AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Into the nothing, faded and weary {Panim}
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Into the nothing, faded and weary {Panim}
Era noche cerrada. La tormenta del día anterior aun dejaba sus rastros y la nieve adornaba las lápidas y las hojas de los cipreses. Como si se tratasen de las lágrimas congeladas de los árboles que lloraban la pérdida de aquellas gentes enterradas en el cementerio de Montmartre. El frío cortaba las pieles de las delicadas damas de alta cuna y la ventisca revolvía las hojas caídas y podridas.
No había nadie más en el cementerio a esas altas horas de la noche. Pues lo parisinos sabían que no era prudente caminar por las calles al caer la noche, que es el refugio de las criaturas más temibles del Infierno. Entonces, ¿quién esa jovencita de piel pálida y cabello anaranjado que camina entre las tumbas como si no hubiera escuchado las historias que se cuentan en las tabernas? Pues Éline, la loca.
Éline iba tarareando una canción que ella misma había inventado. Se trataba de notas alegres que luego bajaban hasta convertirse en una marcha casi fúnebre. La canción contaba la historia de una muchacha limpia, pura y casta que había sido pervertida y manchada por un siervo del demonio. La historia de Éline Rimbaud.
Cuando terminó la canción, Éline aplaudió emocionada.
-¿Le ha gustado, señor Maspero? -decía la pelirroja a su ruiseñor imaginario. La única compañía que tenía, y que actuaba como la voz de su cordura perdida.
Éline iba descalza por el cementerio, sintiendo el frío de la nieve bajo las plantas de sus pies. Pero ese detalle no pareció molestarle en absoluto. Porque Éline siempre iba descalza, ya que consideraba que los pies debían de estar expuestos a Dios.
Como no tenía ningún lugar donde refugiarse, entró en un mausoleo que quedaba abierto. Allí dentro apestaba a huesos roídos y a muerte. Al entrar, Éline aspiró el aire putrefacto y viciado.
-Los huesos de los muertos huelen a rosas -dijo. Acto seguido, se recostó sobre la tumba que decoraba el centro del mausoleo. Con los ojos muy abiertos mirando el techo.
-Los muertos no hacen daño, señor Maspero. Este es el lugar más seguro donde podríamos estar -comentó, como respondiendo a una pregunta que sólo ella podía oír.
Éline dejó inconscientemente la puerta entreabierta, y el frío glacial se colaba por ella provocando que se cerrase y se abriese bruscamente. Éline tiritaba pero no parecía darse cuenta de ello. Posiblemente, si nadie se apiadaba de ella, la joven moriría congelada dentro de aquel mausoleo de Montmartre. Una alma más de tantos miserables que había muerto en las calles de París.
"Muerte, dulce muerte"
No había nadie más en el cementerio a esas altas horas de la noche. Pues lo parisinos sabían que no era prudente caminar por las calles al caer la noche, que es el refugio de las criaturas más temibles del Infierno. Entonces, ¿quién esa jovencita de piel pálida y cabello anaranjado que camina entre las tumbas como si no hubiera escuchado las historias que se cuentan en las tabernas? Pues Éline, la loca.
Éline iba tarareando una canción que ella misma había inventado. Se trataba de notas alegres que luego bajaban hasta convertirse en una marcha casi fúnebre. La canción contaba la historia de una muchacha limpia, pura y casta que había sido pervertida y manchada por un siervo del demonio. La historia de Éline Rimbaud.
Cuando terminó la canción, Éline aplaudió emocionada.
-¿Le ha gustado, señor Maspero? -decía la pelirroja a su ruiseñor imaginario. La única compañía que tenía, y que actuaba como la voz de su cordura perdida.
Éline iba descalza por el cementerio, sintiendo el frío de la nieve bajo las plantas de sus pies. Pero ese detalle no pareció molestarle en absoluto. Porque Éline siempre iba descalza, ya que consideraba que los pies debían de estar expuestos a Dios.
Como no tenía ningún lugar donde refugiarse, entró en un mausoleo que quedaba abierto. Allí dentro apestaba a huesos roídos y a muerte. Al entrar, Éline aspiró el aire putrefacto y viciado.
-Los huesos de los muertos huelen a rosas -dijo. Acto seguido, se recostó sobre la tumba que decoraba el centro del mausoleo. Con los ojos muy abiertos mirando el techo.
-Los muertos no hacen daño, señor Maspero. Este es el lugar más seguro donde podríamos estar -comentó, como respondiendo a una pregunta que sólo ella podía oír.
Éline dejó inconscientemente la puerta entreabierta, y el frío glacial se colaba por ella provocando que se cerrase y se abriese bruscamente. Éline tiritaba pero no parecía darse cuenta de ello. Posiblemente, si nadie se apiadaba de ella, la joven moriría congelada dentro de aquel mausoleo de Montmartre. Una alma más de tantos miserables que había muerto en las calles de París.
"Muerte, dulce muerte"
Última edición por Éline Rimbaud el Miér Ene 14, 2015 11:30 am, editado 2 veces
Éline Rimbaud- Fantasma
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Fecha de inscripción : 16/07/2010
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Era uno de esos días en que el tiempo no acompañaba. Con el primer bostezo de la jornada, la alada Panim supo de inmediato que su territorio en el bosque la tendría difícil. ¿Y cómo no, si el blanco había terminado por aplastar el verde, callándolo con un beso helado? A las criaturas más pequeñas no les había quedado otro remedio más que ocultarse, haciendo a Panim, el halcón peregrino, revolotear las plumas de irritabilidad. Para ningún predador era buena noticia que el tiempo cambiara de repente, burlándose de la estación imperante.
—¡Viento blanco, de aquí ir! ¿Comida dónde? No, no —su nariz le decía que las alimañas se habían internado muy bien en sus guaridas, condenándola a una difícil cacería.
Se negaba a aceptar que en su demarcación no había carne a su alcance que devorar. Por eso emprendió el vuelo para cerciorarse desde arriba de que no hubiese pasado por alto algún aperitivo, pero nada. Debía asumir, aunque fuera a regañadientes, que por algo los cazadores habían migrado a otros sitios a hacerse de sus víctimas.
La panza le rugía y quería darle lo que reclamaba, pero las presas escaseaban ante la llegada de la nieve. Sus bocadillos favoritos se ocultaban tras una espesa capa que no estaba dispuesta a penetrar con sus garras; se le congelarían antes de que pudiera siquiera detectar la madriguera de los escurridizos, y ¡vaya que le dolía cuando eso ocurría! ¿Ahora cómo se las arreglaría? Saliendo de sus terrenos, evidentemente. Y no había nada que aborreciese más que dejar expuestas sus tierras por necesidad de alimento, excepto tal vez descubrir humanos dentro de su perímetro.
Finalmente decidió aterrizar en un paraje grisáceo y solitario, repleto de figuras queriendo imitar las humanas y tal vez un poco a los animales. Panim observaba las esculturas de ángeles que vigilaban las tumbas, especialmente a sus alas. ¿Serían esos seres unos cambiaformas como ella? No podía creerlo. Los humanos parecían valorar la naturaleza solamente cuando los tenía a ellos como protagonistas. Por eso en vez de enaltecer estatuas de fauna preferían erigir hombres alados o águilas bípedas.
—No verdad… ¡Falsos ser! —chilló el halcón hacia los monumentos, buscando romperlos con su intensidad.
Antes de que pudiera desquitarse con las figuras, un sonido llamó la atención de Panim. Creyéndose sola, el eco dentro de un mausoleo la sobresaltó, haciéndola abanicar sus alas al instante ante un posible ataque, pero no vino nada. No dejaba de ser extraño que una persona osase atravesar ese ambiente gélido con ese cuerpo sin plumas, a menos que las primitivas predicciones de Panim sobre el inminente estado de vesania de la humanidad en su conjunto se hubieran cumplido.
Como era sumamente cuidadosa como cazaba y no quería contratiempo entremedio, siguió el rastro de las ratas e ingresó a aquella edificación donde había oído la voz. Allí yacía sobre una especie de plataforma una melena roja y la nieve hecha piel en una sola persona. Era una hembra solitaria, y no parecía dar señales de vida. Panim no podía creer la suerte que tenía; si la desconocida estaba muerta, tendría comida hasta que el sabor de la carne le llegara a los ojos. Y lo mejor de todo era que no tendría que dejar sus árboles solos por mucho más tiempo. ¡Era perfecto!
Fue así que el ave se acercó al cuerpo inerte de la dama y comenzó a examinarlo primero de lejos y luego con su pico, pellizcando suavemente buscando reacciones y abriendo bien las fosas nasales. No tenía olor a descomposición, pero era difícil que lo tuviera si había muerto recientemente, además que el hielo era un excelente inhibidor de pestilencia, sobretodo en un cadáver.
Si pasaba nada en los siguientes doce segundos, estómago colmado para una salvaje. Ya se le hacía agua la lengua.
—Muerta, muerta. Sí. Comida para Panim. ¡No mover! —rogaba interiormente a medida que pasaban las centésimas y la hija de Eva permanecía quieta.
Un par de hocicazos más para confirmar que estuviese sin vida y la presa sería suya.
—¡Viento blanco, de aquí ir! ¿Comida dónde? No, no —su nariz le decía que las alimañas se habían internado muy bien en sus guaridas, condenándola a una difícil cacería.
Se negaba a aceptar que en su demarcación no había carne a su alcance que devorar. Por eso emprendió el vuelo para cerciorarse desde arriba de que no hubiese pasado por alto algún aperitivo, pero nada. Debía asumir, aunque fuera a regañadientes, que por algo los cazadores habían migrado a otros sitios a hacerse de sus víctimas.
La panza le rugía y quería darle lo que reclamaba, pero las presas escaseaban ante la llegada de la nieve. Sus bocadillos favoritos se ocultaban tras una espesa capa que no estaba dispuesta a penetrar con sus garras; se le congelarían antes de que pudiera siquiera detectar la madriguera de los escurridizos, y ¡vaya que le dolía cuando eso ocurría! ¿Ahora cómo se las arreglaría? Saliendo de sus terrenos, evidentemente. Y no había nada que aborreciese más que dejar expuestas sus tierras por necesidad de alimento, excepto tal vez descubrir humanos dentro de su perímetro.
Finalmente decidió aterrizar en un paraje grisáceo y solitario, repleto de figuras queriendo imitar las humanas y tal vez un poco a los animales. Panim observaba las esculturas de ángeles que vigilaban las tumbas, especialmente a sus alas. ¿Serían esos seres unos cambiaformas como ella? No podía creerlo. Los humanos parecían valorar la naturaleza solamente cuando los tenía a ellos como protagonistas. Por eso en vez de enaltecer estatuas de fauna preferían erigir hombres alados o águilas bípedas.
—No verdad… ¡Falsos ser! —chilló el halcón hacia los monumentos, buscando romperlos con su intensidad.
Antes de que pudiera desquitarse con las figuras, un sonido llamó la atención de Panim. Creyéndose sola, el eco dentro de un mausoleo la sobresaltó, haciéndola abanicar sus alas al instante ante un posible ataque, pero no vino nada. No dejaba de ser extraño que una persona osase atravesar ese ambiente gélido con ese cuerpo sin plumas, a menos que las primitivas predicciones de Panim sobre el inminente estado de vesania de la humanidad en su conjunto se hubieran cumplido.
Como era sumamente cuidadosa como cazaba y no quería contratiempo entremedio, siguió el rastro de las ratas e ingresó a aquella edificación donde había oído la voz. Allí yacía sobre una especie de plataforma una melena roja y la nieve hecha piel en una sola persona. Era una hembra solitaria, y no parecía dar señales de vida. Panim no podía creer la suerte que tenía; si la desconocida estaba muerta, tendría comida hasta que el sabor de la carne le llegara a los ojos. Y lo mejor de todo era que no tendría que dejar sus árboles solos por mucho más tiempo. ¡Era perfecto!
Fue así que el ave se acercó al cuerpo inerte de la dama y comenzó a examinarlo primero de lejos y luego con su pico, pellizcando suavemente buscando reacciones y abriendo bien las fosas nasales. No tenía olor a descomposición, pero era difícil que lo tuviera si había muerto recientemente, además que el hielo era un excelente inhibidor de pestilencia, sobretodo en un cadáver.
Si pasaba nada en los siguientes doce segundos, estómago colmado para una salvaje. Ya se le hacía agua la lengua.
—Muerta, muerta. Sí. Comida para Panim. ¡No mover! —rogaba interiormente a medida que pasaban las centésimas y la hija de Eva permanecía quieta.
Un par de hocicazos más para confirmar que estuviese sin vida y la presa sería suya.
Panim- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/01/2014
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Resguardado en las tinieblas unas figuras extrañas caminan por el cementerio.
Un hombre cuya esencia contrasta con las tinieblas de tal modo que forma un efecto casi sinérgico en el ambiente y es seguido por dos jóvenes mujeres de mirada perdida y de labios balbucientes—chivos expiatorio conquistados con ilusiones—. Avanzan por el frio cementerio totalmente indiferentes al clima.
La atención del hombre es llamada por la criatura envistiendo el monumento. Aunque de aquella escena lo único que le intereso fue el mausoleo.Este hombre busca un lugar privado para llevar a cabo una ceremonia y que mejor que un mausoleo.
Camina hacia el sin contratiempo…
Pero al entrar al mismo se topa con una escena un poco cómica.
Una cambia formas esperando a que muera la joven moribunda en el suelo con la ilusión de poder comérsela.
No pudo evitar sentir lastima por el pobre cambia forma que haya sido obligado a caer en el acto tan humillante como lo es la carroñeria. En acto de piedad mueve sus fríos labios.
—Alice, hay una serpiente en tu mano.
Una de las mujeres que lo sigue grita despavorida al mismo tiempo que saca un cuchillo y de inmediatamente comienza a cortarse la mano en estocadas. Una escena en vuelta en gemidos y gritos de dolor que dura el tiempo que le tomaría a alguien cortarse la mano. y en un acto casi milagroso la carne fresca de la mano cae cerca del cambia formas.
Ahora aquella mujer moribunda de cabello rojo. En una acción no muy frecuente en el decide salvarla quizás porque siente algo pequeño apenas exístete que llamaría no humano en ella.
Bruscamente introduce un embudo en su boca y deja ir una poción extraña una que sana su casación y la vuelve invulnerable al frio
Un hombre cuya esencia contrasta con las tinieblas de tal modo que forma un efecto casi sinérgico en el ambiente y es seguido por dos jóvenes mujeres de mirada perdida y de labios balbucientes—chivos expiatorio conquistados con ilusiones—. Avanzan por el frio cementerio totalmente indiferentes al clima.
La atención del hombre es llamada por la criatura envistiendo el monumento. Aunque de aquella escena lo único que le intereso fue el mausoleo.Este hombre busca un lugar privado para llevar a cabo una ceremonia y que mejor que un mausoleo.
Camina hacia el sin contratiempo…
Pero al entrar al mismo se topa con una escena un poco cómica.
Una cambia formas esperando a que muera la joven moribunda en el suelo con la ilusión de poder comérsela.
No pudo evitar sentir lastima por el pobre cambia forma que haya sido obligado a caer en el acto tan humillante como lo es la carroñeria. En acto de piedad mueve sus fríos labios.
—Alice, hay una serpiente en tu mano.
Una de las mujeres que lo sigue grita despavorida al mismo tiempo que saca un cuchillo y de inmediatamente comienza a cortarse la mano en estocadas. Una escena en vuelta en gemidos y gritos de dolor que dura el tiempo que le tomaría a alguien cortarse la mano. y en un acto casi milagroso la carne fresca de la mano cae cerca del cambia formas.
Ahora aquella mujer moribunda de cabello rojo. En una acción no muy frecuente en el decide salvarla quizás porque siente algo pequeño apenas exístete que llamaría no humano en ella.
Bruscamente introduce un embudo en su boca y deja ir una poción extraña una que sana su casación y la vuelve invulnerable al frio
Adjil Prim- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 30/04/2014
Edad : 34
Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Había una vez un castillo en las nubes. Un castillo en las nubes de cristal. Un castillo en las nubes de cristal de terciopelo. Un castillo, qué bonito sería poder vivir en un castillo, ¿verdad, dulce Éline? Claro que ella no sabía qué era un castillo. ¿Era lo mismo que un palacio, o más grande, quizá? ¿Y quiénes vivirían allí con ella? Sus monstruos de novela. ¡Imagínate, qué gran espectáculo daría al mundo! Pero sería tan feliz. Oh, sí. Tan feliz.
Pero criatura, si ni siquiera sabes qué es la felicidad.
Pic. Pic. Pic ¿Alguien llamaba? ¿Alguien llamaba a su castillo? Podía escuchar el sonido. Pic. Pic. Pic. Si hasta podía sentirlo en su cuerpo. Pic. Pic. Pic. Y la pelirroja permanecía quieta. Los muertos, los muertos no le haría nada. Eran sus guardianes. ¡Los centinelas de ese castillo en las nubes de cristal! ¿No era perfecto? Todo giraba correctamente con impecable mecánica en aquella fábula sin fin. Si dejas que llamen un poco más, pronto no podrás ni levantarte ¡Maravilloso, entonces! Se quedaría para siempre allí. En el castillo de las nubes de cristal, custodiada por los huesos de los centinelas de tiempos pasados.
Abrió los ojos. Y lo que vio era tan diferente a lo que había imaginado que quiso echarse a llorar. Pero frenó ese impulso ilógico, sin sentido. ¿Cómo llorar, si no tienes lágrimas? Se le habían quedado congeladas dentro. ¡Ah! ¿Qué era eso? Magnífica ave. La miraba con inteligencia, y la pelirroja pudo oler lo que buscaba. "¿Es la carne, mi carne, lo que quieres? Pues llévatela, yo no la necesito". Estuvo unos minutos así, mirando el interior de aquellos ojos negros, perfectamente circulares. Negros. Negros. Negros. Tanto que parecía que se habían tragado el iris. En silencio le decía al halcón –que era bello y glorioso- que quería ser como él. Con dos alas. Sí, si pudiera tener dos alas, ya estaría muy, muy, muy lejos.
Alice, hay una serpiente en tu mano.
La escena que precedió a aquellas palabras estremeció a la pelirroja. ¿Quién era ese? ¿Cómo se atrevía? ¡Entrar en su castillo, su castillo en las nubes de cristal! ¡Guardias, guardias! ¿Dónde estaban? Los guardias dormían su sueño eterno.
El pedazo de carne humana, que antes había sido la mano de la pobre Alice, cae cerca del alado animal. La pelirroja se puso de pie, alzando su menudo y frágil cuerpo, encarándose a esa bestia que se había atrevido a asaltar su castillo.
-¿Por qué lo has hecho? ¡Lo has hecho mal! ¡Lo has hecho mal! –gritó, desquiciada- ¡Yo iba a darle mi carne, y él iba a darme sus alas! ¿Qué has hecho?
Furia. Furia sin sentido.
Pero criatura, si ni siquiera sabes qué es la felicidad.
Pic. Pic. Pic ¿Alguien llamaba? ¿Alguien llamaba a su castillo? Podía escuchar el sonido. Pic. Pic. Pic. Si hasta podía sentirlo en su cuerpo. Pic. Pic. Pic. Y la pelirroja permanecía quieta. Los muertos, los muertos no le haría nada. Eran sus guardianes. ¡Los centinelas de ese castillo en las nubes de cristal! ¿No era perfecto? Todo giraba correctamente con impecable mecánica en aquella fábula sin fin. Si dejas que llamen un poco más, pronto no podrás ni levantarte ¡Maravilloso, entonces! Se quedaría para siempre allí. En el castillo de las nubes de cristal, custodiada por los huesos de los centinelas de tiempos pasados.
Abrió los ojos. Y lo que vio era tan diferente a lo que había imaginado que quiso echarse a llorar. Pero frenó ese impulso ilógico, sin sentido. ¿Cómo llorar, si no tienes lágrimas? Se le habían quedado congeladas dentro. ¡Ah! ¿Qué era eso? Magnífica ave. La miraba con inteligencia, y la pelirroja pudo oler lo que buscaba. "¿Es la carne, mi carne, lo que quieres? Pues llévatela, yo no la necesito". Estuvo unos minutos así, mirando el interior de aquellos ojos negros, perfectamente circulares. Negros. Negros. Negros. Tanto que parecía que se habían tragado el iris. En silencio le decía al halcón –que era bello y glorioso- que quería ser como él. Con dos alas. Sí, si pudiera tener dos alas, ya estaría muy, muy, muy lejos.
Alice, hay una serpiente en tu mano.
La escena que precedió a aquellas palabras estremeció a la pelirroja. ¿Quién era ese? ¿Cómo se atrevía? ¡Entrar en su castillo, su castillo en las nubes de cristal! ¡Guardias, guardias! ¿Dónde estaban? Los guardias dormían su sueño eterno.
El pedazo de carne humana, que antes había sido la mano de la pobre Alice, cae cerca del alado animal. La pelirroja se puso de pie, alzando su menudo y frágil cuerpo, encarándose a esa bestia que se había atrevido a asaltar su castillo.
-¿Por qué lo has hecho? ¡Lo has hecho mal! ¡Lo has hecho mal! –gritó, desquiciada- ¡Yo iba a darle mi carne, y él iba a darme sus alas! ¿Qué has hecho?
Furia. Furia sin sentido.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
El ave giró la cabeza sobre su eje reiteradas ocasiones; ¿qué había de malo con esa presa? Nada, absolutamente. Bueno, tal vez estaba un poco descuidada, pero carne era carne. Oh, error. La carne se volvía festín cuando hacía hambre, y vaya que le rugía la tripa. Es que el problema no era el alimento, sino la humana. ¿Qué no necesitaba aquello de lo que estaba hecha? Había conocido humanos zafados, porque eran una especie irremediablemente inclinada a la estupidez sin límites, pero ella exageraba, sin duda, porque al momento de pronunciar esas palabras la seriedad le embetunó el rostro, alejando dudas y segundas interpretaciones.
El halcón dio un gran brinco hacia atrás, buscando tomarse unos segundos. No iba a devorarla, no estando consciente. A lo mejor el frío le había afectado su entendimiento, pero así y todo poseía la destreza física suficiente como para defenderse. Aunque Panim podía transformarse en casuario para aniquilar a la pelirroja sin que ésta tuviera oportunidad de sobrevivir, aún en aquella tierra, casi inhóspita por el hielo, las visitas indeseables como curiosos y otros lunáticos eran una probabilidad cuyo riesgo no valía la pena atravesar. Detestaba confrontar a los humanos. Que esa fémina la mirase con tanta ligereza no ayudaba a que su resistencia a dicha especie disminuyera, pero más pudo la curiosidad.
Observó de cerca sus movimientos hasta que en la escena aparecieron otras personalidades que enturbiaron aún más el panorama. Las alas de Panim se abrieron amenazantes, a la defensiva. ¿Qué era esa fiesta de humanos desenfocados? ¡Sangre, automutilación! Degeneración por doquier. Cuando los restos humanos recién amputados le fueron arrojados, la cambiante se encolerizó. ¡Pero por quién la tomaban! Su orgullo salvaje se sintió insultado, y respondió con la misma violencia de esa desafortunada acción.
—¡Atrás, atrás! —aleteó el halcón peregrino expulsando un chillido y exhibiendo las garras. No los quería un minuto más allí. Y no huiría, no; jamás pasaría encima de la dignidad natural.
Flotando como una mariposa, pero asechando como demonio, acercó sus mortales armas al rostro del intruso. No fue fácil, pero logró espantarlo. Le había arruinado la comida, pero el día, ¡nunca!
Una vez con el enemigo ido, la cambiante inclinó la cabeza amenazante hacia la pelirroja desairada, buscando sus intenciones confusas. Si quería pelea, se la daría. Vencería el más fuerte; eso era justicia en la naturaleza, y para Panim también. ¿Amigo o enemigo? Ella tenía la última palabra.
El halcón dio un gran brinco hacia atrás, buscando tomarse unos segundos. No iba a devorarla, no estando consciente. A lo mejor el frío le había afectado su entendimiento, pero así y todo poseía la destreza física suficiente como para defenderse. Aunque Panim podía transformarse en casuario para aniquilar a la pelirroja sin que ésta tuviera oportunidad de sobrevivir, aún en aquella tierra, casi inhóspita por el hielo, las visitas indeseables como curiosos y otros lunáticos eran una probabilidad cuyo riesgo no valía la pena atravesar. Detestaba confrontar a los humanos. Que esa fémina la mirase con tanta ligereza no ayudaba a que su resistencia a dicha especie disminuyera, pero más pudo la curiosidad.
Observó de cerca sus movimientos hasta que en la escena aparecieron otras personalidades que enturbiaron aún más el panorama. Las alas de Panim se abrieron amenazantes, a la defensiva. ¿Qué era esa fiesta de humanos desenfocados? ¡Sangre, automutilación! Degeneración por doquier. Cuando los restos humanos recién amputados le fueron arrojados, la cambiante se encolerizó. ¡Pero por quién la tomaban! Su orgullo salvaje se sintió insultado, y respondió con la misma violencia de esa desafortunada acción.
—¡Atrás, atrás! —aleteó el halcón peregrino expulsando un chillido y exhibiendo las garras. No los quería un minuto más allí. Y no huiría, no; jamás pasaría encima de la dignidad natural.
Flotando como una mariposa, pero asechando como demonio, acercó sus mortales armas al rostro del intruso. No fue fácil, pero logró espantarlo. Le había arruinado la comida, pero el día, ¡nunca!
Una vez con el enemigo ido, la cambiante inclinó la cabeza amenazante hacia la pelirroja desairada, buscando sus intenciones confusas. Si quería pelea, se la daría. Vencería el más fuerte; eso era justicia en la naturaleza, y para Panim también. ¿Amigo o enemigo? Ella tenía la última palabra.
Panim- Cambiante Clase Baja
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Qué hermoso festejo el de la Naturaleza. Qué sabia. Qué perfecta. Quien dijera que todo eso -eso, lo que la bordeaba con puntadas de hilo- era sólo cuestión de azar y que Dios no existía, era que no había empuñado la aguja. Porque Dios existía, claro que sí. De no ser así, ¿cómo era posible una criatura tan magnífica como la alada de esos parajes? Oh, Dios existía. Pero era un canalla.
Los había espantado. Se había abalanzado sobre ellos como si fueran ratas. Como si fueran. ¡Ah! ¿Acaso tenía que tomar ahora al animal como su salvador? "Pero mira que alas tan bonitas tiene, señor Maspero. Apuesto a que tú le envidias. No. No me malinterpretes. Tú eres delicado y elegante, pero este ave es salvaje y feroz."
La airada desquiciada calmó su ira repentina. Sus cabellos rojos ya no ondeaban a su alrededor como una aureola de rabia. Ahora sólo había curiosidad.
-Tú eres la que mata serpientes -le dijo, pues de alguna manera sabía que ella era hembra. Una hembra orgullosa y fiera. Habló con ella, le extendió su brazo. Después de todo, ¿era o no era Éline, la que entendía la lengua de los pájaros? Tal vez tenía más de eso que de león. Y se contentó con el inverosímil destino que le tenía preparado.
-Pero no eres del todo animal. Estás hecha a medias, ¿no es así? -olisqueó el aire. Rancio, cerrado, frío y muerto. En especial muerto- Una vez conocí a alguien como tú. Cuerpo mundano, alma de bestia. Tú eres al revés -torció la cabeza, como si observar al halcón desde una perspectiva distinta y extraña pudiera regalarle las respuestas que añoraba.
-El señor Maspero te envidia. Él es un ruiseñor. Tiene un plumaje muy bonito, pero es demasiado pequeño. Tú eres grande y robusto. Por eso. Por eso te envidia.
Los había espantado. Se había abalanzado sobre ellos como si fueran ratas. Como si fueran. ¡Ah! ¿Acaso tenía que tomar ahora al animal como su salvador? "Pero mira que alas tan bonitas tiene, señor Maspero. Apuesto a que tú le envidias. No. No me malinterpretes. Tú eres delicado y elegante, pero este ave es salvaje y feroz."
La airada desquiciada calmó su ira repentina. Sus cabellos rojos ya no ondeaban a su alrededor como una aureola de rabia. Ahora sólo había curiosidad.
-Tú eres la que mata serpientes -le dijo, pues de alguna manera sabía que ella era hembra. Una hembra orgullosa y fiera. Habló con ella, le extendió su brazo. Después de todo, ¿era o no era Éline, la que entendía la lengua de los pájaros? Tal vez tenía más de eso que de león. Y se contentó con el inverosímil destino que le tenía preparado.
-Pero no eres del todo animal. Estás hecha a medias, ¿no es así? -olisqueó el aire. Rancio, cerrado, frío y muerto. En especial muerto- Una vez conocí a alguien como tú. Cuerpo mundano, alma de bestia. Tú eres al revés -torció la cabeza, como si observar al halcón desde una perspectiva distinta y extraña pudiera regalarle las respuestas que añoraba.
-El señor Maspero te envidia. Él es un ruiseñor. Tiene un plumaje muy bonito, pero es demasiado pequeño. Tú eres grande y robusto. Por eso. Por eso te envidia.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Un brazo muy humano se expandió ante la primitiva cambiante. Esta última, confundida, estiró el cuello a su vez, buscando cualquier agente extraño en la extremidad expuesta de la humana, pero no distinguió nada en particular, salvo una temeridad demasiado grande como para ofrecer ese montón de huesos recubiertos en piel a un ave que podía desgarrarla fácilmente con su pico. No debía temer demasiado a la muerte, ¿no? Por no decir que no le guardaba ningún respeto.
No le hizo ningún daño a la humana que más bien parecía una criatura, pero se mantuvo alerta. Cualquier cosa podía esperarse de los «civilizados», tanto para bien como para mal, pero sobretodo para mal. Aunque… ¿qué culpa tenía la pelirroja de pertenecer a la especie más atontada sobre la faz de la tierra?
Para poder comunicarse con ella, el plumaje de Panim desapareció y reveló un cuerpo tan pálido como esos débiles sin pelaje. De no ser por la sangre que hervía salvaje por sus venas primitivas, se helaría el trasero y toda extremidad que tuviera extensión en su cuerpo en esa cripta.
—¿Ser a medias? —se ofendió la blonda— ¡Panim completa! Ser a tierra, ser a bosque. Humano no ser a nada; no raíz. ¡Incompleto!
Para el ave, ser un cambiante era como seguir los ciclos de la tierra. Nacía con cada forma que tomaba y moría cada vez que volvía a mostrar esa apariencia débil y blanquecina. De la misma manera, el bosque secaba sus ramas, las hacía dormir y luego las despertaba con fertilidad y color. Los humanos, en cambio, se desentendían del carácter heterogéneo de su madre verde; preferían ser huérfanos y propinarle a la naturaleza una percepción homogénea. Se las daban de sabiondos, y en efecto lo eran; sabían demasiado de casi nada. Y luego se preguntaban por qué no eran felices. Con toda esa evidencia, Panim hablar con propiedad cuando decía que hasta las ardillas tenían más seso.
De pronto, la naciente calma de Panim murió con la mención de un rival por parte de Éline. Instintivamente mostró las encías.
—Maspero, ¿quién ser? —despeinó su cabello alborotado girándose frenéticamente hacia los lados, buscando al individuo mencionado— Humano, decirme dónde estar. Maspero luchar para Panim. No dos fieras mismo lugar. No, no, ¡no!
No le hizo ningún daño a la humana que más bien parecía una criatura, pero se mantuvo alerta. Cualquier cosa podía esperarse de los «civilizados», tanto para bien como para mal, pero sobretodo para mal. Aunque… ¿qué culpa tenía la pelirroja de pertenecer a la especie más atontada sobre la faz de la tierra?
Para poder comunicarse con ella, el plumaje de Panim desapareció y reveló un cuerpo tan pálido como esos débiles sin pelaje. De no ser por la sangre que hervía salvaje por sus venas primitivas, se helaría el trasero y toda extremidad que tuviera extensión en su cuerpo en esa cripta.
—¿Ser a medias? —se ofendió la blonda— ¡Panim completa! Ser a tierra, ser a bosque. Humano no ser a nada; no raíz. ¡Incompleto!
Para el ave, ser un cambiante era como seguir los ciclos de la tierra. Nacía con cada forma que tomaba y moría cada vez que volvía a mostrar esa apariencia débil y blanquecina. De la misma manera, el bosque secaba sus ramas, las hacía dormir y luego las despertaba con fertilidad y color. Los humanos, en cambio, se desentendían del carácter heterogéneo de su madre verde; preferían ser huérfanos y propinarle a la naturaleza una percepción homogénea. Se las daban de sabiondos, y en efecto lo eran; sabían demasiado de casi nada. Y luego se preguntaban por qué no eran felices. Con toda esa evidencia, Panim hablar con propiedad cuando decía que hasta las ardillas tenían más seso.
De pronto, la naciente calma de Panim murió con la mención de un rival por parte de Éline. Instintivamente mostró las encías.
—Maspero, ¿quién ser? —despeinó su cabello alborotado girándose frenéticamente hacia los lados, buscando al individuo mencionado— Humano, decirme dónde estar. Maspero luchar para Panim. No dos fieras mismo lugar. No, no, ¡no!
Última edición por Panim el Sáb Ene 17, 2015 8:04 pm, editado 1 vez
Panim- Cambiante Clase Baja
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
De todas las maravillas del mundo, aquélla debía ser la más grande. Un ser que eran dos a la vez. Que compartía la tierra y el cielo. ¡Oh, cómo lo envidiaba! Pues Éline sólo podía planear valiéndose de su mente atrofiada. Cuántos la compadecían por ello. "Pobre. La loca, la chiflada. Está ida". ¡Pues anormales! ¡Anormales que eran todos ellos, que no podían ver lo que ella acababa de ver ahora mismo! Y, aunque así fuera, se pelearían con ellos mismos para negarse lo que a sus ojos era evidente.
-Tienes razón, amiga alada. Huesos somos al final -huesos que acababan fundiéndose a muros de piedra, como en aquella cripta. Rodeadas de exánimes cadáveres, sus palabras cobraban del todo sentido. "Huesos al final del camino".
Se echó hacia atrás al volver a ver la salvaje naturaleza de la humana-ave y abrió los ojos azules con la expresión del desconcierto.
-¡No, no! El señor Maspero no lucha. Él no es un guerrero. Es un guía. Entiende y me enseña, vuela y me lleva a sitios para que conozca. Me explica lo que no se puede explicar. Es muy sabio -concluyó con un encogimiento de hombros.
-Está aquí. Y allí. Y en ese otro lugar -señaló por todas partes. Todos los oxidados vacíos de la cripta-Puede ir a muchos sitios muy rápido, porque puede volar. Como tú. Y es pequeñito. Con plumas azules en su pecho -empezó a describir a su imaginario alado con el entusiasmo de una niña- Eso es lo que más me gusta de él. Sus plumas azules. Eso, y sus canciones.
-Tienes razón, amiga alada. Huesos somos al final -huesos que acababan fundiéndose a muros de piedra, como en aquella cripta. Rodeadas de exánimes cadáveres, sus palabras cobraban del todo sentido. "Huesos al final del camino".
Se echó hacia atrás al volver a ver la salvaje naturaleza de la humana-ave y abrió los ojos azules con la expresión del desconcierto.
-¡No, no! El señor Maspero no lucha. Él no es un guerrero. Es un guía. Entiende y me enseña, vuela y me lleva a sitios para que conozca. Me explica lo que no se puede explicar. Es muy sabio -concluyó con un encogimiento de hombros.
-Está aquí. Y allí. Y en ese otro lugar -señaló por todas partes. Todos los oxidados vacíos de la cripta-Puede ir a muchos sitios muy rápido, porque puede volar. Como tú. Y es pequeñito. Con plumas azules en su pecho -empezó a describir a su imaginario alado con el entusiasmo de una niña- Eso es lo que más me gusta de él. Sus plumas azules. Eso, y sus canciones.
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
¿Un humano con cerebro? ¡Tenía que tratarse de una alucinación, o de un «chiste», como los llamaba el misionero Clément! Fue así que a la confusión se añadió la curiosidad, un fuerte y persistente deseo de saber qué había más allá de ese chillón pelaje de la mujer. Es que no hablaba ni se veía como ninguna criatura de esa especie. Para empezar, parecía estar oyéndola en vez de criticarla por su escasísimo conocimiento del habla o por su carencia de ropas que de alguna forma insultaba a los puercos civilizados. En segundo lugar, sus ojos eran fijos, como si no estuviesen observando lo que le rodeaba, sino una imagen mental mucho más compleja. Daba la impresión de que estaba enfocada en el horizonte, esperando eternamente a que se asentara el sol.
De pronto, Panim sintió un gran interés por este ser que describía la fémina de cabello cobrizo. ¿Un ave no luchadora brújula de humanos? Se le hacía difícil de creer que una criatura así pudiese sobrevivir hasta la adultez. Las únicas patéticas emplumadas que conocía que se acercaban a la descripción eran las gallinas, fofas y sin tino. Pagaban justas por pecadoras por su gula. Y cuando el momento de saldar la deuda llegaba, lo único que podían hacer, las pobres, era sacudir sus inútiles alas torpemente. Pero Maspero prometía ser un prodigio, uno tan magnífico que había domesticado a una humana. Y vaya que necesitaban unas gotas de realidad esas alimañas.
Decidida a arriesgarse, cosa que rara vez se permitía, la primitiva se tornó en su forma más amena, un vencejo, y se posó en el hombro derecho de la mujer, a quien acababa de elegirle un nombre:
—Tierra roja —susurró a su cabeza, bautizándola— Mostrar Maspero para mí. Querer mirar azul suyo. Esta no atacar si tú no hacer. Si todos lados habitar, todos lados enseñar. Hacer; yo cuidar a tú. —prometió un justo intercambio. Conocimiento por protección.
Que no dejara ni un espacio sin revisar. Tan esplendoroso tipo de ave tenía que conocerlo. Un ave emplumada no cual navaja, sino cual astrolabio.
De pronto, Panim sintió un gran interés por este ser que describía la fémina de cabello cobrizo. ¿Un ave no luchadora brújula de humanos? Se le hacía difícil de creer que una criatura así pudiese sobrevivir hasta la adultez. Las únicas patéticas emplumadas que conocía que se acercaban a la descripción eran las gallinas, fofas y sin tino. Pagaban justas por pecadoras por su gula. Y cuando el momento de saldar la deuda llegaba, lo único que podían hacer, las pobres, era sacudir sus inútiles alas torpemente. Pero Maspero prometía ser un prodigio, uno tan magnífico que había domesticado a una humana. Y vaya que necesitaban unas gotas de realidad esas alimañas.
Decidida a arriesgarse, cosa que rara vez se permitía, la primitiva se tornó en su forma más amena, un vencejo, y se posó en el hombro derecho de la mujer, a quien acababa de elegirle un nombre:
—Tierra roja —susurró a su cabeza, bautizándola— Mostrar Maspero para mí. Querer mirar azul suyo. Esta no atacar si tú no hacer. Si todos lados habitar, todos lados enseñar. Hacer; yo cuidar a tú. —prometió un justo intercambio. Conocimiento por protección.
Que no dejara ni un espacio sin revisar. Tan esplendoroso tipo de ave tenía que conocerlo. Un ave emplumada no cual navaja, sino cual astrolabio.
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Tierra roja. Tierra roja. Tierra roja. Lo repitió tres veces en su atrofiada mente. Nunca había tenido un nombre. No lo recordaba, por mucho que el Señor Maspero le repitiera el canto. "Éline. Como música". Como música frágil. Porque se destrozaba, se rompía en seguida. Y ella ya lo estaba -rota-, y no quería romperse más por culpa de su nombre de música.
Tierra roja era más fuerte, aunque ella no lo fuese del todo.
Qué fiera más extraña. Humana y dos veces alada. Recordó la conversación que tuvo con su ruiseñor hace un tiempo. Sobre las alimañas bellas y las alimañas feas. "¿Te acuerdas, Señor Maspero?", le decía. "Claro que me acuerdo. El zorro es tu preferido. Porque es rojo como tú. Y como la sangre de tu vientre, tus ojos, tus muñecas y tus tobillos."
Se colocó en el huesudo hombro de la escuchimizada mujer, pero esta le ofreció su dedo. Quería seguir viendo aquel prodigio a los ojos. Se apoyó en el frío suelo de la cripta, cruzada de piernas.
-Si lo quieres ver está allí arriba. Y aquí -se señaló los labios- Y aquí -se señaló la cabeza- Y aquí -se señaló el corazón- También sobrevuela siempre mi cabeza. Dice que es para que no se rompa más. Como yo. ¡Como si fuera tan fácil arreglar las mentes! Ya lo intentaron los cuervos, pero esos sólo te quieren sacar los ojos.
Negó con la cabeza, sabiendo que lo que decía era valedero.
-Los cuervos dicen que el Señor Maspero no está. Pero eso es porque él es mucho más bonito que esas plumas negras -escupió la suelo.
Tierra roja era más fuerte, aunque ella no lo fuese del todo.
Qué fiera más extraña. Humana y dos veces alada. Recordó la conversación que tuvo con su ruiseñor hace un tiempo. Sobre las alimañas bellas y las alimañas feas. "¿Te acuerdas, Señor Maspero?", le decía. "Claro que me acuerdo. El zorro es tu preferido. Porque es rojo como tú. Y como la sangre de tu vientre, tus ojos, tus muñecas y tus tobillos."
Se colocó en el huesudo hombro de la escuchimizada mujer, pero esta le ofreció su dedo. Quería seguir viendo aquel prodigio a los ojos. Se apoyó en el frío suelo de la cripta, cruzada de piernas.
-Si lo quieres ver está allí arriba. Y aquí -se señaló los labios- Y aquí -se señaló la cabeza- Y aquí -se señaló el corazón- También sobrevuela siempre mi cabeza. Dice que es para que no se rompa más. Como yo. ¡Como si fuera tan fácil arreglar las mentes! Ya lo intentaron los cuervos, pero esos sólo te quieren sacar los ojos.
Negó con la cabeza, sabiendo que lo que decía era valedero.
-Los cuervos dicen que el Señor Maspero no está. Pero eso es porque él es mucho más bonito que esas plumas negras -escupió la suelo.
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
¿En todos lados? Panim no comprendió al principio, como ocurría siempre. Comprendió literalmente, y por tanto comenzó a hacer volar su plumaje, intentando parecer más grande ante quien se había burlado de ella ocultándose por doquier. Pero no lo halló. Tic toc. Y de pronto se dio cuenta de lo obvio: Tierra Roja no veía lo mismo que ella, ni tampoco lo que otros humanos. Bueno, los humanos nunca veían nada. Pero ella estaba en otro plano. Uno que construía y no destruía a nadie. No había intentando cazarla ni ahuyentarla. Tampoco imponerse sobre ella. ¿Era su idea o le estaba hablando como a una igual? Panim la compadeció en un sentido y la envidió también
—Tierra Roja no tener idea de qué árbol caer. A qué especie pertenecer. Panim pensar afortunada para tú. —porque no era consciente de lo que era un humano y lo que no.
El ave tenía el infortunio de saberse mitad bestia y mitad mujer. Por ella sólo se elevaría a los cielos y nunca volvería. Pero tenía imanes a la tierra. ¿Y qué culpa tenía el suelo de que por él transitasen tirados bípedos? Ninguna, oh no. Ella daba y no pedía nada; sólo que la dejaran en paz. Igual que Panim. ¿Sería igual en tierra roja? La salvaje imaginaba que tampoco debía vivir en plenitud, aunque se pensara de esa forma. ¿Por qué? Porque era distinta. En la naturaleza caía el diferente, porque solía ser el más débil. Apostaba que en los humanos no debía ser distinto. Claro que no. Esos no solamente se diferenciaban por las particularidades individuales de cada uno; se les refregaban en la cara y las usaban como armas para hundir más al otro. ¿Lo había visto? No, pero juraba que era de esa forma. Conoces a un humano y conoces a todos, incluso a las generaciones venideras.
Pero Tierra Roja… ¿qué pasaba con ella? Panim tuvo curiosidad ante la rara especie a la que debía pertenecer la pelirroja.
—¿Sola estar? ¿Macho tener? ¿Crías? —algo mucho más básico le vino a la mente a la cambiante— ¿Nido?
Que lo tuviera, o Panim tendría otra razón para odiar al hombre.
—Tierra Roja no tener idea de qué árbol caer. A qué especie pertenecer. Panim pensar afortunada para tú. —porque no era consciente de lo que era un humano y lo que no.
El ave tenía el infortunio de saberse mitad bestia y mitad mujer. Por ella sólo se elevaría a los cielos y nunca volvería. Pero tenía imanes a la tierra. ¿Y qué culpa tenía el suelo de que por él transitasen tirados bípedos? Ninguna, oh no. Ella daba y no pedía nada; sólo que la dejaran en paz. Igual que Panim. ¿Sería igual en tierra roja? La salvaje imaginaba que tampoco debía vivir en plenitud, aunque se pensara de esa forma. ¿Por qué? Porque era distinta. En la naturaleza caía el diferente, porque solía ser el más débil. Apostaba que en los humanos no debía ser distinto. Claro que no. Esos no solamente se diferenciaban por las particularidades individuales de cada uno; se les refregaban en la cara y las usaban como armas para hundir más al otro. ¿Lo había visto? No, pero juraba que era de esa forma. Conoces a un humano y conoces a todos, incluso a las generaciones venideras.
Pero Tierra Roja… ¿qué pasaba con ella? Panim tuvo curiosidad ante la rara especie a la que debía pertenecer la pelirroja.
—¿Sola estar? ¿Macho tener? ¿Crías? —algo mucho más básico le vino a la mente a la cambiante— ¿Nido?
Que lo tuviera, o Panim tendría otra razón para odiar al hombre.
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Éline Rimbaud no entendía muchas cosas. Lo básico, lo tangible, carecía de sentido para ella. Prefería la lógica de lo absurdo. Porque en lo absurdo las Víboras estaban muy lejos. Era más fácil pelear en su mente desquebrajada con mantícoras o gárgolas que con personas crueles. Si a todo le daba un nombre absurdo, de pronto, cobraba sentido en su cabeza. Podía con la lluvia púrpura, los ángeles que lloraban y hombres debajo del mundo que soportaban su carga. Podía con ello. Pero no podía con la simple crueldad. La simple crueldad que la había convertido en la paria que era.
Y, a pesar de todo ello, Éline comprendió sin esfuerzo las palabras de la mujer pájaro. Sola. Macho. Crias. Nido. Un nido. Su sitio. Su lugar, al fin y al cabo. ¿Tenía algún lugar Éline?
Se puso en pie. Los piececillos descalzos, cubiertos de polvo, magullados, heridos. Las uñas partidas y algunos dedos rotos. Mas sostenían. Me sostienen, ¿verdad, señor Maspero?. Te sostienen, Éline. Después de todo, te sostienen.
-Sin nido. Solo el señor Maspero y yo. -sus labios se detuvieron y frunció las cejas. Eso no era del todo cierto- Mas hay... Hay un lobo. Pero, ¡sssh! -se llevó un dedo a los labios-¡no se lo digas a las víboras! -luego continuó relatando, yendo de aquí para allá por toda la cripta, con sus pies rotos que todavía la sostenían, después de todo-Tiene garras y siempre las tiene afiladas. Y colmillos. Pero no colmillos venenosos como los de la serpiente. Siempre saca las garras y enseña los dientes. Parece feroz pero... -se quedó en silencio, pensando la palabra. Sus ojos habían dejado de fijarse en lo tangible de la cripta para visualizar en ellos otra cosa- ... él tampoco tiene nido. Manada. ¿Sabes, pajarillo? Y hay algo aquí -se golpeó fuerte el pecho, el corazón- que le falta.
Sacudió sus cabellos pelirrojos.
-¿Y tú, pajarillo? ¿Tú tienes nido?
Y, a pesar de todo ello, Éline comprendió sin esfuerzo las palabras de la mujer pájaro. Sola. Macho. Crias. Nido. Un nido. Su sitio. Su lugar, al fin y al cabo. ¿Tenía algún lugar Éline?
Se puso en pie. Los piececillos descalzos, cubiertos de polvo, magullados, heridos. Las uñas partidas y algunos dedos rotos. Mas sostenían. Me sostienen, ¿verdad, señor Maspero?. Te sostienen, Éline. Después de todo, te sostienen.
-Sin nido. Solo el señor Maspero y yo. -sus labios se detuvieron y frunció las cejas. Eso no era del todo cierto- Mas hay... Hay un lobo. Pero, ¡sssh! -se llevó un dedo a los labios-¡no se lo digas a las víboras! -luego continuó relatando, yendo de aquí para allá por toda la cripta, con sus pies rotos que todavía la sostenían, después de todo-Tiene garras y siempre las tiene afiladas. Y colmillos. Pero no colmillos venenosos como los de la serpiente. Siempre saca las garras y enseña los dientes. Parece feroz pero... -se quedó en silencio, pensando la palabra. Sus ojos habían dejado de fijarse en lo tangible de la cripta para visualizar en ellos otra cosa- ... él tampoco tiene nido. Manada. ¿Sabes, pajarillo? Y hay algo aquí -se golpeó fuerte el pecho, el corazón- que le falta.
Sacudió sus cabellos pelirrojos.
-¿Y tú, pajarillo? ¿Tú tienes nido?
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Sólo ella y ella, quería decir. Ay, Tierra Roja, qué afortunada era. Bendita su ignorancia, o su sapiencia tan marcada que se hacía incomprensible. De todos modos, ¿quién necesitaba pensar con el instinto en su lugar? Panim no conocía a nadie, hombre o criatura, a quien le hubiera beneficiado la reflexión. Sabía que vendían esa historia de los seres racionales para no resolver las cosas por la fuerza. ¡Ah, pamplinas! La madre naturaleza dejaba caer el yugo de su mano de igual forma sobre el mundo en su totalidad; la ley del hombre sólo podía beneficiar al hombre. Bueno, a cierto tipo de hombre.
Maspero y ella. ¿A quién más necesitaban? Hacía lo correcto la mente de la humana en protegerla creando esa manada ficticia dentro de su cabeza. Tener a otros podía ayudarle a sobrevivir, pero tenerse a sí misma haría que viviera bien.
—¿Tierra Roja aparta aire respirar para? ¡No! ¿Decir “este ser mi aire”? ¡No! —aclaró— Nido ser parte de mundo, mundo ser todo. Consecuencia nido ser todo. Aquí, allá. Lo que hombre no destruir, nido ser. ¿Entender? Ellos enseñan para tú conformar un pedazo. ¡Mal! Naturaleza no entregar tierra por porción. Una sola ser.
Los humanos y su maldita educación. Educación era una palabra terrible; ¡a los ricos les encantaba! Cortaban las alas de magníficas criaturas y les convencían de que fuera de su jaula era peligroso, cuando el peligro era la total aceptación y sumisión del veneno que dosificadamente inyectaban en las venas de sus integrantes. Ah, Tierra Roja, qué fortuna que hubiera escapado.
—Hay más anidar para —continuó— ¿Querer ver? Ahí, aquí. Partes todas. Sí, también las prohibidas tierra ser. Dejar Maspero volar, donde fusiles no hallar.
Dejó sus alas prolongarse en el aire. Sentía que podía emprender el vuelo junto a alguien, porque aunque sólo fuera una ficción, Éline la veía real.
Maspero y ella. ¿A quién más necesitaban? Hacía lo correcto la mente de la humana en protegerla creando esa manada ficticia dentro de su cabeza. Tener a otros podía ayudarle a sobrevivir, pero tenerse a sí misma haría que viviera bien.
—¿Tierra Roja aparta aire respirar para? ¡No! ¿Decir “este ser mi aire”? ¡No! —aclaró— Nido ser parte de mundo, mundo ser todo. Consecuencia nido ser todo. Aquí, allá. Lo que hombre no destruir, nido ser. ¿Entender? Ellos enseñan para tú conformar un pedazo. ¡Mal! Naturaleza no entregar tierra por porción. Una sola ser.
Los humanos y su maldita educación. Educación era una palabra terrible; ¡a los ricos les encantaba! Cortaban las alas de magníficas criaturas y les convencían de que fuera de su jaula era peligroso, cuando el peligro era la total aceptación y sumisión del veneno que dosificadamente inyectaban en las venas de sus integrantes. Ah, Tierra Roja, qué fortuna que hubiera escapado.
—Hay más anidar para —continuó— ¿Querer ver? Ahí, aquí. Partes todas. Sí, también las prohibidas tierra ser. Dejar Maspero volar, donde fusiles no hallar.
Dejó sus alas prolongarse en el aire. Sentía que podía emprender el vuelo junto a alguien, porque aunque sólo fuera una ficción, Éline la veía real.
Panim- Cambiante Clase Baja
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
-Entonces, ¿esto es mi nido ahora? Y mañana habrá otro. Y otro, y otro más. -abrió mucho los brazos, abarcando toda la cripta. Los muertos las escuchaban en silencio. Alguno se reía, tal vez, pero era una risa paternal. Otros asentían, dándole la razón a la pajarillo, que parecía saber que nadie de nidos y de la Tierra. Solamente los necios y obtusos podían pensar que los muertos no escuchaban.
-Todo el mundo es un nido, pero yo no puedo ver todo el mundo. Ni siquiera he visto el océano de los leviatanes. Tú podrás verlo todo, porque tienes alas. -se acuclilló delante de ella, con su rostro blanco embarrado por la suciedad de la calle. Luego se volvió a poner en pie y caminó hasta la puerta abierta de la cripta, donde todo lo que había más allá eran lápidas y árboles.-Las únicas alas que yo tenía me las rompieron. Quería volar hasta Dios, mas ya no consigo vislumbrarle el rostro. -frunció el ceño, como si ella no alcanzase todavía a saber qué querían decir exactamente sus palabras, pero de alguna manera sabía que era así.
-Pero si tú puedes sobrevolar el nido del mundo -se giró de nuevo hacia su rubia compañera, con ojos brillantes- podrás contarme historias de él. ¿A que sí, pajarillo?
-Todo el mundo es un nido, pero yo no puedo ver todo el mundo. Ni siquiera he visto el océano de los leviatanes. Tú podrás verlo todo, porque tienes alas. -se acuclilló delante de ella, con su rostro blanco embarrado por la suciedad de la calle. Luego se volvió a poner en pie y caminó hasta la puerta abierta de la cripta, donde todo lo que había más allá eran lápidas y árboles.-Las únicas alas que yo tenía me las rompieron. Quería volar hasta Dios, mas ya no consigo vislumbrarle el rostro. -frunció el ceño, como si ella no alcanzase todavía a saber qué querían decir exactamente sus palabras, pero de alguna manera sabía que era así.
-Pero si tú puedes sobrevolar el nido del mundo -se giró de nuevo hacia su rubia compañera, con ojos brillantes- podrás contarme historias de él. ¿A que sí, pajarillo?
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
¿Historias? ¡Ah, sí! Recordaba esa palabra. Algunas eran reales y otras eran… no se acordaba del término. Era parecido a las mentiras porque no era verdad, pero no era en sí una mentira. Ay, qué enredo los seres humanos y sus palabras. Ya que no entendía el segundo término, se enfocaría en el primero. Sí, algo real. Después de todo, ella no captaba la diferencia entre lo que era verdad o no, porque sólo veía lo que quería ver.
—Humanos siempre cortar alas, arena roja. Ellos no tener; quitar para nos. Envidioso, cerrado, débil. Tú fuerte ser. Una no ser igual, vivir difícil, peligroso. Fuerte ser hay, o morir. Tú no morir. Tú aprender. —siguió a la pelirroja por delante, intentando no perderle el paso— Seguir para mí. No querer otros ojos ver para nos. Peligro, peligro exposición.
Ya veía todo el panorama si llegaban a ser descubiertas juntas: escándalo, gritos, peleas. Tierra roja sin duda era fuerte como para haber soportado ser tan diferente en un medio incapaz de tolerar la diversidad, pero no era invencible. Era más: había estado apunto de morir, y Panim dudaba que se hubiera dado cuenta de ello. Era benigna y frágil como la luz del amanecer.
Se fue internando más en la vegetación hacia atrás, sin romper el contacto visual. Era como si una madre le enseñara a su niño a caminar.
—Por acá. Ellos enseñar para tú temer aquí, para nos. Ellos mentira. Ellos peligro ser. Acá agua, acá comida, acá vida. Allá hambre, muerte. Escoger, tierra roja. Fácil ser.
¿Por qué alguien elegiría el mundo humano? Tan vacío, tan dañino sobretodo para quienes lo construían día a día con sus acciones perjudiciales y omisiones negligentes. ¿Para qué? Si la madre tierra brillaba para el mundo entero.
—Humanos siempre cortar alas, arena roja. Ellos no tener; quitar para nos. Envidioso, cerrado, débil. Tú fuerte ser. Una no ser igual, vivir difícil, peligroso. Fuerte ser hay, o morir. Tú no morir. Tú aprender. —siguió a la pelirroja por delante, intentando no perderle el paso— Seguir para mí. No querer otros ojos ver para nos. Peligro, peligro exposición.
Ya veía todo el panorama si llegaban a ser descubiertas juntas: escándalo, gritos, peleas. Tierra roja sin duda era fuerte como para haber soportado ser tan diferente en un medio incapaz de tolerar la diversidad, pero no era invencible. Era más: había estado apunto de morir, y Panim dudaba que se hubiera dado cuenta de ello. Era benigna y frágil como la luz del amanecer.
Se fue internando más en la vegetación hacia atrás, sin romper el contacto visual. Era como si una madre le enseñara a su niño a caminar.
—Por acá. Ellos enseñar para tú temer aquí, para nos. Ellos mentira. Ellos peligro ser. Acá agua, acá comida, acá vida. Allá hambre, muerte. Escoger, tierra roja. Fácil ser.
¿Por qué alguien elegiría el mundo humano? Tan vacío, tan dañino sobretodo para quienes lo construían día a día con sus acciones perjudiciales y omisiones negligentes. ¿Para qué? Si la madre tierra brillaba para el mundo entero.
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Re: Into the nothing, faded and weary {Panim}
Guiada como Alicia por el conejo blanco, la pelirroja caminó siguiendo a la pajarilla. Sin preguntas, sin dudas. ¿Por qué iba a tenerlas? Si la mujer pájaro albergaba alas, como las del Señor Maspero. Los seres con alas siempre la habían ayudado.
Tin. Tin. Tin. Cuidado, Éline. Los pasos son hielo, y el hielo se rompe. Tin. Tin. Tin. Los pasos son música, y la música enmudece. Tin. Tin. Tin. "¿Qué quiere, Señor Maspero?" Tin. Tin. Tin. "Nada quiero si no es tu razón perdida".
Y así, nuestra Alicia pelirroja acabó encerrada en el laberinto. ¡Mas no encerrada en uno como el de Teseo, no! Allí no habían espantosas criaturas de cuernos y pezuñas y cuerpo de hombre y ojos de bestia. (Y a esa Bestia Éline también la habría amado, porque sentía una extraña debilidad por los diferentes imaginarios). En ese laberinto solamente estaban ella y el pajarillo. Y el ruiseñor de sombrero de copa y monóculo de cristal.
-Me gusta este laberinto. Es confuso, y caótico, y alborotado. Unas cosas crecen allí, las otras aquí. Pero no es malo. Es silencio. ¡Puedo escuchar hasta mi propio Tín, tín, tín! -exclamó en una palmada.
-Yo escojo, pero la serpiente siempre me encuentra. Y muerde. Y se traga la vida. Las serpientes son implacables, pajarillo. -negó con la cabeza- Tengo su veneno por dentro. Quema la vida.
Tin. Tin. Tin. Cuidado, Éline. Los pasos son hielo, y el hielo se rompe. Tin. Tin. Tin. Los pasos son música, y la música enmudece. Tin. Tin. Tin. "¿Qué quiere, Señor Maspero?" Tin. Tin. Tin. "Nada quiero si no es tu razón perdida".
Y así, nuestra Alicia pelirroja acabó encerrada en el laberinto. ¡Mas no encerrada en uno como el de Teseo, no! Allí no habían espantosas criaturas de cuernos y pezuñas y cuerpo de hombre y ojos de bestia. (Y a esa Bestia Éline también la habría amado, porque sentía una extraña debilidad por los diferentes imaginarios). En ese laberinto solamente estaban ella y el pajarillo. Y el ruiseñor de sombrero de copa y monóculo de cristal.
-Me gusta este laberinto. Es confuso, y caótico, y alborotado. Unas cosas crecen allí, las otras aquí. Pero no es malo. Es silencio. ¡Puedo escuchar hasta mi propio Tín, tín, tín! -exclamó en una palmada.
-Yo escojo, pero la serpiente siempre me encuentra. Y muerde. Y se traga la vida. Las serpientes son implacables, pajarillo. -negó con la cabeza- Tengo su veneno por dentro. Quema la vida.
Éline Rimbaud- Fantasma
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