AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
Heidy Livinston
2 participantes
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Heidy Livinston
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Heidy Livinston▲EDAD▲
26 años▲ESPECIE▲
Humana / Bruja▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase baja▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Heterosexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Londres, Inglaterra▲HABILIDADES/PODERES▲
Creación de ilusionesEra la sombra de una mujer con el corazón destrozado, un amasijo de cicatrices que escondían un alma qpenas re-descubriéndose. Dispuesta a esconder todas sus irregularidades, sus miedos y su falta de confianza para comenzar una nueva vida. Mostrándose al mundo como una mujer humilde, después de tener gente que le sirviera hasta para vestirse; una mujer completamente normal, aún cuando tiene el poder de crear ilusiones y hacer que cosas sucedan; como una mujer que no tiene una historia, cuando es cierto que detrás de las ropas, las marcas blancas en su piel descubren un montón de cuentos de terror en donde ella fue la protagonista. No sonríe demasiado y trata de no ver a los ojos a las personas por más de determinado tiempo. Tiene la creencia de que si alguien la mira con suficiente detenimiento, encontrará la verdad en sus ojos azules. Tratando de no llamar mucho la atención y que nadie conozca su pasado. Va caminando como un misterio andante que se inventa pasados e infancias para no ser reconocida. Jamás repitiendo la misma historia para que nadie nunca vuelva a saber quién es ella en realidad.
"Siempre que tengas miedo, cuenta. Respira tranquila y sigue contando"
Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… ocho… nueve… diez…
Hacía mucho tiempo que no se miraba en el espejo, al menos no de una manera en que su reflejo pudiera regresarle la mirada. Y mucho menos después de un episodio de violencia patrocinada por Nikolai. Nunca después cuando el cuerpo le dolía, le ardía y le punzaba todo al mismo tiempo, no cuando podía ver en sus propios ojos el miedo donde antes había ilusión. Por eso nunca se miraba a los ojos a sí misma. En su lugar se dedicaba a mirarse las heridas, un cardenal aquí, un montón de carne amoratada por todos lados, sangre en el labio, a veces hasta algún hueso roto que nunca dolía como la primera vez. Porque la primera vez ella todavía estaba enamorada de Nikolai y su amor se encontró de frente con el hecho de que el tipo estaba loco. Estaba loco e iba a matarla. Ese pensamiento no cabía en su cabeza. Ahora ya lo había aprendido.
Antes había sido valiente. Recordaba un tiempo lejano en el que podía decir lo que le pasara por la cabeza y sin temor de que nadie la restringiera. Un tiempo en el que aún vivía con su familia, cobijada por el amor incondicional de su padre y los continuos regaños de su madre por no ser una señorita como debía ser, o al menos una bruja como tenía que ser. En ese entonces podía mirarse al espejo sin arrepentirse de nada, podía clavar la mirada en sus propios ojos azules y ver lo que ella era, lo que quería ser. Nada de lo que ahora era. Los golpes la habían minado, primero físicamente y poco a podo la convirtieron en una mujer asustada, que iba por la vida intentando ocupar el menor espacio posible. Había olvidado quién era.
Hasta que un golpe la despertó.
Once… doce… trece… catorce… quince… diez y seis… diez y siete… diez y ocho… diez y nueve… veinte…
La anestesia la había mantenido sumida en la inconsciencia durante más de dos días mientras millones de imágenes corrían por su mente sin que ella les pudiera poner un orden específico ni tampoco pudiera ahondar en ellas. Pero poco a poco había podido salir de la bruma que le nublaba la cabeza. Mantuvo los ojos cerrados, acostada en la cama fingiendo estar dormida hasta que la puerta de entrada se cerró el sonido de la carreta se alejó en la distancia. Inmediatamente abrió los ojos, se deshizo de las frazadas que la cubrían y se quitó el albornoz azul que le cubría su ropa de viaje. Todo estaba planeado. Se puso sus zapatos bajos debido a que no soportaría el dolor de los pies aunado al dolor de la recuperación de su reciente estancia en el hospital y salió corriendo hacia la puerta de entrada.
Se quitó el anillo de matrimonio al igual que el de compromiso. Ambos anillos que usaba en el mismo dedo desde hacía siete años cuando se había llevado a cabo la ceremonia de su boda. Se limpió las lágrimas que caían desde sus ojos y rodaban por sus mejillas dejando las joyas sobre la mesa de noche bajo la luz de la lámpara. Respiró un par de veces mirando al techo y echó un último vistazo hacia su reflejo en el espejo. Un reflejo que no era ni la mitad de lo que había sido alguna vez Heidy Straussen. Su reflejo la rompió por dentro un poco más. Se hizo una coleta alta reprimiendo gestos de dolor que le causaba el movimiento. Esta vez había llegado demasiado lejos. Instintivamente se pasó la mano por el vientre ahora vacío y empezó a caminar hacia las escaleras buscando en el bolsillo del vestido esa llave que había robado al ama de llaves después de haberla golpeado.
Veintiuno… veintidos… veintitrés… veinticuatro… veinticinco… veintiséis… veintisiete… veintiocho… veintinueve… treinta…
Se detuvo con la mano del barandal bajando las escaleras lo más rápido que podía con su cuerpo a media convalecencia. Se sentía mal pero tenía que salir de ese lugar antes de que él volviera porque si volvía, la historia volvería a repetirse. El camino por las escaleras se le antojó eterno. A cada paso que daba, sentía todos los golpes que se había dado al rodar escaleras abajo después de haber sido empujada por ese hombre que ella había amado con toda su alma. Se detuvo al terminar de bajar las escaleras y el dolor emocional la hizo doblarse sobre ella misma abrazándose el cuerpo como si en ello se le fuera la vida. No. Tenía que irse porque no había mucho tiempo.
Salió corriendo con su maleta escuchando al mayordomo salir a su encuentro. Siete años. Ya estaba lo suficientemente enterada de cómo funcionaba todo en esa casa. Supo inmediatamente que ese hombre la haría regresar a su cama. Echó a correr aun cuando a cada paso, algo en su interior se desgarraba. El jardín delantero de la mansión era demasiado grande como para hacerlo rápido. El cabello comenzaba a salir de su despeinado moño y los zapatos amenazaban con salirse pero nada le importó. Como presentía, el mayordomo le había avisado a Nikolai y apenas unos pasos antes de alcanzar su libertad, lo vio aparecerse en la reja. El pánico la inundó subiendo desde las puntas de los pies.
-Heidy, no seas idiota… acabas de salir del hospital
Las palabras le retumbaban por las paredes de su cerebro pero si dudaba por un sólo segundo, volvería a esa casa donde había pasado demasiado tiempo encerrada. Él sabía cómo convencerla de que todo había sido su culpa así que se mantuvo inmóvil pensando en algún conjuro que le sirviera para quitarlo de su camino.
Tantas veces lo había escuchado que ya no creería absolutamente nada. Ni siquiera se dispuso a negar a eso. Vio cómo levantaba las manos en señal de inocencia y ella se movió hacia un lado esperando que se movieran ambos en círculos y ella pudiera escapar. Sintió una punzada en el vientre pero apretó la mandíbula y no dejó de mirarlo. En su mente ya se formaba la imagen que le transmitiría para quitárselo de encima. Él se decantó por usar el método de la violencia disfrazada de amor.
-Cariño… vas a lastimarte, por favor regresa a la casa…
El montón de imágenes de todas las veces que le había puesto una mano encima, de todas las veces que la había llamado idiota, inútil, todas las veces que la culpó por no poder tener descendencia y las palabras que le susurró en el hospital cuando perdió al bebé que esperaba se le vinieron a la mente en un torbellino de frustración.
“Ni siquiera te mereces ser llamada mujer, eres una zorra inútil”
La magia brotó de su mente como si nunca se hubiera apagado, como si esos siete años nunca hubieran pasado y ella continuara siendo la bruja que había sido entre los de su familia. Los perros ladraban. Estaban furiosos. Corrían desde todas direcciones con una sola idea en su cabeza. Despedazar a ese hombre. Se le abalanzaron uno tras otro. Tres, cinco, siete perros mordiéndolo. Y en el mundo real, el tipo se retorcía en el suelo luchando por su vida contra el aire que lo rodeaba. Una ilusión tan poderosa que le dio tiempo a Heidy a escapar.
Salió corriendo de la casa dejando atrás todos esos sentimientos de impotencia. A cada paso apresurado que daba iba alejándose más de aquel infierno en el que había estado metida. Llegó como una autómata hasta el puerto y nunca volvió la vista atrás.
Treinta y uno… treinta y dos… treinta y tres… treinta y cuatro… treinta y cinco… treinta y seis… treinta y siete… treinta y ocho… treinta y nueve… cuarenta…
Paris. La ropa que tenía puesta y una bolsa de dinero. Esa era ahora Heidy Livinston. Nunca más la hija de nadie, la esposa de nadie, la madre de nadie. Y mientras el viento le golpeaba la cara y ella caminaba sin rumbo fijo, tan sólo pensaba en esos ojos azules que por un segundo le devolvieron la mirada antes de escapar de ese infierno.
Cuarenta y uno… cuarenta y dos… cuarenta y tres… cuarenta y cuatro… cuarenta y cinco… cuarenta y seis… cuarenta y siete… cuarenta y ocho… cuarenta y nueve… cincuenta…
No pares de contar hasta que te sientas mejor, Heidy.
Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… ocho… nueve… diez…
Hacía mucho tiempo que no se miraba en el espejo, al menos no de una manera en que su reflejo pudiera regresarle la mirada. Y mucho menos después de un episodio de violencia patrocinada por Nikolai. Nunca después cuando el cuerpo le dolía, le ardía y le punzaba todo al mismo tiempo, no cuando podía ver en sus propios ojos el miedo donde antes había ilusión. Por eso nunca se miraba a los ojos a sí misma. En su lugar se dedicaba a mirarse las heridas, un cardenal aquí, un montón de carne amoratada por todos lados, sangre en el labio, a veces hasta algún hueso roto que nunca dolía como la primera vez. Porque la primera vez ella todavía estaba enamorada de Nikolai y su amor se encontró de frente con el hecho de que el tipo estaba loco. Estaba loco e iba a matarla. Ese pensamiento no cabía en su cabeza. Ahora ya lo había aprendido.
Antes había sido valiente. Recordaba un tiempo lejano en el que podía decir lo que le pasara por la cabeza y sin temor de que nadie la restringiera. Un tiempo en el que aún vivía con su familia, cobijada por el amor incondicional de su padre y los continuos regaños de su madre por no ser una señorita como debía ser, o al menos una bruja como tenía que ser. En ese entonces podía mirarse al espejo sin arrepentirse de nada, podía clavar la mirada en sus propios ojos azules y ver lo que ella era, lo que quería ser. Nada de lo que ahora era. Los golpes la habían minado, primero físicamente y poco a podo la convirtieron en una mujer asustada, que iba por la vida intentando ocupar el menor espacio posible. Había olvidado quién era.
Hasta que un golpe la despertó.
Once… doce… trece… catorce… quince… diez y seis… diez y siete… diez y ocho… diez y nueve… veinte…
La anestesia la había mantenido sumida en la inconsciencia durante más de dos días mientras millones de imágenes corrían por su mente sin que ella les pudiera poner un orden específico ni tampoco pudiera ahondar en ellas. Pero poco a poco había podido salir de la bruma que le nublaba la cabeza. Mantuvo los ojos cerrados, acostada en la cama fingiendo estar dormida hasta que la puerta de entrada se cerró el sonido de la carreta se alejó en la distancia. Inmediatamente abrió los ojos, se deshizo de las frazadas que la cubrían y se quitó el albornoz azul que le cubría su ropa de viaje. Todo estaba planeado. Se puso sus zapatos bajos debido a que no soportaría el dolor de los pies aunado al dolor de la recuperación de su reciente estancia en el hospital y salió corriendo hacia la puerta de entrada.
Se quitó el anillo de matrimonio al igual que el de compromiso. Ambos anillos que usaba en el mismo dedo desde hacía siete años cuando se había llevado a cabo la ceremonia de su boda. Se limpió las lágrimas que caían desde sus ojos y rodaban por sus mejillas dejando las joyas sobre la mesa de noche bajo la luz de la lámpara. Respiró un par de veces mirando al techo y echó un último vistazo hacia su reflejo en el espejo. Un reflejo que no era ni la mitad de lo que había sido alguna vez Heidy Straussen. Su reflejo la rompió por dentro un poco más. Se hizo una coleta alta reprimiendo gestos de dolor que le causaba el movimiento. Esta vez había llegado demasiado lejos. Instintivamente se pasó la mano por el vientre ahora vacío y empezó a caminar hacia las escaleras buscando en el bolsillo del vestido esa llave que había robado al ama de llaves después de haberla golpeado.
Veintiuno… veintidos… veintitrés… veinticuatro… veinticinco… veintiséis… veintisiete… veintiocho… veintinueve… treinta…
Se detuvo con la mano del barandal bajando las escaleras lo más rápido que podía con su cuerpo a media convalecencia. Se sentía mal pero tenía que salir de ese lugar antes de que él volviera porque si volvía, la historia volvería a repetirse. El camino por las escaleras se le antojó eterno. A cada paso que daba, sentía todos los golpes que se había dado al rodar escaleras abajo después de haber sido empujada por ese hombre que ella había amado con toda su alma. Se detuvo al terminar de bajar las escaleras y el dolor emocional la hizo doblarse sobre ella misma abrazándose el cuerpo como si en ello se le fuera la vida. No. Tenía que irse porque no había mucho tiempo.
Salió corriendo con su maleta escuchando al mayordomo salir a su encuentro. Siete años. Ya estaba lo suficientemente enterada de cómo funcionaba todo en esa casa. Supo inmediatamente que ese hombre la haría regresar a su cama. Echó a correr aun cuando a cada paso, algo en su interior se desgarraba. El jardín delantero de la mansión era demasiado grande como para hacerlo rápido. El cabello comenzaba a salir de su despeinado moño y los zapatos amenazaban con salirse pero nada le importó. Como presentía, el mayordomo le había avisado a Nikolai y apenas unos pasos antes de alcanzar su libertad, lo vio aparecerse en la reja. El pánico la inundó subiendo desde las puntas de los pies.
-Heidy, no seas idiota… acabas de salir del hospital
Las palabras le retumbaban por las paredes de su cerebro pero si dudaba por un sólo segundo, volvería a esa casa donde había pasado demasiado tiempo encerrada. Él sabía cómo convencerla de que todo había sido su culpa así que se mantuvo inmóvil pensando en algún conjuro que le sirviera para quitarlo de su camino.
Tantas veces lo había escuchado que ya no creería absolutamente nada. Ni siquiera se dispuso a negar a eso. Vio cómo levantaba las manos en señal de inocencia y ella se movió hacia un lado esperando que se movieran ambos en círculos y ella pudiera escapar. Sintió una punzada en el vientre pero apretó la mandíbula y no dejó de mirarlo. En su mente ya se formaba la imagen que le transmitiría para quitárselo de encima. Él se decantó por usar el método de la violencia disfrazada de amor.
-Cariño… vas a lastimarte, por favor regresa a la casa…
El montón de imágenes de todas las veces que le había puesto una mano encima, de todas las veces que la había llamado idiota, inútil, todas las veces que la culpó por no poder tener descendencia y las palabras que le susurró en el hospital cuando perdió al bebé que esperaba se le vinieron a la mente en un torbellino de frustración.
“Ni siquiera te mereces ser llamada mujer, eres una zorra inútil”
La magia brotó de su mente como si nunca se hubiera apagado, como si esos siete años nunca hubieran pasado y ella continuara siendo la bruja que había sido entre los de su familia. Los perros ladraban. Estaban furiosos. Corrían desde todas direcciones con una sola idea en su cabeza. Despedazar a ese hombre. Se le abalanzaron uno tras otro. Tres, cinco, siete perros mordiéndolo. Y en el mundo real, el tipo se retorcía en el suelo luchando por su vida contra el aire que lo rodeaba. Una ilusión tan poderosa que le dio tiempo a Heidy a escapar.
Salió corriendo de la casa dejando atrás todos esos sentimientos de impotencia. A cada paso apresurado que daba iba alejándose más de aquel infierno en el que había estado metida. Llegó como una autómata hasta el puerto y nunca volvió la vista atrás.
Treinta y uno… treinta y dos… treinta y tres… treinta y cuatro… treinta y cinco… treinta y seis… treinta y siete… treinta y ocho… treinta y nueve… cuarenta…
Paris. La ropa que tenía puesta y una bolsa de dinero. Esa era ahora Heidy Livinston. Nunca más la hija de nadie, la esposa de nadie, la madre de nadie. Y mientras el viento le golpeaba la cara y ella caminaba sin rumbo fijo, tan sólo pensaba en esos ojos azules que por un segundo le devolvieron la mirada antes de escapar de ese infierno.
Cuarenta y uno… cuarenta y dos… cuarenta y tres… cuarenta y cuatro… cuarenta y cinco… cuarenta y seis… cuarenta y siete… cuarenta y ocho… cuarenta y nueve… cincuenta…
No pares de contar hasta que te sientas mejor, Heidy.
- Miente sobre su historia, de dónde viene, quiénes son sus padres.
- El único poder que utiliza es la detección del aura de las personas.
- Casi no le sonríe a la gente porque ahora desconfía de todo el mundo.
- A veces sufre ataques de pánico.
- Vive en una casa abandonada en las afueras de Paris.
- El único poder que utiliza es la detección del aura de las personas.
- Casi no le sonríe a la gente porque ahora desconfía de todo el mundo.
- A veces sufre ataques de pánico.
- Vive en una casa abandonada en las afueras de Paris.
Última edición por Heidy Livinston el Jue Mar 20, 2014 11:40 am, editado 2 veces
Heidy Livinston- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 28/02/2014
Edad : 37
Re: Heidy Livinston
FICHA EN PROCESO
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
- Mensajes : 10717
Fecha de inscripción : 11/01/2010
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Re: Heidy Livinston
Listo
Heidy Livinston- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 28/02/2014
Edad : 37
Re: Heidy Livinston
FICHA APROBADA
BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
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