AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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A Dream Within a Dream — Privado
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A Dream Within a Dream — Privado
Había elegido un ramo de amapolas silvestres, las mismas que solían crecer en el jardín de su casa. Eran las favoritas de su madre porque su esposo las había sembrado para ella, y Clarisse recordaba aquel gesto con especial devoción, porque justo solía pasar mucho tiempo entre esas flores, maravillada por ese color intenso e hipnótico de sus pétalos. Las amapolas eran las que solían vestir las tumbas de sus padres, y cada fin de semana de primavera, las cambiaba para que las lápidas se mantuvieran siempre vivas, dejando al lado ese aire sombrío tan característico de los cementerios. Las historias tras la muerte solían ser tristes, rodeadas de recuerdos nefastos, como los suyos. Si ellos habrían muerto por enfermedad, o por la edad, lo hubiera asimilado mejor, pero aquello distaba mucho de lo que los arrastró hacia el otro lado.
Aquella vez no llevó a sus pequeños hermanos con ella, porque debían asistir a las clases de piano que tanto los entusiasmaban. Además, obligarlos a acompañarla a un lugar tan triste, no era lo más sano, porque deseaba verlos siempre felices. Louis y Lucienne eran lo más importante para ella, junto con Darcell; eran su motivo para seguir adelante, a pesar de la terrible maldición que la atormentaba hasta en los sueños.
Las transformaciones le daban un giro a toda su existencia, incluso presentía que, en algún momento de desconocimiento de la realidad, había atacado a alguien. ¿Y si esa persona había terminado como ella? El cargo de conciencia solía fastidiarla de manera continua, pero prefirió optar por ignorar aquello; quizá sólo se trataba de un mal presentimiento suyo, nada más. Aparte, no podía llevar tristezas a la tumba de sus amados parientes, al contrario, debía asegurarles, en su lugar de descanso, que estaba bien; que a pesar de todo lo horrible de aquella noche en la que perdieron la vida, ella estaba bien. Y seguiría estándolo.
Clarisse solía ser una mujer fuerte de espíritu, porque la vida misma se encargó de forjarle ese carácter. No de la mejor manera, claro, pero así estaban las cosas. Ella no pretendía estar lamentándose de esquina en esquina, porque no era la única que perdía a un ser querido, ¡habían muchos que lo hacían! Y sin embargo, salían adelante, ¿por qué ella no? Los Aubriot nunca mostraban flaquezas, ¡nunca! Y el rojo intenso de las amapolas se lo confirmó. Hasta sonrió, con una sinceridad que le regresaba el alma al cuerpo. La visita al camposanto no debía ser motivo de decaimiento, sino de alegría, de respeto por el espíritu de los difuntos. Es más, mientras se hallaba caminando por el trecho que la conducía a los sepulcros de sus padres, recordó cuando su madre le hablaba de la abuela; nunca la vio llorar por su ausencia, porque decía que ahora la anciana estaría en un lugar mejor, en donde las miserias no la tocarían jamás.
Con ese recuerdo consolador, avanzó, consolándose con la idea de que ellos estarían en un sitio más afable, en donde nada los haría llorar. Un hermoso pensamiento, pensó. Uno que la llenaba de deseos de vivir. Pero, ya estando a un par de pasos de las tumbas, una brisa gélida, extrañísima, la sacudió. Clarisse no solía ser tan supersticiosa, no obstante, la mala impresión de ese aire frío no le dejó el pensamiento tranquilo, ni siquiera cuando estuvo cambiando las flores marchitas por las otras.
—Lamento estar tan intranquila —expresó, mientras arreglaba las amapolas—. No debería estarlo, y menos delante de ustedes. Quizá esté exagerando, pero, ¿saben? Desde que una parte de mí dejó ser humana, hay cosas del ambiente que no se ignoran con facilidad. Yo sé que me entienden, siempre lo hacían... Siempre.
Aunque se hallaba tan distraída, su propio cuerpo la puso en alerta. La espalda se le erizó, como lo haría el lomo de un animal al sentir una presencia ajena. Y, efectivamente, Clarisse ya no se encontraba sola en esa parte del cementerio. Apenas estaba cayendo la tarde, por lo que las visitas ya no eran tan recurrentes. Sin embargo, al parecer no era la única que prefería aquellas horas tan reservadas.
Aquella vez no llevó a sus pequeños hermanos con ella, porque debían asistir a las clases de piano que tanto los entusiasmaban. Además, obligarlos a acompañarla a un lugar tan triste, no era lo más sano, porque deseaba verlos siempre felices. Louis y Lucienne eran lo más importante para ella, junto con Darcell; eran su motivo para seguir adelante, a pesar de la terrible maldición que la atormentaba hasta en los sueños.
Las transformaciones le daban un giro a toda su existencia, incluso presentía que, en algún momento de desconocimiento de la realidad, había atacado a alguien. ¿Y si esa persona había terminado como ella? El cargo de conciencia solía fastidiarla de manera continua, pero prefirió optar por ignorar aquello; quizá sólo se trataba de un mal presentimiento suyo, nada más. Aparte, no podía llevar tristezas a la tumba de sus amados parientes, al contrario, debía asegurarles, en su lugar de descanso, que estaba bien; que a pesar de todo lo horrible de aquella noche en la que perdieron la vida, ella estaba bien. Y seguiría estándolo.
Clarisse solía ser una mujer fuerte de espíritu, porque la vida misma se encargó de forjarle ese carácter. No de la mejor manera, claro, pero así estaban las cosas. Ella no pretendía estar lamentándose de esquina en esquina, porque no era la única que perdía a un ser querido, ¡habían muchos que lo hacían! Y sin embargo, salían adelante, ¿por qué ella no? Los Aubriot nunca mostraban flaquezas, ¡nunca! Y el rojo intenso de las amapolas se lo confirmó. Hasta sonrió, con una sinceridad que le regresaba el alma al cuerpo. La visita al camposanto no debía ser motivo de decaimiento, sino de alegría, de respeto por el espíritu de los difuntos. Es más, mientras se hallaba caminando por el trecho que la conducía a los sepulcros de sus padres, recordó cuando su madre le hablaba de la abuela; nunca la vio llorar por su ausencia, porque decía que ahora la anciana estaría en un lugar mejor, en donde las miserias no la tocarían jamás.
Con ese recuerdo consolador, avanzó, consolándose con la idea de que ellos estarían en un sitio más afable, en donde nada los haría llorar. Un hermoso pensamiento, pensó. Uno que la llenaba de deseos de vivir. Pero, ya estando a un par de pasos de las tumbas, una brisa gélida, extrañísima, la sacudió. Clarisse no solía ser tan supersticiosa, no obstante, la mala impresión de ese aire frío no le dejó el pensamiento tranquilo, ni siquiera cuando estuvo cambiando las flores marchitas por las otras.
—Lamento estar tan intranquila —expresó, mientras arreglaba las amapolas—. No debería estarlo, y menos delante de ustedes. Quizá esté exagerando, pero, ¿saben? Desde que una parte de mí dejó ser humana, hay cosas del ambiente que no se ignoran con facilidad. Yo sé que me entienden, siempre lo hacían... Siempre.
Aunque se hallaba tan distraída, su propio cuerpo la puso en alerta. La espalda se le erizó, como lo haría el lomo de un animal al sentir una presencia ajena. Y, efectivamente, Clarisse ya no se encontraba sola en esa parte del cementerio. Apenas estaba cayendo la tarde, por lo que las visitas ya no eran tan recurrentes. Sin embargo, al parecer no era la única que prefería aquellas horas tan reservadas.
Clarisse Aubriot- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 29/03/2017
Re: A Dream Within a Dream — Privado
Cementerios. Nunca habían sido realmente su fuerte, por mucho que sus dos padres llevaran supuestamente muertos desde que él tenía siete años —o eso le dijeron, claro, he ahí la cuestión—. Sus dos tumbas se encontraban en un mausoleo particular de su casa en Luxemburgo y siempre que los había visitado, la sensación distaba mucho de la que lo embargaba cada vez que había tenido que pisar aquellos lugares dedicados a compartir el recuerdo de la muerte. Para un hombre que había vivido en la gran mentira de una vida acomodada, aquella sucesión de lápidas no distaban mucho de una fosa común. Y para las patologías de un niño sin crecer que se mantenía alienado del mundo —salvo cuando era hora de sacarlo a la luz en sus comportamientos bipolares—, la sensación de estar entre tanto dolor ajeno con el que podía empatizar claramente lo agobiaba.
¿Insensible? ¿Egoísta? Humano, incluso cuando la luna llena probaba lo contrario.
Por culpa de los empujes desconsiderados que había aportado la figura de Abigail Zarkozi al misterio por el que se desvivía, se había acabado enterando de algo técnicamente horrible: que no sólo compartía naturaleza sobrenatural con su tía sino que el licántropo que lo convirtió a él tantos años atrás durante su primer viaje a París había sido su propio padre. Sí, el mismo que creía muerto, al igual que su madre. Ninguno lo estaba, o al menos no lo estuvieron entonces. Aquel mausoleo privado sólo representaba una farsa más en aquella espiral de mentiras. ¿Cómo esperaban que acabara saliendo él en mitad de todo eso? ¿Cuerdo? Eso explicaba muchas cosas.
Obviamente había más detalles en toda aquella historia y, por supuesto, una explicación al torrencial de preguntas que conllevaba. Como era de esperar en el luxemburgués, no iba a pensar en eso ahora, ni siquiera cuando venía muy relacionado al estar allí, en el cementerio, justamente para buscar el nombre falso de los restos de Klaus Vallespir… No quería hablar del puñetero tema y mucho menos con las voces apelotonadas de su cabeza.
Caminó entre piedra y hierba, con la misma destreza que un elefante en una cacharrería, conforme analizaba su entorno en una mezcla de consideración e incomodidad. Se paró al divisar su objetivo, muy próximo a la única visitante, aparte del propio Dennis, que rondaba por allí a esas horas: una joven, otra 'Hija de la luna' según podía percibir a causa de su aura y cuya mirada le hizo olvidar completamente el motivo por el que acababa de plantarse en aquel sitio. Y si recordábamos que ese motivo había sido básicamente su vida entera desde que ésta se oscureciera para siempre, aquello que le transmitieron esos ojos cristalinos no podía tratarse de cualquier cosa…
Sucedió todo en un parpadeo: la negrura espesa de una noche, los gritos de súplica, el contacto fiero y la sangre. Su garganta se secó en el acto y el corazón le colisionó contra el pecho, deliberado y asustadizo, como el sudor que le perlaba la frente cada noche al despertarse en mitad de sus pesadillas. Su rostro desencajado y presa de la confusión más dolorosa volvió a acecharle entonces, sin ninguna medida de seguridad contra la posible incredulidad de una persona desconocida y que, sin embargo, le había despertado el recuerdo de otro misterio sin resolver. Lo había intentado adormecer sin éxito alguno, bastante tenía con lo que tenía, o eso pensaba…
Definitivamente, eso pensaba.
—Buenas tardes. —Todavía no supo cómo fue capaz de recomponerse y responder con tanta naturalidad, detrás de un carraspeo de pura torpeza que tampoco se iba a molestar en disimular a esas alturas. Se hallaba en mitad de una actividad muy poco inusual en sus costumbres, abrumado por el horror que había detrás de lo que llevaba tantos años queriendo desenterrar, así que no planeaba toparse con nadie y, por tanto, no se había preparado para actuar ante un encuentro social. Incluso si llevaba casi toda su existencia fingiendo ser un ciudadano de salud mental estándar, en aquellos momentos estaba cansado y vulnerable. Demasiado como para resistirse a la tensión tan intrigante que desprendía la sola presencia de aquella mujer— Disculpad, ¿nos conocemos de algo? —se sorprendió a sí mismo exteriorizando lo que se le pasaba por su trastornada mente, aunque… ¿Acaso alguna vez había podido detener sus impulsos cambiantes?— No es mi intención sonar así de intrusivo, mademoiselle, a mí también me cuesta entenderlo, pero hay algo en vos que… —Había soñado, literalmente— Olvidadlo, debo de estar delirando.
O recreando sus pesadillas a través de aquellos rasgos tan oníricos que a pesar de su natural belleza, le producían unos escalofríos que no comprendía.
¿Insensible? ¿Egoísta? Humano, incluso cuando la luna llena probaba lo contrario.
Por culpa de los empujes desconsiderados que había aportado la figura de Abigail Zarkozi al misterio por el que se desvivía, se había acabado enterando de algo técnicamente horrible: que no sólo compartía naturaleza sobrenatural con su tía sino que el licántropo que lo convirtió a él tantos años atrás durante su primer viaje a París había sido su propio padre. Sí, el mismo que creía muerto, al igual que su madre. Ninguno lo estaba, o al menos no lo estuvieron entonces. Aquel mausoleo privado sólo representaba una farsa más en aquella espiral de mentiras. ¿Cómo esperaban que acabara saliendo él en mitad de todo eso? ¿Cuerdo? Eso explicaba muchas cosas.
Obviamente había más detalles en toda aquella historia y, por supuesto, una explicación al torrencial de preguntas que conllevaba. Como era de esperar en el luxemburgués, no iba a pensar en eso ahora, ni siquiera cuando venía muy relacionado al estar allí, en el cementerio, justamente para buscar el nombre falso de los restos de Klaus Vallespir… No quería hablar del puñetero tema y mucho menos con las voces apelotonadas de su cabeza.
Caminó entre piedra y hierba, con la misma destreza que un elefante en una cacharrería, conforme analizaba su entorno en una mezcla de consideración e incomodidad. Se paró al divisar su objetivo, muy próximo a la única visitante, aparte del propio Dennis, que rondaba por allí a esas horas: una joven, otra 'Hija de la luna' según podía percibir a causa de su aura y cuya mirada le hizo olvidar completamente el motivo por el que acababa de plantarse en aquel sitio. Y si recordábamos que ese motivo había sido básicamente su vida entera desde que ésta se oscureciera para siempre, aquello que le transmitieron esos ojos cristalinos no podía tratarse de cualquier cosa…
Sucedió todo en un parpadeo: la negrura espesa de una noche, los gritos de súplica, el contacto fiero y la sangre. Su garganta se secó en el acto y el corazón le colisionó contra el pecho, deliberado y asustadizo, como el sudor que le perlaba la frente cada noche al despertarse en mitad de sus pesadillas. Su rostro desencajado y presa de la confusión más dolorosa volvió a acecharle entonces, sin ninguna medida de seguridad contra la posible incredulidad de una persona desconocida y que, sin embargo, le había despertado el recuerdo de otro misterio sin resolver. Lo había intentado adormecer sin éxito alguno, bastante tenía con lo que tenía, o eso pensaba…
Definitivamente, eso pensaba.
—Buenas tardes. —Todavía no supo cómo fue capaz de recomponerse y responder con tanta naturalidad, detrás de un carraspeo de pura torpeza que tampoco se iba a molestar en disimular a esas alturas. Se hallaba en mitad de una actividad muy poco inusual en sus costumbres, abrumado por el horror que había detrás de lo que llevaba tantos años queriendo desenterrar, así que no planeaba toparse con nadie y, por tanto, no se había preparado para actuar ante un encuentro social. Incluso si llevaba casi toda su existencia fingiendo ser un ciudadano de salud mental estándar, en aquellos momentos estaba cansado y vulnerable. Demasiado como para resistirse a la tensión tan intrigante que desprendía la sola presencia de aquella mujer— Disculpad, ¿nos conocemos de algo? —se sorprendió a sí mismo exteriorizando lo que se le pasaba por su trastornada mente, aunque… ¿Acaso alguna vez había podido detener sus impulsos cambiantes?— No es mi intención sonar así de intrusivo, mademoiselle, a mí también me cuesta entenderlo, pero hay algo en vos que… —Había soñado, literalmente— Olvidadlo, debo de estar delirando.
O recreando sus pesadillas a través de aquellos rasgos tan oníricos que a pesar de su natural belleza, le producían unos escalofríos que no comprendía.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
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Re: A Dream Within a Dream — Privado
Quizá la repentina incomodidad de su mente sería algo producto de la sugestión. Encontrarse en un cementerio, a punto de derrumbarse la noche sobre la ciudad, no era algo muy sensato, y dadas las historias que rodeaban a estos lugares, lo más probable es que su mente se inquietaba ante tanta superchería. No lo negaba, pero tampoco lo aceptaba. Desde esa noche en la que fue atacada por aquella bestia, dejó de temerle a la muerte simbólica; a las vastas llanuras adornadas con lápidas y epitafios; a los relatos de fantasmas y aparecidos; al miedo que deambulaba en los camposantos. Para Clarisse ya no significaba nada. El cementerio era, simplemente, el lugar en donde reposaban los restos de sus padres, porque sus almas, de seguro, se hallarían en un lugar mejor, en ese sitio que sería su recompensa después de la vida física. Solamente eso.
Pero resultaba que todas esas teorías, a las que se aferraba con fervor, se disiparon; huyeron a un rincón muy oscuro de su cabeza, dejándola intrigada en ese instante. Su misma naturaleza le alertaba sobre algo que no alcanzaba a comprender. Las habilidades sobrehumanas, que llevaba acumulando desde hacía un par de años, le mostraban cosas que antes, siendo una simple mortal, no lograba ver, ni siquiera enterarse. Desde luego, no era algo que consideraba una bendición, muy al contrario, a veces representaba un trago muy amargo; un dolor de cabeza agudo y molesto. Y es que encontrarse con otros sobrenaturales no siempre era una buena señal, indiferentemente de su raza, la sensación solía ser la misma.
Por esa misma razón es que pudo darse cuenta que ese hombre, el que justó apareció a sus espaldas, era uno como ella. No solamente se trataba de alguien con una naturaleza fuera de lo común, sino que también resultó ser un licántropo. ¡Curioso! Llegó a pensar, sólo por el simple hecho de que ya había lidiado con otro hacía varios días atrás. Pero no, en aquel podía intuir algo diferente, hasta familiar... Tan idéntico como ocurrió con Hugo. ¡De acuerdo! Empezaba a volverse loca con tantas coincidencias extrañas. Y por más que quiso apartar semejantes ideas de sus pensamientos, no pudo hacerlo. La impresión incluso la enmudeció por un momento breve, mientras observaba en silencio a la figura del desconocido que se dirigía a ella.
Echó un vistazo a su alrededor, y tras esos segundos de confusión, sacudió la cabeza, frunciendo el ceño al mismo tiempo. Fue entonces cuando retornaron a su memoria las terribles imágenes que tantas pesadillas le han causado. El recuerdo lúcido de la noche en la que su familia sufrió un atentado espantoso; el mismo atentado que la maldijo para siempre por la presencia del plenilunio.
¿Por qué justo tenía que recordarlo? ¿Y por qué justo cuando sus ojos coincidieron con los de ese hombre?
—Buenas tardes —contestó, y lo hizo en voz baja, aún con la presencia extraña que rodeaba la escena. Era extraño que algo lograra silenciarla por mucho tiempo, aun así, sacó valor suficiente para no dejarse apabullar—. ¿Algo que le parece familiar? Digo, eso fue lo que quiso decir, ¿no es así? Porque creo que tengo la misma sospecha, y no lo entiendo. —Finalmente se puso de pie, retirando algunos pétalos de amapolas que quedaron pegados a su falda—. Creo que es la primera vez que lo veo, pero quizá no. He conocido a muchas personas, y a veces no las recuerdo a todas.
Por supuesto, intentó excusarse como mejor podía, y como mejor le alcanzara la lógica. Sin embargo, no podía ignorar los impulsos silenciosos de su cuerpo, de su mente; de tener la certeza de que había algo más oculto tras ese rostro pálido que se hallaba tan confundido como ella. A veces las coincidencias se daban en los lugares más insólitos, pero menos incongruentes para tales casos. Tal vez esa era de las veces en que ambas cosas se cumplían al pie de la letra, desafiando cualquier rastro de insignificantes teorías científicas.
—Si le sirve, mi nombre es Clarisse... Clarisse Aubriot. ¿Y el suyo? Supongo que esto podría ayudar, no lo sé —agregó, sabiendo que él podría rechazar la pregunta, largarse o simplemente evadirla. ¿Y si no lo hacía? ¿Y si realmente era necesario que coincidieran de esa manera?—. No se preocupe, siempre puede optar por no decir nada. Lamento si mi interrogante lo incomodó más de lo que ya estaba.
Pero resultaba que todas esas teorías, a las que se aferraba con fervor, se disiparon; huyeron a un rincón muy oscuro de su cabeza, dejándola intrigada en ese instante. Su misma naturaleza le alertaba sobre algo que no alcanzaba a comprender. Las habilidades sobrehumanas, que llevaba acumulando desde hacía un par de años, le mostraban cosas que antes, siendo una simple mortal, no lograba ver, ni siquiera enterarse. Desde luego, no era algo que consideraba una bendición, muy al contrario, a veces representaba un trago muy amargo; un dolor de cabeza agudo y molesto. Y es que encontrarse con otros sobrenaturales no siempre era una buena señal, indiferentemente de su raza, la sensación solía ser la misma.
Por esa misma razón es que pudo darse cuenta que ese hombre, el que justó apareció a sus espaldas, era uno como ella. No solamente se trataba de alguien con una naturaleza fuera de lo común, sino que también resultó ser un licántropo. ¡Curioso! Llegó a pensar, sólo por el simple hecho de que ya había lidiado con otro hacía varios días atrás. Pero no, en aquel podía intuir algo diferente, hasta familiar... Tan idéntico como ocurrió con Hugo. ¡De acuerdo! Empezaba a volverse loca con tantas coincidencias extrañas. Y por más que quiso apartar semejantes ideas de sus pensamientos, no pudo hacerlo. La impresión incluso la enmudeció por un momento breve, mientras observaba en silencio a la figura del desconocido que se dirigía a ella.
Echó un vistazo a su alrededor, y tras esos segundos de confusión, sacudió la cabeza, frunciendo el ceño al mismo tiempo. Fue entonces cuando retornaron a su memoria las terribles imágenes que tantas pesadillas le han causado. El recuerdo lúcido de la noche en la que su familia sufrió un atentado espantoso; el mismo atentado que la maldijo para siempre por la presencia del plenilunio.
¿Por qué justo tenía que recordarlo? ¿Y por qué justo cuando sus ojos coincidieron con los de ese hombre?
—Buenas tardes —contestó, y lo hizo en voz baja, aún con la presencia extraña que rodeaba la escena. Era extraño que algo lograra silenciarla por mucho tiempo, aun así, sacó valor suficiente para no dejarse apabullar—. ¿Algo que le parece familiar? Digo, eso fue lo que quiso decir, ¿no es así? Porque creo que tengo la misma sospecha, y no lo entiendo. —Finalmente se puso de pie, retirando algunos pétalos de amapolas que quedaron pegados a su falda—. Creo que es la primera vez que lo veo, pero quizá no. He conocido a muchas personas, y a veces no las recuerdo a todas.
Por supuesto, intentó excusarse como mejor podía, y como mejor le alcanzara la lógica. Sin embargo, no podía ignorar los impulsos silenciosos de su cuerpo, de su mente; de tener la certeza de que había algo más oculto tras ese rostro pálido que se hallaba tan confundido como ella. A veces las coincidencias se daban en los lugares más insólitos, pero menos incongruentes para tales casos. Tal vez esa era de las veces en que ambas cosas se cumplían al pie de la letra, desafiando cualquier rastro de insignificantes teorías científicas.
—Si le sirve, mi nombre es Clarisse... Clarisse Aubriot. ¿Y el suyo? Supongo que esto podría ayudar, no lo sé —agregó, sabiendo que él podría rechazar la pregunta, largarse o simplemente evadirla. ¿Y si no lo hacía? ¿Y si realmente era necesario que coincidieran de esa manera?—. No se preocupe, siempre puede optar por no decir nada. Lamento si mi interrogante lo incomodó más de lo que ya estaba.
Clarisse Aubriot- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 29/03/2017
Re: A Dream Within a Dream — Privado
Sí, claro que le sonaba familiar, como la temblorosa urticaria que le empezaba a invadir por todo el cuerpo, extraño síntoma de su ansiedad cuando quizá era un recuerdo como licántropo lo que le atoraba por dentro. ¿Temeroso o deseoso de salir? No sabía cuál de las dos, ni mucho menos cuál prefería. ¡Pobre y patético monstruito! ¿Qué se suponía que esperaban de él? ¿Qué diablos hacía mirando directamente a los ojos de la vida que no se acordaba de haber destrozado sin hacer honor ni a sus traumas disfrazados de pesadilla ni a la justicia misma que tanto lo agitaba desde entonces? ¿Por qué le costaba tamaño esfuerzo recordar? ¿Por qué no podía simplemente apretar los puños y abrir la boca?
La muerte, el asesinato… Desde aquella maldita noche que su subconsciente se forzaba a ahogar a su alrededor se había formado una espiral de repetición y castigo que marcaba cada uno de sus pasos, antes y después de haber acabado cara a cara con otra de las víctimas que se agenciaba la deplorable estela de los Vallespir. ¿Cuándo demonios iba a aparecer alguien que, de verdad, se quedara a enseñarle cómo debía gestionar todo aquello? Sí, suponía que ya era mayorcito para solucionar sus propios problemas, pero sus patologías infantiles no habían estado toda su vida allí al acecho por cualquier cosa y a fin de cuentas, por muy adulto que se convirtiera de repente, de nada servía la purgación si no podía compartirla con los demás. No iba a madurar sólo para beneficiarse a sí mismo, llevaba demasiado tiempo solo con su propia enfermedad como para no tener ganas de entablar una conversación decente y real con una mirada igual de cristalina que la de Clarisse.
Aubriot… ¿De qué diantres le sonaba ese apellido? ¡Otra vez su mente intentando lapidar cada recoveco habitable en su perturbada memoria! ¿Acaso no podían darle un respiro por primera vez desde que la dentadura de un lobo se clavara en su cuello?
—Yo… —casi titubeó, ¡y el galán Vallespir, conocido en las alcobas femeninas de medio París y Luxemburgo, jamás emitía un solo balbuceo en presencia de las damas!— Sí, eso es, familiar —reflexionó, de repente consciente del clamor de aquella palabra, en el cruel papel que obraba dentro de su historia personal. Una familia, la del propio Dennis y la otra que gritaba en su cabeza. Una voz, otro grito… tan 'familiar' en la voz de aquella desconocida—. ¿Es también a vuestra familia a quien venís a ver?
Ni él mismo se creyó aquella pregunta tan arrolladoramente íntima que se impulsó a expresar, mientras sus ojos descendían hacia el par de lápidas frente a las que se encontraba su reciente interlocutora y que rápidamente se tradujeron como destellos de oscuridad perforándole de nuevo la mente y provocando, a su vez, que tuviera la necesidad de llevarse una mano a la sien para recuperar un equilibrio que le había fallado de repente. No se atrevía siquiera a leer las dos inscripciones que seguramente habría grabadas en la piedra y que confirmarían el temor con el que su auto-negación ganaba, una vez más, la batalla.
—Estoy bien, ha debido de ser un simple mareo —se descubrió justificándose en voz alta, no sabía si para sí mismo o para las extrañas pupilas de la muchacha que él ya había visto en mitad de una sorpresa en otra ocasión. Una muchísimo peor—. Dennis Vallespir —respondió a su pregunta cuando ella aún no había terminado de ofrecerle la indulgente opción de la privacidad—. Ha habido muchas cosas que no he obedecido de mis enseñanzas, así como, muy a mi pesar, también he cumplido otras tantas, pero la de devolver el favor de presentarse nunca la he realizado, ni la realizaré, a disgusto —afirmó, mientras aprovechaba la solemnidad de sus palabras para trasladarla a su físico, nuevamente erguido y esa vez, dispuesto a adentrarse donde hiciera falta. Incluso si eso significaba destapar otro velo horrible—. ¿Y a vos? ¿Os ayuda mi nombre? Supongo que no, debo de parecer un pobre iluso sólo de pensarlo...
Aunque hubiera regresado la firmeza a su tono de voz y a su temple, la palabra 'nombre' la dijo casi farfullando, conforme el verde azulado de su propia mirada se confundía entre el césped, el cielo y la lápida de su padre, de la que se había alejado unos pasos atrás, cuyo 'nombre' no coincidía con el que acababa de pronunciar, enterrado allí bajo una falsa identidad. A lo mejor era así como también se sentía Dennis en aquellos precisos instantes, como un impostor que, sin embargo, ya no podía seguir fingiendo que no sabía a quiénes había mandado al cementerio.
La muerte, el asesinato… Desde aquella maldita noche que su subconsciente se forzaba a ahogar a su alrededor se había formado una espiral de repetición y castigo que marcaba cada uno de sus pasos, antes y después de haber acabado cara a cara con otra de las víctimas que se agenciaba la deplorable estela de los Vallespir. ¿Cuándo demonios iba a aparecer alguien que, de verdad, se quedara a enseñarle cómo debía gestionar todo aquello? Sí, suponía que ya era mayorcito para solucionar sus propios problemas, pero sus patologías infantiles no habían estado toda su vida allí al acecho por cualquier cosa y a fin de cuentas, por muy adulto que se convirtiera de repente, de nada servía la purgación si no podía compartirla con los demás. No iba a madurar sólo para beneficiarse a sí mismo, llevaba demasiado tiempo solo con su propia enfermedad como para no tener ganas de entablar una conversación decente y real con una mirada igual de cristalina que la de Clarisse.
Aubriot… ¿De qué diantres le sonaba ese apellido? ¡Otra vez su mente intentando lapidar cada recoveco habitable en su perturbada memoria! ¿Acaso no podían darle un respiro por primera vez desde que la dentadura de un lobo se clavara en su cuello?
—Yo… —casi titubeó, ¡y el galán Vallespir, conocido en las alcobas femeninas de medio París y Luxemburgo, jamás emitía un solo balbuceo en presencia de las damas!— Sí, eso es, familiar —reflexionó, de repente consciente del clamor de aquella palabra, en el cruel papel que obraba dentro de su historia personal. Una familia, la del propio Dennis y la otra que gritaba en su cabeza. Una voz, otro grito… tan 'familiar' en la voz de aquella desconocida—. ¿Es también a vuestra familia a quien venís a ver?
Ni él mismo se creyó aquella pregunta tan arrolladoramente íntima que se impulsó a expresar, mientras sus ojos descendían hacia el par de lápidas frente a las que se encontraba su reciente interlocutora y que rápidamente se tradujeron como destellos de oscuridad perforándole de nuevo la mente y provocando, a su vez, que tuviera la necesidad de llevarse una mano a la sien para recuperar un equilibrio que le había fallado de repente. No se atrevía siquiera a leer las dos inscripciones que seguramente habría grabadas en la piedra y que confirmarían el temor con el que su auto-negación ganaba, una vez más, la batalla.
—Estoy bien, ha debido de ser un simple mareo —se descubrió justificándose en voz alta, no sabía si para sí mismo o para las extrañas pupilas de la muchacha que él ya había visto en mitad de una sorpresa en otra ocasión. Una muchísimo peor—. Dennis Vallespir —respondió a su pregunta cuando ella aún no había terminado de ofrecerle la indulgente opción de la privacidad—. Ha habido muchas cosas que no he obedecido de mis enseñanzas, así como, muy a mi pesar, también he cumplido otras tantas, pero la de devolver el favor de presentarse nunca la he realizado, ni la realizaré, a disgusto —afirmó, mientras aprovechaba la solemnidad de sus palabras para trasladarla a su físico, nuevamente erguido y esa vez, dispuesto a adentrarse donde hiciera falta. Incluso si eso significaba destapar otro velo horrible—. ¿Y a vos? ¿Os ayuda mi nombre? Supongo que no, debo de parecer un pobre iluso sólo de pensarlo...
Aunque hubiera regresado la firmeza a su tono de voz y a su temple, la palabra 'nombre' la dijo casi farfullando, conforme el verde azulado de su propia mirada se confundía entre el césped, el cielo y la lápida de su padre, de la que se había alejado unos pasos atrás, cuyo 'nombre' no coincidía con el que acababa de pronunciar, enterrado allí bajo una falsa identidad. A lo mejor era así como también se sentía Dennis en aquellos precisos instantes, como un impostor que, sin embargo, ya no podía seguir fingiendo que no sabía a quiénes había mandado al cementerio.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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