AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
2 participantes
Página 1 de 1.
If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Aquella noche decidió no acudir al teatro. No porque no quisiese, sino porque era época de ensayos tras el gran triunfo de su última obra, y se sabía su guión y sus actuaciones al dedillo como para perder una noche ensayando. ¿Y qué era para él no perder una noche? En primer lugar, nada más salir de su ataúd y aguardar a que el halo de luz anaranjado que bañaba su balón se tornase gris –lo que suponía que el sol se puso en su totalidad–, salió a cazar. No le llevó mucho tiempo; aguardó a que un joven saliese de su jornada de trabajo de una fábrica y lo empotró contra la pared, vaciándole en menos de cinco minutos. Su sangre le dio vitalidad, y le haría estar activo durante lo que restaba de oscuridad. Volvió a su casa, por los lugares más inhóspitos con el fin de hacer uso y practicar de su habilidad de levitación. Se creía el rey del mundo cuando lo hacía.
Una vez en su casa, se cambió la ropa, que se manchó de sangre; se cambió la elegante camisa blanca y el oscuro pantalón de traje por una simple bata de seda negra. No necesitaba nada más que eso y la ropa interior para una noche en la que no saldría más de casa. En primer lugar encendió el fuego, pues aunque era peligroso y en verdad no le hacía falta sentir el calor de éste puesto que no sentía nada en general, le gustaba mirarlo. Luego se llenó un dedo de vino en una copa de cristal que consumiría a lo largo de toda la noche. Era un líquido que soportaba en pequeñísimas cantidades. Se hizo con un libro de Homero y se sentó en la butaca que tenía frente al fuego, devorando las letras del libro.
Pero a los quince minutos, se dio cuenta de que faltaba algo: seguridad. No estaba a gusto en su hogar, por primera vez en más de doscientos años. Cogió aire y lo soltó por la nariz con lentitud, escudriñando las esquinas del salón en el que estaba. No había rastro de nada o nadie. Luego aspiró por la nariz, aprovechando su olfato desarrollado para intentar captar el olor de un licántropo, un cambiaformas o lo que fuese que estaba turbando su silencio, pero sus fosas nasales sólo captaron el olor de la leña quemándose, del libro, de la piel del sofá, de su seda... pero nada fuera de lo común.
Se puso en pie, copa en mano, y recorrió su casa con lentitud, no dejándose asustar por las sombras que las lámparas de gas creaban. Volvió al salón, negando con el rostro. Nada ni nadie. O eso creía él. Carraspeó, metiéndose la mano libre entre sus cabellos dorados. —Quienquiera que seas, será mejor que te dejes ver si aprecias tu vida. Podría cortarte las arterias de un sólo mordisco. Si valoras tu vida, vete.
No se veía miedo en su voz, ni mucho menos. Pero estaba algo nervioso porque, el fondo, sabía que sí había alguien allí. ¿Pero quién, maldición, quién? Se acercó a una ventana, abriéndola un palmo para asomarse y vislumbrar el jardín trasero, a un lado y a otro. Como esperaba, todo vacío a excepción de un gato que salió corriendo hacia los matorrales.
Una vez en su casa, se cambió la ropa, que se manchó de sangre; se cambió la elegante camisa blanca y el oscuro pantalón de traje por una simple bata de seda negra. No necesitaba nada más que eso y la ropa interior para una noche en la que no saldría más de casa. En primer lugar encendió el fuego, pues aunque era peligroso y en verdad no le hacía falta sentir el calor de éste puesto que no sentía nada en general, le gustaba mirarlo. Luego se llenó un dedo de vino en una copa de cristal que consumiría a lo largo de toda la noche. Era un líquido que soportaba en pequeñísimas cantidades. Se hizo con un libro de Homero y se sentó en la butaca que tenía frente al fuego, devorando las letras del libro.
Pero a los quince minutos, se dio cuenta de que faltaba algo: seguridad. No estaba a gusto en su hogar, por primera vez en más de doscientos años. Cogió aire y lo soltó por la nariz con lentitud, escudriñando las esquinas del salón en el que estaba. No había rastro de nada o nadie. Luego aspiró por la nariz, aprovechando su olfato desarrollado para intentar captar el olor de un licántropo, un cambiaformas o lo que fuese que estaba turbando su silencio, pero sus fosas nasales sólo captaron el olor de la leña quemándose, del libro, de la piel del sofá, de su seda... pero nada fuera de lo común.
Se puso en pie, copa en mano, y recorrió su casa con lentitud, no dejándose asustar por las sombras que las lámparas de gas creaban. Volvió al salón, negando con el rostro. Nada ni nadie. O eso creía él. Carraspeó, metiéndose la mano libre entre sus cabellos dorados. —Quienquiera que seas, será mejor que te dejes ver si aprecias tu vida. Podría cortarte las arterias de un sólo mordisco. Si valoras tu vida, vete.
No se veía miedo en su voz, ni mucho menos. Pero estaba algo nervioso porque, el fondo, sabía que sí había alguien allí. ¿Pero quién, maldición, quién? Se acercó a una ventana, abriéndola un palmo para asomarse y vislumbrar el jardín trasero, a un lado y a otro. Como esperaba, todo vacío a excepción de un gato que salió corriendo hacia los matorrales.
Gilbert T. Rouché- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/09/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Era un gran amante del arte, de cualquier tipo de representación de este. Por supuesto, eso no podía dejar de lado al teatro. Había muchos eventos a los que había estado invitado, pero hasta la fecha no se había molestado en acudir. El motivo era básicamente que aprovechaba sus noches para trabajar en su galería y atender a sus invitados, así que eran horarios muy similares como para poder atender a sus anfitriones cuando le invitaban a tal cosa.
Sin embargo, quiso el destino, o tal vez la mala suerte, que ese día decidiera hacerlo. Había ido acompañando a dos vampiresas, una de ellas era su compañera, la otra una amiga suya que disfrutaba enormemente de aquellos espectáculos y que les había insistido para que fueran. Él simplemente había tomado asiento para esperar a que el espectáculo comenzara. Mas no pudo llegar a enterarse muy bien de este detalle.
Si bien es cierto que los vampiros no desprenden realmente ningún tipo de olor, al no tener un organismo vivo, Emerick se sentía completamente capaz de reconocer, a distancia, a aquellos vampiros con los que había compartido la sangre, la cama, y sus horas más íntimas. Podía casi notar el ligerísimo aroma de su sangre bajo sus venas, aquella que ya no corría, que se alimentaba de otros. Así fue como sus ojos quedaron por un segundo perdidos en la nada del escenario, pues había percibido un olor que jamás podría olvidar, probablemente el único que se metía por sus fosas nasales y taladraba su cerebro para hacerse notar. Allí estaba Armando.
No quiso creerlo, al menos hasta que lo vio aparecer en escena. No dijo palabra alguna, ni tan siquiera se movió, a pesar de que en algún momento las mujeres trataron de entablar conversación con él. No, él estaba demasiado absorto en lo que sus ojos le mostraban, en ese cuerpo que se movía sobre el escenario. Su garganta podía saborear el amargo trago que era el rencor, y sus dedos se apretaban fuertemente sobre los reposabrazos de su asiento.
Dejó que los días pasaran, que las noches se sucedieran, esperando el momento oportuno, guardando bajo llave todos sus sentimientos y estando seguro de controlarlos antes de ir a verlo. Se merecía una explicación, la necesitaba. Es por ello que, como había hecho la primera vez, se coló en casa del vampiro, mucho más joven que él, y esperó. Aguardó en las sombras, buscó el lugar idóneo para esconderse y lo observó en cuanto llegó. El olor de la sangre fresca corriendo por su cuerpo fue más que notorio para Emerick, pero siguió sin inmutarse.
Las palabras del contrario casi le hicieron reír, pues estaba seguro de poder defenderse perfectamente de un niño como él, pues a sus ojos no era más que eso, un infante que apenas comienza a andar. Salió despacio de su escondite en las sombras y se acercó a él, tan silencioso que ni el aire podía superarlo. Aprovechó que estaba abriendo una ventana para colocarse justo tras él, prácticamente pegando su pecho a la espalda ajena y acercando los labios a su oreja. Asomó los colmillos, pero no llegó a atacar, solo dejó que su voz fría inundara los sentidos del otro vampiro.
— Me temo, joven muchacho, que no valoro mi vida lo suficiente como para marcharme. — murmuró, sin tener pensado alejarse en lo absoluto. Sería difícil que hubiera olvidado su voz, pero tal vez el otro era tan egoísta como para aquello. Llevó una de sus manos a su nuca, deslizando los dedos por esta — ¿La valoras tú lo suficiente como para comenzar a hablar? — no sabía si él lo entendería, si comprendería que solo había una cosa de la que quería escucharle hablar. Quería que le diera los motivos de su marcha, que le explicara por qué lo había abandonado de aquella manera. El rencor le había estado carcomiendo las entrañas los últimos doscientos años, y ahora al fin veía la oportunidad de tener una excusa para odiarle, para odiarle de verdad.
Sin embargo, quiso el destino, o tal vez la mala suerte, que ese día decidiera hacerlo. Había ido acompañando a dos vampiresas, una de ellas era su compañera, la otra una amiga suya que disfrutaba enormemente de aquellos espectáculos y que les había insistido para que fueran. Él simplemente había tomado asiento para esperar a que el espectáculo comenzara. Mas no pudo llegar a enterarse muy bien de este detalle.
Si bien es cierto que los vampiros no desprenden realmente ningún tipo de olor, al no tener un organismo vivo, Emerick se sentía completamente capaz de reconocer, a distancia, a aquellos vampiros con los que había compartido la sangre, la cama, y sus horas más íntimas. Podía casi notar el ligerísimo aroma de su sangre bajo sus venas, aquella que ya no corría, que se alimentaba de otros. Así fue como sus ojos quedaron por un segundo perdidos en la nada del escenario, pues había percibido un olor que jamás podría olvidar, probablemente el único que se metía por sus fosas nasales y taladraba su cerebro para hacerse notar. Allí estaba Armando.
No quiso creerlo, al menos hasta que lo vio aparecer en escena. No dijo palabra alguna, ni tan siquiera se movió, a pesar de que en algún momento las mujeres trataron de entablar conversación con él. No, él estaba demasiado absorto en lo que sus ojos le mostraban, en ese cuerpo que se movía sobre el escenario. Su garganta podía saborear el amargo trago que era el rencor, y sus dedos se apretaban fuertemente sobre los reposabrazos de su asiento.
Dejó que los días pasaran, que las noches se sucedieran, esperando el momento oportuno, guardando bajo llave todos sus sentimientos y estando seguro de controlarlos antes de ir a verlo. Se merecía una explicación, la necesitaba. Es por ello que, como había hecho la primera vez, se coló en casa del vampiro, mucho más joven que él, y esperó. Aguardó en las sombras, buscó el lugar idóneo para esconderse y lo observó en cuanto llegó. El olor de la sangre fresca corriendo por su cuerpo fue más que notorio para Emerick, pero siguió sin inmutarse.
Las palabras del contrario casi le hicieron reír, pues estaba seguro de poder defenderse perfectamente de un niño como él, pues a sus ojos no era más que eso, un infante que apenas comienza a andar. Salió despacio de su escondite en las sombras y se acercó a él, tan silencioso que ni el aire podía superarlo. Aprovechó que estaba abriendo una ventana para colocarse justo tras él, prácticamente pegando su pecho a la espalda ajena y acercando los labios a su oreja. Asomó los colmillos, pero no llegó a atacar, solo dejó que su voz fría inundara los sentidos del otro vampiro.
— Me temo, joven muchacho, que no valoro mi vida lo suficiente como para marcharme. — murmuró, sin tener pensado alejarse en lo absoluto. Sería difícil que hubiera olvidado su voz, pero tal vez el otro era tan egoísta como para aquello. Llevó una de sus manos a su nuca, deslizando los dedos por esta — ¿La valoras tú lo suficiente como para comenzar a hablar? — no sabía si él lo entendería, si comprendería que solo había una cosa de la que quería escucharle hablar. Quería que le diera los motivos de su marcha, que le explicara por qué lo había abandonado de aquella manera. El rencor le había estado carcomiendo las entrañas los últimos doscientos años, y ahora al fin veía la oportunidad de tener una excusa para odiarle, para odiarle de verdad.
Cullen D. Carter- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 12/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Cuando escuchó su voz, creyó que todo fue una mala pasada de su mente. Cuando Emerick volvió a hablar, cerró la ventana de golpe, como si la brisa colándose por ella fuese la culpable de aquella voz. Pero los dedos en su nuca y la cercanía de otro cuerpo en su espalda dejaron claro que no estaba alucinando, menos aún soñando, pues no podía. Le faltaba el aire, estaba en un estado de shock que jamás imaginaría sufrir. No olía, por supuesto, pero reconoció a su creador... Ese hombre que se llevó su virginidad, ese hombre que tanto le culturizó, ese hombre que siempre confió en él, ese hombre al que abandonó... Sus manos temblaron, así que las cerró en un puño e hizo fuerza, intentando calmarse.
Poco a poco se giró, soltando un jadeo de incredulidad al encontrarse con aquel impoluto rostro, también rubio, que años atrás le convirtió en quien ahora era. Con miedo y estupor pasó una mano por su mejilla, pero apenas segundos para no cabrearle más, y notó que sus piernas vencían, así que se sujetó al marco interior de la ventana para no caer. —Dante... lo... lo siento, yo... Oh, dios, eres tú... —. Tenía ante él al único hombre que tanto en vida como en aquella muerte eterna que significaba ser vampiro había amado. Seguía sin creérselo; todo parecía sacado de una novela de ficción mala, en la que más tarde o más temprano la desgracia caería sobre el protagonista, Gilbert en este caso. Éste sólo deseaba que las cosas no fuesen así.
Quería irse al sofá, sentarse a explicarle todo, pero el cuerpo de Dante le tenía acorralado. Se atrevió a mirar sus ojos, viendo el rencor reflejado en ellos. —Dante, déjame explicártelo, por favor... deja que te cuente lo que antes de irme no pude contarte. Pero antes... ¿cómo me has encontrado? Quiero decir... m-me cambié el nombre —reconoció, sin pensar en que tal dato no hacía más que hundir el dedo untado de sal en la llaga aún más—, aunque no había día en que no pensase en ti... pero deja que te lo explique... ¡Deja de mirarme así, maldición!
No soportaba esa mirada. No soportaba que los ojos que antaño le cuidaban con un simple parpadeo estuviesen cargados de tanta ira. ¿Le seguía queriendo? Por supuesto, más aún siendo su creador; le deseaba y adoraba. Pero aún tenía que volver todo a la normalidad, si es que Dante quería volver a la normalidad y no le mataba antes de ello. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese por recuperar a Dante, a pesar de que era la primera vez que volvía a ver su rostro en persona –y no en burdos bocetos– en más de doscientos años y no se lo creyese demasiado. La manera en que, además, sus colmillos se dejaban ver por sus labios entreabiertos atemorizaban al vampiro menor.
Poco a poco se giró, soltando un jadeo de incredulidad al encontrarse con aquel impoluto rostro, también rubio, que años atrás le convirtió en quien ahora era. Con miedo y estupor pasó una mano por su mejilla, pero apenas segundos para no cabrearle más, y notó que sus piernas vencían, así que se sujetó al marco interior de la ventana para no caer. —Dante... lo... lo siento, yo... Oh, dios, eres tú... —. Tenía ante él al único hombre que tanto en vida como en aquella muerte eterna que significaba ser vampiro había amado. Seguía sin creérselo; todo parecía sacado de una novela de ficción mala, en la que más tarde o más temprano la desgracia caería sobre el protagonista, Gilbert en este caso. Éste sólo deseaba que las cosas no fuesen así.
Quería irse al sofá, sentarse a explicarle todo, pero el cuerpo de Dante le tenía acorralado. Se atrevió a mirar sus ojos, viendo el rencor reflejado en ellos. —Dante, déjame explicártelo, por favor... deja que te cuente lo que antes de irme no pude contarte. Pero antes... ¿cómo me has encontrado? Quiero decir... m-me cambié el nombre —reconoció, sin pensar en que tal dato no hacía más que hundir el dedo untado de sal en la llaga aún más—, aunque no había día en que no pensase en ti... pero deja que te lo explique... ¡Deja de mirarme así, maldición!
No soportaba esa mirada. No soportaba que los ojos que antaño le cuidaban con un simple parpadeo estuviesen cargados de tanta ira. ¿Le seguía queriendo? Por supuesto, más aún siendo su creador; le deseaba y adoraba. Pero aún tenía que volver todo a la normalidad, si es que Dante quería volver a la normalidad y no le mataba antes de ello. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese por recuperar a Dante, a pesar de que era la primera vez que volvía a ver su rostro en persona –y no en burdos bocetos– en más de doscientos años y no se lo creyese demasiado. La manera en que, además, sus colmillos se dejaban ver por sus labios entreabiertos atemorizaban al vampiro menor.
Gilbert T. Rouché- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/09/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
A pesar de que le dejó espacio suficiente para girarse, él no se apartó lo más mínimo. No le dio tregua ni espacio, permaneció cerca de él, incluso la mano que había llevado a su cuerpo, la que acariciaba su nuca, quedó allí, ahora en su cuello dada la posición. Sus ojos estaban clavados en los de él, con una intensidad que podría haber prendido cualquier fuego. Escucharlo hablar mientras se miraban no hizo si no avivar aun más esa rabia que había guardado profundamente antes de llegar allí.
— Sí, soy yo. Y tú eres tú...al menos tu aspecto. — murmuró, con el mismo tono frío y susurrante que había usado anteriormente, como un claro reproche por su identidad actual, la que había abrazado cuando se separó de su persona. Deslizó los dedos por su cuello, hasta que agarró con toda la mano su garganta, como si su intención fuera asfixiarlo, pero no hizo nada de fuerza, era una caricia, aunque no estaba cargada de cariño, más bien...de pasión y rabia, de sentimientos contenidos, como siempre era él, una tormenta contenida.
Sus siguientes palabras no consiguieron nada más que empeorar la situación. Sin poder evitarlo su labio superior se levantó ligeramente, una mueca que controló rápidamente, pero que fue una más que evidente muestra de rabia, como si fuera a gruñirle y atacarle en cualquier momento. ¿Por qué le había hecho aquello? Llevaba preguntándoselo los últimos doscientos años, y ahora que le tenía allí delante, diciendo todas aquellas cosas, no sabía si quería escucharle o matarle. Subió la mano hasta que lo agarró del mentón, acercándose más a él, sin intenciones de darle espacio personal. No había respondido a nada de lo dicho, solo se había quedado en silencio, hasta que su cuerpo estuvo completamente pegado al ajeno, sin dejar espacio para el aire.
— Gilbert. — y lo dijo casi con asco, con desprecio — Sí, te cambiaste el nombre, te alejaste de tu identidad para poder escapar de mi. — clavó los dedos en su piel, casi en su mandíbula — ¿Y por qué debería escuchar las explicaciones de un completo desconocido? — entrecerró los ojos, esta vez enseñando sus más que marcados dientes — ¿Quién eres tú para explicarme por qué murió el chico al que le regalé el don de la vida eterna? Yo quería escuchar a Armando, al que creí mi compañero. Pero ahora solo estás tú, niño ingrato.
Esta vez no fue una simple amenaza, aprovechó el agarre en su mentón para tirar fuertemente a un lado, dejando así al descubierto su cuello y atacándolo con sus colmillos en un violento mordisco que no tenía a fin herirle de forma grave, tampoco serviría de nada. Podría haber usado sus dones, Gilbert era un vampiro bastante mayor, pero Emerick lo era aun más, lo suficiente como para saber que sus habilidades someterían a su compañero si lo requiriese. Que no los usara con él significaba que realmente no pretendía herirle, que tal vez solo estaba dándole un pequeño castigo, una advertencia, pero que de alguna forma estaba abierto al diálogo, claro que entre los vampiros las cosas siempre eran un poco diferentes y había que leer entre líneas. Empotró su cuerpo contra la ventana que había dejado tras él al cerrarla y girarse, apretándolo con fuerza mientras desgarraba su piel y bebía de aquella sangre fresca por estar recién alimentado. Tenía claro que, si el chico intentaba zafarse, él lo intentaría someter, ¿el motivo? Muy simple, necesitaba recordarle quién era el mayor, quién le había convertido, a quién le pertenecía, como los leones alfa que deben someter a los jóvenes que intentan destacar más de la cuenta. En ese momento solo estaba intentando marcar su lugar en aquel encuentro. Además, él tenía derecho a estar enfadado, ¡tenía todo el derecho! Porque él lo había traicionado.
— Sí, soy yo. Y tú eres tú...al menos tu aspecto. — murmuró, con el mismo tono frío y susurrante que había usado anteriormente, como un claro reproche por su identidad actual, la que había abrazado cuando se separó de su persona. Deslizó los dedos por su cuello, hasta que agarró con toda la mano su garganta, como si su intención fuera asfixiarlo, pero no hizo nada de fuerza, era una caricia, aunque no estaba cargada de cariño, más bien...de pasión y rabia, de sentimientos contenidos, como siempre era él, una tormenta contenida.
Sus siguientes palabras no consiguieron nada más que empeorar la situación. Sin poder evitarlo su labio superior se levantó ligeramente, una mueca que controló rápidamente, pero que fue una más que evidente muestra de rabia, como si fuera a gruñirle y atacarle en cualquier momento. ¿Por qué le había hecho aquello? Llevaba preguntándoselo los últimos doscientos años, y ahora que le tenía allí delante, diciendo todas aquellas cosas, no sabía si quería escucharle o matarle. Subió la mano hasta que lo agarró del mentón, acercándose más a él, sin intenciones de darle espacio personal. No había respondido a nada de lo dicho, solo se había quedado en silencio, hasta que su cuerpo estuvo completamente pegado al ajeno, sin dejar espacio para el aire.
— Gilbert. — y lo dijo casi con asco, con desprecio — Sí, te cambiaste el nombre, te alejaste de tu identidad para poder escapar de mi. — clavó los dedos en su piel, casi en su mandíbula — ¿Y por qué debería escuchar las explicaciones de un completo desconocido? — entrecerró los ojos, esta vez enseñando sus más que marcados dientes — ¿Quién eres tú para explicarme por qué murió el chico al que le regalé el don de la vida eterna? Yo quería escuchar a Armando, al que creí mi compañero. Pero ahora solo estás tú, niño ingrato.
Esta vez no fue una simple amenaza, aprovechó el agarre en su mentón para tirar fuertemente a un lado, dejando así al descubierto su cuello y atacándolo con sus colmillos en un violento mordisco que no tenía a fin herirle de forma grave, tampoco serviría de nada. Podría haber usado sus dones, Gilbert era un vampiro bastante mayor, pero Emerick lo era aun más, lo suficiente como para saber que sus habilidades someterían a su compañero si lo requiriese. Que no los usara con él significaba que realmente no pretendía herirle, que tal vez solo estaba dándole un pequeño castigo, una advertencia, pero que de alguna forma estaba abierto al diálogo, claro que entre los vampiros las cosas siempre eran un poco diferentes y había que leer entre líneas. Empotró su cuerpo contra la ventana que había dejado tras él al cerrarla y girarse, apretándolo con fuerza mientras desgarraba su piel y bebía de aquella sangre fresca por estar recién alimentado. Tenía claro que, si el chico intentaba zafarse, él lo intentaría someter, ¿el motivo? Muy simple, necesitaba recordarle quién era el mayor, quién le había convertido, a quién le pertenecía, como los leones alfa que deben someter a los jóvenes que intentan destacar más de la cuenta. En ese momento solo estaba intentando marcar su lugar en aquel encuentro. Además, él tenía derecho a estar enfadado, ¡tenía todo el derecho! Porque él lo había traicionado.
Cullen D. Carter- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 12/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
No era menos hombre por tener miedo. Era su creador, era el hombre que le dio la vida en muerte, era de quién había dependido durante años... y sin duda era mucho más fuerte que él. Y Gilbert le había traicionado. Aun sin haber sentido nunca el sentimiento del abandono, sabía que era doloroso incluso para un corazón inerte como el que ambos tenían. La mano de Emerick se aferraba de su cuello, ante lo que Gilbert alzaba el rostro con suavidad, buscando evadir el dolor en todo momento. Aun así, no dolía; para que algo le doliese, Emerick debería hacer mucha más fuerza, y el mismo rubio sabía que era capaz. Así, de ahora en adelante intentaría no darle motivos para aplicar más fuerza sobre Gilbert.
Escuchó sus palabras mientras le escudriñaba con la mirada y los labios entreabiertos, por donde cogía el aire que por su nariz era más difícil de inhalar. Abrió más los labios para hablar, pero no reaccionó a la velocidad de su creador. Al instante, notó los colmillos de Dante perforar su piel, ante lo que Gilbert gimió. No de dolor, no de placer, simplemente de molestia y casi angustia. Su espalda golpeó el cristal, mientras su cuerpo se revolvía suavemente bajo los brazos de Dante, esos brazos que antaño le protegían con abrazos duros y firmes. Subió las manos a los hombros del susodicho, apretándolos para que se detuviese. Un hilillo de sangre que su creador no parecía conseguir lamer y succionar se perdió entre la seda del albornoz que cubría su cuerpo. —Dante... —intentó hablar, algo que no pudo hacer hasta varios segundos después.
—Sono ancora io, il tuo Armando... E io ti amo ancora, Dante... [Sigo siendo yo, tu Armando... Y todavía te amo, Dante] —musitó con menos fuerza por la sangre que había perdido, aflojando la fuerza de sus manos en sus hombros. Había hablado en su italiano natal sin darse cuenta, aunque sabía que el otro le entendería. Si tuviese lágrimas, todo su rostro estaría cubierto de ellas. Cuando su creador pareció dejar de chupar su sangre, Gilbert se sujetó al marco interior de la ventana para no caer por la súbita pérdida de fuerza. Se acarició los orificios, notando cómo sanaban con rapidez. Pero ahí seguiría la marca, sin dejar de lado la marca psicológica—. No entiendo cómo has podido pasar de amarme a atacarme, Dante...
Y sí, entendía que el otro tuviese que marcarle. Si la situación hubiese sido inversa, él también lo habría hecho. Pero Dante tenía algo más especial, una marca en el corazón ya inerte de Gilbert, así como una marca en la memoria del rubio. Ningún recuerdo de su Roma natal era más vívido que los meses que vivió entre los lujos de aquel vampiro, con quien se sintió a gusto con su propio yo y su propio cuerpo por primera vez. —Necesitaba conocer mundo... no podía estar toda la eternidad dependiendo de ti... no quería que te cansases de mí, que llegase el punto en que estuvieses harto de tenerme sobre tu espalda, Dante. Entiéndelo. Entiéndeme. Eres... has sido y eres el mejor hombre que jamás ha puesto una mano encima mía, y siempre lo serás.
Le miró, con un gran deje de culpabilidad y arrepentimiento en los ojos. Se atrevió a llevar ambas manos al cuello de Dante, pero no lo agarró con fuerza. Simplemente colocó las manos en los costados de éste y le acarició, como si estuviese intentando amansar a una bestia.
Escuchó sus palabras mientras le escudriñaba con la mirada y los labios entreabiertos, por donde cogía el aire que por su nariz era más difícil de inhalar. Abrió más los labios para hablar, pero no reaccionó a la velocidad de su creador. Al instante, notó los colmillos de Dante perforar su piel, ante lo que Gilbert gimió. No de dolor, no de placer, simplemente de molestia y casi angustia. Su espalda golpeó el cristal, mientras su cuerpo se revolvía suavemente bajo los brazos de Dante, esos brazos que antaño le protegían con abrazos duros y firmes. Subió las manos a los hombros del susodicho, apretándolos para que se detuviese. Un hilillo de sangre que su creador no parecía conseguir lamer y succionar se perdió entre la seda del albornoz que cubría su cuerpo. —Dante... —intentó hablar, algo que no pudo hacer hasta varios segundos después.
—Sono ancora io, il tuo Armando... E io ti amo ancora, Dante... [Sigo siendo yo, tu Armando... Y todavía te amo, Dante] —musitó con menos fuerza por la sangre que había perdido, aflojando la fuerza de sus manos en sus hombros. Había hablado en su italiano natal sin darse cuenta, aunque sabía que el otro le entendería. Si tuviese lágrimas, todo su rostro estaría cubierto de ellas. Cuando su creador pareció dejar de chupar su sangre, Gilbert se sujetó al marco interior de la ventana para no caer por la súbita pérdida de fuerza. Se acarició los orificios, notando cómo sanaban con rapidez. Pero ahí seguiría la marca, sin dejar de lado la marca psicológica—. No entiendo cómo has podido pasar de amarme a atacarme, Dante...
Y sí, entendía que el otro tuviese que marcarle. Si la situación hubiese sido inversa, él también lo habría hecho. Pero Dante tenía algo más especial, una marca en el corazón ya inerte de Gilbert, así como una marca en la memoria del rubio. Ningún recuerdo de su Roma natal era más vívido que los meses que vivió entre los lujos de aquel vampiro, con quien se sintió a gusto con su propio yo y su propio cuerpo por primera vez. —Necesitaba conocer mundo... no podía estar toda la eternidad dependiendo de ti... no quería que te cansases de mí, que llegase el punto en que estuvieses harto de tenerme sobre tu espalda, Dante. Entiéndelo. Entiéndeme. Eres... has sido y eres el mejor hombre que jamás ha puesto una mano encima mía, y siempre lo serás.
Le miró, con un gran deje de culpabilidad y arrepentimiento en los ojos. Se atrevió a llevar ambas manos al cuello de Dante, pero no lo agarró con fuerza. Simplemente colocó las manos en los costados de éste y le acarició, como si estuviese intentando amansar a una bestia.
Gilbert T. Rouché- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/09/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
¿Cómo podía decirle que le amaba? Después de todo el tiempo que había pasado, después de cambiarse el nombre y vivir una vida completamente diferente, ¿cómo podía tener la desfachatez de mentirle de aquella manera? Su mente lo procesó y entendió que debía ser por el miedo, el terror que pudiera sentir a una venganza por su parte, a que intentara arrebatarle la vida que él mismo le había concedido. Pero de momento eso no entraba en sus planes, no.
Bajó la mano que había tenido en su cuello en un lento movimiento por su torso, con los ojos clavados en él, mientras se relamía los restos de sangre de los labios y dientes. Cualquier alimento que pasara por el cuerpo de Armando cobraba mil veces más sabor para el mayor. Aferró con los dedos una de las tiras con la cual su bata se sujetaba y entrecerró los párpados.
— Tal vez del mismo modo que tú pasaste de necesitarme a abandonarme. — respondió, a modo de reproche, de defensa por sus palabras. Ni siquiera podía considerar aquello como un ataque real. Tiró de aquella cinta, igual de despacio que lo hacía todo, pero al mismo tiempo con fuerza. Cuando la abrió bajó la mirada, separando ligeramente con los dedos un lado de la suave tela, observando su cuerpo y la ropa interior que lo cubría, mientras el otro comenzaba a regalarle las explicaciones que le había pedido en un principio. Y todas esas palabras no sonaban más que a excusas en los oídos del anciano, porque para él no existía ningún motivo para separarse de quién consideraba su compañero, su alma gemela, su otra mitad, lo que siempre había considerado a ese chico. Aun sin retirarle la bata metió las manos bajo esta, bajo lo que quedaba, y subió de nuevo los ojos para encontrar los de él — Y me pregunto ahora cuántos han puesto sus manos encima de ti.
Su rostro parecía una máscara de indiferencia cuando dijo esas palabras, pero la verdad es que estaban cargadas de dolor, celos, rabia...Aferró su ropa interior y clavó las uñas, desgarrándola y dejándola caer al suelo. Aquel cuerpo le había pertenecido por entero, lo había hecho suyo cuando aun era puro, sin mancillar en ningún aspecto, y ahora estaba seguro de que muchos otros habrían probado el sabor de su piel. Solo de pensarlo notaba el sabor de la sangre en su garganta. Lo abrazó, solo con la intención de llevar las manos a su espalda, aun con estas bajo la bata que no le había quitado. Apoyó los dedos en sus hombros, totalmente pegado a él.
— ¿Crees que los dos siglos que pasaste a mi lado fueron consuelo alguno a los más de dos milenios que tardé en encontrarte? Apenas me regalaste un suspiro de existencia antes de necesitar ir en busca de algo más. ¿Tan poco te daba? ¿Tanta necesidad tenías de comprobar que yo era el mejor para ti? — clavó las uñas en su piel, sus duras uñas de vampiro, comenzando a deslizar las manos hacia abajo, despacio, pero sabiendo que estaba dejando heridas en su piel, surcos que sangrarían apenas unos segundos antes de sanar por entero, que le harían sentir dolor, escozor — No te mereces el regalo que te di, Armando. Te elegí porque eras especial, pensé que serías siempre mío, que al fin se había acabado mi soledad. Y una noche, sin aviso alguno, te habías marchado. Debería encerrarte en un ataúd durante mil años para que pudieras comenzar a entender lo que me has hecho padecer.
Bajó la mano que había tenido en su cuello en un lento movimiento por su torso, con los ojos clavados en él, mientras se relamía los restos de sangre de los labios y dientes. Cualquier alimento que pasara por el cuerpo de Armando cobraba mil veces más sabor para el mayor. Aferró con los dedos una de las tiras con la cual su bata se sujetaba y entrecerró los párpados.
— Tal vez del mismo modo que tú pasaste de necesitarme a abandonarme. — respondió, a modo de reproche, de defensa por sus palabras. Ni siquiera podía considerar aquello como un ataque real. Tiró de aquella cinta, igual de despacio que lo hacía todo, pero al mismo tiempo con fuerza. Cuando la abrió bajó la mirada, separando ligeramente con los dedos un lado de la suave tela, observando su cuerpo y la ropa interior que lo cubría, mientras el otro comenzaba a regalarle las explicaciones que le había pedido en un principio. Y todas esas palabras no sonaban más que a excusas en los oídos del anciano, porque para él no existía ningún motivo para separarse de quién consideraba su compañero, su alma gemela, su otra mitad, lo que siempre había considerado a ese chico. Aun sin retirarle la bata metió las manos bajo esta, bajo lo que quedaba, y subió de nuevo los ojos para encontrar los de él — Y me pregunto ahora cuántos han puesto sus manos encima de ti.
Su rostro parecía una máscara de indiferencia cuando dijo esas palabras, pero la verdad es que estaban cargadas de dolor, celos, rabia...Aferró su ropa interior y clavó las uñas, desgarrándola y dejándola caer al suelo. Aquel cuerpo le había pertenecido por entero, lo había hecho suyo cuando aun era puro, sin mancillar en ningún aspecto, y ahora estaba seguro de que muchos otros habrían probado el sabor de su piel. Solo de pensarlo notaba el sabor de la sangre en su garganta. Lo abrazó, solo con la intención de llevar las manos a su espalda, aun con estas bajo la bata que no le había quitado. Apoyó los dedos en sus hombros, totalmente pegado a él.
— ¿Crees que los dos siglos que pasaste a mi lado fueron consuelo alguno a los más de dos milenios que tardé en encontrarte? Apenas me regalaste un suspiro de existencia antes de necesitar ir en busca de algo más. ¿Tan poco te daba? ¿Tanta necesidad tenías de comprobar que yo era el mejor para ti? — clavó las uñas en su piel, sus duras uñas de vampiro, comenzando a deslizar las manos hacia abajo, despacio, pero sabiendo que estaba dejando heridas en su piel, surcos que sangrarían apenas unos segundos antes de sanar por entero, que le harían sentir dolor, escozor — No te mereces el regalo que te di, Armando. Te elegí porque eras especial, pensé que serías siempre mío, que al fin se había acabado mi soledad. Y una noche, sin aviso alguno, te habías marchado. Debería encerrarte en un ataúd durante mil años para que pudieras comenzar a entender lo que me has hecho padecer.
Cullen D. Carter- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 12/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Bajó la mirada hacia la mano de Emerick, que recorría todo su torso. Encogió el abdomen, sintiendo un cosquilleo en él aun a pesar de que los vampiros no sentían nada. Se relamió los labios, negando con el rostro ante sus siguientes palabras. No tenía nada que ver. No le abandonó... bueno, sí lo hizo, pero en su cabeza no tenía pensado abandonarle como tal. Sólo tomarse un tiempo para él solo, un tiempo que se alargó dos siglos... Frunció suavemente el ceño cuando le desató la bata, y contuvo un jadeo cuando metió las manos por la seda para agarrarle. Parecía un niño virgen que se debilitaba ante cada caricia de Dante, pero en realidad era el estado de nervios e incertidumbre –además de alegría de por fin ver el rostro que amaba– en el que se encontraba.
Alzó los ojos cuando la ropa interior se rasgó para quedar completamente desnudo, pues aunque fuese extraño no le gustaba admirar su propio cuerpo, y miró los ojos de su creador con un gran nudo en la garganta. Sus manos y brazos descansaban muertos a ambos lados de su cuerpo, y cerró los ojos cuando Emerick se pegó a él, apretando las manos en puños con fuerza para no caer en la tentación de dejarse embriagar por su cercanía o su olor. Gruñó al sentir las uñas arañar su espalda, e hizo más fuerza con sus puños, bufando por la nariz. —Dante, por favor... tienes que entenderme... —se estremeció con un escalofrío al seguir notando sus uñas, siseando y cerrando los ojos por el momentáneo escozor que en él provocaba.
Suspiró, pues le costaba concentrarse. Agachó la mirada, hablando en todo momento con ésta fija en el suelo, removiéndose levemente cada vez que su creador le arañaba, al parecer con más sarna. —Créeme cuando te digo que te amo, Dante. Llevo meses buscándote, y cuando parecía saber algo de ti, te esfumabas, nada existía en la oscuridad. Si me fui es porque necesitaba conocer otra gente. Sabía a priori que eras el mejor. Siempre lo serás, de hecho, por muchos chicos que me hayan tocado —no se dio cuenta de que acababa de meter la pata con esa última frase debido a la rapidez con la que hablaba—. Necesitaba espacio, necesitaba aprender a vivir por mi cuenta por si acaso algún día te ocurría algo grave, Dante. Me juré volver contigo... pero el Thêátre me atrajo demasiado. Y creo que me entenderías, porque amas el arte tanto como yo.
Al decir eso último se atrevió a alzar la vista y encararse a él, mirar sus ojos con la furia y la melancolía entremezclados en los propios. No pudo evitar acercarse más a él, aunque pareciese imposible, y rozar su piel con las texturas de la ropa de su creador. Quería sentirle cerca. Quería sentirse tan vivo como hacía algo más de cuatrocientos años, cuando comenzó su relación más allá del asunto vampírico. Comenzó a respirar de manera entrecortada, como si estuviese a punto de echarse a llorar como un mundano humano. Su cabeza se ladeó hacia delante, hasta apoyar su frente contra la de Dante, aun a pesar de que temía la reacción que pudiese adoptar; a fin de cuentas, seguía repleto de ira.
Alzó los ojos cuando la ropa interior se rasgó para quedar completamente desnudo, pues aunque fuese extraño no le gustaba admirar su propio cuerpo, y miró los ojos de su creador con un gran nudo en la garganta. Sus manos y brazos descansaban muertos a ambos lados de su cuerpo, y cerró los ojos cuando Emerick se pegó a él, apretando las manos en puños con fuerza para no caer en la tentación de dejarse embriagar por su cercanía o su olor. Gruñó al sentir las uñas arañar su espalda, e hizo más fuerza con sus puños, bufando por la nariz. —Dante, por favor... tienes que entenderme... —se estremeció con un escalofrío al seguir notando sus uñas, siseando y cerrando los ojos por el momentáneo escozor que en él provocaba.
Suspiró, pues le costaba concentrarse. Agachó la mirada, hablando en todo momento con ésta fija en el suelo, removiéndose levemente cada vez que su creador le arañaba, al parecer con más sarna. —Créeme cuando te digo que te amo, Dante. Llevo meses buscándote, y cuando parecía saber algo de ti, te esfumabas, nada existía en la oscuridad. Si me fui es porque necesitaba conocer otra gente. Sabía a priori que eras el mejor. Siempre lo serás, de hecho, por muchos chicos que me hayan tocado —no se dio cuenta de que acababa de meter la pata con esa última frase debido a la rapidez con la que hablaba—. Necesitaba espacio, necesitaba aprender a vivir por mi cuenta por si acaso algún día te ocurría algo grave, Dante. Me juré volver contigo... pero el Thêátre me atrajo demasiado. Y creo que me entenderías, porque amas el arte tanto como yo.
Al decir eso último se atrevió a alzar la vista y encararse a él, mirar sus ojos con la furia y la melancolía entremezclados en los propios. No pudo evitar acercarse más a él, aunque pareciese imposible, y rozar su piel con las texturas de la ropa de su creador. Quería sentirle cerca. Quería sentirse tan vivo como hacía algo más de cuatrocientos años, cuando comenzó su relación más allá del asunto vampírico. Comenzó a respirar de manera entrecortada, como si estuviese a punto de echarse a llorar como un mundano humano. Su cabeza se ladeó hacia delante, hasta apoyar su frente contra la de Dante, aun a pesar de que temía la reacción que pudiese adoptar; a fin de cuentas, seguía repleto de ira.
Gilbert T. Rouché- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/09/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Por mucho que le pidiera que le comprendiera realmente no podía, era incapaz. Emerick apenas recordaba nada de cuando era un vampiro joven, o un muchacho realmente, no tenía más recuerdos que los de los siglos que había pasado como vampiro, que lo habían cambiado hasta convertirlo en lo que ahora era. No podía recordar cómo era sentir la necesidad de experimentar cosas nuevas, de aprender sobre todo lo que te rodeaba. Para él solo existía la necesidad de estar al lado de su compañero, en este caso de su compañera, la cual no podía suplir -por más que lo intentara- la ausencia de Gilbert.
— Espero que todos esos chicos te hayan hecho sentir bien. — dijo con sarcasmo, al escuchar sus palabras. ¿Cómo podía tener tan poca piedad? Restregándole de aquella manera que había retozado con cualquier otro que no fuera él. Llegó con las manos a sus nalgas, y de ahí las colocó en sus caderas, mirándolo con fuego ante la cercanía de su rostro, frente con frente— Amo el arte, claro que lo amo. Pero jamás permitiría que este se interpusiera entre aquel a quién deseo y yo. — aseguró, antes de girarlo bruscamente, para ponerlo de nuevo mirando hacia la ventana. Solo entonces sacó las manos de su ropa, para poder agarrar así la bata y retirársela, mientras aprovechaba la oscuridad de fuera, que ayudaba a que el cristal de dicha ventana le sirviera como espejo, así podía seguir mirándole a los ojos aunque el reflejo fuera bastante tenue. Para dos criaturas como ellos era suficiente. Lo hacía así para rechazar su contacto, porque no creía justo perdonarle sin más, no se lo merecía.
Deslizó los dedos por su piel desnuda, por sus muslos, su vientre y su torso, sus brazos y manos, sin dejar de observarlo, queriendo incomodarlo. Aquel cuerpo había sido totalmente suyo, y ahora tenía la total certeza de que era propiedad de muchos más, de que lo habían tocado sin su consentimiento, y eso le llenaba de odio a niveles desconocidos hasta la fecha. Lo habría matado en ese preciso instante, lo habría hecho si no lo amara aun con más intensidad de lo que lo odiaba.
— No hables más. — dijo simplemente, cerrando los ojos y pegando la frente a su coronilla, respirando profundamente aunque solo fuera un gesto sin ningún sentido — Déjame escucharte de verdad. — Emerick poseía el don de la telepatía, bien pulido con el paso de los siglos. Sabía de sobra que la mente de cualquiera era más rápida que la lengua, con lo que todo lo que escuchaba en la cabeza de alguien eran sus primeros pensamientos, sin mentiras, la respuesta inmediata a cualquier cosa. Gilbert lo sabía, lo había visto usar su don, lo había vivido en sus propias carnes — ¿Cuántos han sido? ¿Qué te han hecho sentir ellos que no te haya hecho sentir yo? ¿Pensaste alguna vez en mi mientras estabas lejos? ¿Pensabas mientras retozabas con ellos? — no esperaba respuestas verbales a ninguna de sus preguntas, solo sondeaba su mente, escuchando sus pensamientos, sus contestaciones más sinceras — ¿Quieres que me marche para poder seguir con tu nueva vida?
Esta última pregunta la hizo muy cerca de su oreja, de nuevo mirándolo por el reflejo que les proporcionaba la ventana. Dejarlo allí, como si nunca lo hubiera encontrado, no sabía si era algo de lo que sería capaz, pero sí quería conocer su respuesta, quería que su mente le dijera la verdad, sin el miedo que le estaba agobiando desde que lo había visto en la habitación.
Off: Sé que muevo mucho a Gilbert, pero es solo por el momento >.< Si te supone problema me dices
— Espero que todos esos chicos te hayan hecho sentir bien. — dijo con sarcasmo, al escuchar sus palabras. ¿Cómo podía tener tan poca piedad? Restregándole de aquella manera que había retozado con cualquier otro que no fuera él. Llegó con las manos a sus nalgas, y de ahí las colocó en sus caderas, mirándolo con fuego ante la cercanía de su rostro, frente con frente— Amo el arte, claro que lo amo. Pero jamás permitiría que este se interpusiera entre aquel a quién deseo y yo. — aseguró, antes de girarlo bruscamente, para ponerlo de nuevo mirando hacia la ventana. Solo entonces sacó las manos de su ropa, para poder agarrar así la bata y retirársela, mientras aprovechaba la oscuridad de fuera, que ayudaba a que el cristal de dicha ventana le sirviera como espejo, así podía seguir mirándole a los ojos aunque el reflejo fuera bastante tenue. Para dos criaturas como ellos era suficiente. Lo hacía así para rechazar su contacto, porque no creía justo perdonarle sin más, no se lo merecía.
Deslizó los dedos por su piel desnuda, por sus muslos, su vientre y su torso, sus brazos y manos, sin dejar de observarlo, queriendo incomodarlo. Aquel cuerpo había sido totalmente suyo, y ahora tenía la total certeza de que era propiedad de muchos más, de que lo habían tocado sin su consentimiento, y eso le llenaba de odio a niveles desconocidos hasta la fecha. Lo habría matado en ese preciso instante, lo habría hecho si no lo amara aun con más intensidad de lo que lo odiaba.
— No hables más. — dijo simplemente, cerrando los ojos y pegando la frente a su coronilla, respirando profundamente aunque solo fuera un gesto sin ningún sentido — Déjame escucharte de verdad. — Emerick poseía el don de la telepatía, bien pulido con el paso de los siglos. Sabía de sobra que la mente de cualquiera era más rápida que la lengua, con lo que todo lo que escuchaba en la cabeza de alguien eran sus primeros pensamientos, sin mentiras, la respuesta inmediata a cualquier cosa. Gilbert lo sabía, lo había visto usar su don, lo había vivido en sus propias carnes — ¿Cuántos han sido? ¿Qué te han hecho sentir ellos que no te haya hecho sentir yo? ¿Pensaste alguna vez en mi mientras estabas lejos? ¿Pensabas mientras retozabas con ellos? — no esperaba respuestas verbales a ninguna de sus preguntas, solo sondeaba su mente, escuchando sus pensamientos, sus contestaciones más sinceras — ¿Quieres que me marche para poder seguir con tu nueva vida?
Esta última pregunta la hizo muy cerca de su oreja, de nuevo mirándolo por el reflejo que les proporcionaba la ventana. Dejarlo allí, como si nunca lo hubiera encontrado, no sabía si era algo de lo que sería capaz, pero sí quería conocer su respuesta, quería que su mente le dijera la verdad, sin el miedo que le estaba agobiando desde que lo había visto en la habitación.
Off: Sé que muevo mucho a Gilbert, pero es solo por el momento >.< Si te supone problema me dices
Cullen D. Carter- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 12/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Off: Tranquilo, todo está yendo perfecto.
Aunque negó muy secamente con el rostro, calló. Y quien calla otorga. Había disfrutado como nadie con aquellos chicos, los prostitutos de los burdeles de París eran realmente buenos, pero Dante... Dante era especial, ¡Dante era Dante, maldita sea! Fue el primero, aquel que en todo momento se aseguró de que el dolor no existiese en su primera vez. Aquel que le ayudó a desfogarse sobre sus sábanas con su maestría con la mano, aquel a quien, por redundante que suene, amaba. Soltó un suspiro mientras se dejaba hacer, notando un escalofrío al quedarse completamente desnudo ante Dante. ¿Era frío? No, para nada. Era una sensación que poquísimas veces como vampiro había experimentado: el miedo. Le agobiaban todas las caricias que Dante le estaba otorgando, por reconfortantes que fuesen. Se removía un poco, mientras apoyaba las manos en el cristal, intentando librarse de aquellos roces. Tragó saliva varias veces cuando le ordenó no hablar más, y tras observarle por el espejo que se creaba en el cristal por la oscuridad de la noche, alzó los ojos al techo de su residencia.
Dios, ayúdame, pensó, aun sabiendo que Emerick estaba leyéndole la mente. Necesitaba ayuda de aquel en quien creyó en su vida mortal, pero a decir verdad sonaba inútil. Bastante inútil, desde que fue convertido en vampiro. Y en su mente, de manera tanto consciente como inconsciente, fue respondiendo a todas sus preguntas. Visualizó el cuerpo desnudo de los hombres con quienes retozó; respondió afirmativamente a las preguntas de si había pensado en él, claro que lo había hecho, todos los malditos días de su maldita existencia inmortal. Le miró al escuchar la última pregunta a través del espejo, o bueno, del cristal.
Éste le daba un aspecto fiero y mucho más terrorífico de lo que era en realidad. Y él, reflejado desnudo junto a él, parecía un ser indefenso, un humano mortal. Negó con el rostro, mientras en su mente negaba una y otra vez, implorando y suplicando. Mientras tanto, visualizó en su mente para que Emerick también lo visualizase la noche en que despertó en el camastro de éste, desnudo bajo aquellas sábanas. Luego, de manera fugaz, visualizó distintas escenas juntas: en la cama, navegando por la noche, el momento en que Dante le confesó lo que era, y el momento de la conversión, entre otros. Y en su mente, estaba llorando, sufriendo.
Clavó las yemas de los dedos en el espejo, mientras sus brazos temblaban levemente. —Haz que pare, Dante... odio este sufrimiento... odio que me tengas esta repulsión... por favor, Dante, perdóname... perdóname o mátame, pues prefiero el vacío y el abismo a estar sufriendo por el hombre al que más amo. —. Sonaba demasiado romántico, como en una obra de teatro, pero era la pura verdad. Sus brazos siguieron temblando por la fuerza que estaba conteniendo, y sin quererlo el cristal estalló, haciendo tambalear al rubio. Con rapidez, se aferró a los brazos de Emerick para no caer por la ventana, por mucho que no hubiese riesgo de muerte. ¿Por qué estaba comportándose así? Bueno, se había desahogado contra la ventana al haberla roto, pero no era suficiente. Si pudieses quedarte esta noche, te darías cuenta de mi arrepentimiento, pensó para que le escuchase, como última instancia y oportunidad, desesperado.
Aunque negó muy secamente con el rostro, calló. Y quien calla otorga. Había disfrutado como nadie con aquellos chicos, los prostitutos de los burdeles de París eran realmente buenos, pero Dante... Dante era especial, ¡Dante era Dante, maldita sea! Fue el primero, aquel que en todo momento se aseguró de que el dolor no existiese en su primera vez. Aquel que le ayudó a desfogarse sobre sus sábanas con su maestría con la mano, aquel a quien, por redundante que suene, amaba. Soltó un suspiro mientras se dejaba hacer, notando un escalofrío al quedarse completamente desnudo ante Dante. ¿Era frío? No, para nada. Era una sensación que poquísimas veces como vampiro había experimentado: el miedo. Le agobiaban todas las caricias que Dante le estaba otorgando, por reconfortantes que fuesen. Se removía un poco, mientras apoyaba las manos en el cristal, intentando librarse de aquellos roces. Tragó saliva varias veces cuando le ordenó no hablar más, y tras observarle por el espejo que se creaba en el cristal por la oscuridad de la noche, alzó los ojos al techo de su residencia.
Dios, ayúdame, pensó, aun sabiendo que Emerick estaba leyéndole la mente. Necesitaba ayuda de aquel en quien creyó en su vida mortal, pero a decir verdad sonaba inútil. Bastante inútil, desde que fue convertido en vampiro. Y en su mente, de manera tanto consciente como inconsciente, fue respondiendo a todas sus preguntas. Visualizó el cuerpo desnudo de los hombres con quienes retozó; respondió afirmativamente a las preguntas de si había pensado en él, claro que lo había hecho, todos los malditos días de su maldita existencia inmortal. Le miró al escuchar la última pregunta a través del espejo, o bueno, del cristal.
Éste le daba un aspecto fiero y mucho más terrorífico de lo que era en realidad. Y él, reflejado desnudo junto a él, parecía un ser indefenso, un humano mortal. Negó con el rostro, mientras en su mente negaba una y otra vez, implorando y suplicando. Mientras tanto, visualizó en su mente para que Emerick también lo visualizase la noche en que despertó en el camastro de éste, desnudo bajo aquellas sábanas. Luego, de manera fugaz, visualizó distintas escenas juntas: en la cama, navegando por la noche, el momento en que Dante le confesó lo que era, y el momento de la conversión, entre otros. Y en su mente, estaba llorando, sufriendo.
Clavó las yemas de los dedos en el espejo, mientras sus brazos temblaban levemente. —Haz que pare, Dante... odio este sufrimiento... odio que me tengas esta repulsión... por favor, Dante, perdóname... perdóname o mátame, pues prefiero el vacío y el abismo a estar sufriendo por el hombre al que más amo. —. Sonaba demasiado romántico, como en una obra de teatro, pero era la pura verdad. Sus brazos siguieron temblando por la fuerza que estaba conteniendo, y sin quererlo el cristal estalló, haciendo tambalear al rubio. Con rapidez, se aferró a los brazos de Emerick para no caer por la ventana, por mucho que no hubiese riesgo de muerte. ¿Por qué estaba comportándose así? Bueno, se había desahogado contra la ventana al haberla roto, pero no era suficiente. Si pudieses quedarte esta noche, te darías cuenta de mi arrepentimiento, pensó para que le escuchase, como última instancia y oportunidad, desesperado.
Gilbert T. Rouché- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/09/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Pudo verlos, cada rostro, sintiendo que enloquecía de celos, que iría a desgarrar todas y cada una de las gargantas de aquellos que habían tocado al muchacho. Pero obviamente no lo haría, porque ninguno de esos desconocidos tenían la culpa, al único que debía culpar era al vampiro que tenía entre los brazos, el que le había traicionado. Para intentar consolarse trató de pensar en su compañera, en todo lo que le había entregado también en ausencia de Gilbert.
Apretó los labios en el momento que el cristal estalló, cerrando los ojos para evitar algún pedazo que pudiera incomodarle, volviendo a abrirlos luego. Ahora entraba el aire fresco de la calle, pero para ellos no significaba nada. Sintió cómo el otro se aferraba a sus brazos y no pudo más que torcer el gesto. ¿Qué debía hacer en ese momento? Un parte de él deseaba venganza, quería hacerle sufrir igual que él lo había hecho esos dos siglos, pero por otro lado, al tenerlo allí desnudo, no podía evitar pensar en la primera vez que él le había evocado con sus recuerdos. Era su niño.
— Dante lo habría hecho, se habría quedado esta noche, probablemente te habría perdonado. — aseguró, terminando por separarse despacio, de él y de su agarre, dejándole todo el hueco necesario para que pudiera girarse e incluso ponerse de nuevo la bata si eso quería. Retrocedió varios pasos y se quedó observándolo, de forma fría, pintando de nuevo esa máscara seria e indiferente en su rostro, como si no fuera nadie — Pero ya no existe, igual que no lo hace Armando. — le recordó. El hecho de que se hubiera cambiado de nombre le había hecho muchísimo daño. No era solo el hecho de un nombre, que no significaba nada, era la sensación que le azotaba de que lo había hecho para librarse de él, y eso dolía más que mil torturas — ¿Quieres tu perdón? Tal vez lo que necesitas es sentirte mejor contigo mismo, que te diga que te regalo la libertad, o que vuelva a atarte. Pero eso no será algo que puedas conseguir en una sola noche.
Se giró, con toda la intención de irse hacia la puerta, de marcharse de aquella casa del mismo modo que había entrado, en silencio. Sin embargo no llegaría a hacerlo, pues había algo más que quería decir. Aun le quedaban muchos años de vida, ahora que sabía dónde estaba Gilbert sabía que no podría alejarse, su instinto no se lo permitiría, por más que quisiera, así que lo mejor era poner las cartas sobre la mesa, para el que estuviera dispuesto a jugar.
— Disfruta de tu teatro, de tu vida, de tus pasiones de una noche que ensucian tu cama. — murmuró, mirándolo de nuevo — Y ya nos volveremos a encontrar, Gilbert. — entrecerró los ojos, clavándolos en él — No vuelvas a usar el nombre por el que me conocías, pues está igual de muerto que el de mi verdadero amante. Ahora mi nombre es Emerick, y solo responderé ante este.
Apretó los labios en el momento que el cristal estalló, cerrando los ojos para evitar algún pedazo que pudiera incomodarle, volviendo a abrirlos luego. Ahora entraba el aire fresco de la calle, pero para ellos no significaba nada. Sintió cómo el otro se aferraba a sus brazos y no pudo más que torcer el gesto. ¿Qué debía hacer en ese momento? Un parte de él deseaba venganza, quería hacerle sufrir igual que él lo había hecho esos dos siglos, pero por otro lado, al tenerlo allí desnudo, no podía evitar pensar en la primera vez que él le había evocado con sus recuerdos. Era su niño.
— Dante lo habría hecho, se habría quedado esta noche, probablemente te habría perdonado. — aseguró, terminando por separarse despacio, de él y de su agarre, dejándole todo el hueco necesario para que pudiera girarse e incluso ponerse de nuevo la bata si eso quería. Retrocedió varios pasos y se quedó observándolo, de forma fría, pintando de nuevo esa máscara seria e indiferente en su rostro, como si no fuera nadie — Pero ya no existe, igual que no lo hace Armando. — le recordó. El hecho de que se hubiera cambiado de nombre le había hecho muchísimo daño. No era solo el hecho de un nombre, que no significaba nada, era la sensación que le azotaba de que lo había hecho para librarse de él, y eso dolía más que mil torturas — ¿Quieres tu perdón? Tal vez lo que necesitas es sentirte mejor contigo mismo, que te diga que te regalo la libertad, o que vuelva a atarte. Pero eso no será algo que puedas conseguir en una sola noche.
Se giró, con toda la intención de irse hacia la puerta, de marcharse de aquella casa del mismo modo que había entrado, en silencio. Sin embargo no llegaría a hacerlo, pues había algo más que quería decir. Aun le quedaban muchos años de vida, ahora que sabía dónde estaba Gilbert sabía que no podría alejarse, su instinto no se lo permitiría, por más que quisiera, así que lo mejor era poner las cartas sobre la mesa, para el que estuviera dispuesto a jugar.
— Disfruta de tu teatro, de tu vida, de tus pasiones de una noche que ensucian tu cama. — murmuró, mirándolo de nuevo — Y ya nos volveremos a encontrar, Gilbert. — entrecerró los ojos, clavándolos en él — No vuelvas a usar el nombre por el que me conocías, pues está igual de muerto que el de mi verdadero amante. Ahora mi nombre es Emerick, y solo responderé ante este.
Cullen D. Carter- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 12/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Sintió como nada más que la propia culpabilidad agarraba su cuerpo, y se enderezó con lentitud, girándose muy lentamente. Le tenía miedo, y a la vez le adoraba, le idolatraba, le quería y le deseaba. Escuchó sus indicaciones de cómo ganarse su perdón, recibiéndolas con un suspiro y una mirada perdida en el suelo. No te vayas, quiso decirle y gritarle, pero se calló. Por suerte, Dante volvió a girarse y Armando se acercó a él con lentitud, sin importarle lo más mínimo su desnudez. Sólo estaba viéndole su creador, quien le había visto así casi todos los días de la vida que compartieron juntos.
—Emerick... —susurró, más para sí mismo que para él, asintiendo con el rostro. Se acordaría de ese nombre, aunque siempre se preguntaría el por qué un nombre tan feo y vulgar –en opinión de Armando– comparado con la belleza de Dante. Siguió acercándose a él, atreviéndose a agarrar con muchísima suavidad su muñeca pero aun así impidiéndole moverse—. Dante... Emerick —rectificó, alargando la e de Dante para unirla con la e de Emerick—, quédate, por favor... es lo único que te pido esta noche. Átame si quieres, no me dejes salir de casa... lo que sea. Volveré a estar a tus órdenes tal y como lo estuve durante doscientos años. Soy tuyo, en todos los sentidos. Tú me hiciste, yo te pertenezco. No hay mí sin ti.
Ahora era el más joven quien adoptó un tono de superioridad y reproche. Quería que, si al menos Emerick elegía no quedarse esa noche, que era lo más seguro, que se fuese sabiendo la realidad de estos últimos trescientos años. Siguió hablando, tras coger aire. —Sí, me cambié el nombre. Pero sigo siendo Armando, y no habría existido ni Gilbert ni Armando de no haber sido por ti. Porque te he tenido aquí en todo momento —se picó una sien; la desesperación entremezclada con la frustración se veía en todo el rubio en general—, y porque te he mantenido vivo con recuerdos y pensamientos.
Y se calló. Aprendió, de repente, a ser cauto. Iba a haberle dicho que aquellos hombres no eran como él. A aquellos hombres les daba placer él, dicho de una forma elegante; el único que había conocido a Gilbert en profundidad había sido Dante, y seguiría siéndolo siempre y cuando aquello acabase bien y no arrancándose el cuello a mordiscos el uno al otro. Se acercó más aún, hasta pegarse a él, y le arregló las arrugas de la ropa, pasando las manos por ella. —Vete si quieres, lo entenderé, claro... Tómate el tiempo que quieras, ya sabes dónde vivo y dónde trabajo.
Le acarició el torso aprovechando que alisaba su camisa con las manos y luego volvió a retroceder varios pasos, suspirando y negando con el rostro. Gilbert tenía la manía de hacer las cosas rápido, o al menos querer hacerlas rápido, lo reconocía, sí. Quizá por eso tardó tan poco en huir de manera tan precipitada.
—Emerick... —susurró, más para sí mismo que para él, asintiendo con el rostro. Se acordaría de ese nombre, aunque siempre se preguntaría el por qué un nombre tan feo y vulgar –en opinión de Armando– comparado con la belleza de Dante. Siguió acercándose a él, atreviéndose a agarrar con muchísima suavidad su muñeca pero aun así impidiéndole moverse—. Dante... Emerick —rectificó, alargando la e de Dante para unirla con la e de Emerick—, quédate, por favor... es lo único que te pido esta noche. Átame si quieres, no me dejes salir de casa... lo que sea. Volveré a estar a tus órdenes tal y como lo estuve durante doscientos años. Soy tuyo, en todos los sentidos. Tú me hiciste, yo te pertenezco. No hay mí sin ti.
Ahora era el más joven quien adoptó un tono de superioridad y reproche. Quería que, si al menos Emerick elegía no quedarse esa noche, que era lo más seguro, que se fuese sabiendo la realidad de estos últimos trescientos años. Siguió hablando, tras coger aire. —Sí, me cambié el nombre. Pero sigo siendo Armando, y no habría existido ni Gilbert ni Armando de no haber sido por ti. Porque te he tenido aquí en todo momento —se picó una sien; la desesperación entremezclada con la frustración se veía en todo el rubio en general—, y porque te he mantenido vivo con recuerdos y pensamientos.
Y se calló. Aprendió, de repente, a ser cauto. Iba a haberle dicho que aquellos hombres no eran como él. A aquellos hombres les daba placer él, dicho de una forma elegante; el único que había conocido a Gilbert en profundidad había sido Dante, y seguiría siéndolo siempre y cuando aquello acabase bien y no arrancándose el cuello a mordiscos el uno al otro. Se acercó más aún, hasta pegarse a él, y le arregló las arrugas de la ropa, pasando las manos por ella. —Vete si quieres, lo entenderé, claro... Tómate el tiempo que quieras, ya sabes dónde vivo y dónde trabajo.
Le acarició el torso aprovechando que alisaba su camisa con las manos y luego volvió a retroceder varios pasos, suspirando y negando con el rostro. Gilbert tenía la manía de hacer las cosas rápido, o al menos querer hacerlas rápido, lo reconocía, sí. Quizá por eso tardó tan poco en huir de manera tan precipitada.
Gilbert T. Rouché- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/09/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Palabras, palabras y más palabras, y todas le sonaban totalmente vacías en ese momento. No es que no le creyera, había visto su interior, pero aun así estaba demasiado dolido y enfadado como para querer perdonarlo sin más, no creía que se lo mereciera, eran doscientos años de soledad que no podían olvidarse de un plumazo, era imposible. Aun así lo dejó acercarse, no puso resistencia alguna a su contacto ni tampoco le impidió seguir hablando, solo se mantuvo erguido y serio, frío.
— No puedo confiar en alguien que me ha traicionado. — sentenció, negando despacio con la cabeza. Cuando el otro se apartó él también lo hizo. ¿Quedarse? No era una buena idea, porque en ese momento dos sentimientos se peleaban con fuerza en su interior; por un lado deseaba desgarrarle la garganta y verle sufrir, por otro su cuerpo le llamaba a gritos y las ganas de poseerle de manera violenta eran cada vez más intensas. Ninguna de las dos era una opción válida para él, aunque lo deseara, no era lo que quería. Debía controlar sus instintos, eso lo tenía claro. Cortó la distancia con él una vez más, llevando una mano a su pelo, enredando los dedos entre sus hebras doradas y tirando con fuerza para que sus labios quedaran a su alcance. Se acercó a su rostro con los labios entreabiertos, con los colmillos visibles, en un amago de beso que se quedó en nada, tan cerca que lo único que podía interponerse en ese momento era la brisa que entraba por la ventana rota — Si realmente todo lo que has dicho es verdad, te voy a dar la oportunidad de demostrarlo. En tus manos está elegir la forma, o tan siquiera hacerlo. Yo no voy a luchar por el ingrato que me abandonó.
Sus ojos delataban el deseo, miraba su cara tan cerca, su boca, y aun así no la tomó, ni habría permitido que el otro cerrara aquel beso, porque no iba a dejarse llevar, así que tras aquello tomó la decisión de separarse y marcharse, alejándose así de él, de las tentaciones, de los sentimientos que se arremolinaban en su interior. Necesitaba volver a ser el vampiro inalterable que siempre aparentaba ser. Volvería a su hogar, con su compañera, retozaría con ella y probablemente la mordería, simplemente por desquitarse, por intentar liberar las tensiones que le había producido volver a encontrarse con él cara a cara, escuchar toda su retahíla de mentiras -a su parecer-. Se preguntó qué le depararía esta vez el destino, si realmente Armando, ahora Gilbert, estaba dispuesto a demostrarle que sus palabras eran ciertas, o quedarían en nada una vez se marchase de su casa.
— No puedo confiar en alguien que me ha traicionado. — sentenció, negando despacio con la cabeza. Cuando el otro se apartó él también lo hizo. ¿Quedarse? No era una buena idea, porque en ese momento dos sentimientos se peleaban con fuerza en su interior; por un lado deseaba desgarrarle la garganta y verle sufrir, por otro su cuerpo le llamaba a gritos y las ganas de poseerle de manera violenta eran cada vez más intensas. Ninguna de las dos era una opción válida para él, aunque lo deseara, no era lo que quería. Debía controlar sus instintos, eso lo tenía claro. Cortó la distancia con él una vez más, llevando una mano a su pelo, enredando los dedos entre sus hebras doradas y tirando con fuerza para que sus labios quedaran a su alcance. Se acercó a su rostro con los labios entreabiertos, con los colmillos visibles, en un amago de beso que se quedó en nada, tan cerca que lo único que podía interponerse en ese momento era la brisa que entraba por la ventana rota — Si realmente todo lo que has dicho es verdad, te voy a dar la oportunidad de demostrarlo. En tus manos está elegir la forma, o tan siquiera hacerlo. Yo no voy a luchar por el ingrato que me abandonó.
Sus ojos delataban el deseo, miraba su cara tan cerca, su boca, y aun así no la tomó, ni habría permitido que el otro cerrara aquel beso, porque no iba a dejarse llevar, así que tras aquello tomó la decisión de separarse y marcharse, alejándose así de él, de las tentaciones, de los sentimientos que se arremolinaban en su interior. Necesitaba volver a ser el vampiro inalterable que siempre aparentaba ser. Volvería a su hogar, con su compañera, retozaría con ella y probablemente la mordería, simplemente por desquitarse, por intentar liberar las tensiones que le había producido volver a encontrarse con él cara a cara, escuchar toda su retahíla de mentiras -a su parecer-. Se preguntó qué le depararía esta vez el destino, si realmente Armando, ahora Gilbert, estaba dispuesto a demostrarle que sus palabras eran ciertas, o quedarían en nada una vez se marchase de su casa.
Cullen D. Carter- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 12/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: If I could dream, I'd believe I'm dreaming — Emerick — Privado.
Gilbert desconocía la existencia de un dolor que no fuese físico. Sí, había sufrido los primeros días de su soledad, pero ahora, en el reencuentro, no sufría. Porque sufrir era un verbo que se quedaba corto para designar todo le daño que estaba recibiendo con las frías palabras de su creador. Se lo merecía, ¿pero acaso no existía la piedad en Emerick? ¿Acaso no tenía éste un ápice de empatía para ponerse en el lugar de Gilbert? Todos necesitaban un cambio en su vida, y aunque amase a Emerick, se vio en la necesidad de dejarle. Su estómago cosquilleaba al sentirle tan cerca, ¿de veras un vampiro podía sentir cosas tan humanas?
Su olor era tal y como lo recordaba, ese olor que las sábanas que lo cubrían cuando despertó en la casa de Italia de Dante lo embriagaron. Observó sus labios, conteniéndose las ganas de besarlos. Con su olor le bastaba, al menos por el momento. Pero luego se arrepentiría toda la noche de no haberle agarrado suavemente por la nuca y haberle besado, aunque quizá la reacción de Emerick hubiese sido peor aún. Era todo tan confuso... Asintió ante sus palabras, incapaz de articular ni un simple sonido gutural con su garganta. Observó la espalda de su creador alejándose para luego perderse por las habitaciones y finalmente salir, pues Gilbert escuchó la puerta.
Se dejó caer en su sillón individual, observando la copa en la que estaba bebiendo vino antes de que toda la catástrofe se desarrollase. Le dio vueltas al líquido rojo antes de deshacer el cristal entre sus manos, furioso consigo mismo. Los cortes pronto desaparecieron, mientras se lamía la sangre para no manchar nada. Se puso en pie, poniéndose de nuevo la bata y tirando la ropa interior destrozada. Dio vueltas por casa, sin ganas de nada, hasta que el amanecer comenzó a rayar el horizonte. Entonces se introdujo en su ataúd, y allí estuvo dos noches y tres días, hasta que recuperó fuerzas para, la tercera noche, salir de allí y enfrentarse a Emerick. O al menos, demostrarle cuánto le quería, cuánto se arrepentía. El problema era cómo hacerlo.
Su olor era tal y como lo recordaba, ese olor que las sábanas que lo cubrían cuando despertó en la casa de Italia de Dante lo embriagaron. Observó sus labios, conteniéndose las ganas de besarlos. Con su olor le bastaba, al menos por el momento. Pero luego se arrepentiría toda la noche de no haberle agarrado suavemente por la nuca y haberle besado, aunque quizá la reacción de Emerick hubiese sido peor aún. Era todo tan confuso... Asintió ante sus palabras, incapaz de articular ni un simple sonido gutural con su garganta. Observó la espalda de su creador alejándose para luego perderse por las habitaciones y finalmente salir, pues Gilbert escuchó la puerta.
Se dejó caer en su sillón individual, observando la copa en la que estaba bebiendo vino antes de que toda la catástrofe se desarrollase. Le dio vueltas al líquido rojo antes de deshacer el cristal entre sus manos, furioso consigo mismo. Los cortes pronto desaparecieron, mientras se lamía la sangre para no manchar nada. Se puso en pie, poniéndose de nuevo la bata y tirando la ropa interior destrozada. Dio vueltas por casa, sin ganas de nada, hasta que el amanecer comenzó a rayar el horizonte. Entonces se introdujo en su ataúd, y allí estuvo dos noches y tres días, hasta que recuperó fuerzas para, la tercera noche, salir de allí y enfrentarse a Emerick. O al menos, demostrarle cuánto le quería, cuánto se arrepentía. El problema era cómo hacerlo.
Gilbert T. Rouché- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/09/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Temas similares
» Dreaming II [Privado]
» Dream a little dream of me | Privado
» A Dream Within a Dream — Privado
» Al Filo Del Amanecer [Privado Emerick]
» Is this love, or guilt? — Emerick — Privado
» Dream a little dream of me | Privado
» A Dream Within a Dream — Privado
» Al Filo Del Amanecer [Privado Emerick]
» Is this love, or guilt? — Emerick — Privado
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour