AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Porque ningún imperio se construye de la noche a la mañana - Natasha.
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Porque ningún imperio se construye de la noche a la mañana - Natasha.
—Natasha… — su pequeña ya debía dejar de ser Nastya por mucho que a él aún le gustara llamarla de esa forma a veces. Lleva poco más de un año en Rusia viviendo en la que era la mansión de sus padres con la muchacha y durante todo ese tiempo la mayor y más difícil tarea que llevó a cabo fue la de comenzar a convertirla en una mujer integral. O al menos lo que él consideraba como tal. Fyodor no esperaba que ella se mantuviera en casa, buscara un esposo y luego criara hijos como único fin de su vida. Contrató una institutriz, se encargó personalmente de enseñarle esgrima y algunas técnicas de combate y también de que estuviera a sus manos cualquier objeto o profesional que pudiera saciar la curiosidad que demostrara la jovencita. Pero, cada vez que ella volvía con el tema sobre su colgante o la historia detrás de éste, el cazador evitaba referirse a ello y muchas veces terminaba con un mal humor tal que todo lo que hacía era encerrarse en su estudio aquellas noches en que no podía ir en busca de alguna pelea, lo que era prácticamente nunca considerando que siempre hay algún idiota suelto haciendo alguna estupidez.
Fyodor volvió a mirarla, se acercó a ella y sonrió al ver que restos de polvo descansaban sobre su nariz y que su cabello no estaba tan prolijo como la francesa esa que hacía las veces de educadora le había enseñado a llevarlo. Después de todo, una de las cosas que más le encantaban de Nastya era que aprendiera rápido pero al mismo tiempo no perdiera ni un ápice de su personalidad. Le gustaba que fuera una chiquilla chispeante y contestadora, dispuesta a desafiarlo si no estaba de acuerdo con algo y por sobre todo, despierta y curiosa cuando se trataba de algo desconocido. La pequeña rusa se ha convertido con el paso de los meses en casi una hermana menor para él, podría ser su hija pero la diferencia de edad no es la suficiente y prefiere muchas veces poder también malcriarla y no sólo darle ordenes o sufrir cuando decide salir de casa sin avisar para molestarlo, tal como piensa él. — Natasha, levanta la barbilla o perderás visión de lo que estás haciendo.— no quiere que suene como un regaño aunque sale de ese modo, llevan casi una hora practicando pero ninguno de los dos luce cansado.
Acostumbrado a entrenar con aquellos que finalmente irán a la batalla, se le hace complicado no prepararla del mismo modo. Quiere que pueda defenderse, eso está claro, pero no quiere incentivar en ella el deseo de sangre que puede ver en otros e incluso otras, como en esa mujercita molesta que le ronda la cabeza y también la casa. —Si quieres que nos detengamos sólo tienes que pedirlo, puedo comprender que seas una niña débil… — en aquellas dos últimas palabras su voz se transforma por la sonrisa que cruza su rostro, la idea es molestarla y que salga la chiquilla que conoció en el callejón de Paris y que le pidió entrar a un restaurante acompañada de un perro pulgoso que ahora duerme junto a la chimenea cercana. Su ánimo es ligero, se siente a gusto en esa labor de profesor que no suele representar, como líder de la Hermandad de la Espada su tarea se ha convertido en algo cada vez más estratégico y diplomático, resabios de su tiempo en la nobleza que prefiere no recordar en lo más mínimo. —¿Sabes a quien te pareces así? Te pareces a esa muchachita que quería tomar el té en casa la otra vez, la de la piel blancucha y los brazos flacos… creo que mejor deberías ir a bordar un ajuar de novia o algo así. —
Fyodor volvió a mirarla, se acercó a ella y sonrió al ver que restos de polvo descansaban sobre su nariz y que su cabello no estaba tan prolijo como la francesa esa que hacía las veces de educadora le había enseñado a llevarlo. Después de todo, una de las cosas que más le encantaban de Nastya era que aprendiera rápido pero al mismo tiempo no perdiera ni un ápice de su personalidad. Le gustaba que fuera una chiquilla chispeante y contestadora, dispuesta a desafiarlo si no estaba de acuerdo con algo y por sobre todo, despierta y curiosa cuando se trataba de algo desconocido. La pequeña rusa se ha convertido con el paso de los meses en casi una hermana menor para él, podría ser su hija pero la diferencia de edad no es la suficiente y prefiere muchas veces poder también malcriarla y no sólo darle ordenes o sufrir cuando decide salir de casa sin avisar para molestarlo, tal como piensa él. — Natasha, levanta la barbilla o perderás visión de lo que estás haciendo.— no quiere que suene como un regaño aunque sale de ese modo, llevan casi una hora practicando pero ninguno de los dos luce cansado.
Acostumbrado a entrenar con aquellos que finalmente irán a la batalla, se le hace complicado no prepararla del mismo modo. Quiere que pueda defenderse, eso está claro, pero no quiere incentivar en ella el deseo de sangre que puede ver en otros e incluso otras, como en esa mujercita molesta que le ronda la cabeza y también la casa. —Si quieres que nos detengamos sólo tienes que pedirlo, puedo comprender que seas una niña débil… — en aquellas dos últimas palabras su voz se transforma por la sonrisa que cruza su rostro, la idea es molestarla y que salga la chiquilla que conoció en el callejón de Paris y que le pidió entrar a un restaurante acompañada de un perro pulgoso que ahora duerme junto a la chimenea cercana. Su ánimo es ligero, se siente a gusto en esa labor de profesor que no suele representar, como líder de la Hermandad de la Espada su tarea se ha convertido en algo cada vez más estratégico y diplomático, resabios de su tiempo en la nobleza que prefiere no recordar en lo más mínimo. —¿Sabes a quien te pareces así? Te pareces a esa muchachita que quería tomar el té en casa la otra vez, la de la piel blancucha y los brazos flacos… creo que mejor deberías ir a bordar un ajuar de novia o algo así. —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Porque ningún imperio se construye de la noche a la mañana - Natasha.
Casi se podía decir que San Petersburgo no había cambiado nada desde que la rusilla pilluela escapase del orfanato hacía ya la friolera de cuatro años. ¡Cómo pasa el tiempo!, diréis. Y la verdad es que para los viejos y campesinos de Rusia el tiempo pasaba a paso de hormiga preñada, pero para Nastya… Para Nastya iban a ser los años más veloces y raudos de su vida.
¿Se sentía distinta ahora que había conseguido parte de su objetivo? ¿Más completa, quizá? Pues más le valía que así fuese después de todo el trabajo que dio. Digamos que la joven Nastya podía percibir algo del brillante futuro que la esperaba, pero a años luz estaba de adivinarlo todo. Volver a Rusia y hablar de nuevo su idioma natal (que mal rayo les partiese a los franchutes y sus impronunciables erres), volver a oler el Broshch (el de verdad y no la cosa esa que hacía doña Katya en el orfanato) y volver a pisar el frío aire invernal del gigante país había sido como una brisa de aire fresco para la ladronzuela (que ya no lo era tanto), pero hubiera sido una hipócrita si no reconociese que se le había partido el corazón cuando tuvo que dejar la casa de don Dennis, y a este detrás. El luxemburgués había sido para ella como un faro en medio de una tormenta de ideas y recuerdos desmemoriados, tal como la propia Natasha lo había sido para él. Pero, bah, dejémonos de moñerías y centrémonos en lo que ahora nos atañe.
El condenado don Fyodor se movía con la velocidad del rayo y la astucia de un zorro. ¡Pardiez! ¡Más hijo de una culebra parecía que un noble burgués! Dos veces la había desarmado ya, y la rusa estaba que trinaba como un colibrí enfurecido. Y por más, que el condenado no dejaba de pincharla con palabras que la hacía rabiar. ¡Niña débil, decía! ¿Por quién la había tomado? ¿Por una de esas inglesas blancas como sábanas que se rompían con sólo mirarlas? Venga, que había que demostrarle a ese señoritingo que por mucho pompón y por muchos lazos de raso que le obligasen a llevar, ella era más hija de las calles que de impolutos salones de baile.
Volvió a ejecutar el movimiento, tal como don Fyodor le había repetido mil y una vez que debía hacer, y, ¡por todos los dientes de oro del viejo Rénard -que sólo eran tres, a decir verdad- que lo había conseguido! Que los diablos se la llevasen en ese momento y que por siempre perdurase la mini victoria de aquella tarde en la mansión de Fyodor Ivashkov.
-¡Já, já! ¿Quién es un zoquete ahora? –amplió su sonrisa dejando ver sus dientes de ratoncillo. Hizo una reverencia burlona y descansó unos momentos, aunque en realidad no estaba fatigada.
Los cuadros austeros colgados en las paredes de la sala (solitaria de no ser por la alfombra persa que cubría el suelo y una mesita con ruedas para el refrigerio) fueron los únicos testigos del triunfo de la joven dama.
-Venga, otra y terminamos. ¿O estáis demasiado cansado, eh, vejestorio? –decía para picarle, sabiendo perfectamente que don Fyodor estaría más que dispuesto a la revancha.
¿Se sentía distinta ahora que había conseguido parte de su objetivo? ¿Más completa, quizá? Pues más le valía que así fuese después de todo el trabajo que dio. Digamos que la joven Nastya podía percibir algo del brillante futuro que la esperaba, pero a años luz estaba de adivinarlo todo. Volver a Rusia y hablar de nuevo su idioma natal (que mal rayo les partiese a los franchutes y sus impronunciables erres), volver a oler el Broshch (el de verdad y no la cosa esa que hacía doña Katya en el orfanato) y volver a pisar el frío aire invernal del gigante país había sido como una brisa de aire fresco para la ladronzuela (que ya no lo era tanto), pero hubiera sido una hipócrita si no reconociese que se le había partido el corazón cuando tuvo que dejar la casa de don Dennis, y a este detrás. El luxemburgués había sido para ella como un faro en medio de una tormenta de ideas y recuerdos desmemoriados, tal como la propia Natasha lo había sido para él. Pero, bah, dejémonos de moñerías y centrémonos en lo que ahora nos atañe.
El condenado don Fyodor se movía con la velocidad del rayo y la astucia de un zorro. ¡Pardiez! ¡Más hijo de una culebra parecía que un noble burgués! Dos veces la había desarmado ya, y la rusa estaba que trinaba como un colibrí enfurecido. Y por más, que el condenado no dejaba de pincharla con palabras que la hacía rabiar. ¡Niña débil, decía! ¿Por quién la había tomado? ¿Por una de esas inglesas blancas como sábanas que se rompían con sólo mirarlas? Venga, que había que demostrarle a ese señoritingo que por mucho pompón y por muchos lazos de raso que le obligasen a llevar, ella era más hija de las calles que de impolutos salones de baile.
Volvió a ejecutar el movimiento, tal como don Fyodor le había repetido mil y una vez que debía hacer, y, ¡por todos los dientes de oro del viejo Rénard -que sólo eran tres, a decir verdad- que lo había conseguido! Que los diablos se la llevasen en ese momento y que por siempre perdurase la mini victoria de aquella tarde en la mansión de Fyodor Ivashkov.
-¡Já, já! ¿Quién es un zoquete ahora? –amplió su sonrisa dejando ver sus dientes de ratoncillo. Hizo una reverencia burlona y descansó unos momentos, aunque en realidad no estaba fatigada.
Los cuadros austeros colgados en las paredes de la sala (solitaria de no ser por la alfombra persa que cubría el suelo y una mesita con ruedas para el refrigerio) fueron los únicos testigos del triunfo de la joven dama.
-Venga, otra y terminamos. ¿O estáis demasiado cansado, eh, vejestorio? –decía para picarle, sabiendo perfectamente que don Fyodor estaría más que dispuesto a la revancha.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Porque ningún imperio se construye de la noche a la mañana - Natasha.
Podría volver a retarla si así lo quisiera, insistir en el entrenamiento y continuar con esa lucha que ella acaba de ganar. Eso es lo que estaba dentro de sus anteriores planes hasta que las palabras de la muchachita le hicieron recordar lo que mantenía sus pensamientos algo dispersos desde hacía bastantes días. El ruso dejó el arma a un lado y se limpió las manos con el trozo de tela que alguien, no sabe quien, dispuso para ese propósito. No está cansado, al menos no físicamente, pero su semblante se ensombrece y con eso el color oscuro bajo sus ojos y las bolsas profundas como recordatorio de tantas noches sin dormir se hace más intenso, como si recientemente apareciera en vez de estar ahí desde hace ya algún tiempo. —Será mejor que nos detengamos ahora… al parecer sí soy un vejestorio… —intenta bromear del mismo modo en que ella lo ha hecho pero simplemente no le resulta, en cambio su voz parece quebrada, distinta, cargada de algo que no es común en él y que tampoco es fácil de reconocer. Es algo de miedo mezclado con aprehensión directa por la verdad que tarde o temprano tendrá que salir. Aunque ahora no es el momento.
—Toma algo mientras conversamos… —Fyodor le da la espalda y se acerca a la ventana, Rusia está igual que siempre pero él no es capaz de mirarla con los mismos ojos. Siente que ha crecido, que ahora es un adulto cargado con una mochila de responsabilidades que no quiere llevar, que debería estar viajando con la hermandad y no ahí, encerrado entre esas paredes que pueden estar llenas de lujos y comodidades pero no son precisamente lo que él desea. —Lo que quiero hablarte es sobre una mujer… —la última palabra sale como un susurro ahogado por una tos notoriamente falsa. Espera que ella no lo llene de preguntas pero es obvio que sí lo hará, de otro modo no sería Nastya. Eso es lo que necesita, que ella vuelva a ser la muchachita inquieta que conoció antes y deje de ser la jovencita que está moldeando, sólo por un momento. —Es una chica a la que he estado viendo desde hace un tiempo… como un par de años o algo así, ella es de la Hermandad —por muy peligroso que fuera, Natasha debe conocer la organización que él lidera y también lo que ello significa.
De este modo, si a él llegara a pasarle algo, ella ya tiene en sus manos toda la información disponible para no quedar sin amparo. Un fondo especial para su futuro, un plan de escape que incluye hogares seguros hasta que pueda volver a Paris, todo planeado para salvarla si así es requerido. —Ya sabes que tengo casi 30 años y mi madre, que descanse en paz, hubiese deseado que me asiente y comience una familia… pero ese nunca había sido mi deseo hasta ahora… —suelta un suspiro largo, como si liberara el aire retenido desde hace mucho. Cuando se gira se acerca a la chica y quiere mirarla a los ojos pero elige hacerlo a cualquier otro lugar de la cara por miedo a que se ría de él. —No le voy a pedir matrimonio, es probable que ella ni siquiera desee algo serio ya que en todo este tiempo nunca se ha referido al tema durante nuestros encuentros… — carraspea y se estira un poco, como acomodándose para hablar de aquello con quien ya no es la niña que conoció — pero me gustaría saber tu opinión al respecto, qué opinas sobre la posibilidad de que, bueno ya sabes, de que pueda hablarle a ella sobre todo esto. —
—Toma algo mientras conversamos… —Fyodor le da la espalda y se acerca a la ventana, Rusia está igual que siempre pero él no es capaz de mirarla con los mismos ojos. Siente que ha crecido, que ahora es un adulto cargado con una mochila de responsabilidades que no quiere llevar, que debería estar viajando con la hermandad y no ahí, encerrado entre esas paredes que pueden estar llenas de lujos y comodidades pero no son precisamente lo que él desea. —Lo que quiero hablarte es sobre una mujer… —la última palabra sale como un susurro ahogado por una tos notoriamente falsa. Espera que ella no lo llene de preguntas pero es obvio que sí lo hará, de otro modo no sería Nastya. Eso es lo que necesita, que ella vuelva a ser la muchachita inquieta que conoció antes y deje de ser la jovencita que está moldeando, sólo por un momento. —Es una chica a la que he estado viendo desde hace un tiempo… como un par de años o algo así, ella es de la Hermandad —por muy peligroso que fuera, Natasha debe conocer la organización que él lidera y también lo que ello significa.
De este modo, si a él llegara a pasarle algo, ella ya tiene en sus manos toda la información disponible para no quedar sin amparo. Un fondo especial para su futuro, un plan de escape que incluye hogares seguros hasta que pueda volver a Paris, todo planeado para salvarla si así es requerido. —Ya sabes que tengo casi 30 años y mi madre, que descanse en paz, hubiese deseado que me asiente y comience una familia… pero ese nunca había sido mi deseo hasta ahora… —suelta un suspiro largo, como si liberara el aire retenido desde hace mucho. Cuando se gira se acerca a la chica y quiere mirarla a los ojos pero elige hacerlo a cualquier otro lugar de la cara por miedo a que se ría de él. —No le voy a pedir matrimonio, es probable que ella ni siquiera desee algo serio ya que en todo este tiempo nunca se ha referido al tema durante nuestros encuentros… — carraspea y se estira un poco, como acomodándose para hablar de aquello con quien ya no es la niña que conoció — pero me gustaría saber tu opinión al respecto, qué opinas sobre la posibilidad de que, bueno ya sabes, de que pueda hablarle a ella sobre todo esto. —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Porque ningún imperio se construye de la noche a la mañana - Natasha.
Decirle a Nastya “toma algo mientras conversamos” era como invitar a gigante de quince kilos a un festival de comida. Y es que, la mozuela tragaba que daba gusto. Y muchos diréis, ¡pero con lo escuchimizada que es, ¿dónde meterá semejante pazguata tanta cantidad de cruasanes, bollos, magdalenas y tartaletas de limón?! Bueno, una siempre podía hacerse hueco en la panza para tales manjares. Que desde que conoció el buen comer en la casa de don Dennis, a la rusilla no había quien la parase cuando de devorar como una leona se trataba.
Ea, pues “tomando algo” le pilló la imprevista noticia que Fyodor iba a darle. Y cuando escuchó las palabras mujer y conocer, ¡y por más!, cuando percibió el tono de “esto es un asunto importante del que quería hablarte” que el señorito Fyodor empleó para formular la frase, ¡la joven casi se atraganta con la confitura en la boca!
Espera, espera. Que iba en serio. A ver, siendo sinceros, con lo pilla y avispada que era la rusa, era perfectamente consciente de que Fyodor tenía sus tejemanejes con señoritingas –y no tan señoritingas- por ahí. Tejemanejes de los que a ella no le había dicho ni mú, aunque al final todo se sabe. Hombre, que sí. Pero de pasar de esos apaños (por decirlo de alguna manera) a esto había todo un paso.
Que el señor Fyodor le pidiese su opinión al respecto era algo que la tunante no se había esperado, pero la halagaba que ya no la tratase como a una cría bobalicona de esas de la sociedad de San Petersburgo, con sus lazos, y sus sedas, y sus… Buaj. Pero bueno, que nos desviamos del tema.
Así que don Fyodor estaba hasta las trancas por una chica de la Hermandad… ¡Ni la mejor pitonisa de toda Rusia podría haberlo adivinado!
-Pues, don Fyodor, no entiendo tanto jaleo, la verdad. Si la queréis y ella a usted, lo mejor será que esperéis a ver cómo avanza el lance –contestó simplemente. A veces los hombres tenían un don especial para complicarlo todo. Luego decían que las mujeres eran unas melodramáticas-Yo querría conocerla. Eso sí, antes de invitarla –susurró, y se pegó a la oreja de don Fyodor con expresión casi cómica- Yo diría de adecentar un poco esto, que parece una leonera.
Sentóse a su lado, con los pies colgando de la banqueta del piano.
-La queréis de verdad, ¿no es así? Y eso os da un poco de miedo –repuso, divertida ante la idea. Lo dicho, que los hombres eran unos bebés.
Ea, pues “tomando algo” le pilló la imprevista noticia que Fyodor iba a darle. Y cuando escuchó las palabras mujer y conocer, ¡y por más!, cuando percibió el tono de “esto es un asunto importante del que quería hablarte” que el señorito Fyodor empleó para formular la frase, ¡la joven casi se atraganta con la confitura en la boca!
Espera, espera. Que iba en serio. A ver, siendo sinceros, con lo pilla y avispada que era la rusa, era perfectamente consciente de que Fyodor tenía sus tejemanejes con señoritingas –y no tan señoritingas- por ahí. Tejemanejes de los que a ella no le había dicho ni mú, aunque al final todo se sabe. Hombre, que sí. Pero de pasar de esos apaños (por decirlo de alguna manera) a esto había todo un paso.
Que el señor Fyodor le pidiese su opinión al respecto era algo que la tunante no se había esperado, pero la halagaba que ya no la tratase como a una cría bobalicona de esas de la sociedad de San Petersburgo, con sus lazos, y sus sedas, y sus… Buaj. Pero bueno, que nos desviamos del tema.
Así que don Fyodor estaba hasta las trancas por una chica de la Hermandad… ¡Ni la mejor pitonisa de toda Rusia podría haberlo adivinado!
-Pues, don Fyodor, no entiendo tanto jaleo, la verdad. Si la queréis y ella a usted, lo mejor será que esperéis a ver cómo avanza el lance –contestó simplemente. A veces los hombres tenían un don especial para complicarlo todo. Luego decían que las mujeres eran unas melodramáticas-Yo querría conocerla. Eso sí, antes de invitarla –susurró, y se pegó a la oreja de don Fyodor con expresión casi cómica- Yo diría de adecentar un poco esto, que parece una leonera.
Sentóse a su lado, con los pies colgando de la banqueta del piano.
-La queréis de verdad, ¿no es así? Y eso os da un poco de miedo –repuso, divertida ante la idea. Lo dicho, que los hombres eran unos bebés.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: Porque ningún imperio se construye de la noche a la mañana - Natasha.
Con los ojos abiertos de par en par, como dos platos finos de porcelana china, es como recibe las palabras de Natasha. Y es que ella las dice como si estuviera hablando del clima, como si hablar de los sentimientos fuera algo trivial y común para ellos. ¿Quererla? ¿Él quiere realmente a Nina? ¿La quiere como se quiere a alguien que deseas para todos los días y no sólo para todas tus noches? Esas preguntas y más son las que ahora le rondan la cabeza. Qué gran poder tiene la muchachita para hacer que todo su mundo se tambalee, hasta incluso parece un pequeño cervatillo que acaba de nacer y que apenas puede sostenerse de pie. Querer es tan cercano a amar que lo llena de mierdo. ¿Él la quiere? ¿Él la ama?
—No se trata de eso Nastya… —Fyodor está evidentemente nervioso, las manos le tiemblan mientras toma la copa que está a su costado y evita mirar a la muchachita por miedo a que ella sea capaz de mirar en él lo que realmente sucede. Las cosas entonces están más complicadas de lo que él creía y para sumarle a su declaración acerca del querer, acaba también de decir que quiere conocerla. Mierda. Un encuentro entre Natasha y Nina sería un espectáculo que no está seguro de querer presenciar. ¿Cómo se mirarían? ¿De qué hablarían que no fuera él? Es muy probable que ambas se unirían para burlarse de él como si todos fueran niños y no personas adultas o casi. Mierda de nuevo. Mierda. Mierda. Mierda. Eso no puede suceder bajo ningún concepto.
—No sé si se trata de querer, no sé si lo que existe entre nosotros tiene algo que ver con eso… los sentimientos son algo complicados cuando es tan fácil que alguien te arranque la cabeza. Ella es mi compañera en la Hermandad, si yo entrometiera algo como eso en todo lo demás, nos pondría en peligro a todos… —la imagen aparecía con claridad en su cabeza, como una escena de alguna obra de teatro macabra de la que no quiere ser parte por nada del mundo. —¿Qué pasaría si estamos en una misión y la vida de ella corre peligro? ¿A quién debo salvar? ¿Debo arriesgar la vida de tantos inocentes para que ella pueda salvarse? ¿Qué pasaría si tú y ella están en peligro y debo escoger a quien salvar? No podré hacer esa elección y tampoco puedo pedirle a ella que deje la Hermandad y se quede en casa… de hacerlo el que no sobreviviría sería yo… —
Complicado por todo, ahora es Fyodor quien se revuelve el cabello con las manos y comienza, nuevamente, a pasearse por el lugar, incluso toma las armas que antes utilizaron y mira su propio reflejo en el acero. Varios minutos pasan antes de que sea capaz de articular algo más, si Nastya ha hablado no la ha escuchado del todo, su cabeza parece haber tomado un rumbo y diferente. Vaya que es complicada la situación esa. Antes creyó que sólo se trataba de pasarla bien entre misión y misión, pero ahora la palabra “querer” da vueltas y lo golpea, como los puñales de su enemigo. —Le preguntaré si desea venir a cenar un día para que podáis conoceros… su nombre es Nina, pero antes de poder hacer todo eso necesito saber si la quiero tal como tú dices… y no, yo no siento miedo, Natasha. —
—No se trata de eso Nastya… —Fyodor está evidentemente nervioso, las manos le tiemblan mientras toma la copa que está a su costado y evita mirar a la muchachita por miedo a que ella sea capaz de mirar en él lo que realmente sucede. Las cosas entonces están más complicadas de lo que él creía y para sumarle a su declaración acerca del querer, acaba también de decir que quiere conocerla. Mierda. Un encuentro entre Natasha y Nina sería un espectáculo que no está seguro de querer presenciar. ¿Cómo se mirarían? ¿De qué hablarían que no fuera él? Es muy probable que ambas se unirían para burlarse de él como si todos fueran niños y no personas adultas o casi. Mierda de nuevo. Mierda. Mierda. Mierda. Eso no puede suceder bajo ningún concepto.
—No sé si se trata de querer, no sé si lo que existe entre nosotros tiene algo que ver con eso… los sentimientos son algo complicados cuando es tan fácil que alguien te arranque la cabeza. Ella es mi compañera en la Hermandad, si yo entrometiera algo como eso en todo lo demás, nos pondría en peligro a todos… —la imagen aparecía con claridad en su cabeza, como una escena de alguna obra de teatro macabra de la que no quiere ser parte por nada del mundo. —¿Qué pasaría si estamos en una misión y la vida de ella corre peligro? ¿A quién debo salvar? ¿Debo arriesgar la vida de tantos inocentes para que ella pueda salvarse? ¿Qué pasaría si tú y ella están en peligro y debo escoger a quien salvar? No podré hacer esa elección y tampoco puedo pedirle a ella que deje la Hermandad y se quede en casa… de hacerlo el que no sobreviviría sería yo… —
Complicado por todo, ahora es Fyodor quien se revuelve el cabello con las manos y comienza, nuevamente, a pasearse por el lugar, incluso toma las armas que antes utilizaron y mira su propio reflejo en el acero. Varios minutos pasan antes de que sea capaz de articular algo más, si Nastya ha hablado no la ha escuchado del todo, su cabeza parece haber tomado un rumbo y diferente. Vaya que es complicada la situación esa. Antes creyó que sólo se trataba de pasarla bien entre misión y misión, pero ahora la palabra “querer” da vueltas y lo golpea, como los puñales de su enemigo. —Le preguntaré si desea venir a cenar un día para que podáis conoceros… su nombre es Nina, pero antes de poder hacer todo eso necesito saber si la quiero tal como tú dices… y no, yo no siento miedo, Natasha. —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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