AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Michel Évangéliste
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Michel Évangéliste
M. Évangéliste "Así es como la injuria predomina por sobre la honestidad...." “ ” Datos básicos Nombre del personaje: Michel François Évangéliste Degrange Edad: 19 años Raza: Humano Clase Social: Clase Alta Fracción a la que pertenece: Inquisidor, Soldado. Nacido en: Francia, Paris. 1781 Orientación Sexual: Celibato
Lo escrito perdura… O eso es lo que dicen. La historia sobre mi existencia se remota a unos cuantos años atrás. Soy oriundo de Francia, para ser más exacto; Paris. ¿Esto bastaría para hacer una referencia sobre mi persona? Algunos se quedan con eso y no extirpan más en lo que yo considero una carnicería de indagaciones invasivas. En fin. Como consuelo me queda el hecho de que lo escrito perdura, que si bien soy un ser humano más entre millones y millones de almas al menos un día alguien encontrará este fragmento de mi existencia y entenderá los orígenes de mi creación. Esta es mi historia. Como dije, nací en la capital francesa allí por el año 1781. Me tocó la dicha de ser hijo de gente noble. Mi padre era conde, por tanto mi madre se convertía en condesa al momento de contraer nupcias con él. Fui el primero de dos hermanos. Cuando nací fue un acontecimiento célebre pues llegaba al mundo el heredero del conde y por mis infantas venas corría la digna sangre azul. Mis padres siempre fueron muy orgullosos de sus orígenes sagrados. Yo, por supuesto, también me jacto de ello. Évangéliste es una de las familias más antiguas de Francia y de Europa en general, fuimos partidarios de las primeras cruzadas como también participamos como espías en la Orden del Dragón, inquisidores desde tiempo memorables en la caza de brujas y herejes. Se podría decir que ¨Siempre hemos estado allí¨. Los Évangéliste, con otro escaso puñado de familias, forman parte de la sacra hermandad. Organización creada por caballeros sagrados que protegen y defienden a los inocentes en contra de lo sobrenatural. La importancia de conservar el apellido es algo innato en nosotros y es nuestro deber desde el principio de los tiempos aniquilar a todas las aberraciones que atenten contra Dios. De este modo viví toda mi infancia temprana rodeado de lujos y cuidados ridículamente excesivos como también formado bajo una rica y estricta educación religiosa. Como es de costumbre en nuestra familia, desde que era un niño recibí el entrenamiento mental y físico para combatir las fuerzas del mal al mismo tiempo que me preparaban para ser el digno heredero del título de mi padre. Cuando yo tenía doce años de edad mi madre daba a luz por segunda vez. Yo, esperanzado de que fuera un varón, estuve atento a este evento. Esperé por largo tiempo afuera de la alcoba hasta que me permitieron entrar. Lo confieso, y que Dios se apiade de mí, que me decepcioné al enterarme de que tenía una niña por hermana. Su nombre fue Anne-Claire y desde ese mismo instante que me miró con sus preciosos ojos azules quedé prendado por ella. Ese mismo día juré entrenarme de la manera más austera y ardua para poder proteger a la pequeña princesa de la casa. Yo solía estar bajo la tutela y entrenamiento de Joffrey, un hombre rudo el cual parecía que su corazón había sido sacado de raíz desde su pecho y quemado en el fuego del volcán. Este hombre era descomunalmente alto y su voz era ronca, parecía más un oso que un ser humano. Era amigo de mi padre, mi abuelo le daba la más acertada aprobación para ser él quien me entrenase. Joffrey perteneció a la iglesia, también fue parte de los inquisidores de Francia. Se entiende que su conducta estricta y apática sea bienvenida para este tipo de instituciones. Consideró que lo mejor para mí era apartarme de mis familiares ya que nada más me volvería más sensible y blando. Me convenció que la distancia con ellos era lo mejor al menos por un tiempo ya que esto fomentaría a mis anhelos de protección y unión para con ellos creciera cada día más Yo, personalmente, creo que Joffrey quería que me olvidara de ellos y me volviera el sujeto insensible y huraño que era él. En algunos aspectos eso le resultó, pero olvidó que lo más importante para los que llevan mi apellido es la familia. Está en nuestro escudo, está en nuestros corazones. Me fui con él a Versailles en donde, además de soportar el entrenamiento bajo las órdenes de Joffrey, asistí a la escuela católica con intenciones de algún día unirme a la Iglesia en calidad de sacerdote si bien mi naturaleza aristócrata y de primogénito me lo impedía. Entrene bajo lluvia, sol y enfermedad. Él no tenía misericordia, tampoco era la clase de tipo que usara la sumisión con alguien que proviene de la nobleza. Más de una vez recibí golpes de castigo de su parte… Cosa que asumí que era por mí bien. Al fin, a mis quince primaveras, Joffrey me daba por graduado de su entrenamiento. Volví a casa y sentí el cálido abrazo de mi madre al recibirme. Mi padre era más del tipo poco demostrativo así que su mirada de aprobación me bastó para sentirme afortunado. Y, claro, la angelical Anne-Claire quien se me aferró desde el mismo minuto en que volví. Me pregunto cómo una niñita tan pequeña me podía recordar. Pienso que simplemente la naturaleza cariñosa y dulce de mi hermana tuvo que ver, quizá era así con todos. Cuando volví comencé a vivir una vida más tranquila y sedentaria. Mi padre y abuelo iban a la caza de criaturas sobrenaturales cada noche, yo me quedaba en el hogar familiar a la espera de ellos dos. Siempre me decían que debía quedar uno de nosotros para proteger a mi madre y a mi hermana. Me molestaba que siempre ese ¨uno de nosotros¨ se redujera a sólo mi persona. Me comprometieron como a todo hijo de noble. Mi matrimonio sería con la hija de un noble ruso, por supuesto acordado por nuestros padres para beneficio de ambas familias. Cuando cumplí los dieciséis años de edad Anya, mi prometida, viajó con sus padres para conocernos. Así la vi un día en la sala principal cuando yo volvía de la Iglesia. Era una princesa rusa (Si bien no era princesa sino duquesa) por donde se le mirara. Su rostro era pálido, sus ojos profundamente celestes y el cabello platinado. Creo que…No, imposible que alguien como yo llegue a enamorarse. Me comporté como un caballero tal y como debía ser. Esa semana nos fuimos conociendo, la llevaba a los lugares más bellos de Francia y ella me deleitaba con su canto de ángel. Algo tenía ella que me hacía sentir bien por muy momentáneo que fuera. Cuando ella volvió a Rusia me quedé conforme de que ella sería la mujer que me acompañaría para el resto de mi vida. A mis diecisiete años las cosas fueron cambiando. Tanto mi padre, como mi abuelo, y hasta el mismo Joffrey me miraban como un hombre apto para acompañarlos. En parte se debe a mi personalidad indiferente y silenciosa. Soy una persona muy callada, con eso basta para ellos para no ser un estorbo en el camino. Felizmente me llevaban con ello a la caza de aquellas aberraciones a las cuales tanto odio les profeso. Odio a los herejes, odio a todo aquel que reniegue de Dios y de la sagrada iglesia, odio a esos infames vampiros, a esas bestias licántropos y demás creaciones del diablo. No sentía piedad cuando debía acabar con uno de ellos con mis propias manos. Siento que, cada vez que me volvía más sanguinario, mis familiares y mi maestro más se enorgullecían de mí. Eso me causó cierto grado de confusión, por un lado me sentía nauseabundo de que las personas a las que yo admiraba sólo me aprobaban cuando era maquiavélico. En cambio, una noche en una cena cuando sugerí mis deseos de unirme a la iglesia como sacerdote ellos, incluida mi madre, se espantaron y prontamente me prohibieron cumplir mis anhelos. Yo no lo comprendía. Sentía que cada vez que me acercaba más a Dios me volvía más limpio y humano pero mis familiares me despreciaban. Pero cada vez que cortaba una cabeza, clavaba una estaca en un corazón, mutilaba y maltaba, ellos se llenaban de jactancia. ¿Era mi destino escapar de la divinidad y asumir ser un maquiavélico? Son cosas que un hijo de padre noble no tiene el derecho de reflexionar, sólo de asumir. Los siguientes días de mi existencia se llevaron a cabo de la manera más cotidiana y repetitiva. Hasta que un momento de rebeldía llegó por mi parte. Ellos me decían que me quedara en casa, yo salía, ellos me ordenaban matar a un vampiro, yo tenía misericordia. Me pedían prudencia…Yo cautivaba mujeres mancillando sus cuerpos y deshonrándolas para después ignorarlas. Qué ejemplo de humanidad más distorsionada le estaba dando a mi querida hermana. Estaba confuso y solo. Pobre y pequeña Anne-Claire. Ella era mi único consuelo, sus abrazos de auténtico amor, su mirada feliz, la única mirada que no me desaprobaba en esa casa. Pero, todos tenemos una historia triste, sin ella no somos nada ¿Verdad? Faltaba poco para mi cumpleaños número dieciocho. Esa noche yo había salido hasta altas horas de la noche. No para cazar sino para simplemente contemplar la inmensidad de la noche. Cuando llegué a casa mi madre me esperaba en pie en el salón. Ella se levantó del sillón y me dio una bofetada. Yo no entendí en ese momento el por qué pero al bajar la mirada a una mesita auxiliar vi la carta que mi prometida me enviaba. Supuse que era la respuesta a la carta que yo antes le había mandado rompiendo nuestro compromiso. Junto a la carta de la dama rusa estaba otra carta donde la Iglesia me aceptaba como parte de su institución. Yo me veía por ese entonces con el padre Jean Louis, quien me guio para ingresar como un laico de la iglesia. ¨Creo que no la amo¨ Le expliqué a mi madre, ella me contestó que yo le había roto el corazón a mi prometida y que ella ya no quería salir de su habitación hasta que se consumiera en la depresión por completo. No, no me sentí culpable. Subí por las escaleras para entrar a mi alcoba, Anne-Claire apareció de la suya raptándome a su cuarto lleno de muñecas. Me exigió atención, quería que le leyera y allí me quedé sentado en una ridícula sillita de princesa leyéndole un cuento al ángel de la casa. Minutos más tarde cuando ella se durmió sentí que alguien más llegaba. Eran las tres de la madrugada y por el tipo de pasos supe que era mi padre, mi abuelo y Joffrey. Me sentí cobarde. Asquerosamente cobarde. No quería salir de la habitación de mi hermanita como un vil miedoso. Yo sabía que ellos se habían enterado de la ruptura de mi compromiso, de la desobediencia de mi parte por unirme a la iglesia. Sentí los pasos pesados de mi padre ir escaleras arriba y me mentalicé para recibir su castigo. Pero jamás llegaron. Eso me extrañó, aún más cuando sentí varios pasos correr y finalmente gritos. Gritos de mi madre, gritos de los sirvientes que cada noche debían mantenerse en pie para atender a los señores inquisidores. Anne-Claire se despertó, yo le ordené que se quedara en la habitación y no saliera. Salí de su cuarto y me encontré con un camino de sangre. Inmediatamente me alerté. Por suerte en mi traje siempre llevaba armas. Fui recorriendo la casa con cautela, me encontraba con brazos, piernas, cabezas y sangre. Sangre impregnada en las paredes, sangre impregnada en el techo, sangre en todos lados. Encontré la cabeza de mi pobre abuelo clavaba en una pica. Obvié que alguna criatura los había seguido para tomar venganza. Otro grito me alertó, fue hasta la habitación de dónde provenía pero era demasiado tarde, encontré a mi madre partida por la mitad y sin vida. Solté la espada y tomé la parte superior de mi madre entre mis brazos, la abracé y me sentí miserable por la discusión que habíamos tenido tan sólo minutos atrás. Mi padre llegó a la habitación y me encontró abrazando al cuerpo sin vida, no me percaté de él hasta que él mismo me llamó. Era un hombre frío y sé que de todos modos ver a su mujer muera le afectó, pero él se comportó como un noble debe comportarse; frívolo e indiferente guardándose para él y sólo para él los lamentos. ¨Levántate¨ Me dijo. Yo no reaccioné al instante, sentía los ojos humedecidos pero de todos modos no solté lagrima pues no podía demostrarme sensible. Deje el torso de mi madre en el suelo, acaricié una última vez su cabellera y me despedí para siempre de ella. Vimos una sombra ir del pasillo a otra sala. En el camino mi padre me explicó que un vampiro líder les había seguido. Suponiendo que estaba en la sala de estar, él y yo acordamos un plan pero no alcanzó a dar la cuenta de tres cuando sentí un chorro de sangre impregnarse en mi cara. Me toqué la mejilla y había sangre, pero no era mía. Vi como en segundos una línea roja y fina se dibujó en el cuello de mi padre, su garganta era la que lanzaba sangre a borbotones. El vampiro lo había cortado el cuello de mi padre con la misma espada que yo deje cuando encontré el cuerpo de mi madre. El demonio se presentó ante mí, era más alto que Joffrey incluso. Vestía de negro y su mirada era inquietamente profunda. Era tan hipnótica que me tuvo petrificado. Se río de mis familiares caídos, burlándose de lo débiles que son los humanos. Vi que tenía colmillos filosos, era un vampiro y de los más fuertes. Joffrey al fin apareció, vi que en sus manos llevaba colgando del cabello una cabeza, la de otro vampiro. El vampiro que me había detenido miró con desdén la cabeza cortada del de su especie. ¨Un discípulo débil no sirve de nada¨ Acto seguido miró a Joffrey ¨Tú sabes muy bien a lo que me refiero¨ Mi maestro me ordenó que subiera por mi hermana. Lo deje sólo en el salón con el vampiro líder. Fui hasta la habitación de Anne-Claire y el corazón se me detuvo al no encontrarla por ninguna parte. Grité su nombre y entonces ella salió de debajo del catre, tiritando y llorando. La abracé fuertemente y le pedí que se calmara que todo iba a salir bien. La abracé como si la vida se me fuera en ello. La habitación estaba oscura y sólo la luna llena alumbraba tenuemente su interior. No sé cómo ni en qué momento vi un charco de sangre a los pies de Anne-Claire. Yo aún la abrazaba cuando sentí un dolor punzante atravesarme la espalda y parte del pecho. Al separarme de ella vi como una punta de espada me atravesada el pecho. Sentí como mi propia sangre teñía mi traje. Escuché la risa del vampiro a mi espalda, él me había clavado la espada. Lo trágico fue ver que mi inocente y desdichada hermana recibió la peor parte. La punta de la espada le atravesó el corazón y cayó muerta a mis pies. Yo, de rodillas, apenas pude sostenerla en mis brazos. Con cada acto lamentero de mi parte el vampiro parecía deleitarse más y más. El rostro blanco de mi hermana perdió todos los colores a la luz de la luna. Mi maestro volvió a la escena. Estaba lastimado, perdió un ojo y un brazo en la lucha con el vampiro. Los dos comenzaron a batallar nuevamente. Yo, inútil e infortunado, permanecí arrodillado con el cuerpo de mi hermana en los brazos. El vampiro, con toda tranquilidad, vio a la ventana ¨Ya me aburrí¨ dijo antes de salir por ella dejando a Joffrey mal herido, a mi casi muerto y una destripada familia por todos los rincones de la casa. Baje con el cuerpo de mi hermana. La espada me atravesó pero tan sólo rozó el corazón. Podía caminar, o más bien era mi propia inercia, por mí mismo pese a que me estaba desangrando. Una mano agarró mi traje cuando pasé por la sala… Era mi padre. Seguía vivo, quizá seguiría así unos minutos más de agonía. Me pidió que lo matase para no seguir alargando el proceso. Deje el cuerpo de Anne-Marie en un sillón. Tomé un cuchillo y le rebané por completo el cuello a mi padre dejándole partir al fin. Joffrey, quien siguió mis pasos, quedó sorprendido por lo que vio. Me insultó por haber matado a su mejor amigo y por lo inepto e inútil que yo resultaba ser en estos casos. Yo estaba muerto. Los muertos dejamos de sentir. Joffrey, por primera vez sentí que aquel enorme hombre sin corazón tenía algo de sentimientos al fin y al cabo. No sufrió cuando su mujer dio a luz, pero sí cuando su mejor amigo murió. Cuando se calmó me llamó. Yo, casi arrastrándome, fue hasta él. Joffrey me mostró dos agujeros profundo en su cuello, me explicó que el vampiro le había dejado ¨un regalito¨ antes de partir. -¨Prefiero la muerte y quemarme en las llamas del infierno antes de ser un condenado. Si sobrevives, que ese sea tu lema y que la venganza sea el plato que día a día debas servirte.¨- Me dijo al momento de pasarme una estaca de plata. -¨Quítame la vida al igual que lo has hecho con tu padre¨- -Hazlo tú mismo.- Le dije. El miró su arrancado brazo para darme lástima. Tomé la estaca y a duras penas se la clavé en medio del corazón matándole y manchándome con la sangre de mi maestro. Me alejé de su cadáver y me quedé sentado en medio de la sala. No tardé en alcanzar un candelabro con velas, quemé las cortinas de la habitación y dentro de poco todo ardió en llamas. Tomé el cuchillo con el cual le corté el cuello a mi padre y escribí con la punta de este unas letras cerca de mis clavículas cortando la carne profundamente en cada letra. Después de eso me desvanecí cerrando los ojos convencido de que aquel era mi fin. Desperté en el hospital de la iglesia. El Padre Jean Louis me había sacado de la casa y todo este tiempo estuvo cuidándome en el hospital con ayuda de las monjas. Abrí los ojos en contra de mi voluntad. Recordé todo lo que pasó esa noche. Desabroché el botón de la camisa y vi lo que había escrito en mis clavículas… cosa que había olvidado. ¨Prefiero la muerte y quemarme en las llamas del infierno antes de ser un condenado¨ eso escribí en lenguas muertas. Miré el techo y me quedé un buen tiempo más así, sintiendo vergüenza de mí mismo por haber sido tan inútil. Gracias a Dios está el padre Jean Louis, a quien le debo todo. Cuando me mejoré me uní a la iglesia consagrándome como un hermano de la santa obra. Acepté una vida consagrada de modo especial a Dios con la profesión de los consejos evangélicos de la castidad en el celibato y obediencia a la iglesia. Por consiguiente ya jamás podría apelar al heredado título noble de conde ni ningún otro que pudiera obtener por medio de algún matrimonio. No puedo negar que entre mis recuerdos aún permanece quien fue mi prometida. En la actualidad. Mi gran logro es haber sido aceptado hace poco como un soltado de los inquisidores. Juro por lo más sagrado y por Dios que acabaré con todas esas aberraciones demoníacas. Soy el último de mi familia y he condenado a una de las familias más legendarias a la extinción. APARIENCIA
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Última edición por Michel Évangéliste el Jue Feb 13, 2014 6:19 pm, editado 4 veces
Michel Évangéliste- Inquisidor Clase Alta
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Re: Michel Évangéliste
OBSERVACIONES:
- POR FAVOR, REVISA EL CÓDIGO, ESTÁ DISTORSIONANDO LA PÁGINA.
- ES NECESARIO QUE COLOQUES A QUÉ CLASE PERTENECE TU PERSONAJE.
CUANDO HAGAS LO QUE TE PIDO, POSTEA AVISANDO PARA APROBAR TU FICHA. GRACIAS.
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Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Michel Évangéliste
Editado
Michel Évangéliste- Inquisidor Clase Alta
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Re: Michel Évangéliste
FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
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Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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