En proceso

pronto

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Era una aldea pequeña y poco poblada pero la vida en ese lugar solía ser hermosa. Si bien quienes planeaban sus futuros en aquel pedazo de tierra asumían toda una vida forzada también asumían una vida llena de paz y tranquilidad en medio del bosque. Hubo una pareja de jóvenes cuyos proyectos matrimoniales y de vida consistían en llevar una apacible vida en aquella aldea como habitantes que poblarían las tierras junto con otras familias que viajaban con los mismos sueños de progresos y estabilidad que ellos. Aquel matrimonio miraba con ojos soñadores la cabaña que serviría de hogar para ellos y su recién nacido hijo.
Pero la vida reparaba un destino cruelmente distinto a lo que todas esas familias aspiraban. Ya cuando las cosas marchaban realmente bien en la aldea y varias familias se habían asentado por completo en ese lugar, una tropa de bárbaros llegó como un huracán de furia enviado por un tirano Dios griego.
Saqueos, destrucción, muerte y un numeroso de sueños roto trajo aquella oleada de bárbaros que atacaron con el único propósito de sentir placer con el sufrimiento ajeno. La aldea quedó devastada y tan solo una pequeña cantidad de personas sobrevivieron a la masacre del terror, muchas de esas personas eran ancianas en su mayoría. Un sobreviviente anciano sobreviviente miraba con desolación la aldea arder en llama y los ríos de sangre que coloreaban de rojo el suelo. Comenzó a recorrer las cabañas para socorrer a posibles sobrevivientes pero no encontró un buen panorama. En una de las  cuantas cabañas encontró casi a la entrada de esta el cuerpo de un hombre quien evidentemente murió tratando de defender su morada y  a los suyos. Al abrirse paso en el interior del hogar encontró también a una joven mujer que yacía en el suelo de madera, su vida había llegado hasta allí. Negó con la cabeza orando porque sus almas alcanzasen paz cuando miró por última vez hacia adentro y le pareció ver un moisés de mimbre. Sólo para asegurarse, se aproximó hasta la especie de cuna y vio en su interior un niño que no pasaba de los dos meses de edad. En anciano le cubrió con una manta y lo sacó de allí.
Volviéndose un nómade, el anciano hombre recorrió  distintas aldeas buscando algún rincón para acabar en paz lo que quedaban de sus días. Conforme pasaban los días se encariñaba más con el bebé que voluntariamente se volvió su responsabilidad pero sentía la melancolía de sentirse demasiado viejo para poder protegerlo. Fue entonces que en lo alto de una colina observó a una pareja de granjeros sembrar sus tierras. Eran gente pobre y de esfuerzo pero el anciano apreció la relación que ambos tenían el uno con el otro. En ese momento sintió que no encontraría mejor personas que ese par de campesinos.
Esperó a que la noche cayera y con sumo cuidado se adentró a los territorios pertenecientes a esa modesta granja. Se asomó por la ventana percatándose que el matrimonio de granjeros descansaba frente a la chimenea mientras bebían algo caliente. Aprovechó el momento de relajo de ellos dos y con pasos silenciosos llegó hasta la puerta del hogar. Allí dejo la pequeña canasta y tocó la puerta tan débilmente que pareciera una fantasía mental. Observó por última vez al pequeño, le sonrió y se despidió de él deseándole larga vida y felicidad.
El frágil golpeteo de todos modos fue audible para el oído del granjero. Se puso de pie y caminó hasta la puerta para asegurarse de que ningún zorro se encontrase merodeando por el lugar con la intención de robar una gallina. Tal fue su sorpresa al abrir la puerta y encontrarse a un niño en un canasto que no pudo responderle a su mujer cuando le preguntó si todo estaba bien. La joven mujer llegó en poco tiempo a su lado y notó el motivo por el cual su marido de pronto había enmudecido. La pareja entró al interior de la cabaña junto con el canasto y el menor. Rápidamente buscaron una manta más y no tardaron en llegar las preguntas de qué harían con él finalmente decidiendo que se lo quedarían pues el granjero aborreció la idea de llevarlo a un orfanato debido a la mala experiencia propia. De lejos el anciano observó a la recién formada familia y se marcó para siempre. Pasado unos días la pareja de campesinos decidió llamarlo Arthanis, como el abuelo de la mujer.
Los años pasaron en gracia y aquel huérfano creció convirtiéndose en un hombre fuerte y lleno de valores. Desde siempre  supo que aquellos amables padres no eran biológicamente los suyos pero los amó como tal. Sus días consistían en cuidar la cosechas y a los animales, asirtir a la escuela del pueblo, hacer trabajo para los demás granjeros acompañando a su padre y otros visitando el pueblo con su madre para vender los frutos de sus tierras.  La vida como un granjero es difícil para cualquiera pero él siempre la apreció con una visión optimista desde todo punto de vista. Amando cada detalle que la vida pudo darle en todo momento, sintiéndose bendecido por tener a dos padres cariñosos y sintiéndose también afortunado por vivir una vida en el bosque y la libertad sin las ataduras asfixiantes que se autoimponen los ricos. El dinero siempre faltaba y el trabajo era absorbente pero siempre lo pudo llevar con una sonrisa en el rostro. Como a toda persona, le tocó vivir momentos en que sintió que algo le faltaba o deseó más, incluso malos momentos donde la tristeza puede nublar un corazón alegre y positivo, pero siempre pensó en las palabras  ¨Mañana será un nuevo día donde siempre saldrá el sol¨ animándose a luchar día tras día.
De todos modos en más de una ocasión observa hacia el horizonte preguntándose por los misterios de la vida, que habrá más allá de las llanuras de los campesinos y cómo sería averiguarlo por él mismo. Algún día, sabe que lo hará. Entiende que correrá riesgos al ver la realidad de más allá pero son descubrimientos que valdrán la pena conocer.

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