Heine Lindemstein

Una historia resumida y poco célebre es la que acontece al joven Heine, anónimo de anónimos y lo último en la lista de importancia de cualquier índole. Hijo de padres campesinos alemanes Heine vivió toda su infancia cumpliendo órdenes las cuales se dividían entre una austera educación religiosa por parte de su madre  y un pesado horario de clases en una escuela pública lo que le seguía el llegar temprano a casa para ayudar a su padre a trabajar.  
Su padre era un maestro en el oficio de confeccionar muebles de madera, era todo un experto y conocedor en ese ámbito y nada más le bastaba oler el aroma de una tabla para saber a qué árbol perteneció la madera antes de ser procesada. Pero ninguno de sus dos hijos pareció heredar el don de trabajar el recurso natural más accesible del campo. Hanz, su hijo mayor, era un busca pleito que pasaba más tiempo rompiendo caras en vez de ir a la escuela, Heine le seguía los pasos a su hermano. Los hermanos Lindemstein solían ayudar a su temperamental padre en los quehaceres campesinos pero el mal humorado hombre perdía la paciencia prontamente y se desquitaba con sus dos hijos denigrándolos y agrediéndolos físicamente gritándoles que no servían para nada en la vida. Cuando Heine tenía trece años vio como su padre se empinaba la última botella de alcohol y se marchaba en silencio en la noche para no volver más.

Los dos hermanos Lindemstein  se afiliaron más el uno con el otro, siempre estaban juntos. No se veía a un hermano sin el otro en el pueblo o cuando visitaban  la ciudad.  Hanz tenía su banda propia de amigos con los que solía realizar delitos menores en la ciudad tales como hurto y robo a mano armada. Era un vago por naturaleza e incluía a su hermano menor en todas sus hazañas incluso en las peleas con otras bandas las cuales llevaban muchas veces al uso de armas blancas. Heine no era de tener muchos amigos y se conformaba con los amigos de su hermano mayor quienes le tenían respeto por ser el hermano del líder de la banda. Fue del tipo de chicos que no pedían muchas cosas en la vida o más bien de los que no tienen suficientes ambiciones por las que luchar. Se conformaba con el día a día. La diferencia entre Heine y su hermano mayor era que Hanz era más alocado y desalmado, del tipo de personas que hacen daño a otros con tal de conseguir algo. Heine, en cambio, era un chico sin respeto por nadie y sin control pero no llegaba a ser una persona antisocial.
La situación en el hogar familiar no era tensa pero tampoco grata. A falta del hombre de la casa, la madre de ambos entró a trabajar de costurera en una fábrica y los hijos llevaban al hogar alimento y dinero pero nada que pudieran conseguir con el sudor de su frente. Al parecer la vida esclavista que les dio su padre los dejo traumados de por vida con la idea de trabajar, en donde hubiera un jefe abusivo y prepotente proyectaban la imagen de su enojado padre.
La oportunidad de una nueva vida en otro país le llegó a Hanz  cuando uno de sus amigos viajó a los Estados Unidos y encontró una vida delictiva más entretenida en esas tierras. Hanz le dijo a su madre que trabajaría en la mina de carbón, la madre no muy convencida fingió creerle aquella historia. Por supuesto, intentó entusiasmar a Heine con la idea pero el hermano menor estaba cansándose de ser el fracasado que era. Heine tenía otros planes en mentes los cuales estaban enfocados en Londres. Así los dos hermanos se separaron, Hanz partió a norte américa donde formó una banda de malhechores bandidos que se dedicaban a robar en los bancos del oeste mientras Heine intentó probar suerte en el país europeo.
Pese a que Heine era el hermano menos busca problemas de los dos y el más tranquilo, su madre tenía por favorito a Hanz. Cuando el hermano mayor abandonó la casa la madre se amargó enormemente y miraba con desprecio a Heine a quien siempre le preguntaba cuando se iría o que preferiría tener a Hanz en  casa en lugar de él. El joven jamás comprendió el por qué su madre nunca le tuvo tanto afecto, ni siquiera se conmocionó el día en que Heine le dijo que partiría y posiblemente no volvería. Ella lo miró inexpresivamente y le dijo que así sea.

Partió a Londres pero la vida no era sencilla para el hijo de un campesino que jamás brilló en ningún lado. Heine no podría conseguir un trabajo digno del cual enorgullecerse, tuvo que aceptar empleos de poca paga y de horas largas de trabajo lo que, aun así, no le alcanzaba para todos sus gastos.
Finalmente se unió como marinero de una nave que realizaba expediciones a las islas del archipiélago con el fin de trasportar científicos que viajaban con la necesidad de descubrir nuevos antecedentes y aportes a las ciencias naturales. Otras veces cuando los tiempos no aullaban paz el barco brindaba auxilio en la guerra.
La vida en el mar le trajo paz  y sabiduría, aprendió muchas cosas de la tripulación y los secretos de los mares, conocía curiosa gente digna de guardarlas en los recuerdos más interesantes de su mente, y cuando existía la oportunidad de bajar a tierra lo pasaba muy bien conociendo nuevas ciudades y nuevos cuerpos. Lo que más le gustaba de viajar a islas tan remotas era encontrarse con una diversa flora y fauna que jamás nadie había visto. En una ocasión embarcaron a un curioso y poco usual hombre francés llamado Jean René Constant Quoy  hasta una casi desconocida isla Galápagos en Ecuador, un país del nuevo continente. El clima era agobiante pero eso poco le importó a Heine quien estaba maravillado con las tortugas gigantes que salían del agua salada y se posaban en rocas para secarse al sol. Sería en un futuro próximo que los descubrimientos de Jean René Constant Quoy  serían nombrados por primera vez pero gracias a los viajes en los que lo tenían por pasajero la tripulación conoció los descubrimientos del investigador junto con él intelectual.  

Cuando no se encontraba viajando por el mundo le tocaba descanso en algún puerto. Esa vez le dieron unas semanas libres en Liverpool. No controlando sus impulsos gastó gran parte de sus ahorros en pocas noches de juegos, alcohol y diversión con mujeres. En aquella noche volvía por un oscuro callejón olvidado y sucio, tenía que sostenerse de las paredes debido al tambaleo al encontrarse en estado de ebriedad. No se dio cuenta que un grupo de hombres le seguía, para cuando se percató de ello fue demasiado tarde pues uno de los hombres le dio un golpe con una botella en la cabeza provocándole una caída rápida y nublamente de la visión. Inmediatamente el grupo de rufianes comenzó a golpearlo y entre golpes intentaban robarle lo que más podían. Pudo, a duras penas, reconocer uno de los rostros pues en su adolescencia la situación era a la inversa y era Heine y su hermano Hanz los que asaltaban al grupo que ahora lo atacaban dejándolo en desventaja.
La rabia lo envolvió, esa rabia que lo convertía en un hombre agresivo y salvaje. Misma rabia que los apostadores de pelea amaban en él cada vez que estaba en tierra y se apuntaba a las peleas clandestinas para ganar algo de dinero extra. Se puso de pie y comenzó a atacar a sus agresores, golpes iban y venían pero él estaba enfocado en calmar su agresividad a base de golpes a sus enemigos. Uno de ellos sacó rápidamente una navaja colocándole a la vista de Heine, el tipo se río del desventajado joven y Heine le escupió en el rostro, esto lo enfureció y el sujeto terminó por darle cuatro estocadas en el estómago y pecho. Sintió como su propia sangre se iba derramando sobre sus manos que apretaban una de las partes dañadas, los tipos volvieron a bufarse de él y comenzaron a golpearlo para rematarlo. En ese momento, cuando Heine se desplomó al suelo frío vio unos ojos de color amarillo intenso cuyo dueño era una criatura que emanaba de las sombras de la noche. De un momento a otro vio que la criatura se proyectó sobre sus atacantes y los despedazó en cuestión de segundos. Heine vio partes desmembradas en charcos de sangre por todos lados, la misma sangre de esos tipos se le impregnó en el rostro cuando la criatura de una bocanada arrancó el brazo de uno de ellos.  
Moribundo, se quedó observando al extraño animal. Parecía un lobo pero no era un lobo común pues su porte excedía lo conocido por el humano. El lobo se le quedó observando como intentando descifrar su mente, Heine no pudo más que articular una sonrisa a duras penas y agradecerle al misterioso animal. Quizá fuera un pensamiento estúpido, pero sintió que aquel lobo lo libro de una muerte a manos de un grupo de parásitos, ahora seguramente moriría desangrado pero se iba al infierno en paz sabiendo que esos cretinos no se fueron libres. Ahora le tocaba el turno a él de ser atacado por el lobo o eso suponía, apenas sintió una suave mordedura que no le haría más daño del que recibió por parte del grupo de delincuentes.

Despertó en el hospital de Liverpool, una de las enfermeras que lo cuidó le contó que se salvó de milagro. Cuando le dieron el alta justo se cumplía el último día de su descanso y tuvo que volver esa misma tarde a la embarcación. Pero algo cambió en él y más lo notó cuando en una noche de luna llena sufrió cambios fisiológicos imposibles y un instinto animal que no pudo controlar. Esa noche escuchó gritos y lamentos en el barco. Al día siguiente cuando despertó se encontró en la bodega del barco, al subir vio con sus propios ojos el nefasto resultado de su transformación. Un marinero trapeaba el piso de madera del barco sacando los restos de sangre de los hombres caídos la noche anterior, el marino al verlo se alegró de  verle con vida y le explicó que fue uno de los sobrevivientes. En esa ocasión los tripulantes eran en su totalidad familias de inmigrantes que buscaban una oportunidad en otras tierras, Heine no pudo más que sentirse culpable al comprender que el causante de toda esa tragedia fue él mismo. No podía seguir trabajando en ese barco. Abandonó la embarcación en puertos franceses no sin antes despedirse de los buenos, bizarros y excéntricos amigos que hizo a bordo del barco.

El ex marinero analizó todas y cada una de las opciones posibles que tenía a su alcance. No podía volver con su madre pues sería retroceder en sus pasos y, además, la mujer le había dejado bien en claro que no lo quería volver a ver nunca más. Pensó unos momentos en su hermano Hanz, en su vida como bandido forajido, no podía negar que todo eso le emocionaba de tan sólo imaginárselo pero Heine prefería ser del tipo de jóvenes que consiguen estabilidad en la vida y sabía que, a su pesar, tarde o temprano más temprano que tarde Hanz caería muerto por una bala en cualquier momento.  A todo esto se le sumaba su nueva naturaleza licántropa.

La mejor opción que se le presentó fue quedarse en París en vista al notorio progreso económico de la capital francesa y las numerosas posibilidades de progresar en diversos rumbos. Heine descubrió en este sitio su espíritu emprendedor, tomó todas las posibilidades que tuvo a su alcance para salir de lo mediocre y es así como ingresa a diversos cursos de capacitaciones laborales.

Pese a su pasado delictivo irónicamente ahora trabaja en el banco, felizmente jamás descubrieron su identidad en los países en donde cometió delitos y ahora no tiene repercusiones en Francia pues tiene limpios los antecedentes. Poco a poco pretende ir escalando, no para convertirse en un hombre bien nombrado sino más bien para encontrar estabilidad y tranquilidad.