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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Athan Avramidis Miér Abr 30, 2014 9:54 pm


El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor.

Fiodor Dostoievski


Las risas que llenaban el amplio espacio, ahora estrecho gracias a los voluminosos trajes de las damas y el número elevado de invitados, le resultaba excesivamente molesta. Su cabeza dolía lo suficiente como para que mantuviera el ceño fruncido durante toda la velada. Intentaba aflojarlo, sabiendo que ello no ayudaría a hacer que los invitados le hablaran sobre uno de los hombres que conversaba tranquilamente con unas damas risueñas. Pero no podía evitarlo. Cuando tenías el hombro desencajado por una pelea imprevista con un cambiaformas, el dolor te podía hacer gritar de dolor. Más cuando él movía su brazo como si nada pasara, sintiendo cómo el calambre de dolor le gritaba que iba a perder el brazo si seguía jugando al hombre de clase alta demasiado apegado a sí mismo como para unirse al resto de los invitados. Tenía dos opciones; descubrir si el hombre era o no un ser del demonio o huir de allí antes de que comenzara a aullar de dolor.


Alto, aproximadamente un metro ochenta. Hombros anchos pero lo suficientemente delgado como para que luciera un aspecto elegante y frágil. El bigote perfectamente recortado, era de un tono rubio más oscuro que el cabello, como si su cabeza hubiese adoptado el brillo del sol, aclarándose más de lo que ya era. El objeto de su estudio era indudablemente hermoso, lo suficiente para que sus ojos se deslizasen con envidia por encima de su cuerpo. Él tenía lo que él quería, belleza, dinero y una posición libre de una tradición familiar que lo atase para siempre a la muerte. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar, para que él fallase en una pelea?. Noche tras noche, ejecución tras ejecución. Su cuerpo se llenaba de cicatrices que nada tenían que ver con lo que guardaba en su alma. Esas tenían un aspecto mucho más horrible, se curvaban, formando un ángulo espinoso que rozaba desde el interior de su cuerpo. Pinchándolo, llenándolo de esa ponzoña que lo obligaba a llorar mientras pedía más. Pues necesitaba el veneno. Lo anhelaba, porque era lo único que le permitía seguir matando y dormir por la noche. Ellos le quitaron a su hermano, su padre y abuelo le quitaron la vida que le habían entregado a su primogénito. No había amor para él, sólo el más puro y frío odio.


Se deslizó por los invitados, teniendo cuidado de no mover demasiado su hombro mientras caminaba, no quería profundizar la herida que ya tenía y convertir una mera dislocación en una fractura. El pensar en su hermano había hecho que el dolor desapareciera. No. En realidad sólo había esparcido el odio por todo su cuerpo, haciendo que el dolor sólo fuera una herramienta para ignorar las gotas de sudor que manchaban el cuello de su camisa. Una ropa de carísimo material, comprado por la Orden para estas ocasiones en las que tenía la necesidad de fundirse en un ambiente completamente diferente al suyo. Aunque sus padres tenían el dinero, carecían de un apellido con historia. Así que sólo eran unos nuevos ricos, que jamás pasarían de Clase Media. Aunque no lo pareciera, la iglesia pagaba bien a sus inquisidores, mucho más cuando éstos se retiraban y dejaban hijos que ocuparan su puesto. Y su padre tenía dos hijos más pequeños que él. Sus hermanos corrían el riesgo de que él muriese y ellos ocupasen su lugar. Quizás fuera su familia lo único que lo impulsaba hacia aquel joven rubio.


Cuando llegó a su lado, fingió tropezarse y tocó la piel de su cuello con el anillo de plata que llevaba en su dedo. La cálida piel del hombre no reaccionó contra el metal, así que no era un cambiaformas o licántropo. Esta vez no tendría que ensuciar sus manos. Aquel joven podría seguir su vida, amando a Dios, como la criatura hermosa que era. Sus labios le ofrecieron una sonrisa inocente al desconocido, una mirada llena de alegría porque fuese humano y una disculpa educada de su parte.


Hizo una reverencia hacia el resto y se rió como un niño travieso.- Lo lamento, creo que no volveré a escuchar al viejo gruñón de mi tío jamás. ¡¡El licor de frutas también embriaga!!.- Les dio una sonrisa infantil a las damas y se disculpó, marchándose lejos de aquella reunión.


Sus manos comenzaron a aflojar el nudo de su corbata mientras caminaba con paso seguro hacia la puerta de la salida. Necesitaba ir a un médico urgentemente.
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Mensaje por Mizar de Bordeaux Sáb Mayo 24, 2014 9:11 am

Cuídate de encontrar aquello que buscas.

La noche era calmada y libertina, para aquellos que de gozos y alegrías vivían, mientras los demás, simples perros abandonados, cucarachas de la sociedad, los trabajadores obreros se dormían por los suelos más rastreros y bajos de aquella gran y rica ciudad. ¿No se daban cuenta de que eran justo aquellos desamparados los que hacían que los sueños de aquellos pocos privilegiados se hiciera realidad? Se preguntaba sorprendida la joven de pálida tez recién llegada a la ciudad. De dónde provenía si se deseaba un buen trabajo, los trabajadores no podían morir de frío, ni tampoco de hambre. Sus señores les ofrecían techo y comida para mantenerlos calientes y sanos en el agreste campo. Siendo la sangre de ellos, la más exquisita sangre que un inmortal pudiera probar. Toda una tentación para quienes como ella, adoraba la calidez, sintiendo una ridícula obsesión por ella. Como más caliente, más placer obtenía al arrebatar aquello que por gloria de dios la condenaba.

La inmortal paseaba con un mohín curvando sus labios llenos de decepción por las esplendorosas calles del centro de Paris. No le estaba gustando ese lugar tan diferente a sus estepas heladas, al hibernal aire meciendo su cabello en sincronización de sus pasos que le hacía recordar al arrullo de la voz de su polvorienta madre. El vestido dorado caía por su cuerpo en ondas elegantes y de haberse encontrado en Rusia, le habría sacado partido a su último capricho de moda, coqueteando con cada joven de buena casta que pudiera hacerle pasar la noche de forma más entretenida. ¿Y ahora? Un ligero chal bordado en sedas orientales e hilos de oro la resguardaba ligeramente. No se sentía suficientemente confiada en aquella extraña ciudad. Ocultando a los demás la imagen de sus hombros y fino cuello al aire, como de su esbelta figura. Acostumbrada a conocer cada escondite, cada palmo de la tierra por la que sus pies pisaban creando cien mil caminos; Ahora se encontraba perdida, reconociendo lo que sería en algún tiempo su nuevo hogar. La situación le resultaba molesta y el malestar se podía adivinar en quien llegara a conocerla eventualmente. La vampiresa jamás llevaba un mohín en sus labios, si no que para pedir o salirse con la suya. Y en este caso apenas solo atinaba a pasear, observando que era lo que le deparaba en aquel lugar y localizando los lugares que frecuentaría, siendo el Palacio Royal, uno de los que más  segura se encontraba de asistir regularmente. ¿Por qué buscar la comida, cuando la comida por sí sola acudía? Todo y que la cacería y persecución podía ser divertido, en una ciudad se podía complicar. Únicamente que aquella noche no parecía que le fuera a resultar demasiado complicada cuando un atractivo olor llegó a su olfato. Sonrío entreviendo sus finos colmillos, encaminando sus pasos en diferente dirección a la inicial, acerándose al Palacio Royal, de donde provenía aquel majestuoso olor que la llamaba. ¿Quién sería el incauto cervatillo de la noche? Sus encías dolían de solo imaginar.

Resultará que al final de todo, Paris puede ser interesante. — Disminuyó la rapidez de sus pasos, ante la cercanía más notable del portador del delicioso aroma. Una siniestra sonrisa substituyo aquel fruncimiento de labios al contemplar desde lejos su víctima. Desde la puerta del palacio Royal se veía su figura entrecortada por las luces del lugar, aunque ella le veía perfectamente. Cada musculo de su cuerpo bajo el traje. Las líneas, los recovecos que la piel joven y perfectamente entrenada. A simple vista solo parecía un joven, sin embargo no le engañaban las primeras impresiones. Bajo aquel traje impoluto, se escondía un depredador. ¿Cual? Se preguntó inspirando el aire de la noche, llegándole a ella más fuerte que nunca, el rastro de sangre.

Exhaló su aliento y tensándose, ahogó su sed en su interior, manteniéndola bajo recaudo en lo más oscuro de su interior. Si Lorian la llegaba a ver descontrolada estaba segura de que intentaría reprenderla y lo que menos buscaba era que el reencuentro entre ambos, después de tantos años se viera turbado por algo así. Respiró hondo grabando la esencia de aquel joven. Cambió su maquiavélico y lujurioso rostro a una dulce y amable, de rasgos delicados y ojos vidriosos. Una simple mascara bajo la que ocultaba sus auténticos deseos, haciéndose pasar por una delicada dama. Siendo verdaderamente todo lo contrario. Y empezando con su función de la noche, con pasos cortos se acercó al palacio Royal, llegando a encontrarse a medio camino con el joven. Enseguida sus ojos coincidieron. Esbozó en sus labios una dulce y angelical sonrisa. —Buenas noches Monsieur. —Saludó como había oído que se saludaban los parisienses, con un suave acento ruso. — ¿Podría informarme que fiesta es la que se celebra esta noche? Me temo que perdí el folleto y a pesar de estar invitada no he podido averiguar en el día de hoy sobre ella, en lo que me acomodaba en París tras un viaje largo desde mi fría patria. — Le miró a los ojos, relamiéndose el labio con coquetería antes de bajar la mirada, como cualquier jovencita que se apreciara haría con cualquier desconocido varón. Ella no lo era, solo que a veces para morder, había que cercar a la presa y llevarla por su propio pie hacia ella.  Y en una noche como aquella, quien no se preocuparía de una inocente joven extranjera que acudía sin más que su propia presencia a un lugar como aquel? — ¿Se encuentra bien? —Dejó salir de sus labios, devolviéndole una mirada preocupada al verle una mueca de dolor dibujarse en su rostro. — ¿Desea que avise a alguien, Monsieur? ¿Un médico... un guardia?—Añadió acercándose un paso hacia él, extasiada de sentir el efluvio de él esparcirse por el aire. Debía de estar herido, y la posición del mismo se lo indicaba. —Podría ayudarle…sé aspectos básicos de medicina, si siente malestar. He salvado vidas allá en los campos de Rusia — Sí, en ocasiones la muerte es la mejor medicina, pensó maliciosa.
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Mensaje por Athan Avramidis Dom Jun 01, 2014 8:23 pm


"Hay libros tan cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga"

Quevedo


Sus manos se detuvieron, dejando el nudo de su corbata, casi deshecha, a la mitad. Su respiración se había quedado atascada en algún lugar de su garganta, presa de la sorpresa y la exquisita visión que se había abalanzado sobre él sin que siquiera se hubiera dado cuenta. Aquello sólo podía gritarle cuán herido estaba, normalmente siempre estaba listo para observar todo aquello que se acercase a él. Había sido entrenado para ver el más mínimo movimiento a su alrededor, en un radio de tres metros. Lo que podía significar a veces una limitada, pero bienvenida, habilidad para sobrevivir. Cuando los seres sobrenaturales se abalanzaban sobre ti a una velocidad similar al vuelo de los segundos, cualquier beneficio podía constituir la salvación de tu existencia.

A pesar de que la mujer que tenía delante era una de las más bellas que había tenido la oportunidad de observar tan cerca, no hizo nada para mejorar la forma en la que normalmente arruinaba la situación cuando una mujer estaba involucrada. Siempre conseguía espantarlas, sin que pudiera siquiera cortejarlas. Quizás era su rudeza al hablar, su ceño fruncido la mayoría del tiempo al observarlas o la tendencia a evitar cualquier contacto entre ambos. Parecían no entender que por mucho que las quisiera, él jamás modularía una verdad. Así que cuando alguna de ellas le preguntaba si le gustaba alguna prenda nueva, él sólo decía la verdad. Lo que en su mayoría solía ser la palabra “no”. Él no entendía de moda, pero sí sabía lo que hacía a una mujer más hermosa y a veces, lo que ellas creían bello, para él no lo era.

Como tradición a su innumerable lista de fracasos con las mujeres, arruinó el momento con un sencillo movimiento. Mientras le respondía con un torpe “Buenas noches”, manchado por su acento griego, tiró con nerviosismo de la corbata. Ejerciendo demasiada fuerza sobre el nudo casi deshecho, hizo que la tela corriera con rapidez alrededor de su cuello, haciendo que uno de los extremos golpeara el rostro de la joven al terminar de deshacerse y caer por el hombro de Athan. Fue tal su bochorno, que se convirtió en una piedra humana.

- No tengo la más mínima idea del evento, mujer.- Su voz era un gruñido feroz, un mero reflejo de la rabia que comenzaba a azotar en su interior contra sí mismo. Odiaba su torpeza con las mujeres, ser criado entre hombres le hacía más intrépido y estúpido de lo que era razonable. Pero tenía como regla no reconocer sus faltas ante nadie. Así que simplemente acarició la mejilla que había golpeado y frunció el entrecejo al ver la frialdad de la piel.

- Lo lamento, soy torpe en algunas situaciones.- Apretó sus labios, convirtiéndolos en una delgada línea de frustración. Sentía que debía responder a algo más que ella le había dicho. ¿Qué era?, pensó mientras apartaba la mano de la mejilla y se quitaba la chaqueta con una expresión distraída. Sus ojos recorrieron la sala mientras intentaba no hacerse daño al retirar la tela de su cuerpo. Lo cual era realmente difícil cuando se tenía un hombro dislocado, pero consiguió no hacer otra mueca de dolor ante la joven. Aquello era indudablemente una victoria, al menos no era completamente estúpido. ¿Qué haría si aquella mujer lo consideraba además de estúpido y torpe, un absoluto enclenque?.

Se estremeció con el desagradable pensamiento y rodeó a la rubia, colocándose a su espalda para colocarle su chaqueta sobre los hombros, esperando que con eso pudiera ayudarla a entrar en calor. El invierno solía azotar en aquella época del año de forma cruel, al menos le alegraba saber que el frío tocaba a ricos y pobres por igual.

- Recuerde abrigarse bien. Es hermosa, no tiene que lucir tanta piel para atraer miradas.- A pesar de que sus palabras podían malinterpretarse, no había ninguna intención tras ella. Sólo era un joven que no sabía cómo expresarle a una hermosa mujer que debía abrigarse más.

Suspiró y cerró los ojos. Realmente estaba empeorando todo. Hiciera lo que hiciera, ella no querría continuar aquella estúpida conversación. Menos cuando él parecía insistir en dañar el ego de la mujer. Por lo poco que había entendido de sus fracasos, una mujer, independientemente de su procedencia, jamás perdonaba el saberse no valorada. Y sus palabras siempre parecían gritar “no me importas”.

- Si me disculpa, debo buscar a un médico. He dañado uno de mis hombros en una caza. Los ciervos son un entretenimiento interesante.- Sonrió abiertamente, sintiéndose cómodo al decir la verdad a medias. A eso sí estaba acostumbrado. Mentir era una de las materias en las que iba mejorando cada vez más.

De pronto, las palabras de ella le llegaron de nuevo, como si su mente hubiere conjurado aquella parte de la conversación que había perdido al acariciar su rostro. "Podría ayudarle…sé aspectos básicos de medicina, si siente malestar. He salvado vidas allá en los campos de Rusia". ¿Cuán absurdo sonaba eso viniendo de alguien de alta clase?. Soltó una risilla y meneó su cabeza con diversión. – Sus manos no deberían tocar un hombre como yo.- Se atrevió a guiñarle un ojo antes de dejar caer la corbata al suelo y darse la vuelta para marcharse de una vez por todas de aquel lugar.
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