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Olvidar la tristeza... para volver a vivir - Lisa 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anna Brullova Jue Mayo 15, 2014 8:13 am

Giró la extraña llave en aquella cerradura, y la puerta de nogal antiguo cedió, haciendo un chirrido que se expandió por la desolada y vacía mansión. La piel de Anna se erizó, ese extraño gemido le trajo a su mente los recuerdos de aquella noche que había querido olvidar, o mejor dicho había olvidado parcialmente. Aún no entendía porque su cabeza se negaba a traer al presente lo vivido la última  noche en San Petersburgo, pero el sonido era como ella imaginaba sería el de un ser que agonizaba, al igual que moría lentamente esa mansión, al paso del abandono y la soledad.

Anna, cruzó el umbral de esa construcción, no sentía miedo, pero sus pasos al retumbar en el frío mármol le dieron al lugar un misticismo parecido al de las viejas iglesias. Tragó saliva y entrecerró los ojos intentando aclimatar la visión a la oscuridad que inundaba el ambiente. Uno, dos, tres pasos y se detuvo sigilosa, expectante, agudizando su oído para captar la presencia de cualquier ser que no se hubiera enterado que la casa poseía nuevos dueños. Nuevamente, uno, dos tres pasos algo inseguros que la condujeron al centro del recibidor. En aquel lugar dos elementos se presentaban imponentes cubiertos por lienzos blancos, una mesa y una araña con sus caireles de cristal ocultos tras el paño protector. Sobre la mesa un candelabro de tres brazos con velas aun sin usar, buscó con presteza un fósforo para iluminar la habitación. Pronto encontró debajo de la tela protectora, un cofre de alabastro en el que estaban depositados los elementos que ella necesitaba. Pronto obtuvo luz y sosteniendo el candelabro se fue moviendo por el interior de la construcción.

Subió las escaleras, antes siquiera de revisar las salas, la biblioteca, el despacho o los salones de baile que se disponían, según le informaron, en la planta baja. Al llegar a la parte superior de la escalera, contempló el imponente ventanal, era un hermoso vitreaux que simbolizaba la victoria de la noche sobre la agonía del día. Reflexionó un momento, - en verdad que mi vida es hoy como esa imagen, la soledad enseñoreándose sobre mi tristeza- dijo como en un susurro.

Deambuló por cada una de las habitaciones, abriendo y cerrando ventanales y balcones. Debería tomar varias decisiones, entre ellas, buscar un empleo, era verdad que seguía siendo de clase alta, pero el fideicomiso solo se haría efectivo cuando ella cumpliera sus 21 años o se casara. Sonrió con tristeza pensando que a sus tíos les favorecería mas, que ella muriera de cualquier cosa y así heredar toda la fortuna de su padre.

Tras recorrer toda su mansión y anotar algunas acciones que debería realizar para siquiera pensar en llegar a vivir en ese lugar. Cerró la puerta, caminó varios pasos y giró sobre sus pies. Elevó la vista para contemplar la extraña construcción. Era hermosa, pero no por ello extraña. Una atmósfera de misterio la cubría, al igual que la hiedra que silenciosa y lánguidamente, trepaba por sus muros de piedra labrada.

Suspiró antes de dar vuelta y retomar el camino hacia el hotel Des Arenes, pero antes de subir a un coche que la condujera a su residencia pasajera,  decidió caminar un poco mas, aun quedaban muchos temas para seguir meditando y la soledad de su habitación en el hotel no le ayudaría a tomarlas. Inspiró profundo, intentó mostrar una sonrisa y arrebujada en su capa, caminó lentamente hacia una zona mas concurrida, donde la gente hablaba y reía, si tenía suerte ese animo festivo tambien la invadiría y por unas horas podría intentar ser feliz.


Última edición por Anna Brullova el Dom Mayo 25, 2014 7:36 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Lisa Lëichtsinstein Jue Mayo 15, 2014 6:06 pm


"Si eres sensato, humilde, habrás observado que nunca se acaba de aprender...
Sucede lo mismo en la vida; aun los más doctos tienen algo que aprender, hasta el fin de su vida; si no, dejan de ser doctos."


San Josemaría Escrivá De Balaguer


Se escribía de este modo que de manifiesto y hecho los últimos cuatro días apenas tenía tiempo de conciliar el sueño por las noches. Su mente le estaba jugando una mala pasada y, al mismo tiempo, le hacía sentirse orgullosa de la misma. Una ambición casi obsesiva por alcanzar conocimientos de toda índole mantenía a Lisa Lëichtsinstein, la muchachita que se empleaba como bibliotecaria en la institución pública, con el interés y las energías puestas sobre la lectura de diversos libros que sagradamente la acompañaban en su bolso a donde quiera que fuese. ¡Los libros eran su biblia! Por más que los católicos insistieran es sesgar la lectura a su única obra, Lisa prefería expandirse a todo lo que sus ojos le permitiesen leer.

Tanto era su apetito devorador de conocimientos que incluso le llevaban a ser irracional y poco moralista. No es bien visto encontrarse en medio de un entierro leyendo el Banquete de los sabios, de Athenaeus de Naucratis. Su padre a cada tanto le daba codazos para que pusiera atención a las palabras del sacerdote antes de darle la última despedida a la señora Smith que en paz descanse.  
¿Cómo detener la obsesión con los libros si trabajaba en una biblioteca? Además, su mismo padre era un ratón de biblioteca. Tan lector como ella misma. Lisa siempre afirmaba parecerse más a su lado paterno que a su parte más materna.

Por este motivo, la joven de orígenes alemanes no dormía bien de noche, porque cada tanto que intentaba pegar un ojo se reincorporaba en su cama y alcanzaba el libro que dejó en la mesa de junto para retomar el capítulo abandonado. Muchas personas afirmarían que dicha actividad era para gente aburrida como ella. Lisa era aburrida y sin muchos amigos. Los libros eran como sus amigos. No vivía de fantasías y estaba con los pies puestos en la realidad en todo momento pero siempre prefería leer un buen libro y aprender más que escuchar a una persona con un pobre contenido de discurso.

Frente a su nariz, un grueso libro de tapadura endurecida decorado en tonos burdeos y con título en un dorado precioso, le cubría parte del rostro. Caminar por la calle mientras leía se convirtió en algo habitual para la joven castaña. Sus ojos azules y grandes, tan brillantes como los luceros del cielo, minuciosamente leían cada palabra con cuidado para no perder detalle alguno.
¨Arcanismo anti-galico¨ era el título del libro que le mantenía absorta. Era un libro de medicina escrito por Francisco Suarez de Rivera. Lisa aspiraba algún día ser enfermera, curar a los enfermos y asistir a los más desafortunados. Estaba consciente de que, por su estatus socioeconómico,  no podría trabajar como enfermera sin remuneración por los primeros años pero cultivaba el deseo de ser voluntaria de la cruz roja cuando mejorara su situación económica.

“Algún día, valga la utopía” Refunfuñó, frunciendo el ceño. Con su cara de niña más aparentaba un gato arisco que una persona molesta por el pensamiento interno sobre que “Los ricos lo tienen tan fácil”
Cerró el libro y lo guardó en su pesado bolso con el resto de la colección. Tenía la impresión que la hora pasó rápidamente desde que salió de su trabajo. Podría tomar un carruaje comunitario para llegar a la zona urbana donde quedaba su acogedor hogar o bien plantarse el ánimo de ir caminando hasta su casa. Le gustaba caminar, así que pensó que la segunda opción le vendría bien aquel día.
Se acomodó los mechones castaños de su cabello dentro del femenino sombrero que su padre le regaló la navidad pasada y caminó por las calles observando a las personas que compartían rumbo y distrayéndose con el paisaje. De pronto sintió un delicioso aroma a café salir de uno de los edificios cercanos a ella, respingó un poco más la nariz para asegurar que se trataba de aquel café colombiano del que tanto hablaban. ¿Sería así de bueno como decían? Por su fragancia, ya podría asegurar una respuesta positiva.

Suavemente el aire suspiró de manera armónica meciendo las cabelleras de las personas presentes. Entonces, supuso que quizá la hora de verdad se le había ido como el agua entre los dedos. No es que viviera pendiente de cada minuto que pasaba, ella era tan libre y despreocupada en esos temas, pero su padre, tan exagerado, siempre le insistía llegar a una hora determinada o sino el hombre pensaba que el apocalipsis se había llevado a su hija.
Buscó con la mirada a alguna persona a quien preguntarle por la hora. La mayoría estaban muy acompañadas, ocupadas, o simplemente sus rostros ya le dictaban que no se acercara. Hasta que vio más allá a una muchacha joven que parecía dar un paseo a solas por esas horas. Analizó, por sus finos atuendos, que posiblemente llevaba un reloj de bolsillo con ella. Lisa comenzó a restar los pasos que la separaban de ella y cuando estuvo cerca dudó en preguntar por la hora pues no quería importunarla si en esos momentos los vivía en reflexión. Al final se armó de imprudencia y se dirigió a ella.

-Disculpe, ¿Podría decirme qué hora es? Creo que he perdido la noción del tiempo.- Preguntó la joven de ojos azules, enmarcando una sonrisa amable en sus labios carmesí.


Última edición por Lisa Lëichtsinstein el Miér Ago 27, 2014 1:24 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Anna Brullova Dom Mayo 25, 2014 7:33 pm

Anna caminaba absorta en sus profundos pensamientos y recuerdos, pero todas sus memorias se obnubilaban al llegar a esa fatídica noche. Recordaba la cena, la charla amena, la sonrisa de su padre y el pedido de viajar a más tardar a penas el sol despuntara, - es preciso que os dirijáis a Paris, aquí la situación no está para nada bien, solo corréis peligro – había escuchado a su padre decir a su madre, aunque ante ella, solo bromeara que debían ir a buscar el ajuar para poder presentarla ante un pretendiente, - pero ¡papá! - refunfuñaba, - yo no quiero comprometerme, soy joven, quiero hacer tantas cosas... además... ¿quien  va a cuidarle cuando sea viejito? - él solía reír casi a carcajadas, feliz de saber que su hija era tan indómita como alguna vez lo había sido él.

Pero la realidad cayó como un yunque sobre sus cabezas, aquella noche, cuando aun estaban en la sobremesa, esos golpes en la puerta, exigentes, audaces, avasallante, el grito de las sirvientas, los disparos, el mayordomo tirado en la entrada con un impacto de bala en su sien. Pero eso no era ni el comienzo de su infierno dantesco. Había contemplado como se llevaban a su padre, su madre corriendo tras él y los disparos en el exterior, no tuvo que pensarlo mucho para saber que sus amados padres habían sido ajusticiados. Los recuerdos entonces se hacían cada vez mas borrosos, como trozos  de una imagen cercenada.

Caminaba, abrazándose inconscientemente, con su rostro semi oculto en la capa que cubría su vestido, mientras en su cabeza los fragmentos golpeaban como dolorosos latigazos que iban colmando de tristeza y angustia su pecho. El rostro de unos hombres observándola con mirada lasciva, acariciando sus cabellos, diciéndole frases que denotaban sus asquerosas intenciones, llegaban a su mente como bofetadas de triste realidad.  Nunca había querido recordar, ni preguntarse que era lo que realmente había pasado, ya que luego de esos momentos, lo único que llegaba a su conciencia eran esos ojos color rubí como el vino,  cargados de una mirada dura pero justa. Sabía porque había podido oír los gritos de aquellos asesinos, como aquel extraño los había eliminando uno a uno. Pero el sopor que le causara aquella mirada la desvaneció, hundiéndose en una confortable inconsciencia, donde nada malo podía pasar.

Y gracias a ese ser, hoy podía caminar libre y segura por aquella calle de Paris, claro, tan segura como podía estar cualquier mujer que se dirigiera a algún sitio de la ciudad, sola y a esa hora de la noche. Pero  para alguien que había sobrevivido a tanta locura, ¿acaso podía existir situación alguna que la hiciera temer o le provocara espanto? Anna no creía que fuera posible, lo más tenebroso que la podía asustar en adelante sería sentir que su vida carecía de sentido, que había sobrevivido solo para ser un ente mas que caminaba por la vida sin un fin ulterior, sin ayudar a esa sociedad que la había adoptado. Si no devolvía el favor, que de alguna forma, había recibido por parte de ese caballero que, sin necesidad aparente, decidió ayudarla alejándola de su tierra natal, donde de seguro su vida ya no valía nada.

Así arrastrada por sus pensamientos como un naufrago en mitad de las olas, escuchó la suave voz de una joven. Aquella  melodiosa voz la acercó a la realidad, como un faro que la traería a tierra firme alejándola de los peligros de arrecifes y acantilados. Se detuvo, giró levemente su cuerpo, hasta quedar enfrentada a la imagen de esa bella joven, - ¿disculpe como dijo? ¿ la hora? - sus manos recorrieron el pecho buscando el reloj que se balanceaba delicado desde la cadena de oro que colgaba de su cuello. Lo tomó y sacando su mano por entre uno de los paños de su capa, buscó la luz de la calle para poder consultar la hora, - mmm... son casi las ocho y media de la noche – en verdad no era tan tarde pero aun el sol se ocultaba apresurado tras el horizonte, aun la primavera no retrasaba la aparición de la noche. Soltó suavemente su reloj que tras golpear en su pecho y balancearse se quedó estático. - espero haber sido de ayuda – dijo en un francés algo cargado de acento ruso, pues todavía no lo podía dominar completamente.

El aroma a café hizo que su estomago gruñera suavemente, haciendo que Anna recordara que casi no había comido en todo el día, sonrió roja de vergüenza, - disculpe, es que...  - inspiró cerrando los ojos – el aroma de ese café... - se detuvo en su frase, por un momento no supo que decir, desde su llegada a la ciudad, se dio cuenta que no tenía ninguna amiga, apenas unas conocidas y la mayoría parecía estar tan ocupada que no tenía tiempo para ella. Aunque si debía buscar un culpable, solo Anna era  responsable de aquel aislamiento, la sonrisa y los ojos rasgados, hicieron que su rostro fuera cómico – ¿no le parece que el aroma invita a tomar una taza de ese café? - aquella alegría se esfumó nuevamente tras una dura verdad – pero es tan triste sentarse sola a la mesa, diferente sería pudiera compartir ese momento con alguien... - sus ojos se clavaron en la mirada ajena, bien podía decirle esa joven que ella estaba muy apresurada, que no la conocía y no le importaba en lo mas mínimo si Anna deseara tomarse un café. Tragó saliva e inspiró antes de continuar – mi nombre es Anna Brullova – extendió su mano en señal de presentación.


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Mensaje por Lisa Lëichtsinstein Miér Mayo 28, 2014 6:34 pm


Inoportuna. Fue la palabra que se le vino en la mente como si la misma definición de la palabra la señalase con el dedo acusándola de su significado el cual, si fuese necesario elaborar un nuevo diccionario de palabras, Lisa encajaba a la perfección en ese apartado.
Por lo visto la joven dama estaba inmersa en su mundo personal buscando en los recovecos de sus recuerdos o bien reproduciendo las actividades de su agenda las cuales debía efectuar.

Sus grandes orbes azules siguieron el camino de las finas manos de la joven en busca de su reloj. Una magnífica pieza, pensó Lisa cuando, ante sus ojos, se mostraba un genuino y perfecto reloj de aquellos que ella sólo podía ver de lejos y jamás tocar.
Las ocho y media de la noche. Esa era la hora que amablemente la dama le hacía saber. Al final de cuentas no era tan tarde y su reloj interno erró por unos cuantos minutos extras. Por unos instantes miró brevemente hacia el cielo, oscurecía temprano a veces. No tardó en volver la mirada hacia la persona en frente suyo fijándose en cada pequeño detalle de ella. Admiró sus atuendo, más no los envidio. Lisa no era del tipo de personas que codiciaran un buen vestido, pero podía decir que el garbo del traje de la otra persona merecía aplausos. Sus cabellos eran oscuros, unos tonos más oscuros a los de ella misma y su piel era tan nívea como la suya. Compartían ciertas y leves semejanzas, pero en ese momento pudo comprender una cosa, y fue en sus ojos.

Sus ojos se expresaban como una coraza de hielo que se imponían como una barrera de protección y límites que impedían a las personas calar en lo profundo de ella. Si bien era primera vez que cruzaba palabra alguna con ella, Lisa sintió aquella sensación latente y palpitante. No fue cosa de dejarse sugestionar por el acento que notó en su voz, aquel acento ruso que ella conocía bien gracias a un joven visitante regular de la biblioteca francesa, aquel acento ruso que siempre parece decir que Rusia es un mar de melancolías y tristeza. Donde la angustia reina por sobre la felicidad. ¿Ese mito sería verídico? O tal vez se dejaba llevar por todos los libros rusos que leía y que, generalmente, terminaban en tragedias angustiosas.

El sonido del estómago vacío ajeno le hizo disipar de su mente las posibles explicaciones del por qué a Rusia se le asociaban las historias tristes.  La sonrisa en el rostro de la otra joven le dio una expresión agradable en su semblante. Fue efímero el momento que duró su pequeña sonrisa, aun así la pudo apreciar.

-Aquel café debe producir un efecto hipnótico en los transeúntes.- Lisa sonrió amistosamente, en reflejo. Extendió su mano y alcanzó la mano de la joven, estrechándola en un gesto de educación. Agradeció los buenos modales de ella, no todos se presentaban de manera cordial. Mucho menos cuando las clases sociales eran evidentes. –Un gusto conocerle, Anna Brullova. Me llamo Lisa Lëichtsinn.- No agregó el ¨señorita¨ o ¨señora¨. Se le hacía joven para ser una chica casada pero a la vez sabía que muchas se casaban a temprana edad. Soltó con delicadeza la mano que estrechaba cuando terminó de presentarse. –Pues ya somos dos a las que no le gustan sentarse a solas.- A Lisa no le incomodaba específicamente degustar un buen café en soledad. Pero algo que siempre y sagradamente le hacía fruncir el ceño era cuando un hombre se auto invitaba a sentarse en la mesa que ella ocupaba con esa excusa básica que tienen los hombres odiosos de ver sola a una dama y por ende resumen que quieren la compañía de un hombre que al final termina en algo más. Insistentes y mal educados, siempre mal interpretando un gesto educado de una mujer como una invitación a un acto lascivo. En cambio, deleitarse con el buen café en compañía de otra chica siempre conseguía agradarle más a la delgada muchacha. –Y por lo visto, somos dos las que hemos caído en el hechizo de aquel café.- La joven articuló una sonrisa en sus labios. Con algo de nerviosismo se atrevió a preguntarle lo siguiente.  -¿Le parece si ocupamos las dos una misma mesa? Así ninguna de las dos se sentirá en soledad y podemos compartir un grato momento.-

Tal vez era una sugerencia atrevida –incluso se podría ver patética-  viniendo de una persona que no conocía y mucho menos compartía el estatus social. Y aun así, Lisa dispuso la intención que nacía en ella, una extraña motivación que le hacía sentir que la otra joven era interesante de conocer. En cierto modo, además, sintió que las palabras de la joven también apuntaban a lo mismo, a buscar compañía en una tarde como aquella. Una tarde perfecta para un buen café.

Si ella aceptaba, Lisa podría conocer a una persona que de primera vista se le hizo cautivadoramente interesante. Si no acepta, llegaría temprano a casa y su padre no tendría un exagerado e hipocondríaco ataque de ansiedad.



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Mensaje por Anna Brullova Miér Jul 09, 2014 10:35 am

Escuchó atenta como la joven se presentaba, - Lisa, que bello nombre  - pensó mirando a esos ojos tan expresivos y soñadores al mismo tiempo. Su mente divagó en las posibilidades de encontrar amigas en un país ajeno, en una ciudad que cada vez se iba haciendo mas individualista y que el ser que estaba a nuestro lado solo importaba si podía sacarse un buen rédito de ellos. Volvió a volar sus pensamientos a los campos ateridos de frio, donde miles de familias intentaban infructuosamente arrancar de las estériles estepas congeladas, una misera cosecha, un tubérculo que les permitiera llevarse algo a la boca. Comparó esa imagen con la pomposidad de la corte, los vestidos cargados de piedras preciosas, bordados en oro y plata, los sables relucientes, las capas de armiño, todo eso que fue parte de su vida, hasta la noche en que la realidad  cayó encima  de su cabeza, como un cubo de agua helada.

Mantuvo la mirada, en el rostro afable, sus ojos se perlados por el recuerdo doloroso, intentó sonreír, mientras asentía a lo que la joven afirmaba sobre el aroma del café y el hechizo en el que ambas habían caído. Aceptó gustosa poder pasar un momento en buena compañía y con un café entre las manos, que pudieran mitigar ese frio de muerte que recorría sus venas. De un tiempo a ésta parte, nada parecía tener sentido, nada lograba atraer su atención. Hacía las tareas como un autómata de feria  al que por una moneda hacía su truco. En verdad de realizar poco y nada, ya que en el hotel, ni siquiera debía encargarse de la dirección de las doncellas, que aplicadas, acomodaban todo de una forma pulcra y ordenada. Tal vez sin mucho gusto, pero tampoco se podía pedir conocimientos de estética, si solo deseaban terminar con sus labores y  volver con su familia – familia- , pensó Anna, ella ya no tenía a nadie a quien considerar familia, estaba sola en el mundo y cada día esa cruel realidad pesaba más y mas.

Volvió a asentir con la cabeza cuando la joven señaló el café y comenzaron a dirigirse hacia allá – por supuesto que me gustaría que compartiéramos una mesa – sonrió, al llegar a la puerta del local, que fue abierta por un dependiente solícito el que les recibió con un “buenas noches” y las dirigió a un lugar que dio por sentado, las jóvenes, se sentirían a gusto, por otro lado atraerían mas clientela, puesto que ¿  cual transeúnte no atinaría a entrar si él era lo suficientemente astuto y las sentaba en una mesa que se pudiera observar desde afuera? De seguro habría pensado de esa forma, al encaminarse a una de las mesas cercanas a la gran cristalera, decorada con cortinillas blancas de encaje y herrajes dorados.

Anna se sentó esperando que su compañera hiciera lo mismo, la volvió a contemplar y sonrió, el calor del lugar era tan agradable que a pesar del frio que sentía en su interior, sus mejillas se tiñeron de un agradable rosado. Inspiró de forma suave y discreta, pero experimentando con deleite cada uno de los aromas que despedía el lugar, - debo confesar que en San Petersburo, de donde provengo, nunca fui a un sitio así – dijo sorprendida de lo abierta al dialogo que se podía sentir ante una joven tan agradable como la señorita Lëichtsinn – en realidad, no podía ir a ningún lugar sin mi padre o algún chaperón – se sonrojó, - ¿que pensaría la joven, quien se notaba que era independiente y segura de si misma, de una mujer como ella, siempre sobre protegida, que hoy debía afrontar momentos a los que nunca fue preparada?- caviló. De pronto se sintió fuera de lugar,- ¿quien querría ser amiga de una mujer educada como una muñeca?- Sus ojos se entristecieron y bajó su mirada a sus manos que descansaban en su regazo.


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Mensaje por Lisa Lëichtsinstein Lun Ago 25, 2014 10:58 pm


Los vientos primaverales mecieron sus sensibles y suaves cabellos oscilando con gracia y tacto ligero del céfiro. La muchacha sonrió con una delicada curvatura infantil y grácil en los labios expresando armonía de la cual ni ella misma se conocía poseedora. Al menos, no de un modo tan prematuro. La punta fría de sus dedos rozó su despejada frente para mover con cuidado unos cuantos traviesos cabellos que escapaban de su simple peinado.
Las dos féminas se guiaron por su sentido olfativo para hallar el restaurante de donde tal aroma profesaba delicadamente las sensaciones venidas del llamado nuevo mundo. Ingresaron en el negocio cuya ambientación era la de una típica casa de té al estilo inglesa, un detalle curioso y apreciable en tierras francesas. La calidez del interior del ambiente le devolvió el calor a las mejillas y  a su fría pequeña nariz, atentamente uno de los camareros les buscó un lugar desocupado el cual parecía ser el indicado para el dúo de jovencitas. Situadas cerca del ventanal, podían ver el movimiento al exterior del restaurante. Afuera hacía viento, lo podía notar por las bufandas y sombreros danzarines y rebeldes de sus dueños, un clima que se contraponía con la estación del año y la calidez del interior del local. Observó el exquisito detalle de las níveas cortinas de encaje con un herraje dorado finamente elaborado. En su casa, la única habitación que disponía una cortina un tanto más elaborada era la de su habitación y eso gracias a que su padre había hecho funcionar la máquina de escribir de uno de sus vecinos y éste a cambio le había dado una cortina que su mujer confeccionó y un trozo de tarta de duraznos frescos de la estación.
Volcó su mirada hacia la joven en anverso suyo. Anna, ese era su lozano nombre. Un nombre que parecía de princesa de las tierras frías de donde la rusa provenía. Le agradaba las curvas de sus cejas, eran bien delineadas y perfectas. Su cabello oscuro hacía resaltar su pálido color de piel cual si fuera una muñeca de porcelana, frágil y bonita, con aquellos atributos finos y aquel traje refinado. Lisa meditó en la delicadeza de la gente de la clase de Anna, eran dignos de ser plasmados en una obra de óleo para ser enmarcado y colgado en una pared. El camarero hizo acto de presencia justamente en ese momento dándole un menú a cada una de ellas. La alemana leyó las especialidades, eran precios elevados pero no exageradamente inalcanzables. Colocó atención especialmente en la lista de cafés, después de todo el aroma del café colombiano le había tentado hasta allí.
Escuchó a la joven hablar, confesando que jamás había estado en un sitio como ese. Supuso que debía ser así, considerando la cantidad de atentados que los rebeldes efectúan contra los nobles por el descontento social ningún padre quería arriesgar a uno de sus hijos. Pero no siempre era necesariamente a los hijos de la alta alcurnia.

-Oh, cuanto le comprendo.- Lisa apartó la mirada del menú para observar a su interlocutora. Alzó su dedo índice para señalarse. –En carne propia, he de confesar.- Soltó un suspiro. –Mi padre es un hombre que suele tener un pensamiento bastante… Fatalizado. Suele pensar que el mundo entero está dispuesto a atentar contra mi existencia, cosa que es bastante improbable a decir verdad- Lisa notó la cavilación repentina de Anna, como si algo le entristeciera su semblante. Se preguntó que podía ser aquello que a la joven tanto le preocupaba. La mirada de Anna era pétrea, como un tempano de hielo impenetrable pero que de todos modos le llevaba a presentir que algún suceso triste u obscuro en su vida se había apoderado del brillo de su mirada. Lisa era escueta, de lacónica conversación, pero algo en Anna le hacía nacer el habla que siempre parecía enmudecido como el de una monja que se sometía al voto voluntario de silencio. -¿Hace cuando tiempo que usted está aquí en París?- Preguntó con honesta curiosidad.



Olvidar la tristeza... para volver a vivir - Lisa Axletc

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Mensaje por Anna Brullova Jue Sep 11, 2014 10:37 am

Levantó la cabeza, buscando con la mirada a esa dulce muchacha que tenía en frente. Le sonrió, entendía que la joven era atenta e intentaba  animarle, sin siquiera conocerla. Inspiró antes de contestar a sus preguntas. – En realidad hace poco que estoy en la ciudad, casi un mes o tal vez un poco más – se corrigió, pensando que no debía dar mucha información, no porque la considerara una posible espía, sino porque todo aquel que tuviera demasiado contacto con ella podría correr algún riesgo de vida. Era obvio que su cabeza tenía un precio, de seguro el trabajo había sido acabar con toda la familia. Pero Anna era un cabo suelto, que el asesino de sus padres no dejaría librado al azar.  – allí paseé toda mi vida… desde que tengo memoria… las ciudades pueden ser tan diferentes y a la vez tan parecidas… sus calles adoquinadas, sus luces, los mismos carruajes… aunque allí solemos usar carruajes  al estilo de los trineos, pues las ruedas se atascarían en la profunda nieve -  apretó sus manos, algo nerviosa,  en la tela de su vestido, debía pensar con cuidado que decir, que información dar.

Se acomodó mejor en su silla y volvió a juntar  las manos con delicadeza sobre su regazo.  Contempló  por un instante nuevamente a la muchacha antes de continuar, -  en San Petersburgo…  no es muy común que las señoritas se sienten tranquilamente en una cafetería… como lo estamos haciendo ahora nosotras… no… allí, se acostumbra  que los padres sean los encargados de concertar  las reuniones sociales de sus hijas y que así concurran unas a la residencias de las otras.– sonrió con algo de tristeza en sus ojos, por esa época que no volvería. – mi padre siempre estaba demasiado ocupado para realizarlas, por eso casi nunca tenía amigas que fueran a tomar el té conmigo… no es que me queje, en verdad un libro para mí, es a veces una mejor compañía que  mujeres hablando sin descanso de los atributos que debería tener el caballero que las pretendan -  su mirada se iluminó con una chispa de diversión al recordar a jovencitas que en los bailes del palacio, se reunían para admirar a uno u otro muchacho que pasaba cerca de ellas, sus pirando por que fuera ése, el que les pidiera sus cartillas de baile y las mantuviera entre sus brazos la noche entera. En cambio para Anna todo aquel mundo la asfixiaba. Pero ahora que lo veía a la distancia, que comprendía que aquellos bailes no volverían a ser como antes, que su padre no la sacaría a bailar, que el apuesto hombre que había sido su progenitor y que despertaba los suspiros de las damas y jovencitas, ése, ya no volvería a sonreírle, o regañarle. Aquella terrible certeza,  provocó que las lágrimas asomaran como diminutas perlas en su mirada. Sonrió con una sonrisa que a pesar de intentar camuflar sus sentimientos solo lograban ponerlos más en evidencia. Con rapidez extrajo un delicado pañuelo bordado y secó aquella huella de dolor. – La nostalgia del pasado… siempre acompaña a los que debemos dejar la tierra que nos vio nacer – susurró, intentando que la joven la escuchara.

Suspiró profundo y buscó un tema de conversación que no le trajera recuerdos que la atormentaran. – ¿y tú, de dónde eres?... - se detuvo – ¿no te molesta que te tutee? Es que las dos somos jóvenes y esto no es una de esas pesadas reuniones de protocolo – sonrió con sinceridad – si debo ser sincera… siempre las he odiado – rio suavemente.


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