Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Salatiel D'Gesú Salvezza Dom Ene 12, 2014 12:26 pm


"... Y ser como una escarcha en tu cruz...
la sombra que va siempre detrás de tu luz...”


Era la armonía sublime del silencio y sus pasos lo que rebotaba en el eco de las nocturnas calles de París. El cronos seguramente marcaba alrededor de la una de la madrugada; más el kairovis, el tiempo de Dios, marcaba el momento perfecto. Él, el joven que caminaba a pausadas zancadas, tenía la calma suficiente como para llevar a su cuerpo a donde debía llevarle, al inicio del sendero, a la base de su montaña, a la recta curva que implicaba seguir al Señor, su Dios. Benditos eran los hombres en el camino del Señor, benditos eran por seguir sus mandamientos, por aceptar sus castigos, por leer sus planes, por cumplir sus mandamientos. Benditos eran los hombres que rechazaban la abominación del demonio. Benditos aquellos que se hicieran luz del mundo, y sal de la tierra. “Luz del mundo” ¿Yo soy luz del mundo? Se preguntaba aquel ataviado de azabache, obviamente lo era, le contestó su consciencia. A pesar de sus errores, a pesar de sus pecados, era un hijo de Dios, era luz del mundo. El obispo mismo le concedió el perdón de sus faltas, pues, el arrepentimiento de su corazón fue tan grande que fue digno de la misericordia del Señor.

Y allí estaba, aquel de hebras de cabello color oro, aquel de azulinos orbes, y de una faz esculpida por ángeles, allí estaba, postrado ante la presencia de Dios, dispuesto a cumplir su misión en la tierra: Derrocar el dominio del demonio. Esa había sido su misión, para eso fue entrenado desde corta edad, para que sus poderes, sus benditos dones, fueran ajustados a la medida de la fe, a la medida de Cristo, pues solo aquellos con fe innegable recibían los dones del espíritu santo, el don de ciencia, el don de fortaleza, el don del temor de Dios. Allí yacía su fuerte, su espíritu, su mente, y él, iba a honrar su Dios con su cuerpo, con su corazón, e inclusive con aquel par de revólveres  cargados de balas de plata, o en sus cuchillas de sierra; incluso lo adoraría con el agua que el mismo bendice, o en el set de agujas plateadas que fabrica su familia. Adoraría a su amado con su vida, y la entregaría, porque Él, ya había dado su vida por la humanidad…

Fue un movimiento de su palma el que abrió la reja de entrada de aquella casona, no presentó problema mover una simple cerradura con el susurro de sus palabras, el objeto obedeció sin más, como si de un criado se tratase, y tras entrar, volvió a cerrarse como si nada hubiese pasado, en un silencio meditativo, en un susurro del aire colado por el metal. Estaba seguro de a dónde iba, estaba seguro por donde andaba, nadie lo vería, nadie lo escucharía, porque su padre que estaba en los cielos ya se había encargado de todo… “el Señor siempre me muestra el camino…” era su pensar, un cierto y metafórico pensar para un poderoso clarividente como lo era aquel de nombre Salatiel.

- Buenas noches, señor Carvajal… - Pronunciaron sus labios cuando el momento fue perfecto y su presencia hizo acto de aparición. Suficientemente audible su color de barítono, y muy buena su modulación, para que fuese claro el entendimiento. - ¿Cómo se encuentra esta noche? - Algunos pequeños copos de nieve pululaban en el ambiente, era la gravedad la que les hacía caer, y el viento, infinito elemento de la naturaleza, se hacía de música esa noche, de modo que los meciera hasta posarse en el suelo que pisaban los dos inquisidores. Se voltearía entonces para darle la cara al que llegaba, y le ofrecía un suave acomodo de sus labios, una línea curva que era denotada como una sonrisa casual. La poca luz que brindaba la luna entre el telón de nubes, hacía de faro para vislumbrar el cuerpo de aquel hombre. De noche iba a ser su entrevista, su prueba, y de noche iba a presentarla. Sin importar que la falta de luz presentase algún inconveniente. A final de cuantas, no necesitaba de los ojos humanos, necesitaba de los ojos de su Señor, y estaba seguro que siempre los tenía de su mano. - ¿Debe aclararme algo antes de empezar, señor Carvajal? De ser negativa su respuesta, estoy listo cuando usted lo esté. - Entrego el mismo gesto de hacía unos segundos, y espero expectante por aquel caballero.

Su abrigo negro cubría perfectamente todo la altura de su cuerpo, incluso llegaba hasta los pies, claro está, que una abertura era marcada desde el comienzo de lo que sería el área pélvica, para permitir la movilidad de sus piernas, la cuales llevaban un cómodo pantalón de grueso material. Sus zapatos eran unas botas bien ajustadas en el mismo tono de las demás prendas, sin llegar a ser incomodas, y por supuesto, sus manos estaban cubiertas de unos finos guantes de cuero que jugaban perfecto con aquel abrigo de detalles grises. Debajo de ello, todo lo que un humano inquisidor podría necesitar, a final de cuentas, iba a una entrevista de habilidades, la iglesia no permitía que la facción de soldados fuese una baja constante, por ende, era justo y necesario aquel tipo de actividades. Siempre se debía mejorar, siempre para nuestro Señor Jesucristo.


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Mensaje por Antonio de Carvajal Vie Ene 17, 2014 8:30 pm

 Y al ver las multitudes, subió al monte y se sentó. Y vinieron a él sus discípulos.
 Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:
 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra como heredad.
 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.



Secundando las órdenes del sumo pontífice de hacernos cargo de la eliminación de criaturas sobrenaturales que ponían en peligro la paz y la estabilidad en el mundo cristiano, se me hizo llegar una segunda carta con sello lacrado, con carácter urgente. En ella se me detallaba en escuetas líneas, que me habría de visitar un sumo sacerdote de nombre: Salatiel D'Gesú Salvezza. Por más que mi mente trataba de recordar tal nombre, me era imposible visualizar una imagen, algún detalle. Si de algo podía jactarme, era de que no olvidaba ningún rostro, ningún nombre por más difícil que este fuere. Pero éste en particular, me sonaba tan lejano, como lo estaba la tierra donde Dios quiso que viera los primeros rayos del sol.

-Salatiel D'Gesú Salvezza  - Repetí apenas en un murmullo, mientras degustaba una copa de delicioso vino espumoso, en el recinto acondicionado justo al lado de las mazmorras. -Salatiel D'Gesú Salvezza -  Mencioné por segunda vez consecutiva ¿Será acaso que la iglesia me ha mandado a éste sacerdote para seguir mis pasos? . Tan desconfiada era mi persona, que el primer pensamiento ante tal hecho, era el de pensar lo peor, para prepararme mentalmente. Pensar lo peor o lo menos imaginable para que no hubiese sorpresas. Amaba a la santa iglesia, pero también amaba mi vida y el simple hecho de ser un inquisidor condenado, no me excentaba de ser uno de los futuros blancos inquisitoriales. Hoy podría serles de utilidad, mañana, quizás mis restos descansarían encima de un potro y mis extremidades desprendidas del mismo. Por tales circunstancias, mantendría mis ojos clavados en mi muy distinguida visita nocturna.

Ya me había manchado de sangre lo suficiente el día de hoy, por lo que ahora sólo me restaba ser paciente, esperando que mi reloj de bolsillo - regalo de una de las familias mas adineradas de España - marcara las nueve en punto, según dictaban las instrucciones: Nueve en punto, jardín trasero de su residencia. ¿Prueba de habilidades? ¿Acaso la santa sede no tenía personal cualificado para tales menesteres? más aún se me hacía sospechoso su arribo.

Una vez terminado mi vino, lo que hice fue romper mi fina copa con filo de oro en miles de fragmentos, al hacerle chochar contra las brasas de la chimenea, que conectaba con la principal. Aún en mi propia residencia podía ser presa fácil de traidores, aún y cuando la estancia estaba protegida por poderosos hechizos creados por mí. El ser sumamente desconfiado - hasta de mi sombra - me había mantenido con vida y a salvo los últimos años. Esta noche no iba a ser una excepción.

Salí por una puerta falsa que daba el aspecto de ser parte de la pared rocosa, y me adentré a los húmedos túneles, que iban prendiendo sus antorchas conforme iba pasando para alumbrar mi camino. Al fina de éstos, una puerta de hierro, que se abrió de manera lenta, haciendo el ruido típico de las muertas que han permanecido mucho tiempo sobre sus goznes. Al frente, un páramo rodeado de espesa vegetación que le daban un aspecto siniestro. El viento silbaba y la nieve, con pequeños copos de nieve cayendo, cubrían el suelo con una tenue escarcha de hielo. Un panorama típicamente invernal, que el sector más favorecido de la población lo hubiesen catalogado como "una velada romántica" De romance nada, de expectativas, muchas y variadas. Ya veríamos que se traería entre manos el sacerdote, porque no me cabía en la cabeza, que viniese a entrevistarse directamente conmigo, para demostrar de lo que era capaz. Por el momento le daría el beneficio de la duda.

Tomé asiento en uno de los muchos troncos esparcidos por el rededor (Mismos que pertenecieron a frondosos y longevos árboles que fueron alcanzados por rayos en noches de grandes tormentas) observando hacia al frente, sin despegar mi vista ni un ápice. Justo cuando observé mi reloj, pude presentir la presencia de alguien exactamente como yo, con mis habilidades. Podía sentir su aura aproximándose hacia mí. Otra de las puertas de hierro que circundaban mis tierras se abrió, revelando la humana figura de un hombre de mediana edad, arropado con las clásicas vestimentas eclesiásticas en negro. Suspiré. porque podría ser un auténtico bastardo con quien representara peligro, pero ésa figura, al representar a Dios en la tierra, cambiaba la situación por completo. Acorté distancias y besé su mano en señal de respeto al momento de escuchar mi nombre de sus labios.

-Me encuentro perfectamente bien, padre, esperándole con impaciencia.  - Una mentira y una verdad en mi respuesta - La carta escrita de puño y letra de su excelencia, avisándome sobre su llegada, ha sido eliminada como se me ordenó. Podemos empezar cuando usted así lo disponga.  -En mis labios se curvó una media sonrisa indescifrable, pues yo esperaba a una figura adentrada en años, no a alguien como él, tan joven.



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Mensaje por Salatiel D'Gesú Salvezza Miér Ene 22, 2014 11:02 am

♫♪Dime hoy Señor, ¿que deseas que haga hoy?
Yo quiero caminar siempre contigo
Quiero que seas mi mejor amigo.
Dime, aquí estoy, ¿que deseas que haga yo?
Lo que me pidas yo haré
Y donde quiera que vayas, yo iré…
Predicaré de tu amor…♪♫

~~


Eran sus orbes azuleos unos juguetones niños que se distraían inocentes con la grácil danza de aquellos copos de nieve, la brisa era la madre que arrullaba su movimiento con esos brazos invisibles, de un lado a otro, y de otro a otro más, ¿Qué bonito no? De lo alto del cielo, las lágrimas de los pompones grises de nubes se congelaban para esta época y caían en finos cristales de hielo sobre aquella pecaminosa humanidad parisina. Su mano, cubierta por aquel cuero, se extendía frente a él para ver como caían, ¿Era mito o realidad que los cristales de nieve nunca eran iguales? No tenía forma de saberlo, pero la sola idea le era excitante. Él Señor siempre se mostraba tan místico con sus creaciones, entregándoles una variedad de detalles, de misterios, de afecto y amor, ¡cuán hermoso era su Señor para ese joven inquisidor! Estaba claro que aquel hombre yacía en un tronco sentado, quizás maravillándose con la naturaleza, quizás esperando dar comienzo a su labor, lo supo desde la mañana, cuando al desayunar tocó aquel trozo de papel enviado desde el sumo pontífice, claramente en tonos opacos vio a un hombre descansando en el cuerpo inerte de un árbol, lo vio besando su mano, y vio su estruendoso mirar, y todo por el simple roce del amarillento pergamino.

Por eso solamente sonrió ante el gesto del presente caballero, se cumplió su visión: el maestro guerrero saludaría al siervo de Dios con un beso, tal cual como lo vieron sus ojos, tal cual se lo entregó su Señor.

- ¿Impaciencia, señor Carvajal? - Volvió su mirada al presente. - La impaciencia es un defecto bastante… tonto. - Su voz expresaba una calma que solamente podría ser comparada con la que era transmitida por la empatía, aquel joven no tenía ese poder de entregar sus emociones, tenía en cambio una sonrisa y una infinita tranquilidad que hacían el intento de empatizar su entorno. - Ejercítela, como a sus músculos, y me atrevo a decir que podrá esperar la segunda venida de Jesucristo con una sonrisa en el rostro. - Y así, regalo una curva de sus labios, mientras escuchaba su ahora comentario, recordando exactamente lo que hizo al leer la suya en la mañana: Su mano hechizó aquel sobre para convertirlo en una hermosa rosa de papel, obviamente, doblada por el origami que el manipuló, y como por arte de magia, - suaves risas ante el recuerdo - lo hizo volar en miles de trocitos, tal cual los finos pululantes de escarcha que ahora descendían desde el manto nocturno. - Estoy seguro que nuestra madre iglesia agradece su gesto, y yo, le estaré eternamente agradecido por ser el juez de mi prueba. - Su cuerpo se irguió, y posteriormente el torso inclinó para mostrar respeto con una venia. Claro estaba, lo hacía por las costumbres aprendidas en las comunidades católicas en China, y sus exquisitos modales, le parecía un gesto de mengue para aquel árbol que le daba sombra, reconociendo en el señor Antonio el mismo espíritu santo y la mezcla de dones que pudo derramar en él.

- Oh, una pregunta… - Sus pupilas se paralizaron en el espacio comprendido entre los dos presentes, podía imaginar aquel inquisidor que estaba viéndole de manera fija, pero no, en realidad no estaba haciendo tal cosa. - Muy bien, ya la respondió. - Dijo más seguro aquel caballero de apellido Salvezza tras estar unos segundos en silencio, sin siquiera esperar que aquel formulase una respuesta a la interrogante que no llegó a salir de su boca. Se retiro desde donde estaba unos cinco metros aproximadamente del buen hombre con quién hablaba. Fueron sus manos las que retiraron la porta agujas que se mimetizaba con su pantalón y que yacía en su muslo derecho, justo luego quitó el par de cuchillos que se encontraban dentro de sus botas negras, y extrajo las dos cuchillas cortas que cruzaban la parte baja de la espalda. Y por último, para completar su arsenal y colocar la cereza del pastel, puso una botellita redonda de agua bendita y un rosario de madera, bien ordenado en el suelo, bien doblado, formando un cuadrado perfecto que calmaba su corazón y le daban paz a sus manos.

- Disculpe la tardanza, señor Carvajal, ya sé que no permitirá armas en la prueba, y por eso decidí retirarlas para estar más cómodo. - Respiró hondo el de rubios cabellos, arqueando sus piernas, extendiendo sus brazos. Colocando la pierna diestra delante, alzando un poco la rodilla pisando con la punta de sus dedos, recargando el peso en la izquierda que ahora se flexionaba para dar un  desbalance al torso, que parecía hacer que su cuerpo caería en cualquier momento, más esto jamás sería así. El brazo rodearía la base de su estomago y abriría su palma, para ser el refuerzo del brazo izquierdo que se extendía hacia su ahora contrincante, abriendo sus dedos, denotando así el final de su posición inicial.

Exhaló el aire de sus pulmones por su boca, y dispuso su mirada al frente, sonriendo apacible, solo para pronunciar: - Comencemos, por favor. - Y guardar el silencio expectante de una batalla que estaba a punto de iniciar.


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