AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un brindis por el pasado... perdon, por el futuro que llegará -Fergus K. Burk-
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Un brindis por el pasado... perdon, por el futuro que llegará -Fergus K. Burk-
Aquel camino que ilumina
Aquellas sombras de agonía
Mi pasado me acompaña
Cual inútil fantasma
Mikhaeila. Solo ese nombre resonaba en mi cabeza. ¿Por qué tuvo que pasar por tanto? ¿Por qué tuve que existir yo? Todo por culpa de ese maldito mozo de cuadra que la violo cuando nada más tenía unos cuantos años de edad. Gruñí. Había tomado el control de Mikhaeila hacia unas horas y ya no era capaz de escucharla. Solo era yo. En ese momento no me preocupaba por su estado mental… Bueno, en parte.
Todo eso había surgido de un pequeño desliz en mi pensamiento interno, una mínima pregunta desequilibró todo mi ser, haciendo que reventara, que tomase el cuerpo en un arrebato de dolor, de tristeza. Nunca me había preguntado el por qué de mi existencia así que investigué en los recuerdos de Mikhaeila… Una violación. Yo era el resultado de una violación.
Tomé lo primero que tuviese a la mano y salí a caminar por la ciudad. Había acallado a la dueña original, como si de un secuestro se tratase y suspiré. Bloquee mi mente así ella no sabría lo que pensaba. Este día dominaría yo. Al menos, eso tenía planeado. Necesitaba escaparme, ser yo misma, al menos por unas cuantas horas.
Pasee por harto tiempo hasta que me canse y vi la taberna abierta. “Debería tomarme unos cuantos tragos… No me haría mal.” Suspiré, entrando. La taberna tenía un hermoso decorado, bastante elegante, pero sin llegar a ser algo digno de la clase alta, a la que Mikhaeila pertenecía. Pero yo no, yo sí me sentía a gusto en ese lugar. Mikhaeila echaría a correr apenas pusiera un pie en ese lugar.
El aroma a cerveza y otros alcoholes predominaban el ambiente, así como también el humo de los diferentes cigarros que los hombres fumaban en sus respectivas esquinas. Observé detenidamente el lugar: estaba bastante vacío. Me gustaba.
Fui a sentarme a la barra, donde había algo de luz y pedí un trago de whisky. Era lo más rico que se me había venido a la cabeza. El dueño del local me miro con mala cara, como reprobando que una dama se encontrase en aquellos lugares tan inhóspitos pero luego de que casi lo asesinara con la mirada, me paso el trago que le había pedido, a regañadientes, a lo que mascullé un “Gracias” irónico. “Hombres… No todas las mujeres son unas santurronas que gustan del buen trato” Al rato sonreí. Realmente, a Mikhaeila si le gustaba eso. A ella.
Tomé el trago y suspiré. Me sentía terriblemente devastada. Pero nadie me entendería. Eso era lo peor de todo. Pedí otro trago y lo tomé de golpe. Daba por hecho que el alcohol no me afectaba tan rápidamente. “Mikhaeila me mataría, si pudiera”
Aquellas sombras de agonía
Mi pasado me acompaña
Cual inútil fantasma
Mikhaeila. Solo ese nombre resonaba en mi cabeza. ¿Por qué tuvo que pasar por tanto? ¿Por qué tuve que existir yo? Todo por culpa de ese maldito mozo de cuadra que la violo cuando nada más tenía unos cuantos años de edad. Gruñí. Había tomado el control de Mikhaeila hacia unas horas y ya no era capaz de escucharla. Solo era yo. En ese momento no me preocupaba por su estado mental… Bueno, en parte.
Todo eso había surgido de un pequeño desliz en mi pensamiento interno, una mínima pregunta desequilibró todo mi ser, haciendo que reventara, que tomase el cuerpo en un arrebato de dolor, de tristeza. Nunca me había preguntado el por qué de mi existencia así que investigué en los recuerdos de Mikhaeila… Una violación. Yo era el resultado de una violación.
Tomé lo primero que tuviese a la mano y salí a caminar por la ciudad. Había acallado a la dueña original, como si de un secuestro se tratase y suspiré. Bloquee mi mente así ella no sabría lo que pensaba. Este día dominaría yo. Al menos, eso tenía planeado. Necesitaba escaparme, ser yo misma, al menos por unas cuantas horas.
Pasee por harto tiempo hasta que me canse y vi la taberna abierta. “Debería tomarme unos cuantos tragos… No me haría mal.” Suspiré, entrando. La taberna tenía un hermoso decorado, bastante elegante, pero sin llegar a ser algo digno de la clase alta, a la que Mikhaeila pertenecía. Pero yo no, yo sí me sentía a gusto en ese lugar. Mikhaeila echaría a correr apenas pusiera un pie en ese lugar.
El aroma a cerveza y otros alcoholes predominaban el ambiente, así como también el humo de los diferentes cigarros que los hombres fumaban en sus respectivas esquinas. Observé detenidamente el lugar: estaba bastante vacío. Me gustaba.
Fui a sentarme a la barra, donde había algo de luz y pedí un trago de whisky. Era lo más rico que se me había venido a la cabeza. El dueño del local me miro con mala cara, como reprobando que una dama se encontrase en aquellos lugares tan inhóspitos pero luego de que casi lo asesinara con la mirada, me paso el trago que le había pedido, a regañadientes, a lo que mascullé un “Gracias” irónico. “Hombres… No todas las mujeres son unas santurronas que gustan del buen trato” Al rato sonreí. Realmente, a Mikhaeila si le gustaba eso. A ella.
Tomé el trago y suspiré. Me sentía terriblemente devastada. Pero nadie me entendería. Eso era lo peor de todo. Pedí otro trago y lo tomé de golpe. Daba por hecho que el alcohol no me afectaba tan rápidamente. “Mikhaeila me mataría, si pudiera”
Mikhaeila/Dharian- Humano Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 14/05/2013
Edad : 28
Re: Un brindis por el pasado... perdon, por el futuro que llegará -Fergus K. Burk-
Las calles de Paris aún le resultaban poco familiares pero muy hermosas, ni siquiera en veinte días que llevaba vagando por esa ciudad se podía encontrar en ésta, todos los callejones se veían tan diferentes durante las noches como si de día fueran una calle y al caer el sol otra. Los hostales siempre se le movían de lugar, en sus primeros días de estancia por la nueva ciudad Fergus tuvo que pagar dos habitaciones en la misma noche ya que no encontró el mismo hostal dos veces, sí, se sentía muy estúpido pero esa sensación de no tener que preocuparse por nada ni nadie más que de él le gustaba más de lo que debería ser capaz de admitir.
Había anochecido varias horas atrás, ni siquiera llevaba reloj consigo porque se lo cambió a un vago en Alemania que le había robado sus maletas, «Hijo de puta.» pensó al recordar aquel reloj de bolsillo con acabados de plata y el emblema de la familia MacGrath en la tapa frontal, la firma de Anastasia grabada en la parte posterior, ¿por qué lo seguía guardando? Los rastros de su pasado aún lo acompañaban e inconscientemente Burk se deshacía de todo poco a poco, comenzando con la bufanda que dejó ir en el barco que tomó hacia el Reino Unido, ya quedaba poco de Anastasia en su presente.
Sí, quedaba poco pero lo que más lo atormentaba es lo que tenía; durante el día podía apagar su mente con un paseo por las bulliciosas calles de la ciudad o entre los parques llenos de gente, pero durante la noche no. La noche era silenciosa y romántica, un trago amargo para él, tan amargo como la cerveza de mala calidad que servían en algunas tabernas.
Miró a su alrededor, dos velas iluminaban pobremente la habitación de escasos metros cuadrados, las ventanas emitían un chirrido molesto debido a las bisagras mal engrasadas, las cortinas se movían vagamente gracias al viento que entraba a la habitación. Cerró el libro de poemas que leía, no sin antes haber doblado la esquina superior derecha de la página para saber exactamente donde se había quedado.
Ya levantado de la silla en que estaba se estiró, sus músculos crujieron al desentumecerse después de haber pasado quién sabe cuanto tiempo en la misma posición mientras leía.
Pasó la punta de su lengua sobre la yema de su dedo índice diestro y apagó ambas velas, un rastro de las cenizas realzó su huella dactilar. Tomó uno de los abrigos del montón que tenía sobre la cama y salió del hostal a toda prisa. El pasado lo perseguía y mientras más tiempo se la pasaba solo más rápido se ponía ansioso. Tal vez no sabía como llegar a la estación de policía ni al mercado pero la taberna más cercana a su hostal seguro que a esa si que sabía como llegar.
Entró con efusividad al lugar, empujando la puerta con todas sus ganas.
— ¡Una jarra de cerveza! —exclamó tras apenas sentarse sobre uno de los bancos frente a la barra. El aroma a tabaco quemándose le entraba por las fosas nasales y hacía que su olfato se regocijara, miró a la derecha y luego a la izquierda, había mucha gente y eso le gustaba. El bullicio era bueno para su paranoia.
Estaba a mitad del trago cuando sus ojos se clavaron sobre la mujer a unos cuantos bancos de él, una mujer tan parecida a Anastasia, con esa mirada perdida, un buen trago en mano y la carita de ángel. Miró su cerveza, era eso y nada más, ¿verdad? Una coincidencia pura. La idiotez habló por él—. Un lugar bastante mundano para alguien de su porte, señorita —se vio traicionado por un instinto que hizo nada más que poner sal sobre una herida. Sonrió, ya no había marcha atrás.
Había anochecido varias horas atrás, ni siquiera llevaba reloj consigo porque se lo cambió a un vago en Alemania que le había robado sus maletas, «Hijo de puta.» pensó al recordar aquel reloj de bolsillo con acabados de plata y el emblema de la familia MacGrath en la tapa frontal, la firma de Anastasia grabada en la parte posterior, ¿por qué lo seguía guardando? Los rastros de su pasado aún lo acompañaban e inconscientemente Burk se deshacía de todo poco a poco, comenzando con la bufanda que dejó ir en el barco que tomó hacia el Reino Unido, ya quedaba poco de Anastasia en su presente.
Sí, quedaba poco pero lo que más lo atormentaba es lo que tenía; durante el día podía apagar su mente con un paseo por las bulliciosas calles de la ciudad o entre los parques llenos de gente, pero durante la noche no. La noche era silenciosa y romántica, un trago amargo para él, tan amargo como la cerveza de mala calidad que servían en algunas tabernas.
Miró a su alrededor, dos velas iluminaban pobremente la habitación de escasos metros cuadrados, las ventanas emitían un chirrido molesto debido a las bisagras mal engrasadas, las cortinas se movían vagamente gracias al viento que entraba a la habitación. Cerró el libro de poemas que leía, no sin antes haber doblado la esquina superior derecha de la página para saber exactamente donde se había quedado.
Ya levantado de la silla en que estaba se estiró, sus músculos crujieron al desentumecerse después de haber pasado quién sabe cuanto tiempo en la misma posición mientras leía.
Pasó la punta de su lengua sobre la yema de su dedo índice diestro y apagó ambas velas, un rastro de las cenizas realzó su huella dactilar. Tomó uno de los abrigos del montón que tenía sobre la cama y salió del hostal a toda prisa. El pasado lo perseguía y mientras más tiempo se la pasaba solo más rápido se ponía ansioso. Tal vez no sabía como llegar a la estación de policía ni al mercado pero la taberna más cercana a su hostal seguro que a esa si que sabía como llegar.
Entró con efusividad al lugar, empujando la puerta con todas sus ganas.
— ¡Una jarra de cerveza! —exclamó tras apenas sentarse sobre uno de los bancos frente a la barra. El aroma a tabaco quemándose le entraba por las fosas nasales y hacía que su olfato se regocijara, miró a la derecha y luego a la izquierda, había mucha gente y eso le gustaba. El bullicio era bueno para su paranoia.
Estaba a mitad del trago cuando sus ojos se clavaron sobre la mujer a unos cuantos bancos de él, una mujer tan parecida a Anastasia, con esa mirada perdida, un buen trago en mano y la carita de ángel. Miró su cerveza, era eso y nada más, ¿verdad? Una coincidencia pura. La idiotez habló por él—. Un lugar bastante mundano para alguien de su porte, señorita —se vio traicionado por un instinto que hizo nada más que poner sal sobre una herida. Sonrió, ya no había marcha atrás.
Fergus K. Burk- Humano Clase Baja
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 14/12/2013
Localización : Paris, Francia
Re: Un brindis por el pasado... perdon, por el futuro que llegará -Fergus K. Burk-
Recordando un pasado
Antagonía sin pesares
Duele el alma pesumbrosa
De un dolor sin colores
Una risa ahogada sonó en mi mente al ver al caballero que, sentado un poco más allá, pedía a voces una jarra de cerveza. Bajé la mirada y me reí, apenas sonriendo. “Tan solo quiere llamar la atención o está realmente desesperado por algo de alcohol” Lo miré con detenimiento. Parecía buen hombre, sin embargo, algo desgraciado para su suerte. Por momento, una pequeña muestra de lastima asomó por mi rostro, pero dejé la mirada perdida en el fondo, detrás del joven caballero. “¿Por qué será que es así?”
El aroma a tabaco y el bullicio era algo agradable para mí.
Mikhaeila hubiera arrugado la nariz ante tal aroma, dulce pero algo amargo. Me sentía cómoda.
En un pestañeo, me di cuenta de la mirada fija del caballero que había ingresado al local minutos antes. “¿Acaso me está mirando a mi?” Bajé la mirada y esbocé una sonrisa, acomodando mi cabello largo detrás de mi oreja izquierda con las manos femeninamente delicadas de Mikhaeila. Debía recordarme constantemente que lo que yo hiciera, afectaría directamente a la otra parte de mí, que ahora mismo se encontraba dormida en lo profundo de mí ser.
Escuché sus palabras y sonreí, mirándolo de reojo. Parecía tener buenas intenciones. Lo miré en la distancia, observando que una pequeña distancia nos separaba, nada más un par de bancos se interponían entre nosotros. Parecía agradable. Me levanté con mi vaso en mano y caminé hasta situarme más cerca de él. Lo miré directo a los ojos, con una mirada algo seria para mí.
-Pues no la verdad caballero… ¿Qué le hace pensar que soy de porte alto? Aquí no se distinguen rango, ni sexo, ni estatus social. Solo somos personas disfrutando de ahogar nuestras agridulces penas en alcohol. ¿O es que alguien de clase alta no puede simplemente llegar a beber una copa? ¿Qué sabe Ud. Si no soy una simple cortesana a la que han pagado bien... O una ladrona que gusta de camuflarse en la alta sociedad?- era bastante astuta y sin embargo podía pasar por alguien dulce. Después de todo, había aprendido de Mikhaeila. Ella era la mejor maestra para estos casos, debía admitir. El cantinero me miraba con cierto interés, pero me parecía bastante desagradable, así que para desviar su atención, pedí otro trago de whisky, el cual me lo sirvió enseguida.
Esbocé una sutil sonrisa en mis labios mientras oía su respuesta, jugando con el pequeño vaso entre mis dedos, desviando mi atención del joven que me hablaba. Si en algo era experta era en hacer que los hombres se volviesen locos por mí. Claro que eliminaba los recuerdos de estos encuentros de la mente de Mikhaeila. Lo que no sabía era que este joven veía en mí las penas de una antigua mujer que había pasado por su vida. Nada más jugaba con él. A ver qué ocurriría… Mi mente comenzaba a planificar alguna forma de engatusarlo.
Antagonía sin pesares
Duele el alma pesumbrosa
De un dolor sin colores
Una risa ahogada sonó en mi mente al ver al caballero que, sentado un poco más allá, pedía a voces una jarra de cerveza. Bajé la mirada y me reí, apenas sonriendo. “Tan solo quiere llamar la atención o está realmente desesperado por algo de alcohol” Lo miré con detenimiento. Parecía buen hombre, sin embargo, algo desgraciado para su suerte. Por momento, una pequeña muestra de lastima asomó por mi rostro, pero dejé la mirada perdida en el fondo, detrás del joven caballero. “¿Por qué será que es así?”
El aroma a tabaco y el bullicio era algo agradable para mí.
Mikhaeila hubiera arrugado la nariz ante tal aroma, dulce pero algo amargo. Me sentía cómoda.
En un pestañeo, me di cuenta de la mirada fija del caballero que había ingresado al local minutos antes. “¿Acaso me está mirando a mi?” Bajé la mirada y esbocé una sonrisa, acomodando mi cabello largo detrás de mi oreja izquierda con las manos femeninamente delicadas de Mikhaeila. Debía recordarme constantemente que lo que yo hiciera, afectaría directamente a la otra parte de mí, que ahora mismo se encontraba dormida en lo profundo de mí ser.
Escuché sus palabras y sonreí, mirándolo de reojo. Parecía tener buenas intenciones. Lo miré en la distancia, observando que una pequeña distancia nos separaba, nada más un par de bancos se interponían entre nosotros. Parecía agradable. Me levanté con mi vaso en mano y caminé hasta situarme más cerca de él. Lo miré directo a los ojos, con una mirada algo seria para mí.
-Pues no la verdad caballero… ¿Qué le hace pensar que soy de porte alto? Aquí no se distinguen rango, ni sexo, ni estatus social. Solo somos personas disfrutando de ahogar nuestras agridulces penas en alcohol. ¿O es que alguien de clase alta no puede simplemente llegar a beber una copa? ¿Qué sabe Ud. Si no soy una simple cortesana a la que han pagado bien... O una ladrona que gusta de camuflarse en la alta sociedad?- era bastante astuta y sin embargo podía pasar por alguien dulce. Después de todo, había aprendido de Mikhaeila. Ella era la mejor maestra para estos casos, debía admitir. El cantinero me miraba con cierto interés, pero me parecía bastante desagradable, así que para desviar su atención, pedí otro trago de whisky, el cual me lo sirvió enseguida.
Esbocé una sutil sonrisa en mis labios mientras oía su respuesta, jugando con el pequeño vaso entre mis dedos, desviando mi atención del joven que me hablaba. Si en algo era experta era en hacer que los hombres se volviesen locos por mí. Claro que eliminaba los recuerdos de estos encuentros de la mente de Mikhaeila. Lo que no sabía era que este joven veía en mí las penas de una antigua mujer que había pasado por su vida. Nada más jugaba con él. A ver qué ocurriría… Mi mente comenzaba a planificar alguna forma de engatusarlo.
Mikhaeila/Dharian- Humano Clase Alta
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