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Recuerdos y vivencias de una muerta de hambre. 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Mayo 03, 2014 2:25 pm







Life is to Suffer



A
somé la cabeza por la ventana del caserón justo antes de que la dueña regresara junto con la criada que debía llevarme hasta la que sería mi habitación. Aún no sé cómo narices Aima me convenció de buscar trabajo en un sitio como aquel. Si incluso aquellas horrorosas cortinas verdes estaban más cuidadas que yo misma. Tras unas preguntas tan tontas como las que me había hecho, la dueña había decidido que era apta para el puesto de sirvienta que había vacante. ¿Acaso pensaba que podía diseccionar mi personalidad preguntándome si alguna vez había trabajado en una casa, o si era capaz de mantener la calma bajo presión? ¿Había alguien tan imbécil para mentir en cosas tan básicas como esa? Por lo menos pagaban bien. O al menos, lo suficientemente bien para poder mantenernos a mi y a Aima sin la necesidad de tener que ir por las calles mendigando o robando.


Y
o, por mi parte, no es que sintiera que nuestra vida era desagradable, ni mucho menos, pero ella pensaba que me merecía algo mejor. ¿Es que acaso había algo mejor que la libertad que nos proporcionaba una vida al margen de las normas sociales? El simple hecho de pensar que tendría que seguir un protocolo absurdo para integrarme en el funcionamiento del servicio de aquella casa de nobles ya me provocaba náuseas. Si ya de por sí no estaba acostumbrada a seguir normas, ¿cómo demonios pretendían que actuase como una señorita si jamás se había considerado como tal? Y menos si además de tener que hacer el idiota comportándome como no era, tenía que servir a gente que no me interesaba lo más mínimo.


S
eguí a la empleada hasta el ala de la casa destinada al servicio y observé el minúsculo habitáculo compartido con otras tres sirvientas que sería mi habitación a partir de aquel entonces. Parecía mentira que en una casa con tantísimos metros cuadrados, tuviéramos que compartir habitación. Habían más de doscientos empleados contando solamente a los que vivían allí. Y la familia estaba compuesta por apenas diez miembros. ¿Es que tanto disfrutaban los nobles con recordar a los humildes que pertenecían a una clase social muy inferior a la propia? Aborrecía aquellas muestras de superioridad. Y lo peor era que, incluso cuando ellos perdieran todo su dinero, las tornas no cambiarían. En una sociedad como aquella, los nobles siempre eran mejores que los pobres, aunque ninguno de los dos tuvieran dinero. Y eso me parecía una terrible muestra de lo poco avanzados que estábamos, pese a lo que los dirigentes del estado quisieran hacernos creer.


P
ero lo que realmente me convenció de que no duraría mucho tras aquellas cuatro paredes fue ver el uniforme que me obligaban a ponerme. A diferencia del destinado a los hombres, el de las mujeres era poco más que un trozo de tela con un delantal blanco pegado por delante. Y supongo que mi "instructora" notó en mi expresión que no estaba de acuerdo con aquello, porque me sonrió con cierta lástima y me tendió unas gruesas medias de color negro que al menos disimularían mi cuerpo ante las miradas indiscretas. Patético. Casi prefería morir de hambre por las calles o pasar el resto de mis días robando a gente como aquella. Yo no estaba hecha para servir. Nunca lo he estado. Aún así, juro por Dios que lo intenté. Me puse el uniforme y cumplí con todas las órdenes que me mandaron durante los dos meses posteriores a mi entrada en aquel lugar.


Y
he de decir que al principio no me parecía tan malo. Los miembros más jóvenes de la familia parecían ajenos a todo lo que ser noble significaba. Y eso me agradaba. Llegué a convertirme en una buena amiga para la más pequeña de las niñas, de apenas cinco años. Pero todo cambió drásticamente cuando el dueño del palacete regresó de su viaje de negocios. Desde el primer momento supe que no era un hombre del que pudiera fiarme. Y cuando una noche entró en la habitación buscando la compañía forzada de una de nosotras, me di cuenta de cuánta razón tenía. La pobre chica acabó destrozada. Era una mala bestia. Y hubiera hecho lo mismo conmigo de no ser porque me defendí. Le golpeé con un candelabro y salí corriendo de aquella casa para no volver jamás. Regresé a mi vida de siempre, que pese a ser una vida complicada, no era tan mala como vivir fingiendo que era algo que nunca quise ser. Aima no lo vio así, ya que estuvo enfadada conmigo durante más de una semana. Pero sé que en el fondo estaba orgullosa de que, pese a las necesidades, nunca me rebajara. Lo que ella no sabía es que aquella fortaleza que me caracterizaba la aprendí de ella. Y fue una excelente maestra.


| París | 15 Febrero 1792 |


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Última edición por Irathi Heaven el Dom Jun 01, 2014 3:04 am, editado 3 veces
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Mensaje por Irathi Heaven Dom Jun 01, 2014 3:00 am







Pain



R
ecorrí el cementerio de arriba abajo unas tres veces, antes de decidirme a hablar con el párroco, a fin de preguntarle a qué lugar habían movido la tumba de su "abuela". No me gustaba hablar con los sacerdotes. Hacía mucho que había perdido la fe, ¿cómo ponerme de nuevo en la piel de alguien cuya vida se dedicaba enteramente a la devoción del creador? Mi "abuela" -como siempre la llamaba-, siempre me había dicho que la fe es una herramienta muy fuerte para aquellos que han perdido el rumbo. Y yo nunca la creí. Muchas de las personas que confiaban ciegamente en Dios, nunca se habían salido del camino tanto como yo lo había hecho. Y sin embargo, jamás sentí la necesidad de confiar mi seguridad en él. Me parecía estúpido, absurdo. Era como pretender que el humo se tornase hielo por arte de magia. No era posible. Y aún así, los creyentes eran sumamente crédulos. ¿Alguna vez habían visto al creador? ¿Acaso habían logrado ascender tanto para llegar a conocerlo? Obviamente, no.


E
l hombre me observó tras los gruesos cristales de unas gafas bastante antiguas. Él representaba todo aquello en lo que había dejado de creer hacía mucho, todo aquello que consideraba fuera de lugar en aquel mundo moderno. Y aún así, traté de mostrarme sin prejuicios: después de todo, en aquel momento, necesitaba su ayuda. Como sospechaba, el hombrecillo decidió acompañarme todo el trayecto hasta la tumba de mi "abuela". Reconocí en el tono de su voz que se trataba de un hombre afable, acostumbrado a tratar con la gente. Aunque su discurso era precisamente el mismo con el que temí llegar a encontrarme. Me habló de Dios, y de la necesidad de confiar en su palabra para no perder el Norte en nuestras vidas. Yo me limité a asentir, mostrando abiertamente la indiferencia que me producían aquellas palabras.


H
asta que estuvimos frente a la tumba. En ese preciso momento, el sacerdote se quedó callado, contemplando la soledad en mi mirada. Quiero creer que se dio cuenta del dolor que me producía estar allí delante más por su empatía característica, que porque yo demostrara estar demasiado dolida para decir nada. No me gusta mostrar mis sentimientos. No me gusta lucir débil. Y en mi mundo, demostrar cómo te sientes significa precisamente eso. Dejé las flores frente a la tumba y le di las gracias por la ayuda. Él me dijo que Dios siempre nos acompaña, aunque hayamos dejado de creer en él. Y por primera vez en todos aquellos minutos, le miré a los ojos y le dije lo que supuse que él ya sabía que iba a decir. Le dije que yo no podía creer en un ser bondadoso, que pese a predicar la bondad, destruye todo lo bueno que hay en el mundo. Él se limitó a sonreírme, y a negar con la cabeza. Y sus palabras se quedarían clavadas en mi memoria durante mucho, mucho tiempo.


"D
ios nunca destruye nada sin crear otra cosa para compensarlo."


| París | 20 Mayo 1798 |


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Última edición por Irathi Heaven el Sáb Nov 22, 2014 11:39 am, editado 1 vez
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Mensaje por Irathi Heaven Vie Sep 12, 2014 1:13 am







Memories



¿C
uánto tiempo ha pasado ya? ¿Un mes? ¿Dos meses? ¿Medio año? Y aún no he sido capaz de arreglar esa maldita gotera del techo. Cada mañana me recuerdo a mi misma que debería hacerlo, que la humedad que entra por esos agujeros -de casi el tamaño de piedras ya- no nos hace bien ni a Roland ni a mi. Que sólo atrae mosquitos y ratas y más suciedad y moho... Pero ahí siguen. Supongo que la costumbre me puede más que la necesidad de sobrevivir. Y esta maldita casa me trae tantos recuerdos que no me atrevo a cambiar nada de sitio, ni siquiera las goteras, por miedo de perder los recuerdos de esa persona que tanto me dio, y a la que tan poco devolví. Supongo que pretendo hacerme creer que dejándolo estar contribuyo a mantenerla viva en mi memoria. Y quizá parezca una chorrada, pero a veces aún la siento aquí, conmigo. cuando soy capaz de aguantar las lágrimas y dormir en su cama. La mayoría de las veces prefiero el suelo. Quién sabe, tal vez las chorradas religiosas no son tan chorradas y su espíritu aparece un día y quiere ocupar de nuevo su lecho. Desde luego, en días como hoy, lo agradecería.



L
levo dos semanas sin comer nada sólido, y más de un mes sin probar un bocado que no esté en mal estado. Aún no sé cómo narices consigo pasar todos los inviernos sin enfermarme. Supongo que en mi niñez cumplí la cuota de enfermedades. Hoy es 20 de noviembre, hace frío y ninguna de las mantas ajadas que tengo está seca todavía. Los cartones me mantienen seca, pero no me dan el calor que necesito. No tengo ni idea de cuánto pesaré en estos momentos, pero cada día noto más huesos que ni siquiera sabía que existían. Es bastante lamentable, la verdad... Roland, sin embargo, está más gordo. La hambruna le pudo y decidió cazar ratones igual que los gatos. Muy inteligente por su parte. Pero yo... ¿qué? ¿Qué puedo hacer yo? ¿Acabaré comiendo ratas también?


"E
l frío te persigue, te arrastra, te atrapa. No puedes escapar de un invierno que nace desde dentro."


| París | 20 Noviembre 1798 |


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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Nov 22, 2014 2:34 pm







A little pain



E
sa noche comprendí que cuando las cosas tienden a ir mal, no hay manera humana de hacer que vayan mejor. Finalmente, tras muchos días de hambre y penurias, conseguí colarme en una casa. Era grande, lujosa, y estaba repleta de objetos valiosos. Cualquiera que me conozca sabe perfectamente que solamente robo por necesidad, y siempre a personas que tienen tanto dinero que no echarían de menos una pequeña parte. Me desplacé en la penumbra, con mucho cuidado de no hacer ninguna clase de ruido. Aunque la casa tenía aspecto de estar completamente vacía, tenía tantas habitaciones que no podía estar segura. Busqué la cocina, deseando reunirme por fin con ese festín del que ya me había hecho ilusiones. La fortuna, siempre esquiva con los de mi clase, hizo que en lugar de girar el pomo y abrir la puerta de la cocina, abriera la del sótano. Un repulsivo olor a descomposición me hizo tambalearme. Asomé la cabeza hacia la escalera que había en el interior, conteniendo la respiración... Y ojalá no lo hubiese hecho. Una niña, escuálida y con aspecto cadavérico sollozaba, mirando en mi dirección. Parecía demasiado cansada para decir nada, así que bajé.



M
e arrepentí al instante, por supuesto. A su lado, un hombre yacía bocabajo, rodeado de un charco de sangre. El olor procedía de él. Debía llevar muerto por lo menos tres o cuatro días, dado el avanzado estado de descomposición en que se encontraba. Me acerqué a la chica intentando mirar lo menos posible hacia el cadáver. Nunca me han gustado. No por miedo, sino por impresión. ¿Qué hacía una niña tan joven allí tirada? ¿Y ese hombre, cómo había muerto? La muchacha alzó las manos dándome la respuesta. Sus pequeñas y delgadas manos sostenían con fuerza un par de tijeras cubiertas de sangre seca. Estaba encadenada a una columna. Me agaché junto a ella y le puse una mano en el hombro para intentar tranquilizarla. Noté su nerviosismo, pero no reaccionó. Sólo me miró, clavando aquellos grandes y brillantes orbes azul celeste directamente en mis ojos. Y pude comprender su dolor. Dada la situación, estaba claro que hubiera pasado lo que hubiese pasado, había sido en defensa propia. Pero eso resultaba evidente para mi. Digamos que los muertos de hambre nos entendemos los unos a los otros, por vivir inmersos en la desgracia.

- Tranquila, no voy a hacerte daño. ¿Él te encerró aquí? ¿Por qué? -Dije despacio, intentando remarcar cada sílaba. Ella asintió, respondiendo a la primera pregunta, y luego se echó a llorar sin más, encogiéndose de hombros. Ni siquiera sabía por qué. A veces, los ricos hacían esas cosas. Aprovecharse de los más desgraciados por el simple hecho de sentirse superiores. Rebusqué en los bolsillos del muerto las llaves de los candados, y luego la ayudé a incorporarse. El hambre había pasado a un segundo plano por aquel entonces. Ahora la prioridad era salir de allí.


Y
entonces, lo oí. El ruido de la puerta principal al abrirse y cerrarse, y las voces de dos niños y una mujer hablando en voz alta. Los pasos se acercaban al sótano, y pronto les oí preguntar por el padre. La joven volvió a echarse a llorar, y fue entonces cuando reparé en su uniforme. Trabajaba para ellos.

- Oye, oye, escúchame. No llores más. Tenemos que hacer algo, de acuerdo. Tienes que esconderte. Sí, tienes que hacerlo. En algún armario, donde sea. Porque ella te conoce y si te ve aquí pensará que has sido tú. No le importará negar que haya sido en defensa propia. Vamos. Escóndete. Yo trataré de salir por atrás y luego volveré a por ti, te lo prometo. - Ella obedeció, pero a mi no me dio tiempo a escapar. La policía no tardó mucho en invadir la casa. Pasé las siguientes dos semanas en el calabozo. No tenían pruebas contra mi, y aunque era evidente que yo no había sido, nuevamente mi clase social me condenó a cumplir una sentencia por algo que no había cometido.


M
e liberaron poco después, y lo primero que hice fue volver a aquella mansión a comprobar si la joven había conseguido escapar. Lo que vi, nuevamente, me dejó horrorizada. El cadáver de la niña yacía encadenado a la misma columna de la que yo la había liberado. Había muerto. Esperándome.


"H
ay cosas que es difícil superar, y mucho más complicado de olvidar."


| París | 2 Junio 1798 |


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Mensaje por Irathi Heaven Mar Sep 08, 2015 2:18 am







Die, Bitch



E
l primer pensamiento que me viene a la mente cuando pienso en la zorra a la que debía llamar jefa en el que sería mi último trabajo -antes de convertirme en una ladrona travestista-, es el de que trabajar para ella fue la peor experiencia de mi vida. Me dedicaba, básicamente, a limpiar las mesas y el resto de basura que la gente dejaba tirada en un bar de mala muerte de los suburbios parisinos. Su expresión favorita era la de, "cállate, muerta de hambre". Y mi réplica silenciosa a aquella falta siempre fue, "maldita puta". Bueno, silenciosa hasta que el día de mi renuncia se lo escupí a la cara, junto con una auténtica verborrea de insultos dirigidos a todos los miembros de su familia.



S
in embargo, y aunque ha quedado patente que razones para odiarla no me faltaban, lo que realmente fue la gota que colmó el vaso fue la forma que tuvo de tratar al que era el menor de sus hijos. Yo había conocido al niño cuando entró a las cocinas, que yo estaba limpiando con una mezcla de rabia y dedicación, y trató de robar un pedazo de pan. Al principio me planteé decir lo sucedido a mi "jefa", pero siempre me he sentido muy cercana a las clases más desfavorecidas, así que en lugar de eso, le preparé un bocadillo. Entonces ella entró. Después de abofetearle y acusarle de glotón, lo mandó a casa, donde, y cito textualmente, "le daría la mayor de las palizas que hubiera imaginado". Decir que me quedé flipando es poco. Resultaba que el niño era adoptado. Nunca lo quiso. Se lo había quedado porque era hijo de su fallecida hermana, y aceptándolo se le permitía administrar su herencia.



M
e fui de allí esa misma noche, no sin antes avisar a las autoridades de forma anónima de las terribles condiciones en las que se encontraba el niño. Poco después supe que a ella le habían quitado el local, y que el niño había ido a parar con su padre. La última vez que lo vi pesaba casi diez kilos más, y estaba repartiendo comida a los niños del orfanato.



"E
l karma, a veces, sí que recompensa a los justos y perjudica a los culpables."


| París | 6 Octubre 1799 |


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Mensaje por Irathi Heaven Lun Nov 27, 2017 3:35 pm







Lust



N
o sé si las mentiras tienen o no las patas cortas, pero lo que sí tengo claro es que mantener una fachada inexpresiva durante mucho tiempo no es precisamente lo mío. Es irónico, lo sé, teniendo en cuenta que me dedico a fingir ser quien no soy para sobrevivir -robando, sí, pero por una buena causa-, muchos dirían que debo ser una fantástica mentirosa. No es que estén equivocados, lo admito, se me da bien ganarme la confianza de otros, cuando éstos miran más allá de la apariencia física y se fijan en mis ojos. Pero las puñaladas traperas no son lo mío. Yo miento de frente, con el único motivo oculto de desplumarles, pero mis intenciones nunca han sido destruir a nadie con mis mentiras. Odio a la gente que hace eso, son el cáncer más ingente en esta sociedad decadente. A mi me pueden culpar de ser una pilla que se dedica a estafar, pero nadie nunca podrá decir que mis intenciones ocultas son malas. Porque no es cierto. ¿Es eso a lo que llaman tener "buen fondo"?


M
uchas veces me he preguntado si lo que pasó en aquel fatídico jueves, ocho de diciembre, fue a causa de mi moralidad, o de mi simple estupidez. No todo el mundo acepta las medias tintas: si mientes es porque eres malo, porque los buenos no mienten. Yo no lo veo así. A pesar de mis mentiras, de a lo que me dedico, yo sé que en mi corazón hay bondad. Quizá por eso me cuesta tanto reconocer cuando otros mentirosos no tienen tan buenas intenciones ocultas. Hay gente que, como yo, miente por necesidad y para sobrevivir. Y otros que llevan la mentira como lema. Y son éstos con los que debo tener más cuidado porque me meten en problemas que de otro modo jamás hubiera tenido.


S
us ojos eran verdes, y su piel, tan pálida como la luz de la luna. La mirase por donde la mirase todo era perfección, sensualidad, belleza. Debí haberme imaginado que semejante maravilla vendría con más de una traba. Pero ni lo pensé. Dejé que su fuego nos consumiera a ambas. Probé sus labios, el tesoro que estaba oculto entre sus piernas, sin darle importancia a nada más, sin pensar en ninguna otra cosa. Y así se me pasaron las horas, los días, las semanas, y todo cuanto ocupaba mi mente era encontrar el siguiente minuto para poder verla y volver a dejarme llevar por sus violentos deseos. Ni que decir queda que cuando la vi apuñalar a aquel joven la ilusión se resquebrajó en mil pedazos en menos de un segundo. Yo lo conocía. Era uno de los ladronzuelos con los que pasaba mi tiempo. Aquel con el que había dado mi último golpe. Y ella me había utilizado por órdenes de su amo para obtener venganza.


A
pesar de que esperé que el cuchillo me atravesara a mi también, éste nunca lo hizo. Ella ni siquiera se inmutó. Siguió con sus mentiras, con su manipulación, ajena a que yo sabía la verdad. Hubiera seguido mintiéndome a la cara durante mucho más tiempo, si no fuera porque la enfrenté y le dije lo que había visto. Lo que antes era una sonrisa dulce se convirtió en una mueca altiva y cruel. Dijo que no me mataría porque ya había recibido mi castigo: perder a un camarada por confiar en una arpía de ojos del color de las esmeraldas. Y por más que quise, no pude quitarle la razón. La lujuria me cegó y me impidió identificar a una mentirosa. ¿O quizá fue esa confianza en mi misma y en la bondad de fondo ajena lo que me ocultó lo evidente? Sólo sé que en ningún otro momento de mi vida me sentí tan estúpida. Sé cómo funciona el mundo. Sé que está lleno de crueldades. Y por pensar que todos los perros callejeros, como yo, sólo hacen lo que pueden para sobrevivir, se me olvidó lo más lógico: que hay gente a la que le gusta dañar a otros sin ningún motivo aparente.


E
lla era una de esos.


| París | 6 Octubre 1799 |


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Mensaje por Irathi Heaven Vie Mayo 04, 2018 4:21 pm







Winter



C
on el frío no solamente era la nieve la que llegaba a la ciudad, sino también los recuerdos. Memorias de un pasado no tan lejano, pero que estaba espiritualmente más alejado de lo que pensaba. Siempre que pensaba en mi país natal me embargaba una molesta sensación de nostalgia. No era exactamente lo mismo que "echar de menos", pero en cierto modo, se parecía. No es que la vida hubiera sido más fácil para mi allí, pero sin duda mis días habían sido mucho menos complicados. A pesar de que el frío era tal que podías morir congelado a cada momento, el corazón de las personas no era tan duro como en París. Había lugares a los que la gente sin recursos podía acudir, e incluso si te encontraban robando la pena no era tanta como aquí. Además de eso, no tenía que sufrir el trato diferencial por ser extranjera. Que bueno, comparado con el hambre y la necesidad tampoco era para tanto, pero seguía siendo molesto.



M
i primer recuerdo se remonta a cuando tenía la edad de cuatro años, cuando Artemisa me encontró, tirada en la calle como si fuera un perro. Nunca he sabido de dónde procedía, que había sido de mi vida antes de ese momento, pero tampoco le he dado demasiada importancia. Si me escapé de casa o me tiraron a la calle por ser capaces de mantenerme, es algo que jamás sabré, y que probablemente tampoco importe. ¿Qué habrá sido de mis padres? ¿Seguiría teniendo alguna clase de familia en algún lugar del mundo? Lo único que había llegado a considerar como familia era a aquella anciana, y después de haberla perdido, el vacío fue lo que me llevó a pensar en cosas tan deprimentes. A pesar de que mi mentalidad siempre ha sido bastante más positiva que la mayoría, es difícil enfrentarse a un mundo en el que todo está en tu contra cuando estás completamente sola.



E
l segundo evento más importante de mi vida fue probablemente cuando nos trasladamos de nuestra Suecia natal a Francia, buscando encontrar una mejor calidad de vida que finalmente jamás llegó. Artemisa siguió trabajando hasta estar exhausta, y por tanto su salud comenzó a declinar a un ritmo alarmante. En mi mentalidad infantil e inocente, creía que el empeoramiento de su estado físico era debido simplemente a un exceso de trabajo, así que la ayudaba en lo que podía, pero no tardé mucho en darme cuenta que también había sido su condición de extranjera, y de pobre, lo que la llevaba a no ser capaz de conseguir empleos más adecuados dada su preparación, y también su edad. A los más desdichados únicamente se les deja las sobras, los empleos más duros, peor pagados, y más peligrosos. Por desgracia, no me di cuenta de la realidad hasta entrar la adolescencia, cuando yo misma me vi en la necesidad de comenzar a cometer actor delictivos a fin de sobrevivir. Ella nunca vio tales acciones con buenos ojos, pero mi temor a perderla era mayor que mi culpabilidad.



N
o sirvió de mucho, sin embargo, quizá para extender su vida a lo sumo unos pocos años más. Entonces me volví a encontrar sola, en un mundo que no está hecho para los débiles. Eso me ha endurecido indudablemente, pero por mucho que me esfuerce, las cosas no simplemente se solucionan con fuerza de voluntad.



P
or eso me pienso cambiar el rumbo de las cosas. La pregunta es cómo.


| París | 12 Diciembre 1799 |


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