Milo Størk Ventresku

El mundo es una podrida manzana llena de gusanos

Un individuo bastante introspectivo, consciente de sí mismo, y con la capacidad de estar en contacto con sus sentimientos e impulsos internos si bien no siempre tiene un equilibrio acorde con ellos. Ama la soledad como nadie, lo que le lleva a ser emocionalmente honesto consigo mismo, huraño con el resto.
Pedante por naturaleza, apático y desagradable. Sus comentarios inundados por un podrido léxico de groserías, petulancia, sarcasmo negro y negativismo son el origen de su poca capacidad de empatía con las personas. Milo es un sujeto solitario, soberbio y amargado. Un ser desagradable para la sociedad. De aquellos cánceres que los más adinerados pagan por desaparecer. Parece sentir más aprecio por cosas muertas como el tabaco, alcohol y su guitarra que por las personas.
Un sujeto lleno de hostilidad y agresividad hacia sí mismo y hacia el mundo entero. Constantemente se siente insatisfecho y frustrado más la rabia le llena el interior como una ulcera latente. Para él, la humanidad no es más que un círculo vicioso de putridez donde sus integrantes son una sociedad de monos calcados los unos a los otros sin el dominio y la independencia de poder controlar sus vidas con sus propias manos prefiriendo la sumisión voluntaria. Incluso, los mismos ricos para él son estorbos inútiles y dependientes de sus riquezas.
Pero no hay ser más despreciable para él que un asqueroso inquisidor. Hipócritas, cínicos, cobardes. Siempre viviendo de rodillas suplicando y arrastrándose por órdenes de religiosos que bien se lo pasan con las cortesanas cuando el ojo humano se vuelve descuidado.
Aunque sea un sujeto osco y difícil de tratar esto no significa que sea un bruto en su totalidad. Si bien es de poco tacto y no muy fino en su trato con los demás ni consigo mismo, Milo es un tipo intelectualizado quien siente gran pasión por los conocimientos y, sobre todo, un goce profundo por la música. Es además dueño de una mente completamente abierta, revolucionaria y libre.

Los inviernos en el mundo nórdico se viven de un modo más frío y solitario que en cualquier otra parte. Por supuesto, se le puede atribuir estas características a Rusia, también. Pero en Noruega el invierno tiene un sabor distinto. En Noruega se vive la noche polar. Donde sólo un tenue reflejo de la luz es la única luminosidad.

Milo nació y vivió eternamente en los blancos brazos de inviernos crudos y silenciosos en la ciudad de Tromsø, Noruega. Con el cabello rubio, largo y despeinado sacudiéndose pesadamente cuando fijaba la vista hacia un horizonte gélido que podía ver cada mañana y tarde desde lo alto de la colina del mismo modo que alguna vez Ask y Embla observaban en silencio las tierras de Midgard (Mannaheim) cuando les fueron entregadas por el mismo Odin.
En Noruega los días son cortos, no así las noches. El clima de esa zona del mundo suele ser helado y triste, donde los días acaban tempranamente y la noche se hace larga y solitaria. Excepto cuando llega el sol polar. Sólo allí el día se extiende por veinticuatro horas.
Hijo de un cazador de osos y lobos, y una profesora de música, Milo heredó de cada progenitor una parte importante. De su padre, la tarea que lo ataría por siempre a perseguir una presa y la personalidad agria con sus iguales. De su madre, el amor y el talento por la música como también una ambivalencia emocional.
Detrás de él le siguen dos hermanos más. El menor de ellos murió tempranamente a los nueve años de edad al ser emboscado por un jabalí salvaje cuando cazaban en el bosque con el padre de familia. Sus hermanos mayores le vieron yacer sobre la tierra húmeda, con el estómago abierto y las tripas esparcidas.
Desde temprana edad acompañó a su padre en el oficio que el “vikingo” –como era conocido su padre- llevaba a cabo en las nevadas tierras. Su deber consistía en mantener la paz y seguridad de los habitantes y para ello debía encargarse de que ningún oso hambriento o un lobo agresivo se atreviesen a pasar más allá del bosque hacia zonas pobladas por humanos. Las personas admiraban a su padre por la valentía y el temple de hielo que lo caracterizaba.
Ya sea con un hacha o un cuchillo, el hombre rebanaba cuellos de bestias como si hubiese nacido únicamente para ello. A veces tenía una lucha tipo hombre versus bestia cuerpo a cuerpo como símbolo de masculinidad. Destripaba al animal caído y arrancaba la tupida y cálida piel del cuerpo de los animales y llevaba estas pieles a su mujer para que las convirtiera en vestuario que los mantendría tibios en los inviernos de nevadas. Su hogar estaba repleto de pieles y cabezas de animales como trofeos.
Él, como hijo mayor, debía observan atentamente cada acción del hombre vikingo para seguir su legado. Sus hermanos menores no estaban exonerados de tal oficio y de igual modo debían asistir al acto de casería. Generación tras generación los miembros de esa familia han tenido de oficio la caza de bestias salvajes que amenazan la vida de los pobladores.
Por un tiempo Milo no tuvo objeciones, cazaba y destripaba bestias al igual que su padre. Conforme se iba convirtiendo en un adolescente, cruzó la edad en que dejan de ver a sus padres como dioses inequívocos y sobresaltan sus errores por sobre todo. Cazar animales no era lo de Milo, los animales a diferencia de los humanos eran más agradables. Los animales no eran mugrosos hipócritas que llenan sus bocas con adulaciones. Se podía coexistir en un mismo pedazo de tierra con una fiera salvaje pero, para él, era imposible poder vivir con un grupo de persona lo cual se le hacía una tarea insoportablemente nauseabunda.
Cuando salía a solas a hacer guardia se topaba con los animales salvajes de la zona. Al principio los lobos le gruñían reconociendo en su olor el similar que el de su padre, pero con cuidado, paciencia y dedicación, Milo pudo ganarse la confianza no sólo de los lobos sino también de los agresivos osos. Podía coexistir con ellos pues los animales no le molestaban.
El adolescente tempranamente mostró ser desalineado con la sociedad. Teniendo sólo catorce años abandonó el hogar familiar y se estableció en una cabaña abandonada y maltrecha en medio del bosque noruego. Además de huraño y solitario era un joven que en poco tiempo adoptó conductas antisociales. Su núcleo de amigos consistía en un grupo de jóvenes de su edad que pasaban los días de vagos por las calles sin otra cosa que hacer que dar libertad a la creatividad y, de paso, libertad a toda la agresividad que los contaminaba por medio de actos violentos. Al mismo tiempo comenzó a sentir aprecio por el alcohol el cual lo llevaba a expandir las puertas de su percepción.
Algo que le gustó a Milo, además del desorden y el desinterés social que compartía con su minúsculo grupo de amigos, era que podía coincidir con ellos en cuanto a la música. Las letras de sus canciones gustaban a los otros chicos, sobre todo por el contenido de crítica social y amargura contra los opresores. Pero, como se estaba volviendo costumbre en su vida, prontamente se hastió de ellos sintiéndolos patéticos. Al parecer, estaba destinado a ser un agrio ser insoportable.
El espíritu revoltoso del joven y sus actos antisociales en la ciudad corrieron como aguas en un torrente violento y en poco tiempo se volvió un personaje odiado en su ciudad. Esto poco le importó a Milo pues el sentimiento era recíproco.
Un día, después de beberse una botella de gin y contemplar el techo por horas, se puso de pie y tomó su guitarra y unas pocas cosas para no volver más allí. Ya con guitarra en la espalda, se despidió únicamente de los seres con quien tenía más empatía: Los lobos. No hubo despedida para sus familiares ni para sus amigos. De este modo Milo se marchó de Tromsø sin un destino más que donde el viento guiase sus pasos.
El haraposo y pordiosero noruego viajó por distintas ciudades de Noruega y los países aledaños a este. Su cabellera rubia iba creciendo larga y brillante, sus atuendos no hablaban muy bien de él y su personalidad se consolidó como un signo constante de indescripción. Era pobre, sus bolsillos casi no conocían lo que eran las monedas, por eso cantaba en las calles por un poco de dinero para comer nada más pues nada le costaba dormir en la intemperie de los callejones. Las peleas clandestinas se le dieron bien desde siempre por lo que se convirtió en su otro sustento económico. Era un hábil luchador, resistente y competitivo que siempre buscó una sola cosa; ganar y humillar al rival. Pero aun así su lado mediocre salía a flote cuando peleaba por nada más que una botella de alcohol en vez de aspirar a una tajada considerable de dinero.
En un extraño anochecer, Milo se encontraba tocando su guitarra en tierras extranjeras susurrando algunas ideas que se le ocurrían para una composición propia cuando un rugido en su estómago le recordó las horas que llevaba sin comer. Se puse de pie y embarcó sus pasos hacia un alberge que antes divisó en el camino. Idiotamente le puso contento ver que muy poca gente estaba en su interior, unos cuantos niños, un par de mujeres, tres tipos y los encargados. Mejor, pues odiaba las masas sociales. Tomó asiento en una arruinada mesa de madera cuando un tipo a su lado refunfuñaba por su presencia.
Le sirvieron una aguachenta sopa de gallina que de gallina no tenía gusto alguno pero Milo no tuvo quejas pues comía porquerías peores. Uno de los encargados cerró la puerta para que el frío de afuera no entrara en el interior del alberge pero antes entró un extraño sujeto que dejo a más de alguno con un brillo de suspicacia en los ojos. El misterioso tipo pareció deslizarse dentro del lugar como si no hiciera movimientos y más bien levitara, su comportamiento era perturbante para los presentes que dejaron sus cucharas descansar dentro del plato de sopa. Milo, en tanto, siguió con la mirada clavada en el plato que le sirvieron.
De la nada el sujeto agarró del cuello al encargado que le seguía y le reclamaba que ya no había alimento para nadie más. Él lo levantó impidiendo que sus pies tocasen el suelo y anunció que aún había mucho alimento en ese lugar. En un abrir y cerrar de ojos enterró unos filosos dientes en el cuello del encargado arrancándole la carne y atragantándose grotescamente con la sangre de la víctima. Un griterío se escuchó retumbar en el interior, la gente intentó escapar pero la puerta estaba estancada.
Resultó ser un vampiro, o eso era lo que una mujer gritaba mientras abrazaba frenéticamente a su hija en un intento por protegerla. Milo fue el único que permaneció en su puesto sin inmutarse. Ante todo por ignorancia pues no creía en vampiros, más le parecía un esquizofrénico que se escapó de un sanatorio mental. El vampiro fijó sus ojos en el extranjero ya que era el único que no se arrinconó en la puerta de salida. Llegó hasta él y cuál fue su desagrado al no causarle temor alguno. Esto provocó rabia en la criatura sobrenatural y en un acto de enojo le dio un manotazo al plato de sopa lanzándolo lejos. El rubio se quedó con la cuchara en la mano y la mirada perdida en donde alguna vez estuvo el plato de sopa, escuchaba al iracundo vampiro insultarlo a su lado y amenazarlo con matarlo pero lo único que le importó en ese momento era la basura que ahora estaba derramada en el suelo. Cansado de tanto parloteo y vanidades de parte de ése lunático, Milo se puso de pie rápidamente y en un ágil le dio un puñetazo en el rostro mandándolo a caer de espalda. El vampiro volvió a atacarle y el noruego con un movimiento alcanzó su guitarra, dio un giro rápido y le dio un golpe con la guitarra a la cabeza del odioso ser estrellándosela contra la mesa.
Frunció el entrecejo al ver su querido instrumento manchado en sangre. Notó que la cara quedó destrozada debajo de la guitarra. Los demás presentes, aún con miedo, miraban expectante preguntándole si había matado al vampiro. Supuso que sí, un golpe así le rompía el cráneo a cualquiera. Una escoria menos, era mejor largarse antes de que llegara la policía. Pero al darle la espalda para irse a la salida escuchó detrás de si como unas gotas chocaban contra el piso… Demasiado gruesas para ser restos de sopa. Se giró nuevamente y vio al sujeto de pie, con sangre emanándole de la cabeza pero esta volvió a estar intacta sin herida alguna.
Ése se río como un demente del noruego insensato y avanzó de modo sobrehumano hacia él con las claras intenciones de acabarlo de una vez.
En ese momento los cristales de la ventana estallaron en un ruido calador para el tímpano. Un hombre entró de un salto por allí desde afuera. De una patada tumbó al vampiro quien cambió de objetivo por el recién llegado.
Una lucha épica de habilidades y cualidades se destacó ante los ojos de los presentes. Golpes, destrozos e incertidumbre invadieron la sala hasta que el nuevo en escena clavó lo que parecía ser una estaca en medio del pecho del desquiciado. Ese fue su fin.

Aquel era un hombre mayor que él pero no necesariamente viejo, tal estaba en su primera treintena. Soberbio y frío a su modo, se limpió de su traje la sangre que aquella alimaña hozó a ensuciarle. Era un cazador.
Tal vez por curiosidad fue que Milo dirigió sus pasos detrás de aquel cazador cuando salió del albergue dando una patada a la puerta principal. Primero para preguntarle que rayos era esa cosa que acababa de matar, después por curiosidad hacia su persona. Fue un camino largo en donde el sujeto no le habló, si lo hacía era con palabras toscas que expresaban su desagrado por su presencia.
Después de cabrearlo, el cazador se dignó a responderle de malos modos su intriga. “¿Qué quieres, pedazo de mierda? ¿Te enamoraste de mi o qué? ¿O es que acaso me admiras tanto que quieres ser algo semejante a mí para dejar de ser la lacra de mierda que eres?” le preguntó el hombre. Milo torció el labio ante la idea de ser parte de algo que requiriera responsabilidad. “No” respondió con honestidad y abandonó al cazador en la oscuridad del callejón dejándolo con un gusto amargo.
Al día siguiente el músico se situó en el mismo lugar que el día anterior para tocar algunas canciones. Estaba con la mente centrada en sus letras cuando alguien le pateó con brusquedad la bota. El noruego alzó la vista y recordó a aquel tipo, era el cazador de la noche anterior. Desde ese momento el cazador lo obligó a seguir sus pasos. ¿Por qué? Ninguno de los dos puede dar una respuesta. Tal vez el cazador lo tomó como experimento personal ante el aburrimiento de sus días.
¿Qué motivos tuvo aquel cazador? Milo se lo sigue explicando pues jamás le pareció el tipo de personas que gustasen de la compañía de otro. Lo cierto es que ahora, además de ser un músico errático de los caminos y peleador callejero, su presa cambió de lobos y osos a criaturas que alguna vez fueron humanos. Vampiros, hombres lobos, cambiaformas, se convirtieron en parte de su menú principal.

Si bien tanto aquel hombre cazador como él siguen haciendo trabajos esporádicos juntos, cada quien vive su vida y son pocas veces las que se ven. En parte porque Milo trata de evitarlo porque odia su obsesiva responsabilidad y él trata de evitar a Milo por lo holgazán y caso perdido que es considerándolo más bien un dolor de cabeza. Es difícil llamarle maestro a alguien que trata con la punta del pie, por otro lado sería un atentado a sus propios ideales ver a alguien como su maestro… Si ese cazador se atribuyó ese trabajo allá él. Pero de vez en cuando se ven. En el fondo tiene bastante cosas en común con él, a su pesar.