L'intrication et empêtré [Adolphe T. Berlioz]

por **Constance A. Zaïre** Lun Abr 28, 2014 10:25 pm

El clima templado de la mañana anuncia la primeva estival, tan fresca y fragante alegrando a grandes y pequeños por los capullos de flores que este año florecen en toda la ciudad y más en los campos y jardines, todos en Paris esperan poder tener algo de tiempo libre y admirar las bellezas de la creación de nuestro señor, de aquella fuerza que nos ayuda seguir, y así mismo como es la vida en la naturaleza así también es la del ser humano.

El alba toca el cielo con el cantar del gallo, cada individuo en la ciudad de Paris dan por iniciada su jornada del día, levantarse, arreglarse y alistarse para el laburo, bien temprano como personas normales pero existen algunos que no se levantan a esas horas si no ya más entrada la mañana, pero no es por vagancia al contrario es porque sus trabajos comienzan a esas horas y como todo lo que comienza tarde termina tarde , hay personas que aun cuando sus jornadas laborales comienzan tipo nueve de la mañana llegan a las diez u once del día, con la excusa de no volverlo a hacer, pero es para no decir que se han entretenido en su trayecto y terminan perdidos del tiempo y el espacio.

Entre las calles parisinas una joven de cabellos castaños con una sonrisa cerca de una confitería llevando bolsas con dulces para los niños, su andar es demasiado lento para el común general de las personas, pero ella se toma su tiempo mirando a las personas completamente como si disfrutar de ello, y es lo que hace disfruta de al menos tener vida y convivir, a escasos segundos, con otros individuos; se le va haciendo tarde para llegar a su trabajo, así que apresura el paso entrando a otra tienda por unos libros de lectura para los niños del orfanato.

Pero antes de llegar a su destino decide que es mejor comprar no solo dulces si no también algo de comida para alimentar el cuerpo, así que corre a la panadería por algo de pan y leche pero para suerte divina está lleno el lugar así que como toda mujer paciente decide esperar mirando que pedido realizar, aun cuando se pasa los minutos no han avanzado mucho y por mucho que tuviera un ser humano paciencia prefiere salir del lugar a caminar en busca de otra panadería y sin darse cuenta toma el camino equivocado perdiéndose entre las calles parisinas, sus ojos bien abiertos buscan el camino de nuevo, girando en una esquina y en otra más pero solo consigue perderse aún más su despistada mente no se ha percatado del camino y se siente como una de los cuentas que suele contar a los niños para dormir.
Miró a las personas nuevamente para ver si alguno le era familiar de los que había visto primero pero no, todos eran diferentes, se estaba desesperando, dejó las bolsas a sus pies para mirar con mayor detenimiento el ambiente en donde estaba, lo malo era que se la hora se le estaba pasando y si no llega con todo se ganaría un sermón y castigo de la monja superiora encargada del orfanato, entre suspiros decidió pedir ayuda a alguien pero su timidez no se lo permitía y solo la obligo a mantenerse algo alejada de todos pensando que podría hacer.

por **Adolphe T. Berlioz** Dom Mayo 04, 2014 11:34 pm

Cansado. Esa era el mejor adjetivo que le venía a Adolphe últimamente. Dormía menos que nada, aterrado de sus pesadillas. Cadenas que lo jalan a la tierra, cuervos de tres ojos que predicen un futuro funesto, demonios de ojos rojos que se sientan en su pecho y no lo dejan respirar. Lo odiaba, desde que era pequeño y había sufrido de aquello siempre lo había odiado. Que hubiera aprendido a vivir con eso no quería decir que no siguiera aterrándolo. Miedos nocturnos y silenciosos tan terribles que no se atrevía a contar a nadie.

Y por las mañanas, apenas habiendo dormido un par de horas —todas plagadas de pesadillas— se ponía a dibujar, con sus pocas habilidades, lo que había visto. Cualquiera que mirara esos bocetos diría que estaba loco. ¿Y si lo estaba? Y entonces tocaba el violonchelo pero al menos darle un propósito a su locura. Y cuando ni la música podía tranquilizar su alma, salía a dar largas caminatas que lo agotaban lo suficiente como para querer llegar a casa y dormir una semana entera. Pero no él, que se mantenía en vilo. Las velas que lo alumbraban se convertían en el bastión desde el que combatía a sus demonios.

Ahí estaba, dando uno de sus paseos para, según él, aclarar su mente. En realidad no sabía para qué salía. Tal vez porque afuera no había miedo y sólo cielo abierto, poblado de nubes o estrellas. Porque los diablos que danzaban con él a la hora de dormir sólo habitaban debajo de su cama. Los niños tenían razón, pensaba. Hay monstruos en el armario.

Sus pasos siempre eran vagos, jamás iba con un destino predeterminado. Aún no conocía París del todo y quería hacerlo, al menos las partes seguras; una urbe como aquella escondía muchos peligros también. No quería darles preocupaciones a sus padres allá en Niza. Sin embargo, adentrarse por sendas menos transitadas o más alejadas resultaba inevitable. Cuando eso sucedía solía regresar sobre sus pasos antes de alejarse más, pero esta vez continuó. La gente lo observaba pasar, como él los observaba a ellos: sin interés. Y seguía caminando hasta que se detuvo para darse cuenta de lo evidente. Estaba perdido. Aunque recordaba de dónde venía. Se giró para ver la calle por la que había estado caminando. Si volvía a ir por ella, en dirección contraria, seguro vería los chapiteles de Notre Dame y eso lo ubicaría. O eso le gustaba pensar.

Allá fue de regreso. Pero los chapiteles de Notre Dame nunca aparecieron en el horizonte y entonces sí que comenzó a preocuparse. Miró a su alrededor, buscando ayuda, pero la gente parecía ir deprisa. Un mal de una metrópoli como la capital, creyó. En esa misma calle vio a una joven morena parada, pero no parecía estar descansando. Se acercó hasta ella, al menos ella lo escucharía.

—Lo siento —fue lo primero que le dijo—, ¿sabe cómo puedo llegar al centro? —Pero algo le decía que no sabía—. Creo que me perdí —admitió llevándose una mano a la nuca y riendo un poco avergonzado. No era peligroso decirlo en voz alta ante ella, que lucía completamente inofensiva. Y así, mirándola de cerca, también se percató de que era hermosa.

—¿Necesita ayuda? —Entonces reparó en las bolsas que la acompañaban. Tal vez por eso estatría ahí, en la sombra descansando de estar cargando aquello. Quizá, si él le hacía un favor, ella le pagaría con la misma divisa. Era una mentalidad mercantilista que tenía aprendida causa de su educación, no es que él fuera así naturalmente. Adolphe era más bien desapegado de lo material o de la idea de que todo tenía un precio. Pero no por ello era ingenuo, comprendía cómo funcionaba el mundo.

por **Constance A. Zaïre** Vie Mayo 09, 2014 8:11 pm

El sol de primavera estaba por llegar a lo alto en la ciudad de Paris donde las personas están más ocupadas por sus tareas que por ayudar a los demás dejando el lado humano a un lado, las aroma a ciudad se siente por todo lado a cada paso que va dando la joven de castaños cabellos se van sintiendo frustrada por perder su camino a su trabajo, un trabajo que no le da una remuneración monetaria al contrario le produce una remuneración del alma.

Con la mirada perdida entre las personas olvida de sus compras por unos segundos hasta que repara en la presencia de un joven que le pide ayuda, aquella joven se sonroja pero no por timidez sino de vergüenza que por vez primera no pueda ayudar a alguien, era el sonrojo de la vergüenza pero no podía ni debía guardar en silencio, al menos para negarse debía pronunciar palabra alguna, aun cuando estas no le gustara. La risa de nervios comenzó como primer acto una risilla que no contempla el eco de palabras la segunda reacción es la negación, negar con parsimoniosa calma la cabeza como si no creyera lo que va a decir o lo que ocurre, mira aquellos ojos, los contempla para que el joven se dé cuenta de que ambos están bajo la misma situación.

-Tal como usted la ayuda sería la misma y con gusto lo ayudaría sin pedirle nada a cambio, más si pudiera, pero créame cuando le digo que no sé cómo hacerlo ya que ambos pecamos del mismo mal, estar pedidos en esta ciudad- cual ave cantarina deja salir su voz con un poco de tartamudeo y la sonrisa al ver la ironía del caso en ambos, apenada y muy avergonzada era como se sentía la joven al pensar en cómo saldrían los dos de su común problema.

Que despistada se sentía una joven como ella perdida entre las calles, sería una aventura que contar como cuento a los niños del orfanato los cuales estarían muy contentos escuchando una historia inventada la cual no estaría alejada de la realidad en la que vive aquella jovencita de ojos curiosos y cabellos revueltos por la brisa primaveral, miro al joven de ojos cristalinos celestes como el cielo despejado, pero antes de intentar ayudar o buscar una solución realiza una reverencia tomando las faldas de su vestido inclinando un poco su cuerpo, un saludo digno en elegancia y educación –Mucho gusto Monsieur, Constance Zaïre pero me llaman más Cony, es mejor que Constance- sonríe con la calidez de la estación impregnada en su rostro.

-Déjeme ayudarle, quizás si preguntamos a uno de los señores de las tiendas nos puedan ayudar o alguna alma piadosa de los que andan por aquí quizá se apiade de nosotros brindándonos su ayuda- la risa inunda su cuerpo pues sabe que las personas en aquella ciudad capitalina no se mueven si no reciben algo a cambio como dinero pero entonces se le ocurrió una idea algo loca, quizás, tomó una de las bolsas que llevaba la comida buscando el pan para sacarlo –Creo que si ofrecemos esto a alguien nos podrán ayudar a los dos, bastará con esto- su sonrisa no deja de estar impregnada en su rostro.

La mirada va a todos lados viendo que nadie se paraba junto a ellos o les hacía caso, era como si fueran invisibles ante los ojos de la sociedad parisina, en eso otra idea se le vino a la cabeza –Ha escuchado sobre Hansel y Gretel- pregunta enarcando una ceja aguantando la risa ya que la idea de su cabecita era hacer lo mismo con el pan, dejar migas por la calle mientras vayan caminando así no volverían al mismo lugar.

Quizás fuera una mala idea pero no tenía en mente que más poder hacer, al menos no estaría sola y no le daría miedo perderse más ahora, pues estaba con un joven que tenía su misma dificultad y ya que dicen “dos cabezas piensan mejor que una” qué mejor que encontrar el camino que ambos perdieron.

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