Is this love, or guilt? — Emerick — Privado

Era un as de los escenarios, pero últimamente había algo que le salía mal. Quizás una frase que se le olvidaba, un movimiento sobre el escenario mal ejecutado o incluso tropezones repentinos. Porque sabía que estaba mirándole, entre el público. Sentía sus ojos sobre él. Y tenía miedo, por llamar a aquel sentimiento de alguna forma. Aquel día, tropezó en la última escena y estuvo a punto de caer, provocando que muchas carcajadas amortiguadas contra manos, bufandas o abanicos llenasen el lugar. No pareció afectarle y siguió ejecutando su monólogo, hasta que la luz principal se apagó y los focos que alumbraban al público eran los únicos que quedaban en funcionamiento. Escudriñó los asientos del público, logrando dar con su cabellera rubia y sus ojos firmes antes de que el telón cayese ante él.

Suspiró, notando la mano de uno de sus compañeros en el hombro. ¿Todo bien?, le preguntó, ante lo que Gilbert asintió con la cabeza y movió una mano para que le quitase importancia. —Todo bien. ¿Podrías hacer algo por mí? —le preguntó mientras ambos se dirigían a una especie de camerino que tenían y solían compartir de dos en dos. Había confianza, más aún siendo ambos vampiros. Gilbert comenzó a desvestirse para ponerse su ropa de calle, de igual modo elegante, mientras su compañero le daba una afirmativa—. ¿Has visto el rubio de segunda fila? Estaba casi pegado a la pared, apenas se movía... sí, ese. ¿Me harías el favor de interceptarle a la salida y pedirle que venga con educación? Por favor.

Pensó en besarle o seducirle para que le dijese que sí sin miramientos, pero desde aquel encuentro con Emerick en su casa no había tenido ni un solo pensamiento impuro o fuera de lo habitual con hombres. No se atrevía, como si Emerick estuviese cerca, leyéndole en todo momento. Además, luego tendría que borrarle la memoria y no le apetecía poner en marcha sus poderes. De hecho, llevaba unos días algo decaído, sin ganas de vivir; sólo tenía ganas de volver al pasado o en su defecto arreglar las cosas con Emerick, cosa que le costaría horrores. Una vez quedó a solas en el lugar y terminó de vestirse con unos pantalones negros, una camisa completamente blanca y un chaleco de tonos ocres, sacó un fino paquete rectangular de un cajón. Era una de las obras que Dante pintó en todos los años que vivieron juntos y que Gilbert se había llevado. La había conservado desde entonces, y ahora, envuelta en un papel marrón sujeto con varios lazos, tenía pensado regalársela.

Escuchó la puerta y se giró, cruzando a escondidas los dedos para que trajese a Emerick consigo. Le traía, aunque cuando miró un reloj se dio cuenta de que tardó más de lo que el joven jamás había esperado. —Gracias, Arnie. Podrías... ya sabes, dejarnos solos. Gracias. —. Le sonrió muy suavemente, y cerró por dentro con llave para asegurarse que se quedasen solos. Se giró hacia Emerick, soltando un suave suspiro, y se acercó a él.
Le acarició los hombros y parte del pecho, arreglando las arrugas de su traje, justo lo mismo que hizo antes de que se marchase de su hogar. —¿Qué te han parecido las obras? —miró fugazmente el pequeño cuadro, pero era pronto para dárselo—. Siéntate si quieres... y por favor, no te vayas. Te he visto varios días entre el público y pensaba que era hora de que volviésemos a encararnos. —. Se quedó de pie, apoyado contra un pequeño mueble semejante a un tocador, cruzándose de brazos y mirando rápidamente a Dante a los ojos.

Un pequeño suspiro escapó de sus labios cuando sintió sus caricias, a las que respondió relajando el rostro y apoyando éste contra su mano, cerrando incluso los ojos. Cuando tiró con tanta suavidad de su labio, los volvió a abrir y le miró fijamente, posando los ojos en los de su creador. ¿Por qué no le decía nada? Quizá había hecho mal llamándole. Quizá había hecho mal y debió haber esperado a que fuese el mismo Emerick quien volviese a efectuar el encuentro. —Emerick... dime algo... lo que sea... —susurró antes de tragar para deshacer el nudo de su garganta. Antes de poder reaccionar, sintió a Dante echarse sobre él. Para besarle.

Gilbert reprimió un jadeo y se aferró a los brazos de Emerick, mientras sus labios empezaban a danzar en torno a los de su creador. Gilbert tenía la sensación de que había algo distinto en ellos, pero no era más que la inexperiencia. El menor había perdido práctica en el ámbito de besar a su creador, de besar esos labios que tanto adoraba. Su respiración se hizo más fuerte y pesada, mientras ladeaba el rostro y continuaba esforzándose en besar a Emerick y, en definitiva, complacerle. Se atrevió a dar un paso más y soltó sus brazos para engancharse a su cintura, casi rodeándole con ambos brazos, como si quisiera apresarle entre ellos y no dejarle ir.

Se vio obligado a cortar el beso, muy lentamente, y miró a Emerick con fijación, relamiéndose de manera lenta y casi seductora. Le había encantado aquel beso, aun a pesar de que antaño lo beso era el mínimo contacto que había entre ambos. —Nunca pensé que llegaría a echarlo tanto de menos... —allí estaba, sumiso ante la única persona que jamás había sacado y sacaría tal faceta de Gilbert. Si pudiese llorar, lo estaría haciendo; pero no sabía si de felicidad, alegría o simplemente tristeza porque en el fondo le costaría mucho conseguir esos labios otra vez.
—¿Te quedarás esta noche? —pidió, mirándole a los ojos durante varios segundos. No se refería a quedarse en aquel camerino, sino en irse a su casa, o la de su creador, y pasar la noche juntos. Pedía imposibles, pero había que intentarlo—. Tengo algo para ti.

Lo dijo con un deje de nerviosismo, pues no sabía cómo le sentaría el entregarle su propio cuadro. Agachó el rostro, conteniéndose las ganas de volver a besarle.

Off: Pensé que te respondí el post ._. mil perdones. Y tranquilo, el post es perfecto.

Tragó saliva, ¿¡por qué narices no le respondía!?, antes de darse la vuelta cuando le hizo aquel movimiento con la mano. Observó el espejo, el reflejo difuso de ambos, y de repente recordó aquella noche en su residencia. Cómo la presión de su mano contra el cristal rompió la ventana. Cómo Emerick sobó su cuerpo para incomodarle. Cómo Emerick estuvo a punto de matarle, sin exagerar. Cómo navegó entre sus pensamientos y le humilló por haber estado con otros hombros. Y ahora, repetía todo aquello pero con la mirada, pues no era tonto y sabía que estaba mirándole fijamente la nuca. Sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando la mano de Emerick le acarició ésta por encima de la fina camisa que llevaba.

Suspiró con suavidad, agarrando el cuadro envuelto en papel marrón antes de girarse con rapidez, evitando así que siguiese tocándole. —Te gustará... y lo conocerás... pero... creo que... bueno, creo que es conveniente que lo tengas tú. Aunque me encanta, es de lo mejor que has hecho jamás —le miró a los ojos relamiéndose los labios con recato y lentitud. Quería besarle otra vez, pero no con tanta pasión. Quería abrazarle, sentarse sobre el escritorio en el que estaba apoyado, rodearle con las piernas y fundirse en un beso como antaño hacían. Pero ahora todo era distinto. No estaban en Roma, eran personas completamente distintas y la situación entre ambos era bastante fría.

Le colocó el cuadro entre las manos y se sentó en el borde del escritorio, con los brazos colgando entre sus propias piernas, como si fuese un niño esperando una piruleta de manera obediente. Le observó en todo momento, examinando su rostro. Además, estaba pensando te quiero todo el rato, por si acaso a Emerick se le ocurría leerle la mente. Era pura verdad, no lo hacía para que la cosa entre ambos se arreglase más rápido. Siempre le quiso, le quería y siempre le querría. Era una maldita verdad.