Nostalgic (Heine Lindemstein)

Aquella tarde su jornada laborar en el banco de Francia había toqueteado lindes infrahumanos. No era un hecho inusual verlo horas extras trabajando en el banco si bien su jornada como cajero terminaba a una hora estimada. Generalmente más de algún jefe solicitaban otros trabajillos extras a empleados de más baja categoría como él. A esto se le sumaba la exigencia de tener que revisar no una, sino dos o tres veces si había hecho bien su trabajo. Como en todo trabajo de institución de prestigio no se aceptaban errores.
Al fin lo liberaron y pese al cansancio no fue ir a su hogar la primera opción que acobijó. Prefirió, en cambio, dar un pequeño paseo a pie por la ciudad. Con las manos dentro de los  bolsillos de su pantalón negro y con una postura bien erguida caminó por el centro de París con el porte que un caballero debería llevar sin importar que en su cabeza no descansara ninguna corona. Algo que había aprendido es siempre dar una buena apariencia ante todos. Las calles a esa hora estaban abotagadas de personas por doquier, a su derecha una familia numerosa caminaba a toda prisa para alcanzar una carrosa, a su izquierda un hombre levantaba tierra del suelo al pasar con su caballo a todo galope quien sabe por qué diligencia puntual. A un lado y a otro veía lo mismo; muchas personas caminando aprisa para llegar a algún sitio.
Prefirió entonces alejarse un poco del ajetreado contexto, le bastaba con ver personas caminar de un lado a otro todo el día en el banco. Encaminó sus pasos a las lejanías de Paris, que por muy lejos que quedaran del centro de dicha ciudad y sabiendo que su cuerpo después le reclamaría por piedad, tuvo las verdaderas ganas de desaparecer de ese núcleo turbulento de personas.

Es así de este modo que caminó y caminó olvidando toda suma de tiempo y lugar, no preocupándose por la responsabilidad a cuestas que le significaba llegar a su hogar y tener que adelantar trabajo, despejándose de la mente la urbanización y los estresores.
En una curva frondosa de árboles tupidos, Heine detuvo al fin su marcha cayendo recientemente en cuentas de todo lo que había caminado mientras su mente se despejaba. Introdujo la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta negra y sacó un puro el cual posteriormente puso en su boca y masticó la punta al encenderlo. El sabor del puro no se compara al del cigarrillo, el del puro es más fuerte y envolvente.
En sus años como marinero sólo los cigarrillos fueron sus fieles  compañeros en todos esos viajes que lo llevaron a conocer lugares verdaderamente sorprendentes. En ese tiempo era un muchacho sin dinero y sólo le alcanzaban cigarrillos de mala calidad o de contrabando. Pues los marineros se nutren mucho de los productos del contrabando. Ahora, un poco más establecido y con un trabajo medianamente mejor remunerado, podía darse de vez en cuando el gusto de disponer de unos cuantos puros para su goce. No llevaba más de cinco minutos de pie fijo en un lugar cuando divisó a lo lejos un montón de jaulas y una gran carpa. ¿Había un circo en París? Estaba tan englobado en su mundillo de trabajo y placeres mínimos que poca importancia le daba a esos otros acontecimientos que llegan a las vidas de las personas.
La curiosidad logró que avanzara paso a paso hasta adentrarse a los terrenos del circo. Notó que la taquilla estaba cerrada a esa hora, quizá los circense descansaban antes de la función o bien se encontraban practicando. Todo parecía un tanto desolado a no ser por las bestias que rugían en sus jaulas. Heine las miró de reojo sin sentirse realmente maravillado por los animales, vio animales de todo tipo en sus viajes, veía animales de todo tipo en su trabajo. Dio una aspirada más al puro antes de meter la mano en el bolsillo de su traje. Fue cuando notó la figura delgada de una persona cerca de una jaula. El joven alzó una ceja sospechando quizá que su interrupción no sería del agrado de las personas del circo pero al ver el tipo de ropa que la jovencita llevaba dedujo que no se trabaja de una circense.
Además… Su aroma, su aroma era exquisitamente particular. El olfato del licántropo se deleitó con la fragancia de la joven. Una mezcla de flores suaves y un toque personal. Fue restando los pasos aproximándose a la joven, sólo cuando estuvo unos pocos pasos de distancia se quitó el puro de la boca.

-Du riechst so gut- Pronunció sereno, casi serio. En trance por la fragancia. Supuso que la joven sólo se limitaría a girarse y mirarlo con incomprensión. Heine le habló en alemán, su lengua natal.

El alemán curvó una de sus oscuras cejas cuando recibió la respuesta de la delgada joven. Soltó una bocanada de humo cortesía del buen habano del que disponía, alzó los hombros y se rindió ante la simpatía de la muchacha. De postura firme y con una mano dentro del bolsillo de su saco la observó divertido. Le descubrió y merecía las palabras que profesaba la joven.

-Ich entschuldige mich.- Negó con la cabeza. Lo serio se le esfumó. Embozó una sonrisa recta cuando no dejaba de observarla.

Le pareció encontrar un deje de interés en la muchachita hacia su persona. El hecho de ser nacidos en el mismo país, por lo visto, daba un efecto positivo y activaba la conocida sensación de familiaridad. Él mismo la profesaba en esos instantes. Siguió con la observación de los actos que realizaba la chica. Una libreta y un lápiz que eran guardados, se notaba que ella gustaba de aprender de cada detalle que observaba. Como un japonés dijo una vez, ¨Nunca terminas de aprender¨ y suponía que incluso cuando llegasen a ser unos viejos seniles seguirían consumiendo aprendizajes.

-Ahá, soy alemán, estimada señorita.- Ladeó un poco su rostro. Los ojos grandes de la chica expresaban emoción. Heine suavizó el rostro al encontrar a una muchacha que se alegrara por un detalle tan pequeño. En ella se aplicaba aquello de apreciar los pequeños detalles que la vida nos puede dar. Tal vez era momento de contagiarse de su entusiasmo. –No se disculpe, no he a confundido tal como ve. Me sorprende que no frecuente a más compatriotas, Francia está lleno de alemanes.- Volvió a poner el puro en sus labios para dar una aspirada. Se le quedó viendo unos segundos al instante que degustaba el habano. Exhaló el humo para continuar con la conversación. –Será un gusto acompañarle. Si se gana un regaño por husmeadora, ya seremos dos a los que deben perseguir.-

El hombre de traje castaño decidió ser quien se aproximara primero. Con cuidado dirigió sus pasos pisando estratégicamente zonas del suelo que no amenazaran con ensuciar su calzado. Era poca la ropa de buena calidad de la cual disponía, llegar sucio a su trabajo significaba toparse con los diablos de todos los infiernos de todas las religiones. Llegó hasta donde la chica, observó hacia ambos lados fijándose en el lugar. El circo, curioso que llegara hasta ese sitio, ¿no? tal vez algún día terminase siendo un animal de circo.

-¿Por dónde quiere comenzar su recorrido?-

Otra aspirada a su habano al esperar indicaciones de la chica a su lado dándole tiempo para decidirse. Al soltar el humo se vio en el recuerdo de tantos de sus viajes sobre el barco que lo llevó a distintas partes del mundo como el marino que alguna vez fue en la vida. Recordó las veces en que fieras salvajes plagaban las bodegas internas al ser trasladadas de un continente a otro. Existían tanto millonario excéntrico que pedían animales exóticos como adornos decorativos en sus jardines personales. Pobres criaturas. Si algo le gustaba de esos recuerdos eran las visitas a las islas Galápagos, ¿cómo olvidarlas? Era algo completamente nuevo para el hombre.

-Por cierto, ¿Qué le ha traído a este sitio?- Se le ocurrió preguntar en medio de la nada. –Por lo visto ha escogido justo la parte donde el público tiene prohibido ingresar.- Volteó a mirarla con curiosidad. Parecía ser del tipo de personas que siempre quieren saber un poco más. Conocer el todo con sus propios ojos.