AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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In dreams I have achieved everything - Fergus.
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In dreams I have achieved everything - Fergus.
“Tired, tired with nothing, tired with everything,
tired with the world’s weight he had never chosen to bear.”
― F. Scott Fitzgerald, The Beautiful and Damned
tired with the world’s weight he had never chosen to bear.”
― F. Scott Fitzgerald, The Beautiful and Damned
A veces, creía haber visto esas mismas figuras antes, siluetas conocidas que se hacían extrañas al acercarse demasiado. Quizás le recordaban a alguien o tal vez, sólo tal vez, sí se los había encontrado antes en el camino. Los veía pasar siempre, uno tras otro pidiendo favores, rogando con las manos juntas como cuando comenzaban una oración por una ayuda que la mayoría del tiempo llegaba, podían hacerlo porque tenían las palmas vacías al igual que sus bolsillos. Algunos mendigaban en las calles y otros en cambio, simplemente se gastaban los ahorros mientras intentaban encontrar otro trabajo. El alcohol y las mujeres era siempre su perdición, una tentación muy difícil de resistir y en la que siempre caían aunque juraran de rodillas que esa sería la última vez.
Cada vez se hacía más complicado visitar el hostal aunque fuera por unas horas y lo que pasó de ser el lugar de escape a la realidad se transformó en un peso que a ratos creía no ser capaz de soportar. Siempre algo que arreglar, siempre problemas que solucionar y lo peor es que no tiene a alguien que pueda estar ahí de punto fijo, nadie que sea sus ojos, sus oídos y por sobre todo, sus labios, en los momentos cada vez más comunes en que ella no pueda estar presente. La mujer que limpiaba aparecía algunas veces a la semana y siempre rodeada de al menos tres de sus muchos hijos, ni siquiera era capaz de hacer todo el trabajo antes de salir corriendo o de dejar todo botado porque alguno de los pequeños tenía algún accidente.
La vida de Claire quizás era caótica, pero a ella no le faltaba comida, un techo o ropas, sólo el vestido que llevaba ese día serviría para alimentar a una familia por semanas. Tampoco es como si se sintiera culpable, eran realidades distintas nada más y aunque ella nació pobre, sabía que no se mantendría de ese modo toda la vida, luchó para tener lo que ahora tiene, trabajó para tener lo que ahora tiene. Porque quizás no estaría viviendo en una de las mansiones más grandes de Paris ni tendría lo que casarse con un miembro de la realeza puede otorgar, pero sí tendría un pasar decente y por sobre todo, tranquilo, tal vez más tranquilo que ahora. — Ya voy… — alguien le hablaba, lo había escuchado pero se sentía distraída, algo melancólica tal vez.
Estaba sola en el norte de esa ciudad, esperando que el tiempo avanzara lento y a la vez rápido, lento para no tener que volver a casa a más peleas y discusiones; pero rápido para poder abrazar a ese pequeño que dormía cuando ella salió. Quizás despedir al encargado de cobrar no había sido lo más adecuado, pero era necesario después de descubrir que le estaba robando más de lo que ella podía tolerar. Ahora, la cuenta de quienes debían pagar no estaba tan clara y cuando golpeó la puerta después de terminar la conversación con la señora… la señora esa cuyo apellido no recuerda, no está seguro de que sea buena idea. En todo el piso se escuchan ruidos que conoce y que puede identificar con claridad, pero de ahí proviene silencio y lo desconocido es siempre más peligroso. — Señor… señor… ¿puede abrir la puerta? —
Cada vez se hacía más complicado visitar el hostal aunque fuera por unas horas y lo que pasó de ser el lugar de escape a la realidad se transformó en un peso que a ratos creía no ser capaz de soportar. Siempre algo que arreglar, siempre problemas que solucionar y lo peor es que no tiene a alguien que pueda estar ahí de punto fijo, nadie que sea sus ojos, sus oídos y por sobre todo, sus labios, en los momentos cada vez más comunes en que ella no pueda estar presente. La mujer que limpiaba aparecía algunas veces a la semana y siempre rodeada de al menos tres de sus muchos hijos, ni siquiera era capaz de hacer todo el trabajo antes de salir corriendo o de dejar todo botado porque alguno de los pequeños tenía algún accidente.
La vida de Claire quizás era caótica, pero a ella no le faltaba comida, un techo o ropas, sólo el vestido que llevaba ese día serviría para alimentar a una familia por semanas. Tampoco es como si se sintiera culpable, eran realidades distintas nada más y aunque ella nació pobre, sabía que no se mantendría de ese modo toda la vida, luchó para tener lo que ahora tiene, trabajó para tener lo que ahora tiene. Porque quizás no estaría viviendo en una de las mansiones más grandes de Paris ni tendría lo que casarse con un miembro de la realeza puede otorgar, pero sí tendría un pasar decente y por sobre todo, tranquilo, tal vez más tranquilo que ahora. — Ya voy… — alguien le hablaba, lo había escuchado pero se sentía distraída, algo melancólica tal vez.
Estaba sola en el norte de esa ciudad, esperando que el tiempo avanzara lento y a la vez rápido, lento para no tener que volver a casa a más peleas y discusiones; pero rápido para poder abrazar a ese pequeño que dormía cuando ella salió. Quizás despedir al encargado de cobrar no había sido lo más adecuado, pero era necesario después de descubrir que le estaba robando más de lo que ella podía tolerar. Ahora, la cuenta de quienes debían pagar no estaba tan clara y cuando golpeó la puerta después de terminar la conversación con la señora… la señora esa cuyo apellido no recuerda, no está seguro de que sea buena idea. En todo el piso se escuchan ruidos que conoce y que puede identificar con claridad, pero de ahí proviene silencio y lo desconocido es siempre más peligroso. — Señor… señor… ¿puede abrir la puerta? —
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: In dreams I have achieved everything - Fergus.
¿Cuántas noches había pasado ya en ese hostal? No recordaba con certeza, de hecho ya ni sabía cuánto tiempo llevaba varado en París, de lo que estaba seguro es que su billetera estaba ya vacía y no había mucho por hacer. Esa mañana se levantó con una resaca terrible, de esas que dan dolores de cabeza y náuseas. El dolor del cuerpo y cansancio lo dejaron tirado durante las primeras horas del día sobre la cama, retorciéndose sobre el colchón cada vez que los rayos del sol se filtraban por las ventanas, podría decirse que se sentía como uno de esos seres extraños de los que tanto hablaban las leyendas urbanas del mundo, los chupasangres desquiciados que se habían inventado los ancestros para intimidar a la juventud, para decirles que las noches son peligrosas y los humanos pueden ser monstruos, de eso se trataba, ¿cierto? leyendas y nada más.
Durante sus veinticuatro inviernos Fergus había escuchado mil y un historias de criaturas mágicas y extraordinarias, humanos capaces de superar la libertad con un par de hechizos y seres que podrían cambiar de forma a su antojo, ¿qué clase de mierda tiene la gente en la cabeza para andarse inventando esas porquerías?
La resaca lo ponía más pensativo y receptivo para esa clase de pensamientos abstractos. La tripa le rugió exigiendo comida, «No jodas estómago, si te doy un vaso de whisky tendrás suerte.» Se enrolló otra vez entre las sábanas grisáceas de la cama, tenía hambre, sí, pero no quería mover ni un músculo afuera del lugar, aparte ya no había dinero para gastar en comida o bebida. Frunció el ceño al recordar ese hecho y hundió la cara en la almohada—. Dios, que mierda. —
Antes de poder darse cuenta sus párpados se habían cerrado durante más horas, minutos desperdiciados y acumulación de resaca.
El estómago le volvió a rugir, toda la habitación hizo resonar aquel grito de guerra proveniente de sus interiores. Abrió los ojos, parpadeó varias veces y sintió que todo le daba vueltas, la vista aún la tenía nublada y el aliento le apestaba—. Madre puta. —se sentó sobre la cama mientras acariciaba su sien con la yema de los dedos estimulando su piel para disminuir la cefalea.
Un suspiro, dos suspiros, una arcada, tres suspiros ya. Salió al baño, empujó a una señora regordeta que le hizo mala cara cuando sus cuerpos chocaron, «Yo debería asquearme por chocarme con usted, bola de grasa.»
Abrió la puerta con urgencia, no había tiempo de nada, dejó salir todo en el lavabo. Se enjuagó la boca con un poco de agua limpia, observó el espejo frente a él, suspiró nuevamente, revisó la barba de su rostro—. Pareces un vago, te pareces al abuelo Burk en sus últimos días. —sí, Fergus solía hablarse a sí mismo, salió del baño para únicamente encontrarse con la cara de amargura de un viejo, alzó la ceja izquierda y pasó de largo, no estaba de ánimos para aguantarle las mierdas a nadie.
Otra vez metido en su solitaria habitación, «Debería hacer mis maletas, no tardan en mandarme a la mierda de aquí.» pensó mientras miraba el desastre que era su cuarto, bufó. No quería hacerlo, no quería volverse un vago en todo sentido, un hombre sin hogar ni dinero, ni trabajo ni estudios reales. Ojos al techo, luego al suelo y por último a sus lados, si fuera claustrofóbico seguramente ya le habría dado metido en ese pequeño cuarto.
Alguien tocó a la puerta, «Ya me vienen a echar». Sin gana alguna de moverse abrió la puerta apenas unos centímetros para poder enseñarle su rostro a la persona que estaba interrumpiendo su miserable soledad—. ¿Qué sucede, madame? —utilizó aquel sustantivo para hablarle a la mujer con algo de respeto, así les decían a las mujeres en París o al menos eso había escuchado, no quería desencajar del todo suficiente tenía con ser irlandés.
Fergus K. Burk- Humano Clase Baja
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Localización : Paris, Francia
Re: In dreams I have achieved everything - Fergus.
Detrás de la puerta el hombre que atiende tiene ojos de niño y rostro de alguien mucho mayor. Su mirada es atenta y expectante, como si supiera perfectamente cuál es el motivo de la visita de Claire pero simplemente no se atreviera a ser el primero en hablar. La mujer mira la habitación y le parece deplorable pero al mismo tiempo cercana, conoce cada rincón de su hostal y también lo que es vivir en esas condiciones. Incluso aunque ahora muchos no puedan creer cuál es su origen, sus raíces humildes siguen firmemente arraigadas, recordándole siempre que todos pueden caer en eso, por mucho que se agarren con uñas y dientes a la vida que llevan ahora. No es miedo lo que tiene pero sí algo de… respeto, no precisamente por ese hombre, sino mas bien por todo lo que él representa.
— ¿Cuál es su nombre? — entre sus bolsillos tiene la lista con todos los pasajeros del hostal, sabe que él es Fergus y de apellido Burk, sabe también que ya debe bastante y que si sigue ahí es sólo porque el inútil que antes estaba a cargo dedicaba más tiempo a otras cosas que a cobrar la miseria que ella había puesto de tarifa. Bastante costaba encontrar a alguien que sirviera para sus propósitos, mucho más que fuera de confianza y no quisiera robar lo poco que tenían las habitaciones. Claire dio un paso adelante y entró sin preocuparse si él la había invitado o no, cerró la puerta al notar como las cabezas curiosas comenzaban a asomarse al pasillo. Aunque esto le tomara un par de minutos, aquel muchacho al menos merecía algo de privacidad.
— Me imagino que usted ya sabe a lo que vengo ¿no? — mientras hablaba caminaba por la reducida estancia, lo mira de reojo de vez en cuando y levantaba la falda de su vestido con las manos como si necesitara evitar que la suciedad del piso pudiera mancharlo. Divertido era mirar como esa mujerzuela ahora intentaba lucir como toda una dama de sociedad sólo porque había tenido la fortuna de abrirle las piernas al hombre correcto. Claire nunca sería una dama, ni aunque lo intentara el resto de su vida o un poco más. — Por lo que me dijo el hombre que solía estar encargado de todo esto, debes más de lo que pagaste inicialmente… y me imagino que no tienes como pagar esa deuda. — Descaradamente lo miró de pies a cabeza, estaba estudiándolo como se hace con los animales.
Se detuvo frente a él y nuevamente lo miró a los ojos, ya no era el niño de cuando entró, ahora había una relación directa entre las marcas en su piel y los años que aparentaba su mirada. En ambos era un alma vieja, que probablemente había pasado por tantas o más cosas de las que ella misma había pasado y eso, eso precisamente no la hacía sentir más considerada, sino que todo lo contrario. — Todo lo que puedo hacer por usted es pedirle que se retire ya mismo… tengo esta habitación destinada a alguien más, — mentía, pero no le molestaba hacerlo con los desconocidos, tenía entre los labios palabras falsas cuando las necesitaba tal como ahora. — ¿Necesita que le ayude con algo más? —
— ¿Cuál es su nombre? — entre sus bolsillos tiene la lista con todos los pasajeros del hostal, sabe que él es Fergus y de apellido Burk, sabe también que ya debe bastante y que si sigue ahí es sólo porque el inútil que antes estaba a cargo dedicaba más tiempo a otras cosas que a cobrar la miseria que ella había puesto de tarifa. Bastante costaba encontrar a alguien que sirviera para sus propósitos, mucho más que fuera de confianza y no quisiera robar lo poco que tenían las habitaciones. Claire dio un paso adelante y entró sin preocuparse si él la había invitado o no, cerró la puerta al notar como las cabezas curiosas comenzaban a asomarse al pasillo. Aunque esto le tomara un par de minutos, aquel muchacho al menos merecía algo de privacidad.
— Me imagino que usted ya sabe a lo que vengo ¿no? — mientras hablaba caminaba por la reducida estancia, lo mira de reojo de vez en cuando y levantaba la falda de su vestido con las manos como si necesitara evitar que la suciedad del piso pudiera mancharlo. Divertido era mirar como esa mujerzuela ahora intentaba lucir como toda una dama de sociedad sólo porque había tenido la fortuna de abrirle las piernas al hombre correcto. Claire nunca sería una dama, ni aunque lo intentara el resto de su vida o un poco más. — Por lo que me dijo el hombre que solía estar encargado de todo esto, debes más de lo que pagaste inicialmente… y me imagino que no tienes como pagar esa deuda. — Descaradamente lo miró de pies a cabeza, estaba estudiándolo como se hace con los animales.
Se detuvo frente a él y nuevamente lo miró a los ojos, ya no era el niño de cuando entró, ahora había una relación directa entre las marcas en su piel y los años que aparentaba su mirada. En ambos era un alma vieja, que probablemente había pasado por tantas o más cosas de las que ella misma había pasado y eso, eso precisamente no la hacía sentir más considerada, sino que todo lo contrario. — Todo lo que puedo hacer por usted es pedirle que se retire ya mismo… tengo esta habitación destinada a alguien más, — mentía, pero no le molestaba hacerlo con los desconocidos, tenía entre los labios palabras falsas cuando las necesitaba tal como ahora. — ¿Necesita que le ayude con algo más? —
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: In dreams I have achieved everything - Fergus.
Sus ojos se clavaron en la mirada ajena de manera natural, los párpados a medio cerrar y la cabeza un poco inclinada hacia abajo. Su ceja izquierda se encontraba levemente arqueada hacia arriba y sus labios, sin querer, despegados unos cuantos centímetros mostrando sus dientes.
Siempre, desde que había tenido sus primeros encuentros con los ingleses que llegaban a su pueblo a comprar o a simplemente alardear de sus riquezas Fergus había detestado a todo aquel que fuese -o tuviera la planta de- burgués, no porque tuviesen dinero ya que después de todo él en algún momento lo tuvo, es más aquel aire de superioridad que éstos humanos, si es que aún pueden seguir siendo llamados así, tienen. Le disgusta que lo vean desde arriba, no es siquiera tan alto como para poder hacer lo contrario con la mayoría de los que conoce, tampoco lo suficientemente robusto como para intimidar a alguien con su físico, lo único que tiene es esa mirada filosa y de pocos amigos. Esa mirada que Anastasia solía llamar "los ojos del lobo".
— Fergus —respondió con desdén. No le gustaba revelar su apellido, no a cualquiera que tuviese las influencias suficientes como para poder reconocerlo o cualquier cosa parecida, sí, un poco paranoico y sin razón, lo cual hace todo peor. Cedió ante la mirada frívola de la mujer, habría suspirado si no quisiera perder más su dignidad. Apretó la mandíbula al sentir como su espacio personal era invadido por la humanidad ajena, la puerta fue cerrada por la mujer, «No me va a matar, ¿o si?», volvía la paranoia. Sus ojos seguían los movimientos elegantes de ella, se irguió para poder estar a toda su altura, aunque no fuese mucha. Volvió a clavar la mirada en la ajena en un intento de recobrar su orgullo.
— Estoy muy seguro que no viene a invitarme a una taza de té, su majestad. —no se dejaría pisotear tan fácilmente. Observó con sumo desprecio como aquella mujer se levantaba el vestido, ¿acaso creía que se meaba sobre el suelo? Humedeció sus labios y rozó el inferior con sus dientes, debía tranquilizarse, ni la resaca ni su intolerancia por los agrandados debían apoderarse de él. No conocía a la mujer que estaba frente a él pero suponía que sería la dueña o al menos tendría que ver algo con todo eso, no podía pasarse de patán porque si a alguien le convenía mantener de su lado sería ella—. Discúlpeme usted, no he tenido una buena noche y me he levantado de muy mal humor —hizo todo lo posible para que el gesto que hizo con la cabeza pareciese auténtico—. Y su informe es correcto, madame, no tengo como seguir manteniendo la renta de éste lugar. —más que el orgullo o la dignidad Fergus se tragó su dolor y decepción, había tocado fondo, uno tan profundo que no veía siquiera por donde sacar la cabeza o en donde comenzar a escalar.
Sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo cuando la mujer se plantó frente a él, tragó saliva manteniendo una expresión serena. Chasqueó la lengua sin darse cuenta ante la petición. Estaba contra la espada o la pared, era ahora o nunca. Bajó la mirada un poco, lo suficiente como para que ella no pudiese distinguir su expresión—. Entiendo que usted, bueno, necesite esta habitación para alguien más o que sea una simple mentira para hacer que me vaya más rápido, —comenzó a hablar sin premeditación, movía las manos y volvió a verla a los ojos— pero no tiene garantía que la otra persona tenga la misma buena voluntad de irse por las buenas que yo al no poder pagar. —tal vez su habilidad para hacer negocios nunca había sido tan buena, o era muy convincente, este sería el momento para descubrirlo—. Según entendí alguien administraba este lugar, de muy mala manera por lo que puedo ver, le puedo hacer una propuesta a modo de pago de mi deuda, ¿le interesa escucharla? —
Siempre, desde que había tenido sus primeros encuentros con los ingleses que llegaban a su pueblo a comprar o a simplemente alardear de sus riquezas Fergus había detestado a todo aquel que fuese -o tuviera la planta de- burgués, no porque tuviesen dinero ya que después de todo él en algún momento lo tuvo, es más aquel aire de superioridad que éstos humanos, si es que aún pueden seguir siendo llamados así, tienen. Le disgusta que lo vean desde arriba, no es siquiera tan alto como para poder hacer lo contrario con la mayoría de los que conoce, tampoco lo suficientemente robusto como para intimidar a alguien con su físico, lo único que tiene es esa mirada filosa y de pocos amigos. Esa mirada que Anastasia solía llamar "los ojos del lobo".
— Fergus —respondió con desdén. No le gustaba revelar su apellido, no a cualquiera que tuviese las influencias suficientes como para poder reconocerlo o cualquier cosa parecida, sí, un poco paranoico y sin razón, lo cual hace todo peor. Cedió ante la mirada frívola de la mujer, habría suspirado si no quisiera perder más su dignidad. Apretó la mandíbula al sentir como su espacio personal era invadido por la humanidad ajena, la puerta fue cerrada por la mujer, «No me va a matar, ¿o si?», volvía la paranoia. Sus ojos seguían los movimientos elegantes de ella, se irguió para poder estar a toda su altura, aunque no fuese mucha. Volvió a clavar la mirada en la ajena en un intento de recobrar su orgullo.
— Estoy muy seguro que no viene a invitarme a una taza de té, su majestad. —no se dejaría pisotear tan fácilmente. Observó con sumo desprecio como aquella mujer se levantaba el vestido, ¿acaso creía que se meaba sobre el suelo? Humedeció sus labios y rozó el inferior con sus dientes, debía tranquilizarse, ni la resaca ni su intolerancia por los agrandados debían apoderarse de él. No conocía a la mujer que estaba frente a él pero suponía que sería la dueña o al menos tendría que ver algo con todo eso, no podía pasarse de patán porque si a alguien le convenía mantener de su lado sería ella—. Discúlpeme usted, no he tenido una buena noche y me he levantado de muy mal humor —hizo todo lo posible para que el gesto que hizo con la cabeza pareciese auténtico—. Y su informe es correcto, madame, no tengo como seguir manteniendo la renta de éste lugar. —más que el orgullo o la dignidad Fergus se tragó su dolor y decepción, había tocado fondo, uno tan profundo que no veía siquiera por donde sacar la cabeza o en donde comenzar a escalar.
Sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo cuando la mujer se plantó frente a él, tragó saliva manteniendo una expresión serena. Chasqueó la lengua sin darse cuenta ante la petición. Estaba contra la espada o la pared, era ahora o nunca. Bajó la mirada un poco, lo suficiente como para que ella no pudiese distinguir su expresión—. Entiendo que usted, bueno, necesite esta habitación para alguien más o que sea una simple mentira para hacer que me vaya más rápido, —comenzó a hablar sin premeditación, movía las manos y volvió a verla a los ojos— pero no tiene garantía que la otra persona tenga la misma buena voluntad de irse por las buenas que yo al no poder pagar. —tal vez su habilidad para hacer negocios nunca había sido tan buena, o era muy convincente, este sería el momento para descubrirlo—. Según entendí alguien administraba este lugar, de muy mala manera por lo que puedo ver, le puedo hacer una propuesta a modo de pago de mi deuda, ¿le interesa escucharla? —
Fergus K. Burk- Humano Clase Baja
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Re: In dreams I have achieved everything - Fergus.
Un eco distante al interior de su cabeza le indicaba que nuevamente era el silencio lo que se había apoderado de ella. Escuchaba las palabras de Fergus en silencio, intentando poder toda su atención en lo que él decía y también en el modo en que éstas eran dichas. Pero era inútil, su voz y por sobre todo ese acento, le recordaban pasajes que creía olvidados, enterrados en lo profundo de su memoria y que ahora salían disparados como el agua cuando se abre una compuerta. Simple es observar que le hace una propuesta y también que se ha dado cuenta que estaba mintiendo. Desde que dejó el burdel hace casi cuatro años que no es capaz de engañar a la gente del mismo modo en que lo hacía antes, es como si hubiese perdido ese talento que tantos beneficios le trajo alguna vez.
—Así como te estoy echando a ti puedo echar al que venga después y al siguiente luego de ese… ¿crees que me cuesta hacerlo? ¿crees que pierdo algo? —reanuda el paseo por la habitación y lo hace como método para despejar su mente y volver a la sensación de silencio que tenía momentos atrás. Le hubiese gustado venir de noche, entrar al hostal y sentir la respiración agitada de esos cuartos donde las prostitutas atienden a los clientes que no pagan y los ronquidos de los habitantes recurrentes. Pero aquello sería invasivo, peligroso y hasta estúpido. Es cierto que necesita con urgencia a alguien que se haga cargo de ese negocio que aún no sabe por qué decidió comprar, especialmente para que cuide por ella lo que ni siquiera sabe si podrá cuidar en algún momento. Fergus no parece el más adecuado, pero hasta ahora es la carta menos mala que tiene entre las manos.
Le molesta tener que elegir al “mal menor”, a lo que queda cuando se acaban las alternativas, pero los ojos de ese muchacho… de ese hombre, algo le transmiten y si su intuición no falla, al menos podrá estar unos meses tranquila hasta que se dé cuenta que él también la traicionará, tal como han hecho todos. —¿Qué puedes ofrecerme tú a cambio de todo lo que debes? Porque considera que a tu deuda no le he sumado intereses ni tampoco las faltas de respeto que has cometido hoy… eso ya es bastante y hasta podrías tomarlo como un descuento o que estoy cansada de la gente como tú y quiero que te vayas lo antes posible… —al decir todo eso frunce el ceño levemente, vuelve a observarlo y a sentir que debería confiar en él. Es por eso que le pasan todas esas cosas, por ser una idiota y creer en la gente de buenas a primeras.
—Ya sé lo que quieres ofrecerme, Fergus… —alza la comisura de sus labios brevemente antes de volver a adoptar ese papel de mujer seria que intenta tener. —Soy la dueña de este lugar desde hace bastante tiempo como para conocer el tipo de personas que lo frecuentan… sé que quieres hacerte cargo de él y con eso saldar tu deuda… —se detiene y lo mira de reojo por sobre su hombro, uno de los rizos de su cabello luce fuera de lugar y le gustaría acercarse para ordenarlo, sólo por la manía de que cada cosa esté donde deba estar. —Dime… ¿por qué tendría que aceptar tu oferta? ¿Qué tienes tú para entregarme que no tienen los otros que quieren este puesto? ¿Cuál es tu ofrecimiento al fin y al cabo? —algo se ilumina dentro de sí y recuerda dónde ha vivido una situación similar. Fue hace muchos años y mientras aún vivía en Inglaterra, esa voz es de las tierras del norte. —¿De dónde vienes, Fergus? —
—Así como te estoy echando a ti puedo echar al que venga después y al siguiente luego de ese… ¿crees que me cuesta hacerlo? ¿crees que pierdo algo? —reanuda el paseo por la habitación y lo hace como método para despejar su mente y volver a la sensación de silencio que tenía momentos atrás. Le hubiese gustado venir de noche, entrar al hostal y sentir la respiración agitada de esos cuartos donde las prostitutas atienden a los clientes que no pagan y los ronquidos de los habitantes recurrentes. Pero aquello sería invasivo, peligroso y hasta estúpido. Es cierto que necesita con urgencia a alguien que se haga cargo de ese negocio que aún no sabe por qué decidió comprar, especialmente para que cuide por ella lo que ni siquiera sabe si podrá cuidar en algún momento. Fergus no parece el más adecuado, pero hasta ahora es la carta menos mala que tiene entre las manos.
Le molesta tener que elegir al “mal menor”, a lo que queda cuando se acaban las alternativas, pero los ojos de ese muchacho… de ese hombre, algo le transmiten y si su intuición no falla, al menos podrá estar unos meses tranquila hasta que se dé cuenta que él también la traicionará, tal como han hecho todos. —¿Qué puedes ofrecerme tú a cambio de todo lo que debes? Porque considera que a tu deuda no le he sumado intereses ni tampoco las faltas de respeto que has cometido hoy… eso ya es bastante y hasta podrías tomarlo como un descuento o que estoy cansada de la gente como tú y quiero que te vayas lo antes posible… —al decir todo eso frunce el ceño levemente, vuelve a observarlo y a sentir que debería confiar en él. Es por eso que le pasan todas esas cosas, por ser una idiota y creer en la gente de buenas a primeras.
—Ya sé lo que quieres ofrecerme, Fergus… —alza la comisura de sus labios brevemente antes de volver a adoptar ese papel de mujer seria que intenta tener. —Soy la dueña de este lugar desde hace bastante tiempo como para conocer el tipo de personas que lo frecuentan… sé que quieres hacerte cargo de él y con eso saldar tu deuda… —se detiene y lo mira de reojo por sobre su hombro, uno de los rizos de su cabello luce fuera de lugar y le gustaría acercarse para ordenarlo, sólo por la manía de que cada cosa esté donde deba estar. —Dime… ¿por qué tendría que aceptar tu oferta? ¿Qué tienes tú para entregarme que no tienen los otros que quieren este puesto? ¿Cuál es tu ofrecimiento al fin y al cabo? —algo se ilumina dentro de sí y recuerda dónde ha vivido una situación similar. Fue hace muchos años y mientras aún vivía en Inglaterra, esa voz es de las tierras del norte. —¿De dónde vienes, Fergus? —
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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