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Encuentros a la triste nostalgia (Elizabeth von Percy) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Encuentros a la triste nostalgia (Elizabeth von Percy)

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Mensaje por Samael von Percy Vie Dic 20, 2013 2:18 am

"Recuerdos aquellos, la nostalgia sublime de encontrar su pasado, y el perdón eterno de no haber pertenecido a su mundo... a su futuro"

Recuerdo los días en que vivía en Londres, en una residencia distinta a la de mi mansión, la cual debía ser cuidada en los principios de los tiempos, por nosotros... los von Percy.
Ya no sabia nada de mi padre, ni de mi madre que en paz descansen, tampoco de mi hermano Adriael, de quien ya había recibido noticias - aunque no muy alentadoras de su presente - y que ya me había puesto en marcha a saber sobre su paradero, aunque el pasado me sorprendiera con un futuro aun menos alentador, era mi deber como historiador desenterrar los secretos ocultos de todo lo escrito, y más aun si era de mi familia la que mencionaba dicha carta...
Nunca supe quien la envió, ni quien camino entre pasos risueños entre los pisos de madera que cubrían mi mansión casi solitaria, de lujos de un triste y abandonado hombre - que ya ni ser humano podría ser -
Solo y desde ese día, tomé mi abrigo y mis tabacos... donde me dispuse a viajar a Francia a buscar posibles respuestas de que había ocurrido con el destino de mi familia, aquella tan amada y respetada en los tiempos de antaño, y hoy más que nada un simple escudo familiar del cual nadie recordaba porqué se le merecía tal respeto si los tiempos habían cambiado... ya nada tenia sentido entonces para mi, quien su familia era un gran baúl de los recuerdos más sublimes, pero nada más que eso... solo recuerdos.

Ya llegado a la faena en Francia, las calles no me eran desconocidas ni poco menos extrañas... las conocía como quien conocía su barrio, los mercados y las casas viejas, los callejones y el puerto, todo me era tan conocido que me atrevería a decir que fundé Francia, o al menos París... que era donde en este momento estaba.
Si bien había venido por asuntos de trabajo, era simplemente una excusa barata, propia de un viejo vampiro a quien la vida ya no le importaba nada... y se volvía mentiroso y gruñón como un niño en plena adolescencia... Era impresionante como la vida tenia un principio y un fin para todos nosotros... - o al menos eso pensaba... - y nadie podía discutirlo, de comienzo a final como si el plan del todopoderoso fuera que descubriéramos como vivir... y no a como hacer vivir al resto, que era a lo que nos educaban desde pequeños, aunque los tiempos cambiaran todo era igual, la gente no cambiaba... solo las modas lo hacían.

Entrando en el calor de la noche - triste ironía de un viejo que caminaba sobre cielo nublado, gris como la palma de mi mano sobre cenizas del quemadero - me senté cerca de un asiento en una plaza parisiense, como si la lluvia anunciara que no me tocaría, no esta noche... me dejaría vivir una luna más... haciéndome recordar a Marthina a quien conocí por estos alrededores junto a un tabaco y fuego lento...

- Como te extraño pequeña... que sera de ti... - pensaba en voz alta en ella, en Marthina, la única señorita que aun en estos tiempos, me hacia creer en el amor... pero como llego, se fue.

Y así como su recuerdo fugaz llego a mi mente, también lo hizo el de una tierna presencia... a quien recordaba todas las noches antes de dormir... mi dulce hermanita Elizabeth...
Ella junto a mi madre, que en paz descanse... eran las únicas mujeres de mi sangre a quienes adoraba por sobre todas las cosas, pero la guerra y el destino tan cruel - para mi en ese entonces - me hizo alejarme de ellas sin darle protección ni cobijo... era un dolor del cual jamas me pude desprender de mi ausente alma, desgastada como mis años y la piel no era más que un vil reflejo de como nos engaña la vida... cuando no queremos ver.
Sentía así pasos cerca de mi nostalgia hecha piel de seda, y los niños mendigando un trozo de pan me recordaban a ella, la pequeña flor... como solía decirle. Sentía sus pasos entre los callejones, y sentia su mirada penetrar mi conciencia como piedra...
- ¿Donde estas, pequeña flor? - hablaba mirando los alrededores, fumando algo de mi tabaco que ya estaba por extinguirse... al igual que mi esperanza de volverla a encontrar...
Termine cerrando los ojos... con un suspiro que llenaba mi pecho de triste indignación...
- Que Dios te cuide, estés donde estés mi amor... -
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Mensaje por Edeinare M. von Percy Lun Dic 30, 2013 12:30 pm

“Como cenizas llevadas por el tiempo y el viento a recorrer el mundo, así volveré a juntar cada mota y reencontrar mi punto de partida” E.M.P.


Tal cuál lucero que se oculta en el fondo del océano y terminar con la vida diurna de aquellos seres mundanos y ajenos al dolor y la soledad, surge con las horas la luna acompañada de sus infinitas e incandescentes luciérnagas blancas que adornan el lujoso cielo nocturno, dando comienzo a una vida totalmente distinta, descubriéndose otro mundo siniestro y oscuro para aquellos que son quemados por el fuego que da vida al planeta donde camino.

Un alma antigua, mi alma, vaga por las calles tan solo buscando alguna desprevenida presa inocente para saciar mi aburrimiento y desocupar de aquél peso tan antiguo a mi corazón muerto milenario. Nadie sospecharía de una dulce jovencita, nadie imaginaría lo que esta dulce sonrisa oculta, la frivolidad de mis actos sin segundas intenciones. Solo tengo ganas de jugar. Y también de saborear el dulce néctar carmín de aquél que se cruce en mi camino, cayendo en mi trampa, tan inocente.

Doblo en un callejón y encuentro a un pobre hombre durmiendo entre la basura, sin la más mínima idea de que ya no despertaría. Nadie lo extrañaría. Me lancé despacio hacia su cuello cubierto de mugre y suciedad. En ningún momento el sentimiento de compasión o ni siquiera de preocupación se cruza por mi cabeza. Esos sentimientos dejaron de existir para mí hace ya demasiado tiempo. Yo dejé de existir hace ya demasiado tiempo. Clavo mis blancos colmillos en su yugular y succiono hasta la última gota. Delicioso. El cadáver inerte permanecerá allí hasta que alguien lo encontrara, supuse. Saqué mi pequeño pañuelo de seda bordado y me limpié las comisuras de los labios. Salí del oscuro callejón como si jamás hubiese pasado nada. Nada.

Seguro Ihanet estaría alimentándose también. O seguro ya estaba en casa, esperando mi regreso. Le había pedido que por esta noche me dejase alimentarme sola. Que no me acompañase. Me había mirado con curiosidad, pero al ver que no le daba explicaciones, simplemente había salido por la puerta. Había acostumbrado al joven a no hacer preguntas cuando no debía. En el fondo, estaba orgullosa de él; se había mantenido fiel a sí mismo como ser y se había ganado un lugar en la eternidad. Él era único. Mi única… Familia.

Eso me dio qué reflexionar. Ihanet era un caso especial. Un joven muy peculiar. Y ya habíamos muchas cosas juntos. Lo quería casi como a uno de mis hermanos. Me senté en un banco dejando mis piernas colgar y me puse a mirar la eterna luna blanca. Hoy mostraba una sonrisa. Pero una sonrisa triste. La penumbra y el dolor acongojaban mi corazón muerto hacía siglos. Miré mis manos. Mis pequeñas manos. Era una niña. Y siempre lo sería. La rabia lleno mi pequeño ser, dando paso a unas lagrimas. Quería matar, quería sacarme el dolor. ¿Por qué tenía que seguir existiendo? ¿Por qué no me dejaron morir? Negué. Nunca encontraría las respuestas a esas duras y eternas preguntas. Yo llevaba más de 4000 años vagando sobre el mundo, viendo como pueblos, ciudades, imperios, culturas enteras se creaban y desarrollaban para desaparecer en lo que para mí era un doloroso suspiro, un etéreo parpadeo, un eterno vaivén del tiempo. Y yo solo una ficha sin sentido en aquél juego sin final.

Era una noche de dolor, recuerdo y soledad. Mis hermanos. Mi madre. Todos muertos. Al menos, eso era lo último que había oído rumorear. ¡Tanto tiempo los busqué! Pero nada. Ninguno de mis hermanos vivía. Me habían dejado sola en el mundo. Sola y abandonada. Los odiaba por no entender lo que ellos habían pasado. Solo sabía que habían ido a la guerra y jamás habían vuelto, y mamá murió. La habían asesinado frente a mí. No me había quedado más opción que huir. Huir con la esperanza de encontrarlos algún día. Pero el destino me había jugado sucio. Muy sucio.

Salté del banco y fui hasta una plaza que quedaba cerca de allí mientras rebuscaba en mi mente la oxidada imagen de los familiares rostros fraternales. No los recordaba casi. Habían pasado casi 5000 años de la última vez. Mi alma antigua estaba ampliamente llena de un dolor que llevaba acarreando miles de años. No vi que había otro ser sentado más allá. Tampoco me importaba. Yo solo caminaba. No entendía nada de lo que decía. Fui acercándome y me di cuenta de que no era humano. Era como yo. Internamente, sentí gozo de encontrarme con alguien igual a mí. Sin embargo, corría el riesgo de que no me entendiera para nada.
Dolor. Eso sentía. Dolor y rabia.

Y fue en ese momento en que me quedé con los talones clavados en el suelo.

¿Dónde estás pequeña flor?”- Escuché salir de sus labios. Y eso me transportó a mi anterior vida. Algo que ya había muerto, lo había enterrado y olvidado.

Algo hizo un “clic” en mi interior. Casi imperceptible, pero estaba allí. Recordé. Recordé su voz, recordé su rostro. Samael. Pero eso era imposible. Cerré los ojos y respiré. No podía dejarme llevar por la dolorosa y sublime ilusión. Bien podía ser otra persona. ¡Tenía que serlo! Hice de mis manos pequeños puños y suspiré, abriendo y cerrando los ojos, viendo como esta otra criatura se recostaba y bajaba la guardia. Vi que sus labios se movían pero, cegada por la ilusión, la cual estaba mezclada con el desentendimiento, el dolor y el alivio, no lo escuché.

Simplemente me di cuenta de mi ser cuando tenía mis manos detrás de él y los colmillos en el cuello indefenso, lista para matarlo por ser lo suficientemente cruel conmigo, por haber sido víctima potencial del destino y caer en la trampa del cazador furtivo que acababa de despertar de nuevo dentro de mí, producto del esfuerzo por descontrolarme tras centurias y centurias, dejando que la bestia me controlase otra vez. Solo bastaban dos movimientos para terminar con su –eterna- vida, otra vez y para siempre, como un soplo que acababa con la vida de aquella llama llena de calor… Desflorando aquella flor que, marchita, yacía sin vida, esperando que se la llevase el viento…
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