A dream is a wish your heart makes [Fatima]

por **Loreena Mckennitt** Jue Ene 02, 2014 11:28 am

¿Qué buscaba? Esa era la pregunta que se hizo mientras cabalgaba a las zonas más alejadas de la ciudad, no era de su agrado estar rodeada de personas, sólo le bastaba estar con sus allegados, eso era más que suficiente. Loreena no se consideraba una muchacha sociable, no confiaba en casi nadie y sus únicos amigos eran dos cambiaformas y un fantasma; continuaba aferrada a sus pensamientos durante el largo trayecto, ignorando el lento trote del corcel blanco que le llevaba. El frío era inclemente y ella se dirigía a un viaje sin fin, sin destino, sin nada. Sólo quería mantenerse alejada de una urbe que le asfixiaba en seguidas ocasiones, era tan diferente de su amada Irlanda; nostalgia y buenos recuerdos, mezclados con ese sentimiento de querer regresar a aquel país que la vio nacer hace unos años atrás.

El paisaje vestía con gracia sus mejores atuendos invernales, la naturaleza era el mejor sastre que había conocido, era inigualable. La joven irlandesa posaba sus ojos en el blanquecino manto que cubría el suelo, grabando en su mente cada detalle importante, disfrutaba de esos pequeños momentos en soledad, le brindaban la paz necesaria que su alma le clamaba. De vez en cuando acariciaba la crin del rocín a lo que éste le respondía con un leve bufido. Era joven, inexperta y un tanto ingenua pero sus habilidades de cierta forma mejoraban, en especial esa conexión tan especial con los animales y espíritus, que poseía desde muy niña.

El camino se abría paso al infinito, se hacía más solitario y un tanto monótono. La nieve se apropiaba de cada centímetro de la extensa planicie, Loreena empezaba a aburrirse de todo aquello y pensaba que ya era hora de regresar a casa antes de que la noche cayera. Se sentía un tanto melancólica por aquellos recuerdos de su país natal, que iban y venían como las olas del mar, ese mar que se hallaba frente a las tierras irlandesas, tierras que tomaban formas de verdosas montañas y colinas. Esperaba volver pronto.

Se preparaba entonces para volver a su hogar pero notó que algo no andaba bien con ella. Una extraña pesadez y una sensación de encierro, de ofuscamiento, le invadieron repentinamente. La chica resopló con cierta molestia, no comprendía la causa de aquel malestar y de dicha ansiedad, era algo totalmente ajeno a ella. Negó varias veces, tratando de que todo aquello simplemente desapareciera pero no, se volvía más intenso a medida que avanzaba. Respiró profundo y se concentró en el ambiente que le rodeaba, el paraje estaba desierto pero su intuición le hizo percibir algo más, terrenal y el culpable de todo ese lío de emociones que no eran propias de ella. Desde ese instante lo supo, no estaba sola y mientras adelantaba el paso, más intenso era el sentimiento.

La curiosidad no tardaría en hacerse presente en Loreena, quién decidida, como un soldado en combate, iría en busca del contenedor de dichas emociones, aquel que vivía encerrado en su propio ser, atormentándose por cada segundo de existencia. Se bajó del corcel y caminó al lado del éste sujetándole de las riendas; no temía, sentía la necesidad de hallar a aquel ser que tanta conmoción le causó. Una silueta a la distancia, apacible y solitaria era la causante de toda aquella tempestad; la irlandesa con paso firme se acercaba más a ésta forma mortal, los deseos de descubrir los motivos de tanta desesperanza eran los que la guiaban a su encuentro.

por **Fatima Alaoui** Jue Feb 27, 2014 10:58 pm

Cuando los pájaros cantaban de esa forma, una estridente y que parece arrancarles de la garganta los sonidos, es cuando más me recuerdan que están ahí burlándose de mí. Las aves se ríen de mis pies en la tierra, de las cadenas que me atan a la tierra y de la imposibilidad que tengo de volar. Los escucho cada mañana mientras avanzan hacia donde sea que viajen cada día y siempre creo ver a los mismos rondando mi lecho. Algunos un poco más grandes, otros tan pequeños que la gente les ha puesto nombres sin sentido y otros, muchos otros, se mantienen en las sombras y temen al igual que yo. Ellos me temen a mí y yo les temo a ellos.

No temo a que puedan hacerme daño, ya nada más puede hacerlo después de todo lo que he vivido. Aún así no quiero dejar esta ciudad, no todavía, queda mucho por obtener de aquí, sobre todo considerando que pareciera que nadie duerme en este inmenso pueblo. Las noches están llenas de risas y vida de la que no soy parte, ni pretendo serlo. Pero para seguir habitando Paris debo salir, ir en busca de lo necesario… pese a que no descubro qué es. Esa mañana sólo me levanté y partí, con las manos y el estómago vacíos, tal como se mantendrán a lo largo del día.

Me toma horas caminar hasta ese rincón alejado que he visitado antes, bajo las mismas circunstancias. Mi reserva de ciertas hierbas escasea y gracias a la instrucción que una vez recibí de esa mujer que ya dejó la tierra he podido volver a encontrarlas cada vez que ha sido necesario. Puedo recordar a qué altura realizar el desvío, el modo en que estaban ubicadas las piedras y cómo el musgo las ha ido cubriendo. El tiempo debe haber hecho lo mismo conmigo sólo que no es tan notorio. Miro mis manos y las veo desprovistas de la vegetación verde que a ellas las cubre, pero mis palmas están llenas de marcas y muchas de ellas las ha hecho mi propia navaja.

He estado horas de pie en el mismo lugar, absorbiendo detalles que aunque quisiera olvidar no podría. Rehúyo el contacto con los humanos por hoy y sólo sirve para que mi pasado y todos quienes lo habitan me golpeen en el rostro y logren que caiga de rodillas. Ahora las pequeñas piedras se incrustan en mi piel y algunas serán parte del recordatorio de los errores que he cometido. Aquellas escenas con mi familia son las que me azotan con mayor fuerza, ellos siempre me roban la poca cordura que tengo y transforman mi soledad en un juego sádico del que soy protagonista y también la moderadora. Me gustaría correr pero no tengo escapatoria.

Falta poco para que sea de noche, tal vez un par de horas y me encuentro sentada a la sombra de un árbol pese a que el sol casi no ha estado presente. Los días de estos meses han sido grises y me agradan de ese modo. Me gusta el invierno, el otoño y me gustaría saber quién es la figura que se acerca a mi espalda e interrumpe mi paz. No quiero voltearme, una vez que lo haga recordaré su rostro, su silueta, la ropa que lleva puesta y los gestos de su cara para siempre. Todo lo recuerdo para siempre, incluso la línea de pensamientos que tengo en este momento. —¿Qué te atrae hasta acá, forastera? —Sé que es una mujer, que nadie me pregunte cómo lo sé porque es difícil de explicar, pero sé que quien se acerca es una mujer y también sé que no será la última vez que la encuentre.

por **Loreena Mckennitt** Dom Mar 23, 2014 10:41 pm

—¿Por qué?—musitó Loreena a medida que se acercaba más a la figura femenina que se hallaba bajo la sombra de aquel árbol.

La pelirroja detuvo su paso, supo de inmediato que su presencia incomodaba a la mujer que estaba a unos cuantos pasos de ella. Pero, no quería retirarse del lugar tan pronto, no sin haber ayudado siquiera un poco. Loreena era una muchacha hiperactiva, alegre y un tanto fastidiosa con aquellos que eran de su agrado y estaba dispuesta a ayudar a quienes lo necesitaran. Su terquedad no le permitía retroceder; se alentó a sí misma para avanzar sólo unos pasos más. Ató las riendas de la bestia a un árbol cercano y con osadía se acercó a la dama.

El frío era inclemente como el invierno mismo. El paisaje perdía su colorido para tornarse monótono sin embargo, la naturaleza jamás pierde su encanto. Loreena observó a su alrededor, estaban solas; en el interior de aquel cuerpo pudo notar los martirios con los que lidiaba aquella criatura, no tan diferente a ella. Sus pesares se hicieron suyos, la comprendió sin saber cómo. La irlandesa se mantuvo callada por unos segundos, la mujer era como la caja de Pandora, resguardaba dentro los más oscuros sentimientos pero en algún lado de su ser, escondida y temerosa, debía estar la esperanza que jamás se marchita. Sin pensarlo dos veces se colocó frente a la visión de “Pandora” y le observó atentamente con una amplia sonrisa. Una sonrisa de esas que sólo muestran los niños cuando algo les hace verdaderamente felices.

—Debo decir que usted fue quien me atrajo hasta este lugar. Disculpe mi atrevimiento, ¿Se encuentra bien? —Preguntó Loreena al momento en que se colocaba de cuclillas y observaba curiosa a la mujer—. Me gustaría ayudarle de alguna manera, espero me lo permita.

Era una atrevida pero, no tenía malas intenciones. Tenía un espíritu curioso aunque, su intuición siempre le señalaba que debía ir con cuidado de ser necesario sin embargo, esa vez no lo creyó necesario. Estaba tan conectada a aquel ser viviente que alejarse era algo que simplemente no quería. Continuó mirándole de aquel modo infantil, quiso por un momento curar aquellas heridas que marcaban la piel de la muchacha pero, se contuvo por respeto a la dama. ¿Será que le agradaba la soledad tanto como a ella? Después de todo no eran tan distintas y sus personalidades reflejaban las torturas del alma de diferentes maneras pero, eran torturas al fin. El silencio se hacía más incomodo y el frío quería congelar hasta los huesos, el manto de nieve continuaba estático y pálido como el cielo gris que se abría paso sobre ellas; el ambiente y Loreena, sólo esperaban una respuesta.

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