AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cosas de brujas [Anneska]
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Cosas de brujas [Anneska]
La luz mañanera empezaba a filtrarse por el hueco que las cortinas de mi cuarto dejaban entrever. Me desperecé, ya despierta en la cama, y con calma fui incorporándome dejando a un lado las sábanas. Dejé que las piernas colgaran en el borde de la cama, no es que yo fuera bajita ni nada por el estilo, pero la cama como siempre me había gustado, estaba a una altura considerable, no había forma de explicar esa manía, el caso es que era así.
Dejé que mi pie lentamente se deslizara hasta el suelo, dejando que la puntita del dedo gordo tocara la suave madera, apartándolo casi al instante en un respingo hasta encogerme sobre mi misma. El suelo estaba frio y la cama calentita. No tenía ganas de salir de allí.
Me miré en el espejo que tenía al otro lado de la habitación, sobre la pared, tenía la cabellera revuelta en una maraña de rizos y nudos pelirrojos. Me tapé la cara escondiéndola entre mis rodillas. ¿En serio tendría que salir hoy a la calle? Cierto era que había quedado en ir a ensayar al teatro y luego hacer unos recados para la tienda, pero ni los rayos de sol que poco a poco empezaban a iluminar la instancia por completo me animaban a poner un pie fuera de la cama.
“Toc-toc” sonó la puerta, y tras un breve ruido sordo se abrió dejando entrever la cara de mi madre por el borde de la misma.
- Jan, cielo, deberías levantarte ya. ¿No tenías clase hoy? Llegas tarde.
- Hum...
Después cerró la puerta y se escucharon sus pasos alejándose. Levanté la cabeza para mirar hacia la puerta y, aun con los ojos entrecerrados hice un acto de valor y finalmente me levanté de la cama, acercándome a la ventana para abrirla corriendo las cortinas para que a luz que se filtraba me bañara por completo. Un nuevo día en París daba comienzo.
Corriendo, siempre corriendo… Apenas me arreglé el cabello, recogiéndolo en una trenza que caía por el lado, me vestí con ropas acorde con el tiempo que hacía, ya primaveral, opté por algo más fresco y ligero aunque también cómodo. Vestía ropajes color beige con vestigios verdes, como siempre, el encaje en los puños y mangas largas eran predilectos en todos mis atuendos. Había escogido un zapato sin tacón, quería poder moverme con libertad sin tener miedo a tropezar… Si, era propensa a tener algún que otro susto por mi torpeza innata.
Había bajado a la tienda familiar, que estaba justo en el piso de debajo, cogido algunas pastas y té para desayunar, mi violín, y salí de allí tras despedirme de mi madre tras recordarme todo el tiempo que a mi vuelta trajera de paso los pedidos.
Mientras caminaba por las calles parisienses, me preguntaba con quién compartiría la clase de ensayo aquel día. La última vez había tenido que hacer dúo con un pianista y las clases rotaban para que todos pudiéramos practicar y congeniar entre nosotros. Notaba ya como la curiosidad empezaba a despertar en mi interior a medida que me hacía camino entre la gente.
Dejé que mi pie lentamente se deslizara hasta el suelo, dejando que la puntita del dedo gordo tocara la suave madera, apartándolo casi al instante en un respingo hasta encogerme sobre mi misma. El suelo estaba frio y la cama calentita. No tenía ganas de salir de allí.
Me miré en el espejo que tenía al otro lado de la habitación, sobre la pared, tenía la cabellera revuelta en una maraña de rizos y nudos pelirrojos. Me tapé la cara escondiéndola entre mis rodillas. ¿En serio tendría que salir hoy a la calle? Cierto era que había quedado en ir a ensayar al teatro y luego hacer unos recados para la tienda, pero ni los rayos de sol que poco a poco empezaban a iluminar la instancia por completo me animaban a poner un pie fuera de la cama.
“Toc-toc” sonó la puerta, y tras un breve ruido sordo se abrió dejando entrever la cara de mi madre por el borde de la misma.
- Jan, cielo, deberías levantarte ya. ¿No tenías clase hoy? Llegas tarde.
- Hum...
Después cerró la puerta y se escucharon sus pasos alejándose. Levanté la cabeza para mirar hacia la puerta y, aun con los ojos entrecerrados hice un acto de valor y finalmente me levanté de la cama, acercándome a la ventana para abrirla corriendo las cortinas para que a luz que se filtraba me bañara por completo. Un nuevo día en París daba comienzo.
***
Corriendo, siempre corriendo… Apenas me arreglé el cabello, recogiéndolo en una trenza que caía por el lado, me vestí con ropas acorde con el tiempo que hacía, ya primaveral, opté por algo más fresco y ligero aunque también cómodo. Vestía ropajes color beige con vestigios verdes, como siempre, el encaje en los puños y mangas largas eran predilectos en todos mis atuendos. Había escogido un zapato sin tacón, quería poder moverme con libertad sin tener miedo a tropezar… Si, era propensa a tener algún que otro susto por mi torpeza innata.
Había bajado a la tienda familiar, que estaba justo en el piso de debajo, cogido algunas pastas y té para desayunar, mi violín, y salí de allí tras despedirme de mi madre tras recordarme todo el tiempo que a mi vuelta trajera de paso los pedidos.
Mientras caminaba por las calles parisienses, me preguntaba con quién compartiría la clase de ensayo aquel día. La última vez había tenido que hacer dúo con un pianista y las clases rotaban para que todos pudiéramos practicar y congeniar entre nosotros. Notaba ya como la curiosidad empezaba a despertar en mi interior a medida que me hacía camino entre la gente.
Janna Laveau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/12/2013
Localización : En cualquier tejado, tocando el violín
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Re: Cosas de brujas [Anneska]
Llevaba ya algún tiempo en Paris pero mi memoria aún se resignaba a recordar las incalculables y vistosas calles de la capital francesa. Sentí ese deje de frustración interna. Apoyaba los codos en el marco de roble de la ventana de una tienda. Mi rostro yacía entre el puente que se formaba con mis dedos entrecruzados. Mi mirada era un tanto distante y perdida en un mundo irreal de pensamientos alejados del contexto racional. Observe todo el movimiento de las personas en las calles del centro de la ciudad, me llamaba la atención sobre todo los carruajes tan rimbombantes de los cuales algunos pocos eran los venturosos dueños. Obviamente en Hungría, mi país natal, existían carruajes ostentosos y atractivos, pero en Francia había ese algo que todo lo hace ser único. En Francia, la gente siempre quiere destacar por sobre el resto algo que no me molesta para nada.
Creo que el vendedor de sombreros, que se encontraba a mi espalda, notó mi estado despistado. De todos modos estaba lo suficiente atenta para escuchar que caminaba de un lugar a otro buscando un sombrero con todas las prórrogas características que le dicté apenas entré en su negocio.
-Señorita.- Me llamó para que le prestara atención. -¿Es este el sombrero que usted quiere?-
Me giré perezosamente, casi sin ganas de abandonar la cómoda posición que había adoptado. Observé meticulosamente el sombrero que el hombre me extendía con sus gruesas manos, lo tomé con delicadeza con las mías que más finas no se podían ver al lado de las de él. Era un sombrero de tres picos, de tela con textura y pluma blanca. Sentí su peso liviano, por unos segundos estuve tentada a comprarlo pero contuve mi instinto consumista.
-Creo que he cambiado de opinión.- Dije con desdén. Y cuando dije eso noté que el rostro del pobre hombre por poco se desplomaba. –Prefiero algo más sencillo, un sombrero de alas grandes y color negro, por favor. En lo posible que tenga una cinta a su alrededor del mismo color oscuro y de seda fina.-
-Veré si me queda alguno de ese tipo.- El vendedor resopló cansado. Volvió a recorrer estante por estante hasta que treinta minutos después reapareció con un sombrero con las características dadas. -¿Este le gusta?-
Seguramente el sujeto estaba rezando en voz baja para que me gustara el sombrero y me fuera de una vez. Tomé el sombrero con ambas manos, liviano como me gustaba y de tela que repele el polvo, la cinta negra de seda creaba un rozón encantador. Fui hasta el espejo del negocio y coloqué sobre mi cabeza el accesorio, mi cabello castaño lucía, a mi gusto, sofisticado debajo de aquel sombrero.
-Éste está perfecto. Éste lo llevo.-
Pregunté su valor y quizá era un poco caro para ser mucho más simple que el sombrero de tres picos pero no era problema. Por suerte aún me quedaban muchas joyas que había usurpado en el palacio Húngaro real… No es algo de lo que me enorgullezca pero gracias a esas hermosas joyas me he podido dar el lujo de ser vista como una persona de alta sociedad. Alta sociedad que perdí al momento de que mis padres abandonaron estas tierras y debí arreglármelas por mí misma.
Salí del negocio luciendo el sombrero en mi cabeza, había juego con el vestido oscuro que llevaba ese día. Lo sé, para los días de primavera es mejor lucir tonos más claros, pero ayer ya había salido con un traje color lila.
Caminé a paso rápido y elegante por las calles. ¡Cuánto me había acostumbrado a usar siempre sombrillas que ahora me sentía desprotegida sin una! Es absurdo aferrarse a algo muerto como ser protector pero mi sombrilla era mi gran escudo contra el mundo.
Fue entonces que noté a una joven muchacha caminar a un par de pasos adelante mío. Me maravilló sus cabellos de fuego, por algún motivo ese tono que se asemejaba al naranja de las llamas siempre me llamó la atención por eso no era de extrañar que por algunos instantes caminara casi por inercia detrás de esa persona. Desde niña siempre me imaginaba que la gente con ese tipo de cabello tenía grandes dotes de dominio y control del fuego, quizá eran cosas sin fundamentos pero me gustaba creer que así eran.
Noté que cargaba firmemente un violín. En ese momento algo en mi mente me dijo que pusiera más atención. Un recuerdo, quizá, de los primeros días que estuve en Paris.
Recuerda Anneska…Recuerda. Hice memorias casi torturando a mi pobre mente para que recordara pronto y allí vino la imagen. Recordé que el primer día que llegué salí a dar un paseo por las calles de Paris para ir acostumbrándome a lo que era mi ¨nuevo hogar¨ entonces una tonada extraordinaria llegó hasta mi tímpano y me hizo buscar a quien la producía. Esa vez alcé la vista hacia un tejado y vi a una muchacha de cabellos similares a los de ella tocar el violín. Recuerdo que cuando terminó de tocar yo aplaudí inconscientemente y después me sentí avergonzada pues quizá la joven se sentiría invadida por mi presencia justo en su momento de inspiración. Esa vez me disimulé antes de que me advirtiera. Ahora, algo me indicaba que aquella chica era ella.
Me adelanté los pasos que nos separaban y le seguí el ritmo en silencio hasta que, por mi naturaleza curiosa, cosa que sé que a veces es algo imprudente pero pues ¡Soy como un gato! Tan curiosa que no toma límites.
-Disculpe, ¿Toca el violín?- Y caí en cuentas que mi pregunta era algo…Tonta. Entonces me di el permiso de hacerle saber mi duda. –Por algún motivo creo que antes la he escuchado tocar. En una ocasión escuché una hermosa melodía, la persona que tan estupendamente tocaba el violín tenía sus características. En esa ocasión le oí tocar en un tejado. Me preguntaba si toca en algún lugar en especial, además de conocer un sitio donde dispongan de instrumentos. Verá, me encanta la música y tocar el harpsichord, cosa que extraño de sobremanera.- Tal vez estaba siendo imprudente. Sobre todo porque vi que su paso era algo rápido. -¡Oh, perdóneme si imprudencia que me es innata la está retrasando!- Articulé una sonrisa amistosa.
Creo que el vendedor de sombreros, que se encontraba a mi espalda, notó mi estado despistado. De todos modos estaba lo suficiente atenta para escuchar que caminaba de un lugar a otro buscando un sombrero con todas las prórrogas características que le dicté apenas entré en su negocio.
-Señorita.- Me llamó para que le prestara atención. -¿Es este el sombrero que usted quiere?-
Me giré perezosamente, casi sin ganas de abandonar la cómoda posición que había adoptado. Observé meticulosamente el sombrero que el hombre me extendía con sus gruesas manos, lo tomé con delicadeza con las mías que más finas no se podían ver al lado de las de él. Era un sombrero de tres picos, de tela con textura y pluma blanca. Sentí su peso liviano, por unos segundos estuve tentada a comprarlo pero contuve mi instinto consumista.
-Creo que he cambiado de opinión.- Dije con desdén. Y cuando dije eso noté que el rostro del pobre hombre por poco se desplomaba. –Prefiero algo más sencillo, un sombrero de alas grandes y color negro, por favor. En lo posible que tenga una cinta a su alrededor del mismo color oscuro y de seda fina.-
-Veré si me queda alguno de ese tipo.- El vendedor resopló cansado. Volvió a recorrer estante por estante hasta que treinta minutos después reapareció con un sombrero con las características dadas. -¿Este le gusta?-
Seguramente el sujeto estaba rezando en voz baja para que me gustara el sombrero y me fuera de una vez. Tomé el sombrero con ambas manos, liviano como me gustaba y de tela que repele el polvo, la cinta negra de seda creaba un rozón encantador. Fui hasta el espejo del negocio y coloqué sobre mi cabeza el accesorio, mi cabello castaño lucía, a mi gusto, sofisticado debajo de aquel sombrero.
-Éste está perfecto. Éste lo llevo.-
Pregunté su valor y quizá era un poco caro para ser mucho más simple que el sombrero de tres picos pero no era problema. Por suerte aún me quedaban muchas joyas que había usurpado en el palacio Húngaro real… No es algo de lo que me enorgullezca pero gracias a esas hermosas joyas me he podido dar el lujo de ser vista como una persona de alta sociedad. Alta sociedad que perdí al momento de que mis padres abandonaron estas tierras y debí arreglármelas por mí misma.
Salí del negocio luciendo el sombrero en mi cabeza, había juego con el vestido oscuro que llevaba ese día. Lo sé, para los días de primavera es mejor lucir tonos más claros, pero ayer ya había salido con un traje color lila.
Caminé a paso rápido y elegante por las calles. ¡Cuánto me había acostumbrado a usar siempre sombrillas que ahora me sentía desprotegida sin una! Es absurdo aferrarse a algo muerto como ser protector pero mi sombrilla era mi gran escudo contra el mundo.
Fue entonces que noté a una joven muchacha caminar a un par de pasos adelante mío. Me maravilló sus cabellos de fuego, por algún motivo ese tono que se asemejaba al naranja de las llamas siempre me llamó la atención por eso no era de extrañar que por algunos instantes caminara casi por inercia detrás de esa persona. Desde niña siempre me imaginaba que la gente con ese tipo de cabello tenía grandes dotes de dominio y control del fuego, quizá eran cosas sin fundamentos pero me gustaba creer que así eran.
Noté que cargaba firmemente un violín. En ese momento algo en mi mente me dijo que pusiera más atención. Un recuerdo, quizá, de los primeros días que estuve en Paris.
Recuerda Anneska…Recuerda. Hice memorias casi torturando a mi pobre mente para que recordara pronto y allí vino la imagen. Recordé que el primer día que llegué salí a dar un paseo por las calles de Paris para ir acostumbrándome a lo que era mi ¨nuevo hogar¨ entonces una tonada extraordinaria llegó hasta mi tímpano y me hizo buscar a quien la producía. Esa vez alcé la vista hacia un tejado y vi a una muchacha de cabellos similares a los de ella tocar el violín. Recuerdo que cuando terminó de tocar yo aplaudí inconscientemente y después me sentí avergonzada pues quizá la joven se sentiría invadida por mi presencia justo en su momento de inspiración. Esa vez me disimulé antes de que me advirtiera. Ahora, algo me indicaba que aquella chica era ella.
Me adelanté los pasos que nos separaban y le seguí el ritmo en silencio hasta que, por mi naturaleza curiosa, cosa que sé que a veces es algo imprudente pero pues ¡Soy como un gato! Tan curiosa que no toma límites.
-Disculpe, ¿Toca el violín?- Y caí en cuentas que mi pregunta era algo…Tonta. Entonces me di el permiso de hacerle saber mi duda. –Por algún motivo creo que antes la he escuchado tocar. En una ocasión escuché una hermosa melodía, la persona que tan estupendamente tocaba el violín tenía sus características. En esa ocasión le oí tocar en un tejado. Me preguntaba si toca en algún lugar en especial, además de conocer un sitio donde dispongan de instrumentos. Verá, me encanta la música y tocar el harpsichord, cosa que extraño de sobremanera.- Tal vez estaba siendo imprudente. Sobre todo porque vi que su paso era algo rápido. -¡Oh, perdóneme si imprudencia que me es innata la está retrasando!- Articulé una sonrisa amistosa.
Anneska Szőgyény- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/02/2014
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Re: Cosas de brujas [Anneska]
Mantenía el paso más o menos rítmico mientras andaba, iba repasando en mi cabeza algunas notas y composiciones que seguramente tendría que tocar aquel día. Agaché la cabeza, mirando el suelo que iba pisando, en mi mas sincera opinión, no tenía ganas de ir a clase aquel día, preferiría mil veces aprovechar el buen tiempo para ir a cualquier sitio arbolado a pasear o simplemente dejarme caer y rodar por la hierva y cosas de ese estilo, aunque sonara infantil.
Seguía sumida en mis pensamientos, cuando noté a alguien que iba siguiendo mi ritmo a una distancia más o menos cercana. Juraría que la escuché hablar y por un momento pensé que se refería a mi persona, así que sin más aminoré el paso para dejar que me alcanzara.
Giré el rostro para poder apreciar mejor de quién se trataba, no me sonaba de nada aquella muchacha. Iba vestida con elegante costura de tonos oscuros y un sombrero de alas grandes de la misma tonalidad, su cabello castaño caía con gracia sobre sus hombros y se ondeaba con cada paso que daba. Sonreí tímidamente, sin saber qué decir exactamente ante la intromisión de aquella muchacha. Sí estaba claro que tocaba el violín, el cual llevaba conmigo en ese momento, pero no recordaba haber visto a aquella persona, o al menos eso pensaba.
Mis pasos, cada vez más lentos, terminaron por detener la marcha, quedando así frente a la chica. Cogí el asa del violín con ambas manos dejándolo pegado al cuerpo.
- No se preocupe -dije ante la disculpa de la muchacha y sonreí dedicándole una media sonrisa. Mis ojos azulones la repasaban con la mirada discretamente para poder, con un poco de suerte, recordar a aquella persona. Repasé los momentos en los que había estado tocando. Bastantes veces solía colarme para subir a los edificios medianos de París, era como un especie de laberinto alzado en el que no había impedimento que obstruyera una bonita vista a cualquier horizonte.
- ¿Ha mencionado que le gusta tocar el harpsichord? -pregunté intentando de esa forma conseguir un poco más de información- no es un instrumento muy común, pero creo que en las clases del teatro hay alguno -mi mirada interrogativa a la par de curiosa se clavó en sus ojos- ¿la conozco? Lo siento de veras pero no consigo ubicarla ahora mismo.
Pretendía de alguna forma averiguar si la muchacha participaba también en algunas de las clases de ensayo del teatro, si ella tocaba instrumentos quizá nos habríamos cruzado en algún momento por allí.
Seguía sumida en mis pensamientos, cuando noté a alguien que iba siguiendo mi ritmo a una distancia más o menos cercana. Juraría que la escuché hablar y por un momento pensé que se refería a mi persona, así que sin más aminoré el paso para dejar que me alcanzara.
Giré el rostro para poder apreciar mejor de quién se trataba, no me sonaba de nada aquella muchacha. Iba vestida con elegante costura de tonos oscuros y un sombrero de alas grandes de la misma tonalidad, su cabello castaño caía con gracia sobre sus hombros y se ondeaba con cada paso que daba. Sonreí tímidamente, sin saber qué decir exactamente ante la intromisión de aquella muchacha. Sí estaba claro que tocaba el violín, el cual llevaba conmigo en ese momento, pero no recordaba haber visto a aquella persona, o al menos eso pensaba.
Mis pasos, cada vez más lentos, terminaron por detener la marcha, quedando así frente a la chica. Cogí el asa del violín con ambas manos dejándolo pegado al cuerpo.
- No se preocupe -dije ante la disculpa de la muchacha y sonreí dedicándole una media sonrisa. Mis ojos azulones la repasaban con la mirada discretamente para poder, con un poco de suerte, recordar a aquella persona. Repasé los momentos en los que había estado tocando. Bastantes veces solía colarme para subir a los edificios medianos de París, era como un especie de laberinto alzado en el que no había impedimento que obstruyera una bonita vista a cualquier horizonte.
- ¿Ha mencionado que le gusta tocar el harpsichord? -pregunté intentando de esa forma conseguir un poco más de información- no es un instrumento muy común, pero creo que en las clases del teatro hay alguno -mi mirada interrogativa a la par de curiosa se clavó en sus ojos- ¿la conozco? Lo siento de veras pero no consigo ubicarla ahora mismo.
Pretendía de alguna forma averiguar si la muchacha participaba también en algunas de las clases de ensayo del teatro, si ella tocaba instrumentos quizá nos habríamos cruzado en algún momento por allí.
Janna Laveau- Hechicero Clase Media
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Re: Cosas de brujas [Anneska]
Debo admitir que me sentí un poco ansiosa por saber cómo reaccionaría la chica de cabellos semejantes al fuego. Primero pensé en la posibilidad de que tendría una negativa respuesta de su parte, también pensé en la posibilidad de que la joven fuese del tipo de personas que no exponen una barrera para cuando una persona extraña de la nada la aborda, y por último pensé en la opción de que simplemente me ignorara por completo.
Me quedé más expectante cuando aminoró el ritmo de sus pasos, seguidamente ella me sonrió y ese gesto hizo que yo por mi parte también sonriera en un acto reflejo. Finalmente ella detuvo sus pasos y se giró ante mí. Ella aferraba el violín a su cuerpo, eso me hizo pensar que aquel instrumento era muy importante para la chica. La gente que lleva la música en sus venas suele traspasarle cariño a los instrumentos que son de su predilección.
Su respuesta, ¨No se preocupe¨ junto con su sonrisa me tranquilizó un poco más. Sé que soy del tipo de personas sociales que no repara entre los límites de confianza y que muchas veces a otras personas les puede parecer bochornosamente molesto sin que me percate de ello.
La escuché con atención mientras me hablaba. Me alegró escuchar que posiblemente tengan un harpsichord en las clases de teatro, sonreí ante la idea de la posibilidad de poder volver a tocar con mis dedos las teclas de un harpsichord. ¿En dónde quedaba el teatro de Paris? Creo que aún no me lo he topado. Las veces que he salido del lugar en donde me alojo suelo caminar por las calles más cercanas al entorno. Me he encontrado con restaurantes, negocios de ventas de vestuarios y accesorios, entre otras cosas. Ya me aventuraría a ir por lugares más apartados en los próximos días.
La joven me preguntó si me conocía, yo atiné a sonreír divertida.
-Descuide. Dudo que me conozca… Verá, hace pocos días he llegado a Paris. Como entenderá soy como un pajarillo libre e inexperto que vuela sin destino fijo. Me sucede que, en estos momentos, al no conocer a nadie y tener un mal sentido de orientación, me atrevo a acosar a las personas e invadirlas con preguntar típicas de un turista que no sabe a dónde ir o qué hacer en un país que parece ser maravillosamente grande. Mi nombre es Anneska. Ahora me conoce un poco más- Hice una reverencia inclinando levemente mi cabeza. Al reincorporarme sonreí amigablemente. -Reitero mis disculpas por mi intromisión. Pero al no tener conocidos en Paris mi único recurso es abordar personas y hacerles preguntas sobre lugares a los que pueda ir para distraerme.-
Me quedé más expectante cuando aminoró el ritmo de sus pasos, seguidamente ella me sonrió y ese gesto hizo que yo por mi parte también sonriera en un acto reflejo. Finalmente ella detuvo sus pasos y se giró ante mí. Ella aferraba el violín a su cuerpo, eso me hizo pensar que aquel instrumento era muy importante para la chica. La gente que lleva la música en sus venas suele traspasarle cariño a los instrumentos que son de su predilección.
Su respuesta, ¨No se preocupe¨ junto con su sonrisa me tranquilizó un poco más. Sé que soy del tipo de personas sociales que no repara entre los límites de confianza y que muchas veces a otras personas les puede parecer bochornosamente molesto sin que me percate de ello.
La escuché con atención mientras me hablaba. Me alegró escuchar que posiblemente tengan un harpsichord en las clases de teatro, sonreí ante la idea de la posibilidad de poder volver a tocar con mis dedos las teclas de un harpsichord. ¿En dónde quedaba el teatro de Paris? Creo que aún no me lo he topado. Las veces que he salido del lugar en donde me alojo suelo caminar por las calles más cercanas al entorno. Me he encontrado con restaurantes, negocios de ventas de vestuarios y accesorios, entre otras cosas. Ya me aventuraría a ir por lugares más apartados en los próximos días.
La joven me preguntó si me conocía, yo atiné a sonreír divertida.
-Descuide. Dudo que me conozca… Verá, hace pocos días he llegado a Paris. Como entenderá soy como un pajarillo libre e inexperto que vuela sin destino fijo. Me sucede que, en estos momentos, al no conocer a nadie y tener un mal sentido de orientación, me atrevo a acosar a las personas e invadirlas con preguntar típicas de un turista que no sabe a dónde ir o qué hacer en un país que parece ser maravillosamente grande. Mi nombre es Anneska. Ahora me conoce un poco más- Hice una reverencia inclinando levemente mi cabeza. Al reincorporarme sonreí amigablemente. -Reitero mis disculpas por mi intromisión. Pero al no tener conocidos en Paris mi único recurso es abordar personas y hacerles preguntas sobre lugares a los que pueda ir para distraerme.-
Anneska Szőgyény- Hechicero Clase Alta
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Re: Cosas de brujas [Anneska]
Me hizo gracia su respuesta y no pude evitar reír ligeramente. Aquella muchacha despertó mi curiosidad y comencé a prestarle más atención.
— Te entiendo perfectamente, me sentí así en mis primeros momentos en esta gran ciudad que no descansa —comenté con complicidad y le dediqué una sonrisa acompañada del gesto reverencial— mi nombre es Janna, un placer conocerla.
Los transeúntes no paraban de circular por la calle en donde estábamos, y es que nos encontrábamos en una de las calles más atestadas y céntricas de la ciudad. Con un gesto que le hice a Anneska la incité para que nos moviéramos hacia un lateral y así no cortar el paso a los demás, donde podríamos hablar más tranquilamente.
— Entonces... Anneska, ¿verdad? Es un nombre muy bonito. ¿De dónde vienes? Dijiste que buscabas sitios donde poder pasar el tiempo y entretenerte, si te gusta la música el teatro es uno de mis sitios favoritos si me permites la opinión —dije sonriente e hice rodar los ojos— aunque claro, si eres como a mi que me gusta bastante más estar al aire libre cualquier zona arbolada o parque es idóneo para pasar el rato —ya notaba que me estaba explayando mucho, pero es que yo era así, ¡en cuanto cogía carrerilla era difícil parar!— ... También están las calles del mercado donde se encuentra de todo, las plazas de artistas donde los pintores exponen sus maravillas, y hay mucha gente que toca en la calle y es muy entretenido pasear por allí —Observé a Anneska y enseguida esbocé una sonrisa de disculpa— perdóname, a veces me emociono demasiado y no se cuándo parar. Cuéntame algo de ti si gustas, quizá así podamos encontrar algo que se ajuste a tus peticiones —le propuse y aguardé expectante.
Ya se me había olvidado por completo la clase de ese día. Me había integrado de lleno en aquellos pensamientos que la idea de quedarme en una habitación practicando una y otra vez hilos musicales repetitivos sonaba de todo menos apetecible. Habría dado lo que fuera por moverme a visitar el puerto o la playa, dando paseos y tocando el instrumento en donde el sol no se ocultara al rostro y el viento ondeara suavemente los cabellos.
— Te entiendo perfectamente, me sentí así en mis primeros momentos en esta gran ciudad que no descansa —comenté con complicidad y le dediqué una sonrisa acompañada del gesto reverencial— mi nombre es Janna, un placer conocerla.
Los transeúntes no paraban de circular por la calle en donde estábamos, y es que nos encontrábamos en una de las calles más atestadas y céntricas de la ciudad. Con un gesto que le hice a Anneska la incité para que nos moviéramos hacia un lateral y así no cortar el paso a los demás, donde podríamos hablar más tranquilamente.
— Entonces... Anneska, ¿verdad? Es un nombre muy bonito. ¿De dónde vienes? Dijiste que buscabas sitios donde poder pasar el tiempo y entretenerte, si te gusta la música el teatro es uno de mis sitios favoritos si me permites la opinión —dije sonriente e hice rodar los ojos— aunque claro, si eres como a mi que me gusta bastante más estar al aire libre cualquier zona arbolada o parque es idóneo para pasar el rato —ya notaba que me estaba explayando mucho, pero es que yo era así, ¡en cuanto cogía carrerilla era difícil parar!— ... También están las calles del mercado donde se encuentra de todo, las plazas de artistas donde los pintores exponen sus maravillas, y hay mucha gente que toca en la calle y es muy entretenido pasear por allí —Observé a Anneska y enseguida esbocé una sonrisa de disculpa— perdóname, a veces me emociono demasiado y no se cuándo parar. Cuéntame algo de ti si gustas, quizá así podamos encontrar algo que se ajuste a tus peticiones —le propuse y aguardé expectante.
Ya se me había olvidado por completo la clase de ese día. Me había integrado de lleno en aquellos pensamientos que la idea de quedarme en una habitación practicando una y otra vez hilos musicales repetitivos sonaba de todo menos apetecible. Habría dado lo que fuera por moverme a visitar el puerto o la playa, dando paseos y tocando el instrumento en donde el sol no se ocultara al rostro y el viento ondeara suavemente los cabellos.
Janna Laveau- Hechicero Clase Media
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