Far from home — Lilith O'Hara.

Las palabras colisionan en mi boca
y en ese momento sé que no hay oscuridad
que pueda cubrir mi turbación.  

¿Qué era esa calidez que la envolvía con suavidad bajo los raídos lienzos? Perezosa y a falta de una buena cabezada trató de seguir en su estado de paz y quietud más la luminosidad que atacaba sin clemencia a su hogar era imposible de ignorar, despegó ambos párpados y volteó el cuerpo hacia el lado contrario. Otro día más con el que lidiar y una gran lista de cometidos la aguardan en la zona de oficio. Tras abandonar su lecho y tomar una friolera ducha, se atavió con su indumentaria más cómoda, tomó su desayuno y como último trató de doblegar los rulos que caían sobre su frente y pómulos, sofocada y de muy mala gana como todas las mañanas finalizó recogiéndoselo en lo alto con un trozo de tela azúlea. Exhaló mientras partía hacia las escaleras, rodó por completo y chasqueó el dedo índice y pulgar al percatarse de que no había pillado aún el arma blanca de Ramsey, la guardó bajo el corpiño, sobre el costado derecho y esta vez si que descendió servicial e idónea.

Apartó el bermejo visillo y ahí estaba, ¿sería aquello el paraíso? Qué glorioso más se veía confusa por la fantasía, sólo era una floristería colmada de amor y ahínco. Fijó ambos luceros en la cristalera y sonrió, la primera y no por ello la más importante del día, ¿que sería ella sin sus clientes? les dio paso cuando apartó la puerta corredera y colocó al revés el tarjetón rectangular. — Buen día, me complace verlas a todas aquí tan regularmente. — ¿Todas? Rara vez tenía clientes masculinos y la razón era simple, los espantaba o directamente no los atendía dócilmente.  — ¡Sra. Charpentier! ¿Le gustó a su marido los Tulipanes ambarinos? Esta semana le tengo un obsequio, he estado paseándome por "ciertos sitios" ya usted sabe y le he traído unos Narcisos preciosos y unas Malvas Sylvestris que harán juego con las últimas, quedarán muy sugestivas en el recibidor. ¿Desea verlas?  — Qué encantada estoy de tenerla, Marie o la Sra. Charpentier es una anciana casada, muy humorística y fiel a su marido y a la costumbre que tiene de adornar el recibidor con llamativos búcaros de arcillas saturados con sugerentes ramos. — Por supuesto hija mía, ya usted sabe que sus ramilletes alegran a esta pobre anciana cada día cuando abandona el pórtico, ¿Y a Lucas? Bueno, está contentísimo, algún día vendrá por aquí y se la llevará para Jean Paul que desea desposarse. ¡Anda anda! Enséñeme esas flores antes de que yo tenga la misma idea y me la lleve también. — El jubilo se compartía y el gris desaparecía a la par que el rojo pasión, el tono pastel y una serie de cobaltos y garzos iban acomodándose en el interior de las cuatro paredes, el aroma casto y la frescura de su tienda eran incomparables, ella lo sabía.  — Acuérdese de lo que pienso acerca de los caballeros... — por no llamarlos viles embusteros — Estoy segurísima de que Jean Paul conseguirá a una estupenda dama que os dé nietos  y yo.. bueno, yo seguiré aquí para aconsejarle acerca de ese pórtico, que ya sabe que necesita unos cuantos arreglos. — Asentí par de veces hasta llegar al mostrador, saqué de la cristalera el vistoso ramo y lo coloqué en la superficie. No hizo falta preguntarle si le gustaba pues la gran sonrisa que portaba era asequible.

La anciana procedió a toquetearse los bolsillos de su gabardina en busca del monedero. — Si no recuerdo mal debería de estar por aquí.. — Le dejo espacio pues lo necesita, debe centrarse y así recordar donde ha dejado el monedero. Mientras tanto combato por liberar mi pie izquierdo, una de las particularidades de esta tienda es que está atestada de serpientes, en la punta del mocasín descansa una pitón verde y con lentitud asciende hasta quedar a la altura de la rodilla, enrollada en la misma. — ¡Oh! Lo siento hija mía, creo que la he dejado en el puesto de mi hermana Carla, ¿la recuerdas? Esa bruja y sus cartas, siempre me ha dado pavor aunque debo reconocer que no falla ni una. Iré enseguida a buscarla.  — Desconfiaba de los humanos pero Marie, Marie era una alternativa. Siempre ha estado ahí y gracias a ella muchas noches mi estómago se ha mantenido repleto.  — Yo iré por ti, ¿sabes como va todo esto no? Ya te has encargado más de una vez. El precio está en los barreños y sólo los que están en naranja están a mitad de precio ¿vale? — Le venía perfecto pues tenía un encargo en el mercado ambulante más le daba miedo dejar su oficio sin nadie al mando. La pálida agarró una cesta de mimbre y adentró dos ramos de Amapolas y Calendulas. — Vendré enseguida y  trate de no despistarse, aquí todas nos conocemos y si un caballero decide aparecerse, utilice el plan B y a los animalejos.  — Sonreí plácida pues Marie conoce mi secreto y también la variedad de reptiles que permanecen ocultos y rara vez montan un espectáculo.  — Ve con cuidado querida y no se preocupe por mi que ya estoy familiarizada, ¡y dale recuerdos a la bruja esa que tengo como hermana! — El grito llegó a mis oídos antes de abandonar mi empleo y salir calle abajo hacia mi nuevo objetivo.

Dicen por ahí que es enorme, en cada rincón y hueco libre yace un puesto con variedad de mercancía más es otra nueva experiencia que viviré. Mi encargo está seguro a mi lado y yo, bueno, tengo el puñal por si me veo intimidada. Troté impaciente y seguí las indicaciones de algún que otro campesino hasta dar de bruces con mi destino.