Edeinare von Percy

Nacida en territorios que antes pertenencian al territorio germano, específicamente en Londres, era la hijita preciada, única hija de la familia von Percy. Edeinare fue poco tiempo parte de una familia… fue poco tiempo… Humana. Su padre, Harald von Percy era un caballero feudal de la época, servidor del tan conocido Ricardo Corazón de León durante las primeras cruzadas, dado por muerto en las mismas,  mientras que su madre, Marie Esther Lisse Laitale, era una cortesana del territorio francés de aquel momento, quien fue la encargada de criar a los dos hermanos….
Esta joven niña tenia un hermano mayor que siempre la cuidó mucho: Adriel. Pero el tiene su propia historia. Edeinare tiene la suya.
En el momento en que sus hermanos se fueron de casa a luchar, esta permaneció sola con su madre en la mansión von Percy. Esto duró muy poco, pues la casa fue saqueada, y su madre fue muerta… Cosa que solo Edeinare tuvo la desgracia de presenciar.
Semanas pasaron de esto, y ella no supo más de sus hermanos. Nada. Ni una carta, ni un mensaje, ninguna señal de que seguían vivos. Y ella huyó. Huyó por días, meses, semanas, buscando abrigo, un lugar donde dormir y alimento que ingerir. La pobre niña de entonces, 8 años de edad, vivía sola en donde se le daba la gana, estando a punto de morir varias veces por frio y hambre.
Los años pasaron, y ella creció. Pasaron 4 años, y ella se endureció. La vida la hizo fuerte, la hizo lista, la hizo astuta. Y fue en una noche pacifica, donde ella ya no tenía esperanzas, que su creador llegó…
Ella solo dormía, y este la mató. Pero la mató para volver a revivirla.

Liza… oh dulce y pequeña Lizabeth…
¿En qué te has convertido? Sufro… Relatando la historia de ahora, esta joven e inocente inmortal… De humana a inmortal… Y la suerte no lo quiera… que al polvo volverá. Pero para eso falta mucho aún. Eso espero.
Tras haberse convertido en la vampiresa que su creador quiso que fuera, la dejó a su suerte en la noche oscura, sin siquiera conocimiento alguno de lo que le había pasado. Se despertó con hambre y el olor… el olor a sangre la mareo. Esto le dio un asco inmenso, pero el poder de la sangre, su sabor… La atrajo como nada en el mundo. Su carita dulce manchada de sangre del humano que más cerca tuvo la desgracia de encontrar… Oh pobre Edeinare. Se había convertido en una herramienta asesina.
Los años comenzaron a pasar, y ella no envejecía. No entendía, jamás le habían contado de criaturas como ella, no sabía que era, por qué tanta fascinación por la sangre, por qué podía entender la mente humana y desarmarla con total facilidad… Hasta que un día lo oyó: Vampiros.
Ya como humana era de temer… ¿Y ahora? Esta dulce niña aprendería con el tiempo a aparentar lo que no fuera, a desvestir la memoria del humano para convulsionarlo, disfrutar de su dolor, borrarle la memoria y dejarlo seco como el desierto. Sin una gota de aquel ámbar rojo que la volvía loca.
Tan solo un enemigo era a quien temía: el sol. Se volvió una criatura mundana, nocturna, cazadora, se volvió una niña de ojos llenos de dolor, de temor, de astucia, con una sonrisa dulce, sincera… Si, para quienes se lo creyeran.
Con el tiempo fue madurando, fue cambiando de paradero, siempre borrando de esos lugares su existencia, ya que una niña que nunca crecía llamaba siempre la atención. Nunca regreso a la mansión. Nunca se cruzó con ninguno de sus hermanos. Los tenía por muertos. Era obvio… Años y años y ninguna señal de ellos. Lloraba de noche, cuando nadie la oía, la veía o sentía. Lloraba por la vida que había perdido.
Daban ganas de consolarla… Pero mejor era no acercarse… O terminabas con el cuello partido en dos.
Pasaron los siglos y ella aprendió a vivir por su cuenta, aprendió a crearse perfiles falsos para solventar sus gastos y manipular las personas para ponerlas a su servicio, hacer el trabajo sucio ya no le gustaba. Se había convertido en una señorita seria, de gustos refinados y había olvidado la niña alegre que había sido. Nadie había sido capaz de volver a sacarla a la luz, hasta que....
Por el año 1600, ya ni siquiera yo recuerdo la fecha exacta, existió un chico. Un chico a quien Edeinare se apegó como a ningún otro. Lo adoptó como su sirviente, como su hermano, nunca como su igual. Pero tenía su cariño y su respeto. Se llamaba Ihanet. Lo encontró una noche tirado en quién sabe dónde, nunca supo su pasado, tampoco se lo preguntó. Nunca hizo preguntas. Era un joven de 17 años en aquel entonces. Fue la primera vez que Liza sonrió, en siglos. Fue la primera persona quien nunca le tuvo miedo, quien supo su verdadera naturaleza. Quien le pidió su ayuda. Quien le pidió que la transformara. Y ella lo hizo.
¿Quién hubiera pensado que ella encontraría a alguien así? Nunca se enamoro de él, nunca le tuvo un cariño extra. Lo quería. Punto. Y gracias a esto, esta dulce vampiresa supo suavizarse un poco, se convirtió en una niña de nuevo. Al cuidado de Ihanet vive sus aventuras, sus cacerías. Se complementan.
Ahora han llegado a Paris. Ahora es donde ella decide instalarse de una vez por todas en un lugar fijo, de momento.
Ay, ¡dulce Edeinare! Espero que seas feliz…