Un cazador contra el álgebra (Libre)

por **Peter Jan Hansson** Vie Ene 03, 2014 2:55 pm

La vida del cazador es adusta, brutal, salvaje.

Siempre hay que estar alerta porque si tú no atacas primero la presa te come a ti. Peter Jan es joven y lleva poco en el gremio, pero sabe que el resto de su vida será una lucha sin cuartel contra un plantel de criaturas que representan un peligro físico, sí, pero que también encarnan un concepto moral y espiritual que el sueco quiere combatir hasta su último esfuerzo. Mientras él siga en pie no permitirá que en el mundo se extienda el mal delante de los ojos de toda la gente que no mueve un dedo para evitarlo. La corrupción, la miseria y la crueldad son aún peores que el hambre o la enfermedad, porque no se les puede poner remedio cuando echan raíces en el alma de un humano. Y los humanos son tan débiles...

Tan débiles que a veces suspenden los exámenes más sencillos que el cerebro de un simple maestro de escuela sabe urdir para hacerles caer en la trampa y la humillación. Hansson no entiende por qué siendo quien es, entrenando como entrena, cumpliendo su vida de monje asceta dedicado al noble arte de la batalla, tiene que acabar estudiando para la prueba escrita de álgebra del día siguiente a última hora como un niño de párvulos cualquiera. Si no estuviera en un lugar público como la biblioteca arrojaría el libro a la chimenea y daría un par de bramidos de frustración, pero precisamente por eso ha escogido estudiar allí. Se conoce tan bien que se pone trabas insalvables a sí mismo. Suspira y trata de concentrarse en las palabras del papel que tiene delante en vez de en los vampiros que quiere matar por el bien de la humanidad. A veces los propósitos menos elevados son los que más se atragantan, y allí está la prueba. A él le gusta leer, es un muchacho muy culto para la edad que tiene, y sus propios compañeros lo consideran casi una eminencia porque siempre conoce al dedillo las lecciones, pero en esa ocasión no ha tenido tiempo de prepararse bien. Eso le da rabia, y cuando está enfadado no puede concentrarse y vuelta a empezar con lo mismo.

Deseoso de ampararse en cualquier distracción por mínima que sea levanta la vista y la pasea perezoso por toda la sala. Encontrar a otros que parecen estar en su misma situación no le consuela mucho, pero al menos hay ventanales que puede contemplar mientras lentamente se le escurre el tiempo. Sabe que su tío no pondrá el grito en el cielo si suspende esta vez, de hecho ni siquiera le pregunta por sus notas porque da por sentado que ya es mayor para encargarse solo de sus asuntos, pero es una cuestión de orgullo personal. No puede aspirar a convertirse en un cazador legendario si no es capaz de pasar con éxito una simple prueba de matemáticas.

por **Cydonia Wolstenholme** Vie Ene 03, 2014 4:50 pm

Visitaba la biblioteca con mucha frecuencia. Después de dejar Transilvania, llegue a Paris con deseos de estudiar y curiosear más allá de los límites de mi antigua casa, y así fue. Dedico gran parte de mi tiempo a leer, ir de allá para acá, indagando, preguntando y observando, mientras la otra parte de mi tiempo, se la dedico al trabajo. Hoy era uno de los días en los que me presentaba ante la gran biblioteca de Paris, tal vez a leer algo con referencia a los secretos de las ciencias antiguas, o encontrarme con ese amable viejo licántropo que también la recurre usualmente, y suele contarme anécdotas, historias y secretos de su raza.
Llevaba un par de pergaminos enrollados debajo del hombro mientras me paseaba por los pasillos de la biblioteca en busca de un libro acerca del tema que quería. Gasté al menos media hora en encontrarlo, y cuando me retire para buscar una mesa, ¡Oh, oh! Todas estaban ocupadas. Claro que no eran muchas, podía contarlas con los dedos de las manos y probablemente de los pies también, pero justo hoy todas las mesas estaban ocupadas, aunque fuese con un solo individuo, pero estaban ocupadas.
Mire a mí alrededor para buscar alguien que pareciese amable para poder compartir mesa. Solo un chico del fondo me pareció lo bastante gentil a la vista, estaba solo y parecía sumergido en la nada. Me acerque a él; su vista estaba clavada en un libro grande de letras muy pequeñas y confusas, y pareció no percatarse de mi presencia. Aclaré la garganta para llamar su atención, pero nada. Pudo no escucharme, o pudo ignorarme; a ninguna de las dos opciones le hice caso, y pregunte:
—Disculpe si os molesto, pero todas las mesas parecen llenas. ¿Le causaría molestia si me siento con usted?

por **Peter Jan Hansson** Sáb Ene 04, 2014 6:30 am

No es una rareza encontrar detractores de las matemáticas que aducen que son una ciencia que solo sirve para complicar la realidad del mundo. Músicos, pintores, poetas que captan un universo diferente con sus colores y sus palabras, y que opinan que los números no tienen cabida entre toda esa belleza. A Peter Jan le gusta disfrutar de los buenos conciertos y siempre ha lamentado no tener posibilidades de aprender a defenderse con el violín - su instrumento preferido - pero no podría pensar más distinto a todos ellos. Las matemáticas, a su modo de ver, simplifican las cosas reduciendo los problemas más intrincados a un simple cúmulo de fórmulas que siempre se repiten y que parecen haber sido dictadas por un ente superior, dada la exactitud de sus resultados. Concebir el mundo sin las matemáticas no le resulta posible al sueco, y eso que no pasa de ser un estudiante del College como otros tantos. Admira a los que se dedican a ello como los iluminados que dan toda su vida por la meditación y la persecución del estado espiritual de reposo eterno.

Sin embargo, aunque esa buena predisposición hacia la materia le facilita el estudio, no contribuye a ponerle las cosas sencillas ahora. Tiene la mente en otro lugar y no le cuesta mucho averiguar dónde; ojalá no hubiera acudido nunca a esa fiesta en el Palacio Royal donde conoció a Gabrielle. Tan solo de recordar el episodio siente un escalofrío que lo estremece con algo parecido a la náusea desde los pies hasta la garganta, que se le cierra en un espasmo. Sinceramente Hansson siempre ha creído que el amor es amor en todas sus versiones, y al igual que no le gustaría que otros se metieran en sus elecciones personales él no lo hace en la de aquellos a los que vulgarmente llaman afeminados. Pero una cosa es respetar su decisión y otra muy distinta compartir su punto de vista. A él le agradan las mujeres, eso lo tiene claro, con su piel suave, sus labios rellenos y sus cuerpos trazados con curvas deliciosas en las que uno puede hallar un dulce consuelo a cualquier batalla y a cualquier herida. Le viene a la memoria la imagen de la única a la que amó, apenas una niña, allá en su Kiruna natal.

Y de nuevo está yéndose por las ramas en lugar de centrarse en lo que tiene delante. Es por eso, y no por intención de ignorar a nadie, por lo que no oye el carraspeo de la joven que ha aparecido allí como salida de la nada mientras duraban las divagaciones del cazador. - ¿Cómo dice? - No la ha entendido, pero ve su gesto y comprende. - Por supuesto, señorita, adelante. Tengo la esperanza de que tenerla al lado me transfiera algo de su motivación. - Le mira con una de sus expresiones heladas antes de sonreírle. No lo hace a propósito, pero el hielo del país que le vio nacer parece haberse quedado prendido en cada uno de sus gestos y le resulta difícil que los demás le interpreten bien cuando quiere ser cálido con otros.

por **Cydonia Wolstenholme** Sáb Ene 04, 2014 10:20 pm

—¿Cómo dice? —Preguntó— Por supuesto señorita, adelante. Tengo la esperanza de que tenerla al lado me transfiera algo de su motivación.
Un deje de frialdad invadió por un segundo sus facciones, pero fue sustituido por una amigable sonrisa. Arrastre la silla y me senté en ella, y acomode los pergaminos y el libro que traje conmigo en la mesa. Vi por segunda vez al desconocido, era notablemente atractivo, tenía piel blanca adornada por grandes ojos azules y cabello oscuro.
—Dudo que mi escasa motivación sea contagiosa, pero será un placer si puedo brindarle mi ayuda en lo que sea que haga.
Sonreí amable, y enfoque mi vista en el libro de pasta raída azul turquesa con letras plateadas que decían ‘Europa Antigua’ suspire y lo abrí cuidadosamente. De inmediato, un delicioso aroma floto hasta mi nariz y lo aspire con efusividad. Pareciera que el libro no había sido abierto en un buen tiempo y había añejado entre sus páginas, un enervante perfume a papel. Cerré brevemente los ojos para disfrutar de la fragancia. Entonces recordé los largos y fríos otoños de Transilvania. Recordé las hojas secas amarillentas cayendo de los arboles envueltos en una danza dulce y cálida al ritmo de la briza otoñal, y así, hasta llegar y dormir en el suelo junto a la demás hojarasca. Los lagos oscuros escondían en sus profundidades los secretos de los amantes a escondidas e incitaban a observar su movimiento durante horas, mientras transportaban tu mente a un mundo desconocido, lejos de ahí. El tiempo dejaba de correr, se congelaba el reloj y el mundo parecía eterno. El otoño en Transilvania era una verdadera obra de arte por parte de la naturaleza.
Volví al mundo real y me encontré aun mirando el libro. Pestañee un par de veces y me enderece.
—¿Podría preguntar qué es lo que lee?
Yo interrumpiendo a mi compañero de mesa una vez más, pero por alguna extraña razón odiaba el silencio. Había acostumbrado a estar muchas veces acompañada y a intercambiar un par de palabras; un claro ejemplo era el viejo licántropo con el que entable una buena amistad, que tristemente, ese día no lo encontré. Aparte era de esperarse el silencio pues estaba dentro de una biblioteca, y en una biblioteca lo más valioso es el silencio. Pero me sentía incomoda, sí, tal vez era eso.
¿Por qué? No tengo idea, pero me sentía incomoda. Con interés de hacer algo que me quitase esa incomodidad, empecé a hojear el libro lentamente, leyendo vagamente alguna palabra que capara mi atención. Deje de hacerlo fastidiada y volví al índice. Leí cada título de la lista, y justo el que buscaba yacía en la pagina ochenta y cinco.

por **Peter Jan Hansson** Dom Ene 05, 2014 2:11 pm

Vaya, su gozo en un pozo, si tiene que creerse sus palabras tampoco la joven de rubios cabellos está por la labor de concentrarse esa tarde. Peter Jan no puede culparla por ello: es invierno y hace frío, y aunque la biblioteca se intenta mantener caldeada para la comodidad de los lectores que la frecuentan es difícil hacer que suba la temperatura en una estancia tan grande, de techos tan altos y con tan poca concurrencia de personas. Además se ven copos de nieve danzando al otro lado de los ventanales y es un espectáculo hermoso del que cuesta apartar la vista. Todo en el universo parece conjurarse para que Hansson no apruebe su examen de álgebra y para que la muchacha no consiga aprender... El sueco echa un vistazo a la portada del libro que ella ha escogido justo a la vez que es interrogado sobre lo que está estudiando. Han tenido la misma idea, les pica la misma curiosidad. - Un tratado de álgebra bastante aburrido. - Le cuenta, hablando en un tono bajo para no molestar a los demás que de todas formas están sentados a una distancia suficiente como para no enterarse de su conversación. - Normalmente me interesa lo que estudio, pero el autor de este libro parecía empeñado en comprobar con cuánta rapidez era capaz de dormir a sus lectores. - Se siente un poco culpable por estar despreciando de ese modo a alguien que habrá tardado muchos años en componer esa obra, pero es que se ha esmerado especialmente en resultar tedioso.

El sueco sabe que las mujeres modernas son mucho más independientes que las de antes, pero aún le sorprende ver a doncellas como Eowyn solas en un lugar como una biblioteca pública, donde pueden ser indiscretamente abordadas por extraños de cualquier calaña. Peter Jan no permitiría que ninguna de sus tres hermanas acudiera sin compañía a sitios como ése, y eso que todas son mayores que él; pero considera el papel de un buen caballero velar por la seguridad de las féminas. Ahora se debate entre sus ganas de conversar y lo que le dicta el protocolo, pero finalmente decide saltarse las normas basándose en que, después de todo, ha sido ella quien ha empezado el diálogo, y también sería de mala educación dejar a una dama con la palabra en la boca. Esa decisión le conviene porque le agrada, así que no le da más vueltas. - Me llamo Peter Jan Hansson. - Se presenta. - ¿Puedo preguntar qué lee usted?

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