desprendía calor, su aroma le recordaba a la brisa de primavera y a la calidez del Sol. ¿Cómo no podría sentirse atraído un ser de la noche hacia todo aquello que nunca podrá volver a disfrutar? Sus noches serían eternas... ¿Cómo iba a poder dejar de añorar el Sol?
Una dolorosa punzada en el pecho le hizo dar un respingo involuntario. ¿Por qué estaba tan triste, tan hundido? Su simple presencia le alegraba más que cualquier cosa, pero era la certeza de que jamás podría tener nada parecido lo que conseguía sumirlo de nuevo en aquella oscuridad, en aquella penumbra de la que casi nunca se atrevía a salir. Y lo peor era que, por su culpa, ella también se sentía mal. Lo había notado en su rostro, en el descenso del ritmo de su corazón. Aquello no estaba bien. ¿Por qué se había tenido que acercar? Los seres de la noche no deben estar con los seres del día. Sólo los arrastran consigo a la oscuridad, y eso nunca puede ser bueno. O si no, que se lo dijeran a la madre de Leire... Pero cuando de sus labios salió el sonido de su propio nombre, pronunciado con aquella delicadeza, una sonrisa demasiado grande se dibujó en su semblante. Por un instante, pequeño, aunque intenso, sintió que realmente su luz había regresado. Gracias a ella. - No es más bonito que Emilia, por supuesto... -Dijo con sinceridad, sin poder apartar la vista de sus ojos. Tan azules como el océano que tanto tiempo llevaba sin ver. - Antes trabajabas aquí... Quiero decir, es aquí donde te vi por primera vez unos meses atrás... -Confesó, intentando de dar explicación a las dudas que seguramente asaltaron a la mujer al verlo. Aunque entonces no le prestase atención, sabía que por su aspecto era difícil de olvidar. Quizá por eso se mostraba tan reacio de mostrarse a nadie. Pero con ella... Con ella no podía evitarlo.
¿Quién podría haberla dañado de esa forma? ¿Quién había podido romper su corazón tanto como para conseguir que aquellos versos la afectaran tanto? Lo había notado. Él notaba todas aquellas cosas, independientemente de los sentidos "superiores" que le otorgaban en hecho de ser vampiro. La empatía siempre había sido su fuerte. Quiso rodear la mesa y darle un fuerte abrazo. Sincero, sin motivo, un abrazo aislado que tal vez podría romper aquel ciclo. Pero se limitó a quedarse estático, tratando de no parecer demasiado descortés, y desviando la mirada de su silueta de vez en cuando. ¿La estaría incomodando? ¿No sería mejor que se levantara en aquel preciso instante y saliera de su vida, antes de obsesionarse con ella lo suficiente para no querer perderla jamás? Estaba claro que la suerte, en cuanto a relaciones con humanos, nunca había estado de su lado. Todo cuanto tocaba, lo rompía. Ponía en peligro a todos aquellos que estaban a su alrededor con su simple presencia. Y eso lo hacía sentir terriblemente miserable. No quería hacer daño a la gente. Odiaba que por su culpa, les sucedieran cosas malas. Pero no podía evitar querer inmiscuirse en su mundo, reflejo de la vida que él mismo tuvo una vez. La piel de esa muchacha desprendía calor, su aroma le recordaba a la brisa de primavera y a la calidez del Sol. ¿Cómo no podría sentirse atraído un ser de la noche hacia todo aquello que nunca podrá volver a disfrutar? Sus noches serían eternas... ¿Cómo iba a poder dejar de añorar el Sol?
Una dolorosa punzada en el pecho le hizo dar un respingo involuntario. ¿Por qué estaba tan triste, tan hundido? Su simple presencia le alegraba más que cualquier cosa, pero era la certeza de que jamás podría tener nada parecido lo que conseguía sumirlo de nuevo en aquella oscuridad, en aquella penumbra de la que casi nunca se atrevía a salir. Y lo peor era que, por su culpa, ella también se sentía mal. Lo había notado en su rostro, en el descenso del ritmo de su corazón. Aquello no estaba bien. ¿Por qué se había tenido que acercar? Los seres de la noche no deben estar con los seres del día. Sólo los arrastran consigo a la oscuridad, y eso nunca puede ser bueno. O si no, que se lo dijeran a la madre de Leire... Pero cuando de sus labios salió el sonido de su propio nombre, pronunciado con aquella delicadeza, una sonrisa demasiado grande se dibujó en su semblante. Por un instante, pequeño, aunque intenso, sintió que realmente su luz había regresado. Gracias a ella. - No es más bonito que Emilia, por supuesto... -Dijo con sinceridad, sin poder apartar la vista de sus ojos. Tan azules como el océano que tanto tiempo llevaba sin ver. - Antes trabajabas aquí... Quiero decir, es aquí donde te vi por primera vez unos meses atrás... -Confesó, intentando de dar explicación a las dudas que seguramente asaltaron a la mujer al verlo. Aunque entonces no le prestase atención, sabía que por su aspecto era difícil de olvidar. Quizá por eso se mostraba tan reacio de mostrarse a nadie. Pero con ella... Con ella no podía evitarlo.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Abrió sus ojos, azorados de sorpresa, - claro, es verdad – dijo observando con mayor detenimiento esos luceros profundos y cautivadores, - siempre venias al ponerse el sol, cuando estábamos por cerrar – le sonrió y luego intentó contener la risa – ¿sabes? Mis amigos querían darte todos los libros apresuradamente para así poder irse a sus hogares - dijo casi entre risas – por eso cuando llegabas, prefería no molestar y quedarme a cerrar la librería, para darte todo el tiempo que necesitaras – dijo suspirando y dejándose llevar por el hipnotismo de esos orbes, oscuros como piedras onix.
Bajó cohibida la mirada, acariciando nerviosa la tapa de aquel viejo libro, - ¿como crees que puedes pasar inadvertido? - sonrió de costado escondiendo el mentón en su cuello, ocultando su mirada de la ajena, - el contemplarte me hacía sentir que la soledad en que vivía no era una condena solo mía... quise muchas veces acercarme, hablarte, conocerte... pero... pero... temía... molestar tu tranquilidad, tu serenidad... aun... tu soledad... prefería contemplarte de lejos... imaginarme que sufrías como yo lo hice... por... un amor... - susurró, sus manos se pusieron blancas, sus ojos se cuajaron de lagrimas, - ¿no es extraño como el destino puede unir a dos personas y a pesar de ello, no encontrar el valor suficiente para hablarse? - su nariz roja, sus ojos húmedos, su boca pequeña intentando que aquella angustia se disipara se marcaron en el rostro femenino que se fue levantando poco a poco, buscando encontrar el de Rasmus. Inspiró profundo logrando soltar los lazos que le apresaban el pecho, - pero... ahí tienes, debí dejar de trabajar en éste lugar para tener el coraje y presentarme – dijo riendo, dejando que algunas perlas de sus lagrimas mojaran sus mejilla.
Inclinó su cuerpo por sobre la mesa que los separaba, - no quisiera decirlo, pero creo que mis antiguos colegas quieren que nos vayamos – dijo en un susurro, sonriendo dulcemente. Sus sentidos se alertaron, el perfume de aquel hombre, su mirada profunda, sus labios... recorrió con su mirada cada uno de los detalles de ese rostro, y cuando se dio cuenta que se había quedado callada, con la mirada perdida en él, su rostros se fue encendiendo al igual que su cuello y pecho. Un sofocante calor la invadía, creyó que él podía hasta sentir el calor que de su cuerpo emanaba, aquel pensamiento hizo que se sintiera aun mas acalorada, si eso podía ser posible. Pestañeo varias veces y fue retrocediendo hasta quedar nuevamente sentada, pero sin quitarle los ojos de encima, era como si tuviera miedo de que desapareciera, deseaba preguntarle tantas cosa, había imaginado tantos porque, tantas historias, cada uno de los atardeceres en que la puerta se había abierto y aquel silencioso hombre aparecía.
Aun hundida en sus recuerdos sintió el carraspeo de alguien a su lado, - hmm... quisiera no interrumpir... pero ya debemos cerrar – dijo su amiga, Emilia, giró su cabeza buscando la voz, pero como si ésta estuviera a miles de metros - ¿si? - dijo como si pensara que apenas habían pasado unos segundos desde que lo viera con un libro en las manos, - si... son casi las diez de la noche... ya deberíamos haber cerrado hace una hora... pero no queríamos interrumpir – respondió la mujer haciendo un vistazo rápido al hombre y recordandolo de algún lugar, pero la mirada enjuta y dura, casi de enojo la hizo retrocedes – bueno, eso, que si quieres te anoto los libros, pero debemos irnos... te... espero allá – señaló la bibliotecaria la zona de recibo. Emilia asintió, su rostro se cargó de tristeza, no deseaba separarse tan rápido de Rasmus, pero entendía que sus compañeros se tenían que ir y de seguro, alguna bella mujer esperaría el retorno a casa de un hombre como el que tenía adelante.
Lo miró a los ojos, como lo hiciera desde que Rasmus se sentó delante de ella, - creo que deberemos irnos... - se detuvo, estaba por hacer algo que podía ponerla en una situación complicada, mas para una sociedad algo machista, pero si no lo intentaba, estaba segura que se lamentaría. Inspiró profundo antes de hablar, - dime, Rasmus, ¿te gustaría acompañarme a tomar un café? - si antes se había puesto roja, ahora sentía que literalmente que estaba ardiendo – claro... si no es una imprudencia... tal vez tienes alguien que espera tu regreso... una... esposa – dijo casi en un hilo de voz – que dices tonta, callate... deja de ponerte en ridículo... claro que tiene a alguien – se reprendió mentalmente - ¿y si no lo tuviera? ¿y si el destino nos da solo ésta oportunidad de conocernos? - se contestó – bueno... entonces... que el destino decida... - sentenció mientras sonreía con suma timidez.
Bajó cohibida la mirada, acariciando nerviosa la tapa de aquel viejo libro, - ¿como crees que puedes pasar inadvertido? - sonrió de costado escondiendo el mentón en su cuello, ocultando su mirada de la ajena, - el contemplarte me hacía sentir que la soledad en que vivía no era una condena solo mía... quise muchas veces acercarme, hablarte, conocerte... pero... pero... temía... molestar tu tranquilidad, tu serenidad... aun... tu soledad... prefería contemplarte de lejos... imaginarme que sufrías como yo lo hice... por... un amor... - susurró, sus manos se pusieron blancas, sus ojos se cuajaron de lagrimas, - ¿no es extraño como el destino puede unir a dos personas y a pesar de ello, no encontrar el valor suficiente para hablarse? - su nariz roja, sus ojos húmedos, su boca pequeña intentando que aquella angustia se disipara se marcaron en el rostro femenino que se fue levantando poco a poco, buscando encontrar el de Rasmus. Inspiró profundo logrando soltar los lazos que le apresaban el pecho, - pero... ahí tienes, debí dejar de trabajar en éste lugar para tener el coraje y presentarme – dijo riendo, dejando que algunas perlas de sus lagrimas mojaran sus mejilla.
Inclinó su cuerpo por sobre la mesa que los separaba, - no quisiera decirlo, pero creo que mis antiguos colegas quieren que nos vayamos – dijo en un susurro, sonriendo dulcemente. Sus sentidos se alertaron, el perfume de aquel hombre, su mirada profunda, sus labios... recorrió con su mirada cada uno de los detalles de ese rostro, y cuando se dio cuenta que se había quedado callada, con la mirada perdida en él, su rostros se fue encendiendo al igual que su cuello y pecho. Un sofocante calor la invadía, creyó que él podía hasta sentir el calor que de su cuerpo emanaba, aquel pensamiento hizo que se sintiera aun mas acalorada, si eso podía ser posible. Pestañeo varias veces y fue retrocediendo hasta quedar nuevamente sentada, pero sin quitarle los ojos de encima, era como si tuviera miedo de que desapareciera, deseaba preguntarle tantas cosa, había imaginado tantos porque, tantas historias, cada uno de los atardeceres en que la puerta se había abierto y aquel silencioso hombre aparecía.
Aun hundida en sus recuerdos sintió el carraspeo de alguien a su lado, - hmm... quisiera no interrumpir... pero ya debemos cerrar – dijo su amiga, Emilia, giró su cabeza buscando la voz, pero como si ésta estuviera a miles de metros - ¿si? - dijo como si pensara que apenas habían pasado unos segundos desde que lo viera con un libro en las manos, - si... son casi las diez de la noche... ya deberíamos haber cerrado hace una hora... pero no queríamos interrumpir – respondió la mujer haciendo un vistazo rápido al hombre y recordandolo de algún lugar, pero la mirada enjuta y dura, casi de enojo la hizo retrocedes – bueno, eso, que si quieres te anoto los libros, pero debemos irnos... te... espero allá – señaló la bibliotecaria la zona de recibo. Emilia asintió, su rostro se cargó de tristeza, no deseaba separarse tan rápido de Rasmus, pero entendía que sus compañeros se tenían que ir y de seguro, alguna bella mujer esperaría el retorno a casa de un hombre como el que tenía adelante.
Lo miró a los ojos, como lo hiciera desde que Rasmus se sentó delante de ella, - creo que deberemos irnos... - se detuvo, estaba por hacer algo que podía ponerla en una situación complicada, mas para una sociedad algo machista, pero si no lo intentaba, estaba segura que se lamentaría. Inspiró profundo antes de hablar, - dime, Rasmus, ¿te gustaría acompañarme a tomar un café? - si antes se había puesto roja, ahora sentía que literalmente que estaba ardiendo – claro... si no es una imprudencia... tal vez tienes alguien que espera tu regreso... una... esposa – dijo casi en un hilo de voz – que dices tonta, callate... deja de ponerte en ridículo... claro que tiene a alguien – se reprendió mentalmente - ¿y si no lo tuviera? ¿y si el destino nos da solo ésta oportunidad de conocernos? - se contestó – bueno... entonces... que el destino decida... - sentenció mientras sonreía con suma timidez.
Última edición por Emilia Borromeo el Lun Jun 15, 2015 6:54 pm, editado 1 vez
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Su nerviosismo iba en aumento a cada palabra que salía disparada, titubeante, por aquellos rosados y hermosos labios. Podía notarlo, sentirlo, a pesar de estar ambos sentados a una distancia demasiado prudencial para su gusto. Pero era lo mejor. Sí, sin duda era lo mejor. Haber estado más cerca de ella hubiera provocado en él la inevitable tentación de tomar aquel delicado y hermoso mentón entre las manos, y fundir los labios ajenos con los suyos, en un beso tan profundo que eclipsara a todas las palabras. ¿Por qué serían necesarias en un momento como ese? Mirándose ya decían mucho más de lo que sus labios podrían haber llegado a decir. Porque cuando el corazón, el alma, la mente, se unen y hablan al unísono, todas las palabras sobran... Realmente deseaba fundirse en esa sensación, perderse en un viaje sin retorno hacia el corazón de aquella joven que, sonrojada, le confesaba lo más parecido a un amor platónico que hubiera escuchado en siglos. Pero... No lo hizo. No se levantó, ni rodeó la mesa hasta tomarla entre sus brazos. No lo hizo por miedo, porque seis mil años de vivencias, de historias, no eran suficientes para aplacar el temor al daño que pudiera producir sobre aquella muchacha, cuya pureza le recordaba a la de su amada hija. Y a ella tuvo que abandonarla. Un suspiro se escapó de entre sus labios. Un suspiro largo, hondo, que encerraba mucha más amargura que la que su melancólica sonrisa le mostró a la mujer. Compartir aquellos sentimientos que ella despertaba en él no era lo correcto. Era mejor callar, callar y fingir que el mundo había desaparecido mientras ambos estuviesen juntos, allí, en aquella librería. Hasta que los primeros rayos de amanecer los separaran. Posiblemente, para siempre.
- Lo cierto es que me sorprende, gratamente, por supuesto, que me recordéis... Normalmente mis visitas no solían ser muy largas. No... suelo salir de casa antes de la puesta de Sol. -Su tono de voz disminuyó de intensidad. No podía, ni debía ir mencionando nada acerca de su condición allí donde fuera: los inquisidores, y la guerra, estaban a la vuelta de la esquina, y lo que menos deseaba en el mundo es que aquella muchacha de ojos brillantes y melancólicos pudiera sufrir algún daño por su culpa. No podría soportarlo. Por otra parte, sí era cierto que le sorprendía que ella se hubiera fijado en alguien como él. Entonces no notó que diera muestras de ello, o quizá estaba demasiado ocupado en no inmiscuirse en su vida como para fijarse en algo así. Ciertamente, Rasmus era alguien que por su tamaño y rasgos solía llamar la atención más de lo que le gustaba reconocer. Aún así, no solía ser simpatía lo que despertaba en el resto de personas. Más bien lo contrario... Iba a mencionarlo, cuando de repente, la mujer que tenía frente a sí, la persona que llevaba ocupando sus pensamientos los últimos días, se vino abajo con una rapidez inusitada. Y no supo cómo reaccionar. - Debéis saber, hermosa Emilia, que yo también contemplaba en vos una integrante del angustioso club de la melancolía. Pero ello no me hacía sentir mejor. ¿Cómo podía soportar que unos ojos tan vivos, tan puros, se enturbiasen por culpa del rechazo de alguien que seguramente no os merece? Sin embargo... nunca me acerqué. - "Porque todo en ti me invitaba a querer protegerte, hacerte ser feliz... Y eso es algo que yo no puedo permitirme. Los muertos no son dignos de sentir la felicidad de los vivientes... Yo no puedo ser partícipe de tu vida, sin rodearte de mi muerte". Un pensamiento errático que lo hizo estremecerse de arriba abajo, como hacía años que no le sucedía. Un párrafo sacado del lugar más oscuro de su yerto corazón, anotado en una de sus eternas noches en aquel cuaderno que siempre le aguardaba bajo la cama.
Y nuevamente, todo cuanto deseó en el mundo fue levantarse, rodear aquella mesa que los mantenía a una distancia dolorosamente grande. Pero se quedó quieto, muy quieto, presa del alivio que le supuso que Emilia finalmente se recompusiera por sí sola. Envidió entonces la fugacidad de las emociones humanas, y la facilidad que tenían esas criaturas para superar sus temores, sus angustias, y seguir avanzando. Él vivía preso en un conjunto de sensaciones negativas de las que sabía que jamás podría escapar. ¿Es que realmente eran tan diferentes? ¿Podrían tener menos en común, pese a saber que podrían compenetrarse tan bien? Todo indicaba que así era, hecho ante el cual un nuevo suspiro escapó de sus labios. Debía reconocer su error al atreverse a ir allí, a acercarse a ella. A intentar algo de lo que nunca se creyó, ni era, capaz... Pero aquellos ojos claros lo tenían embelesado. Abrumado, tal era la cantidad de emociones que despertaban en su alma, rota tras tantos años de vivencias. Notó su calidez, su nerviosismo, la forma en que lo observaba, y supo entonces que ella sentía también algo por él. Algo lo bastante intenso para que pudiera resultar peligroso. Para ambos. Y tuvo miedo. Miedo por ella, por él, por perder la vacía calma que caracterizaba su vida en eterna soledad. ¿Qué podría ver una humana, hermosa, viva y alegre, por alguien como él? Un lobo solitario, un frío caminante nocturno... Seguramente, ninguno de los dos lo sabían. Y así es como debía ser.
La interrupción de la otra joven le sirvió de pretexto para poner en orden sus pensamientos, apartar todos aquellos deseos y fantasías de los que no se sentía del todo seguro, y para recomponer su expresión, ahora de fascinación, por una bastante más fría. Neutra. - Creo que sí... Debemos irnos. Disculpadme mademoiselle, no era nuestra intención importunarla hasta tan tarde. Decidme cuánto os debo por mis tomos y los de la señorita, y nos marcharemos sin mayor demora... -Una vez pagados los ejemplares, el antiguo vampiro, volviéndose ante la joven que lo había cautivado, asintió con una sonrisa afable dibujada en el rostro. - Un café sería perfecto en estos momentos. Muchas gracias por todo. -Abrió la puerta y la sujetó hasta que Emilia pasara al exterior, para luego despedirse con una reverencia de los empleados de la tienda. La noche les recibió en la calle con una bocanada de aire fresco, que terminó de romper por completo todo aquel clima de intimidad que la librería les había otorgado. Y el vampiro, aunque un tanto molesto por la interrupción, lo agradeció. Un poco más y hubiera acabado haciendo alguna tontería de la que ambos podrían haberse arrepentido. - No, no hay nadie que me espere en casa. -Respondió tardíamente a la pregunta que tan nerviosa había puesto a la muchacha, para luego tenderle los libros con una sonrisa afable aunque distante, y caminó a su lado, manteniéndose en todo momento a una distancia más que prudencial. - Aunque tal vez a vos... -Dejó la pregunta en el aire, más temeroso de obtener una respuesta afirmativa de lo que nunca sería capaz de reconocer. Su corazón, de haber podido latir, lo haría en aquellos instantes de forma desbocada, pero todo cuanto mostró su exterior fue una pose dura, algo fría, fruto de los muchos esfuerzos que estaba empleando para contenerse.
- Lo cierto es que me sorprende, gratamente, por supuesto, que me recordéis... Normalmente mis visitas no solían ser muy largas. No... suelo salir de casa antes de la puesta de Sol. -Su tono de voz disminuyó de intensidad. No podía, ni debía ir mencionando nada acerca de su condición allí donde fuera: los inquisidores, y la guerra, estaban a la vuelta de la esquina, y lo que menos deseaba en el mundo es que aquella muchacha de ojos brillantes y melancólicos pudiera sufrir algún daño por su culpa. No podría soportarlo. Por otra parte, sí era cierto que le sorprendía que ella se hubiera fijado en alguien como él. Entonces no notó que diera muestras de ello, o quizá estaba demasiado ocupado en no inmiscuirse en su vida como para fijarse en algo así. Ciertamente, Rasmus era alguien que por su tamaño y rasgos solía llamar la atención más de lo que le gustaba reconocer. Aún así, no solía ser simpatía lo que despertaba en el resto de personas. Más bien lo contrario... Iba a mencionarlo, cuando de repente, la mujer que tenía frente a sí, la persona que llevaba ocupando sus pensamientos los últimos días, se vino abajo con una rapidez inusitada. Y no supo cómo reaccionar. - Debéis saber, hermosa Emilia, que yo también contemplaba en vos una integrante del angustioso club de la melancolía. Pero ello no me hacía sentir mejor. ¿Cómo podía soportar que unos ojos tan vivos, tan puros, se enturbiasen por culpa del rechazo de alguien que seguramente no os merece? Sin embargo... nunca me acerqué. - "Porque todo en ti me invitaba a querer protegerte, hacerte ser feliz... Y eso es algo que yo no puedo permitirme. Los muertos no son dignos de sentir la felicidad de los vivientes... Yo no puedo ser partícipe de tu vida, sin rodearte de mi muerte". Un pensamiento errático que lo hizo estremecerse de arriba abajo, como hacía años que no le sucedía. Un párrafo sacado del lugar más oscuro de su yerto corazón, anotado en una de sus eternas noches en aquel cuaderno que siempre le aguardaba bajo la cama.
Y nuevamente, todo cuanto deseó en el mundo fue levantarse, rodear aquella mesa que los mantenía a una distancia dolorosamente grande. Pero se quedó quieto, muy quieto, presa del alivio que le supuso que Emilia finalmente se recompusiera por sí sola. Envidió entonces la fugacidad de las emociones humanas, y la facilidad que tenían esas criaturas para superar sus temores, sus angustias, y seguir avanzando. Él vivía preso en un conjunto de sensaciones negativas de las que sabía que jamás podría escapar. ¿Es que realmente eran tan diferentes? ¿Podrían tener menos en común, pese a saber que podrían compenetrarse tan bien? Todo indicaba que así era, hecho ante el cual un nuevo suspiro escapó de sus labios. Debía reconocer su error al atreverse a ir allí, a acercarse a ella. A intentar algo de lo que nunca se creyó, ni era, capaz... Pero aquellos ojos claros lo tenían embelesado. Abrumado, tal era la cantidad de emociones que despertaban en su alma, rota tras tantos años de vivencias. Notó su calidez, su nerviosismo, la forma en que lo observaba, y supo entonces que ella sentía también algo por él. Algo lo bastante intenso para que pudiera resultar peligroso. Para ambos. Y tuvo miedo. Miedo por ella, por él, por perder la vacía calma que caracterizaba su vida en eterna soledad. ¿Qué podría ver una humana, hermosa, viva y alegre, por alguien como él? Un lobo solitario, un frío caminante nocturno... Seguramente, ninguno de los dos lo sabían. Y así es como debía ser.
La interrupción de la otra joven le sirvió de pretexto para poner en orden sus pensamientos, apartar todos aquellos deseos y fantasías de los que no se sentía del todo seguro, y para recomponer su expresión, ahora de fascinación, por una bastante más fría. Neutra. - Creo que sí... Debemos irnos. Disculpadme mademoiselle, no era nuestra intención importunarla hasta tan tarde. Decidme cuánto os debo por mis tomos y los de la señorita, y nos marcharemos sin mayor demora... -Una vez pagados los ejemplares, el antiguo vampiro, volviéndose ante la joven que lo había cautivado, asintió con una sonrisa afable dibujada en el rostro. - Un café sería perfecto en estos momentos. Muchas gracias por todo. -Abrió la puerta y la sujetó hasta que Emilia pasara al exterior, para luego despedirse con una reverencia de los empleados de la tienda. La noche les recibió en la calle con una bocanada de aire fresco, que terminó de romper por completo todo aquel clima de intimidad que la librería les había otorgado. Y el vampiro, aunque un tanto molesto por la interrupción, lo agradeció. Un poco más y hubiera acabado haciendo alguna tontería de la que ambos podrían haberse arrepentido. - No, no hay nadie que me espere en casa. -Respondió tardíamente a la pregunta que tan nerviosa había puesto a la muchacha, para luego tenderle los libros con una sonrisa afable aunque distante, y caminó a su lado, manteniéndose en todo momento a una distancia más que prudencial. - Aunque tal vez a vos... -Dejó la pregunta en el aire, más temeroso de obtener una respuesta afirmativa de lo que nunca sería capaz de reconocer. Su corazón, de haber podido latir, lo haría en aquellos instantes de forma desbocada, pero todo cuanto mostró su exterior fue una pose dura, algo fría, fruto de los muchos esfuerzos que estaba empleando para contenerse.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/07/2013
Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Emilia abrió sus ojos con sorpresa, miró a su amiga con la boca entreabierta, no sabía qué hacer, ni qué decir ya que nunca había estado en una situación así, ¿Cómo permitiría que aquel hombre, pagara por sus libros? Por supuesto que se daba cuenta que aquella era la reacción lógica de un caballero, el que solo estaba siendo extremadamente atento y generoso. Sus ojos se iluminaron, era tan difícil de que aquello pasara, que se podía considerar un pequeño milagro, tan extraño como encontrar una flor entre la tupida nieve que cubriera el páramo. Rasmus lo había logrado, al igual que hacer que Emilia se ruborizara con tanta facilidad, eso también era algo que hacía demasiado tiempo no sucedía, tanto que ya no recordaba.
Esperó paciente y con su cabeza algo inclinada, fija su mirada en el rostro de aquel hombre, del que todo le fascinaba, pues era misterioso y abierto a la vez; peligroso, pero extrañamente se sentía inmensamente protegida con solo sentir su presencia a pocos centímetros. Cuando se dirigieron a la puerta y galante, le abrió la puerta para que ella pasara, no pudo más que volver a encenderse como uno de esos pequeños globos de papel que iluminados volaban por el cielo nocturno, cuando algún festejo lo ameritaba, - es que así me siento – caviló - como uno de aquellos globos, volando en la noche, por ésta sensación que no logro entender… y que solo sé que… su presencia… es la que lo provoca – sonrió suavemente, mientras caminaba por la acera, con paso corto para que el momento de la despedida no llegara.
El piso estaba un poco resbaloso o a ella le pareció lo que hizo que intentara estar atenta, para no dar una mala pisada y terminar en el suelo. No pudo disimular la sensación de alivio que le causó saber que no existía una señora Lillmåns, pequeñas mariposas revolotearon desde su estómago a su pecho. Intentó responder, pero solo logró que de sus labios saliera un suave sonido como intentando expresar que aquello era una tristeza, aunque al momento se dio cuenta que a ella solo le esperaba un departamento tan vacío como una cripta sin usar. Un suspiro brotó de su boca, - se lo que es llegar al lugar donde vives y sentir que la soledad pesa como piedras en el alma – dijo en un susurro. Tampoco deseaba volver a la frialdad y la soledad de esas paredes.
Se armó de valor y sonrió, girando su cabeza para poder observar el perfil masculino, - cuando comencé a trabajar en la Biblioteca, solía tomar un café exquisito en un pequeño lugar, cruzando la calle – sus manos estrujaron el ejemplar – si aún desea tomar un café, podríamos ir… ya que… nadie… nos … espera… - su rostro se volvió a encender y mojó sus labios que se habían secado por los nervios, las mariposas que se agitaban cada vez más en su estómago. Tan ensimismada estaba en contemplar cualquier posible movimiento o reacción en ese rostro que no percibió el momento exacto en que su taco se dobló en una imperfección del camino. Solo pudo sentir como su cuerpo se inclinaba peligrosamente, - o nooo – pensó mientras cerraba los ojos y esperaba el impacto en su cuerpo al chocar con el suelo.
Esperó paciente y con su cabeza algo inclinada, fija su mirada en el rostro de aquel hombre, del que todo le fascinaba, pues era misterioso y abierto a la vez; peligroso, pero extrañamente se sentía inmensamente protegida con solo sentir su presencia a pocos centímetros. Cuando se dirigieron a la puerta y galante, le abrió la puerta para que ella pasara, no pudo más que volver a encenderse como uno de esos pequeños globos de papel que iluminados volaban por el cielo nocturno, cuando algún festejo lo ameritaba, - es que así me siento – caviló - como uno de aquellos globos, volando en la noche, por ésta sensación que no logro entender… y que solo sé que… su presencia… es la que lo provoca – sonrió suavemente, mientras caminaba por la acera, con paso corto para que el momento de la despedida no llegara.
El piso estaba un poco resbaloso o a ella le pareció lo que hizo que intentara estar atenta, para no dar una mala pisada y terminar en el suelo. No pudo disimular la sensación de alivio que le causó saber que no existía una señora Lillmåns, pequeñas mariposas revolotearon desde su estómago a su pecho. Intentó responder, pero solo logró que de sus labios saliera un suave sonido como intentando expresar que aquello era una tristeza, aunque al momento se dio cuenta que a ella solo le esperaba un departamento tan vacío como una cripta sin usar. Un suspiro brotó de su boca, - se lo que es llegar al lugar donde vives y sentir que la soledad pesa como piedras en el alma – dijo en un susurro. Tampoco deseaba volver a la frialdad y la soledad de esas paredes.
Se armó de valor y sonrió, girando su cabeza para poder observar el perfil masculino, - cuando comencé a trabajar en la Biblioteca, solía tomar un café exquisito en un pequeño lugar, cruzando la calle – sus manos estrujaron el ejemplar – si aún desea tomar un café, podríamos ir… ya que… nadie… nos … espera… - su rostro se volvió a encender y mojó sus labios que se habían secado por los nervios, las mariposas que se agitaban cada vez más en su estómago. Tan ensimismada estaba en contemplar cualquier posible movimiento o reacción en ese rostro que no percibió el momento exacto en que su taco se dobló en una imperfección del camino. Solo pudo sentir como su cuerpo se inclinaba peligrosamente, - o nooo – pensó mientras cerraba los ojos y esperaba el impacto en su cuerpo al chocar con el suelo.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 27/01/2013
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
A veces, incluso para el ser más frío del planeta, que en aquella ocasión podría tratarse perfectamente del vampiro, es difícil mantener la calma cuando hay algo que te hace sentir... tan vivo como nunca antes se había sentido. Emilia era como un Sol en miniatura, una pequeña fogata en medio de la noche más oscura. Y Rasmus era la polilla que, atraída por la luz, se acercaba peligrosamente a ésta. Claro que el peligro en aquel caso no iba dirigido a él. Y ese era precisamente el problema. Que si supiera que era su integridad, y no la de la joven, la que corría peligro al estar tan dolorosamente cerca, se hubiese atrevido a acercarse muchísimo más, muchísimo tiempo antes. Pero ese no era el caso. De aquellas dos figuras que paseaban en mitad de la noche, separadas por una lastimosa distancia, no era la del vampiro la que corría peligro por encontrarse juntos. Eso le hubiera dado igual. ¿Qué podría sucederle a un muerto que no le hubiera sucedido ya? Ella estaba en peligro. Y eso era algo que no podía, ni quería, permitir. Se lo impedía su razón, férrea como siempre, su conciencia, y ese amor intenso que sentía hacia la humanidad y lo arrojaba a la necesidad de protegerla. Por eso se sentía confuso en aquellos instantes. Hubiera sido mucho más acertado excusarse y marcharse, dejarla en paz, libre de los peligros a los que su cercanía podría arrojarle. Y... no pudo. Allí seguía, caminando a su lado, luchando con aquella parte de sí mismo que sólo quería estrecharla entre sus brazos y convencerla de que otra vida de felicidad era posible.
Estaba faltando a todos sus principios, a su conciencia, al seguir jugándose la seguridad de la joven por un estúpido y egoísta sentimiento. ¿Qué diría de él cuando le dijese alto y claro que era un vampiro? ¿Y cuando confesara que había sido un inquisidor y que, como tal, había matado a muchos inocentes por mandato de una Iglesia en la que nunca creyó? ¿Cómo iba a redimirse de aquellos actos, si él mismo nunca se había perdonado por hacerlos? Era un estúpido. Un temerario. Y sobre todo, un farsante. Sí, era cierto que sabía lo que era sentir la soledad tan honda que sus espinas se clavaban en su alma. ¡Claro que lo sabía! Había abandonado todo lo que alguna vez quiso. Y la culpa había sido solo suya. Porque era cierto, los muertos no están hechos para vivir bajo los mismos dictados y normas que los vivos. Eran diferentes. Incompatibles quizá. Y recordar a su Leire, pálida, sobre la nieve, malherida, no hacía más que darle la razón. Otra de las maldiciones que pesaban sobre su espalda: ser incapaz de deshacerse de aquel sentimiento de culpa que surgió en él al decirle adiós, y ver los ojos de su niña empañados en lágrimas, alejarse en la distancia. Aminoró el paso sin darse cuenta. La idea de decirle que era mejor que se separaran no hacía más que rondarle la cabeza. Era mejor un desengaño a tiempo que el dolor que luego pudiera causarle y que, seguramente, le causaría. Porque esa era la especialidad de los vampiros: hacer daño a los demás, sobre todo a aquellos por los que profesan algún cariño. Su eterno caminar por el mundo iba ligado a una existencia de soledad. Y estaba convencido de que era lo mejor. Quizá no para él, pero para la frágil y dulce Emilia, estaba claro que lo sería.
Pero entonces, y haciendo gala de la facilidad que tenía para sacarlo de su ensimismamiento, la joven tropezó, y en el breve lapso de tiempo que tardó en interponerse entre ella y el suelo, todas aquellas dudas, todo aquel sentimiento de culpa, desapareció por completo. Porque las polillas no pueden alejarse tan fácilmente de la fuente de luz que les ilumina. No cuando es tan hermosa, ni tan potente, como el magnetismo que había entre Rasmus y su Emilia. No había vuelta atrás, ni forma de detenerlo. Cuando el corazón se pone en marcha, es difícil contradecirle. Ni aún teniendo seis mil años. En menos de un segundo, mientras su mente se veía invadida de todos los momentos, de todas las noches en que Emilia había sido su única motivación para avanzar, tomó a la joven por la cintura, y tirando con suavidad de su brazo, la atrajo hacia él, incapaz de pensar en nada más que no fueran sus labios, la calidez de su cuerpo, la necesidad que le urgía a estar más y más cerca de ella. No podía evitarlo. ¡Y no quería, tampoco! Aunque su conciencia viviera afanada en hacerle la existencia imposible, recordándole que lo único que podría darle a la joven sería parte de la oscuridad de la que su alma, muerta, no podría escapar jamás. Y aunque no quería cargarla con ese peso, con el peso de vivir entre dos mundos, el de la noche y el del Sol, cuando finalmente sus labios se toparon con los ajenos, en el beso robado más tierno que hubiese dado nunca, supo que ambos podrían ayudarse a salir de sus respectivos pozos.
El beso, que fue más breve y tierno que apasionado, duró lo suficiente para que una sonrisa entre pícara y dulce se dibujara en los labios del vampiro, quien se apartó de la chica cuando notó que estaba estabilizada y fuera de peligro de caer al suelo. - Creo que no deberíais perder de vista el suelo... Ahora es cierto que estoy aquí para protegeros, pero puede que en otro momento no y no me agradaría que fuerais golpeándoos por las aceras. -Murmuró con tono sarcástico, fingiendo que nada había ocurrido aunque ansioso por apreciar la multitud de reacciones que, sin duda, su beso provocaría en la joven. Un beso inocente, robado, que significaba mucho más de lo que ambos le atribuirían, seguramente. Un beso que podía significar un inicio... o un final. ¿Quién sabe? Lo bueno de los humanos es que tienen permitido equivocarse mil veces antes de dar con la respuesta acertada. Y Rasmus se sentía más humano, más vivo, en aquellos momentos que en toda su no-vida. - Y... ¿dónde decíais que queda ese café? ¡Seguro que está delicioso! -Su entusiasmo era difícil de esconder cuando su sonrisa no había hecho más que ensancharse. La noche, de pronto, se había tornado maravillosa.
Estaba faltando a todos sus principios, a su conciencia, al seguir jugándose la seguridad de la joven por un estúpido y egoísta sentimiento. ¿Qué diría de él cuando le dijese alto y claro que era un vampiro? ¿Y cuando confesara que había sido un inquisidor y que, como tal, había matado a muchos inocentes por mandato de una Iglesia en la que nunca creyó? ¿Cómo iba a redimirse de aquellos actos, si él mismo nunca se había perdonado por hacerlos? Era un estúpido. Un temerario. Y sobre todo, un farsante. Sí, era cierto que sabía lo que era sentir la soledad tan honda que sus espinas se clavaban en su alma. ¡Claro que lo sabía! Había abandonado todo lo que alguna vez quiso. Y la culpa había sido solo suya. Porque era cierto, los muertos no están hechos para vivir bajo los mismos dictados y normas que los vivos. Eran diferentes. Incompatibles quizá. Y recordar a su Leire, pálida, sobre la nieve, malherida, no hacía más que darle la razón. Otra de las maldiciones que pesaban sobre su espalda: ser incapaz de deshacerse de aquel sentimiento de culpa que surgió en él al decirle adiós, y ver los ojos de su niña empañados en lágrimas, alejarse en la distancia. Aminoró el paso sin darse cuenta. La idea de decirle que era mejor que se separaran no hacía más que rondarle la cabeza. Era mejor un desengaño a tiempo que el dolor que luego pudiera causarle y que, seguramente, le causaría. Porque esa era la especialidad de los vampiros: hacer daño a los demás, sobre todo a aquellos por los que profesan algún cariño. Su eterno caminar por el mundo iba ligado a una existencia de soledad. Y estaba convencido de que era lo mejor. Quizá no para él, pero para la frágil y dulce Emilia, estaba claro que lo sería.
Pero entonces, y haciendo gala de la facilidad que tenía para sacarlo de su ensimismamiento, la joven tropezó, y en el breve lapso de tiempo que tardó en interponerse entre ella y el suelo, todas aquellas dudas, todo aquel sentimiento de culpa, desapareció por completo. Porque las polillas no pueden alejarse tan fácilmente de la fuente de luz que les ilumina. No cuando es tan hermosa, ni tan potente, como el magnetismo que había entre Rasmus y su Emilia. No había vuelta atrás, ni forma de detenerlo. Cuando el corazón se pone en marcha, es difícil contradecirle. Ni aún teniendo seis mil años. En menos de un segundo, mientras su mente se veía invadida de todos los momentos, de todas las noches en que Emilia había sido su única motivación para avanzar, tomó a la joven por la cintura, y tirando con suavidad de su brazo, la atrajo hacia él, incapaz de pensar en nada más que no fueran sus labios, la calidez de su cuerpo, la necesidad que le urgía a estar más y más cerca de ella. No podía evitarlo. ¡Y no quería, tampoco! Aunque su conciencia viviera afanada en hacerle la existencia imposible, recordándole que lo único que podría darle a la joven sería parte de la oscuridad de la que su alma, muerta, no podría escapar jamás. Y aunque no quería cargarla con ese peso, con el peso de vivir entre dos mundos, el de la noche y el del Sol, cuando finalmente sus labios se toparon con los ajenos, en el beso robado más tierno que hubiese dado nunca, supo que ambos podrían ayudarse a salir de sus respectivos pozos.
El beso, que fue más breve y tierno que apasionado, duró lo suficiente para que una sonrisa entre pícara y dulce se dibujara en los labios del vampiro, quien se apartó de la chica cuando notó que estaba estabilizada y fuera de peligro de caer al suelo. - Creo que no deberíais perder de vista el suelo... Ahora es cierto que estoy aquí para protegeros, pero puede que en otro momento no y no me agradaría que fuerais golpeándoos por las aceras. -Murmuró con tono sarcástico, fingiendo que nada había ocurrido aunque ansioso por apreciar la multitud de reacciones que, sin duda, su beso provocaría en la joven. Un beso inocente, robado, que significaba mucho más de lo que ambos le atribuirían, seguramente. Un beso que podía significar un inicio... o un final. ¿Quién sabe? Lo bueno de los humanos es que tienen permitido equivocarse mil veces antes de dar con la respuesta acertada. Y Rasmus se sentía más humano, más vivo, en aquellos momentos que en toda su no-vida. - Y... ¿dónde decíais que queda ese café? ¡Seguro que está delicioso! -Su entusiasmo era difícil de esconder cuando su sonrisa no había hecho más que ensancharse. La noche, de pronto, se había tornado maravillosa.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/07/2013
Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Sintió sus fuertes brazos, la forma como la atraía hacia él, el aroma de la piel del vampiro llegó a ella como una bebida embriagadora y supo que si él no la mantenía en sus brazos, no sería capaz de mantenerse en pie. Un embrujo, un poder que no había experimentado jamás, ni siquiera cuando amó con toda su alma a Ichabod, - no, con él, siento que el alma se me sale del cuerpo – pensó mientras, con su mirada embriagada se dejaba perder en esos ojos tan oscuros como la noche. La voz de una vieja meiga llegó a sus oídos, recordando un antiguo presagio, - llegará el momento, en el que el destino te enfrentará a los misterios de la naturaleza, con la fuerza de las tempestades, con el devastador poder del génesis mismo de la vida y la muerte… estás destinada a ser el alma que se enamore del que fue y ya no es, del que aún perdura, aunque su tiempo hace siglos pereció – en ese momento no lo había entendido, había quitado su mano con delicadeza de entre las arrugadas manos de la anciana y tras entregarle una moneda de plata, había dado las gracias, marchándose. Es que, en esos días, para ella solo existía un hombre, un ser que al abandonarla la había convertido en una sombra errante. Ahora, allí, en mitad de la acera, entre los fuertes brazos de vampiro comprendió que todo lo vivido, solo había servido para acercarla a destino, aquel que ya estaba marcado desde el día de su nacimiento. Emilia debía sufrir, debía ser abandonada, no una vez, sino dos veces, por el mismo hombre, aquel brujo que volvía a desaparecer como la bruma al salir el sol. Todo aquello debía suceder para que su alma estuviera preparada, y así recibir al que siempre había sido su destino, su luz, su sol- no luches contra tu sino, es inútil, porque como un laberinto, siempre te llevará al mismo camino -.
Su piel se encendió en un estallido de sensaciones, cuando los labios del vampiro se apoderaron de los suyos. Aunque breve, para Emilia, fue como sentir la briza del mar en su cuerpo, allí, en el acantilado más peligroso, con el corazón desbocado por la posibilidad de caer y simplemente desaparecer, así, era lo que experimentaba con Rasmus, un peligro que la enardecía, pero a la vez la mantenía asustada como una pequeña avecilla que intentaba en vano, ir en contra de las ráfagas de viento, de la tormenta, del poder de la naturaleza, así era ella y así era él, distintos, opuestos, entrañable e irremediablemente destinados a ser la luz del alma del otro.
Al terminar el beso, la sonrisa de Rasmus, provocó que ella volviera a enrojecer como una rosa carmín. Sus manos, que hasta ese momento descansaban en el fuerte pecho del vampiro, se deslizaron por el cuello y atraparon las mejillas, acarició la barba, con la mirada en aquellos labios, quiso decirle tantas cosas, pero la pregunta de él sobre donde estaba el café que ella había mencionado, hizo que la burbuja en la que estaba suspendida, que la mantenía fuera de la realidad, se rompiera. En sus oídos, el ruido de los carruajes, el frufrú de los vestidos de las damas, la hicieron darse cuenta que debía guardar la compostura. Sonrió apenada, - o, si, el café está cruzando la calle – Dirigió su mirada al lugar y recordó su primer día de trabajo en la biblioteca, aquel que apenas llegar a París, había salido a las calles de la gran ciudad a buscar a quien creía que amaría toda la vida. Pero ahora, tras ese beso, todos sus paradigmas se desmoronaban como los castillos de arena que los niños construían en las playas de su tierra natal.
Caminó al lado de Rasmus, con la mirada clavada en el suelo, sus mejillas sonrosadas por la sensación que aún la invadía. Llevaba adherida a su rostro una sonrisa de niña traviesa, giró en varias ocasiones su rostro buscando el del vampiro, intentando encontrar en él, el mismo sentimiento. Al llegar a la esquina, se detuvo, esperó que los coches pasaran y cuando fue seguro se dispuso a cruzar. Una picardía se apoderó de su mente, deseaba sentir la misma sensación de hacía un instante. Por ello, apretó suavemente el brazo del sobrenatural, - me duele el tobillo, debo habérmelo doblado al trastabillar… ¿puedes ayudarme a cruzar la calle? – deseaba sentir la cercanía del pecho y cuello de Rasmus, anhelaba poder embriagarse nuevamente con el aroma del vampiro, sus ojos se entrecerraron y un pequeño suspiro surgió de sus labios al sentir el abrazo.
Su piel se encendió en un estallido de sensaciones, cuando los labios del vampiro se apoderaron de los suyos. Aunque breve, para Emilia, fue como sentir la briza del mar en su cuerpo, allí, en el acantilado más peligroso, con el corazón desbocado por la posibilidad de caer y simplemente desaparecer, así, era lo que experimentaba con Rasmus, un peligro que la enardecía, pero a la vez la mantenía asustada como una pequeña avecilla que intentaba en vano, ir en contra de las ráfagas de viento, de la tormenta, del poder de la naturaleza, así era ella y así era él, distintos, opuestos, entrañable e irremediablemente destinados a ser la luz del alma del otro.
Al terminar el beso, la sonrisa de Rasmus, provocó que ella volviera a enrojecer como una rosa carmín. Sus manos, que hasta ese momento descansaban en el fuerte pecho del vampiro, se deslizaron por el cuello y atraparon las mejillas, acarició la barba, con la mirada en aquellos labios, quiso decirle tantas cosas, pero la pregunta de él sobre donde estaba el café que ella había mencionado, hizo que la burbuja en la que estaba suspendida, que la mantenía fuera de la realidad, se rompiera. En sus oídos, el ruido de los carruajes, el frufrú de los vestidos de las damas, la hicieron darse cuenta que debía guardar la compostura. Sonrió apenada, - o, si, el café está cruzando la calle – Dirigió su mirada al lugar y recordó su primer día de trabajo en la biblioteca, aquel que apenas llegar a París, había salido a las calles de la gran ciudad a buscar a quien creía que amaría toda la vida. Pero ahora, tras ese beso, todos sus paradigmas se desmoronaban como los castillos de arena que los niños construían en las playas de su tierra natal.
Caminó al lado de Rasmus, con la mirada clavada en el suelo, sus mejillas sonrosadas por la sensación que aún la invadía. Llevaba adherida a su rostro una sonrisa de niña traviesa, giró en varias ocasiones su rostro buscando el del vampiro, intentando encontrar en él, el mismo sentimiento. Al llegar a la esquina, se detuvo, esperó que los coches pasaran y cuando fue seguro se dispuso a cruzar. Una picardía se apoderó de su mente, deseaba sentir la misma sensación de hacía un instante. Por ello, apretó suavemente el brazo del sobrenatural, - me duele el tobillo, debo habérmelo doblado al trastabillar… ¿puedes ayudarme a cruzar la calle? – deseaba sentir la cercanía del pecho y cuello de Rasmus, anhelaba poder embriagarse nuevamente con el aroma del vampiro, sus ojos se entrecerraron y un pequeño suspiro surgió de sus labios al sentir el abrazo.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
No pudo evitar dejar escapar una sonora carcajada cuando la damisela adquirió el dulce y hermoso tono de las rosas en sus mejillas. Justo la reacción que había esperado que apareciera, y que había deseado provocar desde el momento mismo en que se había topado con ella, y con sus ojos. Esos ojos, tan azules y profundos que le recordaban al mar, que ahora sentía tan lejos. Dejó que la mujer deslizara sus pequeños y suaves dedos entre su densa barba, sin dejar de sonreír ni de escrutar en su mirada algún indicio de que su corazón estuviese tan emocionado en aquel momento como el suyo mismo. Y ahí estaba, oh, ahí estaba. Esa sonrisa de sorpresa, de ilusión, que le dio la clave que necesitaba, la señal que necesitaba para dejarse envolver por completo con aquella situación. Con aquella locura. Dejarse llevar por los sentimientos que aquella muchacha y su cercanía provocaban en él inevitablemente. La sentía tan frágil, tan delicada, tan necesitada de la protección que él le brindaría a partir de ese momento, que todo aquello que en otras circunstancias le habría hecho retroceder, como su condición de inmortal, había quedado completamente eclipsado por la magia del momento. Una magia que él mismo había roto con la absurda y banal propuesta del café. Una magia que había suprimido a propósito, a sabiendas de que eso provocaría en ella algo que estaba ansioso por ver: anhelo, deseo.
Quería que ella deseara volver a tenerlo cerca, que quisiera que se atreviese nuevamente a robarle otro beso. Quería contagiarle un poco de aquella locura, de aquella pasión que a él lo había embriagado por completo. Surcó el rostro inmaculado de la joven con la palma de la mano. Estaba cálida, muy cálida, en contraposición con su siempre eterna frialdad. Acercó el rostro al ajeno y... Exhaló, para luego volver a alejarse de forma abrupta, y separarse de ella con brusquedad. Su sonrisa no hizo más que ensancharse ante el rostro frustrado de la joven, y por la picardía despertada en ella a raíz de aquel inocente acercamiento, que en realidad, no tenía absolutamente nada de inocente. Estaba seguro de que eso contribuiría a hacerla buscar de nuevo la cercanía entre ambos. Estaba seguro de que sería ella quien, en la próxima ocasión, buscara sus labios para que ambos disfrutaran finalmente del nuevo beso que estaba claro que ambos deseaban. Se mordió el labio para evitar volver a carcajearse, y tras meterse las manos en los bolsillos echó a caminar, adelantándola, esperando que ella lo siguiera, que diera esta vez el primer paso, sin dejar de observarla de reojo.
Caminaron sin decir nada, aunque su mente, su cuerpo y su alma pujaban por volver a atrapar aquel rostro, y volverla a atraer hacia sí. Nada importaban ya los miedos, ni las inseguridades. Ella era ahora la clave de su mundo, aquello que lo anclaba al presente y lo alejaba de la oscuridad. La única capaz de nublar su juicio y suprimir por completo su estricto sentido de la responsabilidad. Ella era la razón de su ensimismamiento, de que volviera a sentirse como el humano que ya no era. ¿Cómo iba a poder renunciar a esas emociones, a esa sensación, si sabía que en cuanto desapareciera se lo llevaría todo con ella? En cuanto la distancia entre ambos volviera a separarlos, él seguiría siendo el monstruo de siempre, sumido en una nostalgia eterna, incapaz de evolucionar. Por eso, mientras durase, dejaría que su corazón tomase el rumbo sin oponerse, sin sopesar las consecuencias. Porque a veces es sano dejarse llevar por la locura...
¿No?
Y entonces, pasó. Una nueva oportunidad de reconstruir aquella escena de antes, aquel momento de magia, venido de la chica, como había predicho. Se volteó para encararla en cuanto la primera palabra, titubeante, salió de sus rosados labios. Era tan hermosa... La miró durante unos minutos con una fijeza innecesaria, bañándose de ella, memorizando minuciosamente todos los detalles de aquel rostro que estaba seguro que gobernaría sus noches y sus días a partir de ese momento... Y sin decir nada, la tomó en brazos, como alguna vez hizo con aquella que lo abandonó, arrebatándole lo único importante que tuvo en toda su vida. Y aunque ese pensamiento, ese recuerdo, provocó una inconfundible punzada de dolor en su pecho, al sentir nuevamente el calor de la fémina contra su pecho helado, no pudo evitar sonreír. La observó agachando un poco la cabeza, consciente de que todos los presentes se habían quedado mirando la escena. - Faltaría más. ¿Alguna otra cosa que yo pudiera hacer para que os sintierais mejor? Creo que de momento no deberíais apoyar el pie en un rato. Supongo que estaréis de acuerdo... -De nuevo, la picardía se adueñó de su semblante, y caminó con la mujer en brazos en dirección al café, ignorando deliberadamente las miradas reprobadoras que fueron dirigidas hacia ambos. Aún no había conseguido lo que buscaba, después de todo, y es que la fémina abandonase el protocolo y buscase recuperar lo que él le había robado antes. Así que disfrutaría de su rubor, de sus reacciones. La haría enloquecer, tanto o más de lo que ella había hecho con él.
Quería que ella deseara volver a tenerlo cerca, que quisiera que se atreviese nuevamente a robarle otro beso. Quería contagiarle un poco de aquella locura, de aquella pasión que a él lo había embriagado por completo. Surcó el rostro inmaculado de la joven con la palma de la mano. Estaba cálida, muy cálida, en contraposición con su siempre eterna frialdad. Acercó el rostro al ajeno y... Exhaló, para luego volver a alejarse de forma abrupta, y separarse de ella con brusquedad. Su sonrisa no hizo más que ensancharse ante el rostro frustrado de la joven, y por la picardía despertada en ella a raíz de aquel inocente acercamiento, que en realidad, no tenía absolutamente nada de inocente. Estaba seguro de que eso contribuiría a hacerla buscar de nuevo la cercanía entre ambos. Estaba seguro de que sería ella quien, en la próxima ocasión, buscara sus labios para que ambos disfrutaran finalmente del nuevo beso que estaba claro que ambos deseaban. Se mordió el labio para evitar volver a carcajearse, y tras meterse las manos en los bolsillos echó a caminar, adelantándola, esperando que ella lo siguiera, que diera esta vez el primer paso, sin dejar de observarla de reojo.
Caminaron sin decir nada, aunque su mente, su cuerpo y su alma pujaban por volver a atrapar aquel rostro, y volverla a atraer hacia sí. Nada importaban ya los miedos, ni las inseguridades. Ella era ahora la clave de su mundo, aquello que lo anclaba al presente y lo alejaba de la oscuridad. La única capaz de nublar su juicio y suprimir por completo su estricto sentido de la responsabilidad. Ella era la razón de su ensimismamiento, de que volviera a sentirse como el humano que ya no era. ¿Cómo iba a poder renunciar a esas emociones, a esa sensación, si sabía que en cuanto desapareciera se lo llevaría todo con ella? En cuanto la distancia entre ambos volviera a separarlos, él seguiría siendo el monstruo de siempre, sumido en una nostalgia eterna, incapaz de evolucionar. Por eso, mientras durase, dejaría que su corazón tomase el rumbo sin oponerse, sin sopesar las consecuencias. Porque a veces es sano dejarse llevar por la locura...
¿No?
Y entonces, pasó. Una nueva oportunidad de reconstruir aquella escena de antes, aquel momento de magia, venido de la chica, como había predicho. Se volteó para encararla en cuanto la primera palabra, titubeante, salió de sus rosados labios. Era tan hermosa... La miró durante unos minutos con una fijeza innecesaria, bañándose de ella, memorizando minuciosamente todos los detalles de aquel rostro que estaba seguro que gobernaría sus noches y sus días a partir de ese momento... Y sin decir nada, la tomó en brazos, como alguna vez hizo con aquella que lo abandonó, arrebatándole lo único importante que tuvo en toda su vida. Y aunque ese pensamiento, ese recuerdo, provocó una inconfundible punzada de dolor en su pecho, al sentir nuevamente el calor de la fémina contra su pecho helado, no pudo evitar sonreír. La observó agachando un poco la cabeza, consciente de que todos los presentes se habían quedado mirando la escena. - Faltaría más. ¿Alguna otra cosa que yo pudiera hacer para que os sintierais mejor? Creo que de momento no deberíais apoyar el pie en un rato. Supongo que estaréis de acuerdo... -De nuevo, la picardía se adueñó de su semblante, y caminó con la mujer en brazos en dirección al café, ignorando deliberadamente las miradas reprobadoras que fueron dirigidas hacia ambos. Aún no había conseguido lo que buscaba, después de todo, y es que la fémina abandonase el protocolo y buscase recuperar lo que él le había robado antes. Así que disfrutaría de su rubor, de sus reacciones. La haría enloquecer, tanto o más de lo que ella había hecho con él.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Se sintió pequeña, entre los brazos de Rasmus, jamás en su vida había experimentado un sentimiento así, ni siquiera cuando pensó que el amor había tocado a su puerta. Con su mirada en aquel hombre que la cargaba, con tal delicadeza que su mente divagó pensando en la vida que hubiera tenido ese hombre, antes de ésta noche. Cavilo por un segundo en la posibilidad de que tuviera hijos – ¿los tendrá ? – Negó suavemente con la cabeza – no, es un vampiro… pero, eso no es un impedimento. Podría haberlos tenido antes… cuando aún era humano – se ruborizó – sus hijos serían tan hermosos y misteriosos como… él – escondió su rostro en el hombro del vampiro, segura de que pensaría que eran las miradas de reproches, de los ocasionales transeúntes lo que la mantenían callada y meditabunda, pero en verdad, solo era él.
Asintió con la cabeza cuando él le indicó que era mejor que no apoyara el pie, - si no te molesta, lo preferiría -, lo tuteó, haciendo que la intimidad entre ellos fuera mayor. ¿acaso eso no era lógico? ¿no le había robado un beso? un suave suspiro brotó de sus labios, al tiempo de que sus manos intentaban ayudarle a mantenerla firme, - como si eso fuera posible – o tal vez en verdad era una torpe excusa para acariciar los hombros y el poderoso cuello de Rasmus.
Volvió a esconder su rostro sonrosado, mientras una sonrisa la invadía, porque desde hacía muchos meses que nada lograba levantar su ánimo. Jamás había pensado que la vida le daría una nueva oportunidad. En verdad, se había resignado a vivir el resto de su vida sola, apartada de la posibilidad de ser feliz, de ser amada. Tan solo añorando de vez en cuando aquel amor – correspondido o no – de ese brujo, se prohibió recordarle pero terminó pensando en Ichabod. La tristeza volvió por un segundo a su corazón, no quería una desilusión como aquella, no podría soportar que la abandonaran nuevamente, que pusieran escusas, cobardes, diciendo que era por su bien, que no era lo suficientemente para ella. Se envaró, recordando ese doloroso momento, para luego, volver a acurrucarse en aquellos brazos, donde se sentía protegida. Sus pestañas se poblaron de lágrimas, e instintivamente se aferró con más fuerzas al cuello del vampiro.
Cohibida, intentó apartarse un poco, secando esas lágrimas, para luego, esforzar una sonrisa, - no digas que no podré apoyar el pie, pues entonces me tendrás que cargar toda la velada – inclinó el rostro, sonriendo, esta vez, con sinceridad, - harás que no desee jamás que te alejes de mi – mantuvo su mirada en la ajena, su mano derecha acarició suave y tímidamente el cuello masculino, - si me acostumbras a tu presencia, a tu compañía… ¿qué hare si un día te vas? – caviló, aun hundida en esa mirada. Su mano siguió acariciando, hundiendo sus delgados dedos en el cabellos del Vampiro, - no deseo pensar, no deseo saber si mañana ya no estarás, quiero simplemente disfrutar de tu compañía, de éste sentimiento que has logrado despertar en mi – sonrió al decirle aquello, en un silencio que solo sus miradas podrían intuir el significado – sabes que no podré dejarte ir… ¿verdad? – dijo en un susurro, acercando sus labios a los de Rasmus, perdiéndose en un beso deseado, dulce y apasionado. Cerró los ojos, disfrutando de aquel mágico momento, suspirando en cada instante que retomaba el oxígeno para poder seguir besando esos labios dulces como la miel. Sus manos se habían adueñado de los cabellos de Rasmus, y cuando se dio cuenta de cómo había dejado que sus sentimientos se expresaran con la fuerza y la magia de una flor al abrirse, su mirada se expandió buscando la ajena, pero sin separarse ni un milímetro de aquellos labios – me has hechizado, y no me importa, dime… ¿cómo has hecho para que el mundo desaparezca en un beso? -.
Asintió con la cabeza cuando él le indicó que era mejor que no apoyara el pie, - si no te molesta, lo preferiría -, lo tuteó, haciendo que la intimidad entre ellos fuera mayor. ¿acaso eso no era lógico? ¿no le había robado un beso? un suave suspiro brotó de sus labios, al tiempo de que sus manos intentaban ayudarle a mantenerla firme, - como si eso fuera posible – o tal vez en verdad era una torpe excusa para acariciar los hombros y el poderoso cuello de Rasmus.
Volvió a esconder su rostro sonrosado, mientras una sonrisa la invadía, porque desde hacía muchos meses que nada lograba levantar su ánimo. Jamás había pensado que la vida le daría una nueva oportunidad. En verdad, se había resignado a vivir el resto de su vida sola, apartada de la posibilidad de ser feliz, de ser amada. Tan solo añorando de vez en cuando aquel amor – correspondido o no – de ese brujo, se prohibió recordarle pero terminó pensando en Ichabod. La tristeza volvió por un segundo a su corazón, no quería una desilusión como aquella, no podría soportar que la abandonaran nuevamente, que pusieran escusas, cobardes, diciendo que era por su bien, que no era lo suficientemente para ella. Se envaró, recordando ese doloroso momento, para luego, volver a acurrucarse en aquellos brazos, donde se sentía protegida. Sus pestañas se poblaron de lágrimas, e instintivamente se aferró con más fuerzas al cuello del vampiro.
Cohibida, intentó apartarse un poco, secando esas lágrimas, para luego, esforzar una sonrisa, - no digas que no podré apoyar el pie, pues entonces me tendrás que cargar toda la velada – inclinó el rostro, sonriendo, esta vez, con sinceridad, - harás que no desee jamás que te alejes de mi – mantuvo su mirada en la ajena, su mano derecha acarició suave y tímidamente el cuello masculino, - si me acostumbras a tu presencia, a tu compañía… ¿qué hare si un día te vas? – caviló, aun hundida en esa mirada. Su mano siguió acariciando, hundiendo sus delgados dedos en el cabellos del Vampiro, - no deseo pensar, no deseo saber si mañana ya no estarás, quiero simplemente disfrutar de tu compañía, de éste sentimiento que has logrado despertar en mi – sonrió al decirle aquello, en un silencio que solo sus miradas podrían intuir el significado – sabes que no podré dejarte ir… ¿verdad? – dijo en un susurro, acercando sus labios a los de Rasmus, perdiéndose en un beso deseado, dulce y apasionado. Cerró los ojos, disfrutando de aquel mágico momento, suspirando en cada instante que retomaba el oxígeno para poder seguir besando esos labios dulces como la miel. Sus manos se habían adueñado de los cabellos de Rasmus, y cuando se dio cuenta de cómo había dejado que sus sentimientos se expresaran con la fuerza y la magia de una flor al abrirse, su mirada se expandió buscando la ajena, pero sin separarse ni un milímetro de aquellos labios – me has hechizado, y no me importa, dime… ¿cómo has hecho para que el mundo desaparezca en un beso? -.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Y allí estaba, ese complejo túmulo de sensaciones que hacían a los seres humanos, a sus ojos, tan maravillosos como difíciles de comprender. ¿Cómo era posible que los de su especie llegaran a olvidar lo precioso de aquellos gestos, de aquellas emociones, de aquellos sentimientos que cuando sus corazones aún latían, siempre surgían a flor de piel? Eso era algo que él nunca podría olvidar, que no deseaba olvidar, y quizá ese fuera el motivo principal por el que amaba la vida. Por el que amaba a los humanos, y deseaba protegerlos, incluso de sí mismos... Sobre todo de sí mismos. Era increíble, fascinante, algo que nunca podría dejar de resultarle maravilloso. Tanta delicadeza, tanta fragilidad... Y todo dentro de aquella hermosa joven que finalmente, y como había previsto, había acabado entre sus brazos. Y literalmente, además. Sonrió para sus adentros, dejando entrever externamente únicamente una sonrisa entre complacida y orgullosa. No era como si hubiese dudado de sus dotes de galán, pero ella siempre podría haberse negado. Y no lo había hecho. Y la dicha que eso le hacía sentir no era capaz de medirse con palabras. La estrechó con fuerza, como intentando que su calidez hiciera mella en su cuerpo, que llegase hasta su alma. Quería impregnarse de su pureza, de su humanidad.
Quería convertirse en alguien digno de amarla y protegerla, como estaba claro que merecía. Pero, ¿y si no llegaba a serlo? Por un momento se sorprendió a sí mismo repleto de renovadas dudas. Él era un monstruo, un ser que nada tenía de humano, y que podía dañarla enormemente si no tenía cuidado. ¡Y eso era lo último que quería! Quizá se había precipitado. Quizá se había equivocado. Quizá intentar que aquella joven diese un paso en su dirección no era más que el fruto de su deseo febril por volver a sentirse como ellos. Pero no era como ellos. Nunca lo sería. ¿Cómo iba a ser digno de ser dueño de aquella joven que se acurrucaba sobre su pecho?... Se lo habría dicho. Le habría dicho que lo sentía, y se hubiera marchado, de no ser porque los ojos tímidos de la joven le recordaron que de entre todos los monstruos que poblaban el mundo, él podría ser, quizá, el menos peligroso. O por lo menos, el más capacitado para protegerla, en caso de que lo necesitara. Y lo demás volvió a dejar de importar. Porque ahora sabía que ella quería estar allí, entre sus brazos, y porque sentía que él mismo no deseaba en absoluto dejarla marchar. Y no lo haría, no hasta que se lo pidiera. E incluso entonces, la seguiría protegiendo. Desde la oscuridad.
- ¿Sabéis que no me marcharé jamás, si es lo que deseáis, verdad? -Respondió a su pregunta con otra pregunta, que probablemente quisiera decir mucho más de lo que realmente decía. Pero sabía que ella lo entendería. Sabía que comprendería que cuando él decía jamás, lo decía completamente en serio. Sabía que ella intuiría que pasaría toda la eternidad a su lado, velando por ella, si es lo que le pedía. Sabía que Emilia, ahora, era parte de sí mismo, y él parte de ella. Y que así seguiría siendo. Por siempre. Se perdió en el beso que, como también había predicho, había surgido motivado por la joven. Se perdió en las sensaciones que creyó que nunca volvería a sentir. Y sintió que su corazón volvía a palpitar, metafóricamente, a un ritmo acelerado. Que el mundo se fundía alrededor de ambos. Que el resto de personas se difuminaban, convirtiéndose en simples ecos lejanos, distantes, incapaces de alterar la percepción de ingravidez que ahora lo embargaba. Y quiso más. Quiso mucho más. Quiso que el tiempo no pasara, que se detuviera en aquel instante. Que aquel beso sellara un destino que se forjaría desde ese mismo momento... Y ella habló. Y esa repentina separación hizo que el vampiro gruñera por lo bajo y frunciera el ceño, pero sin perder nunca la sonrisa.
- ¿Creéis que he sido yo quien os ha hechizado? Porque yo iba a haceros la misma pregunta... ¿Por qué desde la primera vez que os vi supe que no pararía hasta teneros entre mis brazos? ¿Por qué desde que me perdí en esos ojos vuestros, tan azules como el cielo de verano, no he sido capaz de pensar en otra cosa? ¿Por qué el mundo de repente ha dejado de ser un lugar frío y oscuro? ¿Qué me habéis hecho, Emilia? -Murmuró, para luego alejarse de aquel lugar a toda prisa, con ella en brazos. No le importó que le vieran avanzar mucho más rápido de lo que cualquier humano normal pudiera haberlo hecho. No le importó que de pronto las nubes se arremolinaran en el cielo, augurando una tormenta venidera. Lo único que importaba era que estaban juntos. Y que así seguirían. - Va a empezar a llover. -Susurró mirándola fijamente a los ojos, cuando ambos estuvieron cobijados bajo el grueso techo de un restaurante bastante alejado del centro. El único lugar al que sabía que podría ir sin levantar sospechas.
Quería convertirse en alguien digno de amarla y protegerla, como estaba claro que merecía. Pero, ¿y si no llegaba a serlo? Por un momento se sorprendió a sí mismo repleto de renovadas dudas. Él era un monstruo, un ser que nada tenía de humano, y que podía dañarla enormemente si no tenía cuidado. ¡Y eso era lo último que quería! Quizá se había precipitado. Quizá se había equivocado. Quizá intentar que aquella joven diese un paso en su dirección no era más que el fruto de su deseo febril por volver a sentirse como ellos. Pero no era como ellos. Nunca lo sería. ¿Cómo iba a ser digno de ser dueño de aquella joven que se acurrucaba sobre su pecho?... Se lo habría dicho. Le habría dicho que lo sentía, y se hubiera marchado, de no ser porque los ojos tímidos de la joven le recordaron que de entre todos los monstruos que poblaban el mundo, él podría ser, quizá, el menos peligroso. O por lo menos, el más capacitado para protegerla, en caso de que lo necesitara. Y lo demás volvió a dejar de importar. Porque ahora sabía que ella quería estar allí, entre sus brazos, y porque sentía que él mismo no deseaba en absoluto dejarla marchar. Y no lo haría, no hasta que se lo pidiera. E incluso entonces, la seguiría protegiendo. Desde la oscuridad.
- ¿Sabéis que no me marcharé jamás, si es lo que deseáis, verdad? -Respondió a su pregunta con otra pregunta, que probablemente quisiera decir mucho más de lo que realmente decía. Pero sabía que ella lo entendería. Sabía que comprendería que cuando él decía jamás, lo decía completamente en serio. Sabía que ella intuiría que pasaría toda la eternidad a su lado, velando por ella, si es lo que le pedía. Sabía que Emilia, ahora, era parte de sí mismo, y él parte de ella. Y que así seguiría siendo. Por siempre. Se perdió en el beso que, como también había predicho, había surgido motivado por la joven. Se perdió en las sensaciones que creyó que nunca volvería a sentir. Y sintió que su corazón volvía a palpitar, metafóricamente, a un ritmo acelerado. Que el mundo se fundía alrededor de ambos. Que el resto de personas se difuminaban, convirtiéndose en simples ecos lejanos, distantes, incapaces de alterar la percepción de ingravidez que ahora lo embargaba. Y quiso más. Quiso mucho más. Quiso que el tiempo no pasara, que se detuviera en aquel instante. Que aquel beso sellara un destino que se forjaría desde ese mismo momento... Y ella habló. Y esa repentina separación hizo que el vampiro gruñera por lo bajo y frunciera el ceño, pero sin perder nunca la sonrisa.
- ¿Creéis que he sido yo quien os ha hechizado? Porque yo iba a haceros la misma pregunta... ¿Por qué desde la primera vez que os vi supe que no pararía hasta teneros entre mis brazos? ¿Por qué desde que me perdí en esos ojos vuestros, tan azules como el cielo de verano, no he sido capaz de pensar en otra cosa? ¿Por qué el mundo de repente ha dejado de ser un lugar frío y oscuro? ¿Qué me habéis hecho, Emilia? -Murmuró, para luego alejarse de aquel lugar a toda prisa, con ella en brazos. No le importó que le vieran avanzar mucho más rápido de lo que cualquier humano normal pudiera haberlo hecho. No le importó que de pronto las nubes se arremolinaran en el cielo, augurando una tormenta venidera. Lo único que importaba era que estaban juntos. Y que así seguirían. - Va a empezar a llover. -Susurró mirándola fijamente a los ojos, cuando ambos estuvieron cobijados bajo el grueso techo de un restaurante bastante alejado del centro. El único lugar al que sabía que podría ir sin levantar sospechas.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Sus palabras la hicieron sonreír, no lo había hechizado, tampoco él a ella, simplemente había sido el amor, que a veces decide aparecer así, con la magia de una noche de luna, o una lluvia que decide bendecir la unión de dos almas, dos vidas, cargadas de dolorosos pasados, de amores frustrados y seres que no los amaron como ellos lo hacían. Pero allí estaban, ella en sus brazos, siendo llevada de una manera que jamás había experimentado y que solo a su lado lo haría.
El mundo siguió desdibujado, aunque varios peatones quedaron atónitos de las zancadas que el hombre de pelo largo y barba espesa realizaba, aquel gigante que llevaba a esa joven, parecía ni tocar el suelo. Un policía perdió su silbato, que cayó al piso, cuando el pobre quedó con la boca abierta. Emilia no dejaba de reír suavemente, y de acariciar aquella barba tupida, - creerán que me raptas, que ha bajado de los cielos, alguno de los dioses nórdicos a llevarme a su cielo – escondió su rostro y suspiró, - por Dios, siento que eso eres, un semi Dios que ha logrado liberarme de una tortura antigua… y no sé cómo decirte que… si uno puede enamorarse en tan solo unos instantes… eso es lo que me ha pasado – Se quedó, allí, pequeña, como un diminuto pajarillo en las manos de Rasmus, en paz, sabiendo que no podía esperar nada malo de aquel hombre, que por fin encontraba una razón para darse una oportunidad de ser feliz. Juró, por todas sus creencias, que lo haría, aunque ello la arrimara a estar en peligro, aunque la inquisición los cazara, ella estaría a su lado, cuidándole, porque no solo él sería quien cuidaría del otro en esa pareja. Levantó la vista y contempló el perfil del vampiro, - pareja… eso eres ahora… ¿verdad?... eres mi pareja… mi amado… mi único y verdadero amor – caviló feliz, le besó dulcemente, - te amo… - susurró.
Un momento después, llegaron a un pequeño lugar, era un restaurante, alejado del centro, de las calles principales de Paris, pero no por ello, menos hermoso y muy particular, parecía estar sacado de uno de esos libros sobre el medioevo, Emilia se sorprendió, jamás había visto aquel restaurante, aunque algunas veces había caminado por aquellas calles. Se sintió feliz, él la llevaba a lugares que le eran importantes y eso demostraba que la quería hacer parte de su vida, de sus gustos y aquello le agradó.
Dejó que la dejara en el suelo, aunque se mantuvo con los brazos en el cuello del sobrenatural, lo que la hacían colgar su cuerpo y mantenerse pegada al pecho masculino, ya que apenas rosaban sus pies el suelo, - ¿Quién dijo que mojarse con la lluvia no sería una buena idea? – sonrió besando la barbilla – deseo probar, como si fuera la primera vez en mi vida, todas las cosas que me depare la vida, pero siempre a tu lado, aun la simple y común lluvia, porque a tu lado será mucho más hermosa – dijo soltándose y caminando hacia tras unos pasos para dejar que algunas gotas mojaran su rostro encendido por los sentimientos, - mmmm… es dulce y fresca como el amor que siento nacer en mitad de mi corazón – le dijo, dirigiendo su mirada a los negros ojos de Rasmus.
El mundo siguió desdibujado, aunque varios peatones quedaron atónitos de las zancadas que el hombre de pelo largo y barba espesa realizaba, aquel gigante que llevaba a esa joven, parecía ni tocar el suelo. Un policía perdió su silbato, que cayó al piso, cuando el pobre quedó con la boca abierta. Emilia no dejaba de reír suavemente, y de acariciar aquella barba tupida, - creerán que me raptas, que ha bajado de los cielos, alguno de los dioses nórdicos a llevarme a su cielo – escondió su rostro y suspiró, - por Dios, siento que eso eres, un semi Dios que ha logrado liberarme de una tortura antigua… y no sé cómo decirte que… si uno puede enamorarse en tan solo unos instantes… eso es lo que me ha pasado – Se quedó, allí, pequeña, como un diminuto pajarillo en las manos de Rasmus, en paz, sabiendo que no podía esperar nada malo de aquel hombre, que por fin encontraba una razón para darse una oportunidad de ser feliz. Juró, por todas sus creencias, que lo haría, aunque ello la arrimara a estar en peligro, aunque la inquisición los cazara, ella estaría a su lado, cuidándole, porque no solo él sería quien cuidaría del otro en esa pareja. Levantó la vista y contempló el perfil del vampiro, - pareja… eso eres ahora… ¿verdad?... eres mi pareja… mi amado… mi único y verdadero amor – caviló feliz, le besó dulcemente, - te amo… - susurró.
Un momento después, llegaron a un pequeño lugar, era un restaurante, alejado del centro, de las calles principales de Paris, pero no por ello, menos hermoso y muy particular, parecía estar sacado de uno de esos libros sobre el medioevo, Emilia se sorprendió, jamás había visto aquel restaurante, aunque algunas veces había caminado por aquellas calles. Se sintió feliz, él la llevaba a lugares que le eran importantes y eso demostraba que la quería hacer parte de su vida, de sus gustos y aquello le agradó.
Dejó que la dejara en el suelo, aunque se mantuvo con los brazos en el cuello del sobrenatural, lo que la hacían colgar su cuerpo y mantenerse pegada al pecho masculino, ya que apenas rosaban sus pies el suelo, - ¿Quién dijo que mojarse con la lluvia no sería una buena idea? – sonrió besando la barbilla – deseo probar, como si fuera la primera vez en mi vida, todas las cosas que me depare la vida, pero siempre a tu lado, aun la simple y común lluvia, porque a tu lado será mucho más hermosa – dijo soltándose y caminando hacia tras unos pasos para dejar que algunas gotas mojaran su rostro encendido por los sentimientos, - mmmm… es dulce y fresca como el amor que siento nacer en mitad de mi corazón – le dijo, dirigiendo su mirada a los negros ojos de Rasmus.
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Ante las palabras de aquella joven, que poco a poco parecía dejar de lado su timidez, y abandonarse a las muchas sensaciones capaz de provocar un amor creciente como el de ambos, el vampiro no podía hacer más que sonreír. Estar a su lado tenía un extraño efecto terapéutico, tanto que en apenas unos minutos parecía que su presencia había opacado por completo una eternidad entera de dolor, de oscuridad, de echar de menos. Todo en ella desprendía luz, pureza, belleza, y el hecho de que pareciera tan dispuesta a regalarle parte de esa luz, de entrar a su vida como él había deseado desde el primer momento en que la vio, no podía hacerlo más feliz. Una felicidad frágil, sin embargo, puesto que aunque en aquellos momentos su cabeza estuviera plagada de sueños, de ilusiones, de un posible futuro junto a ella, jamás sería capaz de alejar por mucho tiempo las múltiples preocupaciones que siempre le habían acompañado. Eran su carga, su lastre, y aunque Emilia fuera la solución a una vida entera de silencio y de dolor, probablemente no pudiera hacerle cambiar de parecer en lo referente a cómo se sentía respecto a sí mismo.
Ya había vivido con Leire lo que significaba para alguien como él estar con humanos. Les ponía en peligro, aún cuando estaba capacitado para protegerles, y lo haría por siempre. Y no quería ponerla en peligro. Pero... En aquellos instantes, mientras su princesa particular le hablaba del amor a primera vista, de sentimientos crecientes, de posibilidades, todo lo demás quedaba en un segundo plano. Su voz era el sonido más maravilloso que había escuchado en años. Le cautivaba, le elevaba al séptimo cielo. - Bueno, creo que en lo de nórdico no estarían del todo equivocados... Sin embargo no estoy tan seguro de que me vean como un Dios, sino más bien como un demonio que ha venido a llevaros a su guarida... -Una sonrisilla maliciosa se dibujó en su semblante, mientras clavaba su pupila oscura en la pupila azul de la muchacha. - Y bueno, técnicamente, sí que te he raptado, ¿no? No os pedí permiso para llevaros a otra punta de la ciudad... -Acarició su rostro con ternura, mientras la dejaba bajar de su regazo, una vez bajo la fachada del recinto.
Cuando estuvo de pie, la estrechó contra su cuerpo, sin dejar de sujetarle por el mentón, para mirarla a los ojos. Agradeció que la muchacha tampoco quisiera alejarse de él. ¿Sería posible que realmente sintieran lo mismo el uno por el otro? Quizá, de alguna forma, estaban destinados. - No, no me amáis. No podéis amarme. No todavía. Pero yo a vos sí os amo. Os amo desde la primera vez que os vi, meses atrás, en esa librería en la que hoy, por fin, me he atrevido a acercarme. Sin embargo, sí me alegro de escuchar que mi presencia haya logrado liberaros de una carga del pasado. Eso es todo cuanto pretendía. Un rostro tan hermoso no merece ser empapado por las lágrimas de alguien que probablemente no os merecía... -Besó su frente con devoción, para luego observarla bajo la lluvia. Era la imagen más bonita que guardaba de ella hasta el momento. Sonriente, radiante. Maravillosa. Minutos después, la tomó de la mano y la llevó consigo hasta dentro del local. - La lluvia es agradable, pero no si corréis el riesgo de constiparos. A partir de ahora, mi labor será cuidaros, y eso incluye vuestra alimentación, por supuesto. Et voilà! -La titilante luz de las velas les recibió a ambos en cuanto entraron en el restaurante. - Sentaos donde queráis, y pedid cuanto gustéis, este local es de mi propiedad. -Ofreció con una sonrisa, y se dedicó a observarla, expectante. ¿Qué pensaría de aquel lugar?
Ya había vivido con Leire lo que significaba para alguien como él estar con humanos. Les ponía en peligro, aún cuando estaba capacitado para protegerles, y lo haría por siempre. Y no quería ponerla en peligro. Pero... En aquellos instantes, mientras su princesa particular le hablaba del amor a primera vista, de sentimientos crecientes, de posibilidades, todo lo demás quedaba en un segundo plano. Su voz era el sonido más maravilloso que había escuchado en años. Le cautivaba, le elevaba al séptimo cielo. - Bueno, creo que en lo de nórdico no estarían del todo equivocados... Sin embargo no estoy tan seguro de que me vean como un Dios, sino más bien como un demonio que ha venido a llevaros a su guarida... -Una sonrisilla maliciosa se dibujó en su semblante, mientras clavaba su pupila oscura en la pupila azul de la muchacha. - Y bueno, técnicamente, sí que te he raptado, ¿no? No os pedí permiso para llevaros a otra punta de la ciudad... -Acarició su rostro con ternura, mientras la dejaba bajar de su regazo, una vez bajo la fachada del recinto.
Cuando estuvo de pie, la estrechó contra su cuerpo, sin dejar de sujetarle por el mentón, para mirarla a los ojos. Agradeció que la muchacha tampoco quisiera alejarse de él. ¿Sería posible que realmente sintieran lo mismo el uno por el otro? Quizá, de alguna forma, estaban destinados. - No, no me amáis. No podéis amarme. No todavía. Pero yo a vos sí os amo. Os amo desde la primera vez que os vi, meses atrás, en esa librería en la que hoy, por fin, me he atrevido a acercarme. Sin embargo, sí me alegro de escuchar que mi presencia haya logrado liberaros de una carga del pasado. Eso es todo cuanto pretendía. Un rostro tan hermoso no merece ser empapado por las lágrimas de alguien que probablemente no os merecía... -Besó su frente con devoción, para luego observarla bajo la lluvia. Era la imagen más bonita que guardaba de ella hasta el momento. Sonriente, radiante. Maravillosa. Minutos después, la tomó de la mano y la llevó consigo hasta dentro del local. - La lluvia es agradable, pero no si corréis el riesgo de constiparos. A partir de ahora, mi labor será cuidaros, y eso incluye vuestra alimentación, por supuesto. Et voilà! -La titilante luz de las velas les recibió a ambos en cuanto entraron en el restaurante. - Sentaos donde queráis, y pedid cuanto gustéis, este local es de mi propiedad. -Ofreció con una sonrisa, y se dedicó a observarla, expectante. ¿Qué pensaría de aquel lugar?
- Imágenes restaurante:
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/07/2013
Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
No había lugar para el pasado, en ese momento, entre los fuertes brazos de Rasmus, solo podía encontrar esperanza y estaba decidida a tomarla, no dejaría que tristes recuerdos, rotas promesas, le nublaran en dichoso momento que ahora experimentaba. Sintió el beso en su frente, las manos del vampiro apretándola dulcemente, la suave barba acariciando su rostro y deseó que ese momento jamás tuviera fin.
Cuando por fin se separaron, él la tomó de la mano y la hizo entrar. Emilia se quedó extasiada al ver el interior, con sus muebles de madera, la cálida iluminación, le recordó tanto su tierra que estuvo a punto de llorar. No existía en París un lugar que pudiera devolverle un poco de lo perdido, como ese pequeño restauran, - es hermoso, se parece tanto a mi tierra, su calidez, su misterio – Cubrió con su mano la mano de Rasmus y apretó suavemente, - gracias, por darme tanto, por haber acunado en tu pecho mi alma herida – sus ojos se empañaron y la nariz se le puso roja, deseaba llorar, reír, abrazarlo, pedirle que la llevara a un lugar apartado donde poder quedarse abrazada a su pecho y sentir que nada malo podría pasar mientras él estuviera a su lado. Hubiera querido decirle todo eso, pero cayo, porque no se animaba a pronunciar aquellos deseos, solo mantuvo su mirada fija en las oscuras gemas que observaban desde los hermosos orbes de aquel sobrenatural.
Parada en mitad de la entrada, junto a el hombre más fuerte y cariñoso que había conocido, se encontraba Emilia, con su rostro sonrojado, su mirada acuosa y una sonrisa en sus labios que no podía disimular. Su mirada prendida a la de Rasmus, - eres, más de lo que jamás podría haber imaginado, deseado o implorado… eres mi ángel – caviló contemplándole de con una mirada arrobadora, hubiera querido besar esos labios, pero, en aquel lugar algunos hombres comenzaban a mirar a la pareja que había llegado y en sus miradas se notaba que conocían al vampiro y un cuchicheo se fue extendiendo por el lugar.
Al darse cuenta que sin proponérselo le podía estar haciendo pasar un mal momento, Emilia soltó la mano del vampiro, se alejó unos pasos y admiró nuevamente el lugar, inspiró profundamente y reconoció el olor a madera y cera, mezclada con el aroma de la comida que se escapaba por las puertas vaivén que comunicaban ésta con el salón. Se giró y volvió a sonreír a su anfitrión, - acogedor lugar, creo que me acostumbraré a venir seguido - dijo mientras buscaba una mesa algo apartada de la mirada de los curioso.
El estómago hizo un pequeño ruido, protestando porque la joven no había comido en todo el día, es que en verdad, entre tanto acomodar libros y luego desear salir a despejar su mente, no había tomado más que un café y un trocito del scon que su doncella le había llevado al estudio. Llevó sus manos a su vientre y se ruborizó, - disculpa… es que… el aroma es exquisito – su rostro pedía disculpas por el bochorno que estaba haciéndole pasar.
Cuando por fin se separaron, él la tomó de la mano y la hizo entrar. Emilia se quedó extasiada al ver el interior, con sus muebles de madera, la cálida iluminación, le recordó tanto su tierra que estuvo a punto de llorar. No existía en París un lugar que pudiera devolverle un poco de lo perdido, como ese pequeño restauran, - es hermoso, se parece tanto a mi tierra, su calidez, su misterio – Cubrió con su mano la mano de Rasmus y apretó suavemente, - gracias, por darme tanto, por haber acunado en tu pecho mi alma herida – sus ojos se empañaron y la nariz se le puso roja, deseaba llorar, reír, abrazarlo, pedirle que la llevara a un lugar apartado donde poder quedarse abrazada a su pecho y sentir que nada malo podría pasar mientras él estuviera a su lado. Hubiera querido decirle todo eso, pero cayo, porque no se animaba a pronunciar aquellos deseos, solo mantuvo su mirada fija en las oscuras gemas que observaban desde los hermosos orbes de aquel sobrenatural.
Parada en mitad de la entrada, junto a el hombre más fuerte y cariñoso que había conocido, se encontraba Emilia, con su rostro sonrojado, su mirada acuosa y una sonrisa en sus labios que no podía disimular. Su mirada prendida a la de Rasmus, - eres, más de lo que jamás podría haber imaginado, deseado o implorado… eres mi ángel – caviló contemplándole de con una mirada arrobadora, hubiera querido besar esos labios, pero, en aquel lugar algunos hombres comenzaban a mirar a la pareja que había llegado y en sus miradas se notaba que conocían al vampiro y un cuchicheo se fue extendiendo por el lugar.
Al darse cuenta que sin proponérselo le podía estar haciendo pasar un mal momento, Emilia soltó la mano del vampiro, se alejó unos pasos y admiró nuevamente el lugar, inspiró profundamente y reconoció el olor a madera y cera, mezclada con el aroma de la comida que se escapaba por las puertas vaivén que comunicaban ésta con el salón. Se giró y volvió a sonreír a su anfitrión, - acogedor lugar, creo que me acostumbraré a venir seguido - dijo mientras buscaba una mesa algo apartada de la mirada de los curioso.
El estómago hizo un pequeño ruido, protestando porque la joven no había comido en todo el día, es que en verdad, entre tanto acomodar libros y luego desear salir a despejar su mente, no había tomado más que un café y un trocito del scon que su doncella le había llevado al estudio. Llevó sus manos a su vientre y se ruborizó, - disculpa… es que… el aroma es exquisito – su rostro pedía disculpas por el bochorno que estaba haciéndole pasar.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Una relajada carcajada escapó de la garganta del vampiro, que siguió todos los nerviosos movimientos de la chica, que parecía verdaderamente maravillada con el local. A él, sin embargo, no le decía nada especial. La decoración le recordaba a épocas algo lejanas, en las que las velas, la madera y las pieles cubriendo los fríos suelos de piedra eran lo más frecuente. Se había traído todas aquellas cosas del palacete que antaño ocupaba con Leire, una vez supo que la joven había llegado a París. De hecho, sabía que el dormitorio que entonces tuvo seguía conservando aquel mismo aspecto. Nunca supo si el hecho de que su hija no se llevase nada perteneciente a él obedecía a la nostalgia o al enfado, pero tampoco es que importara. Ya no. Conocía aquel lugar como la palma de su mano. Dos de los camareros lo saludaron con una reverencia y con una enorme sonrisa. A pesar de ser el dueño, no pasaba el tiempo que debiera junto a ellos. Todos eran sirvientes de su confianza desde hacía años, por eso les dejaba gestionar el local como les parecía. Era su medio de subsistencia, a él, después de todo, no le hacía falta el dinero.
- No os tenéis que disculpar por algo semejante. Llevaba un rato escuchando los quejidos de vuestro estómago, mientras os traía en brazos hacia aquí. ¡No todos los hombres somos incapaces de hacer dos cosas a la vez! Como llevaros y darme cuenta de que teníais hambre. -Bromeó sin dejar de sonreír. Aquellas palabras sin duda buscaban ponerla nerviosa, hacer que sus mejillas se sonrojaran de esa forma tan graciosa de nuevo. Hizo un gesto con la mano a uno de los camareros que le había saludado, y éste, diligente, asintió y comenzó a acondicionar la mesa que normalmente ocupaba cuando se dejaba ver por allí. Una de las mejores ubicadas, sin duda. Al fondo, junto con una pared excavada en la propia piedra de la montaña que había detrás del restaurante. Aunque cuando se acercó a aquel apartado, se dio cuenta de que quizá fuera demasiado frío para Emilia. Meditó un instante, para luego quitarse su chaqueta, y ponerla sobre sus hombros.
- Venid, y poneos eso. Ahora os haré traer algo de abrigo, pero hasta entonces, llevadlo vos. No recordaba que mi mesa favorita estuviera en un lugar tan frío. Si lo prefieres podemos ir a otra... Aunque parezca muy lleno, creo que el salón de al lado está completamente vacío. -La taberna era más grande de lo que parecía. Detrás de unas pieles se ocultaba otra sala exactamente igual a la que estaban ahora. - Buenas tardes, Gustaff. Veo que mantenéis el local en tan buen estado como recordaba. Siento no venir tan a menudo como antes... He estado teniendo algunos problemas... Bueno, a lo que iba, traigale a la señorita todo cuanto guste, y por favor, ¿podría revisar si hay alguna prenda de abrigo en el almacén? Creo que no he escogido el lugar más conveniente para ella... -Ambos sonrieron como si aquellas palabras escondieran un chiste que sólo los dos podían entender. Lo había convertido hacía casi ochocientos años.
- Por supuesto, Rasmus. Pero sólo si dejas de hablarme de usted. Creo que nos conocemos lo suficiente como para que el protocolo sea innecesario. -Un abrazo fugaz aunque intenso selló aquella especie de acuerdo. Diría que estaba diferente, o más maduro, pero como todos los inmortales, seguía exactamente igual. Afable y confiable. Precisamente por eso había aceptado su petición de convertirse en un vampiro.
- Así sea, pues. -Dijo para luego soltar otra carcajada, aunque esa vez atrajo miradas que pronto se arrepentiría de haber captado. Sobre todo la de aquella mujer de cabellos negros y mirada rojiza, que hasta entonces había permanecido oculta bajo una capa en la barra. El camarero le tendió la carta a Emilia cuando ésta tomó asiento junto a Rasmus, y luego se marchó, posiblemente al almacén. - Entonces, ¿os gusta este sitio? -Preguntó a la joven, volviendo a clavar sus ojos en los ajenos.
- No os tenéis que disculpar por algo semejante. Llevaba un rato escuchando los quejidos de vuestro estómago, mientras os traía en brazos hacia aquí. ¡No todos los hombres somos incapaces de hacer dos cosas a la vez! Como llevaros y darme cuenta de que teníais hambre. -Bromeó sin dejar de sonreír. Aquellas palabras sin duda buscaban ponerla nerviosa, hacer que sus mejillas se sonrojaran de esa forma tan graciosa de nuevo. Hizo un gesto con la mano a uno de los camareros que le había saludado, y éste, diligente, asintió y comenzó a acondicionar la mesa que normalmente ocupaba cuando se dejaba ver por allí. Una de las mejores ubicadas, sin duda. Al fondo, junto con una pared excavada en la propia piedra de la montaña que había detrás del restaurante. Aunque cuando se acercó a aquel apartado, se dio cuenta de que quizá fuera demasiado frío para Emilia. Meditó un instante, para luego quitarse su chaqueta, y ponerla sobre sus hombros.
- Venid, y poneos eso. Ahora os haré traer algo de abrigo, pero hasta entonces, llevadlo vos. No recordaba que mi mesa favorita estuviera en un lugar tan frío. Si lo prefieres podemos ir a otra... Aunque parezca muy lleno, creo que el salón de al lado está completamente vacío. -La taberna era más grande de lo que parecía. Detrás de unas pieles se ocultaba otra sala exactamente igual a la que estaban ahora. - Buenas tardes, Gustaff. Veo que mantenéis el local en tan buen estado como recordaba. Siento no venir tan a menudo como antes... He estado teniendo algunos problemas... Bueno, a lo que iba, traigale a la señorita todo cuanto guste, y por favor, ¿podría revisar si hay alguna prenda de abrigo en el almacén? Creo que no he escogido el lugar más conveniente para ella... -Ambos sonrieron como si aquellas palabras escondieran un chiste que sólo los dos podían entender. Lo había convertido hacía casi ochocientos años.
- Por supuesto, Rasmus. Pero sólo si dejas de hablarme de usted. Creo que nos conocemos lo suficiente como para que el protocolo sea innecesario. -Un abrazo fugaz aunque intenso selló aquella especie de acuerdo. Diría que estaba diferente, o más maduro, pero como todos los inmortales, seguía exactamente igual. Afable y confiable. Precisamente por eso había aceptado su petición de convertirse en un vampiro.
- Así sea, pues. -Dijo para luego soltar otra carcajada, aunque esa vez atrajo miradas que pronto se arrepentiría de haber captado. Sobre todo la de aquella mujer de cabellos negros y mirada rojiza, que hasta entonces había permanecido oculta bajo una capa en la barra. El camarero le tendió la carta a Emilia cuando ésta tomó asiento junto a Rasmus, y luego se marchó, posiblemente al almacén. - Entonces, ¿os gusta este sitio? -Preguntó a la joven, volviendo a clavar sus ojos en los ajenos.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
Volvió a sonrojarse, aun un poco más fuerte que la vez anterior, si eso era posible, - habéis escuchando mi estómago todo éste tiempo… o por… las meigas de mi pueblo… que vergüenza- sonrió al darse cuenta que no quiso usar el “dios” que todo el mundo decía, no fuera a ofenderle de alguna forma, - sois un hombre muy particular… único… - le miró a los ojos y se quedó prendida de ellos, hasta que la condujo a la mesa que le reservaran. El aura del hombre que los acompañó mostrando el lugar elegido, eran del mismo color, pero los ojos de éste como los del vampiro, eran dulces y apacibles, pero no llegaba a ser tan cautivante como la de Rasmus.
Tembló un instante al sentir el frio de aquel lugar, era como estar en una cueva, un rincón apartado del mundo que pudiera agredirlos. Podía entender esa necesidad, y tuvo ganas de abrazarse a él, para prometerle que ella siempre estaría a su lado, que no volvería a sentirse solo, porque ella sería su compañía, su amiga, su amada, lo que él decidiera, - para, para… - pensó por un momento, ¿acaso no estaba yendo demasiado deprisa? Porque hasta ese momento, era verdad que se habían prodigado besos, que ella se sentía en los celos entre los bazos de aquel sobrenatural, pero ¿Qué deseaba él de ella?. Lo observó moverse con tal soltura, entregarle su abrigo para que no sintiera el frio que lentamente le clava los huesos, que por un momento, se sintió fuera de lugar.
Se arrebujó en el abrigo, acariciándose la mejilla con el cuello de la prenda, cerró los ojos y disfrutó del perfume que emanaba de la tela y que le hacía recordar cómo menos de media hora atrás, Rasmus la cogía entre sus brazos apretándola contra su cuerpo y la llevaba consigo, haciéndola la mujer mas feliz en años, o tal vez en toda la vida. Mas había algo allí que la sobresaltaba, haciendo que se volviera a sentir incomoda. Por un momento creyó que era el comentario sobre su condición de humana, chiste lógico entre vampiros que no sentían el frio. Pero pronto se había dado cuenta que no era esa la razón.
Sus ojos divagaron por el salón, hasta que se fijaron en la mirada rojiza y perturbadora de una mujer, que desde la barra observaba con insistencia al vampiro, como si reprobara el hecho que él estuviera acompañado y en especial con una humana. Intentó poner su atención en lo que hacía su anfitrión, pero las miradas encendidas de odio y desprecio la mantenían muy alerta. Su sonrisa se volvió forzada y su mirada, aunque intentaba mantenerla en los orbes de Rasmus, se escapaban para vigilar que aquella vampiro estuviera lejos de ella. Él podría no intentar alimentarse de ella, o matarla, pero la mujer que los contemplaba, mostraba todas las ansias por terminar con la abominación de una relación, aun simple e incipiente, entre un humano y un inmortal.
A la pregunta de Rasmus, asintió con rapidez, - oh, sí, me gusta mucho, no os preocupéis por el frio, vuestro abrigo me ha devuelto el calor -, volvió a sonreír, ésta vez un poco más tranquila, pudo sentir la empatía que existía entre ellos y volvió a sentirse segura. Sus manos cruzaron la distancia que la separaban de las de él, las acarició, - sabes, me has dado mucho en estas pocas horas que llevamos juntos, pero… desearía conocer más, de éste hombre maravilloso que tengo en frente… cuéntame un poco de ti… - al apretar suavemente su mano, una imagen llegó a ella, una niña de rubios cabellos que lloraba, y lo llamaba papá, no pudo ocultar su palidez, ¿Quién era esa pequeña? ¿la había perdido? ¿ese era el motivo de su conversión como vampiro? Volvió a acariciar sus manos, intentando reconfortarle, y se juró, que si estaba en sus manos, Rasmus, no volvería a sufrir.
Tembló un instante al sentir el frio de aquel lugar, era como estar en una cueva, un rincón apartado del mundo que pudiera agredirlos. Podía entender esa necesidad, y tuvo ganas de abrazarse a él, para prometerle que ella siempre estaría a su lado, que no volvería a sentirse solo, porque ella sería su compañía, su amiga, su amada, lo que él decidiera, - para, para… - pensó por un momento, ¿acaso no estaba yendo demasiado deprisa? Porque hasta ese momento, era verdad que se habían prodigado besos, que ella se sentía en los celos entre los bazos de aquel sobrenatural, pero ¿Qué deseaba él de ella?. Lo observó moverse con tal soltura, entregarle su abrigo para que no sintiera el frio que lentamente le clava los huesos, que por un momento, se sintió fuera de lugar.
Se arrebujó en el abrigo, acariciándose la mejilla con el cuello de la prenda, cerró los ojos y disfrutó del perfume que emanaba de la tela y que le hacía recordar cómo menos de media hora atrás, Rasmus la cogía entre sus brazos apretándola contra su cuerpo y la llevaba consigo, haciéndola la mujer mas feliz en años, o tal vez en toda la vida. Mas había algo allí que la sobresaltaba, haciendo que se volviera a sentir incomoda. Por un momento creyó que era el comentario sobre su condición de humana, chiste lógico entre vampiros que no sentían el frio. Pero pronto se había dado cuenta que no era esa la razón.
Sus ojos divagaron por el salón, hasta que se fijaron en la mirada rojiza y perturbadora de una mujer, que desde la barra observaba con insistencia al vampiro, como si reprobara el hecho que él estuviera acompañado y en especial con una humana. Intentó poner su atención en lo que hacía su anfitrión, pero las miradas encendidas de odio y desprecio la mantenían muy alerta. Su sonrisa se volvió forzada y su mirada, aunque intentaba mantenerla en los orbes de Rasmus, se escapaban para vigilar que aquella vampiro estuviera lejos de ella. Él podría no intentar alimentarse de ella, o matarla, pero la mujer que los contemplaba, mostraba todas las ansias por terminar con la abominación de una relación, aun simple e incipiente, entre un humano y un inmortal.
A la pregunta de Rasmus, asintió con rapidez, - oh, sí, me gusta mucho, no os preocupéis por el frio, vuestro abrigo me ha devuelto el calor -, volvió a sonreír, ésta vez un poco más tranquila, pudo sentir la empatía que existía entre ellos y volvió a sentirse segura. Sus manos cruzaron la distancia que la separaban de las de él, las acarició, - sabes, me has dado mucho en estas pocas horas que llevamos juntos, pero… desearía conocer más, de éste hombre maravilloso que tengo en frente… cuéntame un poco de ti… - al apretar suavemente su mano, una imagen llegó a ella, una niña de rubios cabellos que lloraba, y lo llamaba papá, no pudo ocultar su palidez, ¿Quién era esa pequeña? ¿la había perdido? ¿ese era el motivo de su conversión como vampiro? Volvió a acariciar sus manos, intentando reconfortarle, y se juró, que si estaba en sus manos, Rasmus, no volvería a sufrir.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Misterioso Destino... que nos une... un instante (Rasmus)
De no haber estado tan distraído con las mejillas sonrojadas de la joven, con aquella forma dulce y delicada de hablar con él, de dirigirse a él, con compasión y determinación, se habría dado cuenta mucho antes de que había algo en aquel lugar, en aquella sala, que no encajaba. Algo que en otra ocasión le habría molestado nada más entrar. Aquel aura furiosa y llena de ansias de destrucción. Esa esencia que tan bien conocía, y que en sus muchos milenios de existencia había aprendido a temer casi con la misma intensidad que a despreciar. Pero estaba demasiado concentrado en contentar a Emilia, en hacerle ver que no había nada en el mundo que en aquel momento le resultara más importante que ella. Dejó que sus manos volvieran a tocarse, levemente, con cariño, un sólo instante, y su razón se nubló casi por completo. La pregunta que le había hecho no era fácil de responder. ¿Hablar de sí mismo? No era algo que le resultara sencillo, ni agradable. A pesar de las cualidades que otros pudieran ver, de forma externa, en su persona, él era incapaz de ver nada positivo. Todo cuanto le salía mencionar era lo terrible de su pasado, de sus malas decisiones.
Como abandonar a Leire, a pesar de que ella era todo cuanto tenía, todo cuanto amaba -al menos, hasta descubrir a Emilia-, dejándola a su suerte, con el sufrimiento que sin duda le produciría su ausencia. A pesar de todo eso, y de lo doloroso que le resultaba pensar si quiera en ello, dibujó una sonrisa amable, y negó con la cabeza levemente, para luego acariciar su rostro con la mano izquierda. Tan suave. Tan delicado. Tan perfecto. Tan cálido... - No, yo ya me conozco lo suficiente, dulce dama. ¿Por qué iba a encontrar conveniente hablar de mi persona teniéndoos a vos frente a mi? Vuestra vida me resulta mucho más digna de mención que la mía. Que... a pesar de haber sido más larga, no está sino plagada de errores, de fracasos... -Quería saber qué era lo que ella tenía para contarle, qué había sido de su vida hasta ese preciso momento. Conocerla más a fondo le permitiría averiguar cómo podría él, una criatura que pertenecía a la noche, a la muerte, al frío, hacer feliz a un ser maravilloso y de la luz como era ella. - Tan sólo os diré que no os confiéis, no soy tan "fascinante" como os puedo parecer. Un hombre enamorado se muestra, como es natural, mucho más encantador de lo que realmente es.
Soltó una carcajada al ver acercarse al vampiro de antes, que había regresado con un bonito abrigo de señora, que por su aspecto, a pesar de estar bien cuidado, parecía haber sido sacado directamente de otra época. Éste asintió al oír las palabras de su creador, dándole la razón. - Sí, sí, no os fiéis de su galantería ni de sus buenos modales... Puede desaparecer durante meses sin decir palabra, y luego regresar de la misma forma en que se fue. ¡Qué manera de tratar a un viejo amigo, como yo! -A pesar de que a cualquier otra persona aquellas palabras hubieran podido resultarle hirientes, no fue el caso. Ambos rieron con complicidad, y chocaron las copas de brandy que el hombre les acababa de servir. - Para entrar en calor, ¡salud! -Los dos sobrenaturales bebieron, sin dejar de lanzarse largas miradas. Fue entonces cuando el mayor de ambos, Rasmus, apreció el ceño fruncido en su progenie. Y, de pronto, la sintió.
Su presencia se hizo evidente de forma tan abrupta que casi le pareció que recibía una bofetada. Y esta vez no pudo disimular ni su incomodidad, ni el evidente cambio de ánimo que surgió cuando, desde la barra, apreció los inigualables andares de aquella vampiresa que había pertenecido a su pasado, y que él había desterrado por siempre de su futuro. Khâli. Se levantó de forma precipitada de su asiento, para sentarse junto a Emilia esta vez, mucho más cerca de lo que se hubiera considerado decoroso. Tras ponerle el abrigo que habían acabado de entregarle también sobre los hombros, giró la cabeza hacia la figura de la vampiresa, que ahora estaba a escasos metros de ambos. En su mirada rojiza pudo ver el brillo de la rabia, de los celos, de la locura. Aquella locura que creyó haber dejado atrás hacía tiempo, y de la que ahora sabía que no iba a poder deshacerse.
- Oh, así es... No hay que creer ni una palabra de lo que Rasmus dice cuando se encuentra en ese estado... Siente una gran... Fascinación por las cosas hermosas. -El tono aterciopelado y excesivamente incisivo de su voz le hizo estremecerse por completo. Una voz que deseó no volver a escuchar nunca. La vampiresa se sentó sobre la mesa, mirando con desdén a la muchacha. Las manos del vampiro se cerraron con fuerza en dos puños. La rabia comenzó a avivarse en su interior.
Como abandonar a Leire, a pesar de que ella era todo cuanto tenía, todo cuanto amaba -al menos, hasta descubrir a Emilia-, dejándola a su suerte, con el sufrimiento que sin duda le produciría su ausencia. A pesar de todo eso, y de lo doloroso que le resultaba pensar si quiera en ello, dibujó una sonrisa amable, y negó con la cabeza levemente, para luego acariciar su rostro con la mano izquierda. Tan suave. Tan delicado. Tan perfecto. Tan cálido... - No, yo ya me conozco lo suficiente, dulce dama. ¿Por qué iba a encontrar conveniente hablar de mi persona teniéndoos a vos frente a mi? Vuestra vida me resulta mucho más digna de mención que la mía. Que... a pesar de haber sido más larga, no está sino plagada de errores, de fracasos... -Quería saber qué era lo que ella tenía para contarle, qué había sido de su vida hasta ese preciso momento. Conocerla más a fondo le permitiría averiguar cómo podría él, una criatura que pertenecía a la noche, a la muerte, al frío, hacer feliz a un ser maravilloso y de la luz como era ella. - Tan sólo os diré que no os confiéis, no soy tan "fascinante" como os puedo parecer. Un hombre enamorado se muestra, como es natural, mucho más encantador de lo que realmente es.
Soltó una carcajada al ver acercarse al vampiro de antes, que había regresado con un bonito abrigo de señora, que por su aspecto, a pesar de estar bien cuidado, parecía haber sido sacado directamente de otra época. Éste asintió al oír las palabras de su creador, dándole la razón. - Sí, sí, no os fiéis de su galantería ni de sus buenos modales... Puede desaparecer durante meses sin decir palabra, y luego regresar de la misma forma en que se fue. ¡Qué manera de tratar a un viejo amigo, como yo! -A pesar de que a cualquier otra persona aquellas palabras hubieran podido resultarle hirientes, no fue el caso. Ambos rieron con complicidad, y chocaron las copas de brandy que el hombre les acababa de servir. - Para entrar en calor, ¡salud! -Los dos sobrenaturales bebieron, sin dejar de lanzarse largas miradas. Fue entonces cuando el mayor de ambos, Rasmus, apreció el ceño fruncido en su progenie. Y, de pronto, la sintió.
Su presencia se hizo evidente de forma tan abrupta que casi le pareció que recibía una bofetada. Y esta vez no pudo disimular ni su incomodidad, ni el evidente cambio de ánimo que surgió cuando, desde la barra, apreció los inigualables andares de aquella vampiresa que había pertenecido a su pasado, y que él había desterrado por siempre de su futuro. Khâli. Se levantó de forma precipitada de su asiento, para sentarse junto a Emilia esta vez, mucho más cerca de lo que se hubiera considerado decoroso. Tras ponerle el abrigo que habían acabado de entregarle también sobre los hombros, giró la cabeza hacia la figura de la vampiresa, que ahora estaba a escasos metros de ambos. En su mirada rojiza pudo ver el brillo de la rabia, de los celos, de la locura. Aquella locura que creyó haber dejado atrás hacía tiempo, y de la que ahora sabía que no iba a poder deshacerse.
- Oh, así es... No hay que creer ni una palabra de lo que Rasmus dice cuando se encuentra en ese estado... Siente una gran... Fascinación por las cosas hermosas. -El tono aterciopelado y excesivamente incisivo de su voz le hizo estremecerse por completo. Una voz que deseó no volver a escuchar nunca. La vampiresa se sentó sobre la mesa, mirando con desdén a la muchacha. Las manos del vampiro se cerraron con fuerza en dos puños. La rabia comenzó a avivarse en su interior.
Última edición por Rasmus A. Lillmåns el Miér Ene 06, 2016 10:59 pm, editado 1 vez
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
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