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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Justine Larden Mar Dic 03, 2013 1:08 am

“It has been said, 'time heals all wounds.' I do not agree. The wounds remain.
In time, the mind, protecting its sanity, covers them with scar tissue
and the pain lessens. But it is never gone.”

— Apresúrate… apresúrate… — dice en voz baja con la sonrisa en el rostro y la impaciencia creciente que la lleva a mover los dedos sobre el borde del asiento sin seguir el ritmo que llevan los caballos mientras avanzan por la ciudad. En el interior del bolsillo de su falda tiene un papel arrugado que ha visto ya tantas veces, incluso se ha aprendido la dirección de memoria y podría recitar sin dificultad las indicaciones para llegar allí. Está impaciente, por supuesto que lo está y se siente casi como aquel día en que él la miró con los ojos distintos, tal como aquel día en que James se fijó en ella como una mujer y no como la niña hermana de su esposa que hasta entonces era.

Los días desde aquel momento pasan cada vez más lento. Justine suele sentarse junto a la ventana y espera cada tarde a que él llegue, siempre creyendo que la siguiente vez tendrá una enorme sonrisa en el rostro, abrirá sus brazos y la dejará entrar en ellos sólo para confirmar que lo que ella siente prácticamente desde que lo conoció, ha sido siempre mutuo. ¿Cómo podría fijarse en alguien más cuando ha tenido en casa todo lo que siempre ha buscado en su vida? Su hermana fue una idiota por elegir a todo lo otro en vez de a él y por lo mismo es que prefiere seguir siendo una simple humana que perder al hombre que ama. Porque lo ama… ¡Claro que lo ama! Y ahora está a punto de entregarle lo que él tanto buscaba y lo que tal vez le ayudará a sentirse mejor.

Cuando el carruaje deja de moverse y su puerta se abre, el tenue brillo del atardecer ya no existe y ahora las escasas luces le indican el camino. No es precisamente el barrio que esperaba, pero sus averiguaciones la han conducido ahí porque se supone en ese el sector que James suele frecuentar en las cada vez más largas ausencias que tiene. Si ella se comprometió a vigilarlo, aún cuando no era más que una excusa para poder quedarse con él, lo mínimo que puede hacer es intentar convencerlo de que pase más tiempo en casa. Con los pasos rápidos como el correr de un niño avanza luego de indicarle al chofer que puede retirarse, confiada en la errónea creencia de que James la acompañará de regreso. La pensión está justo frente a sus ojos, irónico es que lo primero que la alerta son los sonidos.

El gemido es alto, totalmente audible, una burla para quienes lo escuchan y que incluso causa risas en un par de borrachos parados junto a la puerta más cercana. Justine entra con un nudo en la garganta y una mala intuición asentada en el estómago. Podría reconocer esa voz como fuera, hecha susurros o soltando algún grito. — James… — el dolor es evidente y aunque casi cree que puede escuchar cómo su corazón se quiebra, de todas formas entra y abre la puerta, encontrando así la única escena que protagoniza sus pesadillas. Debajo de esa espalda desnuda con la que ha soñado, está una mujer que no es su hermana, que no es alguien que ella conoce y que por los kilos de maquillaje que porta debe ser una cortesana. — James… — lo llama con la poca fuerza que le queda, deja caer el sobre que con cuidado portaba y aunque sus pies se demoran algunos segundos, sólo el contacto de sus ojos con los del hombre que ama permiten que despierte y comience a correr.
Justine Larden
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Mensaje por Larden Sáb Dic 14, 2013 2:11 am

Han dejado de engañarte, no de quererte.
Y te parece que han dejado de quererte.

VOCES



Justine…. su repentina presencia logra distraerme por un segundo, un segundo que parece más largo, cada vez más largo. Sus ojos, esos ojos, son lo único que conozco con certeza. Sé muy bien que le pertenecen a ella, y de todo, sólo eso sé. Y la observo alejarse.  

Me distrajo. La mujer con la que estoy fornicando y que yace debajo de mí es una prostituta y una asesina. Acostumbrada a quitarles la vida a sus “clientes” para luego robarles, intenta sumarme a aquella larga lista de víctimas. El letargo del éxtasis le resulta ideal para su propósito pero su daga esta vez no termina en el cuello del mártir, en su lugar perfora mi mano derecha de lado a lado. Después de sacar la daga de mi mano, desatando con ello un rió de sangre, con la otra mano, la que no fue inutilizada, la estrangulo hasta terminar con su vida. En el acto la miro directo a los ojos mientras se le escapa el aliento, quiero recordarla, quiero intentarlo.

Un par de golpes en la pared compartida con el cuarto contiguo hacen de señal para que a la escena se una un testigo más y así la mujer que me contrato para dicho acto puede corroborar que el trabajo está hecho. Ella, la joven esposa de un hombre muerto. El producto de su repentino llanto, el temible acto de la venganza ahora materializado ante sus ojos. Trata de darme las gracias y de saber cómo me encuentro pero no la dejo, no hay gracia en matar a un ser humano como no hay nada que ella pueda hacer por mí. Le doy una última indicación “olvida que me conociste que yo lo haré” le digo y le pido que se marche.

Mi mano, aún sangrante, me hace seguir un hilo carmesí que recorre una línea delgada a lo largo de mi brazo y que atraviesa, como si de una guía que une mi piel se tratase, una cicatriz en la parte interior de la muñeca. “Recuerda a Hua Zi” se puede leer de aquella impresión en mi piel. El hombre que perdió la memoria. Y me pregunto si alguna vez le he contado la historia de Hua Zi a Justine. Ese nombre, el de Justine, es la segunda marca en mi cuerpo, está en el antebrazo de la extremidad izquierda, como el otro mensaje, prevalece a pesar de que mi cuerpo puede sanar más rápido y mejor que el humano gracias a mi condición sobrenatural. Debieron haberse hecho con plata.

Compruebo el pulso de aquella mujer, casi sin querer porque sé que terminé con su vida hace sólo unos minutos, lo hago inconscientemente, como un favor a ella antes de tomar su daga del suelo. Con el filo, escribo en mi piel como si de un lienzo se tratase, lo hago justo arriba de la cicatriz que enmarca su nombre y escribo en ella la instrucción “encuéntrala”. Encuentra a Justine, me obligo a recordar.

La herida producida por la daga que ahora sostengo en manos comienza a sanar, ha dejado de sangrar. Entiendo que no será necesario atenderla pero me es imposible no sentirme incómodo con toda esa sangre en mi brazo y en mi cuerpo. Fue un corte profundo. Muy seguramente me hubiera matado si no hubiese yo estado enterado de sus intenciones. Entro al cuarto de baño y veo algunas de sus pertenencias en el suelo y recuerdo que ella había entrado a él para retocar su maquillaje antes de que empezáramos. Abro el grifo del agua y el líquido incoloro cambia su lugar por el de la sangre desplazándola lentamente de mi cuerpo. Y observando me doy cuanta que el recordatorio que me hice ha dejado de sangrar también y creo necesario volver a marcarlo. Giro el cabeza para buscar la daga que no traía conmigo y al regresar la vista al frente me veo reflejado en el espejo. En ese momento sé quién soy, sé qué hago ahí y sé también lo que hice y lo que debo de hacer, y por primera vez en mucho tiempo creo tener la certeza de que sé algo, aunque nunca lo sabré. Junto las manos debajo del grifo y con agua en ellas las llevo hasta mi rostro. Cierro los ojos para recibir el líquido y cuando los abro todo se ha ido. Me veo en el espejo de nuevo pero ahora no sé quién soy, no sé qué hago ahí y tampoco que debería de hacer. He perdido la memoria.

Impaciente miro a todos lados tratando de responder todas esas preguntas que llegan al mismo tiempo. Miro por una pequeña ventana y me doy cuenta que estoy en París. Observo al hombre en el reflejo del espejo y me doy cuenta de que ya no soy el mismo que recordaba. Miro mis manos y todo tiene sentido. “Recuerda a Hua Zi”… Hua Zi, el hombre que perdió la memoria. Las conexiones llegan rápido y de alguna forma alivian mi interior dejando las preguntas para después. En mi otra mano, nada, en el brazo, su nombre “Justine”. Recuerdo a Justine. “Encuéntrala” me demando a mí mismo.

Salgo del pequeño baño con la firme convicción de la única cosa que sé ahora, y buscando algo que pueda ponerme encima, mis ojos llegan hasta el cuerpo, aparentemente sin vida, de una mujer que descansa sobre la cama. La examino y determino, sin mucho esfuerzo, el motivo de su muerte, fue estrangulada. Un hilo frió recorre mi espalda, desde la nuca hasta el final de la espina.  Con los ojos bien abiertos busco en la habitación no sé qué cosa y veo en un rincón algunas prendas de ropa que puedo usar. Cubro mi cuerpo de prisa y me dirijo a la salida, en el umbral de la puerta encuentro un sobre en el suelo y lo recojo sin pasarle revisión. Mi cabeza comienza a llenar todos los vacíos. La mujer muerta, la ropa que llevo ahora, el sobre en mis manos y lo que me dije a mí mismo antes de dejar de saber la respuesta a todas esas preguntas.

Ya en la salida un hombre detrás de un mostrador con una ligera sonrisa cómplice en el rostro y la mano extendida hasta el dedo me indica que se ha ido hacía la derecha sin que yo le pregunte nada. Seguramente no es la primera escena similar que ha visto, ni tampoco, lamentablemente, lo será la que vera en el cuarto una vez que note que la cortesana se demora demasiado en bajar.

Una vez en las calles, puedo ver una silueta que se aleja en el fondo, mi mente quiere racionalizar con ella misma diciéndose que no tienen la imagen de cómo luce ella en la memoria, pero aún así decido llamarla en un grito apenas audible a esa distancia, un grito afectado por el miedo, la incertidumbre y un dolor que no puedo comprender, un dolor que no sé de donde viene pero que está ahí.
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Mensaje por Justine Larden Vie Ene 31, 2014 10:54 pm

Irónicamente, la obsesión de querer dormir contigo, es la que hoy no me deja dormir.

La última vez que corrió de ese modo tenía sólo 10 años. Después de una lección de piano había decidido comenzar a caminar por la casa sólo porque sabía que a su madre le molestaba el sonido de sus pasos. Recorría cada rincón y en algunos se reía cuando encontraba que en la madera se formaba un patrón divertido o simplemente al escuchar en secreto las conversaciones que mantenían las empleadas donde no decían precisamente cosas agradables sobre sus empleadores. Estaba en uno de esos rincones cuando escuchó su nombre, susurrado por un muchacho encargado de los caballos que en palabras poco formales explicaba que la niña siempre sería fea y que nada, ni los vestidos encargados a otros países, ni los mejores peinados podrían cambiar eso. Lo que acaba de escuchar le dolió de tal modo que sin importar que pudieran ver que había estado escondida escuchando, salió de ese lugar y comenzó a correr, lo hizo sin importar los gritos que oía tras ella, ni las amenazas de su madre, ni lo que sus hermanos pudieran decirle. Simplemente siguió corriendo hasta que alcanzó el linde del bosque y se adentró en él, y una vez dentro siguió corriendo porque nada más podía hacer, porque no quería pensar y porque tal como ahora, todo lo que desea es seguir corriendo hasta desaparecer, ojalá lo más pronto posible. La diferencia claro es que ahora no conoce el terreno por el que se mueve. Levanta con cuidado el bordillo de su vestido y avanza por calles desconocidas a un ritmo que es un poco más lento porque debe ser de todos modos precavida. Está segura que él no la sigue, ¿para qué lo haría si es evidente que ella no le importa en lo más mínimo? Debe estar terminando lo que hacía con esa puta y aprovechando tal vez de reírse junto a ella de esa estúpida niña que viene a buscarlo sólo para seguir molestando.

Dando un paso en falso, tropieza con algo que a simple vista no reconoce pero que luego descubre son los restos de un mueble, trozos de madera tirados en plena calle que la hacen perder el equilibrio y caer sobre sus rodillas. Justine no quiere llorar pero sus ojos no obedecen y se destapan como canales al abrir las compuertas. Está en el suelo, cubriéndose el rostro con las manos mientras intenta contener a las lágrimas que continúan saliendo y se suman al dolor que ahora es físico. No llora por las heridas que pudo hacerse, llora por las heridas que otro le hizo y que, muy probablemente, ya ni recuerda que ha hecho. ¡Maldita sea la memoria de James! ¿Por qué tiene que recordar quién es ella pero no lo que hace con ella, lo que siente ella? Podría un día decirle que lo ama creyendo que lo olvidará un segundo después, pero aquello sería muy arriesgado y prefiere simplemente no hacerlo. Es por lo mismo que se mantiene mirando el regazo de su vestido y no gira su cabeza cuando cree escuchar un susurro con su nombre. ¿Para qué seguir engañándose? Es inútil mantener alguna esperanza de que él podrá verla como realmente es. La mujer que puede hacerlo feliz y que lo acompañará en los momentos felices y también en aquellos más difíciles.

Si se queda en el suelo es sólo porque duda tener la suficiente fuerza para levantarse y seguir adelante. Necesita encontrar el modo de volver a casa, pero si la matan en ese momento ya le da exactamente lo mismo. Una cosa es escuchar, creer, soñar que todas esas ideas puedan ser ciertas y una muy distinta es verlo con sus propios ojos. Ver el engaño es más duro porque no existe la posibilidad de seguir creyendo que todo es una mentira de los demás para empañar tu felicidad. — James… — lo llama con un susurro que es casi un grito disimulado. Lo necesita a su lado pero está pidiendo demasiado, sería como esperar que de un día para otro nada de lo que pasó hubiese pasado y que esa voz que vuelve a escuchar es de verdad la de él. Sólo como un reflejo es que gira la cabeza y lo ve parado al final de ese callejón, nadie más hay ahora entre ellos. No hay una cortesana con maquillaje recargado, ni una hermana que no lo ama, ni los brujos esperando que ella sea uno de ellos, ni las otras mujeres que seguramente han pasado por su cama, ni la inexperiencia que ahora la llena de dudas. — James… — su voz es más firme y parece ser que todo eso es lo único que puede decir. Quiere creer que en su rostro se ve confusión, dolor, arrepentimiento, que esa sangre que corre en su brazo es producto de su imaginación y no resultado de alguna herida. La preocupación es inmediata, se pone de pie llevada por la adrenalina y se acerca a él sin importarle algo más. Busca con desesperación la fuente de ese líquido carmesí pero todo lo que encuentra es una línea en su mano que se asemeja más a una herida cerrándose. — Desearía que mis heridas pudieran sanarse tan rápido como las tuyas… —

Y ahora es odio lo que entregan sus ojos. Lo odia y al mismo tiempo lo ama. Desprecia su vida pero es incapaz de imaginar cómo sería no tenerlo. Lo odia, lo odia a cada instante y es por eso que alza los brazos y rodea su cuello en un abrazo desesperado, frenético, en un agarre que es para asegurarse de que sigue vivo y que está ahí. — ¿Por qué tienes que hacerme daño? ¿Por qué me haces tanto daño? No puedo entender por qué te gusta hacerlo, por qué disfrutas viendo cómo sufro con todo lo que haces… — las lágrimas vuelven y cuando esconde su rostro en el cuello de ese hombre varios años mayor, el sabor de la sal se mezcla con aquel que tiene naturalmente la piel del licántropo. Justine ahora llora en silencio acurrucada entre los brazos de James a quien es capaz de perdonar aún cuando él aún no pronuncia alguna palabra. De reojo observa en uno de sus brazos, en ese que tiene tatuado su nombre pese a que le gustaría que esas letras estuvieran en su corazón, que arriba tiene una nueva indicación. “Encuéntrala”. Y por el daño en la piel, es una indicación reciente. Se separa de él y lo mira directo a los ojos, algo enfadada, bastante molesta, muy enamorada. — ¿Para qué me buscabas? ¿Por qué tienes que encontrarme? — ella conoce la respuesta a esas preguntas pero quiere escucharlo de sus labios. Quiere simplemente torturarlo un poquito y ver hasta dónde pueden llegar ambos.
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